II Vísperas – Domingo III de Pascua

II VÍSPERAS

DOMINGO III DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. El Señor envió la redención a su pueblo. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor envió la redención a su pueblo. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Aleluya. Reina nuestro Dios, gocemos y démosle gracias. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Aleluya. Reina nuestro Dios, gocemos y démosle gracias. Aleluya..

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

RESPONSORIO BREVE

R/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

R/ Y se ha aparecido a Simón.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, explicó a los discípulos lo que se refería a él en toda la Escritura. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, explicó a los discípulos lo que se refería a él en toda la Escritura. Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, el Señor, que murió y resucitó y ahora intercede por nosotros, y digámosle:

Cristo, Rey victorioso, escucha nuestra oración.

Cristo, luz y salvación de todos los pueblos,
— derrama el fuego del espíritu santo sobre los que has querido fueran testigos de tu resurrección en el mundo.

Que el pueblo de Israel te reconozca como el Mesías de su esperanza
— y la tierra toda se llene del conocimiento de tu gloria.

Consérvanos, Señor, en la comunión de tu Iglesia
— y haz que esta Iglesia progrese cada día hacia la plenitud que tú le preparas.

Tú que has vencido a la muerte, nuestro enemigo, destruye en nosotros el poder del mal, tu enemigo,
— para que vivamos siempre para ti, vencedor inmortal.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo Salvador, tú que te sometiste incluso a la muerte y has sido elevado a la derecha del padre,
— recibe en tu reino glorioso a nuestros hermanos difuntos.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Acoger la fuerza del Evangelio

Dos discípulos de Jesús se van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. Cuando lo han visto morir en la cruz, en su corazón se ha apagado la esperanza que habían puesto en él. Sin embargo continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?

Mientras conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado con pasión les parece ahora un caminante extraño.

Jesús se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué les está sucediendo. Más tarde dirán: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Los caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarle marchar: «Quédate con nosotros». Durante la cena se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el gran mensaje de este relato: cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en nosotros la esperanza perdida.

Durante estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a poco se les ha ido convirtiendo en un personaje extraño e irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a predicadores y catequistas.

Sin duda, la homilía de los domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente insuficiente para que las personas de hoy puedan entrar en contacto directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo, encontrarse con Jesús.

¿No ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros, mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de Jesús?

Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio. Hoy es posible. Esto es lo que se pretende con la propuesta de los Grupos de Jesús.

 

José Antonio Pagola

El camino que vence a la tristeza

Parece claro que esta catequesis de Lucas responde a la que era, probablemente, la mayor inquietud de aquellos primeros discípulos: ¿cómo entender que Dios hubiera permitido la muerte violenta de Jesús?; ¿no sería esa una señal de que se trataba de un falso profeta? Si realmente era el “Hijo de Dios”, ¿no habría venido Dios en su ayuda? “Nosotros esperábamos…”, confiesan desde su decepción. Pues bien, a esa frustración y a todos esos interrogantes, la catequesis responde: “era necesario”, ya estaba anunciado en las Escrituras.

Es sabido que esta lectura sería “elaborada” por la teología posterior, dando lugar a interpretaciones absolutamente deformadas de la muerte de Jesús y del significado de la cruz. Hasta el punto de que cruz y muerte se entenderían como la condición necesaria para que Dios pudiese perdonar el pecado de los “primeros padres”, mostrando la imagen de un Dios ofendido y vengativo que habría exigido “reparar” en Jesús, a través del dolor, la “ofensa” o pecado de Adán y Eva.

Desde nuestra perspectiva, podemos ver que se trataba sencillamente de una interpretación “intencionada” -en cierto modo, si se entiende bien, “inventada”-, a la que recurrió la primera comunidad para explicarse el “escándalo” de la cruz. Pero el texto no se detiene aquí, sino que parece invitar a los creyentes el camino para encontrarse con el Resucitado: acoger a los desconocidos.

Y aquí entramos ya en un principio de sabiduría universal: la humanidad se salva de la decepción gracias al encuentro con los demás. Al compartir el camino y acoger a las personas, notamos que nuestro corazón empieza a “arder” y vuelve la alegría. Porque la alegría –como la felicidad– no tiene un sujeto individual; solo es posible en la experiencia de comunión, cuando es compartida.

¿Vivo la acogida y la comunión como gozo?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo III de Pascua

La aparición del Resucitado a los discípulos de Emaus es una bella catequesis pascual. Tales discípulos, casi anónimos, tienen fuerza de prototipo. Representan la desilusión y la desesperanza. Caminan marcados por el fracaso significado en la cruz en que han clavado a su Maestro. La cruz ha puesto fin no sólo a la carrera del profeta de Nazaret, sino también a sus esperanzas y expectativas de futuro. Porque ellos habían esperado mucho de él: Esperaban que fuera el futuro libertador de Israel.

