I Vísperas – Domingo VI de Pascua

I VÍSPERAS

DOMINGO VI DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. El que realiza la verdad se acerca a la luz. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El que realiza la verdad se acerca a la luz. Aleluya.

 

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. El Señor, rotas las ataduras de la muerte, ha resucitado. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, rotas las ataduras de la muerte, ha resucitado. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 9-10

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a traer en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros. Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo que, resucitado de entre los muertos, destruyó la muerte y nos dio nueva vida, y digámosle:

Tú que vives eternamente, escúchanos, Señor.

Tú que eres la piedra rechazada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular,
— conviértenos a nosotros en piedras vivas de tu Iglesia.

Tú que eres el testigo fiel y veraz, el primogénito de entre los muertos,
— haz que tu Iglesia dé siempre testimonio de ti ante el mundo.

Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado,
— haz que todos nosotros seamos testigos de este misterio nupcial.

Tú que eres el primero y el último, que estabas muerto y ahora vives por los siglos de los siglos,
— concede a todos los bautizados, perseverar fieles hasta la muerte, a fin de recibir la corona de la victoria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que eres la lámpara que ilumina la ciudad santa de Dios,
— alumbra con tu claridad a nuestros hermanos difuntos.

Con la misma confianza que tienen los hijos con sus padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:

Padre nuestro…

ORACION

Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Sábado V de Pascua

1) Oración inicial

Señor, Dios todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 15,18-21
Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. 

3) Reflexión

• Juan 15,18-19: El odio del mundo.»Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros”. El cristiano que sigue a Jesús está llamado a vivir al revés de la sociedad. En un mundo organizado desde intereses egoístas de personas y grupos, quien procura vivir e irradiar el amor será crucificado. Este fue el destino de Jesús. Por esto, cuando un cristiano o una cristiana es muy elogiado/a por los poderes de este mundo y es exaltado/a como modelo para todos por los medios de comunicación, conviene desconfiar siempre un poco. “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo”. Fue la elección de Jesús lo que nos separó. Y basándonos en esta elección o vocación gratuita de Jesús tenemos la fuerza para aguantar la persecución y la calumnia y podremos tener la alegría en medio de las dificultades.
• Juan 15,20: El siervo no es más que su señor. “El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra, también la vuestra guardarán”. Jesús había insistido en este punto en el lavatorio de los pies (Jn 13,16) y en el discurso de la Misión (Mt 10,24-25). Y esta identificación con Jesús, a lo largo de los siglos, dio mucha fuerza a las personas para seguir su camino y fue fuente de experiencia mística para muchos santos y santas mártires.
• Juan 15,21: Persecución por causa de Jesús. “Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.” La insistencia repetida de los evangelios en recordar las palabras de Jesús que pueden ayudar a las comunidades a entender el porqué de las crisis y de las persecuciones, es una señal evidente de que nuestros hermanos y hermanas de las primeras comunidades no tuvieron una vida fácil. Desde la persecución de Nerón en el 64 después de Cristo hasta el final del siglo primero, vivieron en el temor de ser perseguidos, acusados, encarcelados y de morir en cualquier momento. La fuerza que los sostenía era la certeza de que Jesús estaba en medio de ellos. 

4) Para la reflexión personal

• Jesús se dirige a mí y me dice: Si fueras del mundo, el mundo amaría lo suyo. ¿Cómo aplico esto a mi vida?
• Dentro de mí hay dos tendencias: el mundo y el evangelio. ¿Cuál de las dos domina? 

5) Oración final

Pues bueno es Yahvé y eterno su amor,
su lealtad perdura de edad en edad. (Sal 100,5)

Amar a Cristo

1.- Cristo ha tenido a lo largo de toda la historia un enorme atractivo para mucha gente. Y dicha atracción no era –no es– patrimonio solo de los cristianos. Pueden ser muy laudables opiniones como las de Ghandi y, asimismo, no es discutible el que personas de espíritu abierto sientan esa admiración, aunque se quede solo en eso. Pero quien verdaderamente le ama es el que sigue sus mandamientos. Jesús no pretende adhesiones intelectuales, ni partidarios multidisciplinares, desea que se sigan sus enseñanzas para que se de fruto en la obra que él ha iniciado.

