Vísperas – Jueves dentro de la Octava de Pascua

VÍSPERAS

JUEVES DENTRO DE LA OCTAVA DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: 1P 3, 18.21b-22

Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Lo que actualmente os salva no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Aleluya.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Aleluya.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que resucitó de entre los muertos el primero de todos, y supliquémosle, diciendo:

Tú que has resucitado de entre los muertos, escucha, Señor, nuestra oración.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia santa, edificada sobre el cimiento de los apóstoles y extendida hasta los confines del mundo:
— que tus bendiciones abundantes se derramen sobre cuantos creen en ti.

Tú, Señor, que eres el médico de nuestros cuerpos y de nuestras almas,
— levanta y consuela a los enfermos y líbralos de sus sufrimientos.

Tú que anunciaste la resurrección a los que yacían en las tinieblas del abismo,
— libra a los prisioneros y oprimidos, y da pan a los hambrientos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú, Señor, que en la cruz destruiste nuestra muerte y mereciste para todos el don de la inmortalidad,
— concede a nuestros hermanos difuntos la vida nueva de tu reino.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que has reunido pueblos diversos en la confesión de tu nombre, concede a los que han renacido en la fuente bautismal una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Jueves dentro de la Octava de Pascua

1) Oración inicial

¡Ho Dios!, que has reunido pueblos diversos en la confesión de tu nombre; concede a los que han renacido en la fuente bautismal una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 24,35-48
Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.» Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como no acababan de creérselo a causa de la alegría y estaban asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pescado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os dije cuando todavía estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras y les dijo: «Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. 

3) Reflexión

• En estos días después de Pascua, los textos del evangelio relatan las apariciones de Jesús. Al comienzo, en los primeros años después de la muerte y resurrección de Jesús, los cristianos se preocuparon de defender la resurrección por medio de las apariciones. Ellos mismos, la comunidad viva, era la gran aparición de Jesús resucitado. Pero en la medida en que iban creciendo las críticas de los enemigos contra la fe en la resurrección y que, internamente, surgían críticas y deudas al respecto de varias funciones en las comunidades (cf. 1Cor 1,12), ellos comenzarán a recordar las apariciones de Jesús. Hay dos tipos de apariciones: (a) las que acentúan dudas y resistencias de los discípulos en creer en la resurrección, y (b) las que llaman la atención sobre las órdenes de Jesús a los discípulos y las discípulas confiriéndoles alguna misión. Las primeras responden a las críticas venidas de fuera. Ellas muestran que los cristianos no son personas ingenuas y crédulas que aceptan cualquier cosa. Por el contrario. Ellos mismos tuvieron muchas deudas en creer en la resurrección. Las otras responden a las críticas de dentro y fundamentan las funciones y tareas comunitarias no en las cualidades humanas siempre discutibles, pero sí en la autoridad y en las órdenes recibidas de Jesús resucitado. La aparición de Jesús narrada en el evangelio de hoy combina los dos aspectos: las deudas de los discípulos y la misión de anunciar y perdonar recibida de Jesús.
• Lucas 24,35: El resumen de Emaús. De retorno a Jerusalén, los dos discípulos encontraron a la comunidad reunida y comunican la experiencia que tuvieron. Narran lo que aconteció por el camino y cómo reconocieron a Jesús en la fracción del pan. La comunidad reunida les comunica, a su vez, cómo Jesús apareció a Pedro. Fue un compartir mutuo de la experiencia de resurrección, como hasta hoy acontece cuando las comunidades se reúnen para compartir y celebrar su fe, su esperanza y su amor.
• Lucas 24,36-37: La aparición de Jesús causa espanto en los discípulos. En este momento, Jesús se hace presente en medio de ellos y dice: “¡La Paz esté con vosotros!” Es el saludo más frecuente de Jesús: “¡La Paz esté con vosotros!” (Jn 14,27; 16,33; 20,19.21.26). Pero los discípulos, viendo a Jesús, quedan con miedo. Ellos se espantan y no reconocen a Jesús. Delante de ellos está el Jesús real, pero ellos se imaginan que están viendo un espíritu, un fantasma. Hay un desencuentro entre Jesús de Nazaret y Jesús resucitado. No consiguen creer.
• Lucas 24,38- 40: Jesús los ayuda a superar el miedo y la incredulidad. Jesús hace dos cosas para ayudar a los discípulos a superar el espanto y la incredulidad. Les muestra las manos y los pies, diciendo: “¡Soy yo!”, y manda palpar el cuerpo, diciendo: “Porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.” Jesús muestra las manos y los pies, porque en ellos están las marcas de los clavos (cf. Jn 20,25-27). Cristo resucitado es Jesús de Nazaret, el mismo que fue muerto en la Cruz, y no un Cristo fantasma como imaginaban los discípulos viéndolo. El mandó palpar el cuerpo, porque la resurrección es resurrección de la persona toda, cuerpo y alma. La resurrección no tiene nada que ver con la teoría de inmortalidad del alma, enseñada por los griegos.
• Lucas 24,41-43: Otro gesto para ayudarlos a superar la incredulidad. Pero no basta. Lucas dice que por causa de tanta alegría ellos no podían creer. Jesús pide que le den algo para comer. Ellos le dieron un pedazo de pescado y él comió delante de ellos, para ayudarlos a superar la deuda.
• Lucas 24,44-47: Una llave de lectura para comprender el sentido nuevo de la Escritura. Una de las mayores dificultades de los primeros cristianos fue aceptar a un crucificado como siendo el mesías prometido, pues la ley misma enseñaba que una persona crucificada era “un maldito de Dios” (Dt 21,22-23). Por eso, era importante saber que la Escritura había anunciado ya “que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones”. Jesús les mostró que esto ya estaba escrito en la Ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos. Jesús resucitado, vivo en medio de ellos, se vuelve la llave para abrir el sentido total de la Sagrada Escritura.
• Lucas 24,48: Ustedes son testigos de esto. En esta orden final está la misión de las comunidades cristianas: ser testigos de la resurrección, para que quede manifiesto el amor de Dios que nos acoge y nos perdona, y querer que vivamos en comunidad como hijos e hijas suyos, hermanos y hermanas unos de otros. 

