Vísperas – Lunes III de Pascua

VÍSPERAS

LUNES III DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 122: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

Ant. Será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor. Aleluya.

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor. Aleluya.

SALMO 123: NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. La trampa se rompió, y escapamos. Aleluya.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrolado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. La trampa se rompió, y escapamos. Aleluya.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

LECTURA: Hb 8, 1b-3a

Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. Aleluya.

PRECES

Con espíritu gozoso, invoquemos a Cristo a cuya humanidad dio vida el Espíritu Santo, haciéndolo fuente de vida para los hombres, y digámosle:

Renueva y da vida a todas las cosas, Señor.

Cristo, salvador del mundo y rey de la nueva creación, haz que ya desde ahora, con el espíritu, vivamos en tu reino,
— donde estás sentado a la derecha del Padre.

Señor, tú que vives en tu Iglesia hasta el fin de los tiempos
— condúcela por el Espíritu Santo al conocimiento de la verdad plena.

Que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren luz en tu victoria,
— y que tu gloriosa resurrección los consuele y los conforte.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Al terminar este día, te ofrecemos nuestro homenaje, oh Cristo, luz imperecedera,
— y te pedimos que con la gloria de tu resurrección ilumines a los que han muerto.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes III de Pascua

1) Oración inicial

¡Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al buen camino!; concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 6,22-29

Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: « ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.»

3) Reflexión

• En el evangelio de hoy iniciamos la reflexión sobre el Discurso del Pan de Vida (Jn 6,22-71), que se prolongará durante los próximos seis días, hasta el final de esta semana. Después de la multiplicación de los panes, el pueblo se fue detrás de Jesús. Había visto el milagro, había comido hasta saciarse y ¡quería más! No trató de buscar la señal o la llamada de Dios que había en todo esto. Cuando la gente encontró a Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, tuvo con él una larga conversación, llamada el Discurso del Pan de Vida. No es propiamente un discurso, pero se trata de un conjunto de siete breves diálogos que explican el significado de la multiplicación de los panes como símbolo del nuevo Éxodo y de la Cena Eucarística.

• Es bueno tener presente la división del capítulo para poder percibir mejor su sentido:

6,1-15: el pasaje sobre la multiplicación de los panes
6,16-21: la travesía del lago, y Jesús que camina sobre las aguas
6,22-71: el diálogo de Jesús con la gente, con los judíos y con los discípulos
1º diálogo: 6,22-27  con la gente: la gente busca a Jesús y lo encuentra en Cafarnaún
2º diálogo: 6,28-34  con la gente: la fe como obra de Dios y el maná en el desierto
3º diálogo: 6,35-40  con la gente: el pan verdadero es hacer la voluntad de Dios
4º diálogo: 6,41-51  con los judíos: murmuraciones de los judíos
5º diálogo: 6,52-58  con los judíos: Jesús y los judíos
6º diálogo: 6,59-66  con los discípulos: reacción de los discípulos
7º diálogo: 6,67-71  con los discípulos: confesión de Pedro

• La conversación de Jesús con la gente, con los judíos y con los discípulos es un diálogo bonito, pero exigente. Jesús trata de abrir los ojos de la gente para que aprenda a leer los acontecimientos y descubra en ellos el rumbo que debe tomar en la vida. Pues no basta ir detrás de las señales milagrosas que multiplican el pan para el cuerpo. No de sólo pan vive el hombre. La lucha por la vida sin una mística no alcanza la raíz. En la medida en que va conversando con Jesús, la gente se queda cada vez más contrariada por las palabras de Jesús, pero él no cede, ni cambia las exigencias. El discurso parece moverse en espiral. En la medida en que la conversación avanza, hay cada vez menos gente que se queda con Jesús. Al final quedan solamente los doce, y Jesús ¡no puede confiar ni siquiera en ellos! Hoy sucede lo mismo. Cuando el evangelio empieza a exigir un compromiso, mucha gente se aleja.

