I Vísperas – Domingo II de Pascua

I VÍSPERAS

DOMINGO II DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 9-10

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a traer en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. A los ocho días, estando cerradas las puertas, llegó el Señor y les dijo: «Paz a vosotros». Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A los ocho días, estando cerradas las puertas, llegó el Señor y les dijo: «Paz a vosotros». Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo que, resucitado de entre los muertos, destruyó la muerte y nos dio nueva vida, y digámosle:

Tú que vives eternamente, escúchanos, Señor.

Tú que eres la piedra rechazada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular,
— conviértenos a nosotros en piedras vivas de tu Iglesia.

Tú que eres el testigo fiel y veraz, el primogénito de entre los muertos,
— haz que tu Iglesia dé siempre testimonio de ti ante el mundo.

Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado,
— haz que todos nosotros seamos testigos de este misterio nupcial.

Tú que eres el primero y el último, que estabas muerto y ahora vives por los siglos de los siglos,
— concede a todos los bautizados, perseverar fieles hasta la muerte, a fin de recibir la corona de la victoria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que eres la lámpara que ilumina la ciudad santa de Dios,
— alumbra con tu claridad a nuestros hermanos difuntos.

Con la misma confianza que tienen los hijos con sus padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han renacido por el bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Sábado dentro de la Octava de Pascua

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos; mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que quienes han renacido por el bautismo obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Marcos 16,9-15
Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy forma parte de una unidad literaria más amplia (Mc 16,9-20) que trae una lista o un resumen de diversas apariciones de Jesús: (a) Jesús aparece a María Magdalena, pero los discípulos no aceptan su testimonio (Mc 16,9-11); (b) Jesús aparece a los dos discípulos, pero los demás no creen en el testimonio de ellos (Mc 16,12-13); (c) Jesús aparece a los Once, critica la falta de fe y les ordena que anuncien la Buena Nueva a todos (Mc 16,14-18); (d) Jesús sube al cielo y sigue cooperando con los discípulos (Mc 16,19-20).
• Además de esta lista de apariciones del evangelio de Marcos, hay otras listas que no siempre coinciden entre sí. Por ejemplo, la lista conservada por Pablo en la carta a los Corintios es bien diferente (1 Cor 15,3-8). Esta variedad muestra que, inicialmente, los cristianos no se preocupaban de probar la resurrección por medio de apariciones. Para ellos la fe en la resurrección era tan evidente y tan vivida que no había necesidad de pruebas. Una persona que se toma el sol no se preocupa de probar que el sol existe. Ella misma, bronceada, es la prueba misma de que el sol existe. Las comunidades, ellas mismas, al existir en medio de aquel imperio inmenso, eran una prueba viva de la resurrección. Las listas de las apariciones empiezan a aparecer más tarde, en la segunda generación, para rebatir las críticas de los adversarios.
• Marcos 16,9-11: Jesús aparece a María de Mágdala, pero los otros discípulos no creen en ella. Jesús aparece primero a María Magdalena. Ella fue a anunciarlo a los demás. Para venir al mundo, Dios quiere depender del seno de una joven de 15 o 16 años, llamada María, la de Nazaret (Lc 1,38). Para ser reconocido como vivo en medio de nosotros, quiso depender del anuncio de una chica que había sido liberada de siete demonios, ella también llamada María, la de Mágdala! (Por esto, era llamada María Magdalena). Pero los demás no le creen. Marcos dice que Jesús aparece primero a Magdalena. En la lista de las apariciones, transmitida en la carta a los Corintios (1 Cor 15,3-8), no constan las apariciones de Jesús a las mujeres. Los primeros cristianos tuvieron dificultad en creer en el testimonio de las mujeres. ¡Es una lástima!
• Marcos 16,12-13: Jesús aparece a los discípulos, pero los demás no creen en ellos. Sin muchos detalles, Marcos se refiere a una aparición de Jesús a dos discípulos, “que iban de camino por los campos”. Se trata, probablemente, de un resumen de la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, narrada por Lucas (Lc 24,13-35). Marcos insiste en decir que “tampoco creyeron en éstos”.
• Marcos 16,14-15: Jesús critica la incredulidad y manda anunciar la Buena Nueva a todas las criaturas. Por fin, Jesús aparece a los once discípulos y los reprende por no haber creído en las personas que lo habían visto resucitado. De nuevo, Marcos se refiere a la resistencia de los discípulos en creer en el testimonio de quienes han experimentado la resurrección de Jesús. ¿Por qué será? Probablemente, para enseñar tres cosas. Primero, que la fe en Jesús pasa por la fe en las personas que dan testimonio de él. Segundo, que nadie debe desanimarse, cuando la duda y la incredulidad nacen en el corazón. Tercero, para rebatir las críticas de los que decían que el cristiano es ingenuo y acepta sin crítica cualquier noticia, ya que los discípulos tuvieran mucha dificultad en aceptar la verdad de la resurrección.
• El evangelio de hoy termina con el envío: “Id por el mundo entero y proclamad a Buena Nueva a toda criatura.” Jesús les confiere la misión de anunciar la Buena Nueva a toda criatura. 

