Vísperas – Martes dentro de la Octava de Pascua

VÍSPERAS

MARTES DENTRO DE LA OCTAVA DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros;
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 4-5

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Mientras estaba llorando, vi a mi Señor. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mientras estaba llorando, vi a mi Señor. Aleluya.

PRECES

Aclamemos alegres a Cristo, que después de ser sepultado en el seno de la tierra resucitó gloriosamente a vida nueva, y digámosle confiados:

Rey de la gloria, escúchanos.

Te rogamos, Señor, por los obispos, los presbíteros y los diáconos: que sirvan con celo a tu pueblo
— y lo conduzcan por los caminos del bien.

Te rogamos, Señor, por los que sirven a la Iglesia con el estudio de tu palabra:
— que escudriñen tu doctrina con pureza de corazón y deseo de adoctrinar a tu pueblo.

Te rogamos, Señor, por todos los fieles de la Iglesia: que combatan bien el combate de la fe,
— y, habiendo corrido hasta la meta, alcancen la corona merecida.

Tú que en la cruz clavaste y borraste el protocolo que nos condenaba,
— destruye también en nosotros toda clase de esclavitud y líbranos de toda tiniebla.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que al bajar al lugar de los muertos abriste las puertas del abismo,
— recibe a nuestros hermanos difuntos en tu reino.

Con el gozo que nos da el saber que somos hijos de Dios, digamos con plena confianza:
Padre nuestro…

ORACION

Tú, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo, que ya ha empezado a gustar en la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Martes dentro de la Octava de Pascua

1) Oración inicial

Tu, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo, que ya ha empezado a gustar en la tierra. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 20,11-18
Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní -que quiere decir: «Maestro»-. Dícele Jesús: «Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: «He visto al Señor» y que había dicho estas palabras. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy describe la aparición de Jesús a María Magdalena. La muerte de su gran amigo lleva a María a perder el sentido de la vida. Pero ella sigue buscando. Se va al sepulcro para encontrar a aquel que la muerte le había robado. Hay momentos en la vida en los que todo se desmorona. Parece que todo se ha terminado. ¡Muerte, desastre, enfermedad, decepción, traición! Tantas cosas que pueden llevar a que falte tierra bajo los pies y a jugarnos una crisis profunda. Pero también acontece lo siguiente. Como que de repente, el reencuentro con una persona amiga puede rehacer la vida y hacernos descubrir que el amor es más fuerte que la muerte y la derrota.
• El Capítulo 20 de Juan, además de la aparición de Jesús a la Magdalena, tras varios otros episodios que revelan la riqueza de la experiencia de la resurrección: (a) del discípulo amado y de Pedro (Jn 20,1-10); (b) de María Magdalena (Jn 20,11-18); (c) da comunidad dos discípulos (Jn 20,19-23) y (d) del apóstol Tomás (Jn 20,24-29). El objetivo de la redacción del Evangelio es llevar a las personas a creer en Jesús y, al creer en él, tener vida (Jn 20,30-31).
• En la manera de describir la aparición de Jesús a María Magdalena se ven las etapas de la travesía por la que tuvo que pasar, desde la búsqueda dolorosa hasta el reencuentro de la Pascua. Estas son también las etapas por las que pasamos todos nosotros, a lo largo de la vida, en nuestro camino hacia Dios y en la vivencia del Evangelio.
• Juan 20,11-13: María Magdalena llora, pero busca. Había un amor muy grande entre Jesús y María Magdalena. Ella fue una de las pocas personas que tuvieron el valor de quedarse con Jesús, hasta la hora de su muerte en la cruz. Después del reposo obligatorio del sábado, ella volvió al sepulcro para estar en el lugar donde había encontrado al Amado por última vez. Pero, vio con sorpresa ¡que el sepulcro estaba vacío! Los ángeles le preguntan: «¿Por que lloras ahora?» Respuesta: «Se llevaron a mi señor y nadie sabe donde lo pusieron.” María Magdalena buscaba a Jesús, aquel mismo Jesús que ella había conocido y con quien había convivido durante tres años.
• Juan 20,14-15: María Magdalena conversa con Jesús sin reconocerle. Los discípulos de Emaús ven a Jesús y no le reconocen (Lc 24,15-16). Lo mismo acontece con María Magdalena. Ve a Jesús, pero no le reconoce. Piensa que es el encargado del huerto. Como los ángeles, también Jesús pregunta: «¿Por qué lloras?» Y añade: «¿A quién estás buscando?» Respuesta:»Si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.” Ella sigue buscando al Jesús del pasado, el mismo de los tres días antes. Es la imagen de Jesús del pasado la que le impide reconocer al Jesús vivo, presente ante ella.
• Juan 20,16: María Magdalena reconoce a Jesús . Jesús pronuncia el nombre: «¡María!» Fue la señal de reconocimiento: la misma voz, la misma manera de pronunciar el nombre. Ella responde: «¡Maestro!» Jesús había vuelto, el mismo que había muerto en la cruz. La primera impresión es que la muerte había sido apenas un momento doloroso a lo largo del recorrido, pero que ahora todo había vuelto a ser como antes. María abraza a Jesús con fuerza. Era el mismo que ella había conocido y amado. Se realiza lo que decía la parábola del Buen Pastor: «El las llama por su nombre y ellas le reconocen». – «Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen» (Jn 10,3.4.14).
• Juan 20,17-18: María Magdalena recibe la misión de anunciar la resurrección a los apóstoles. De hecho, es el mismo Jesús, pero la manera de estar junto a él no es la misma. Jesús le dice: «Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre.” El va junto al Padre. María Magdalena debe soltar a Jesús y asumir su misión: anunciar a los hermanos que él, Jesús, subió para el Padre. Jesús abrió el camino para nosotros y hace que Dios se quede de nuevo cerca de nosotros. 