• Juan 6,22-27: La gente busca a Jesús porque quiere más pan. La gente va detrás de Jesús. Ve que no ha entrado en la barca con los discípulos y, por ello, no entiende cómo ha hecho para llegar a Cafarnaúm. Tampoco entiende el milagro de la multiplicación de los panes. La gente ve lo que acontece, pero no llega a entender todo esto como una señal de algo más profundo. Se detiene en la superficie: en la hartura de la comida. Busca pan y vida, pero sólo para el cuerpo. Según la gente, Jesús hizo lo que Moisés había hecho en el pasado: alimentar a todos en el desierto, hasta la saciedad. Yendo detrás de Jesús, ellos querían que el pasado se repitiera. Pero Jesús pide a la gente que dé un paso más. Además del trabajo por el pan que perece, debe trabajar por el alimento que no perece. Este nuevo alimento lo dará el Hijo del Hombre, indicado por Dios mismo. El nos da la vida que dura por siempre. El abre para nosotros un horizonte sobre el sentido de la vida y sobre Dios.

• Juan 6,28-29: ¿Cuál es la obra de Dios? La gente pregunta: ¿Qué debemos hacer para realizar este trabajo (obra) de Dios? Jesús responde que la gran obra que Dios nos pide “es creer en aquel que Dios envió”. O sea, ¡creer en Jesús!

4) Para la reflexión personal

• La gente tenía hambre, comió el pan y buscó más pan. Buscó el milagro y no la señal de Dios que en el milagro se escondía. ¿Qué es lo que más busco en mi vida: el milagro o la señal?
• Por un momento, haz silencio dentro de ti y pregúntate: “Creer en Jesús: ¿qué significa esto para mí, bien concretamente en mi vida de cada día?”

5) Oración final

Señor, te conté mi vida y me respondiste,
enséñame tus preceptos.
Indícame el camino hacia tus mandatos
y meditaré en todas tus maravillas. (Sal 119,26-27)

Para que tengan vida, y la tengan abundante

¿Qué tenemos que hacer?

Es la pregunta que también nosotros nos hacemos en estos momentos de incertidumbre e inseguridad, cuando nos sentimos especialmente frágiles. Ahora que no hay respuestas para ninguna de nuestras cuestiones, al menos de forma inmediata. Se nos invita a convivir con interrogantes y dudas, a asumir que no lo podemos saber ni controlar todo. A adentrarnos en  el silencio, puerta del Misterio, que acoge, acepta, contempla y deja a Dios seguir trabajando. A Pedro le preguntaban desde el descontento y la culpabilidad (“vosotros le crucificasteis”) y el fracaso de experiencias religiosas frustrantes. El apóstol no tiene una receta mágica. Sólo invita al cambio de vida y a la acogida de un Dios que se vive, no que se conoce intelectualmente (“convertíos y bautizaos”). ¿No seguirá siendo actual la invitación en esta realidad presente? Cuando todo nos empuja a dar un giro a nuestros hábitos diarios y a buscar lo más auténtico y real de la vida humana…

Sus heridas nos han curado

La muerte, la enfermedad y el dolor nos han visitado, nos han herido y aún sangran en muchas de nuestras familias. La herida desconcierta y urge a defenderse de ella. ¡Es una pelea frustrante! Y solemos perder en el intento. Vivir con heridas es propio de lo humano. En la Pascua se nos permite ver a un Resucitado con heridas aún calientes, que no lucha contra ellas, sino que las muestra victorioso, como la marca de su triunfo, la señal de una vida fuerte e inmortal. A nuestras heridas, que tenemos el derecho a llorarlas, les quiere hablar un Dios herido. Él nos entiende, nos escucha, nos puede abrazar con autoridad en nuestro dolor. ¿Cuáles son tus heridas y cómo Cristo puede hablarles?

Habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas

Muchos, en este deseo de cambiar de hábitos y de estilos de comportamiento, se plantean volver. ¿A dónde? A lo real, a lo que es humano y humaniza, a lo que toca el encuentro, lo profundo, lo auténtico. Volver al espacio en el que ya estuvimos porque fuimos engendrados. En ese regreso, la experiencia de fe, que toca con lo más sagrado de la persona, tiene mucho que aportar. Volver es el verbo de la conversión, de la experiencia esencial cristiana. Volver a Cristo es urgencia para nosotros, creyentes, en todo tiempo. Y acompañar a los que quieren volver parece una misión de auténtica evangelización en este momento. ¿Cómo, a quién podemos acompañar hacia Cristo en estas circunstancias?

Hay una puerta

Los pastores que trashumaban con los rebaños buscaban, para pasar la noche y recogerlos, espacios naturales más o menos protegidos. Sin puerta física que sirviera de protección, el pastor a quien le tocaba velar por la noche, se acurrucaba en la entrada, vigilando y defendiendo frente a las fieras. ¡Él era la puerta! No era entonces un instrumento de paso, sino de defensa. Frente al ladrón que solo quiere hacer daño o los rapaces que buscan su alimento… ¿Quién nos defiende ahora? El Resucitado vigila y cuida de los suyos. No estamos a merced de la incertidumbre y la inseguridad. Él tiene en sus manos nuestro destino, y eso es consolador… ¡Cristo no es puerta que cierra, limita o separa, sino guarda que protege, cuida y prepara para un futuro mejor!

Tenemos un pastor

Estamos cuidados. No vivimos desamparados o a merced de repentinos brotes (o rebrotes) víricos. Sentir esa sensación desde lo profundo nos fortalece y empuja a vivir con sentido todo lo que nos pasa. El pastor conoce a las ovejas y ellas se sienten seguras ante su voz; las saca, camina delante de ellas, las llama, le siguen… ¡Qué sensación de acompañamiento y de seguridad! Estamos cuidados, protegidos. O lo que es lo mismo: en medio de este caos somos conocidos, somos amados. ¿Lo experimentamos así? ¿Damos a conocer que éste es el núcleo de nuestra fe?

Jesús vive y te quiere vivo

En estas semanas estamos reconociendo a los “nuevos héroes”: los que realizan a conciencia su trabajo, incluso jugándose la salud en él. ¡Lo hacen por vocación, nos dicen ellos! Porque se han sentido llamados y han encontrado su sitio en un servicio que viven con pasión. Estos “héroes” de ahora viven en plenitud y contagian vida… En este Domingo oramos para que, como ellos, muchos encuentren su vocación en el servicio. A cualquier estado de vida, pero desde Cristo Servidor. Pedimos que ellos, los jóvenes y todos, no nos quedemos a medias en la vida. Pedimos que se despierte en nosotros, como nos invita el Papa Francisco, ánimo frente a la fatiga; gratitud porque no estamos solos y alabanza porque el Señor calma nuestras tempestades.

Fr. Javier Garzón Garzón

Comentario – Lunes III de Pascua

La escena se desarrolla junto al lago de Tiberíades. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embargaron y fueron a Cafanaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago le preguntaron: Maestro, ¿cuándo has venido aquí? La pregunta esconde el deseo de encontrarse de nuevo con él tras haber comido pan hasta saciarse. Jesús evalúa este deseo y les dice: Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciarosTrabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios. Jesús pone el motivo de su búsqueda en algo tan terrenal o tan carnal como haber saciado su estómago hambriento con el pan proporcionado. Al parecer ni siquiera habían reparado en el valor de signo de este hecho, quedándose en la mera satisfacción corporal.