Pero ese libertador futuro en el que habían depositado todas sus esperanzas era a la sazón un cadáver. Hablan en pasado porque consideran que su futuro ha quedado enteramente clausurado por la piedra del sepulcro. Lo único que les queda es el recuerdo, pero un recuerdo que les sume en la añoranza y en la tristeza. Por eso quieren olvidar; porque sin este olvido terapéutico les será imposible reencontrarse con un pasado anterior o inventar un nuevo futuro. El camino que les lleva desde Jerusalén a Emaus no es tanto un camino de búsqueda (aunque también puede serlo), cuanto de huida, una huida que persigue el olvido. Huyen de la ciudad que mata a los profetas, y con ellos la esperanza de renovación y de vida que les acompaña. La huida tiene como objetivo el olvido, que es el mejor antídoto contra el dolor, la pena o la melancolía producidos por el recuerdo del pasado más reciente. No obstante, parecen no poder desprenderse de él, pues no dejan de lamentar el final de esta hermosa historia de amistad y de seguimiento.

Pero Jesús, el amigo y el maestro en el que habían puesto tantas esperanzas, no les ha abandonado como ellos creen, ni yace en el sepulcro como ellos imaginan. Se acerca a los decepcionados caminantes como un peregrino más, y ellos aceptan gustosos su compañía y le permiten introducirse en su conversación e inmiscuirse en sus vidas. Primero, intentan ponerle al corriente de lo acaecido y se admiran de que no le hayan llegado noticias de hechos tan clamorosos como los de los últimos días. Pero cuando el caminante toma la palabra y empieza a esclarecer el significado de estos hechos, ellos callan. Lo que oyeron fue una verdadera catequesis sobre el misterio de lo acaecido: la pasión y muerte de su Maestro. Empezaron a comprender el por qué de esa muerte, el por qué de su entrega -puesto que en ella había también voluntariedad- y sufrimiento, el verdadero sentido de su breve paso por este mundo. Bastaba leer con detenimiento el cántico de Isaías sobre el siervo de Yahvé, una figura expiatoria (la de aquel que cargó con el pecado de muchos), para comprenderlo. Pero ellos, torpes y necios para creer lo anunciado por los profetas, no habían hecho esta lectura.

Aquellas palabras del caminante desconocido que iban desentrañando el significado de los últimos acontecimientos, fueron calando en ellos hasta dejar en su interior efectos luminosos y caloríficos, pues con la claridad mental les sobrevino también el calor afectivo que reclamaba su apesadumbrado corazón. La esperanza fue deslizándose progresivamente en sus corazones hasta adueñarse de ellos e impregnarles del calor vital del que estaban tan necesitados. Tanto bien les hicieron aquellas palabras que, al llegar a su destino, le piden que se quede con ellos, porque atardece; en realidad, porque desean que su amable y fructífera compañía se prolongue y su misteriosa intimidad -esa intimidad que tanta luz y calor atesora- se les haga mucho más manifiesta.

El peregrino acepta la invitación y se sienta con ellos a la mesa. No sólo está dispuesto a compartir con ellos su palabra, sino también su pan y su vida. Jesús, haciendo funciones de anfitrión y no de invitado, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio, rememorando lo que había hecho en la última cena. En ese preciso instante, nos dice el relato evangélico, se les abrieron los ojos y empezaron a ver lo que antes no veían, porque la ausencia de esperanza se lo impedía. Reconocieron en él a Jesús resucitado: reconocieron vivo al que creían muerto. Pero al momento del reconocimiento desapareció de su vista.

El surgir de la fe (reconocimiento) significó el fenecer de la visión (desaparición), como indicando que no pueden coexistir ambas cosas, fe y visión, porque la presencia de una implica necesariamente la ausencia de la otra. Creer y ver a la vez el mismo objeto resulta incompatible, porque si se cree no se ve y si se ve no se cree. Su desaparición parece decirles que, a partir de ese momento, tendrán que aprender a vivir en la fe, con su sola presencia invisible, sin apariciones, y sin más apoyos que los sacramentos, esos signos (palabra, pan, agua, aceite) en los que se hará visible su ya invisible humanidad gloriosa.