Pero, tal vez, no sea correcto poner en tela de juicio la importancia de la admiración por Jesús, aun admitiendo la necesidad de que el verdadero amor por El llegará de la aceptación jubilosa de sus mandamientos. Y lo decimos porque cualquier principio es bueno. La atracción de ese prodigioso hombre situado en la historia que se llamó Jesús de Nazaret engendrará sin duda el amor profundo hacia Jesús, el Señor, hacia la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Es posible que podamos quejarnos de una cierta trivialización por algunos de la figura de Jesús, pero durará poco: o abandonan dicha admiración o estarán postrados de amor en su regazo, escuchando sus enseñanzas como María de Betania. Eso, sin duda, puede ser así. Pero hoy nos interesa más la aceptación radical de Jesús, de su amor y de sus enseñanzas.

2.- «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él». El ofrecimiento de Jesús es enorme. Nos va a amar el Padre y el se nos revelará». Suspiramos a veces por una mayor intensidad en la presencia del Señor. Todos nuestros actos deben estar formulados en presencia de Dios. Pero a veces, nuestra debilidad y tendencia al pecado empaña en nuestros ojos del corazón la imagen que tenemos de El. Es obvio –ya nos lo dice Jesús– que no hemos guardado sus mandamientos y por ello el no puede revelarse a nosotros.

Hay una continua sensación de debilidad en nuestro camino de discípulos de Cristo. Tenemos muchas puertas amplias por donde entrar y la que El nos ofrece es estrecha. Y la realidad es que solos no podemos. En el inicio del texto de San Juan que leemos hoy anuncia ya el envío del Espíritu Santo. Estamos ya en la cercanía de la Ascensión y de Pentecostés. Cristo subirá al Padre y nos enviará al Espíritu Santo. La Palabra de Dios nos va preparando para la gran ocasión de Pentecostés. El Espíritu comienza a estar omnipresente y cercano. Y mejor así, porque lo necesitamos siempre a nuestro lado.

3.- La Iglesia se extiende. En Samaria, Felipe transmite la Palabra y la Fuerza de Dios. Los convertidos aumentan y hace falta que «suban» al viejo territorio «hereje», nada menos que Pedro y Juan para confirmar a los nuevos creyentes. La imposición de las manos otorga el Espíritu Santo. La Iglesia, en el sacramento de la Confirmación, continúa el rito iniciado por los Apóstoles. Felipe no es menor, en su fuerza, al trabajo de los Apóstoles. El, junto a Esteban, y a otros había sido elegido -como leíamos el domingo pasado- como diáconos para ayudar en el servicio de los fieles. Felipe, además, actúa de misionero.

Ya Pedro en su carta observa la capacidad de calumniar y de endurecerse si no glorificamos en nuestros corazones a Jesús. Dice San Pedro: «…y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo». Es una excelente advertencia contra el fariseísmo o los excesos que producen aquellos que se creen en únicos poseedores de la verdad, pero incluso ante ellos solo cabe la mansedumbre y el respeto. Es la Cruz de Cristo quien nos dará la plenitud, pues si sufrió la Cabeza, como no van a aceptar el sufrimiento el resto de los miembros. Hay que mantener una atención muy precisa en todo lo que sea el trato con los hermanos y en él debe primar la mansedumbre, dejando la superioridad de un lado, que no es otra cosa que prueba de soberbia.

