Vísperas – Jueves II de Pascua

VÍSPERAS

JUEVES II DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo! Amén.

SALMO 71: PODER REAL DEL MESÍAS

Ant. Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. Aleluya.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. Aleluya.

SALMO 71

Ant. Él será la bendición de todos los pueblos. Aleluya.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba;
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él será la bendición de todos los pueblos. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. Jesucristo es el mismo ayer y hoy, siempre. Aleluya.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesucristo es el mismo ayer y hoy, siempre. Aleluya.

LECTURA: 1P 3, 18. 22

Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya, aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya, aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El que cree en el hijo posee la vida eterna. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que cree en el hijo posee la vida eterna. Aleluya.

PRECES

Alabemos y glorifiquemos a Cristo, a quien Dios Padre constituyó fundamento de nuestra esperanza y garantía de nuestra resurrección, y aclamémosle suplicantes:

Rey de la gloria, escúchanos.

Señor Jesús, tú que con tu propia sangre y por tu resurrección entraste en el santuario de Dios,
— llévanos contigo al reino del Padre.

Tú que por la resurrección robusteciste la fe de tus discípulos y los enviaste al mundo,
— haz que los obispos y presbíteros sean fieles heraldos de tu Evangelio.

Tú que por la resurrección eres nuestra reconciliación y nuestra paz,
— haz que todos los bautizados vivan en la unidad de una sola fe y de un solo amor.

Tú que por la resurrección diste la salud al lisiado del templo,
— mira con bondad a los enfermos y manifiesta en ellos tu gloria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que por la resurrección fuiste constituido primogénito de los muertos que resucitan,
— haz que los difuntos que en ti creyeron y esperaron participen de tu gloria.

Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Te pedimos, Señor, que los dones recibidos en esta Pascua, den fruto abundante en toda nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Jueves II de Pascua

1) Oración inicial

Te pedimos Señor, que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 3,31-36

El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que resiste al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él.»

3) Reflexión

• En el mes de enero hemos meditado el texto de Juan 3,22-30, que nos habla del último testimonio de Juan Bautista respecto a Jesús. Era la respuesta que Jesús da a sus discípulos, y en el cual vuelve a afirmar que él, Juan, no es el Mesías sino solamente el precursor (Jn 3,28). En aquella ocasión, Juan dijo aquella frase tan bonita que resume su testimonio: «¡Es necesario que él crezca y que yo disminuya!» Esta frase es el programa de todos los que quieren seguir a Jesús.

• Los versículos del evangelio de hoy son, de nuevo, un comentario del evangelista para ayudar las comunidades a comprender mejor todo el alcance de las cosas que Jesús hizo y enseñó. Aquí tenemos otra muestra de aquellos tres hilos de los que hablamos ayer.

• Juan 3,31-33: Un refrán que vuelve siempre. A lo largo del evangelio de Juan, muchas veces aparece el conflicto entre Jesús y los judíos que contestan las palabras de Jesús. Jesús habla a partir de lo que oye del Padre. Es transparencia total. Sus adversarios, por no abrirse a Dios y por agarrarse a sus propias ideas aquí sobre la tierra, no son capaces de entender el significado profundo de las cosas que Jesús vive, dice y hace. Al final, este malentendido llevará a los judíos a detener y condenar a Jesús.

• Juan 3,34: Jesús nos da el Espíritu sin medida. El evangelio de Juan usa muchas imágenes y símbolos para significar la acción del Espíritu. Como en la creación (Gen 1,1), así el Espíritu baja sobre Jesús «como una paloma, venida del cielo” (Jn 1,32). ¡Es el inicio de la nueva creación! Jesús dice las palabras de Dios y nos comunica el Espíritu sin medida (Jn 3,34). Sus palabras son Espíritu y vida (Jn 6,63). Cuando Jesús se despide, dice que enviará a otro consolador, a otro defensor, para que se quede con nosotros. Es el Espíritu Santo (Jn 14,16-17). A través da su pasión, muerte y resurrección, Jesús conquistó el don del Espíritu para nosotros. A través del bautismo todos nosotros recibimos este mismo Espíritu de Jesús (Jn 1,33). Cuando apareció a los apóstoles, sopló sobre ellos y dijo: «¡Recibid el Espíritu!» (Jn 20,22). El Espíritu es como el agua que brota de dentro de las personas que creen en Jesús (Jn 7,37-39; 4,14). El primer efecto de la acción del Espíritu en nosotros es la reconciliación: «A quienes perdonan los pecados, quedarán perdonados; a quienes no perdonaréis sus pecados, quedarán atados» (Jn 20,23). Es Espíritu nos es dado para que podamos recordar y entender el significado de las palabras de Jesús (Jn 14,26; 16,12-13). Animados por el Espíritu de Jesús podemos adorar a Dios en cualquier lugar (Jn 4,23-24). Aquí se realiza la libertad del Espíritu de la que habla San Pablo: «Donde está el Espíritu allí hay libertad» (2Cor 3,17).

