I Vísperas – Domingo V de Pascua

I VÍSPERAS

DOMINGO V DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

HIMNO

Quédate con nosotros;
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa. Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. El alzar de mis manos suba a ti, Señor, como ofrenda de la tarde. Aleluya.

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El alzar de mis manos suba a ti, Señor, como ofrenda de la tarde. Aleluya.

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Me sacaste de la Prisión: por eso doy gracias a tu nombre. Aleluya.

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio

y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me sacaste de la Prisión: por eso doy gracias a tu nombre. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer, y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer, y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 9-10

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a traer en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, vida y resurrección de todos los hombres, y digámosle con fe:

Hijo del Dios vivo, protege a tu pueblo.

Te rogamos, Señor, por tu Iglesia extendida por todo el mundo:
— santifícala y haz que cumpla su misión de llevar tu reino a todos los hombres.

Te pedimos por los hambrientos y por los que están tristes, por los enfermos, los oprimidos y los desterrados:
— dales, Señor, ayuda y consuelo.

Te pedimos por los que se han apartado de ti por el error o por el pecado:
— que obtengan la gracia de tu perdón y el don de una vida nueva.

Salvador del mundo, tú que fuiste crucificado, resucitaste, y has de venir a juzgar al mundo,
— ten piedad de nosotros, pecadores.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te rogamos, Señor, por los que viven en el mundo
— y por los que han salido ya de él, con la esperanza de la resurrección.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Sábado IV de Pascua

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, concédenos vivir siempre en plenitud el misterio pascual, para que, renacidos en el bautismo, demos fruto abundante de vida cristiana y alcancemos, finalmente, las alegrías eternas. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 14,7-14
Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.» Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.

3) Reflexión

• Juan 14,7: Conocer a Jesús es conocer al Padre. El texto del evangelio de hoy es una continuación del de ayer. Tomás había preguntado: «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?» Jesús respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Y añadió: “Si me conocéis a mí, conoceréis también al Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Esta es la primera frase del evangelio de hoy. Jesús habla siempre del Padre, pues todo lo que hablaba y hacía era transparencia de la vida del Padre. Esta referencia constante al Padre provoca la pregunta de Felipe.
• Juan 14,8-11: Felipe pregunta: «¡Muéstranos al Padre y nos basta!” Era el deseo de los discípulos, el deseo de mucha gente en las comunidades del Discípulo Amado y es el deseo de muchos de nosotros hoy: ¿cómo hace la gente para ver al Padre del que Jesús habla tanto? La respuesta de Jesús es muy bonita y vale hasta hoy: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y aún no me conoces, Felipe? ¡El que me ha visto a mí ha visto al Padre!» La gente no debe pensar que Dios está lejos de nosotros, como alguien distante y desconocido. Quien quiere saber cómo es y quién es Dios, basta que le mire a Jesús. El lo ha revelado en las palabras y en los gestos de su vida. «¡El Padre está en mí y yo estoy en el Padre!» A través de su obediencia, Jesús está totalmente identificado con el Padre. En cada momento hacía lo que el Padre mostraba que había que hacer (Jn 5,30; 8,28-29.38). Por esto, en Jesús, ¡todo es revelación del Padre! Y las señales o las obras de Jesús ¡son obras del Padre! Como dice la gente: «¡Este hijo le ha cortado la cara a su padre!» Por esto, en Jesús y por Jesús, Dios está en medio de nosotros.
• Juan 14,12-14: Promesa de Jesús. Jesús hace una promesa para decir que la intimidad que él tiene con el Padre no es un privilegio que sólo le pertenece a él, sino que es posible para todos aquellos que creen en él. Nosotros también, a través de Jesús, podemos llegar a hacer cosas bonitas para los demás como Jesús hacía para la gente de su tiempo. El va a interceder por nosotros. Todo lo que la gente le pide, él lo va a pedir al Padre y lo va a conseguir, con tal que sea para servir. Jesús es nuestro defensor. El se va, pero no nos deja sin defensa. Promete que va a pedir al Padre que envíe a otro defensor o consolador, el Espíritu Santo. Jesús llega a decir que precisa irse ahora, porque, de lo contrario, el Espíritu Santo no podrá venir (Jn 16,7). Es el Espíritu Santo el que realizará las cosas de Jesús en nosotros, si actuamos en nombre de Jesús y observamos el gran mandamiento de la práctica del amor.