4) Para la reflexión personal

• María Magdalena, los dos discípulos de Emaús y los once discípulos: ¿quién tuvo mayor dificultad en creer en la resurrección? ¿Por qué? ¿Con quién de ellos me identifico?
• ¿Cuáles son los signos que más convencen a las personas de la presencia de Jesús en medio de nosotros? 

5) Oración final

El Señor tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. (Sal 66)

Hemos visto al Señor

OBSERVACIONES PREVIAS

  • Los ecos de la Pascua aún resuenan en nuestro corazón. No solo resuenan sino que están presentes, actualizándose constantemente, durante estos cincuenta días de celebraciones pascuales, porque «cerradas las iglesias, hay una capilla en cada casa».
  • Ser compañeros de Jesús (compañero = el que come el pan con otro) es vivir con él la vida-pasión-muerte y resurrección: no hay otro camino para el que quiere ser compañero del Señor. ¡A seguir caminando y luchando para hacer posible la VIDA!
  • «Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo pasó haciendo el bien (Hch 10, 38). También nosotros ungidos en nuestro bautismo… Pero ungidos para ser portadores de vida, de alegría, de esperanza. Y más en estos tiempos de pandemia.

     

PARA REFLEXIONAR

La Pascua: para vivir una vida nueva

“A los ocho días”. “El primer día de la semana”. Estas referencias del Evangelio nos ayudan a entender el domingo como el día de la resurrección, como el día de la reunión de la comunidad cristiana, una comunidad resucitada que vive a la luz de la Pascua.

Hoy se nos señala el ideal de vida de toda comunidad cristiana y el estilo que debe marcar la vida de cada uno de nosotros como testigos del Resucitado.

Escuchar la enseñanza de los apóstoles, como medio de formación en la vida cristiana. Vivir la comunión fraterna, expresada exteriormente en la comunión de bienes y la fracción del pan, que hace referencia a la celebración de la Eucaristía. Y la oración, tanto los momentos de oración personal, como los momentos comunitarios. La Pascua es el tiempo para reforzar estos ideales.

El trabajo, ayuda para el encuentro con el Resucitado

La Iglesia reconoce y valora el testimonio de muchos cristianos que anuncian la resurrección en el mundo del trabajo, contribuyendo a crear unas condiciones laborales que respeten la dignidad de cada persona. El Señor Jesús, también fue un trabajador y, en el trabajo, descubrió el proyecto del Padre. Convendría tener presente esta circunstancia que está en la base y condiciona nuestras vidas.

Hoy hemos leído: “Día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”. Nuestro trabajo como medio de hacer posible el encuentro con el Resucitado. Dios se nos da a conocer en medio de nuestras ocupaciones, de nuestro confinamiento. Donde están los cristianos evangelizando a través del desempeño de una profesión (sanitarios, enfermeros, servicios públicos, empleados…), allí también está Jesús Resucitado y la Iglesia “abriendo puertas” y dejando entrar el aire fresco del Espíritu, incluso, en las presentes circunstancias.

La confesión de Tomás

No todos los apóstoles siguieron el mismo proceso en su experiencia del Resucitado. Es más podríamos decir para cada uno preparó el Señor un modo de encuentro. El de Tomás fue un encuentro peleado, luchado, contrastado… “Si no veo no creo”. En la oración y en la comunión con los otros discípulos fue capaz de reconocer al Señor, fue capaz de “ver” las heridas de las manos, de los pies y del costado. Y eso le hizo creyente para siempre. Que la realidad de estos días nos ayude a encontrarnos con el Señor Resucitado.