• Juan 3,35-36: El Padre ama al hijo. Reafirma la identidad entre el Padre y Jesús. El Padre ama al hijo y entrega todo en sus manos. San Pablo dirá que en Jesús habita la plenitud de la divinidad (Col 1,19; 2,9). Por esto, quien acepta a Jesús y cree en Jesús ya tiene la vida eterna, porque Dios es vida. Quien no cree en Jesús se pone a sí mismo fuera.

4) Para la reflexión personal

• Jesús nos comunica el Espíritu, sin medida. ¿Has tenido alguna experiencia de esta acción del Espíritu en tu vida?
• Quien cree en Jesús tiene vida eterna. ¿Cómo acontece esto en la vida de las familias y de las comunidades?

5) Oración final

Bendeciré en todo tiempo a Yahvé,
sin cesar en mi boca su alabanza;
Gustad y ved lo bueno que es Yahvé,
dichoso el hombre que se acoge a él. (Sal 34,2.9)

Alegría en las fiestas (Alegría)

Las fiestas se han hecho para promover la alegría espiritual, y esa alegría la produce la oración; por lo cual en día festivo se han de multiplicar las plegarias (Santo Tomás, Sobre los mandamientos, 1c., 245).

La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. Por esto el salmista invita a toda la creación a celebrar la resurrección de Cristo, al decir que hay que alegrarse y llenarse de gozo en este día en que resucitó el Señor (San Máximo de Turín, Sermón 53).

Ciertamente, la alegría cristiana debe caracterizar toda la vida, y no solo un día de la semana. Pero el domingo, por su significado como día del Señor resucitado, en el cual se celebra la obra divina de la creación y de la «nueva creación», es día de alegría por un título especial, más aún, un día propicio para ejercitarse en la alegría, descubriendo sus rasgos auténticos (san Juan Pablo II, Carta Apost. Dies Domini, 31-V-1998, n. 57).

Comentario – Jueves II de Pascua

En su diálogo con Nicodemo, Jesús insiste en la veracidad de su testimonio, que hace coincidir con la veracidad de Dios puesto que en él habla el mismo Dios. El que viene de lo alto está por encima de todos –decía-. El que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierraEl que viene del cielo está por encima de todos. Jesús alude a un misterioso origen de lo alto o del cielo que le sitúa por encima de todo el que tiene origen terreno. Y no es que él no haya nacido en la tierra –el mismo evangelio da testimonio de su nacimiento en la ciudad de Belén-; pero su origen primero lo pone en el cielo, que es la morada propia de Dios, su Padre.

De nuevo, encontramos aquí una referencia implícita a su filiación divina. Jesús tiene conciencia de su origen divino: él procede de Dios Padre como Hijo. Este origen le permite sentirse por encima de todos; y desde esta conciencia da testimonio. Su testimonio es, por tanto, fruto de una experiencia que implica conciencia de su origen divino. Jesús da testimonio de lo que ha visto y ha oído; pero, siendo un testimonio tan basado en la experiencia, nadie lo acepta, quizá porque la experiencia de los que recibimos el testimonio dista tanto de la del que lo da; de ahí que nos parezca increíble, porque increíble resulta que un hombre proceda del cielo y no de la tierra –aun contando con la hipótesis «científica» del origen extraterrestre de la vida en la tierra-.