4) Para la reflexión personal

• A veces, la incredulidad y la duda se anidan en el corazón y procuran enflaquecer la certeza que la fe nos da ante la presencia de Dios en nuestra vida. ¿Has vivido esto alguna vez? ¿Cómo lo has superado?
• Ser testigos del amor de Dios revelado en Jesús es nuestra misión, es mi misión. ¿Lo soy? 

5) Oración final

¡Señor, dueño nuestro,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder? (Sal 8)

Comentario – Jueves dentro de la Octava de Pascua

Según los relatos evangélicos, las apariciones de Jesús se fueron sucediendo de manera imprevista en lugares y tiempos diversos. San Lucas refiere que mientras los dos de Emaus cuentan a los demás discípulos lo que les ha pasado por el camino y cómo llegaron a reconocerlo al partir el pan, Jesús de nuevo se presentó en medio de ellos y les saludó con el saludo pascual: Paz a vosotros. La aparición les pilla de sorpresa y les infunde temor. Creen ver un fantasma y, por tanto, un producto de su propia imaginación, una ‘fantasía’. Tienen, pues, la impresión de estar siendo víctimas de una alucinación; y Jesús tiene que confirmarles en la veracidad de su percepción sensible: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Y para certificar sus palabras les mostró las manos y los pies. Pero como no salían de su asombro y seguían atónitos, les pidió de comer, y ellos le ofrecieron un trozo de pez asado, y él lo tomó y comió delante de ellos. A continuación les dijo: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.

De nuevo la referencia a las Escrituras y a su cumplimiento, como veremos hacer después a todos los grandes teólogos de la antigüedad cristiana. Y Jesús se aplica a la misma operación de hacerles entender el contenido de estas Escrituras proféticas. Todo estaba escrito y, por tanto, previsto. Otra voluntad más grande que las voluntades humanas regía los designios de la historia. No había que alarmarse como si hubieran empezado a adueñarse del mundo, escribiendo su historia con trazos tenebrosos e infames, las fuerzas del mal. Estaba escrito que el Mesías, esto es, el ungido de Dios, habría de padecer hasta la muerte; pero también que habría de resucitar de entre los muertos al tercer día y que en su nombre habría de predicarse la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén, el lugar de su martirio y aparente fracaso y de su resurrección y triunfo.