Así hemos de vivir nosotros, los sucesores de aquellos discípulos: de su palabra: una palabra que esclarece los misterios de la vida humana, que ofrece claves de interpretación para leer los acontecimientos, incluido el de la propia muerte, que permite entender la historia (personal y colectiva) como historia de salvación; esa palabra nos irá preparando el corazón para el encuentro culminante con el Resucitado en la comunión eucarística, en la que Cristo, representado por el sacerdote, tomará entre sus manos el pan, lo partirá y lo dará a comer, entregándose a nosotros en cuerpo, alma y divinidad, pues ese pan partido y donado es el mismo Cristo ofrecido en comunión para dar vida.

Tras el encuentro con el Resucitado, aquellos discípulos volvieron sobre sus pasos camino de Jerusalén, ciudad que había dejado de ser para ellos lugar de la decepción y del fracaso para convertirse en punto de partida de la mejor noticia posible para el mundo: que Cristo, el futuro libertador de Israel, estaba vivo, había logrado vencer a la muerte. Y con esta noticia, promotora de esperanza, se presentan aquellos discípulos en la ciudad desde la que habían iniciado poco antes un camino de huida y de olvido. Allí se encuentran a los demás discípulos que habían tenido experiencias similares; y la noticia compartida de la resurrección del Señor hizo renacer en ellos la esperanza y la alegría.

Así tendríamos que salir nosotros de nuestro encuentro con el Resucitado: alegres y esperanzados. Y deseosos de comunicar esta noticia al mundo entero, empezando por los más próximos geográfica y afectivamente hablando. Ante esta noticia, nada pueden las noticias de muerte; pues la buena noticia proclama la victoria misma sobre la muerte. Por tanto, ni siquiera las noticias de muerte pueden arrebatarnos la esperanza de vida que se encierra en el evangelio de la resurrección. Pero creer en esta noticia es también tomar conciencia de que hemos sido rescatados –a precio de la sangre del Redentor- de un proceder inútil para proceder como lo que somos, es decir, como cristianos, porque tales hemos renacido en nuestro bautismo. Ello implica tomar en serio nuestras renuncias y promesas bautismales, esas renuncias y promesas que renovamos, haciéndolas cada día más nuestras, en la Vigilia Pascual.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

45. La pobreza afectiva y efectiva.

Para testimoniar el Evangelio ante el mundo y ante la comunidad cristiana, el Obispo con los hechos y con las palabras debe seguir al Pastor eterno, el cual “siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Co 8, 9).(129) Por tanto, deberá ser y aparecer pobre, será incansablemente generoso en la limosna y llevará una vida modesta que, sin quitar dignidad a su oficio, tenga sin embargo en cuenta las condiciones socio-económicas de sus hijos. Como exhorta el Concilio, trate de evitar todo lo que pueda de cualquier modo inducir a los pobres a alejarse, y aún más que los otros discípulos del Señor, trate de eliminar en las propias cosas toda sombra de vanidad. Disponga la propia habitación de manera tal que ninguno pueda juzgarla inaccesible, ni deba, incluso si es de humilde condición, encontrarse en ella a disgusto.(130) Simple en su porte, trate de ser afable con todos y no ceda nunca a favoritismos con el pretexto del rango o de la condición social.

Se comporte como padre con todos, pero especialmente con las personas de humilde condición: sabe que, como Jesús (cf. Lc 4, 18), ha sido ungido con el Espíritu Santo y enviado principalmente para anunciar el Evangelio a los pobres. “En esta perspectiva de compartir y de sencillez, el Obispo administra los bienes de la Iglesia como el buen padre de familia y vigila para que sean empleados según los fines propios de la Iglesia: el culto de Dios, la manutención de sus ministros, las obras de apostolado y las iniciativas de caridad con los pobres”.(131)

Hará oportunamente testamento, disponiendo que, si le queda algo proveniente del altar, vuelva enteramente al altar.


129 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 20.

130 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 17.

131 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 20.

Lectio Divina – Domingo III de Pascua

En el camino de Emaús
Encontrar la llave que abre el significado de la Escritura
Lucas 24,13-35

1. Oración inicial

 Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.

Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura

a) Una clave de lectura:

Leamos el texto en el que Lucas nos presenta a Jesús que interpreta las Escrituras. Durante la lectura tratemos de descubrir cuáles son los diversos pasos del proceso de interpretación seguido por Jesús, desde el encuentro con sus discípulos en el camino hacia Emaús, hasta el reencuentro de los discípulos con la comunidad de Jerusalén.

b) Una división del texto para ayudar a la lectura:

Lc 24,13-24: Jesús trata de averiguar la realidad que hace sufrir a los discípulos
Lc 24,25-27: Jesús ilumina la realidad de los dos discípulos con la luz de la Escritura
Lc 24,28-32: Jesús comparte el pan y celebra con los discípulos
Lc 24,33-35: Los dos discípulos regresan a Jerusalén y comparten su experiencia de la resurrección con la comunidad.

c) El texto:

13-24: Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que dista sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó a ellos y caminó a su lado; pero sus ojos estaban como incapacitados para reconocerle. Él les dijo: «¿De qué discutís por el camino?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí éstos días?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.»
Lucas 24,13-35

25-27: Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.
28-32: Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le rogaron insistentemente: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Entró, pues, y se quedó con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su vista. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
33-35: Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan.