4) Para la reflexión personal

• ¿Has tenido una experiencia que te ha dado una sensación de pérdida y de muerte? ¿Cómo fue? ¿Qué es lo que te ha dado nueva vida y te ha devuelto la esperanza y la alegría de vivir?
• ¿Qué cambio tuvo lugar en María Magdalena a lo largo del diálogo? María Magdalena buscaba a Jesús según un cierto modo y lo vuelve a encontrar de otra forma. ¿Cómo acontece esto hoy en nuestra vida? 

5) Oración final

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros, como lo esperarnos de ti. (Sal 32)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

2.- LOS PRIMEROS

Jn 1, 35-39

Un día después estaba allí de nuevo Juan y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, volvió a decir: He aquí el Cordero de Dios. Y puso así a dos de sus mejores discípulos en contacto con el Mesías.

En esto se revela también la grandeza de alma del Bautista y su amor y respeto hacia Jesús. Esta narración, la más detallada del evangelio de san Juan, tiene toda la apariencia de ser un recuerdo bien guardado en su memoria y en su corazón, como sucede con esos gratos acontecimientos que cambian el rumbo de una vida. Más adelante, nos dirá que uno de ellos era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Una antiquísima tradición señala que el otro discípulo era el propio Juan, el que nos narra estos sucesos. Otros datos –la viveza del relato, la tendencia del apóstol a quedar en el anonimato, etc.– así lo confirman.

El Bautista se quedó mirando a Jesús con toda atención. Se fija en Él con expresión de interés, para dirigir las miradas de Juan y de Andrés hacia Jesús que pasa. Es del todo probable que, después del testimonio del día anterior, Juan se hubiera extendido hablando del Señor. Y en los discípulos se encendería el deseo de conocerlo más y de tratarlo. Ahora, en una sola frase resume todas sus enseñanzas: He aquí el Cordero de Dios…, el Mesías esperado, parece decir. Y los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús.

