Vísperas – Lunes V de Pascua

VÍSPERAS

LUNES V DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. Tened valor: yo he vencido al mundo. Aleluya.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tened valor: yo he vencido al mundo. Aleluya.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Se hospedará en tu tienda, habitará en tu monte santo. Aleluya.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Se hospedará en tu tienda, habitará en tu monte santo. Aleluya.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

LECTURA: Hb 8, 1b-3a

Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará al Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará al Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. Aleluya.

PRECES

Con espíritu gozoso, invoquemos a Cristo a cuya humanidad dio vida el Espíritu Santo, haciéndolo fuente de vida para los hombres, y digámosle:

Renueva y da vida a todas las cosas, Señor.

Cristo, salvador del mundo y rey de la nueva creación, haz que ya desde ahora, con el espíritu, vivamos en tu reino,
— donde estás sentado a la derecha del Padre.

Señor, tú que vives en tu Iglesia hasta el fin de los tiempos
— condúcela por el Espíritu Santo al conocimiento de la verdad plena.

Que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren luz en tu victoria,
— y que tu gloriosa resurrección los consuele y los conforte.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Al terminar este día, te ofrecemos nuestro homenaje, oh Cristo, luz imperecedera,
— y te pedimos que con la gloria de tu resurrección ilumines a los que han muerto.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes V de Pascua

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones están firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 14,21-26

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas -no el Iscariote-: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

3) Reflexión

• Como dijimos anteriormente, el capítulo 14 de Juan es un bonito ejemplo de cómo se practicaba la catequesis en las comunidades de Asia Menor al final del siglo primero. A través de las preguntas de los discípulos y de las respuestas de Jesús, los cristianos se iban formando la conciencia y encontraban una orientación para sus problemas. Así, en este capítulo 14, tenemos la pregunta de Tomás y la respuesta de Jesús (Jn 14,5-7), la pregunta de Felipe y la respuesta de Jesús (Jn 14,8-21), y la pregunta de Judas y la respuesta de Jesús (Jn 14,22-26). La última frase de la respuesta de Jesús a Felipe (Jn 14,21) constituye el primer versículo del evangelio de hoy.

• Juan 14,21: Yo le amaré y me manifestaré a él. Este versículo es el resumen de la respuesta de Jesús a Felipe. Felipe había dicho: “¡Muéstranos al Padre y esto nos basta!” (Jn 14,8). Moisés había preguntado a Dios: “¡Muéstranos tu gloria!” (Es 33,18). Dios respondió: “No podrás ver mi rostro, porque nadie podrá verme y seguir viviendo” (Es 33,20). El Padre no podrá ser mostrado. Dios habita una luz inaccesible (1Tim 6,16). “A Dios nadie le ha visto nunca” (1Jn 4,12). Pero la presencia del Padre podrá ser experimentada a través de la experiencia del amor. Dice la primera carta de San Juan: “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Jesús dice a Felipe: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama, será amado de mi Padre. Y yo le amaré y me manifestaré a él”. Observando el mandamiento de Jesús, que es el mandamiento del amor al prójimo (Jn 15,17), la persona muestra su amor por Jesús. Y quien ama a Jesús, será amado por el Padre y puede tener la certeza de que el Padre se le manifestará. En la respuesta a Judas, Jesús dirá cómo acontece esta manifestación del Padre en nuestra vida.

• Juan 14,22: La pregunta de Judas, pregunta de todos. La pregunta de Judas: “¿Qué pasa que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Esta pregunta de Judas refleja un problema que es real hasta hoy. A veces, aflora en nosotros los cristianos la idea de que somos mejores que los demás y que Dios nos ama más que a los otros. ¿Hace Dios distinción de personas?

• Juan 14,23-24: Respuesta de Jesús. La respuesta de Jesús es sencilla y profunda. El repite lo que acabó de decir a Felipe. El problema no es si los cristianos somos amados por Dios más que los otros, o si los otros son despreciados por Dios. No es éste el criterio de la preferencia del Padre. El criterio de la preferencia del Padre es siempre el mismo: el amor. «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. Quien no me ama, no guarda mis palabras”. Independientemente del hecho que la persona sea o no cristiana, el Padre se manifiesta a todos aquellos que observan el mandamiento de Jesús que es el amor por el prójimo (Jn 15,17). ¿En que consiste la manifestación del Padre? La respuesta a esta pregunta está impresa en el corazón de la humanidad, en la experiencia humana universal. Observa la vida de las personas que practican el amor y hacen de su vida una entrega a los demás. Examina tu propia experiencia. Independientemente de la religión, de la clase, de la raza o del color, la práctica del amor nos da una paz profunda y una alegría que consiguen convivir con el dolor y el sufrimiento. Esta experiencia es el reflejo de la manifestación del Padre en la vida de las personas. Y es la realización de la promesa: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él.