4) Para la reflexión personal

• Conocer a Jesús es conocer al Padre. En la Biblia “conocer a una persona” no es una compensación intelectual, sino que implica también una profunda experiencia de la presencia de esta persona en la vida. ¿Conozco a Jesús?
• ¿Conozco al Padre?

5) Oración final

Los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.
¡Aclama a Yahvé, tierra entera,
gritad alegres, gozosos, cantad! (Sal 98,3-4)

Iglesia naciente, sufriente, creyente

Iglesia naciente

La primera lectura nos cuenta la institución de los diáconos y el aumento progresivo de la comunidad, subrayando el hecho de que se uniesen a ella incluso sacerdotes.

La comunidad de Jerusalén estaba formada por judíos de lengua hebrea y judíos de lengua griega (probablemente originarios de países extranjeros, la Diáspora). Los problemas lingüísticos, tan típicos de nuestra época, se daban ya entonces. Los de lengua hebrea se consideraban superiores, los auténticos. Y eso repercute en la atención a las viudas. Lucas, que en otros pasajes del libro de los Hechos subraya tanto el amor mutuo y la igualdad, no puede ocultar en este caso que, desde el principio, se dieron problemas en la comunidad cristiana por motivos económicos.

Los diáconos son siete, número simbólico, de plenitud. Aunque parecen elegidos para una misión puramente material, permitiendo a los apóstoles dedicarse al apostolado y la oración, en realidad, los dos primeros, Esteban y Felipe, desempeñaron también una intensa labor apostólica. Esteban será, además, el primer mártir cristiano.

Dignidad de la Iglesia sufriente

La primera carta de Pedro recuerda las numerosas persecuciones y dificultades que atravesó la primitiva iglesia. Lo vimos el domingo pasado y lo veremos en los siguientes. Pero este domingo, aunque se menciona a quienes rechazan a Jesús y el evangelio, la fuerza recae en recordar a cristianos difamados e insultados la enorme dignidad que Dios les ha concedido.

Mientras los judíos, después de la caída de Jerusalén (año 70), se encuentran sin templo ni posibilidad de ofrecer sacrificios al Señor, los cristianos se convierten en un nuevo templo, en nuevos sacerdotes que ofrecen víctimas a Dios por medio de Jesucristo.

Al final, recogiendo diversas alusiones del Antiguo Testamento, traza una imagen espléndida de la comunidad cristiana: «Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa».

En nuestra época, cuando la Iglesia parece cada vez menos importante y se ve atacada y condenada en numerosos ambientes, estas palabras de la carta nos pueden servir de ánimo y consuelo.

Iglesia creyente

El evangelio nos sitúa en la última cena, cuando Jesús se despide de sus discípulos. En el pasaje seleccionado podemos distinguir tres partes: el hotel, el camino hacia él, los huéspedes.

El hotel. En la primera parte, Jesús sabe el miedo que puede embargar a los discípulos cuando él desaparezca y queden solos. Y los anima a no temblar, insistiéndoles en que volverán a encontrarse y estarán definitivamente juntos en el gran hotel de Dios, repleto de estancias. Como diría san Pablo, hablando de lo que ocurrirá después de la muerte: «Y así estaremos siempre con el Señor». Esta primera parte, válida para todos los tiempos, adquiere especial significado en esto meses en los que la epidemia del coronavirus ha causado tantas muertes y miles de personas no han podido ni siquiera despedirse de sus seres queridos. No están solos. Están con el Señor.