Es verdad, resulta increíble; pero el que acepta este testimonio certifica la veracidad de Dios; porque Dios está manifestando su verdad en él, ya que el que viene de Dios como enviado por Él habla sus mismas palabras. En las palabras de Jesús está hablando el mismo Dios que no puede engañarse ni engañarnos, que es veraz. Su testimonio es, pues, manifestación y certificación de la veracidad de Dios, porque en él están las palabras de Dios, que son portadoras de su espíritu o de su ser, un espíritu sin medida, ya que éste es el espíritu que da Dios. Dios se da sin medida en su Hijo y en las palabras de su Hijo. Entre ambos hay una relación de amor y de confianza difícil de imaginar: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano.

Por eso la autoridad del Hijo está por encima de toda autoridad humana. Esta conciencia explica muchas de las actitudes de Jesús en presencia de los fariseos, o del sumo sacerdote, o de Pilato, o de Herodes. Es la conciencia que le hace sentirse por encima de todos; ello sin embargo no le hace ser menos humilde; al contrario, realza aún más su humildad y le engrandece todavía más en su humillación hasta la muerte y muerte de cruz. Siendo el testimonio de Jesús la expresión de la veracidad de Dios, debe ser creído para obtener lo que Dios quiere dar. Por eso es tan importante la fe, porque la fe es la puerta para la obtención del don divino. Sin fe, la recepción del don de la salvación sería algo involuntario y quizá despreciado o menospreciado. ¿Y cómo llamar salvación a algo que no aprecia el que la recibe?

Para llegar a poseer la vida eterna, que es el don que se nos promete, es preciso creer en ella; y para creer en ella hay que creer en el testimonio del Hijo que procede del cielo, morada del Dios eterno y, por tanto, de la vida –también eterna- de ese Dios. El que no crea al Hijono verá la vida, puesto que no creerá en ella, ni la deseará, ni la pedirá, ni la esperará, y en consecuencia no le será dada. Esta carencia de vida, que no es tanto una privación cuanto una no-donación, es esa ira de Dios que se hará presente en el que, por falta de fe, desprecia el don. La ira de Dios no es propiamente un castigo divino sobrevenido a resultas del desprecio inherente a la incredulidad, sino la consecuencia lógica del que por falta de fe rechaza la «increíble» vida que se le quiere dar. No nos expongamos a vivir en esta carencia por ese estúpido orgullo que alimenta nuestra incredulidad.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

42. La fortaleza y la humildad.

Puesto que, como escribe san Bernardo, “la prudencia es madre de la fortalezaFortitudinis matrem esse prudentiam –”,(123) es necesario que el Obispo se ejercite también en ella. Necesita, en efecto, ser paciente al soportar las adversidades por el Reino de Dios, y valiente y firme en las decisiones tomadas según la recta norma. Gracias a esa fortaleza el Obispo no dudará en decir con los Apóstoles “no podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20) y, sin temor alguno de perder el favor de los hombres,(124) no dudará en obrar valientemente en el Señor contra cualquier forma de prevaricación y de prepotencia.

La fortaleza debe templarse con la dulzura, según el modelo de quien es “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Al guiar a los fieles, el Obispo procure armonizar el ministerio de la misericordia con la autoridad del gobierno, la dulzura con la fuerza, el perdón con la justicia, consciente de que “ciertas situaciones, en efecto, no se superan con la aspereza o la dureza, ni con modales imperiosos, sino más con la educación que con las órdenes, más con la exhortación que con la amenaza”.(125)

Al mismo tiempo, el Obispo debe actuar con la humildad que nace de la conciencia de la propia debilidad, la cual – como afirma San Gregorio Magno – es la primera virtud.(126) En efecto, sabe que tiene necesidad de la compasión de los hermanos, como todos los demás cristianos, y que tiene como ellos la obligación de preocuparse por la propia salvación “con temor y temblor” (Flp 2, 12). Además, la cotidiana cura pastoral, que ofrece al Obispo mayores posibilidades de tomar decisiones según la propia discreción, le presenta también más ocasiones de errar, aunque sea en buena fe: esto le lleva a ser abierto al diálogo con los demás e inclinado a pedir y aceptar sus consejos, dispuesto siempre a aprender.