• Juan 14,25-26: La promesa del Espíritu Santo. Jesús termina su respuesta a Judas diciendo: Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Jesús comunicó todo lo que oyó del Padre (Jn 15,15). Sus palabras son fuente de vida y deben ser meditadas, profundizadas y actualizadas constantemente a la luz de la realidad siempre nueva que nos envuelve. Para esta meditación constante de sus palabras Jesús nos promete la ayuda del Espíritu Santo: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

4) Para la reflexión personal

• Jesús dice: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él. ¿Cómo experimento esta promesa?
• Tenemos la promesa del don del Espíritu para ayudarnos a entender la palabra de Jesús. ¿Invoco la luz del Espíritu cuando voy a leer y a meditar la Escritura?

5) Oración final

Todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.
Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites. (Sal 145,2-3)

Que esté siempre con vosotros el Espíritu de la verdad

Lejos de Samaría nos creíamos a salvo

Asomarnos a lo que hay más allá de las fronteras de lo que creíamos nuestro confortable y reconocible templo nos está provocando mucho temor. Es normal, lo que vivimos no es para menos. No es fácil predecir cómo nos va a transformar el habernos acercado tanto a la fragilidad, a lo que se puede romper, a la realidad de la muerte, reconozcámoslo. Que lo que está ocurriendo nos asuste y cuestione nuestra comprensión de las cosas, es bastante lógico. El miedo no es de herejes ni de cobardes apocados, es un sentimiento humano y como tal, no sirve mirar hacia otro lado y hacer como si no lo tuviéramos, o avergonzarnos de sentirlo. Lo que quizá si es más preocupante es la que hasta ahora ha sido nuestra incapacidad para darnos cuenta de que, nuestro hermoso templo social, ese que creíamos a salvo y lejos de la que suponíamos la “hostil” y extraña tierra samaritana, era en realidad una estructura de arcilla herida y maltrecha, que se deshacía con la lluvia fría y cansina de la indiferencia. Ahora nos preguntamos asombrados ¿a quién estábamos perteneciendo colectivamente? ¿a quién le habíamos entregado nuestros sueños comunes? ¿en manos de quién dejábamos los seres frágiles de nuestras sociedades? ¿dónde nos conducía el vértice frenético del huracán individualista? ¿cómo es que habíamos asistido al desmantelamiento de nuestros servicios sociales y de cuidado, de nuestro modelo sanitario, a la precarización laboral, a la externalización de la producción de la mayoría de los bienes, al deterioro del sistema educativo, a la extenuación del planeta, al estrangulamiento de plataformas de investigación, a …? Parece mentira ¿verdad? Pero seamos valientes, desgraciadamente ni es mentira, ni esto es una distopía de Netflix o HBO; es el espacio social cada vez más exhausto y exiguo que nos hemos venido dando. Es donde moramos. Es lo que, poco a poco, vamos aceptando.

Transformar este mar de incertidumbre en tierra firme

Por eso hoy no nos es difícil reconocernos socialmente lisiados y paralíticos, necesitados de cura. Habitantes de Judea que miran con ternura y añoran la alegría de la Samaría que recibe la palabra Dios y el entendimiento. Moradores del templo que saben que, o reconstruyen el espacio vital y social de otra forma, o siempre habrá un nuevo covid-19 que con otro nombre pillará igual por sorpresa a una ciudadanía ensimismada, estresada y tolerante con quién le roba el alma y el futuro. Una humanidad confusa que dejó de mirar a los de al lado, a los de abajo y, así, dejó de mantenerle la mirada a Dios. Por eso nos urge el Salmo a luchar por las obras en favor de lo humano, a transformar este marde incertidumbre en tierra firme