El camino. Tomás, realista como siempre, le objeta a Jesús: «No sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?». Esto le permite a Jesús ofrecer una de las mejores definiciones de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» ¿Cómo hablar de Jesús a quienes no lo conocen o lo conocen poco? La mejor fórmula no es la del Concilio de Calcedonia: «Dios de Dios, luz de luz…». Es preferible esta otra.

Sugiere que para llegar a Dios hay muchos caminos, pero para llegar a Dios como Padre el único camino es Jesús. El musulmán alaba a Dios como Fuerte (Alla hu akbar). El cristiano lo considera Padre.

Jesús es también la verdad en medio de las dudas y frente al escepticismo que mostrará más tarde Pilato. La pregunta correcta no es: «¿Qué es la verdad?», sino «¿Quién es la verdad?». La verdad no es un concepto ni un sistema filosófico, se encarna en una persona.  

Jesús es también la vida que todos anhelamos, la vida eterna, que empieza ya en este mundo y que consiste «en que te conozcan a ti, único dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo».

Los huéspedes. Una nueva interrupción, esta vez de Felipe, desemboca en el pasaje más difícil y desconcertante. Ahora no hace falta recorrer ningún camino para llegar al Padre. Para verlo, basta con mirar a Jesús. Estas palabras, que a oídos de los judíos sonarían como pura blasfemia, nos invitan a creer en Jesús como se cree en Dios; a creer que, quien lo ve a él, ve al Padre; quien lo conoce a él, conoce al Padre; que él está en el Padre y el Padre en él. Y al final, el mayor desafío: creer que nosotros, si creemos en Jesús, haremos obras más grandes que las que él hizo. Parece imposible. El padre del niño epiléptico habría dicho: «Creo, Señor, pero me falta mucho. Compensa tú a lo que en mí hay de incrédulo».

La Iglesia debatirá durante siglos la relación entre Jesús y el Padre, y no llegará a una formulación definitiva hasta casi cuatrocientos años más tarde, en el concilio de Calcedonia (año 452). El evangelio de Juan anticipa la fe que hemos heredado y confesamos.

José Luis Sicre

Comentario – Sábado IV de Pascua

Cuando se detuvo el mundo el 14 de marzo no sabíamos qué iba a pasar. Un virus pequeño, desconocido, universal, parece que venía dispuesto a descoser las costuras de nuestra sociedad. Tocaba quedarse en casa, replegarse, paralizar las existencias a los mínimos vitales. Un general estado de hibernación. Al descubierto quedaban nuestras grandezas y nuestras miserias, las personales y las colectivas. La prudencia se quedó a vivir en nuestras casas, en nuestras calles, en nuestros mercados. Era tiempo de lavar las manos y mantener distancias. Los besos y los abrazos se guardaban en los cajones de la ropa de invierno. Los parques se quedaron sin niños y las pantallas se llenaros de apuntes, llamadas y teletrabajo. 

Era tiempo de cuarentena y de cuaresma. Una dura travesía del desierto. Nos decían que nos quedáramos en casa, pero con dolor descubrimos que algunos -¡ay!- no tenían casa donde quedarse. El cierre de la economía supuso echar la cortina a todas esas personas (cientos, miles) que viven al día. Nos alegramos cuando nos decían que aumentaba el número de curados, y se nos escapaban las lágrimas cuando la muerte tocaba a nuestra gente. Los balcones se llenaron de aplausos a todos los que estaban en primera línea, pero también se puso en evidencia que no estábamos preparados para esto, que faltaban medios de hoy y de ayer, que cuando recortas la manta terminas con los pies fríos. Aunque todo se paró algunos se seguían moviendo, y dimos las gracias por los trabajos de tantas personas que antes no apreciábamos.  

