1.- “Transparencia” es la palabra de moda… y no parece que en ningun campo político, económico, ni social, estén los cristales tan trasparentes como para ver debajo.
También Jesús en el evangelio de hoy reclama para los suyos “transparencia”, pero Él nos dice que nos la va a dar dándonos el Espíritu de la Transparencia, el Espíritu de la Verdad, que al tiempo es “abogado”, pero no para buscarle las vueltas a las leyes y que todo quede como antes, sino para exigir y dar Él mismo transparencia, verdad y sinceridad a nuestras vidas.
¿No es verdad que hasta a la ley de Dios hemos aplicado lo de que “El que hizo la ley hizo la trampa”, de forma que no buscamos cumplirla mejor, sino cumplir lo mínimo exigible de ella? Todos tendemos a contentarnos con “mínimos”.
2.- Dios quiere ser adorado en espíritu y en verdad, por eso no se le puede servir con los NOES de los Mandamientos, sino con el espíritu con que fueron dados, que es el Espíritu Santo, que es verdad y amor.
Hay que entrar en el dinamismo del amor, del amor del Padre a Jesús. Y de Jesús a nosotros. Y de nosotros a Jesús y al Padre. Sólo si nos metemos en ese torrente de amor seremos realmente cristianos en sinceridad, en verdad, en transparencia… No habrá en nosotros sombras de fariseísmo, ni hipocresía.
3.- Cristiano no es el que cumple los mandamientos, es uno que es amado y ama a las dos metas de los mandamientos: Dios y el prójimo. El amor de Dios a nosotros es tan verdadero que es amor sin motivo por nuestra parte. No nos ama porque seamos buenos y merezcamos su amor. Nos ama porque Él es bueno. Esta es la Gran Noticia del Evangelio. Y la mala noticia sería que Dios nos amase sólo si somos buenos.
El amor de Dios es creativo de forma que amándonos a los que no valemos nada, nos da bondad y nos hace valiosos, tanto que nos hace en realidad y de verdad hijos de Dios. En la escala de valores nos hace dar un salto no cuantitativo sino, cualitativo, dándonos un valor divino. La luz de su amor al iluminarnos, no descubre en nosotros valores que ya teníamos, sino que los crea en nosotros.
Recuerdo como relucía el presbiterio de la parroquia de San Francisco de Borja –aquí en Madrid en la calle de Serrano—bajo los focos de la televisión, una vez que se retransmitió la Vigilia Pascual. Esas luces no hacían más que poner de relieve lo que aquí ya existe, pero que no se ve con la mortecina luz ordinaria. La luz del amor de Dios no encuentra nada en nosotros que poner de relieve, sino que el lo crea en nosotros.
4.- Este amor tan de verdad, tan sincero, tan transparente de Dios a nosotros exige una correspondencia de amor en nosotros. “Si así nos amó Dios, así debemos amarnos unos a otros”, dice San Juan. No dice “así le debemos amar al Él, sino que debemos amarnos unos a otros.
¿Por qué?, porque en el amor a los demás mostramos la verdad de nuestro amor. “Si alguno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso, vuelve a decir San Juan.
Ese amor abstracto, flota en las nubes hacía un Dios que está lejos y molesta poco, que es todo hermosura, buenas maneras, hasta huele bien a incienso y flores, cosas que no pocas veces faltan en el prójimo. No es amor sincero, verdadero, transparente…
5.- Hoy la Iglesia celebra la jornada de las Vocaciones Nativas., como primer domingo de Mayo. Es una obra pontificia. Pero también se celebra el día del enfermo. En todas nuestras casas hay algún enfermo, algún anciano, pongamos ese amor que debemos al Señor en esos seres que sufren a nuestro lado.
El enfermo, el anciano no es un problema biológico que solucionar, es un hermano que pide comprensión en su dolor y soledad, es un hermano que más que medicinas pide calor humano.
No atosiguemos al enfermo con razones teológicas, hagámosle sentir la cercanía del Señor a través del calor de nuestro corazón. No intentemos que alce la mirada al cielo dejando helado su corazón humano que necesita calor.
Tagore dice: “Mira a las estrellas, pero no te olvides de avivar el fuego de tu hogar, porque las estrellas no calientan ni el cuerpo ni el corazón”.
Cuando Dios quiso acompañar nuestro dolor y soledad se hizo carne cálida y cercana en el Señor Jesús.
José María Maruri, SJ