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Cuál es el punto que te ha gustado más y porqué?
b) ¿Cuáles son los pasos de interpretación de la Escritura seguida por Jesús, desde el encuentro con los dos amigos por el camino, hasta el regreso de los discípulos a la comunidad de Jerusalén?
c) ¿Cuál es la situación en la que Jesús encuentra a los discípulos?
d) ¿Cuáles son las semejanzas y cuáles las diferencias entre la situación de los dos discípulos y nuestra situación actual? ¿Cuáles son hoy los factores que ponen en crisis nuestra fe y nos causan tristeza?
e) ¿Cuál fue el resultado en la vida de los dos discípulos de la lectura de la Biblia hecha por Jesús?
f) ¿En qué puntos la interpretación hecha por Jesús critica nuestra manera de leer la Biblia y en qué puntos la confirma?

5. Una clave de lectura

para aquellos que quieran profundizar más en el tema.

a) El contexto en el que escribe Lucas:

* Lucas escribe hacia el año 85 para la comunidad de Grecia y del Asia Menor que vivían en una difícil situación, tanto interna como externa. Dentro existían tendencias divergentes que hacían difícil la convivencia: por los fariseos que querían imponer la ley de Moisés (Act 15,1); grupos estrechamente vinculados a Juan el Bautista que no habían oído hablar del Espíritu Santo (Act 19,1-6); judíos que se servían del nombre de Jesús para expulsar demonios (Act 19,13); existía los que se llamaban discípulos de Pedro, otros que eran de Pablo, otros de Apolo, otros de Cristo (1Cor 1,12). Fuera aumentaba siempre y cada vez más la persecución por parte del Imperio romano (Ap 1,9-10; 2,3.10.13; 6,9-10,12-16) y la infiltración engañosa de la ideología dominante del Imperio y de la religión oficial, como hoy el consumismo se infiltra en todos los sectores de nuestra vida (Ap 2,14.20; 13,14-16).

* Lucas escribe para estas comunidades, para que reciban una orientación segura en medio de las dificultades y para que encuentren la fuerza y la luz en lo vivido desde la fe en Jesús. Lucas escribe una única obra en dos volúmenes: el Evangelio y las Actas con el mismo objetivo general: «poder verificar la solidez de las enseñanzas recibidas» (Lc 1,4). Uno de los objetivos específicos es el de mostrar, mediante la historia tan bella de Jesús con los dos discípulos de Emaús, cómo la comunidad debe leer e interpretar la Biblia. En realidad, los que caminaban por el camino de Emaús eran las comunidades (y somos todos nosotros). Cada uno de nosotros y todos juntos, somos el compañero o la compañera de Cleofás (Lc 24,18). Junto a él, caminamos por los caminos de la vida, buscando una palabra de apoyo y orientación en la Palabra de Dios.

* El modo cómo Lucas narra el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús nos indica la forma cómo las comunidades del tiempo de Lucas usaban la Biblia y hacían lo que hoy llamamos Lectio Divina o Lectura Orante de la Biblia. Tres son los aspectos o los pasos que caracterizaban su manera de interpretar lo referente a la Biblia.

b) Los diversos pasos o aspectos del proceso de interpretación de la Escritura:

1º Paso: Partir de la realidad (Lc 24,13-24).
Jesús encuentra a los dos amigos en una situación de miedo y dispersión, de desconfianza y de turbación. Estaban huyendo. Las fuerzas de la muerte, la cruz, habían matado en ellos la esperanza. Jesús se acerca y camina con ellos, escucha la conversación y pregunta: «¿De qué estáis hablando?» La ideología dominante les impide entender y el tener una conciencia crítica: «Nosotros espérabamos que el fuese el liberador, pero…» (Lc 24,21). ¿Cuál es hoy la conversación del pueblo que sufre? ¿Cuáles son hoy los hechos que ponen en crisis nuestra fe?
El primer paso es éste: acercarte a las personas, escuchar la realidad, los problemas, ser capaces de hacer preguntas que ayuden a mirar la realidad con una mirada más crítica.