123 San Bernardo, De Consideratione, 1, 8.

124 Cf. San Gregorio Magno, Regula Pastoralis, II, 4.

125 Cf. San Agustín, Epist. I, 22.

126 Cf. San Gregorio Magno, Epist. VII, 5.

El encuentro con el resucitado nos devuelve la ilusión

1.- Los discípulos de Emaús se retiraban a su aldea «decepcionados». Se habían venido abajo las expectativas que habían puesto en Jesús de Nazaret. Su muerte era la culminación de «un fracaso». La huída a su aldea es una expresión de su búsqueda de la tranquilidad. Les faltó fe en que las palabras de Jesús se iban a hacer realidad. Muchas veces también nosotros nos hemos sentido cansados o frustrados. La gran tentación es huir y refugiarse en lo seguro. ¿Quién nos sacará de esta situación?.

2.- Es el propio Jesús en persona el que sale al encuentro de los discípulos y se pone a «caminar con ellos». Sus ojos no eran capaces de reconocerlo, pero al menos dejaron que aquél desconocido se acercara a ellos. Aquí comienza su conversión, no se cerraron sino que se desahogaron sus inquietudes con aquel acompañante anónimo. El les explicó las Escrituras y les hizo ver que sus expectativas eran falsas. Este es el problema que tenemos nosotros también. Nos hemos fabricado una serie de proyecciones sobre Dios y la Iglesia y nos cuesta reconocer que los caminos de Dios son diferentes a los nuestros. Sólo desde la humildad y la la escucha de la Palabra podemos recuperar la ilusión perdida ante la sensación de fracaso. «¡Qué torpes sois para comprender y qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas!». El segundo paso de la conversión es dejarse iluminar por la Palabra de Dios.

3.- Los discípulos se sienten a gusto y comienzan a replantearse sus posturas iluminados por la Palabra. Esta Palabra de vida les lleva a la súplica y al reconocimiento: «¡Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo!». Es entonces cuando «al partir el pan» terminan por reconocer su presencia. Es en la Eucaristía donde también nosotros podemos encontrarnos con el Resucitado. Tenemos que sentir su presencia real y vivificante entre nosotros. A ellos «se les abrieron los ojos». El partir el pan es todo un signo de lo que Jesús hizo en la Ultima Cena, de cómo se entregó hasta partirse y repartirse por nosotros. Todo un gesto de amor.

4.- Los discípulos cambiaron su trayectoria, abandonaron la dirección de la aldea para volver a Jerusalén. Es decir, volvieron a sus raíces, a encontrarse con la comunidad donde todo comenzó. Los que andamos cansados y frustrados debemos invertir el rumbo de nuestro caminar.

Es preciso dejar nuestro cómodo «refugio» para volver a la fe en el resucitado y al encuentro con los hermanos. Es volver a retomar la misión y asumirla con valentía y entusiasmo. El gran anuncio de Pedro el día de Pentecostés es que «Dios resucitó a Jesús». Esta certeza transforma la vida de los discípulos. Así nace la comunidad cristiana, así nace la Iglesia. La Palabra de Dios nos da vida, la Eucaristía es fuente y cima de la vida cristiana, la comunidad nos sostiene y alienta. Son las tres bases fundamentales de nuestra vida de fe. Así lo ha destacado recientemente Juan Pablo II en su encíclica «Eclesia de Eucharistia»: «No se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la Sagrada Eucaristía». El Papa así lo vivió y así lo predicó. Y sus obras y su entrega a todos muestran el fervor con que vivió hasta el final de sus días la presencia de Jesús resucitado en la Eucaristía.

José María Martín, OSA

Lo reconocieron al partir el pan

Aquel mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos trece kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos; mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: «¿De qué veníais hablando en el camino?». Se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido en ella estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucifi caron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. Por cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dejado asombrados: fueron muy temprano al sepulcro, no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición de ángeles que dicen que vive. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a él no lo vieron».

Entonces les dijo: «¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?». Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras. Llegaron a la aldea donde iban, y él aparentó ir más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día». Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado. Y se dijeron uno a otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Se levantaron inmediatamente, volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que decían: «Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón». Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan.

Lucas 24, 13-35

PARA MEDITAR

En el Evangelio de hoy podemos ver como Jesús acompaña a dos discípulos en su camino hacia Emaús. Los acompaña de una forma personal y les hace muchas preguntas y les dice cosas que les hace pensar. No les da las respuestas a todas las cosas, sino que permite que ellos vayan haciendo su propio camino. Es un ejemplo de como nosotros podemos a ayudar a otras personas a hacer su propio camino de fe.

