II Vísperas – Pentecostés

II VÍSPERAS

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros, desde tu santo templo de Jerusalén. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros, desde tu santo templo de Jerusalén. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar. Aleluya.

LECTURA: Ef 4, 3-6

Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya, aleluya.
V/ El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya, aleluya.

R/ Y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el Espíritu Santo se apareció a los discípulos en forma de lenguas de fuego y los enriqueció con sus carismas, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el Espíritu Santo se apareció a los discípulos en forma de lenguas de fuego y los enriqueció con sus carismas, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya.

PRECES

Oremos a Dios Padre, que por medio de Cristo, ha congregado a la Iglesia, y digamos suplicantes:

Envía, Señor, a la Iglesia tu Espíritu Santo.

Tú que quieres que todos los que nos llamamos cristianos, unidos por un solo bautismo en el mismo Espíritu, formemos una única Iglesia,
— haz que cuantos creen en ti sean un solo corazón y una sola alma.

Tú que con tu Espíritu llenaste la tierra,
— haz que los hombres construyan un mundo nuevo de justicia y de paz.

Señor, Padre de todos los hombres, que quieres reunir en la confesión de la única fe a tus hijos dispersos,
— ilumina a todos los hombres con la gracia del Espíritu Santo.

Tú que por tu Espíritu lo renuevas todo,
— concede la salud a los enfermos, el consuelo a los que viven tristes y la salvación a todos los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que por tu Espíritu resucitaste a tu Hijo de entre los muertos,
— infunde nueva vida a los cuerpos de los que han muerto.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, concédenos conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría de estas fiestas de Pascua que nos disponemos a clausurar. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Paz

Somos paz. De hecho, cuando no se añaden agitaciones mentales (y emocionales), la paz se hace manifiesta sin ningún esfuerzo. Solo cuando, por diferentes motivos –muchos de ellos, y los más graves, inconscientes–, entramos en la cavilación obsesiva, la paz se oculta a nuestra mirada; pareciera entonces que la alteración, la inquietud, el agobio, la inseguridad ocupan todo nuestro campo de consciencia, hasta el punto de llegar a escuchar una voz que repite machaconamente: “no hay salida”.

La alteración nace de la mente pensante en el momento mismo en que no aceptamos lo que nos ofrece el instante presente. Pero la mente tiene también motivos que explican su funcionamiento:

· tendencias ancestrales, como el afán de controlar todo y la exigencia de que todo responda a sus expectativas, así como el egocentrismo que busca el propio beneficio;

· mecanismos disfuncionales, heredados o aprendidos en la infancia, como la obsesión compulsiva, la rigidez o la culpa;

· experiencias dolorosas, más o menos traumáticas, que han dejado huella en forma de heridas, de vacíos y de mecanismos de defensa, que terminan volviéndose contra el propio sujeto;

Todo ese material, fruto de lo heredado y lo aprendido, fue modelando el cableado neuronal, del que depende nuestro modo de pensar, de sentir, de actuar… Con lo cual, a la hora de cambiar aquellos funcionamientos disfuncionales, nos topamos con la arraigada inercia cerebral que los tiende a repetir una y otra vez. Eso explica que, a pesar de tantos esfuerzos, comprobemos que nuestros intentos de cambio parezcan fracasar repetidamente.

La buena noticia se llama ahora, desde la ciencia, neuroplasticidad. La inercia puede revertirse con una práctica perseverante que permita, en un proceso de reeducación, establecer nuevas conexiones neuronales y, con ello, un modo nuevo y creativo de relacionarnos con nuestra propia mente.

En esa tarea de reeducación ocupan un lugar destacado la práctica de la atención –centrada en el cuerpo, en la respiración, en la acción que desarrollamos…–, la observación de la mente y el silencio, unido todo ello al cuidado del amor humilde e incondicional hacia sí mismo.

Decía más arriba que toda alteración nace de la mente pensante. Pues bien, cuando aprendemos a observarla, la “mente pensante” se va silenciando y va ocupando más espacio la “mente observada”. La primera nos tiraniza sin límite; la segunda nos sirve con docilidad.

En ese camino venimos a descubrir que la paz no es “algo” que hayamos de conseguir o que tengamos que recibir de una divinidad exterior. Paz es lo que somos en todo momento. Y lo experimentamos siempre que somos capaces de silenciar nuestra mente pensante.

¿Vivo mi mente como “dueña de casa” o como servidora?

Enrique Martínez Lozano

Pascua de Pentecostés. Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar

En nuestro año litúrgico, Pentecostés cierra el ciclo Pascual. En el evangelio de Juan, el Día de la Resurrección (con todos los acontecimientos de ese día, “el primer día de la semana”) es el final del texto escrito, según dice el autor, “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. En el fragmento que leemos hoy, el envío de los discípulos y la donación del Espíritu, cierra la misión terrenal de Jesús y abre el tiempo y misión de los discípulos.

