La unicidad del hombre

1.- Los parados no son números, sino personas. ¿Hay frase más vulgar, más natural, más llena de sentido común? ¿Por qué tiene ya fuerza de propaganda?, ¿por qué es capaz de llamar la atención? Pues porque estamos en un proceso de masificación

Los soldados en campaña llevan colgado del cuello su número. Los presos de los campos de concentración lo llevaban grabado en su piel. Y cada uno de nosotros llevamos el camino de convertirnos en el número de nuestro DNI.

Los rasgos personales de nuestros rostros se van desdibujando a fuerza de meternos en estadísticas, y va apareciendo un nuevo rostro, el de la MASA, rostro siempre grotesco porque la masa es esencialmente estúpida, se lo cree todo, y se la lleva donde unos pocos quieren. Y ahí está el gran defecto de la democracia.

2.- Jesús en su polémica con los fariseos, que despreciaban al pueblo inculto, viene a decirnos que para Él, el buen pastor, no existen masas, porque ante Dios, ningún hombre es un número, un ser anónimo, una ficha que puede traspapelarse o reemplazarse por otra.

Ante el Señor cada uno tenemos nuestro propio rostro, nuestro nombre, un nombre que Él sabe y que pronuncia con un tono de voz especial para cada uno. Tono por el que cada uno sabemos que el que nos está llamando es el Señor y no otro, como cuando el Señor Resucitado, en el jardín de su tumba, llama a la Magdalena “MARÍA” e inmediatamente ella sabe que ese tono de voz pronunciando su nombre no puede ser más que la voz del Señor Jesús.

Se dice a veces, y es mucha verdad, que Dios nos hizo uno a uno y después rompió el molde. El Señor no trabaja en serie. Cada uno de nosotros no es producto de una cadena robotizada de una fábrica de automóviles. Cada hombre es labor de artesanía. Es artículo exclusivo.

Si para una madre normal cada hijo es único y ninguno de los otros hijos pueden nunca ocupar el puesto de otro, cuánto más para el Señor.

3.- Es mucha verdad que nadie es indispensable en lo que hace o se ocupa. Siempre habrá otro médico, otro empresario, otro sacerdote, otro Papa, que haga la labor que otros hacían. Pero en lo que cada uno de nosotros somos para Dios nadie nos puede reemplazar. El mayor de los Santos jamás puede reemplazar en el corazón de Dios al peor de los pecadores, porque para el Señor ese pecador es hijo irrepetible e irremplazable.

Por eso la conversión no es el paso de un Dios enemigo a un Dios amigo. Dios, Padre Bueno, nunca cambia en su actitud de cariño hacía a mi, hijo único e irremplazable. Soy yo el que cambio de actitud, admitiendo el amor inconmovible del Padre Dios.

4.- Podemos ser –o puede parecernos—inútiles en esta vida. Pero para Dios somos indispensables. Nuestro organista podrá disimular cuando uno de esos infinitos tubitos del órgano desafina, pero siempre será verdad que se echa de menos esa nota. Y no dejará de ser una chapuza maestra disimular esa nota. Y Dios no quiere chapuzas. Dios quiere que cada uno ocupemos el puesto que tenemos en Su corazón y en el que somos indispensables. Ese hueco quedará vacío si no lo llenamos cada uno. Allí quedará una gran soledad de Dios.

José María Maruri, SJ