2º Paso: Servirse del texto de la Biblia (Lc 24, 25-27)
Jesús se sirve de la Biblia no para dar una lección sobre la Biblia, sino para iluminar el problema que hacía sufrir a sus dos amigos y luego clarificar la situación que estaban viviendo. Con la ayuda de la Biblia, Jesús coloca a los dos discípulos en el proyecto de Dios y les indica que la historia no se escapa de la mano de Dios. Jesús no usa la Biblia como un doctor que ya lo sabe todo, sino como un compañero que quiere ayudar a sus amigos a recordar lo que ellos habían olvidado: Moisés y los Profetas. Jesús no causa en ellos un complejo de ignorancia, sino que trata de ponerlos en condiciones de recordar, despierta por tanto su memoria.
El segundo paso es éste: con la ayuda de la Biblia, iluminar la situación y transformar la cruz, señal de muerte, en señal de vida y esperanza. Así lo que impide ver, se convierte en luz y fuerza a lo largo del camino.

3º Paso: Celebrar y compartir en comunidad (Lc 24,28-32)

La Biblia, por sí sola, no abre los ojos, pero ¡hace arder el corazón! (Lc 24,32). Lo que abre los ojos y hace descubrir a los amigos la presencia de Jesús es el compartir el pan, el gesto comunitario. En el momento en que es reconocido, Jesús desaparece. Y ellos mismos experimentan la resurrección, renacen y caminan solos. Jesús no se apropia del camino de sus amigos. No es paternalista. Resucitados, los discípulos son capaces de caminar por sus pies.
El tercer paso es éste: saber crear un ambiente orante de fe y fraternidad, donde el Espíritu pueda obrar. Es el Espíritu el que hace descubrir y experimentar la palabra de Dios en la vida y nos lleva a entender el sentido de las palabras que Jesús dice (Jn 14,26; 16,13). Y es sobre todo en este punto de la celebración, en el que la práctica de las comunidades eclesiales de base, sostenidas por las esparcidas por el mundo, nos ayudan a nosotros religiosos y religiosas a encontrar de nuevo el antiguo pozo de la Tradición para beber su agua.

El objetivo: Resucitar y regresar de nuevo a Jerusalén (Lc 24,33-35).
Todo ha cambiado en los dos discípulos. Ellos mismo resucitan, se animan y regresan a Jerusalén, donde continúan estando activas las fuerzas de muerte que mataron a Jesús, pero en donde se manifiesta también las fuerzas de la vida en el compartir la experiencia de la resurrección. Valor en lugar de miedo. Fe en vez de ausencia. Esperanza en vez de desesperación. Conciencia crítica, en vez de fatalismo ante el poder. Libertad en vez de opresión. En una palabra: ¡vida en vez de muerte! Y en vez de la noticia de la muerte de Jesús, ¡la Buena Noticia de la Resurrección!
El objetivo de la lectura de la Biblia es éste: experimentar la presencia viva de Jesús y de su Espíritu, presentes en medio de nosotros. Es el Espíritu el que abre los ojos sobre la Biblia y sobre la Realidad y nos lleva a compartir la experiencia de la Resurrección, como sucede también hoy en los encuentros comunitarios.

c) El nuevo modo de Jesús: hacer una lectura Orante de la Biblia:

* A veces, no es posible entender si el uso que los evangelios hacen del Antiguo Testamento viene de Jesús o se trata de una explicitación de los primeros cristianos, que de esta forma trataban de expresar su fe en Jesús. Pero lo que es innegable es el uso constante y frecuente que Jesús hace de la Biblia . Una simple lectura de los evangelios nos muestra que Jesús se orientaba en la Escritura para realizar su misión y para instruir a los discípulos y a la gente.

*A la raíz de la lectura que Jesús hace de la Biblia está la experiencia de Dios como Padre. La intimidad con el Padre da a Jesús un criterio nuevo que le pone en contacto directo con el autor de la Biblia. Jesús busca el significado en la fuente. No de la letra a la raíz, sino más bien de la raíz a la letra. La siguiente comparación nos ayuda a esclarecer este punto. La comparación de la fotografía, descrita en la Lectio Divina del Domingo de Pascua, nos ayuda a esclarecer este asunto. Como por un milagro, aquella fotografía de rostro severo se iluminó y adquirió trazos de gran ternura. Las palabras, nacidas de la experiencia vivida del hijo, cambiaron todo, sin cambiar nada (Véase Lectio Divina de Pascua).