El escenario en que Juan nos coloca hoy es el “primer día de la semana”; los discípulos están reunidos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús “se aparece” y como corresponde a las apariciones después de muerto, lo primero que hace Jesús es mostrar sus manos y costado para que no crean que es una alucinación, para que confíen en lo que están experimentado, soy yo, el crucificado, no tengáis miedo. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Saludo habitual en el Jesús glorificado: Paz a vosotros. Contraste: Muertos de miedo y llenos de alegría por ver al Señor.

Este relato hay que leerlo como parte de la experiencia pascual de la comunidad de Juan. La comunidad experimenta que su vida ha sido transformada por Jesús, que son una nueva creatura gracias a que Jesús vive, es el Viviente y su Espíritu está con ellos y les empuja a la evangelización. Si no leemos el texto desde la experiencia pascual no entendemos nada.

En el primer día de la semana. ¿Qué día? ¿Qué semana? En el día de la Resurrección. El día de Juan no es de 24 horas de nuestros calendarios y relojes. Muerto Jesús, el tiempo del que hablamos no se mide por días, horas y minutos. Es ya eternidad. No tiempo, no espacio. No materia, sólo Espíritu y Vida. “El primer día de la semana” recuerda el Génesis. Es tiempo de nueva creación, del hombre nuevo. Del hombre re-nacido, en plenificación. Vuelto a nacer (Nicodemo). Con vida biológica y Vida divina, eterna, definitiva. Dios crea, Jesús y el Espíritu plenifican. He venido a que tengan Vida y Vida abundante. El Espíritu es “dador de Vida”. El hombre es barro pero “soplado”. Como el cristal. Materia con el Aliento de Dios. Con su Espíritu. Polvo, pero habitado por el Espíritu de Dios.

En el Génesis, libro de los orígenes, el soplo divino vivifica a la arcilla, en Pentecostés el soplo engendra Espíritu divino en los discípulos. Este Espíritu divino es luz, fuerza y libertad en ellos. El Espíritu inspira, sopla, alienta, empuja, arrastra. Todo esto es necesario para la misión encomendada. Todo son metáforas y símbolos: Viento, fuego, aliento, paloma (yo prefiero golondrina, por su libertad, más ágil que la paloma).

Soplo, Vida, Espíritu y envío. El Espíritu es necesario para la realización de la misión que Jesús va a encomendar a sus discípulos. Continuar el proyecto salvador-liberador iniciado por Jesús. Hacer realidad el reinado de Dios en la tierra. Trabajar por un mundo más humano, más digno y habitable para todos los hombres. Cumplir el sueño de Dios para la humanidad. Ser luz y sal del mundo. Espíritu es un don gratuito para servicio de la humanidad. Así tenemos que vivir los dones y frutos del Espíritu que aprendimos en el catecismo.

Hablemos de nuestra experiencia del Espíritu. La experiencia de Dios, de su Espíritu, en nosotros es como la experiencia de Dios que Jesús tuvo al salir de las aguas del Jordán. Como Jesús se siente lleno del Espíritu de Dios y con su fuerza, confía en él y empieza su vida pública. Le empuja al desierto y de allí a Galilea, a Nazaret. Así en nosotros. Es Dios actuando en nuestra vida. Como luz, fuerza, aliento, ardor, paz, amor. Los dones y los frutos del Espíritu.

Hoy es el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. A los laicos nos dice Jesús hoy: “Como el Padre me envió, yo os envío. Os envío con la misma misión que a mí me dio el Padre: dar la vida por la Vida del mundo. Para eso os doy mi espíritu, el Espíritu del Padre. Que es luz y fuerza.” El Mensaje del papa Francisco al Congreso de Laicos celebrado en febrero en Madrid nos invitaba a: Caminar juntos en comunidad, con libertad interior y valentía. Es la hora de los laicos. La Iglesia, como pueblo de Dios en salida hacia los otros para echarles una mano, tocar sus heridas, animarlos, acompañarlos. Laico en salida: con iniciativa, en comunidad y sinodalidad. Nos animaba a ser protagonistas de la misión salvífica de Jesús en la vida cotidiana. Allí donde estamos. En este mundo y este siglo. Me gusta la definición de laico que he oído a Juan Antonio Estrada: cristiano en el mundo. Cristiano en la cotidianidad.

Para finalizar mi comentario y como resumen de lo dicho elevo mi oración glosando la Secuencia al E.S que rezamos hoy en la Liturgia: “Ven espíritu divino y renueva la faz de la tierra”. Traducción: No tienes que venir. Ya estás en nosotros. Ayúdanos a descubrirte, a tomar conciencia de tu luz y fuerza en nosotros. Renuévanos como personas e Iglesia. Renuévanos, es decir, libéranos del miedo, de la mediocridad, del clericalismo, de la indiferencia y ayúdanos a vivir con la fe-confianza en tu fuerza en nosotros y comprometidos con el reinado de Dios, en autenticidad y coherencia, con libertad, iniciativa y creatividad. Que así sea.