Jesús presenta, pues, su muerte y resurrección como algo previsto por el Señor de la historia que no puede permitir en ningún caso la prevalencia del mal. La crucifixión de Jesús podía aparecer ante el mundo como el triunfo del mal sobre el bien o del pecado sobre la inocencia; pero aquélla no era el punto final de la historia de este movimiento iniciado por Jesús. Era sólo un final provisional. Porque a la crucifixión y muerte sucederá la resurrección al tercer día; y a ésta el testimonio de los testigos, de los que comieron y bebieron con Jesús tras su resurrección; y al testimonio, la predicación del perdón de los pecados y la llamada a la conversión, empezando por Jerusalén y, en consecuencia, por sus mismos jueces y verdugos, es decir, por todos aquellos que lo habían llevado a la cruz. ¿Cómo no iba a ofrecer el perdón a todos aquellos por quienes había pedido el perdón estando en el suplicio de la cruz: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen?

El mal que se había cebado con el Inocente quedaría anegado por poder de la resurrección y el agua balsámica del perdón que brotaba del sepulcro con el Resucitado. El mal no podía prevalecer sobre el bien. No sólo estaba escrito; es que el Dios, que es bondad por esencia, no lo podía permitir. Y Dios es tan poderoso que puede sacar siempre bien del mal; y es que ni siquiera el mal podría darse sin el bien de esa naturaleza en la que se da, como un accidente, o que lo produce, como un efecto. Toda naturaleza creada es buena; así lo proclama el Génesis: Y vio Dios que era bueno. Si esto es así, el mal no puede ser naturaleza creada, sino sólo efecto o accidente de la misma. Por eso tenemos esta convicción: Dios no puede permitir que este accidente arruine enteramente su obra. Si fuese así, desaparecería la misma naturaleza y con ella el mismo mal que es efecto de la misma. Pues bien, como no puede prevalecer el mal sobre el bien, hoy se sigue predicando en nombre de Jesús la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, incluyendo a los congregados en su Iglesia. Pero se sigue predicando, porque sigue habiendo pecados y, por tanto, mal; porque aún no se ha logrado la victoria definitiva sobre el mal, ni en el mundo ni en nosotros mismos. Jesús resucitado es nuestra esperanza. Apoyémonos en él y en su Espíritu y lo lograremos en su día.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

35. Espiritualidad mariana.

Del perfil mariano de la Iglesia la espiritualidad del Obispo asume una connotación mariana. El icono de la Iglesia naciente que ve a María unida a los Apóstoles y a los discípulos de Jesús, en oración unánime y perseverante, a la espera del Espíritu Santo, expresa el vínculo indisoluble que une a la Virgen con los sucesores de los Apóstoles.(106) Ella en cuanto madre, tanto de los fieles como de los Pastores, modelo y tipo de la Iglesia,(107) sostiene al Obispo en su empeño interior de configuración con Cristo y en su servicio eclesial. En la escuela de María el Obispo aprende la contemplación del rostro de Cristo, encuentra consolación en la realización de su misión eclesial y fuerza para anunciar el Evangelio de la salvación.

La intercesión materna de María acompaña la oración confiada del Obispo para penetrar más profundamente en la verdad de la fe y custodiarla íntegra y pura como lo estuvo en el corazón de la Virgen,(108) para reavivar su confiada esperanza, que ya ve realizada en la Madre de Jesús “glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma”,(109) y alimentar su caridad para que el amor materno de María anime toda la misión apostólica del Obispo.

En María, que “brilla ante el Pueblo de Dios peregrino en la tierra”,(110) el Obispo contempla lo que la Iglesia es en su misterio,111 ve ya alcanzada la perfección de la santidad a la que debe tender con todas sus fuerzas y la indica como modelo de íntima unión con Dios a los fieles que le han sido confiados.

María “mujer eucarística”(112) enseña al Obispo a ofrecer cotidianamente su vida en la Misa. Sobre el altar hará propio el fiat con el que la Virgen se ofreció a sí misma en el momento gozoso de la Anunciación y en aquel otro doloroso bajo la cruz de su Hijo.

Precisamente la Eucaristía, “fuente y culmen de toda la Evangelización”,(113) a la que están estrechamente unidos los Sacramentos,(114) será la que hará que la devoción mariana del Obispo sea ejemplarmente referida a la Liturgia, donde la Virgen tiene una particular presencia en la celebración de los misterios de la salvación y es para toda la Iglesia modelo ejemplar de escucha y de oración, de entrega y de maternidad espiritual.