Pero Jesús quería significar algo con aquella multiplicación de panes, que era un signo de comunión, una especie de anticipo del banquete mesiánico, y al mismo tiempo un signo de su poder y de su bondad. Me buscáis, les dice, no porque habéis visto signos, sino por la utilidad que os reportan mis acciones, la salud que os proporcionan mis palabras y mis contactos y el pan que calma vuestra hambre. Pero éste es un alimento que perece. Jesús quiere elevar sus miras y les orienta hacia otro alimento no perecedero, un alimento que perdura y que les será dado también por el Hijo del hombre, aquel a quien Dios ha sellado con su Espíritu. Al expresarse en estos términos, Jesús quiere abrir el apetito de sus seguidores por un alimento de otra índole, un alimento con capacidad para saciar el hambre más específicamente humana, hambre de verdad, de belleza, de unidad, de amor, de vida, en el sentido más hondo y amplio de la palabra. Se trata de un alimento que perdura y hace perdurar y que es él mismo en cuanto pan de vida pan bajado del cieloMi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida, dirá más tarde.

Jesús les habla de trabajoTrabajad no por el alimento que perece… Al hilo de palabra tan sugerente, le preguntan: ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? Entienden que están en este mundo, entre otras cosas, para trabajar; y que han de trabajar para comer. Pero Jesús parece sugerir la idea de un trabajo que no busca la adquisición del alimento perecedero, sino de otro tipo de alimento. Tal sería el trabajo en el que habría que empeñarse conforme al querer de Dios.

¿Cuáles son, por tanto, los trabajos que Dios quiere, y cómo ocuparse en ellos? Y Jesús les responde: Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. ¿Es que creer es un trabajo? Nadie hubiese presentado la fe como un trabajo por mucho esfuerzo que pudiera suponernos el creer. ¿No es la fe más bien un hábito o disposición que se tiene o no se tiene? ¿No es una ‘posesión’ (=actitud) donada, heredada o adquirida? Nosotros decimos que la fe es un don del mismo Dios que sale a nuestro encuentro y la provoca al salirnos al paso. Esto no impide que la fe sea también un acto (humano) de asentimiento por parte del creyente que se adhiere a la verdad propuesta o a la persona que propone el mensaje. Creer en el que Dios ha enviado no parece requerir otra cosa que este asentimiento a la persona que se presenta como enviada de Dios; por tanto, un acto de confianza en esa persona, y antes en el Dios al que representa. No se puede creer en el enviado de Dios si no se cree antes en Dios, en un Dios capaz de enviar a alguien. Pero ¿qué tiene esto de trabajo? Todo trabajo implica dedicación, derroche de energías, atención a la labor que se realiza, esfuerzo. Pues bien, Jesús parece aludir a esto cuando habla de la fe como trabajo que Dios quiere.

El mantenimiento de la fe –y la fe no se mantiene si no crece- supone dedicación y esfuerzo. Acaba siendo tarea de toda una vida. En realidad, todo lo que puede deteriorarse con el paso del tiempo –una casa, un coche, un huerto, una persona- reclama para su mantenimiento y conservación de dedicación o cuidado y esfuerzo. Si la conservación de la memoria exige un ejercicio, acompañado de esfuerzo, constante, también y con más razón la fe. La fe se conserva y crece ejercitándola, dedicándole tiempo, alimentándola con palabras, lecturas, razonamientos favorables, protegiéndola frente a las amenazas, defendiéndola de las agresiones. La fe tiene el valor de una vida –o ser vivo- que requiere cuidados, atenciones y protecciones, sobre todo cuando se encuentra en su fase más infantil o tierna. Y todo eso es trabajo: los trabajos de la fe. Si no queremos perderla, trabajemos por ella y estaremos trabajando por el alimento que perdura para la vida eterna. Muchos de los que han perdido la fe bautismal –una simple semilla-, la perdieron porque no le prestaron ninguna atención, porque dejaron de trabajar en ella muy pronto, ya que dejó de interesarles a una edad demasiado temprana, cuando apenas habían entrado en la pubertad o la adolescencia. Recuperar el interés por la fe es crucial para mantenerla suficientemente viva. Sólo una fe viva nos puede ser útil para afrontar las inevitables situaciones de sufrimiento y muerte con las que nos encontraremos, lo queramos o no.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