Nunca se olvida el encuentro decisivo con Jesús. La llamada del Señor, ser recibido en el círculo de sus más íntimos, es la mayor gracia que se puede recibir en este mundo. Representa ese día feliz, inolvidable, en el que el hombre es invadido por la clara invitación del Maestro, ese don inmerecido que da sentido a la vida e ilumina el futuro, llenándolo de sentido. Hay llamadas de Dios que son como una invitación dulce y silenciosa; otras, como la de san Pablo, fulminantes como un rayo que rasga la oscuridad, y también hay llamadas en las que el Maestro pone sencillamente la mano sobre el hombro, mientras dice: ¡Tú eres mío! ¡Sígueme! Entonces, el hombre, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo (Mt), porque en él ha encontrado su tesoro[1]

San Juan nos relata con todo detalle este primer encuentro. Un poco más adelante, se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Era una pregunta muy directa. Quizá ellos mismos no sabían qué deseaban: lo buscaban todo, le buscaban a Él. De ahí la respuesta en forma de pregunta, que parece dirigida a ganar tiempo: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? El evangelista, junto a la traducción, ha querido dejar el nombre hebreo Rabí, que tanta fuerza tenía en su corazón[2]. Era el modo con el que más tarde se dirigirán a Él, y significaba algo así como «Maestro mío», o «Dueño mío». Será también el tratamiento que el pueblo sencillo aplique a Jesús.

El Señor les respondió: Venid y veréis. Fueron y vieron dónde vivía. Y permanecieron aquel día con Él. Es más, ya nunca se separaron de Él. En Jesús encontraron realmente todo lo que buscaban. San Juan, que escribe ya en la ancianidad, guardó para sí los recuerdos de aquel día memorable, y anota con precisión el momento de ese encuentro con el Maestro: era alrededor de la hora décima, hacia las cuatro de la tarde. Es como si nos dijera: allí comenzó todo. Esa hora revela en el que escribe todo un mundo de recuerdos.

El Bautista «perdió» aquel día a sus dos mejores discípulos, pero recibió sin duda una de las alegrías más grandes de su vida: ver cómo seguían a Jesús.


[1] «Toda la vida es un encuentro con Jesús: en la oración, cuando vamos a misa y cuando realizamos buenas obras, cuando visitamos a los enfermos, cuando ayudamos a un pobre, cuando pensamos en los demás, cuando no somos egoístas, cuando somos amables… en estas cosas encontramos siempre a Jesús. Y el camino de la vida es precisamente este: caminar para encontrar a Jesús». FRANCISCO PAPA, Homilía de 1-12- 2013.

[2] Rabí fue al principio un título honorífico y quedó reservado, más tarde, a los escribas. Era el maestro versado en el conocimiento de la Ley y de la tradición doctrinal, que enseñaba de modo gratuito. Estos maestros eran tenidos en tanta estima que se encomendaba a los discípulos que los honraran más que al padre y a la madre (E. SCHÜRER, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, vol. II, pp. 431 ss.).

Comentario – Martes I de Pascua

Protagonista del relato evangélico es María Magdalena, una mujer que amaba profundamente a Jesús y que le siguió no sólo hasta el Calvario, sino hasta el sepulcro. Junto al sepulcro, llorando, la representa el evangelista. Llora por la muerte de su Maestro y Señor. Llora mientras vela su cadáver; de él habla como si se tratara de su mismo Señor. Porque, cuando la preguntan: Mujer, ¿por qué lloras?, ella responde: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. En realidad, se trataba del cuerpo, ya cadáver, de su Señor. Pero ella habla con tal cariño de esta reliquia que parece identificarla con aquel a quien perteneció. Tampoco María, al encontrarse el sepulcro vacío del cadáver de Jesús, piensa en una posible resurrección. Reacciona más bien como si alguien le hubiese substraído el cuerpo de su Señor, privándole de ese resto que quedaba de él. Al darse la vuelta se encuentra con Jesús, pero ella no lo reconoce; más aún, le confunde con el hortelano, creyéndole responsable de la substracción. Señor –le dice-, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré. En este instante Jesús pronuncia su nombre (¡María!) y se produce el reconocimiento: Rabboni (Maestro). Ella intenta apresarlo con sus brazos y Jesús le dice: Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.