106 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 14.

107 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 63.

108 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 67; 64.

109 Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 68.

110 Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 68.

111 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 972.

112 Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 53-58.

113 Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 5.

114 Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 5.

Un sacramento que debe iluminar nuestro anochecer

1.- Al anochecer de aquel día… Era de noche cuando Judas salió a traicionar a Jesús. Era de noche cuando Nicodemo fue a hablar con Jesús. Era de noche cuando José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo del Señor. Era anochecido cuando Jesús se aparece a sus discípulos juntos.

Al anochecer de aquel día, porque había anochecido en los corazones de los apóstoles por el miedo, la tristeza y sobre todo porque cuando Jesús mas los necesitaba “todos le abandonaron y huyeron”.

Al anochecer aquellos pobres hombres estaban encerrados, cabizbajos, paralizados, sin dar un paso en busca del Señor y es el Señor en el que los busca, entra, y se pone en medio de ellos, “que no es el hombre quien busca a Dios, es Dios el que anda siempre en busca del hombre.

Es el Señor el que entra, mira sus caras tristes, sondea sus corazones divididos y les ofrece su paz, la paz del perdón, la paz del olvido, la paz del reencuentro. Paz con Dios y paz consigo mismos. La paz de los hombres de buena voluntad aunque sean pecadores.

2.- Como el Padre me envió a hacer las paces entre el cielo y la tierra así os envío yo a dar a todos la paz del perdón: lo que desatéis quedará desatado. Y nace el sacramento de la penitencia, el Sacramento de la Paz. Un sacramento que debe iluminar nuestro anochecer.

¿Y por qué un sacramento instituido por Jesús como sacramento de paz, de alegría, del reencuentro, se ha convertido para muchos de nosotros en algo intranquilizador? Y a veces traba que nos separa por muchos años del reencuentro de Jesús en la Eucaristía, que nos mantiene en nuestro anochecer.

¿Por qué el Sacramento de la acogida cariñosa, de la alegría, se ha convertido en un potro, en una hoguera de la Inquisición y ha perdido toda alegre resonancia de Buena Nueva, de que Dios nos busca, olvida, perdona y nos quiere en paz?

¿Por qué los confesionarios son desagradables, cajas de resonancia de regañinas, amenazas, penitencias desproporcionadas, malos humores, caras de jueces avinagrados, donde se usa el sacacorchos o tiene uno la sensación de que le extraen una muela?

3.- Si los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor, es que la confesión debería ser:

— Jesús mirando con simpatía y cariño al joven que quiere seguirle

–Jesús diciendo a la adúltera “tampoco yo te condeno”

–Jesús aprendiendo en la debilidad humana a comprender y a dar la comprensión de Dios.

–Debe ser el Señor siempre tendiendo la mano.

— El Señor cerrando los ojos a todo, con tal de no apagar la mecha que aún humea, ni cobrar la caña que ya se dobla hacia el suelo

–Debe ser que Jesús que no ha venido a juzgar al mundo, sino a dar su vida por él.

–Jesús diciendo a los apóstoles que le han abandonado y traicionado “la paz sea con vosotros”

–Debe ser el Señor llenando de alegría el corazón de los suyos al verle.

En el sacramento de la penitencia se nos comunica el Espíritu Santo, ese que Jesús exhala sobre sus discípulos para que sepan perdonar, Espíritu que es por esencia AMOR. Que como dice la secuencia del día de Pentecostés es:

–brisa en las horas de fuego

–gozo que enjuga las lágrimas

–que riega la tierra en sequía

–sana el corazón enfermo.

Y los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor: Y nosotros debemos de llenarnos de alegría al reencontrarnos con el Señor en la confesión, donde Jesús vuelve a decirnos a cada uno “la paz sea contigo, la paz del olvido, la paz del perdón”.