África De La Cruz Tomé

Comentario – Domingo de Pentecostés

Todos nosotros, judíos y griegos, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Esto es lo que les decía san Pablo a los cristianos de Corinto; por tanto, a los que habían sido bautizados en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su bautismo había sido su Pentecostés, porque Pentecostés había sido un bautismo en el Espíritu, es decir, una inmersión en el Espíritu. La efusión del Espíritu –en estos términos se expresan Lucas y Juan para referirse a la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles- como un aliento, como la repartición de una llamarada de fuego, es inmersión en el Espíritu. Se recibe para llenarnos de él. Él entra en nosotros para hacernos entrar en él.

Pentecostés es, pues, donación del Espíritu de Cristo. Pero no hay propiamente donación sin acogida del don. Sólo con la acogida se hace real y efectiva la donación. Y para acogerlo hay que estar bien dispuestos, como los apóstoles, reunidos (en una casa), en oración, es decir, en actitud receptiva, a la espera del cumplimiento de la promesa. Porque Jesús les había dicho: Os enviaré mi Espíritu, el Espíritu de la verdad. Puesto que confían en la palabra-promesa de Jesús, están a la espera. Saben que Jesús no les engaña y que algo bueno tiene que aportar esta nueva presencia: al menos, el remedio para su orfandad.

 San Lucas hace coincidir este envío con el día de Pentecostés, que conmemoraba la entrega de las Tablas de la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Lo que ahora se le da a la Iglesia no es una ley, escrita en tablas de piedra, sino una persona especial (espiritual) que proporcionará a quienes la reciban clarividencia (sabiduría, entendimiento, consejo) y fuerza (temor de Dios, fortaleza, piedad): la clarividencia del que ve lo que otros no ven (la clarividencia que brota de la fe) y la fuerza que puede más que la fuerza de los poderosos o de los violentos: la fuerza del amor que atrae y que empuja más que ninguna otra fuerza, porque es un motor que arrastra a la voluntad.

Se trata de una fuerza que suscita testigos, que hace mártires, hombres y mujeres dispuestos al sacrificio de sus vidas por amor a Cristo, mártir de la verdad, que impulsa a acciones verdaderamente heroicas de renuncias al mundo, que hace vírgenes, que hace santos, que hace apóstoles. ¿Quién, si no, hizo a san Pablo, de perseguidor de los cristianos que era, apóstol de Jesucristo? El Espíritu que le mostró la verdad del cristianismo. A partir de entonces entendió que todo lo que hacía por el evangelio lo hacía movido por el Espíritu, pues era el Espíritu de Cristo resucitado el que encaminaba sus pasos hacia lugares donde podían esperarle incluso cárceles y persecuciones. Puesto que no eran sus ambiciones las que le movían, ni su afán de aventura, ni su deseo de notoriedad, puesto que lo que le movía era el amor a Jesucristo (de él se sentía mensajero y heraldo) y a todos aquellos a quienes quería hacer partícipes de la salvación traída por Cristo, había de ser el Espíritu de Cristo el impulsor de todos sus afanes y el que dirigía realmente sus pasos. Porque el amor de Cristo se confunde con su Espíritu, que no puede mover en la dirección contraria a sus mandamientos y consejos; pero sí puede mover en la dirección contraria a nuestras tendencias naturales y deseos desordenados.

El día de Pentecostés se puso en marcha la Iglesia con un acto misionero: les oyeron hablar de las maravillas de Dios en todos los idiomas. Y es que el Espíritu lanza a hablar de Dios en todos los idiomas posibles, con lenguaje verbal y gestual, a todas las gentes, con destino universal (sin detenerse en fronteras): Id al mundo entero y proclamad el evangelio. Porque el mundo necesita oír esta Buena Nueva de la salvación, traída por Cristo; porque este es el Dios del que hay que hablar: el Dios, Padre misericordioso que nos dio a conocer Jesús.

Todo esto nos muestra que el Espíritu no actúa solo. No es él quien predica, sino quien inspira y empuja al predicador; no es él quien cura o consuela, sino el que mueve a los consoladores, el que acompaña y sostiene a los enviados: el que les da sabiduría y fortaleza y entendimiento y temor y consejo, mientras actúan bajo su moción. El Espíritu es el que hace ungidos, cristianos, santos, hombres de Espíritu, espirituales, dejando en ellos, como efectos, la alegría, la paz, la servicialidad, la amabilidad, el dominio de sí, el amor. Tales son los frutos del Espíritu. Por eso, donde brotan estos frutos está actuando seguramente el Espíritu. Por sus frutos los conoceréis. Son los frutos que revelan la presencia de un hombre espiritual.