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • Escribe el nombre de una persona que te haya ayudado a ser una persona creyente.
  • ¿Qué destacas de lo que Jesús hace con los dos discípulos de Emaús?
  • Escribe el nombre de una persona a la que puedas ayudar a ser creyente y toma un compromiso..

ORACIÓN

Dos de tus amigos van de camino,
serios, preocupados,
quizá, dando vueltas, cada uno
en su cabeza, a lo suyo.
De vez en cuando comentan
sus nostalgias… hablan de Ti,
del hueco que les has dejado,
de que te echan en falta.
Tú, de pronto, caminas a su lado,
y te metes en la conversación
y les resultas extraño, porque les hablas de los profetas.
¡Cuántas veces andamos así, Señor,
por la vida!
Preocupados, incluso buscándote,
pero sin encontrarte.
Haz que nuestras conversaciones
sean más profundas,
que no gastemos tanta energía en tener razón sino en llegar a acuerdos
y, sobre todo, que sepamos mirar al otro a los ojos y verte,
que Tú estás siempre en el hermano…
en el que camina la vida a nuestro lado.

Vamos de camino

Dos de tus amigos van de camino,
serios, preocupados,
quizá, dando vueltas, cada uno
en su cabeza, a lo suyo.
De vez en cuando comentan
sus nostalgias… hablan de Ti,
del hueco que les has dejado,
de que te echan en falta.
Tú, de pronto, caminas a su lado,
y te metes en la conversación
y les resultas extraño, porque les hablas
de los profetas.

¡Cuántas veces andamos así, Señor,
por la vida!
Preocupados, incluso buscándote,
pero sin encontrarte.
Haz que nuestras conversaciones
sean más profundas,
que no gastemos tanta energía en tener
razón sino en llegar a acuerdos
y, sobre todo, que sepamos mirar al otro
a los ojos y verte,
que Tú estás siempre en el hermano…
en el que camina la vida a nuestro lado.

Nos gustan las grandes disertaciones más
que los encuentros.
Compartimos trabajo, comidas, viajes
y no nos contamos qué nos pasa.
Estamos cerca, muy cerca, juntos todo el día,
pero no hablamos de nosotros
desde el hondón del alma.
Enséñanos a partir y compartir la vida,
de verdad, no sólo la juerga, el aperitivo
y la última noticia, no, Señor;
de las que ayudan a ser y a vivir,
de las que se parecen a las tuyas,
que al marcharte notaban tu vacío
y se sentían envueltos en Dios.
Quédate con nosotros, para que seamos
tu presencia en nuestro mundo.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Domingo III de Pascua

• Estos dos discípulos (13), a diferencia de lo que sucede en otros relatos de apariciones, no reconocen a Jesús enseguida (16). Esto es una indicación de que para el encuentro con el Resucitado (31), no basta con la experiencia sensible. «Los ojos» de la fe «abiertos» (31), que miran lo que se ha experimentado, son absolutamente necesarios.

• Los dos se dirigen a Emaús, cuando ya ha resucitado el Maestro. Ellos algo han oído (24, 9.11), pero no se lo creen. Su situación anímica es de decepción, tristeza, abatimiento,… habían puesto su esperanza en Jesús como liberador de Israel, peor la muerte en cruz los ha desconcertado. Huyen de la ciudad, quizás temerosos de que les alcance la tragedia del Gólgota… y de repente se les agrega un viajero. Se cumple lo dicho en Mt 18,20: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.

• No caminan en silencio… trazan una historia de la vida del Maestro con énfasis en la pasión y muerte (19-24). Terminado este informe, Jesús les explica las Escrituras (la Historia del pueblo elegido, los Salmos, los Profetas), ofreciéndoles así la clave de todo lo acaecido en estos días: “era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria” (24,26). Esta explicación exegética de la Escritura les “enciende” el corazón (24,36) y les “ilumina” la mente (24,35); y la idea de un Mesías triunfante (nacional y político) queda sustituida por la del Mesías sufriente, Siervo de Yahvé anunciado por Isaías (Is 53,3ss).

• Las referencias del texto a la celebración eclesial de la Cena del Señor indican que la Eucaristía es lugar privilegiado de encuentro con Cristo Resucitado. Es en la Eucaristía —cuando reunidos en comunidad hemos presenciado los gestos de Jesús en la Última Cena y se nos ha repartido su pan— donde nos damos cuenta de que Él nos acompaña en el camino de la vida.