 Ojalá este tiempo a todos nos haya posibilitado encontrarnos, como Felipe, con el verdadero rostro de Dios, el Padre. En el dolor y en la esperanza, en el hacer y en el esperar. Porque ha sido una oportunidad para construir Reino. Porque podemos pedir de corazón lo que más necesitamos: salir de ésta con los deberes aprendidos: no solo revivimos sino resucitamos.  

Óscar Romano 

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

59. El principio de la colaboración.

La eclesiología de la comunión compromete al Obispo a promover la participación de todos los miembros del pueblo cristiano en la única misión de la Iglesia; en efecto, todos los cristianos, tanto singularmente como asociados entre ellos, tienen el derecho y el deber de colaborar, cada uno según su propia vocación particular y según los dones recibidos del Espíritu Santo, en la misión que Cristo ha confiado a la Iglesia.(143) Los bautizados gozan de una justa libertad de opinión y de acción en las cosas no necesarias al bien común. En el gobierno de la diócesis, el Obispo reconozca y respete este sano pluralismo de responsabilidad y esta justa libertad de las personas y de las asociaciones particulares. De buena gana infunda en los demás el sentido de la responsabilidad individual y comunitaria, y lo estimule en aquellos que ocupan oficios y encargos eclesiales, manifestándoles toda su confianza: así ellos asumirán conscientemente y cumplirán con celo las tareas que les correspondan por vocación o por disposición de los sagrados cánones.


143 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 30; 33; Decreto Apostolicam Actuositatem, 2-3; Codex Iuris Canonici, cans. 208; 211; 216; 225 §§ 1-2.

Las moradas del cielo

1.- Los fariseos perseguían a Jesús acusándole de no desvelar su verdadera naturaleza, su condición de Mesías. El les respondía que hablaba con claridad, pero ellos no le creían. ¿No nos pasará lo mismo a nosotros? ¿No seguiremos dando vueltas a un asunto que no tiene vuelta de hoja? ¿No hizo lo mismo el Apóstol Felipe, lo que provocó la respuesta precisa de Jesús: ¿»Hace tanto –dice el Señor– que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?». Llevamos ya mucho tiempo a su lado y parece que no lo conocemos. Va añadir el Maestro: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre». Pero hay muchos cristianos fuera de la Iglesia Católica que no aceptan la divinidad de Jesús y formulan varios supuestos insólitos que limitan el poder y la libertad de Dios.

2.- Y es que el Evangelio de San Juan que hemos escuchado hoy es como una declaración fuerte y precisa del Salvador. Proclama su divinidad: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre»; se ofrece de guía para nuestra vida: «Yo soy el camino y la verdad y la vida». Nos espera junto al Padre y es mediador para el género humano. Las moradas del Cielo están acondicionadas por el mismo Jesús. Y nuestra felicidad futura será inefable porque la ha preparado la Segunda Persona de la Trinidad. Pero se nos olvida y nos enredamos y perdemos nuestro tiempo y multitud de venalidades o de perversos procederes. Estamos, pues, como los fariseos de tiempos de Cristo, preguntando lo que ya sabemos porque Jesús nos lo ha referido.

Es muy útil que la liturgia de este tiempo pascual, preparatorio del Pentecostés, para cuando el Señor nos envíe el Espíritu, marque perfectamente el perfil de las cosas que debemos saber. El Evangelio de Juan escrito ya cuando las primeras herejías habían hecho mella en alguna comunidad cristiana tiene que afirmar inequívocamente circunstancias que los otros evangelistas al darlas por sabidas e incuestionables no enfatizaban tanto. A la postre, el hombre histórico –de todas las épocas– con muy poca fe en Dios y con ínfimo aprecio a la condición humana, discute siglo tras siglo la doble naturaleza de Cristo. El Señor Jesús es Dios y Hombre Verdadero. Resucitó al tercer día y está en cuerpo glorioso, sentado junto al Padre, como le vio el primer mártir, Esteban. Y es esto lo que no se admite, para aceptar otras cosas que, también, desde un punto de vista racionalista y «natural» son muy difíciles de admitir. Pero se tenderá a hacer –por soberbia disfrazada de perspicacia inteligente– una religión a la medida. Jesús, una vez más dice la verdad, pero nadie le cree…