* Y así, hojeando las fotografías del Antiguo Testamento, la gente del tiempo de Jesús, se hace la idea de un Dios muy distante, severo, de difícil acceso, cuyo nombre no puede ser pronunciado. Pero las palabras y los gestos de Jesús, nacidos de la experiencia de Hijo, sin siquiera cambiar una letra (Mt 5,18-19), cambiaron todo el sentido del Antiguo Testamento. El Dios que parecía tan distante y severo, adquiere los rasgos de un Padre lleno de ternura, siempre presente, pronto a acoger y ¡a liberar! Esta Buena Noticia de Dios, comunicada por Jesús, es la nueva clave para releer todo el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento es una relectura del Antiguo Testamento, hecha a la luz de la nueva experiencia de Dios, revelada en Jesús. Este modo diverso de iluminar la vida con la luz de la palabra de Dios, le causa muchos conflictos, porque vuelve críticos a los pequeños y por consiguiente, incomoda a los grandes.

* Al interpretar la Biblia para el pueblo, Jesús muestra los rasgos del rostro de Dios, la experiencia que Él mismo tenía de Dios como Padre. Revelar a Dios como Padre era la fuente y el objetivo de la Nueva Noticia de Jesús. En su actitud Jesús manifiesta el amor de Dios hacia los discípulos, tanto hombres como mujeres. Revela al Padre ¡lo encarna en el amor! Jesús podía decir: «Quien me ve, ve al Padre» (Jn 14,9). Por esto, el Espíritu del Padre estaba también con Jesús (Lc 4,18) y en todo le acompañaba, desde la encarnación (Lc 1,35), al comienzo de su misión (Lc 4,14), hasta el final, en la muerte y resurrección (Ac 1,8).

* Jesús intérprete, educador y maestro, era una persona significativa para sus discípulos. Y por siempre ha marcado sus vidas. Interpretar la Biblia, no es solo enseñar la verdad que el otro debe vivir. El contenido que Jesús debía dar no se hallaba sólo en las palabras, sino que estaba presente en los gestos y en su modo de relacionarse con la gente. El contenido no está nunca separado de la persona que lo comunica. La bondad y el amor que afloran en sus palabras hacen parte del contenido. Son su temperamento. Un buen contenido sin la bondad es como leche derramada.

6. Salmo 23 (22)

Dios es nuestra herencia por siempre

Yahvé es mi pastor, nada me falta.
En verdes pastos me hace reposar.
Me conduce a fuentes tranquilas,
allí reparo mis fuerzas.
Me guía por cañadas seguras
haciendo honor a su nombre.
Aunque fuese por valle tenebroso,
ningún mal temería,
pues tú vienes conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas ante mí una mesa,
a la vista de mis enemigos;
perfumas mi cabeza,
mi copa rebosa.
Bondad y amor me acompañarán
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa de Yahvé
un sinfín de días.

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Leyendo la narración de Emaús en la comunidad de Lucas

Era inevitable que llegara aquél momento, y recordé palabras que decían proceder de Jesús en las que llamaba dichosos a los que creyeran en él a pesar de no haberle visto. Era una bienaventuranza difícil, como todas las suyas, que invitaba a los que no le conocimos personalmente a buscarle en el hoy de la comunidad, a contar cada día con su presencia y a seguir abiertos a su acción salvadora.

Me di cuenta de que estábamos en una situación grave y me decidí a preguntar:-«Dime, Andreas ¿de dónde venías antes de estar aquí esta noche?» -«Acabo de llegar de Magdala, adonde me enviasteis para conocer a unos galileos que quieren entrar en nuestro camino» -«¿Y tú, Ana?» -«Estuve llevando a Lidia, la viuda, la colecta que hicimos para ella y sus hijos». Epafras, el presbítero, dijo: «Yo pasé la tarde releyendo en el Profeta Isaías el cuarto canto del Siervo para comentarlo el domingo en la fracción del Pan».

Volví a tomar la palabra: «Os digo de verdad, hermanos, que cada uno de vosotros, ha tenido en el día de hoy un encuentro con el Señor Jesús: Estaba en esos galileos desconocidos a los que acogiste, Andreas. Estaba en las palabras de Isaías que tú leías, Epafras, y te hablaba en ellas. Y estaba en Lidia, la viuda con la que Ana y todos nosotros, compartimos los bienes.

Está aquí ahora, entre nosotros, que le recordamos al partir el Pan. ¿No veis que son las mismas formas de presencia que acabamos de escuchar a Cleofás? No, no fueron sus primeros discípulos más afortunados que nosotros porque él es el Viviente y se nos hace el encontradizo cada día lo mismo que a los de Emaús.»

Han pasado muchos años pero aún recuerdo la alegría que vi en aquellos rostros y la luz que brilló en sus miradas: estaban experimentando, también ellos, el deslumbramiento de reconocer a Jesús y su corazón estaba en ascuas: el Espíritu les había desvelado el misterio del «hoy» y ahora tenían la convicción expectante de que en cada ser humano, en cada palabra de la Escritura en cada gesto de compartir fraterno, el Señor Resucitado, como a los de Emaús, les estaba saliendo al encuentro.