• Esta escena, que el Evangelista sitúa en el domingo de la Resurrección —»aquel mismo día» (13) se refiere al domingo (1) —expresa el proceso que puede hacer cualquier persona y que muchos lo hemos hecho o lo estamos haciendo: el proceso que lleva a descubrir que el Resucitado está presente en su vida; a descubrir (31) que ya estaba antes, cuando no lo reconocíamos (16). Es el proceso de la fe. Un proceso que se hace a través de alguien que acompaña en el camino (15ss), a través de la escucha de la Palabra, (27) y que ilumina la vida compartida (17-24), a través de los gestos-acciones-sacramentos (29-32), y  a través del testimonio compartido en la reunión de los que ya habían hecho esta experiencia (33-35).

• Este proceso descrito en la escena de Emaús es el que hará la persona que no conoce a Cristo y a la cual alguien se le acerca por el camino, para hacer camino juntos. El militante cristiano está llamado a acercarse a compañeros y compañeras del propio ambiente (trabajo, estudio, barrio…) para ser este acompañante.

• Aunque también es el proceso de los que, habiéndole ya conocido, necesitan redescubrirlo continuamente. Esto lo hacemos en la revisión de vida y en la Eucaristía dominical: acompañados por otros, escuchando juntos la Palabra, actuando y celebrando el sacramento, reuniéndonos en Iglesia-con la Iglesia. En fin, el evangelista presenta una síntesis de su-nuestra fe en Jesús.

• La misión: la experiencia del encuentro con Jesús los lanza de nuevo al camino. No importa la oscuridad de la noche. Se ha desvanecido el pesimismo de antes. Han releído “lo de Jesús” con las claves del Antiguo Testamento. Les urge contar a los demás la experiencia que han vivido. Tienen que volver a la COMUNIDAD y decirles a todos que el Señor Ha Resucitado.

Comentario al evangelio – Jueves II de Pascua

El Evangelio de Juan repite incansablemente que Jesús es el enviado del Padre para dar testimonio de Él: “No vine por mi cuenta, sino que él me envió” (Jn 8,42). En su libro Teología de la Revelación, René Latourelle, presenta a Jesús como testigo por excelencia: “Manifiesta lo que ha visto y oído en el seno del Padre, y nos invita a la obediencia de la fe. Forma un grupo de testigos, los apóstoles. Éstos dan testimonio de la vida y de la enseñanza de Cristo. Invitan a todos los hombres a creer lo que ellos vieron, oyeron y experimentaron del Verbo de vida”. El testimonio, según Latourelle, une las almas entre sí a través de la historia. Así mismo, el testimonio vincula también el tiempo con la eternidad.

El cristianismo es la religión del testimonio, porque asegura la comunicación interpersonal y revela el misterio de la persona de Cristo. Por eso, los discípulos, en continuidad a la enseñanza de Jesús, son testigos de que el Padre ha resucitado su Hijo Jesús de los muertos y lo constituyó Salvador del mundo. En este sentido, podemos decir que nuestra religión es fundamentalmente una profesión de fe en Jesús resucitado y en su mensaje.

Como hemos visto en los Hechos de los Apóstoles, los primeros discípulos de Jesús no temen en anunciar las enseñanzas de Jesús y a denunciar los que hicieron alianzas con un sistema de muerte. Por eso, los apóstoles fueron llevados a juicio, interrogados y presos por el sumo sacerdote. Y no dudaran en responsabilizar incluso al sumo sacerdote: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero” (Hch 5,29-30).

¡Qué distinto es la actitud de los apóstoles después de la resurrección de Jesús! Son hombres libres, hablan con firmeza, testimonian la fe con mucha vitalidad. Así debe ser los discípulos de Jesús, renacidos de lo alto. No debemos intimidarnos con las cosas del mundo, sino testimoniar con nuestra vida lo que Cristo resucitado hizo en nosotros. Dar testimonio no es sólo narrar, sino hacer vida con las palabras que decimos, pues el testimonio compromete al testigo. Nuestra palabra debe tener la fuerza suficiente para substituir la experiencia para el que no ha visto. Esta fuerza no es otra que el Espíritu Santo, que “Dios da a los que lo obedecen”.

Eguione Nogueira, cmf