También esta presente el Espíritu en este texto. Es quien, estando en Jesús, le hizo volver a la vida. Merece que a lo largo de estos siguientes días vayamos abriendo nuestro corazón a la inmediata llegada del Espíritu. Es lo que nos aconsejan las Lecturas de este domingo.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado V de Pascua

Jesús prolonga el discurso a sus discípulos con palabras que reproducen comportamientos y destinos. Les decía: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, por eso el mundo os odia. Todo mundo tiende a rechazar los elementos que le son ‘extraños’ y permanecen extraños. Es el fenómeno del ‘rechazo’, tan frecuente en el ámbito de los trasplantes de órganos. Se trata de la reacción que se produce en el organismo (=mundo) por la presencia de un órgano que es percibido como un potencial agresor. Es, pues, un mecanismo de defensa de ese «mundo» que reacciona ante lo extraño. Así fue percibido Jesús por la sociedad religioso-política de su tiempo, como un elemento extraño y potencialmente peligroso: Conviene que muera uno y no la nación entera –sentenció el sumo sacerdote en su momento-. Por eso reaccionó ante él con violencia.

Jesús se sintió realmente odiado por ese mundo que le veía como un elemento peligroso para su subsistencia y puso todos los medios a su alcance para su eliminación. El odio no desiste hasta ver aniquilado a su adversario. Y cuando ese adversario se reproduce en sus seguidores, como sucedió con Jesús, no es inusual que ese odio brote de nuevo. La experiencia histórica demuestra que esto es así y Jesús ya se lo anticipó a sus discípulos. Les previene ante un mundo que les rechazará como elementos extraños y peligrosos, del mismo modo que le habrá rechazado a él. Es el odio del mundo por lo que no ha logrado hacer suyo o asumir como propio. Jesús destaca esta extrañezacomo no sois del mundo, por eso el mundo os odia. Siendo del mundo, puesto que son naturales de esta tierra y forman parte de este universo, han sido sin embargo segregados de ese mundo con cuya mentalidad no comulgan. Se trata sobre todo del mundo religioso-político judío y pagano que condujo a Jesús al patíbulo y del que se apartarán, como elementos extraños, los testigos de su resurrección. Desde ese mismo instante dejarán de formar parte de ese mundo, convirtiéndose en objeto de su rechazo y de su odio.

Así fueron vistos los primeros cristianos en tiempos de persecución, como ‘extraños’: primero, entre los judíos, que no eran capaces de absorberlos como pretendían; después, entre los paganos, que tampoco lograban hacerlos suyos, integrarlos en su mentalidad politeísta y pseudoreligiosa. Evidentemente los cristianos no eran de ese mundo; por eso el mundo les odia y les persigue con el propósito de hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Basta leer cualquier apología del siglo II o el Contra Celso de Orígenes para tomar conciencia de esta realidad. Y el odio de ese mundo que derramó tanta sangre cristiana no se ha agotado; a veces puede permanecer larvado o latente; otras veces, brota de nuevo con furia por diferentes motivos; pero fundamentalmente porque no se tolera un elemento extraño y peligroso para el sistema.

Si Jesús fue perseguido por esta causa, no debe extrañarnos que lo sean también sus seguidores, porque el siervo no es más que su amo y si a él lo persiguieron, también nos perseguirán a nosotros; y si no nos persiguen, tendremos que preguntarnos si no nos habremos asimilado tanto al mundo que éste nos considere ya como suyos; porque en este punto sólo caben dos alternativas, o que el mundo se haga cristiano, o que el cristianismo se haga mundano; si bien no es descartable un diálogo por el que el mundo asuma elementos cristianos y el cristianismo elementos mundanos. Pero esos encuentros no suelen estar nunca exentos de tensiones. Tampoco es aconsejable una forma de sincretismo que desvirtúe la verdad de los mundos encontrados o confrontados.