Dolores Aleixandre

A Jesús vivo se le hace presente

El relato de los discípulos de Emaús, es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros seguidores de Jesús vivieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos históricos. Los dos discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. No quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que les está pasando cada día a los discípulos de Jesús.

Es Jesús quien toma la iniciativa, como sucede siempre en los relatos de apariciones. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén decepcionados por lo que le había pasado a Jesús. Solo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, van hablando de Jesús. Lo primero que hace Jesús es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten toda la amargura que acumulaban. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su corazón todavía estaba con él, a pesar de su horrible muerte.

En este sutil matiz, podemos descubrir una pista para explicar lo que les sucedió a los primeros seguidores de Jesús. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las evidencias tangibles. En el relato de la conversión de Pablo, podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.

La manera en que el relato describe el reconocimiento (después de haber caminado y discutido con él durante tres kilómetros) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos pormenores nos vacunan contra la tentación de interpretar de manera física los detalles de los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.

Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No podían sospechar que aquello que esperaban, se había cumplido. Fijaos bien, como refleja esa frase nuestra propia decepción. Esperamos que la Iglesia… Esperamos que el Obispo… esperamos que el concilio… Esperamos que el Papa… Esperamos lo que nadie puede darnos y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por no esperar lo que Jesús da, la desilusión está asegurada.

No es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la aceptemos. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no vemos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manara especial, si de verdad sabemos mirar.

1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en  nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar mucho más atento si, de verdad, queremos entrar en  contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús ya no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos sino en la vida real, en el contacto con los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.

La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide descubrirle. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no hay manera de verle en la realidad material. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es una y única, pero en la misma realidad podemos distinguir dos aspectos. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.

2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos, no son más que el soporte, en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe es el que fundamenta cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada, es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la vivencia.

3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura.

4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno, pero solo la experiencia compartida me da la seguridad de que es auténtica. Por eso él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sean dos) es el marco adecuado para provocar la vivencia. La experiencia compartida, empuja al otro en la misma dirección. El ser humano solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.

El mayor obstáculo para encontrar a Cristo, hoy, es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús, que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.

Meditación

Caminó con ellos, discutió con ellos, pero no lo conocieron.
Ni teologías, ni exégesis racionales, te llevarán al verdadero Jesús.
El único camino para encontrarlo es el que conduce al “corazón”.
Tenemos que abrir los ojos, pero no los del cuerpo.
Debemos agudizar la mente, pero no la racional.
Si los ojos de nuestro corazón están abiertos,
lo descubriremos presente en todos y en todo.

Fray Marcos

Un antes y un después

Durante los días de confinamiento domiciliario, en un programa de radio hicieron una pregunta a los oyentes: “Cuando esto termine, ¿qué es lo que harás?” Las respuestas fueron muy variadas: la mayoría querían recuperar cuanto antes el ritmo de vida normal, tener reencuentros con familiares y amigos, comidas o cenas y fiestas… Varias personas manifestaban su preocupación por la situación laboral y económica en la que esta crisis les ha dejado, que había sido para ellos una ruptura total. Y alguna respuesta señalaba que no sabía todavía qué haría, porque esta situación había supuesto un antes y un después y les estaba haciendo replantearse algunos aspectos y prioridades de su vida.
Este año, la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua han sido muy diferentes respecto a cómo estábamos acostumbrados a celebrarlas. Y nos podemos sentir como los discípulos de Emaús. Para ellos, como para los demás discípulos, la Pasión y Muerte de Jesús ha supuesto una ruptura con sus proyectos: Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel, y ya ves… Después del “fracaso” de Jesús, ahora deben volver con tristeza a su aldea para tratar de recuperar su vida anterior.

En nosotros, aunque seamos creyentes, pueden darse sentimientos parecidos, como el Papa Francisco lo describió en su oración del pasado 27 de marzo, refiriéndose a otro pasaje del Evangelio: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”.

Aunque “sepamos” que es Pascua y que estamos celebrando la Resurrección del Señor, quizá nos falta “sentirla”, como les ocurría a esos dos discípulos: algunas mujeres… vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro… pero a él no lo vieron. Ellos, como nosotros, han oído hablar de que Jesús está vivo pero, tanto para ellos como para nosotros, las circunstancias que viven hacen que resulte difícil creerlo.