Resulta extraño que Jesús resucitado no sea reconocido de inmediato por personas que habían tenido tanta familiaridad con él y que habían dejado de verle apenas unas horas antes, y ello a pesar de lo desfigurado que hubiese podido quedar su rostro a consecuencia de las torturas de su Pasión. Todo parece indicar que el Jesús que se aparece tras la resurrección puede adoptar diferentes aspectos, aunque no por ello pierda las señas de su identidad personal, ni las señales de su crucifixión, ésas que dio a palpar a su discípulo Tomás. Su cuerpo ya no es un cuerpo mortal, sino glorioso, y teóricamente podría adoptar diferentes formas de visibilización. En cualquier caso se trata de un misterio que no creo que tenga fácil explicación. María lo reconoce más por la voz –cuando pronuncia su nombre- que por la vista, que le induce a confusión, puesto que lo toma por el hortelano. Y los discípulos de Emaus no llegan a reconocerle sino hasta el final del trayecto, después de haber tenido una larga conversación con él y tras verle realizar el gesto de la última Cena. Según estos datos se presentaba con un porte distinto al que había tenido con anterioridad, un porte que le permitía pasar desapercibido –como si fuera un simple hortelano o un peregrino de los muchos que transitaban por los caminos de Palestina- o no ser reconocido.

Pero cuando lo reconocen, desaparecen todas las dudas; intentan aferrarle y comunican a los demás su encuentro con el Resucitado como una experiencia visual y auditiva, incluso táctil. Al comunicar a los discípulos su experiencia, María se limita a decir: He visto al Señor y ha dicho esto. Lo reconoció más por el oído que por la vista; pero una vez reconocido se refiere en primer término a la captación visual del aparecido: He visto al Señor. A ésta se fueron sumando otras noticias de igual contenido: Hemos visto al Señor. Y todos llegaron a la convicción de que Jesús, el Maestro crucificado y sepultado, vivía; que no había que buscarle entre los muertos, en la tumba, porque ya no estaba allí, puesto que había resucitado. Y la presencia del Resucitado se hizo cada día más poderosa y convincente, hasta vencer todas las resistencias iniciales a creer en semejante suceso. Después será la presencia del Espíritu la que venga a suplir en cierto modo la de Jesús; pero no por eso dejan de anunciar que Dios Padre lo resucitó de entre los muertos y que vive de un modo nuevo, glorificado y elevado a la derecha del Padre a la vez que en esas formas sacramentales en las que hoy se hace presente. Sólo en estas presencias sacramentales nos es aferrable su humanidad ya ascendida con su persona hacia el Padre, su origen (en cuanto Hijo) y su Dios (en cuanto hombre). Ya subido a su Dios y Padre, podemos tocarle en cierto modo sólo en sus sacramentos. Ni siquiera disponemos ya de ese cuerpo glorioso que pudo palpar el apóstol Tomás. Pues bien, si queremos gozar de su presencia actual, hemos de vivir con fe de sus sacramentos. Otro camino no parece transitable.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

Capítulo III

Espiritualidad y Formación permanente del Obispo

“Ejercítate en la piedad… Procura, en cambio, ser modelo para los fieles en la palabra,
en el comportamiento
, en la caridad, en la fe, en la pureza…
No descuides el carisma que hay en ti… Vela por ti mismo y por la enseñanza;
persevera en esta disposición
(1 Tm 4, 7.12.16).