PARA COMPROMETERSE

Los pies sobre los que caminamos como comunidad cristiana: formación, comunión, eucaristía y oración. He aquí la medida de nuestra implicación en la Pascua.

Donde están los cristianos dando testimonio a través del desempeño de una profesión (sanitarios, enfermeros, servicios públicos, empleados…) allí también está Jesús Resucitado y la Iglesia “abriendo puertas” y dejando entrar el aire fresco del Espíritu. ¡Cómo cuesta hoy decirlo y reconocerlo!

¡No tengáis miedo! Que demos testimonio con nuestra vida de la alegría de Cristo Resucitado. Nunca la muerte tendrá la última palabra. Y eso, también hay que afirmarlo en los duros momentos que estamos viviendo.

PARA REZAR

Siento, Señor, que hoy me preguntas con cariño:
¿Por qué crees?, ¿por qué intentas seguir mis caminos?

Porque me quieres, Señor,
quieres que mi fe no sea una rutina;
porque me quieres, Señor,
quieres que mi fe sea una aceptación incondicional de tu estilo de vida;
porque me quieres, Señor,

quieres que mi fe me renueve por dentro
y me haga cada día más libre.

Jesús resucitado,
que sienta la hondura de tu paz,
como prueba de que estás vivo en mí;
que sienta el entusiasmo de tu alegría
como prueba de que estás vivo en mí;

que sienta la urgencia de colaborar contigo,
como prueba de que estás vivo en mí;

que sienta la fuerza de tu Espíritu
como prueba de que estás vivo en mí.

Jesús resucitado, tú eres la respuesta a los interrogantes de mi vida.
Hazme portavoz de paz y esperanza,
también en estos tiempos de pandemia,
con las puertas y ventanas de mi alma bien abiertas

al dolor de la gente y al vacío de los que se nos han ido.

¡Señor mío y Dios mío!

Isidro Lozano

Comentario – Sábado dentro de la Octava de Pascua

El evangelista san Marcos, mucho más sobrio que los demás, nos ofrece en este pasaje un recuento de las apariciones del Resucitado, poniendo de relieve lo que se puede apreciar también en los demás relatos evangélicos: la resistencia a creer en el testimonio de los que dicen haber visto a Jesús vivo, tras su muerte y sepultura, y el envío que se desprende del hecho de la resurrección. También Marcos presenta a María Magdalena como primera testigo de las apariciones. Ella fue inmediatamente a anunciárselo a sus compañeros que, como era de esperar, estaban tristes y llorando; pero éstos, al oírla decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Tampoco creyeron a los dos de Emaús cuando anunciaron a los demás que habían estado con Jesús, que se les había aparecido en figura de otro. Aunque en figura de otro, estaban convencidos de que era Jesús. Por último, nos dice el evangelista, se apareció a los Once cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón.

Esta incredulidad consistía en no creer a los que decían haberle visto resucitado; por tanto, en no creer en el testimonio de sus compañeros de camino. Pero ahora, resuelto ya el impedimento de la incredulidad, se les pide que vayan por el mundo entero predicando el evangelio, es decir, anunciando que Cristo ha resucitado. Este anuncio, que es al mismo tiempo un testimonio, reclamará un acto de fe en los destinatarios del mismo. Los que antes se habían resistido a creer tendrán que exigir ahora un acto de fe a aquellos a quienes dirigían su anuncio. La fe parece responder a una cadena testimonial que se hace depender de los primeros testigos del Resucitado; pero, en último término, se apoya en el Dios que nos trasciende y nos sobrepasa; por tanto, en la autoridad y el poder del mismo Dios; porque los testimonios históricos estarán siempre sujetos a interpretaciones diversas y posibles falsificaciones.