46. Ejemplo de santidad.

La tensión hacia la santidad requiere del Obispo el serio cultivo de la vida interior con los medios de santificación que son útiles y necesarios para todo cristiano, especialmente para un hombre consagrado por el Espíritu Santo para regir la Iglesia y para difundir el Reino de Dios. Tratará ante todo de cumplir fiel e incansablemente los deberes de su ministerio episcopal(132) como camino de su propia vocación a la santidad. El Obispo, como Cabeza y modelo de los presbíteros y de los fieles, reciba ejemplarmente los sacramentos, que, como a todo miembro de la Iglesia, le son necesarios para alimentar su vida espiritual. En particular, el Obispo hará del Sacramento de la Eucaristía, que celebrará cotidianamente prefiriendo la forma comunitaria, el centro y la fuente de su ministerio y de su santificación. Se acercará frecuentemente al Sacramento de la Penitencia para reconciliarse con Dios y ser ministro de reconciliación en el Pueblo de Dios.(133) Si enferma y se encuentra en peligro de muerte, reciba con solicitud la Unción de los enfermos y el santo Viático, con solemnidad y participación de clero y pueblo, para la común edificación.

Mensualmente tratará de reservar un congruo tiempo para el retiro espiritual y otro, anualmente, para los ejercicios espirituales.

De ese modo, su vida, no obstante los numerosos empeños y actividades, estará sólidamente basada en el Señor y encontrará en el ejercicio mismo del ministerio episcopal la vía de la santificación.


132 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 276 § 2; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 11.

133 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 13.

Homilía Domingo IV de Pascua

1.- La apertura de la comunidad del Resucitado (Hch l, 14a.36-41)

En la liturgia de hoy, quiere la Iglesia mirar al Resucitado como al Buen Pastor, que reúne a cercanos y lejanos en un mismo rebaño.

El constituido por la resurrección «Señor y Mesías» es el mismo crucificado que «ha entregado su vida en rescate por muchos». Viviente en Dios y en medio de la comunidad, Jesús es «el Pastor y guardián de nuestras vidas». Él es la puerta para llegar a Dios y la puerta para entrar a la comunidad.

La conversión y el bautismo, predicados por Pedro, significan la vida nueva en el Espíritu, recibida «en nombre de Jesucristo». Con él y desde él nos ha quedado abierto el acceso al Padre. Y ha quedado abierto «para todos lo que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos»…. Lejos por condición religiosa (los gentiles) y lejos por el pecado… Así nos recuerda el soneto esta lejanía. «El desapego de mi lejanía/ no te impidió, Señor Jesús, llamarme/ tender praderas para recostarme/ surtir la mesa de la Eucaristía».

2.- «El Pastor y guardián de vuestras vidas» (lPe 2,20b-25)

Todo el proceso de vuelta (conversión) lo fija la primera Carta de Pedro en la mirada al rostro sufriente de Cristo su sangre había dicho que era «el precio de nuestro rescate». Así, el ejemplo del Señor ilumina la vida nada fácil del discípulo. El discípulo comparte dificultades con los hombres y mujeres que lo rodean. No le quita la fe la dureza de la vida. Pero sí da a sus ojos una mirada nueva: Mirada a «Cristo que padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas».

Resuena de nuevo la figura del Siervo: «Cargado con nuestros pecados…, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado».

Y la curación se ha convertido en seguimiento. Por crucificado al resucitado. Por la cruz («da la vida por las ovejas») a la gloria («constituido Señor y Mesías»). Jesús se convierte así en «pastor y guardián de nuestras vidas».