I. Jesucristo fuente de la Espiritualidad del Obispo

33. Jesucristo fuente de la espiritualidad del Obispo.

Con la consagración episcopal el Obispo recibe una especial efusión del Espíritu Santo que lo configura de manera especial a Cristo, Cabeza y Pastor. El mismo Señor, “maestro bueno” (Mt 19, 6), “sumo sacerdote” (Hb 7, 26), “buen Pastor que ofrece la vida por las ovejas” (Jn10, 11) ha impreso su rostro humano y divino, su semejanza, su poder y su virtud en el Obispo.(102) Él es la única y permanente fuente de la espiritualidad del Obispo. Por tanto, el Obispo, santificado en el Sacramento con el don del Espíritu Santo, es llamado a responder a la gracia recibida mediante la imposición de las manos, santificándose y uniformando su vida personal a Cristo en el ejercicio del ministerio apostólico. La configuración a Cristo permitirá al Obispo corresponder con todo su ser al Espíritu Santo, para armonizar en sí los aspectos de miembro de la Iglesia y, a la vez, de Cabeza y Pastor del pueblo cristiano, de hermano y de padre, de discípulo de Cristo y de maestro de la fe, de hijo de la Iglesia y, en cierto sentido, de padre de la misma, siendo ministro de la regeneración sobrenatural de los cristianos.

El Obispo tendrá siempre presente que su santidad personal no queda nunca a un nivel solo subjetivo, sino que en su eficacia redunda en bien de quienes han sido confiados a su cuidado pastoral. El Obispo debe ser alma contemplativa además de hombre de acción, de manera que su apostolado sea un contemplata aliis tradere. El Obispo, bien convencido de que a nada sirve la acción si falta el estar con Cristo, debe ser un enamorado del Señor. No olvidará, además, que el ejercicio del ministerio episcopal, para ser creíble, necesita de la autoridad moral que, conferida por la santidad de vida, sostiene el ejercicio de la potestad jurídica.(103)


102 Cf. Pablo VI, Homilía en Bogotá, 22 de agosto de 1968.

103 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 11.

Recursos – Ofertorio – Domingo II Pascua

PRESENTACIÓN DE UNA VESTIDURA BLANCA

(Esta ofrenda la puede hacer cualquier persona adulta de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Mira, Señor, siguiendo una antigua costumbre, en la que un día como hoy los bautizados y bautizadas en la Noche de la Pascua se desvestían las ropas blancas, símbolo de su bautismo, yo te traigo, en nombre mío y de toda la comunidad de bautizados y bautizadas, esta vestidura blanca, símbolo de la nueva vida y de la gracia bautismal. Queremos, por otra parte, comprometernos a vivir desde esa vida nueva que Tú nos regalaste, por el agua, el día de nuestro bautismo.

PRESENTACIÓN DE UNA LÁMPARA ENCENDIDA

(Hace la ofrenda una persona adulta de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Yo te traigo, Señor, esta candela encendida, símbolo de tu Hijo Resucitado, que reunió en torno a su luz a los primeros cristianos y cristianas en comunidades vivas. Te ofrecemos, en primer lugar, nuestros deseos de vivir y compartir seriamente en nuestra comunidad; y también, en segundo lugar, nuestras ganas de salir de ella para hacerte presente entre los hombres y mujeres, a través de nuestra palabra y nuestra vida. Para todo ello danos, Señor, tu gracia y fortaleza.

PRESENTACIÓN DE UN INSTRUMENTO DE LABORATORIO

(Puede presentar esta ofrenda otra persona adulta de la comunidad; mejor si es un profesor o una profesora, una persona dedicada a la investigación u otra labor similar)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Por mi parte, Señor, yo te traigo este instrumento de laboratorio. Es símbolo del desarrollo científico y técnico que ha logrado nuestra sociedad. Con esta ofrenda te queremos decir que estamos dispuestos y dispuestas a mirar más allá del conocimiento científico, que, por otra parte, reconocemos su importancia. Por tu parte, Señor, límpianos los ojos y el corazón, para que podamos descubrirte y contemplar tu rostro.

PRESENTACIÓN DE UNA PANCARTA, DONDE SE HAYA ESCRITO: «SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO»

(Hacen la ofrenda dos personas de la comunidad: si se ha traído en la procesión del comienzo, una persona la coge y lo enseña a la Comunidad de forma llamativa; la otra persona realiza la siguiente oración)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, nosotros hemos querido levantar bien en alto la confesión individual de cada uno y cada una de los miembros de esta comunidad, y queremos ofrecerte nuestra fe. Contestamos, así, al mejor don que Tú nos has hecho, porque creemos que la fe ni es un código de verdades solamente, ni nos afecta sólo a una dimensión de nuestra persona, sino que es nuestra confianza depositada en Ti, que nos hace ser, pensar, vivir, relacionarnos y comprender la historia y la realidad sólo desde Ti. Por eso, al regalo de la fe en tu Hijo, nosotros y nosotras te ofrecemos hoy todo lo que somos y tenemos.