Pues bien, si fuimos bautizados en un mismo Espíritu es para que formemos un solo cuerpo. La unidad de la Iglesia, la unidad de los cristianos en ella, la unidad de los católicos, la unidad de las familias, la unidad de la persona…, la unidad es uno de los principales frutos del Espíritu y, por tanto, una señal muy clara de nuestra condición de cristianos. La unidad se confunde con el amor: el amor genera unidad y la unidad hace posible el amor. ¿Cómo amar a alguien con el que no tengo ningún vínculo de unidad? Pues bien, el Espíritu Santo nos hace uno en la medida en que acrecienta nuestro amor mutuo. El amor, que no es posible sin conocimiento, crea lazos de unidad y la unidad robustece los lazos del amor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

81. Atención a los sacerdotes con dificultad.

El Obispo, también mediante el vicario de zona, trate de prevenir y remediar las dificultades de orden humano y espiritual que puedan aquejar a los presbíteros. Acérquese cálidamente para auxiliar a quien pueda encontrarse en una situación difícil, enfermo, anciano o pobre, a fin de que todos sientan el gozo de su vocación y el agradecimiento hacia los propios pastores. Cuando se enfermen, el Obispo los conforte con su visita o al menos con una carta escrita o una llamada telefónica, y asegúrese que estén bien atendidos tanto en sentido material como espiritual; cuando fallezca algún sacerdote, celebre las exequias personalmente, si es posible, o envíe un representante.

Se requiere, además, poner atención en algunos casos específicos:

a) Es necesario prevenir la soledad y el aislamiento de los sacerdotes, sobre todo si son jóvenes y ejercitan el ministerio en localidades pequeñas y poco habitadas. Para resolver las eventuales dificultades, convendrá procurar la ayuda de un sacerdote diligente y experto, y favorecer frecuentes contactos con los hermanos en el sacerdocio,(211) incluso mediante posibles modalidades de vida en común.

b) Se debe prestar atención al peligro de la rutina y del cansancio que los años de trabajo o las dificultades inherentes al ministerio puedan provocar. Según las posibilidades de la diócesis, el Obispo estudie, caso por caso, los modos de una recuperación espiritual, intelectual y física, que ayude a retomar el ministerio con renovada energía. Entre tales formas, se puede considerar también, en algunos casos excepcionales, el periodo llamado sabático.(212)

c) El Obispo prodíguese con paterno afecto hacia los sacerdotes que por agotamiento o por enfermedad se encuentran en una situación de debilidad o cansancio moral, destinándolos a actividades que resulten más atrayentes y fáciles de cumplir en su estado, de modo que se evite el aislamiento en el que pudieran encontrarse, asistiéndolos con comprensión y paciencia para que se sientan humanamente útiles y descubran la eficacia sobrenatural – por la unión con la Cruz de nuestro Señor – de su condición actual.(213)

d) Con ánimo paterno sean tratados también por el Obispo los presbíteros que abandonan el servicio divino,(214) esforzándose para obtener su conversión interior y haciendo que remuevan la causa que los ha conducido al abandono, para que puedan así volver a la vida sacerdotal, o al menos regularicen su situación en la Iglesia.(215) A norma del mismo rescripto de dimisión del estado clerical, los tendrá alejados de las actividades que presupongan un encargo asignado por la jerarquía,(216) evitando así el escándalo entre los fieles y confusión en la diócesis.

e) Ante comportamientos escandalosos, el Obispo intervenga con caridad, mas con firmeza y decisión: bien con admoniciones o reprensiones bien procediendo a la remoción o al cambio a un oficio en el que no existan las circunstancias que favorezcan esos comportamientos.(217) Si tales medidas resultasen inútiles o insuficientes, ante la gravedad de la conducta y la contumacia del clérigo, imponga la pena de suspensión según el derecho o, en los casos extremos previstos por la norma canónica, dé inicio al proceso penal para la dimisión del estado clerical.(218)


211 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis, 74.

212 Cf. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 83.

213 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis, 81.

214 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 47.

215 Cf. Sínodo de los Obispos, Ultimis temporibus, Pars altera, I, 4d.

216 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 292.

217 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 1339-1340; 190 y 192-193.

218 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 1333; 290; Juan Pablo II, Motu Proprio Sacramentorum sanctitatis tutela; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica De delictis gravioribus.

Lectio Divina – Pentecostés

La misión de la comunidad
“La Paz esté con vosotros”
Juan 20,19-23

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.

Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura

a) Clave de lectura:

Los discípulos estaban reunidos, y las puertas estaban bien cerradas. Tenían miedo de los judíos. De improviso, Jesús se pone en medio de ellos y dice: “¡La paz esté con vosotros!” Después de mostrarles las manos y el costado dice de nuevo: “¡La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo!” Y enseguida les comunica el don del Espíritu de modo que puedan perdonar los pecados y reconciliar las personas entre ellas y con Dios. ¡Reconciliar y construir la paz! He aquí una misión que han recibido y que perdura hasta hoy.

Cada día lo que más falta a la humanidad es la paz: rehacer los pedazos de la vida desintegrados, reconstruir las relaciones humanas, rota a causa de las injusticias que se cometen y por tantos otros motivos. ¡Jesús insiste en la paz y lo repite muchas veces! En el curso de la lectura del breve texto del evangelio de este domingo de Pentecostés, trataremos de estar atentos a los comportamientos tanto de Jesús como de los discípulos y a las palabras que Jesús pronuncia con tanta solemnidad.

b) Una división del texto para ayudar a la lectura:

Juan 20,19-20: La descripción de la experiencia de la resurrección
Juan 20,21: El envío: “Como el Padre me envió, así yo os envío”
Juan 20,22: El don del Espíritu
Juan 20,23: El poder de perdonar los pecados

c) El Texto:

Juan 20,19-23

19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» 22 Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Qué te ha llamado más la atención en la descripción de la experiencia de la resurrección?
b) ¿Cuáles son las características de la Misión que los discípulos reciben?
c) ¿Cuáles son las características de la acción del Espíritu Santo que Jesús comunica?
d) ¿Qué importancia tiene todo esto para la vida de nuestra comunidad hoy?
e) Jesús insiste: “¡La paz esté con vosotros!” ¿Qué pasos debo dar para ayudar a reconstruir la paz y las relaciones rotas entre las personas?