3.- La lectura continuada de los Hechos de los Apóstoles nos presenta episodios de esos primeros años de la vida de la Iglesia. En fin, que los fieles han crecido en numero y es necesario que los Apóstoles se encarguen de la transmisión de la Palabra. La atención a los fieles más débiles debe ser ejercida por otros. Y así se designan siete diáconos. El diaconado aparece ya y continuará hasta nuestros días en los que se reverdece la opción de los diáconos permanentes. Y esa siembra fue prodigiosa. De ella, saldrá el primer mártir de la Iglesia, Esteban, apedreado y muerto por su fe, por su bondad y su belleza espiritual. También «nacerá» un predicador que emulará a los Apóstoles en su labor de explicar la Escritura y la Palabra: Felipe.

4.- La Primera Carta de Pedro hace referencia a las piedras vivas que somos todos los creyentes y que con ellas se construye el verdadero edificio de la Iglesia, pues es antes espiritual que material. La mejor construcción es la que hace el Espíritu en la Iglesia y para los espíritus de sus hijos. Jesús fue la piedra angular rechazada por los arquitectos de su tiempo. Y lo que le pasó el Maestro ocurrirá a los discípulos: el mundo actual no se basa en las piedras vivas inspiradas por el Espíritu Santo. Este mundo nuestro de ahora vive en pos del dinero, del poder, del éxito material. Y, sin embargo, cada vez necesita más el basamento que es la palabra y el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo. Pedro es también piedra y fue, según la promesa de Cristo, la piedra hoy completamente viva sobre la que se erige la Iglesia de Dios. Su vicario, el Papa, –recordamos con emoción a Juan Pablo II y esperamos con enorme ilusión conocer el nombre y el semblante de su sucesor– continua la labor de mantenimiento de una estructura de amor, se servicio, de entrega a los hermanos, mientras que se ejerce un sacerdocio de adoración a Dios. Se instituye el sacerdocio común de los todos los bautizados. Son vibrantes estos textos y este tiempo de Pascua. El Señor ha resucitado y alegres –y confiados– esperamos al Espíritu que nos renueve.

Ángel Gómez Escorial

Obispos, presbíteros y diáconos

1.- En la misma línea que el domingo anterior, el quinto domingo de Pascua desenvuelve la idea de ¿quién es el Resucitado? Jesús, dice la liturgia de este domingo, no sólo es el pastor bueno, no sólo es la única puerta, Jesús es el único camino, la verdadera verdad, la vida que da vida.

La primera lectura, sacada de los Hechos de los Apóstoles, nos relata el origen de los servicios ministeriales dentro de la comunidad cristiana. Aquí se nos explica cómo aparecieron los «diáconos». En la comunidad cristiana de los primeros trescientos años, todos los cargos ministeriales eran cargos no cultuales, en el sentido en el que ahora los tenemos. En la primera Iglesia se consideraba que sólo Cristo podía ser llamado «sacerdote» y, como sólo Cristo podía ser llamado sacerdote, sólo la comunidad, toda ella, por ser el cuerpo de Cristo, era sacerdotal.

Los “diáconos”, y eso significaba la palabra en griego, eran “servidores”. Los presbíteros (eso significa la palabra en griego) eran “ancianos”, es decir personas “dignas” de la comunidad, personas respetables de la comunidad. Los apóstoles eran obispos, es decir, y eso es lo que significa la palabra griega, eran “inspectores”. Preguntémonos: ¿Qué nos sentimos? ¿Nos sentimos servidores de Cristo y, por ello, de su cuerpo, la comunidad? ¿Hemos convertido nuestro servicio en un dominio o manipulación de la comunidad?