No obstante, aquí nos encontramos con testigos que dan la vida; por consiguiente, testigos plenamente convencidos de la verdad de su testimonio. Esto es precisamente lo que nos hace ver el relato de los Hechos de los Apóstoles. Los testigos de la resurrección de Jesús sufrieron todo tipo de restricciones y prohibiciones; pero nada podía detenerles. Había que obedecer a Dios antes que a los hombres, por muy grande que fuera la autoridad de éstos. Además, no podían sino contar lo que habían visto y oído. Ellos creen en la verdad de sus percepciones sensibles y entienden que Dios ha dejado patencia de su voluntad y poder. Ante esta manifestación no caben resistencias ni indolencias. Tampoco caben los miedos ni las cobardías. Semejante arrojo sólo cabe en hombres convencidos y empujados por una fuerza de índole sobrehumana que pudiera confundirse con delirios y fanatismos cargados de irracionalidad. Pero la fe del que renuncia a la propia vida por vivir la vida del Resucitado tiene también su racionalidad; aunque no puede negarse que la fe nos sitúa en un nivel suprarracional, que percibe el fondo o la razón última de las cosas. Porque, si es verdad lo que creemos, existimos para la vida eterna, no únicamente para esta vida temporal. Ese norte tiene que orientar necesariamente los pasos de los creyentes en su andadura por este mundo. Que el Señor nos mantenga abiertos a este horizonte de vida.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

II. Las virtudes del Obispo

37. Las virtudes teologales.

Es evidente que la santidad a la que es llamado el Obispo exige el ejercicio de las virtudes, en primer lugar las teologales, porque, por su naturaleza, dirigen al hombre directamente a Dios. El Obispo, hombre de fe, esperanza y caridad, regule su vida sobre los consejos evangélicos y sobre las bienaventuranzas (cf. Mt 3, 12), de manera que también él, como fue ordenado a los Apóstoles (cf. Hch 1, 8), pueda ser testimonio de Cristo ante los hombres, documento verdadero y eficaz, fiel y creíble de la gracia divina, de la caridad y de las demás realidades sobrenaturales.

La oración de Tomás

1.- La respuesta de Tomás a Jesús resucitado –tras verlo– iba a dar origen a una de las hermosas y breves oraciones de la cristiandad. La jaculatoria «¡Señor Mío y Dios Mío!» la repetirían después miles y miles de hermanos en el momento de recibir la Sagrada Comunión. Y este hecho, no por muy repetido, pierde su sublime aroma. La creencia fuerte del descreído es a veces más importante que el sentimiento regular de seguimiento de muchos «creyentes de toda la vida». Sin duda, esa fue la segunda conversión de Santo Tomás.

Y es, asimismo, ese efecto importante de la «segunda conversión» lo que nos lanza a lo más alto. Hay, sin duda, que esperar la segunda conversión y no conformarse con la primera, aunque aquella tenga mucho de bella y entrañable. Después de muchos años de seguimiento hay un momento en el que todo se ilumina, crece y se perfila. Tomás tuvo la suerte de ver al Resucitado. Pero nosotros lo sentimos, lo tenemos cerca y la alegría de la Pascua inunda nuestros corazones en busca –sin duda– de la segunda conversión.

2.- El relato de Juan –como todos los del Discípulo amado– esta pleno de detalles y datos. Estaban las puertas cerradas, entro y se puso en medio. ¿Os lo imagináis? Puertas bien seguras por miedo a quienes habían matado a Jesús. Y entra. ¿Suponéis, amigos, el grado de sorpresa de los discípulos allí presentes? No es fácil. Pero el mensaje de paz del rostro querido del Maestro comunicó esperanza y alegría. La contemplación se hace difícil. Nos gustaría asistir a la escena, pero no es fácil. Les ofrece la paz y les envía a convertir al mundo. En esa escena se consolida la Iglesia de Dios con la llegada del Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados. Junto a la capacidad detallista de Juan, está su profundidad dogmática. Todo lo que necesitaba la Iglesia para su trabajo corredentor aparece en este trozo del Evangelio. Es, desde luego, la última pagina del evangelio de Juan y es el resumen de toda una narración, plena y profunda, escrita ya muchos años después del resto de los textos evangélicos. Juan quiere perfilar muchas circunstancias y planteamientos que habían sido atacados por las herejías, por las más tempranas herejías. La fe de Tomás, el mandato de evangelización, la capacidad de perdonar los pecados y sobre todo el epílogo sobre las muchas cosas que Jesús hizo. Es lógico, entonces, que dicho texto tenga tanta profundidad e, incluso, complejidad.