PRESENTACIÓN DE LAS LLAGAS DE LA HUMANIDAD

(Esta ofrenda la hacen tres jóvenes de la comunidad. Dos de ellos, que han preparado previamente un resumen de los más serios problemas de la humanidad y de la sociedad en las que vivimos, los presentan por separado: El primero de ellos hace el resumen de los problemas del Tercer Mundo y el segundo, de los más cercanos a nosotros; es decir, de la sociedad occidental. El tercero de los jóvenes se encarga de hacer la ofrenda)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, nosotros y nosotras somos miembros jóvenes de esta comunidad, que se ha reunido para celebrar el triunfo de tu Hijo sobre la muerte, expresada hoy, en este mundo, a través de esa lista de problemas, que nosotros y nosotras hemos encontrado y que, seguro, no son los únicos que afectan a los hombres y mujeres de hoy. Hazte presente, Señor, y transfórmalos en vida, y no te olvides hacernos crecer a nosotros y a nosotras en amor y solidaridad para luchar contra ellos y transformarlos a la altura de tus deseos y tu voluntad.

PRESENTACIÓN DE LA COLECTA

(Si se cree oportuno y en consonancia con la primera lectura de este día, se podría hacer la COLECTA. Unos adultos de la comunidad recogen la colecta entre los participantes. Mientras tanto, se puede cantar: “Con vosotros está y no le conocéis” u otro canto similar. Finalizada la colecta, una persona de las que la han recogido hace la ofrenda, diciendo:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, ahí tienes el fruto de nuestra fraternidad. No tiene el valor y la radicalidad de la primitiva comunidad de Jerusalén, pero quiere ser el símbolo de nuestra preocupación por las personas más necesitadas de nuestra comunidad. Hoy te pedimos que incrementes en nosotros y en nosotras la sensibilidad respecto de los y las que más lo necesitan. Que no se nos escape ninguna situación de dolor y que seamos capaces de estar siempre cerca de ellos y de ellas personalmente y con los bienes que precisen.

Oración de los fieles – Domingo II de Pascua

Señor traemos ante ti todas nuestras increencias, rutinas, miedos y muertes, porque queremos que nos ayudes a resucitar contigo. Y como Santo Tomás repetimos:

R. ¡DIOS MÍO Y SEÑOR MIO!

1. – Por la Iglesia, herida con tanta incoherencia, con tanto egoísmo, con tanta falsedad de cuantos la formamos; para que viendo las marcas de la pasión de Cristo y la gloria de la Resurrección aceptemos con humildad nuestro camino.

OREMOS.

2. – Por el Papa, los obispos, los sacerdotes; para que su coherencia, su perdón, su entrega… haga que todos los que miramos hacia ellos podamos repetir la oración de Tomás.

OREMOS

3. – Por los pobres, los marginados, los que sufren situaciones de injusticia, cuyas heridas producimos con la mayor naturalidad, para que al cruzarnos con ellos nos hagan cambiar y confiar en nuestro Dios y Señor

OREMOS.

4. – Por las naciones, los pueblos, las familias y todos los que de alguna forma viven en guerra y fomentan la guerra y en especial en las tierras de Palestina; para que al ver las heridas que ellos mismos producen en el Cuerpo herido de Cristo se arrepientan.

OREMOS.

5- Por nosotros, para que seamos conscientes de que cuando hacemos daño a un hombre estamos hiriendo al Hijo de Dios y arrepentidos elevemos nuestra plegaria.

OREMOS.

Te pedimos Señor que nos ayudes a vivir en plenitud, entendiendo que de tus llagas nace el amor y la misericordia.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.