2.- La segunda lectura, de la primera carta de Pedro, subraya todas las ideas que acabamos de exponer y nos recalca que hay que acercarse a Cristo porque Él es la piedra angular, la piedra fundamental del templo vivo del Dios vivo, si queremos formar parte del único templo de Dios, la Iglesia, la comunidad. Esta idea aparecerá también en el evangelio de este domingo.

En la comunidad cristiana primera se escribió toda una carta, la carta a los Hebreos, para dejar sentado de una vez para siempre que Jesucristo es el sacerdote y es el sacrificio y que nadie puede sustituirlo; podemos representarlo, pero no podemos sustituirlo. Jesús tiene representantes, pero no tiene sucesores, porque Jesucristo permanece para siempre delante de Dios y su sacrificio permanece para siempre delante de Dios.

3.- El evangelio de Juan lo plantea claramente: O el mundo o el Padre-Dios. No hay otro mundo paralelo a éste. Se sale de este mundo, si se sale, al Padre-Dios. Donde quiera que Jesús vaya no va a ningún otro lugar, sino al Padre. “La casa de mi Padre” puede significar cualquier cosa, menos un lugar paralelo a este mundo. ¿A qué se refiere esa “casa de mi Padre” en la que hay muchas moradas? Se refiere al cuerpo resucitado de Cristo, a la comunidad cristiana, que es templo de Dios, cuerpo de Cristo. Es la «morada» de la que habla cuando dice: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada”.

“Yo soy el camino y la verdad y la vida”. Todo lo que se decía en la tradición oral entre los rabinos judíos acerca de la Ley se dice aquí de Cristo. Cristo es el camino, no la Ley. La Ley no es camino si Cristo es el camino. La verdad es Cristo, no la Ley. La Ley no es verdad, si Cristo es la verdad. La Ley no da vida si la Ley dio muerte a Cristo.

Jesús es el camino y nadie puede ir al Padre-Dios sino por Él, esto convierte en absoluta la necesidad de la persona de Jesús para ponerse en relación con Dios. Sin Jesús nadie en la Iglesia puede hacer nada. Cristo es el único mediador necesario entre Dios y los seres humanos. Todos y todo puede llevarnos a Cristo, pero sólo Cristo nos puede llevar a Dios.

No hay ritos indispensables o infalibles. Nadie puede aparecerse a hacernos revelaciones nuevas o complementarias que no nos haya revelado Cristo. Sólo Cristo es absolutamente indispensable porque no hay otro camino que nos lleve a Dios, ni otra puerta por la que entrar.

El que cree en Jesús, dice Él, hará cosas como las que Él hizo y aún mayores. Si creyéramos que somos capaces de dar órdenes a los montes, los montes se moverían. Todo le es posible al que cree, dice Jesús varias veces.

Antonio Díaz Tortajada

Camino de los sin camino

1.- Estaban tan sólo a 20 kilómetros, montaña abajo, de un refugio repleto de víveres donde todos hubieran podido salvarse, mientras ellos iban muriendo uno a uno entre los despojos del avión, rodeados de nieve en lo alto del monte, alimentándose de la carne de sus compañeros muertos. Esta fue la trágica ironía de aquel avión perdido en las cimas de los Andes el 12 de octubre de 1972. Perdidos en la nieve no sabían a donde ir ni sabían el camino.

Cuántas veces caminamos en el desierto. No sabemos a dónde vamos. Sobre la arena no hay camino. Y el camino de nuestras pisadas detrás las va borrando el viento. Náufragos en medio del océano donde los peces no dejan caminos ni sendas ¿A dónde vamos? ¿Dónde esta el camino?

Las más de las veces hacemos mucho camino a diario, no paramos un momento, para al fin del día encontrarnos donde empezamos. Caminamos pero no avanzamos. No sabemos a dónde ir. Cómo vamos a saber el camino. Vidas sin camino.