A él volvemos desde nuestros descarríos. De nuevo en la voz del soneto: «El desamor de mis lejanos días/ te ató de pies y manos en un leño…/ Gracias por tu pasión, Señor Mesías».

 

3.- Jesús, «puerta de las ovejas» (Jn 10, 1-10)

Todo el capítulo 10 del cuarto evangelio está dedicado a Jesús, buen pastor de su rebaño. Una imagen entraña representada ya desde las sencillas pinturas de las catacumbas. El núcleo de esta hermosa imagen es la afirmación nada metafórica con que termina el texto escogido para la liturgia de hoy: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia».

Porque se trata de venidas y de entradas en la vida y en la historia personal y colectiva. Muchos son los que quieren entrar en nuestra vida, para poder hacerla o deshacerla a su antojo… Son todos los que «no entran por la puerta», tienen que «asaltar» nuestra existencia, metiéndose abusivamente por encima de las tapias de nuestra intimidad personal… Son «ladrones y bandidos».

Sólo al pastor se le abre la puerta del rebaño. La puerta física y la puerta interior: sólo en su pastor se reconocen las ovejas: «Atienden su voz…, las llama por su nombre». Todos necesitamos al Pastor en quien reconocernos, para que salve nuestro ser y nuestra historia.

Pastor y puerta para entrar a lo hondo de la vida, y para salir, fortificados, al mundo que aguarda el anuncio de su guía. «Solícito Pastor de tu rebaño,/ no permitas que el lobo le haga daño/ dejándote la vida en el empeño».

El buen pastor

El desapego de mi lejanía
no te impidió, Señor Jesús, llamarme,
tender praderas para recostarme,
surtir la mesa de la Eucaristía…;

guiar mi senda, darle a mi sequía…
fuentes tranquilas en las que abrevarme,
lavarme en el Bautismo, perfumarme
con óleos de verdad y de alegría…

Solícito Pastor de tu rebaño,
no permitas que el lobo le haga daño,
dejándote la vida en el empeño.

El desamor de mis lejanos días
te ató de pies y manos en un leño.
¡Gracias por tu perdón, Señor…, Mesías!

 

Pedro Jaramillo

Jn 10, 1-10 (Evangelio Domingo IV de Pascua)

Yo he venido para que tengan vida en plenitud

El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático, que es así para los oyentes, ya que este texto es bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las afirmaciones cristológicas de Juan. Esas afirmaciones, con toda su carga teológica, se expresan con afirmaciones de revelación bíblica, con el «yo soy».

En el AT Dios se reveló a Moisés con ese nombre enigmático de Yahvé (algunos piensan que significa “yo soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, no tiene recato en establecer lo sustancial de lo que es y de lo que siente. Y de la misma manera que ha dicho en otros momentos que es la verdad, la vida, la resurrección, la luz, ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición veterotestamentaria es proverbial, como nos muestra el Salmo 23. En realidad, la imagen de este texto joánico es la de Jesús como «puerta», aunque en el conjunto de Jn 10 se juega precisamente con las dos imágenes: puerta y pastor.

La imagen de la puerta es la imagen de la libertad, de la confianza: no se entra por las azoteas, por las ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Es la imagen, pues, de la confianza. En el Antiguo Testamento se habla de las puertas del templo: «Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella» (Sal 118,19-20). Las puertas del templo o de la ciudad eran ya el mismo conjunto del templo o de la ciudad santa (es una especie de metonimia, con lo que se expresa el todo por una parte). Por eso dice el Sal 122,2: «ya están pisando nuestros pies tus puertas Jerusalén»; cf. Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era ¡el no va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es como la nueva ciudad y el nuevo templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad santa a encontrarse con Dios.

Jesús en este evangelio se propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar; por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante, aunque la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos mantener un respeto y una comprensión para quien no quiera o no pueda entrar por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no obstante, los que nos fiamos de su palabra sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.

Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del “yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa, para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene” para dar, para ofrecer la vida en plenitud (v. 10). Pero en este domingo pascual, el símbolo de la puerta debemos enhebrarlo a la significación del misterio de la resurrección de Jesús. Es verdad que en el texto joánico este significado no cuenta, pero sí debemos tenerlo presente en la predicación, ya que la resurrección de Jesús es la “puerta” de la vida nueva para El y para todos nosotros. Y solamente es desde la resurrección cómo podría expresarse el Cristo de Juan esas expresiones de revelación del “yo soy” la vida, la resurrección, el buen pastor, la luz…

2Pe 2, 20-25 (2ª lectura Domingo IV de Pascua)

Sus heridas nos han curado

La segunda Lectura es como una especie de himno bautismal; porque el bautismo es una participación en el misterio de su muerte, tal como lo expresaba Pablo en la carta a los Romanos (Rom 6). El autor de la 2ª de Pedro lo expresa maravillosamente con «sus heridas nos han curado». Se propone el sentido del “dolor solidario” que Jesús ha vivido en su vida. Es una expresión que por sí mismo merece toda una teología y una reflexión de alcance en la línea de la “teología crucis” de Pablo. Decir que sus heridas nos han curado es poner de manifiesto que su entrega nos ha salvado de un mundo sin piedad y sin corazón.

Pero debemos hacer notar que esta participación en la muerte de Cristo, por medio del bautismo, no es una participación en sufrimientos sin sentido, sino una participación en la muerte que lleva a la vida, a la resurrección. De lo contrario romperíamos en mil pedazos la teología del bautismo cristiano que se nos presenta en este himno de hoy. Su muerte es una muerte por nosotros, es decir, para que nosotros vivamos.

Hch 2, 14a. 36-41 (1ª lectura Domingo IV de Pascua)

Dios ha constituido a Jesús Señor y Mesías

La lectura de los Hechos de los Apóstoles (2,36-41) quiere mostrar las consecuencias del discurso de Pedro, que era el centro de esta lectura en el domingo anterior. El mensaje debe resonar con fuerza, como resuena en el v.36: el crucificado, es el Señor y Mesías. Y es Dios quien lo ha constituido como tal. Esta afirmación kerygmática de los primeros cristianos debía resonar a herejía en aquel ambiente, porque en el libro del Dt 21,23 estaba escrito: ”maldito el que cuelga de un madero”. Y Pablo, en Gal 3,13, lo deja bien claro. Pero la cruz se la han dado los hombres. Ni la ha buscado Jesús, ni se la ha impuesto Dios (“Jesús a quien vosotros habéis crucificado”); han sido los hombres poderosos de este mundo los que condenan a muerte. Entonces, ¿no debería haberse cumplido el dogma judío de la maldición del madero? En el caso de Jesús, no. Dios nunca puede maldecir a un crucificado, y menos al que ha sido crucificado por lo que fue Jesús.

La Pascua, pues, contradice muchas cosas religiosas que los hombres han dado por buenas e incluso divinas. Asimismo, la Pascua es el comienzo de la afirmación paulina de que “Cristo es el final de la ley” (Rom 10,3), porque si este crucificado ha sido constituido Señor y Mesías, entonces ya está anulado el dogma de la maldición del madero de Dt 21,23. Cristo, pues, es el final de la ley y el final de toda maldición divina sobre nadie.

La respuesta, desde el corazón de los oyentes, ante el anuncio de la Pascua, ofrece a Lucas la oportunidad de mostrar un itinerario bautismal. Nos encontramos, seguramente, con un texto bautismal en el proceso que se describe: a) conversión (metánoia), un cambio de mentalidad; b) el bautismo en el nombre del Señor Jesús implica aceptar su vida, su muerte y su resurrección ; c) el perdón de los pecados es el efecto de la conversión y el bautismo, es la experiencia de salvación; d) el don del Espíritu significa cómo se hace presente todo ello en la vida del creyente.