José María Maruri, SJ

A los ocho días, llegó Jesús

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros! ». Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: «¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros». Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos». Tomás, uno de los doce, a quien llamaban «el Mellizo», no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Él les dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo». Ocho días después, estaban nuevamente allí dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Jesús llegó, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás contestó: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús dijo: «Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto». Otros muchos milagros hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Juan 20, 19-31
Juan 20, 19-31

PARA MEDITAR

Después de la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos tenían miedo de que ahora les mataran a ellos. Y cuando el miedo se apodera de nosotros, cuando en lugar de hacer las cosas pensando en lo que queremos conseguir y no en el miedo a lo que puede pasar es cuando sale lo peor de nosotros. Jesús, se aparece entre ellos, les desea la paz y les dice que no tengan miedo.
Y es entonces cuando comienza la historia de la Iglesia, cuando los apóstoles comienzan a ser y pensar de otra manera. Y, hoy en día, nosotros podemos ser cristianos porque primero los apóstoles y luego muchos otros fueron valientes para anunciar la palabra de Dios.

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • ¿Alguna vez has sentido miedo? Cuéntanos tu experiencia.
  • ¿Quiere Dios que vivamos con miedo, que actuemos con miedo? ¿Cómo superamos los cristianos los miedos que podamos tener?
  • Escribe un compromiso que te ayude a vencer esos pequeños miedos del día a día que a veces no nos dejan ser del todo nosotros mismos.

ORACIÓN

Y así estamos hoy aquí, como aquellos discípulos tuyos,
con miedos a la vida, a los cambios,
a tantas cosas…
pero en cuanto nos ponemos
en tu presencia
te oímos decirnos: PAZ CON VOSOTROS.
Te necesitamos, Señor, porque Tú
nos serenas por dentro,
nos llenas de tu Espíritu,
nos envías a liberar a la gente de sus culpas,
a disfrutar de tu perdón misericordioso
y a vivir libres.
Gracias, Jesús, una vez más vienes
a traernos tu paz,
vienes a traernos tarea y a llenar nuestra vida de sentido.
Quieres que llenemos el mundo
de tu PAZ.

Paz con vosotros

Estaban reunidos tus amigos,
asustados y llenos de miedo,
hasta que sintieron tu presencia

y te oyeron decir: PAZ CON VOSOTROS.
Inmediatamente recuperaron la calma.
Al momento recordaron que estaban
reunidos en tu nombre.
Sintieron tu fuerza y tu apoyo

y perdieron el miedo.

Se les habían escapado los sueños,
habían olvidado tus signos.
Y, al reunirse en tu nombre, se revitalizaron,
como nos pasa siempre al vivir la fe
en grupo.

Y así estamos hoy aquí, como aquellos
discípulos tuyos,

con miedos a la vida, a los cambios,
a tantas cosas…
pero en cuanto nos ponemos
en tu presencia
te oímos decirnos: PAZ CON VOSOTROS.
Te necesitamos, Señor, porque Tú
nos serenas por dentro,
nos llenas de tu Espíritu,
nos envías a liberar a la gente de tus culpas,
a disfrutar de tu perdón misericordioso
y a vivir libres.

Gracias, Jesús, una vez más vienes
a traernos tu paz,
vienes a traernos tarea y a llenar nuestra
vida de sentido.

Quieres que llenemos el mundo
de tu PAZ.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Domingo II de Pascua

• Los discípulos están reunidos en un mismo lugar (19 y 26), expresión de que son comunidad eclesial; como también lo será el «primer día de la semana», el domingo (las dos apariciones se producen en ese día), el día en que nos reunimos a celebrar que el Resucitado está entre nosotros. La importancia de la reunión la vemos en el hecho de que Tomás, cuando no está (24), se pierde lo que sucede.

• El «miedo a los judíos» (19) lo habíamos encontrado en pasajes como el del ciego de nacimiento (Jn 9,22).

• A pesar del «encierro» (19), el Resucitado toma la iniciativa y se hace presente en medio de los discípulos.

•  En esta iniciativa, Jesús da la paz (19), su paz, no la del mundo, tal como lo había anunciado (Jn 14,27).

• Mostrar «las manos y el costado» (20), que son los sitios con las marcas de la muerte en cruz, es una manera de incidir en que el Resucitado es el mismo que el Crucificado.

• La expresión «como el Padre» (21) o, en otros lugares, «como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15), señala lo que tiene que ser la vida del discípulo: dejarse modelar según Jesús, tal como lo ha hecho Él según el Padre.

• Lo que define a Jesús es la misión. También sus discípulos serán definidos por la misión que él les da (21) (Jn 17,18).