5. Para aquellos que desean profundizar más en el tema

a) El contexto en el que fue escrito el evangelio de Juan:

El texto del evangelio de Juan es como un tejido muy bello, hecho con tres hilos de diversos colores. Los tres hilos están tan bien combinados entre sí, que no siempre es posible ver cuando se pasa de un hilo al otro. (1) El primer hilo son los hechos de la vida de Jesús, ocurridos en los años treinta en Palestina, conservados en la memoria del Discípulo Amado y de tantos otros testigos (1Jn 1,1-4). (2) El segundo hilo son los hechos de la vida de la comunidad. A partir de su fe en Jesús y convencidas de la presencia de él en medio de ellas, las comunidades iluminaban sus vidas con las palabras y gestos de Jesús. Esto influye en la descripción de los hechos. Por ejemplo, el conflicto de las comunidades con los fariseos hacia finales del primer siglo indica el modo cómo vienen descritos los conflictos de Jesús con los fariseos. (3) El tercer hilo son los comentarios hechos por el evangelista. En ciertos pasajes, casi no se percibe cuándo Jesús cesa de hablar y cuándo el redactor empieza a tejer sus comentarios (Jn 2,22; 3,16-21; 7,39; 12,37-43; 20,30-31).

b) Comentario del texto:

Juan 20,19-20: Una descripción de la experiencia de la resurrección
Jesús se hace presente en la comunidad. Ni siquiera las puertas cerradas le impiden estar en medio de aquéllos que no lo reconocen.¡Hasta el presente es así! Cuando estamos reunidos, también si las puertas están cerradas, ¡Jesús está en medio de nosotros! Y también hoy, la primera palabra de Jesús será siempre: “¡La Paz esté con vosotros!”
Él les muestra las señales de su pasión en las manos y en su costado.¡El resucitado es el crucificado! El Jesús que está con nosotros en la comunidad, no es un Jesús glorioso que no tiene nada en común con la vida de la gente. Sino es el mismo Jesús que ha venido a esta tierra y que tiene las señales de su pasión. Y hoy estas mismas señales se encuentran en los sufrimientos de la gente. Son los signos del hambre, de la tortura, de las guerras, de las enfermedades, de la violencia, de las injusticias. ¡Tantas señales! Y en las personas que reaccionan y luchan por la vida, Jesús resucita y se vuelve presente en medio de nosotros.

Juan 20,21: El envío: “¡Como mi Padre me envió, así yo os envío!”
De este Jesús crucificado y resucitado nosotros recibimos la misión, la misma que Él recibió del Padre. Y también para nosotros Él repite: “¡La paz esté con vosotros!”. La repetición recalca la importancia de la paz. Construir la paz forma parte de la misión. La Paz que Jesús nos deja significa mucho más que ausencia de guerra. Significa construir un conjunto humano armonioso, en el que las personas puedan ser ellas mismas, con todo lo necesario para vivir, y donde puedan vivir felices y en paz. En una palabra, quiere decir construir una comunidad según la comunidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Juan 20,22: Jesús comunica el don del Espíritu
Jesús sopló y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Y es por tanto con la ayuda del Espíritu Santo con la que podemos realizar la misión que él nos confía. En el evangelio de Juan, la resurrección (Pascua) y la efusión del Espíritu Santo (Pentecostés) son una misma cosa. Todo sucede en mismo momento.

Juan 20,23: Jesús comunica el poder de perdonar los pecados
El punto central de la misión de paz se encuentra en la reconciliación, en el intento de superar las barreras que nos separan: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” Ahora este poder de reconciliar y perdonar se le da a los discípulos. En el Evangelio de Mateo, este mismo poder se le da también a Pedro (Mt 16,19) y a las comunidades (Mt 18,18). Una comunidad sin perdón y sin reconciliación, no es una comunidad cristiana.

c) Profundizando:

i) La acción del Espíritu Santo en el evangelio de Juan

La lengua hebraica usa la misma palabra para decir viento y espíritu. El viento tiene en sí una meta, una dirección: viento del Norte, viento del Sur. Así también el Espíritu de Dios (el viento de Dios) tiene en sí una meta, un proyecto que se manifiesta de muchos modos en las obras que el Espíritu de Dios cumple en la creación, en la historia y sobre todo en Jesús. La gran Promesa del Espíritu está presente en los profetas: la vista de los huesos secos que se revisten de vida, gracias a la fuerza del Espíritu de Dios (Ez 37,1-14); la efusión del Espíritu de Dios sobre todas las gentes (Jl 3,1-5); la visión del Mesías Siervo que será ungido por el Espíritu para restablecer el derecho sobre la tierra y para anunciar la buena noticia a los pobres (Is 11,1-9; 42,1; 44,1-3; 61,1-3). Los profetas entrevén un futuro en el cual el pueblo de Dios renace gracias a la efusión del Espíritu (Ez 36,26-27; Sl 51,12; cf. Is 32,15-20).