Podemos ser devueltos a la vida

Sabemos que podemos ser devueltos a la vida y al Espíritu de la verdad que nos permite recobrar la confianza en la reparación de nuestro templo común. El Espíritu que nos afina el oído, y nos abre el corazón y el entendimiento. Las palabras irrumpen con fuerza desde el Evangelio: No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros […] porque yo sigo viviendo.Porque nosotros seguimos viviendo, porque hemos de seguir haciéndolo. Porque hemos de seguir dando voz a los que la han perdido a causa del dolor o del sin sentido. A los que la han perdido en soledad. Porque hemos de seguir diciendo NO a quien intente robarle el futuro a la gente. Porque hemos de defender lo que entre todos construimos. Porque mirar a los Bienaventurados, a los atravesados siempre hemos sabido que es la forma de amarle y de cumplir su palabra. Porque si nos engañamos es porque queremos. Y porque si nos vuelve a pasar, Él seguirá viviendo y viniendo, por descontado, pero a lo lejos se oirá una voz que diga: … “Os lo dije, desde el Amor, desde el servicio, desde abajo, desde la dignidad, desde la equidad, desde el cuidado, desde el respeto, desde la justicia social, desde el trabajo digno, desde el reparto de la riqueza, desde la alegría de los jóvenes y los niños, desde la protección de nuestros mayores, desde las oportunidades, desde lo que es común… Transformad el mar en Tierra firme, ¡atreveos a hacerlo …, y hacerlo ya, no esperéis al próximo covid…!”

Ana Belén Cuenca

Comentario – Lunes V de Pascua

El evangelio de san Juan pone de relieve la estrecha relación existente entre el amor, los mandamientos y la revelación. El que acepta mis mandamientos y los guarda – decía Jesús-, ése me amay al que me ama, lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él. El amor no es sólo cuestión de palabras y de sentimientos, sino de voluntad y de cumplimientos. El amor se demuestra amando, y amar es un acto en el que se expresa la persona entera, con todo lo que es, con su inteligencia, su voluntad y sus sentimientos; pero la persona se expresa más y mejor en sus obras que en sus palabras, sobre todo si sus palabras van desconectadas de sus obras. El que me ama realmente –viene a decir Jesús- es el que me acepta tal como soy y el que acepta mi voluntad expresada por encima de todo en los mandamientos (aunque también se exprese en los consejos y en las permisiones).

Se trata de una aceptación que lleva consigo la guarda de tales mandamientos, porque de no ser así perdería credibilidad. En realidad, sólo se acepta una voluntad cuando se está dispuesto a cumplirla. Sin esta disposición no hay verdadera aceptación y, por consiguiente, verdadero amor: un amor llevado a la arena de la realidad. Sólo este amor se hace digno de crédito. Sólo el que ama de esta manera, merece ser amado y gozar de la comunicación que brota de la apertura del ser que ama. Lo amaré –decía Jesús- y me mostraré a él. El amor genera apertura. Es el florecer de los corazones que se abren en virtud del mismo amor. Amar es abrirse a la persona amada; y en esta apertura hay una revelación de la propia intimidad: una mostración de lo que permanecía oculto a la mirada del otro. La respuesta a la pregunta de Judas (¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo) es bien sencilla: «Ha sucedido el amor». Para que Jesús se muestre a ellos, es decir, a sus discípulos, amigos e íntimos, y no al mundo, extraño e indiferente a su presencia, ha sucedido el amor, pues sólo el amor provoca este efecto de apertura voluntaria o mostración de lo encerrado en el corazón: pensamientos, sentimientos, inquietudes, aspiraciones, proyectos.

El que me ama –añade Jesús-, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Para guardar sus mandamientos hay que guardar su palabra, dado que aquellos se expresan por medio de ésta. Amar a una persona es también tener en gran estima su palabra, porque la palabra es el lugar donde la persona se expresa con mayor precisión. Las mismas acciones suelen requerir muchas veces de la interpretación hecha con palabras, aunque haya gestos como un abrazo, un apretón de manos o una mirada compasiva que expresen mejor ciertos sentimientos que las palabras. No obstante, y exceptuando casos, la palabra es el mejor cauce de que disponemos para expresarnos o manifestar lo que está encerrado en nuestro interior.