Jesús se presenta a sus apóstoles lleno de Vida y ofreciendo la paz. En su Iglesia con la fuerza del Espíritu que da la vida y nos trae la paz, presentamos estas súplicas al Padre diciendo:

R. – RESUCÍTANOS A LA VIDA NUEVA.

1.- Por la Iglesia para que sea siempre fiel a los mandatos de nuestro Señor.

OREMOS.

2.- Por los que rigen y gobiernan las naciones para que procuren la Paz y la concordia entre todos los pueblos.

OREMOS

3.- Por los misioneros, los mensajeros, los profesionales de la comunicación, para que sean fieles transmisores de la verdad y procuren sembrar la paz.

OREMOS

4.- Por los padres de familia y los educadores para sean justos y rectos en todos sus actos y así se manifieste la misericordia de Dios.

OREMOS

5.- Por los que celebramos con gozo la resurrección del Señor, para que el Espíritu guíe siempre nuestras acciones.

OREMOS

6.- Por los pueblos de misión para que descubran la Verdad, la Justicia y la Paz que nos trajo la resurrección de Cristo.

OREMOS

7.- Para que la Paz que nos dejó Jesucristo se extienda por todos los lugares de la tierra.

Danos, Padre, lo que tu pueblo pide confiado en el gran Amor que nos tienes.

Por Jesucristo Nuestro Señor,

Amén.

Comentario al evangelio – Martes durante la Octava de Pascua

A veces trato de imaginarme qué me dirías si me escribieras directamente una carta, cómo me saludarías, como me tratarías, qué me reprocharías. Mi mente me dice enseguida que no trate de imaginar, que la real carta de amor hoy me escribes a través de San Juan. Tu portavoz hoy nos cuenta la historia entrañable de una mujer enamorada de tu Hijo amado. Más bien la historia de tu Hijo Jesucristo que, una vez resucitado, quiere seguir presente con nosotros, que no se olvida de sus discípulos y discípulas.

Pero, ¿sabes, Padre?, nos resulta muy difícil hacernos cargo de lo que implica la resurrección. Nos cuesta mucho entender qué ha sucedido en ese acontecimiento único que es la resurrección de Jesús crucificado. María Magdalena siguió a tu Hijo Jesucristo hasta el Calvario. Lo quería mucho. No se resigna a su desaparición. Va al sepulcro. Llora la ausencia. Lo busca.

Por su parte, Jesucristo resucitado le sale al encuentro, se pone a su lado. Ella lo ve. Pero no lo reconoce. Lo confunde con el jardinero. Lo busca con pasión. Ella explica el motivo de su llanto. Pregunta al jardinero si él sabe dónde lo han puesto para ir a recogerlo.

Tu carta de amor hoy, Padre, me coloca ante la paradoja de la resurrección. El resucitado es el mismo Jesús, pero no es lo mismo. Solo si Él se revela, podemos reconocerlo. A María Magdalena se le da a conocer pronunciando su nombre: María.  Debió ser una voz muy, muy especial. Y también la voz de ella: Maestro mío.  Se realiza un encuentro inefable. Ella se siente confirmada y transformada en testigo. Y enviada a trasmitir la gran noticia: ¡He visto al Señor!

¿Qué me quieres decir en tu carta a través de este relato? Me recuerdas que el Mesías resucitado se hace presente; que es necesario buscarlo, llorar su ausencia. Pero sólo si él se da a conocer, tenemos la certeza de que es el mismo; sólo cuando Él pronuncia mi nombre, puedo reconocerlo de verdad y ser su testigo. Es Él quien abre los ojos, quien suscita en nosotros la fe.

En tu carta de hoy, Padre, me recuerdas que al Resucitado de entre los muertos sólo se la encuentra si Él suscita en nosotros la fe. La resurrección para nosotros acontece en la fe, pero no es una creación de nuestra fe. No es proyección de nuestros miedos, ni de nuestras alegrías. Es la irradiación de su cuerpo glorioso quien nos hace creyentes.

Gracias, Padre, por el don de tu Palabra. Y por el don de la fe.

Bonifacio Fernández, cmf