En el evangelio de Juan estas profecías se cumplen en Jesús. Como sucede en la creación (Gen 1,1), así el Espíritu aparece y desciende sobre Jesús “bajo forma de una paloma venida del cielo” (Jn 1,32). ¡Es el comienzo de la nueva creación! Jesús pronuncia las palabras de Dios y nos comunica el Espíritu, con abundancia (Jn 3,34). Sus palabras son Espíritu y vida (Jn 6,63). Cuando Jesús se despide, dice que enviará otro consolador, otro defensor que estará con nosotros. Es el Espíritu Santo (Jn 14,16-17). Por su pasión, muerte y resurrección, Jesús conquista para nosotros el don del Espíritu. Cuando aparece a los Apóstoles sopló sobre ellos y dijo: “¡Recibid el Espíritu Santo!” (Jn 20,22) El primer efecto de la acción del Espíritu Santo en nosotros es la reconciliación: “A quienes le perdonéis los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,23). Mediante el bautismo todos nosotros recibimos este mismo Espíritu de Jesús (Jn 1,33). El Espíritu es como el agua que brota de lo íntimo de las personas que creen en Jesús (Jn 7,37-39; 4,14). El Espíritu se nos da para poder recordar y entender el pleno significado de las palabras de Jesús (Jn 14,26; 16,12-13). Animados por el Espíritu de Jesús podemos adorar a Dios en cualquier lugar (Jn 4,23-24). Aquí se vive la libertad del Espíritu. “Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad”, confirma San Pablo (2Cor 3,17).

ii) Shalom: la construcción de la paz

En el evangelio de Juan, el primer encuentro entre Jesús resucitado y sus discípulos está marcado por el saludo: “¡La paz esté con vosotros!” La paz que Jesús nos da es diversa de la Pax Romana, construida por el Imperio Romano (Jn14,27). Paz en la Biblia (shalom) es una palabra rica de un profundo significado. Significa integridad de las personas delante de Dios y de los otros. Significa también vida plena, feliz, abundante (Jn 10,10). La paz es señal de presencia de Dios, porque nuestro Dios es un Dios de paz. “Javhé es Paz (Jer 6,24). “¡Que la Paz de Dios está con vosotros!” (Rm 15,33). Por esto, la propuesta de paz de Dios produce reacciones violentas. Como dice el salmo: “Desde mucho tiempo vivo con los que odian la paz. Estoy a favor de la paz, pero cuando yo digo “¡Paz!” ellos gritan “¡Guerra!” (Sl 121,6-7) La paz que Jesús nos da es señal de “espada” (Mt 10,34). Supone persecuciones para las comunidades. Y el mismo Jesús nos anuncia tribulaciones. (Jn 16,33) Es necesario tener confianza, luchar, obrar, perseverar en el Espíritu de modo que un día triunfe la paz de Dios (Sl 85,11) Y entonces, “el Reino de Dios será justicia, paz y alegría y estos serán los frutos del Espíritu Santo “(Rom 14,17) y “Dios será todo en todos” 1Cor 15,28).

6. Salmo 145

Descripción del Reino de Dios

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre;
todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.

Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites.
Una edad a otra encomiará tus obras,
pregonará tus hechos portentosos.
El esplendor, la gloria de tu majestad,
el relato de tus maravillas recitaré.
Del poder de tus portentos se hablará,
y yo tus grandezas contaré;
se recordará tu inmensa bondad,
se aclamará tu justicia.
Es Yahvé clemente y compasivo,
tardo a la cólera y grande en amor;
bueno es Yahvé para con todos,
tierno con todas sus creaturas.

Alábente, Yahvé, tus creaturas,
bendígante tus fieles;
cuenten la gloria de tu reinado,
narren tus proezas,
explicando tus proezas a los hombres,
el esplendor y la gloria de tu reinado.
Tu reinado es un reinado por los siglos,
tu gobierno, de edad en edad.
Fiel es Yahvé en todo lo que dice,
amoroso en todo lo que hace.

Yahvé sostiene a los que caen,
endereza a todos los encorvados.
Los ojos de todos te miran esperando;
tú les das a su tiempo el alimento.
Tú abres la mano y sacias
de bienes a todo viviente.

Yahvé es justo cuando actúa,
amoroso en todas sus obras.
Cerca está Yahvé de los que lo invocan,
de todos los que lo invocan con sinceridad.
Cumple los deseos de sus leales,
escucha su clamor y los libera.
Yahvé guarda a cuantos le aman,
y extermina a todos los malvados.