Por eso, amar a una persona es también estar atento a su palabra, pues es su gran instrumento de comunicación. Y el amor reclama la comunicación interpersonal. Si además, como en el caso de Jesús, su palabra no es sólo suya, sino del Padre al que vive unido y por quien es enviado, la acogida de tal palabra no será sólo acogida de su persona, sino de la persona del Padre. En razón de esta identidad se puede decir que el que oye al Hijo oye al padre, como se dice que el que ve al Hijo ve también al Padre, puesto que el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo. La acogida de la palabra es ya acogida de la persona que se comunica en ella, mostrándonos su intimidad. Esta comunicación, al menos en el caso del Hijo encarnado y glorioso, acaba provocando un efecto añadido, que pone de manifiesto el mismo Jesús. Es el efecto de la in-habitaciónVendremos a él y haremos morada en él. La acogida de su persona por el cauce de la comunicación verbal acaba convirtiéndonos en morada del mismo, esto es, en «lugar» habitado por él. Pero si el Hijo es inseparable del Padre, dando acogida al Hijo acogemos también al Padre, convirtiéndonos en morada del Dios trino. Semejante habitación hace de nosotros lugar sagrado, con todo lo que eso implica.

Jesús, estando al lado de sus discípulos, ha venido realizando ya esta labor de comunicación por medio de la palabra; pero será otro el que complete esta tarea; y ese otro no es sino el Paráclitoel Espíritu Santo que enviará el Padre en su nombre. Él les recordará lo dicho por Jesús y les enseñará lo que aún le faltaba por decirles o lo que les había dicho sólo en modo implícito o germinal. Es el desarrollo doctrinal en el que está implicada la Iglesia entera con la iluminación y el acompañamiento de este Paráclito, que también procede del Padre y que ha sido enviado para cumplir su misión.

Si Jesús se cuidó de enviarnos este Espíritu desde el Padre es porque lo necesitábamos, porque su Iglesia necesitaba de un Paráclito, esto es, de un defensor y un consolador capaz de conducirnos hasta la Verdad plena y hasta la Vida consumada. Pues confiemos en este Espíritu dotado de la capacidad de Dios, puesto que es también Dios junto con el Padre y el Hijo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

61. El principio de la persona justa al puesto justo.

Al conferir los oficios en la diócesis, el Obispo se conduzca únicamente por criterios sobrenaturales y por el solo bien pastoral de la Iglesia particular. Por eso, busque, ante todo, el bien de las almas, respete la dignidad de las personas y utilice sus capacidades, en el modo más idóneo y útil posible, al servicio de la comunidad, asignando siempre la persona justa al puesto justo.

Homilía – Domingo VI de Pascua

1.- Se rompen las fronteras (Hch 8, 5-8.14-17)

Eran vecinos, pero no se trataban: samaritanos y judíos estaban enfrentados. Pero uno de los Siete (Felipe) comienza la misión con los samaritanos. La fe en Cristo comienza su expansión. «El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe». Y es que la palabra y los signos se entrecruzan en su «evangelización», como había ocurrido con los Doce, repitiéndose en toda la Iglesia naciente el estilo mismo de Jesús.

Resultado de aquella acogida: la alegría (tema especialmente lucano): «Samaría había recibido la palabra de Dios». Y la había recibido con toda legitimidad. La expansión de la fe, más allá del grupo inicial, no era un abuso. Detrás de ella estaban los mismos apóstoles (de nuevo el tema lucano de los Doce), que envían a Pedro y a Juan, en una visita de verificación evangelizadora…

La imposición de las manos de los apóstoles sobre los samaritanos que habían creído les otorga la plenitud: plenitud de fe y plenitud de Espíritu: «Aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús».

 

2.- El Espíritu y la vida (1Pe 3, 15-18)

La glorificación que la primera Carta de Pedro pide a los creyentes se dirige directamente a Jesucristo. Es una consecuencia del misterio de la Pascua: «Como era hombre, lo mataron: pero como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida». Se trata de la raíz misma de la esperanza del cristiano, aquella de la que «tiene que estar siempre pronto a dar razón».

El «dar razón de la esperanza» no será siempre fácil. Acontece muchas veces entre sufrimientos. Para dar una explicación de estas «trabas» procedentes de los que «denigran vuestra conducta en Cristo», recurre el autor a la Pascua del Señor.

Para el cristiano pide las mismas actitudes del Cristo sufriente: «mansedumbre, respeto y buena conciencia», cuando llega la prueba: «Mejor es padecer haciendo el bien… que padecer haciendo el mal».

La última palabra la tendrá la vida: el sufrimiento de cristiano, como el de Cristo, es también «para conducirnos a Dios», y «ser devueltos a la vida» como lo fue el Resucitado, por medio del Espíritu. Así canta esa seguridad nuestro poeta: «Tolera la calumnia…, el sufrimiento/ si tu carne se inmola en el tormento/ surgirá, de la muerte, vencedora».