Por consiguiente, cuando se predicaba el misterio de la Pascua, la muerte y la resurrección de Jesús, no se hace por estética, sino para provocar cambios de vida, de actitud y de mentalidad. Porque ese misterio de Pascua es tan radical, tan profundo, que el hombre que oye hablar de lo que el Señor ha hecho por nosotros debe preguntarse por el sentido de su vida. Por ello, pues, el mensaje de esta lectura es el de la «conversión». Y la conversión es un cambio de rumbo muy importante en lo que sentimos, en lo que pensamos y en lo que hacemos. No es algo externo, ni cultual, ni cultural. Si Dios ha constituido a Jesús crucificado como Señor y Mesías, es porque no hay otro camino para la salvación. El bautismo en el nombre del Señor Jesús es una propuesta para vivir su vida, morir de amor y abrirse a su resurrección.

Comentario al evangelio – Lunes III de Pascua

En Navidad, justo después de celebrar el nacimiento de Cristo, la liturgia nos presenta la memoria de san Esteban, mártir. Como diciendo que, al lado de Jesús, se gana el cielo, pero a veces, de manera brusca. Con el derramamiento de la propia sangre. Terminada la Octava de Pascua, nos encontramos con la lectura de los Hechos de los Apóstoles, donde también aparece el bueno de Esteban. Le miraban, y les parecía que tenía el rostro de un ángel. No desvelamos el final de la historia, aunque podemos hacernos una idea. Tiempo habrá en esta semana para reflexionar con la ayuda del primer mártir de nuestra Iglesia.

Creo que de Esteban, sin duda, se puede decir que creyó en Jesús, y que se dedicó a las obras de su Amigo. A las obras del Reino de Dios. El Evangelio de Juan no es de los más “simpáticos” o comprensibles. En ocasiones, parece que a Jesús le preguntan una cosa, y responde otra. Menos mal que la luz de la Pascua nos ilumina. Acabamos de celebrar una Semana Santa, como poco, extraña. En muchos países no se puede salir de casa, o con muchas limitaciones. La palabra de Dios nos da una clave para vivir este tiempo especial. También nosotros buscamos a Jesús, y no lo encontramos. Parece que se ha ido. Pero Él está, y se muestra, y se hace el encontradizo. Y nos dice lo que tenemos que oír, no lo que queremos nosotros.

Es una realidad que todos debemos purificar nuestras motivaciones. Se puede comenzar a seguir a Cristo por muchos motivos, algunos claros, y otros, quizá, inconscientes. Hay mucho entusiasmo al principio, y muchas gratificaciones, y eso está bien. Triste sería comenzar un camino sin alegría. Pero no siempre quedaremos saciados, como los cinco mil que se cruzaron con Jesús. A veces habrá algo de hambre, y a veces, oscuridad total. Todo forma parte del seguimiento de Cristo. Tuvimos un formador en el Noviciado, el ínclito padre Fariñas, que nos decía que los votos perpetuos no se hacían el día de la Profesión Perpetua, sino en el momento en que, pasado algún tiempo, querías comprarte algo y no te daban permiso, o cuando te apetecía hacer algo, y el Superior pensaba de forma diferente, o cuando una chiquilla te pedía atención especial, y tenías que decir que ya estabas comprometido. Es una carrera de maratón, y no un acelerón de solo 100 metros.

En los buenos momentos, hay que cargar las pilas, acumular “calor” para cuando lleguen los momentos de oscuridad, de frío (y de frío sabemos “algo” en Rusia). Y ser firmes en la decisión tomada. Conozco a muchas personas, también en Rusia, que han tenido problemas por haber dado el paso a la Iglesia Católica. Los miran mal. Imagino que, en muchos países, tampoco es fácil ser católico. A Esteban tampoco le fue fácil. Pero fue fiel hasta el final. Como Jesús.

Alejandro Carbajo, C.M.F.