Pero como estamos celebrando desde la Vigilia Pascual, Cristo sí Ha Resucitado y hoy, como entonces, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Si no hubiera Resucitado, la Pasión y Muerte de Jesús hubieran sido una ruptura, un fracaso, un punto final. Es la Resurrección la que transforma la Pasión y Muerte de Jesús no en un fracaso sino en un antes y un después para los discípulos, los de antes y los de ahora. Y esto lo cambia todo, porque si hay un “después”, es posible la esperanza, incluso en estos tiempos difíciles.
Celebrar la Pascua es una oportunidad para vivir la Eucaristía de un modo más consciente, aunque sea en comunión espiritual, para que también “se nos abran los ojos y reconozcamos a Jesús”. Es una oportunidad para profundizar en las Escrituras y que “arda nuestro corazón”.

Y si hemos reconocido al Señor Resucitado, es también el momento de “levantarnos”, de dejar la postración “de antes” e iniciar ese “después” que marca su Resurrección. Como dijo el Papa Francisco: “Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección (…) el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”.

¿La crisis del coronavirus ha supuesto para mí una ruptura, o un antes y un después? ¿Cómo voy a orientar mi vida a partir de ahora? ¿Esta Pascua ha supuesto para mí un antes y un después? ¿Cómo voy a orientarme mejor hacia el Señor Resucitado?

Lamentablemente, las consecuencias de la crisis del coronavirus se dejarán notar durante mucho tiempo. Celebrar la Resurrección de Jesús no es situarse en un optimismo vacío; se trata de hacer lo que decía San Pablo en la 2ª lectura: Tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Iniciemos el “después” empezando por tomarnos más en serio la Eucaristía y la Escritura para que “arda nuestro corazón” y “en medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado”.

Comentario al evangelio – Domingo III de Pascua

De como unos que iban a Emaús volvieron a Jerusalén

Para todo cristiano que quiera vivir seriamente su fe, Emaús ha sido en algún momento de su vida el destino de sus pasos. ¿Quién no ha sentido el fracaso en su vida? ¿Quién no ha tenido la tentación de dejarlo todo y de buscar otros caminos? Son muchas las razones que nos han podido llevar a querer abandonar, a dejar Jerusalén, para buscarnos un lugar más cómodo y menos comprometido para vivir. Pero, y ésa es también una experiencia común, de algún modo en el camino de Emaús nos hemos encontrado con el Señor, hemos sentido que nuestro corazón ardía con su Palabra y le hemos terminado reconociendo al partir el pan. Y hemos vuelto a Jerusalén. 

La historia de los discípulos que, desesperanzados, dejan Jerusalén y se vuelven a sus casas es nuestra historia. Cada uno podría contar su propia experiencia. Las veces que hemos experimentado el desamor, el egoísmo, incluso la traición, y totalmente abatidos hemos pensado que lo mejor era abandonar, retirarnos, dejarlo todo. Nos hemos dicho: “¡Qué luchen los otros, yo ya he tenido bastante!” Pero también podemos contar cómo en ese mismo camino del abandono, del dejarlo todo, nos hemos encontrado con la fuerza que nos ha invitado a empezar de nuevo, a volver a Jerusalén y creer que, con la ayuda del Señor, todo es posible. Muchos matrimonios han vuelto así a vivir con renovada ilusión su amor, muchos cristianos han descubierto de esa manera la fuerza y el poder de la oración, muchos que no esperaban ya nada de la vida se han levantado y han vuelto a caminar.

El camino de Jerusalén a Emaús y de Emaús a Jerusalén es, pues, nuestro mismo camino. Pero hay algunos elementos en este relato que nos pueden ayudar a reconocer mejor a Jesús en nuestros próximos Emaús –los momentos de abandono, de huida, de pocos ánimos–, que vendrán. Primero, hay que estar atentos a los caminantes desconocidos. En ellos, puede estar presente el Señor. De ellos nos puede llegar la Palabra que ilumine nuestro corazón, que lo haga arder con nueva ilusión. 

Segundo, la Eucaristía es el momento privilegiado para reconocer al Señor y descubrir el sentido de nuestra vida como cristianos. En torno al altar nos sabemos hermanos que compartimos el mismo pan. No en vano el momento de partir el pan fue cuando a los discípulos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. ¿No tenemos muchos de nosotros una experiencia parecida de la Eucaristía?

Y, tercero, no hay que tener miedo en compartir con los demás nuestras experiencias de Emaús tal y como hicieron estos dos discípulos. Todos estamos en camino y todos experimentamos cansancio, desilusión y desesperanza. Quizá, en más de una ocasión, simplemente compartiendo nuestra experiencia y ayudando al que está cansado y a punto de abandonar, podemos ser el caminante desconocido que ilusione de nuevo el corazón de un hombre o de una mujer. ¿No es eso ser misionero?

Fernando Torres, cmf