Jesús no dejó de dialogar con este mundo en el que brotó el odio contra él, pero no renunció nunca a sus convicciones ni a su enseñanza. Sería como renunciar a la verdad de la que era testigo y que se le había encargado sembrar en el mundo. Hubo quienes acogieron y guardaron su palabra; otros también guardarán la palabra de sus sucesores. Pero esa palabra no debe dejar de resonar en el mundo, ya sea aceptada o rechazada, porque es la palabra que tiene su origen en el mismo Dios y Creador del universo. Jesús no sólo quiere a sus discípulos como con-sortes; es que les vaticina este con-sorcio: lo mismo harán con vosotros; todo eso lo harán con vosotros por causa de mi nombre. O el mundo se hace cristiano, o la suerte que espera a los cristianos en el mundo no puede ser otra que la de Jesús. Cabe pensar también que el mundo se mantuviera indiferente o neutral ante lo cristiano; pero la historia demuestra que estas presuntas neutralidades suelen revelarse insostenibles a la larga y más tarde o más temprano se van acumulando en el corazón, como energías latentes, resentimientos y odios que un día acaban por estallar como sucede con esos volcanes dormidos que de repente despiertan y empiezan a expulsar la lava contenida en su estómago.

Las palabras de Jesús resultaron premonitorias en su momento histórico, y puede que lo sigan siendo en la actualidad, puesto que no han cesado las persecuciones. Quizá siembren en nuestro corazón una cierta inquietud; pero no podemos soslayarlas ni menospreciarlas. Nuestra suerte como cristianos está ligada a la suya y a la causa que hemos hecho nuestra. En esa misma medida, incorporamos nuestra vida a la suya y nuestra suerte a su suerte. Que el Señor nos encuentre preparados para ser sus testigos en cualquier circunstancia.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

66. Dimensión ministerial de la potestad episcopal.

El Obispo, al ejercitar la potestad episcopal, recuerde que ésta es principalmente un ministerio; en efecto, “este encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que la Sagrada Escritura llama con razón diaconía, es decir, ministerio (cf. Hch 1, 17.25; 21, 19; Rm 11, 13; 1 Tm 1, 12)”.(156)

El Obispo consciente de que, además de ser padre y cabeza de la Iglesia particular, es también hermano en Cristo y fiel cristiano, no se comporte como si estuviera sobre la ley, sino se atenga a la misma regla de justicia que impone a los demás.(157) A partir de la dimensión diaconal de su oficio, el Obispo evite las maneras autoritarias en el ejercicio de su potestad y esté disponible a escuchar a los fieles y a buscar colaboración y consejo, a través de los canales y órganos establecidos por la disciplina canónica.

Existe, en efecto, una reciprocidad, entre el Obispo y todos los fieles. Éstos, en virtud de su bautismo, son responsables de la edificación del Cuerpo de Cristo y, por eso, del bien de la Iglesia particular,(158) por lo que el Obispo, recogiendo las instancias que surgen de la porción del Pueblo de Dios que le está confiada, propone con su autoridad lo que coopera a la realización de la vocación de cada uno.(159)

El Obispo reconozca y acepte la multiforme diversidad de los fieles, con las diversas vocaciones y carismas, y por ello esté atento a no imponer una forzada uniformidad y evite inútiles constricciones o autoritarismos, lo que no excluye – sino al contrario presupone – el ejercicio de la autoridad, unida al consejo y la exhortación, a fin de que las funciones y las actividades de cada uno sean respetadas por los otros y ordenadas rectamente al bien común.


157 Cf. San Gregorio Magno, Epist. II, 18.

158 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 208; 204 § 1.

159 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 10; 44.

Habitar en él es vivir

1. – «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos», nos dice Jesús. Me viene a la mente una parábola que escuché hace tiempo:

«Un amigo no creyente le dijo a un recién convertido que ya que decía que se había convertido a Cristo sabría mucho sobre El: ¿en qué país nació, a qué edad murió, cuántos sermones pronunció…?

— Pues no sé contestar a ninguna de tus preguntas, contestó el nuevo cristiano.

— Entonces, ¿cómo es que dices que te has convertido a Cristo, pues apenas sabes nada sobre El…?

— Tienes toda la razón, añadió el amigo creyente, pues yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de El. Pero sí que sé algo: hace tres años yo era un borracho, estaba cargado de deudas, mi familia se deshacía en pedazos, mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa de noche. Pero ahora he dejado la bebida, no tenemos deudas, nuestro hogar es un hogar feliz, mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que yo sé de Cristo! Estoy muy agradecido a su amor por mí».