3.- En los Hechos de los Apóstoles se narra el ambiente de los primeros cristianos. Etapa deseada por todos y que a muchos nos gustaría que, en cierto modo, volviera. Los creyentes vivían unidos «y eran bien vistos por todo el pueblo». Hay un tiempo de fuerza pascual en esos primeros momentos que nos tiene que servir de ejemplo. Nosotros recorremos en estos días las primeras jornadas de la Pascua, ya con Jesús resucitado, llegamos a este II domingo de Pascua, y hemos construir nuestro «tempo» de paz y concordia, en el templo y en la calle. Hemos de actuar, en la medida, de lo posible como lo hacían los primeros cristianos de Jerusalén.

3.- San Pedro, en su carta, habla de que no hemos visto a Jesús y lo amamos. Y así es. La enseñanza trasmitida por los Apóstoles y sus herederos nos ha dado el conocimiento emocionante de Jesús. Y los elementos para reforzar una fe que, sin duda viene de la profundidad del Espíritu. Hay gracias especiales en estos tiempos de Pascua. Debemos aprovecharlas. Hemos de poner nuestra mirada espiritual en estos textos que tanto nos ofrecen. No podemos perder la oportunidad. Hemos de leerlos y meditarlos con entrega y esperanza.

Ángel Gómez Escorial

¡Ha resucitado el Señor!

1.- En cierta ocasión un evangelizador llegó a una gran ciudad y dejó amarrado, en el exterior de sus murallas, a un caballo que llevaba para su misión apostólica.

Comenzó su predicación sobre las verdades de la fe y, uno de los asistentes, le grito: “eso que Vd. dice no me lo creo”

Y el predicador añadió; esto que os enseño, es tan verdad como que hay un caballo detrás de aquellos muros al cual vosotros no veis, pero del cual os fiáis de que existe por mi palabra.

Santo Tomás, en este segundo Domingo de Pascua, representa a ese mundo nuestro que se fija y se deja llevar exclusivamente por lo palpable. Por aquello siente y bebe en su mano, se saborea en el paladar o se hace color frente a la mirada de los ojos. ¡Ha resucitado el Señor!

Y, como Santo Tomás, nos gustaría meter nuestras manos en su costado. Hurgar en los orificios que dejaron los clavos para, a continuación, salir corriendo y llevar la buena noticia de que Jesús no sólo murió sino que, además, sigue tan vivo como el primer día. ¡Ha resucitado el Señor!

2.- La mayor prueba de su triunfo sobre la muerte nos la dan aquellos que tuvieron la suerte de encararse frente a frente con aquel misterio que ha dado resplandor y un esplendor nuevo y alegre a nuestro futuro: aquellas mujeres que se acercaron temerosas al sepulcro.

El mayor respaldo a nuestra fe viene de aquellos hombres que, sin dudar un solo instante, lo dejaron todo para dispararse por los cuatro puntos cardinales pregonando aquella buena noticia: ¡es verdad…ha resucitado! ¡Ha resucitado el Señor!

3.- Y, muchos de nosotros, somos clonación de aquel Tomás que, no solamente no creía que Jesús había salido triunfante del sepulcro, sino que además no se fiaba ni un pelo de la palabra de sus amigos: “hemos visto al Señor”.

Ese Tomás se prolonga en nuestro tiempo y en el entorno que nos toca vivir y luchar, en aquellos/as que han tenido una experiencia religiosa pero que la dejaron ahogarse por el pragmatismo reinante o por pedir demasiadas razones al corazón.

Ese Tomás sigue exigiendo pruebas con tantos de nuestros hermanos que piden conversión a la Iglesia, signos de su fidelidad al Evangelio pero… que son incapaces de mirar por encima de sus debilidades, la grandeza que ella encierra, actualiza y conserva: ¡cristo muerto y resucitado! ¡Ha resucitado el Señor!

4.- Y muchos de nosotros, en medio de las sacudidas a las que estamos sometidos, seguimos creyendo en EL como valor supremo de nuestra vida cristiana, y como cumbre de todo lo que realizamos y celebramos en su nombre. No necesitamos ni queremos ecuaciones que nos lleven a una matemática exacta sobre la existencia de Dios. El corazón nos dice que Jesús está presente de una forma real y misteriosa en aquel que lo busca, lo vive, lo ama y se deja conquistar por El. ¡Ha resucitado el Señor!