 

3.- El desamparo y la vuelta (Jn 14,15-21)

Los apóstoles tuvieron la tentación de sentirse desamparados. La nueva presencia de Jesús se realizaba de un modo diferente a la que habían experimentado cuando lo acompañaban por los caminos de Galilea. Se les pide ahora otro seguimiento, desde la fe y desde la observancia del mandamiento. Tendrán que llegar a saborear «que el Mandamiento no es cadena/ sino amor, que redime la condena/ y fuerza que el Espíritu robora».

La nueva presencia del Señor está, en efecto, ligada al «Espíritu de la verdad», el «otro Defensor». Cuando Jesús caminaba con ellos, él mismo los defendía, como Pastor, como Guardián… con el mismo cuidado de la gallina que cubre con sus alas a los polluelos.

Ahora, el Defensor será el Espíritu. Con él tienen los discípulos cierta connaturalidad, expresada en el conocimiento cercano: «Lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros»… Él les da la seguridad de poder seguir viendo a Jesús, de una forma completamente nueva. Y no sólo de verlo; también de poder vivir con él y como él. Jesús es el Viviente que los sumerge en la misma vida del Padre, como en una progresión en cascada: «Yo estoy en el Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros».

Una atmósfera nueva de Espíritu y de Amor. Su expresión es la fidelidad en el seguimiento: «Aceptar sus mandamientos y guardarlos». Eso es amor a Cristo. Desde ese amor, se recibe como hijos el amor mismo del Padre. Hay reciprocidad con el mismo amor de Cristo y verdadero conocimiento del Señor: «Yo también lo amaré y me revelaré a él».

 

La fuerza del Espíritu

Se hace visible el «don» en Samaría…,
—¡la fe que no es, Felipe, una quimera,
ha derribado la ancestral frontera!—
y la ciudad se llena de alegría.

Convierte tu esperanza en luz de día
y cuantos te contemplen desde fuera
verán en el respeto y la manera
la verdad que les da tu profecía.

Sabrán que el Mandamiento no es cadena,
sino amor que redime la condena
y fuerza que el Espíritu robora.

Tolera la calumnia…, el sufrimiento…
si tu carne se inmola en el tormento,
surgirá de la muerte vencedora.

 

Pedro Jaramillo

Jn 14, 15-21 (Evangelio Domingo VI de Pascua)

El Espíritu, nuestro “Defensor”

El evangelio de Juan prosigue con su discurso de revelación de la última cena. Se hace una conexión entre amor y mandamientos. Si amamos a Jesús estamos llamados a amarnos los unos a los otros, porque en la teología de Juan ese es el mandamiento nuevo y único que nos ha dejado para que tengamos nuestra identidad en el mundo. ¿Era eso nuevo? Era nuevo en la forma en que lo entendió Jesús: incluso hay que amar a los que nos odian; así seremos sus discípulos.

Para llevar adelante este mandamiento Jesús pedirá un «defensor», un ayudador: el Espíritu. Se nos vuelve a poner en línea abierta con la fiesta de Pentecostés que celebraremos tras dos domingos. El Espíritu de la verdad, no de una verdad abstracta, sino de la verdad más grande, de una verdad que el «mundo» odia, porque el mundo en San Juan es el misterio de la mentira, del odio, de las tinieblas. Probablemente se detecta aquí un dualismo un poco exagerado, pero es verdad que el mundo de la mentira existe y nos rodea frecuentemente.

Jesús promete no dejarnos huérfanos: El Espíritu es más fuerte que el mundo, como el amor y la verdad son más fuertes que el mundo, aunque nos parezca lo contrario. Si queremos vivir otra vida verdadera debemos fiarnos de Jesús que, desde el regazo de Dios como Padre, no se ha instalado allí, sino que enviándonos un Defensor nos conduce al mundo de la verdad, de la luz, del amor que reina en el seno de Dios.