¡Que mi boca alabe a Yahvé,
que bendigan los vivientes su nombre
sacrosanto para siempre jamás!

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Dios es Espíritu y lo inunda todo

Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran con su propia vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa en la vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas “venidas” indican que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

Pablo dijo: sin el Espíritu no podríamos decir: Jesús es el Seño (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba” (Gal 4,6). Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser lo que soy.

Cada uno de nosotros estamos impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió (dio) a los discípulos. Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo viven los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.

Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”; Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios. Toda su predicación y todas sus acciones estuvieron encaminadas en hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma experiencia para que todos alcanzasen la plenitud de humanidad que le alcanzó.

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, interese, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.

A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuente que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. «El que quiera ser primero sea el servidor de todos.» O, «no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor.»

El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato de los Hechos de los Apóstoles, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es una sola, la del amor, que todos entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico del relato de los Hechos. Dios-Espíritu-amor hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los primeros siglos el Espíritu fue el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción y se dejaba guiar por él.

Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a sus familiares, ni a los sacerdotes, ni a la Ley, ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.

Para salir de una falsa obediencia debemos entrar en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tienen que abrirse al Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados, o superiores con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.

Meditación

Dios-Espíritu es la base de todo proceso espiritual.
El místico, lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.
La experiencia mística es conciencia de unidad
porque mi yo se ha fundido en el YO.
No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.

Deja que Él te encuentre a ti y te transforme.

Fray Marcos

Domingo de Pentecostés

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Ya lo había anunciado el profeta Joel cuando dijo que el Señor enviaría su espíritu sobre todos los israelitas sin distinción de género (hijos e hijas) de edad (ancianos y jóvenes) ni de clase social (siervos y siervas). Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por diez). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

La representación pictórica más famosa de esta escena es del cuadro de El Greco, conservado en el museo del Prado. Hay en él un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). El Greco no podía pintar una comunidad de ciento veinte personas, pero ha sugerido la diversidad y totalidad del don a través de la Magdalena.

La versión de Juan 20, 19-23

Este pasaje ya lo leímos el segundo domingo de Pascua. En el comentario que entonces envié destacaba los distintos temas: el miedo de los discípulos, el saludo de Jesús, la prueba de las manos y el costado, la alegría de los discípulos, la misión y el don del Espíritu. Recuerdo lo que dije a propósito del último tema, fundamental en la fiesta de hoy.

Los evangelios de Mc y Mt no dicen nada de este don, y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Conclusión

Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

José Luis Sicre

Bajo el aliento del Espíritu

Hoy llegamos al final del tiempo de Pascua con la Solemnidad de Pentecostés. Celebramos la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en oración, y el comienzo de la Iglesia y su misión evangelizadora. Por eso hoy también se celebra el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Y la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha editado un material de reflexión con el lema: “Hacia un renovado Pentecostés”, del cual tomamos algunos párrafos.

Celebramos esta Solemnidad de Pentecostés, Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, inmersos en el proceso de “desescalada” y “todavía con las huellas de la larga y dolorosa prueba a la que han sido sometidos todos los pueblos del mundo, con la terrible pandemia de la Covid-19. Esta experiencia dura nos interpela para que en todo momento nos duela el sufrimiento humano que nos rodea, en todas sus formas, como auténtica expresión de la cruz de Cristo”.

Pero también “la celebración de Pentecostés se sitúa también en continuidad con el Congreso de Laicos, en el que hemos sentido la llamada a vivir como Iglesia un renovado Pentecostés. Ahora se trata de dar continuidad a este anhelo de trabajar como Pueblo de Dios, valorando la vocación laical y lo que aporta a nuestra Iglesia en el momento actual”.

Esta continuidad “es un camino abierto y depende de todos nosotros: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, laicos y laicas. Todos nos necesitamos. La pandemia de la Covid-19 nos ha servido para tomar conciencia de que no sólo a nivel de Iglesia, sino también de sociedad, todos nos necesitamos, porque de la conducta de uno depende el destino de los otros”.

Por tanto, no sólo el camino recorrido hasta la celebración del Congreso de Laicos, sino también la crisis provocada por el coronavirus, son una oportunidad para que se produzca un renovado Pentecostés. “Y sabremos que estamos caminando hacia un renovado Pentecostés si como Iglesia, Pueblo de Dios en salida, viviendo en comunión, nos ponemos manos a la obra en la misión evangelizadora desde el primer anuncio, creando una cultura del acompañamiento, fomentando la formación de los fieles laicos y haciéndonos presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza y ofrecer nuestra fe”.

Un renovado Pentecostés que no es un escapismo espiritualista, sino un compromiso que se enraíza plena y profundamente en la realidad: “Cada día somos más conscientes de estar llamados a ser minorías creativas, que sepan aprovechar las nuevas oportunidades y los nuevos espacios para anunciar a Jesucristo y el kerigma. Hemos aceptado la idea de que la fe se propone y nunca se impone, comprendiendo que nuestra labor consiste en anunciar, acompañar, ofrecer el Evangelio en un contexto de crisis”.