5.- Como aquellos hombres y mujeres de entonces, seguimos siendo (con virtudes y defectos) los eternos entusiastas de la muerte y de la vida del Resucitado.

Hemos salido de una semana intensamente cristiana. Algunos nos dirán; eso que habéis vivido, si no lo vemos no lo creemos. No es cuestión de demostrar nada a nadie. Eso sí, leyendo la lectura de los Hechos de los Apóstoles de este día, hay una buena receta que, todo el que la llega a cocinar, a la fuerza ha de contar con muchos paladares bien dispuestos: constantes en el enseñar, vida de comunidad, un pan que se comparte, una oración que se vive, una unidad que se palpa y unos bienes que se ponen a disposición de los más necesitados. ¿Acaso esto no es la mejor manera de enseñar el costado, las manos y los pies de Cristo?

Y, si además lo sazonamos todo con mucha alegría, viviremos dando gloria y alabanza a Cristo porque –sin haber visto– somos dichosos y privilegiados por creer en El.

Ante una realidad que invita a silenciar la persona y el mensaje de salvación de la Pascua, nosotros como cristianos, tenemos un gran cometido y es -ni más ni menos- gritar a los cuatro vientos: Jesús Resucitado: ¡PRESENTE!

ORACION

AUNQUE NO TE VEA, CREERÉ, SEÑOR
Que frente a lo palpable, Señor, nunca me cerraré a lo invisible
Que, si no puedo medir, dejaré que Tú, Señor, lo hagas por mí
Que seré un privilegiado porque, aunque no te vea, sé que existes

Aunque no te vea, creeré, Señor
Que sigues vivo y operante en medio de tu pueblo

Que en la experiencia interna del corazón es donde hablas
Que en las manos abiertas es donde acaricias
Que en los pies que acompañan es donde te haces presente

Aunque no te vea, creeré, Señor
Porque, otros hace mucho tiempo, te vivieron y te vieron

Porque, otros hace mucho tiempo, te escucharon y te contemplaron
Porque, otros hace mucho tiempo, te tocaron
Porque, otro hace mucho tiempo, después de dudar, creyó

Aunque no te vea, creeré, Señor
En tu presencia real y milagrosa en la comunidad cristiana

En tu presencia misteriosa en la eucaristía
En tu presencia silenciosa en el caminar del hombre y de la Iglesia
En la alegría que produce el saber que Tú caminas a nuestro lado

Aunque no te vea, creeré, Señor
Aunque no se pueda comprobar tu existencia

Aunque otros se dejen llevar por lo que exclusivamente se pueda medir
Aunque otros afirmen que tus heridas ya cicatrizaron y se cerraron para siempre
Aunque el mundo, sabio e ignorante a la vez, no sepan entenderte ni acogerte
Aunque no te vea, creeré, Señor

Entre otras cosas, Señor, creeré porque Tú sólo eres capaz de dar un brillo y una luz especiales a mis ojos, para ver que sigues vivo aún habiendo estado muerto por nosotros.

Javier Leoz

No queremos que la Pascua termine

1. – Hoy celebramos la octava de Pascua. No queremos que la Pascua termine. Es un misterio que no se agota. Es el deseo de eternizar la fiesta. Algo más que un deseo. Cristo es la fiesta, Cristo es el día que no pasa.

Todas las oraciones y lecturas de la celebración de este domingo siguen teniendo un sentido bautismal-penitencial, y de resurrección.

La resurrección, la ascensión y la venida del Espíritu Santo (la difusión de la fuerza que mueve a Dios) se celebraban, originalmente, el mismo domingo de resurrección; sólo el deseo de ir desenvolviendo todo el misterio, todo el contenido teológico, involucrado en el acontecimiento de la resurrección de Cristo, fue creando las distintas celebraciones que ahora tenemos. Fue una forma de llenar con un nuevo sentido, adquirido en Cristo, fiestas judías y paganas de la época. La primera mitad del Evangelio de este domingo es un recuerdo de la época en que la resurrección, la ascensión-exaltación de Jesús como Señor y la difusión del Espíritu Santo se celebraban en la misma fecha.