• La Iglesia reunida, la paz, la misión… todo empieza en la Pascua. Será el don del Espíritu lo que lo activará. El «soplo» de Jesús sobre los discípulos expresa que su resurrección da paso a una nueva creación: «El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló un aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo (Gn 2,7). Jesús había pedido al Padre que diera el «Defensor» a los discípulos (Jn 14,16), es decir, el que ha sido llamado a auxiliar, acompañar y ayudar, pero también a aconsejar y consolar e interceder. Es el Espíritu Santo. Con él llegan el recuerdo y el conocimiento (Jn 14, 26) que marcan el comienzo de la fe (Jn 7, 39). El Espíritu es, en Juan, un maestro que ilumina. Y es quien da al creyente su identidad propia de testigo de Jesús (Jn 15, 26-27). Podemos decir que el Espíritu es el verdadero autor del Evangelio, porque de Él viene el recuerdo de lo que Jesús dijo y la comprensión de este recuerdo.

• Las palabras de Jesús sobre el perdón (23) nos recuerdan las que recoge Mateo dirigidas a Pedro (Mt 16,19) y a toda la comunidad (Mt 18,18). Palabras en las que atar y desatar significan admitir y excluir en la comunidad. El Resucitado deja este don precioso en manos de la comunidad de los discípulos, portadora de la nueva vida al mundo.

• La bienaventuranza (29) dirigida por el Resucitado a los creyentes que no hemos conocido el Jesús histórico, da sentido al Evangelio y al hecho de evangelizar: dar testimonio a los que no han visto a Jesús para que puedan abrirse a la fe. Los que reciben el Evangelio son «dichosos» (29) porque la fe les permite «ver» lo que antes jamás habían visto. Éste es el «ver-juzgar» de la revisión de vida que lleva a «actuar».

• Los versículos 30-31 expresan la finalidad del libro.

Comentario al evangelio – Jueves dentro de la Octava de Pascua

Me haces muy feliz con tu diaria carta de amor. Estoy seguro de que no llego a comprenderte del todo. Pero me hace mucha ilusión intentarlo cada día un poco más. Ya sé que nuestra gramática humana no puede expresar todo lo que quisieras. Ya sé también que escribes tus cartas para todas las generaciones y, que, entre todos, vamos descubriendo tu Palabra en las palabras escritas. Reconocerás, Padre Dios, que tu acción de resucitar a Jesús crucificado de entre los muertos es una novedad tan desbordante, tan inaudita que nos cuesta mucho hacernos cargo de ella.

Tu cartero Lucas nos brinda hoy una narración de cómo quieres que nos hagamos cargo de la maravilla de la resurrección del Crucificado. A los primeros lectores de tu carta les resultaba incomprensible eso de resucitar; ellos entendían de inmortalidad, de espíritus y de ideas claras y distintas. Pero no les entraba en la cabeza lo de la resurrección de entre los muertos.

Tú les mostraste una forma donde inspirarse para entender. Por eso les abriste la inteligencia para entender las Escrituras y caer en la cuenta de la nueva forma de presencia. Cuando los discípulos estaban conversando el Resucitado se presentó en medio de ellos. Ellos se sintieron atemorizados y confundidos. Pensaban que se trataba de un espíritu.

El crucificado Resucitado se esfuerza en explicarles que no, que no es un espíritu, que es el mismo al que han visto morir como un condenado a muerte. Para hacérselo entender les muestra sus manos y sus pies heridos. “Soy yo en persona”. Les invita a mirar las manos y los pies. Por si fuera poco, el Resucitado añade otro gesto por el que podía ser reconocido. Come con ellos del pescado que tienen. Y lo hace delante de ellos.

El contenido de tu carta de amor, Padre, resulta difícil de comprender. Es el amor tu mensaje a través de las palabras. Por una parte, nos tienes dicho que la resurrección implica la superación de la muerte, del tiempo y del espacio; que el Resucitado es el exaltado y glorificado. Y, por otra parte, tiene manos y pies. Quiero entender que lo que quieres decirme es que el Resucitado es el mismo que fue crucificado, que no es otro distinto; que la resurrección no es negación de la cruz, sino su reafirmación y la revelación de su sentido último. Tu carta de hoy no es un relato histórico; es una invitación a explotar de alegría por la gran buena noticia de la resurrección del Mesías.

 Gracias, Padre, por tu amor incondicional

Bonifacio Fernández, cmf