El evangelio nos habla del “Paráclito” que Jesús promete a los suyos. El término griego parákletos (que significa “llamado”, del verbo griego kaleo, “llamar, interceder por”) tiene su origen en el mundo jurídico y designa a alguien que es llamado como defensor en un tribunal, un abogado en definitiva. Se sabe que los discípulos han de afrontar en el mundo una lucha. El autor del evangelio ya lo está viendo con sus ojos y por eso construye este discurso sobre el “Paráclito” que “estará con vosotros para siempre” (Jn 14,16). Es el Espíritu de la “Verdad”, que es una de las formas en que Jesús se ha presentado en este evangelio (14,6), un tema dominante de la catequesis joánica. Por lo mismo, el Espíritu vendrá a hacer lo que hacía Jesús mientras estaba con ellos.

¿Qué sentido tiene todo este discurso? Pues que aunque falte Jesús, no nos faltará su Espíritu. Es una presencia nueva de Jesús, una presencia que viene después de la Resurrección y que no podemos dudar que existe y existirá. Y aunque no esté definida esa personalidad del Espíritu, como habrá de hacerse en la teología posterior, debemos estar abiertos a esta promesa de comunión y de vida. En este mundo nuestro de disputas interminables y de intereses muy humanos, tener un abogado “defensor” es como una necesidad para no estar desamparados. Los cristianos, por lo mismo, tienen el suyo y pueden apoyarse en él, porque es un “abogado de la verdad que libera” nuestras conciencias.

1Pe 3, 15-18 (2ª lectura Domingo VI de Pascua)

Dar razón de nuestra esperanza

Nuestro texto nos proporciona una tesis teológica que debe ser determinante para los seguidores de Jesús: que debemos estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. Los primeros cristianos tuvieron que explicar muchas a veces, a quien se lo pedía, los motivos de su fe y de su esperanza. Eran tiempos de persecución. Hoy vivimos la fe menos ambiciosamente, pero no podemos ocultar la luz debajo de nada.

Ser cristiano, ser seguidor de Jesús, nos otorga su Espíritu y estamos convocados como entonces a dar testimonio. Hoy no hay persecuciones como entonces, pero el mundo tiene otros valores y reducimos nuestro testimonio a ciertas manifestaciones cultuales. Mas la fe cristiana no es para el culto, sino que debe dar sentido a la vida entera. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué amamos y perdonamos? No podemos ocultar nuestra verdad, sino que debemos comunicarla, incluso aunque tengamos que sufrir adversidad o incomprensión.

No se trata de hacer una defensa apologética de nuestra esperanza, pero sí es necesario vivir con esperanza: la esperanza en Cristo, en un mundo de paz y de concordia; en un mundo que tiene, además, un futuro más allá de esta historia, porque Jesús, el Señor, ha ganado para todos ese mundo nuevo.

Hch 8, 5-8. 14-17 (1ª lectura Domingo VI de Pascua)

La palabra de Dios nos abre al Espíritu

Este texto nos muestra un paso más de la comunidad cristiana primitiva. La crisis originada en la comunidad de Jerusalén a causa de los «helenistas», que tenían una mentalidad más abierta y más atenta a lo que había significado el mensaje del evangelio y de la Pascua, dispersó a estos cristianos fuera de la ciudad santa. Y esto va a ser semilla misionera y decisiva para que el «camino», otro de los nombres con que se conocía a los seguidores de Jesús, rompiera las barreras del judaísmo. Del relato, para la lectura de este domingo, se excluye el caso de Simón el Mago que quería hacer lo que Felipe, o comprarlo si era necesario -de donde procede el nombre de “simonía”-, por querer procurarse bienes espirituales por medio del dinero.

El programa que el autor (Lucas) ya diseñó en Hch 1,8 debe ir cumpliéndose con precisión. Pero es el Espíritu quien lleva estas iniciativas, quien se adelanta a los mismos apóstoles. Porque la Iglesia, sin Espíritu del Señor, no estaría abierta a nuevos modos y territorios de evangelización y presencia. El Espíritu es quien otorga siempre a la comunidad cristiana la libertad y el valor necesarios. En la lectura de hoy vemos a Felipe, uno de los siete elegidos y, probablemente, el líder sucesor de Esteban, que se llega hasta el territorio maldito de los samaritanos. El odio entre judíos y samaritanos ya aparece en el evangelio (Lc 9,52ss; Jn 4). Este era un paso muy importante porque se les consideraba como unos paganos. Esta era una apuesta decisiva, a la vez que un compromiso conducido por el Espíritu de Pentecostés, para cuya fiesta nos preparamos. Los samaritanos acogieron la palabra de Dios, nos dice Lucas en este relato, y enviaron a Pedro y a Juan para que pudieran atender y confirmar en la fe a esta nueva comunidad que se había abierto a la fuerza de la palabra salvadora.