El Bautismo era el único recurso que la primera comunidad cristiana tenía para el perdón sacramental de los pecados. Es a ese perdón al que se refiere la primera parte del Evangelio de la celebración dominical de hoy. La difusión del Espíritu Santo de la que también se habla allí se refiere a la que iba unida al Bautismo-Confirmación-perdón de pecados y renacimiento a una vida que conllevaba lo que se llamaba en ese tiempo la iniciación cristiana.

2. – Tomás nos representa a todos nosotros, porque o le creemos a los testigos primeros de la resurrección, la primera comunidad cristiana, o nos quedaremos sin creer, si exigimos experiencias personales nuestras para creer. No es que Tomás no creyera y los otros sí; el Evangelio nos dice claramente que ninguno de los doce apóstoles creía en la resurrección.

Según Lucas, los otros diez no creyeron ni siquiera después de haber visto y tocado a Jesús resucitado. El pecado de Tomás está no en no creer en Jesús o en su resurrección, sino en no creer a los otros diez apóstoles, que constituían la primera comunidad de seguidores inmediatos de Jesús. Aunque todos ustedes hayan visto, si yo no veo, no creo; aunque todos ustedes hayan tocado, si yo no toco, no creo, viene a decir Tomás.

La frase final de Jesús: «Bienaventurados los que sin ver creyeren», es una verdadera descalificación, por parte del mismo Jesucristo, a todo nuestro afán moderno de andar creyendo en apariciones extraordinarias. Una vez más, Jesús nos repite en la liturgia de este domingo: «Bienaventurados los que sin ver creyeren».

3.- La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos señala cómo debieran vivir los que dicen que han sido con-resucitados con Cristo por el bautismo. Los hermanos, los creyentes –aún no se ha acuñado el nombre de cristiano– están empezando a vivir una vida nueva, la de Cristo resucitado. El ideal es que los cristianos compartamos, por amor, cuanto tenemos y somos.

Entonces, como los primeros cristianos, como nos cuenta esa lectura primera, seremos bien vistos por todo el pueblo, porque nuestra vida será un testimonio, claramente visible, de lo que decimos creer. Decimos que somos una «comunidad», pero no ponemos ni tenemos nada en común cuando por amor lo compartamos todo se superará esa incoherencia que existe entre nuestra vida diaria y la fe que decimos profesar. ¿Cómo podríamos padecer de racismo, de xenofobia, de segregacionismo o de machismo, si creyéramos eficazmente en que en Cristo Jesús no hay hombre ni mujer, judío o griego, esclavo o libre, porque todos somos uno en Cristo Jesús? Porque Cristo no está dividido y todos somos miembros de su único cuerpo.

4. En la segunda lectura, san Pedro nos habla de cómo, por el bautismo-resurrección, hemos nacido de nuevo. Esta vida nueva se desarrolla en la esperanza, con metas e ideales elevados; en la fe que se prueba en las dificultades de cada día. La pascua es, pues, nacer y crecer en la vida de la fe, la esperanza y el amor.

El trozo de la primera carta de Pedro acaba subrayando el que somos gente que ama y cree en Cristo “sin haberlo visto” físicamente y sin exigir verlo. ¿Somos, como lo quiere Cristo y como lo quiere Pedro, de los bienaventurados porque creen sin haber visto?, o ¿exigimos milagrerismo sensacional, apariciones, señales raras, para creer? Recordemos que el milagro no crea la fe, sino que la presupone sólo quien tiene fe ve, en algo milagro.

Cristo esta en medio de nosotros. No contempla la vida como espectadores, desde fuera. Cristo esta en el centro de nuestra vida, de nuestro dolor, de nuestra alegría y nuestra esperanza. Esta realidad es un estilo de vida

¿Es nuestra vida diaria una señal visible de nuestra fe, que hace a otros posible y deseable hacerse cristianos, o es un anti-testimonio que haría avergonzarse a los apóstoles y primeros cristianos? ¿Es mi vida una vida comunitaria o vivo en el más escandaloso individualismo que pone a Cristo como pretexto para no compartir nada con nadie?