Jesús que se llama a Si mismo Camino, ¿sabe a dónde va? Jesús no va a ninguna parte. El término de su camino no es un lugar, es una persona. Jesús va al Padre.

Para todos nosotros es fácil ir a un sitio. Es fácil venir a la Iglesia o que nos traigan. Es más difícil ir al Padre, porque al Padre se va con el corazón, con la fe, escuchando su Palabra.

2.- ¿Es tal vez posible que los que sabemos que Jesús en Camino al Padre vivamos vidas sin camino, mares sin sendas, desiertos sin rumbo, que después de hacer tanto camino estemos siempre en el mismo sitio?

¿No será que oímos al Padre, oímos a Jesús, pero no los escuchamos? El radioaficionado capta por curiosidad las órdenes de la policía y las oye. El policía escucha esas órdenes que para él se traducen en acción y tal vez en peligro y en muerte. El radioaficionado se divierte, el policía ve implicada toda su vida.

¿Oímos la palabra de Dios o la escuchamos? ¿Estos bancos de la iglesia nos sirven de aparcamiento como un cine al aire y nos admiramos con la Palabra del Señor o hasta nos aburrimos, pero no acabamos de sentirnos implicados personalmente en el mensaje que es para nosotros?

Sin duda creemos en Jesús, ¿pero por qué no hacemos las obras que Él hizo, como Él mismo nos dice hoy? ¿Por qué no somos como Él testigos de la verdad con valentía en una sociedad hostil a la Fe? ¿Por qué no pasamos como Él haciendo el bien? ¿Por qué no sabemos vivir para los demás? ¿Por qué estamos estancados en el camino?

3.- Fe es ir al Padre, es caminar hacia el Padre, es movimiento. Por eso ninguno de nosotros podemos ser espectadores. San Pedro nos acaba de decir que todos nosotros tenemos un sacerdocio regio. Y eso no es un mero título que nos honra. Es una profesión que hay que ejercer en bien del pueblo de Dios, una misión para ir y llevar a los demás al Padre.

¿Sabíais que hoy hay ya en la Iglesia varios miles –muchos—de diáconos casados y célibes? Son hombres que han escuchado no como el radioaficionado por curiosidad, sino como el que recibe una orden para ponerse en camino en servicio de los demás.

José María Maruri, SJ

No os quedéis sin Jesús

Al final de la última cena, Jesús comienza a despedirse de los suyos: ya no estará mucho tiempo con ellos. Los discípulos quedan desconcertados y sobrecogidos. Aunque no les habla claramente, todos intuyen que pronto la muerte lo arrebatará de su lado. ¿Qué será de ellos sin él?

Jesús los ve abatidos. Es el momento de reafirmarlos en la fe, enseñándoles a creer en Dios de manera diferente: «Que no tiemble vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí». Han de seguir confiando en Dios, pero en adelante han de creer también en él, pues es el mejor camino para creer en Dios.

Jesús les descubre luego un horizonte nuevo. Su muerte no ha de hacer naufragar su fe. En realidad, los deja para encaminarse hacia el misterio del Padre. Pero no los olvidará. Seguirá pensando en ellos. Les preparará un lugar en la casa del Padre y un día volverá para llevárselos consigo. ¡Por fin estarán de nuevo juntos para siempre!

A los discípulos se les hace difícil creer algo tan grandioso. En su corazón se despiertan toda clase de dudas e interrogantes. También a nosotros nos sucede algo parecido: ¿no es todo esto un bello sueño? ¿No es una ilusión engañosa? ¿Quién nos puede garantizar semejante destino? Tomás, con su sentido realista de siempre, solo le hace una pregunta: ¿cómo podemos saber el camino que conduce al misterio de Dios?

La respuesta de Jesús es un desafío inesperado: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». No se conoce en la historia de las religiones una afirmación tan audaz. Jesús se ofrece como el camino que podemos recorrer para entrar en el misterio de un Dios Padre. Él nos puede descubrir el secreto último de la existencia. Él nos puede comunicar la vida plena que anhela el corazón humano.