Por eso, conviene resaltar que no son los “doce”, los discípulos de Jesús y los testigos “directos” de la Resurrección, los que llevan a cabo esta iniciativa eclesial. Felipe el helenista es el que se atreve a cumplir esa promesa del resucitado de Hch 1,8 (aunque cuenta mucho la persecución en Jerusalén contra ellos). Lo que hace es lo que mismo que hacía Jesús (cf. Lc 7,21; 8,2; 9,1). Resaltemos, pues, las iniciativas de los de segunda fila que tienen la misma importancia o más, ya que llevan la predicación, la palabra de Dios, a “lugares de frontera”. En Lucas la “palabra de Dios” es verdadera protagonista, junto con el Espíritu, de la segunda parte de su obra.

En un segundo momento, Pedro y Juan tienen que asumir la realidad de que los samaritanos, a donde ellos nos se atrevían a ir, han acogido la predicación evangélica. Esto contrasta con la escena del evangelio (Lc 9,51-56) en que Jesús y los suyos, pasando por territorio samaritano al ir a Jerusalén, y no siendo acogidos, Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, pidieron un castigo apocalíptico para aquel lugar maldito. Pero Jesús esta actitud de venganza rotundamente. Para Lucas esa era como la primera semilla, que ahora viene a crecer por medio de una nueva predicación. Y Juan, el hijo del Zebedeo, es protagonista en este momento.

El relato, pues, debe ser leído e interpretado en el sentido de que de los que no se esperan respuesta, son capaces de acoger el mensaje de la salvación con más solicitud y entusiasmo que los predestinados religiosamente para ello. La llegada de Pedro y Juan no debe ser captada en el sentido de ir a imponer su autoridad apostólica o jerárquica, sino, por el contrario, a poner de manifiesto por su parte y por la parte de la Iglesia madre de Jerusalén, el misterio de “comunión” que los herejes samaritanos (concepción del judaísmo ortodoxo) son capaces de dar.

Por eso este es un segundo “pentecostés”, que aquí acontece por la imposición de las manos de los apóstoles. Y es que en la Iglesia primitiva se dieron diferente momentos de “pentecostés” como presencia del Espíritu de Jesús resucitado.

Comentario al evangelio – Lunes V de Pascua

En el evangelio de hoy, Jesús nos ofrece dos enseñanzas provechosas y prácticas para nuestra vida cristiana: Unas precisiones sobre el amor y una promesa.

  • Precisiones sobre el amor: Jesús declara que le ama verdaderamente solo quien conoce sus mandamientos y los cumple. El tipo de amor que promueve Jesús no se confunde con otros tipos de amores. Se centra en conocer y cumplir. Él no era pelagiano. Por eso, el amor no es mero activismo. No hay amor sin empatizar con Jesús y comprenderle, hasta descubrir que Él es la Verdad. Aunque a veces parezca misterioso, nunca es absurdo. Sin experiencia de encuentro, sin trato y contacto, sin escucha y acogida de su palabra… no hay amor. Pero Jesús no era tampoco gnóstico. No se rodeó de amigos movidos por mera admiración o por curiosidad; les exigió también el “hacer”. No basta estar informados. Hay que poner en práctica sus palabras y realizar lo que Él propone. A quien le conoce y le obedece, queda unido a él, en comunión, como el sarmiento “injertado” en la vid, pero no como el sarmiento simplemente “atado” a ella, yuxtapuesto.
  • Una promesa: Enviará al Espíritu Santo que “enseñará” y “recordará” todo lo que Él había dicho. Quien abre su corazón al Espíritu Santo no se convierte en Dios, sino en “templo de Dios”. Pero, atención, ser “templos” no es lo mismo que ser “sacristías” que no contienen la presencia viva del Señor, sino que solo almacenan objetos sacros. El Espíritu Santo mora en nuestro corazón en la medida en que su acción es visible en la vida. Su actividad es muy rica. Aparece descrita por los títulos que le dan las Escrituras. Hoy Jesús le llama “Defensor” porque nos defiende del mal -que además de mentiroso y dañino, siempre es más fuerte que nosotros- y también “Maestro interior” que nos hace inteligible lo que no podemos comprender y nos recuerda las palabras de Jesús que olvidamos tan frecuentemente o las cambiamos por otras.

Juan Martos, cmf