En esa realidad descubrimos que “los nuevos tiempos traen nuevas preguntas… los cambios antropológicos y culturales que estamos viviendo se convierten para nosotros en retos, como pueden ser: el protagonismo que están adquiriendo las mujeres; el sabernos situados del lado de quienes sufren; el cuidado de nuestro planeta como casa común y obra de Dios… Todos estos, entre otros, suponen signos de ánimo y esperanza”. Para responder a estos retos, nos dice el Papa Francisco: “Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo, escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23).

Concebir nuestra vida como misión supone, “a nivel personal”, que “la fe se ha de hacer vida, pasando de la teoría a la experiencia”. Y esto “tiene que expresarse en la dimensión eclesial, en la dimensión social y política de la fe. En lo eclesial porque nadie se salva solo y porque es la Iglesia, Pueblo de Dios, la que evangeliza. En lo social y lo político porque el amor que configura nuestra humanidad genera unas relaciones sociales, interpersonales y, en consecuencia, políticas, nuevas; unas relaciones que no se agotan en el pequeño círculo de mi familia o mi comunidad parroquial, o mi movimiento, sino que queremos que sean la trama sobre la que construir todas nuestras relaciones sociales”.

Celebrar Pentecostés en el contexto actual nos mueve a orar “para que sigamos viviendo en actitud de esperanza en Cristo resucitado, que ha vencido el dolor y la muerte, y bajo la guía del Espíritu Santo, que nos invita a confiar en la promesa de que Jesús va a estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cf. Mt 28, 20).

Y con esta esperanza, celebrar Pentecostés en el contexto actual “nos invita a ir sin miedo con el anuncio misionero, allí donde nos encontremos y con quien estemos, en el barrio, en el estudio, en la familia, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el voluntariado o en el trabajo”. Pidamos hoy que “la fuerza resucitadora del Espíritu también acompañe a nuestro pueblo y sane los corazones desgarrados, que nos llene de esperanza y sigamos siendo Iglesia en salida, que busca un renovado Pentecostés en estos momentos actuales”.

Comentario al evangelio – Pentecostés

Testigos del Espíritu, testigos del amor

      En nuestro mundo se hablan muchos idiomas. Muchas veces no nos entendemos. Seguro que en nuestra ciudad también nos encontramos por la calle con personas que hablan otras lenguas. Quizá nosotros mismos hemos pasado por la experiencia de no encontrar a nadie que entendiese nuestro idioma cuando necesitábamos ayuda o de no poder ayudar adecuadamente a alguien porque sencillamente no le entendíamos. 

      Hoy celebramos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre aquel primer grupo de apóstoles y discípulos que, después de la muerte y resurrección de Jesús se seguían reuniendo para orar y recordar al maestro. La venida del Espíritu Santo tuvo un efecto maravilloso. De repente, los que habían estado encerrados y atemorizados se atrevieron a salir a la calle y a hablar de Jesús a todos los que se encontraron. En aquellos días Jerusalén era un hervidero de gente de diversos lugares y procedencias. Por sus calles pasaban gentes de todo el mundo conocido de aquellos tiempos. Lo sorprendente es que todos escuchaban a los apóstoles hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios, del gran milagro que Dios había hecho en Jesús resucitándolo de entre los muertos. 

      Desde entonces el Evangelio ha saltado todas las fronteras de las naciones, de las culturas y de las lenguas. Ha llegado hasta los más recónditos rincones de nuestro mundo, proclamando siempre las maravillas de Dios de forma que todos lo han podido entender. Junto con el Evangelio ha llegado también la paz a muchos corazones y la capacidad de perdonar, tal y como Jesús en el Evangelio les dice a los apóstoles. 

      Hoy son muchos los que se siguen dejando llevar por el Espíritu y con sus palabras y con su forma de comportarse dan testimonio de las maravillas de Dios. Con su amor por todos y su capacidad de servir a los más pobres y necesitados hacen que todos comprendan el amor con que Dios nos ama en Jesús. Con su capacidad de perdonar van llenando de paz los corazones de todos. El Espíritu sigue alentando en nuestro mundo. Hay testigos que comunican el mensaje por encima de las barreras del idioma o las culturas. ¿No ha sido la madre Teresa de Calcuta un testigo de dimensiones universales? Su figura pequeña y débil era un signo viviente de la preferencia de Dios por los más débiles, por los últimos de la sociedad. 

      Hoy el Espíritu nos llama a nosotros a dejarnos llevar por él, a proclamar las maravillas de Dios, a amar y a perdonar a los que nos rodean como Dios nos ama y perdona, a encontrar nuevos caminos para proclamar el Evangelio de Jesús en nuestra comunidad. Hoy es día de fiesta porque el Espíritu está con nosotros, ha llegado a nuestro corazón. ¡Aleluya!

Para la reflexión

      ¿Qué me llamaba más la atención de la madre Teresa de Calcuta? ¿Qué otras personas me parece que son hoy testigos del amor de Dios en nuestro mundo? ¿Cómo podría yo ser testigo del amor y perdón de Dios para los que me rodean?

Fernando Torres, cmf