Son hoy muchos los hombres y mujeres que se han quedado sin caminos hacia Dios. No son ateos. Nunca han rechazado a Dios de manera consciente. Ni ellos mismos saben si creen o no. Tal vez han dejado la Iglesia porque no han encontrado en ella un camino atractivo para buscar con gozo el misterio último de la vida que los creyentes llamamos «Dios».

Al abandonar la Iglesia, algunos han abandonado al mismo tiempo a Jesús. Desde estas modestas líneas yo os quiero decir algo que bastantes intuís. Jesús es más grande que la Iglesia. No confundáis a Cristo con los cristianos. No confundáis su evangelio con nuestros sermones. Aunque lo dejéis todo, no os quedéis sin Jesús. En él encontraréis el camino, la verdad y la vida que nosotros no os hemos sabido mostrar. Jesús os puede sorprender.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado IV de Pascua

“Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Sobrecoge esta petición de Felipe. En general, los discípulos son bastante parcos en palabras, salvo las honrosas excepciones de Pedro o Juan… Los evangelios nos transmiten muy pocas intervenciones de los apóstoles. La personalidad de muchos de ellos aparece más bien como en penumbra, oculta tras el arrollador temple de Jesús. Por eso cuesta tanto rastrear en las páginas evangélicas detalles de su vida y su carácter. A menudo se parecen más al “coro” de las representaciones teatrales que a personajes protagonistas. Sin embargo, cada uno de los Doce era un hombre con sus inquietudes, deseos, sueños… flaquezas y miserias. Hoy Felipe nos sorprende con una petición sobrecogedora. En una sola frase, ha resumido el conjunto de las inquietudes del corazón humano. Ha captado la esencia del mensaje de Jesús. Nos basta con ver al Padre. Todo lo demás es secundario, superfluo, vacío, ruidos que nos distraen… Con ver a Dios nos basta. Él es lo único necesario.

“Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Las palabras de reproche de Jesús a su apóstol no se dirigen contra su petición –“muéstranos al Padre”–, sino que le hacen ver a Felipe que esa petición ya ha sido respondida: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Jesús y el Padre son uno. Por eso, ver a Jesús es ver al Padre. Dios ya está en medio de nosotros, Él es el Dios-con-nosotros. No tenemos que buscar ya más en otros sitios: con Jesús nos basta. Pero, ¿es esto así? ¿De verdad no queremos otra cosa que a Jesús? Es una buena pregunta que le podemos hacer hoy al Maestro en nuestra oración. ¿Qué necesito yo? ¿Qué me basta en mi vida? ¿De qué tengo necesidad? Si somos sinceros, podemos escribir una lista interminable de necesidades que nos hemos ido creando a lo largo de la vida… Una lista que no acaba nunca, porque nuestro corazón nunca puede dejar de desear y querer más. Ya lo dijo una vez san Agustín: “nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Después de hacer esa lista, dejémosla a un lado, dirijamos nuestra mirada a Cristo y digamos con el salmo 61: “Sólo en Dios descansa mi alma”.

“El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”. La promesa es audaz, sobre todo si pensamos las obras grandes que hizo Cristo en su vida: sus espectaculares milagros, su predicación admirable, su entrega total en la Cruz, su resurrección gloriosa… Pero las promesas de Dios siempre se cumplen; y tú y yo haremos obras mayores si tenemos fe. Habrá milagros hoy si tenemos fe. Pero para ello tenemos que dejar de lado todas esas falsas seguridades, tantas confianzas vanas, tantas necesidades aparentes que nos impiden abandonar nuestra vida totalmente en Dios. Digámoselo hoy al Señor: Tú sólo nos bastas. Pidámosle que Él sea el único alimento de nuestra vida. Confiemos en Él. “Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.