Antonio Díaz Tortajada

Alegría y paz

No les resultaba fácil a los discípulos expresar lo que estaban viviendo. Se les ve acudir a toda clase de recursos narrativos. El núcleo, sin embargo, siempre es el mismo: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo decisivo. Recuperan a Jesús lleno de vida.

Los discípulos se encuentran con el que los ha llamado y al que han abandonado. Las mujeres abrazan al que ha defendido su dignidad y las ha acogido como amigas. Pedro llora al verlo: ya no sabe si lo quiere más que los demás, solo sabe que lo ama. María de Magdala abre su corazón a quien la ha seducido para siempre. Los pobres, las prostitutas y los indeseables lo sienten de nuevo cerca, como en aquellas inolvidables comidas junto a él.

Ya no será como en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe. Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán que recordar sus palabras y actualizar sus gestos. Pero Jesús, el Señor, está con ellos, lleno de vida para siempre.

Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible. Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre para hablar de sentimientos, lo subrayan una y otra vez: el Resucitado despierta en ellos alegría y paz. Es tan central esta experiencia que se puede decir, sin exagerar, que de esta paz y esta alegría nació la fuerza evangelizadora de los seguidores de Jesús.

¿Dónde está hoy esa alegría en una Iglesia a veces tan cansada, tan seria, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco humor y humildad para reconocer sin problemas sus errores y limitaciones? ¿Dónde está esa paz en una Iglesia tan llena de miedos, tan obsesionada por sus propios problemas, buscando tantas veces su propia defensa antes que la felicidad de la gente?

¿Hasta cuándo podremos seguir defendiendo nuestras doctrinas de manera tan monótona y aburrida, si, al mismo tiempo, no experimentamos la alegría de «vivir en Cristo»? ¿A quién atraerá nuestra fe si a veces no podemos ya ni aparentar que vivimos de ella?

Y, si no vivimos del Resucitado, ¿quién va a llenar nuestro corazón?, ¿dónde se va a alimentar nuestra alegría? Y, si falta la alegría que brota de él, ¿quién va a comunicar algo «nuevo y bueno» a quienes dudan?, ¿quién va a enseñar a creer de manera más viva?, ¿quién va a contagiar esperanza a los que sufren?

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado dentro de la Octava de Pascua

Sabes muy bien, querido Dios, que nos cuesta mucho encender los ojos de la fe para verbalizar y dar sentido al gran acontecimiento que has realizado en tu Hijo del alma. Buscamos analogía, buscamos metáforas y comparaciones. Pero somos consciente de que la novedad del Resucitado no cabe en nuestra gramática humana.  Pero, admítelo, Padre, tus portavoces nos lo ponen difícil y complicado; nos hablan en el lenguaje de su tiempo y de su cultura. Tenemos que reinterpretarlo.  A través de ellos, hablas de la resurrección como exaltación: el Hijo humillado en la cruz es ahora exaltado a tu derecha. También te refieres a ella como glorificación de tu Hijo: el rechazado y profanado es ahora el glorificado. El muerto y sepultado es ahora el Viviente, la Vida; el descendido a las entrañas de lo humano es ahora ascendido a los cielos.  El crucificado como un esclavo es ahora el Kyrios.

Nos dices también que la resurrección de tu Mesías no es como la de Lázaro. No es la vuelta a esta vida mortal y temporal. No es despertar del sueño. No es despertar después de estar anestesiado. No es revivificación del cadáver. Es la llegada a tu abrazo eterno con su misma humanidad de Hijo.

Pero especialmente en tu carta nos recuerdas que el Resucitado no nos deja solos ni abandonados. Que viene al encuentro de los suyos, les da su Espíritu. Y les confía la prosecución de su misión. Para que no lo envidemos, nos recuerdas una lista de las apariciones del Resucitado a distintas personas: María magdalena, los dos de Emaús, los Once discípulos, que se convierten en testigos. Al mismo tiempo no haces un reproche: la incredulidad.  Y es que es tan desbordante, deslumbrante e inaudita la noticia, que necesitamos tiempo para que nuestros ojos se habitúen a esa luz. Y nuestro corazón pueda sentir esa gran esperanza.

Gracias, Padre, por la maravilla de la resurrección de tu Hijo. Él es nuestra esperanza.

Bonifacio Fernández