2. – Esta persona demuestra con sus hechos que ama a Jesucristo. Porque si decimos que le amamos, pero nuestra vida no tiene que ver nada con lo que El nos enseña en el Evangelio, es que en el fondo no hemos dejado que El pase por nuestra vida. Dicho de otra manera, por los frutos se conoce al árbol, por las obras de amor hacia nuestro prójimo demostramos nuestro amor a Jesucristo. Cuando tenemos en nuestra memoria el mandato de Jesús, que no es otro que el amor mutuo, cuando observamos sus palabras y perseveramos en ellas demostramos que amamos a Dios. Como nos recuerda San Agustín comentando este evangelio, «el amor debe manifestarse en las obras para que no se quede en palabra estéril». Esto no es otra cosa que el dar razón de nuestra esperanza de la primera carta de San Pedro.

3. – El texto del evangelio se sitúa dentro de las confidencias que Jesús hace a sus discípulos en la Última Cena, antes de entregarse a la muerte para resucitar a una nueva vida. En el fondo en sus palabras está refiriéndose a dos resurrecciones: la suya, que se realizaría en breve tras la muerte en la cruz, y la nuestra que tendrá lugar en el futuro después de nuestra muerte. Suenan a despedida sus palabras, pero les consuela diciendo que no les dejará solos, porque les enviaría otro Defensor, el Espíritu de la verdad. Promete que volverá, es decir anuncia su resurrección.

Pero también anuncia que aquellos que crean en El vivirán y sabrán que está en el Padre, nosotros estaremos con Él y El con nosotros. Este es el premio que recibe el que le ama: se siente amado por el Padre y siente dentro de él el amor de Jesucristo, que se revela en toda persona que le sigue.

4. – En la jornada del enfermo podemos reconocer que Jesús es nuestra fortaleza en la debilidad. Dios se sirve de los profesionales y voluntarios de la sanidad para confortar a todas aquellas personas que ven flaquear sus fuerzas por la enfermedad o la vejez. Les necesitamos y ellos necesitan nuestro apoyo y nuestras oraciones. Pero también sabemos que hay un sacramento que nos devuelve la salud, nos conforta en la enfermedad, nos perdona los pecados y nos fortalece: es la Unción de Enfermos, no se llama Extremaunción. Podemos recibirla comunitariamente, siendo conscientes de lo que significa recibir esta ayuda y el gozo de sentir de cerca la oración de la comunidad. Jesús es nuestra vida: «alejarse de El es caer, dirigirse a El es levantarse, permanecer en El es estar firme, volverse a El es renacer, habitar en El es vivir» (San Agustín).

José María Martín OSA

Amar a Dios, como Jesús manda

1.- Vamos avanzando en este tiempo de la Pascua. Y, además a una con este sexto domingo pascual, iniciamos el mes de mayo tradicionalmente dedicado a Santa María Virgen.

Muchas cosas han acontecido desde aquel segundo domingo en el que, el Papa Juan Pablo II, como si fuera otro Santo Tomás, tocaba con su dedo el mismo costado de Cristo. Muchos ríos de tinta han corrido ya sobre la figura de Benedicto XVI.

2.- ¡Qué bien viene el evangelio de este domingo! ¡Si me amáis, guardaréis mis mandamientos! No es cuestión de conservadurismos o de progresismos. El Evangelio está para proponerlo sin ceder al intento de “descafeinamiento” según y cómo convenga a ese relativismo del que, el Papa Benedicto XVI, nos hablaba horas antes de ser elegido. Amar a Dios implica guardar en nuestra memoria, en nuestra iglesia, los pasos, consejos y hechos que Jesús ha dejado a su paso por nosotros. Sucumbir en ese empeño evangelizador, olvidando sus fondos más exigentes (aunque se nos pongan ciertos sabios de frente) sería traicionar la misión primera y última de la Iglesia: dar a conocer íntegro el mensaje de Jesús.

2. – Necesitamos del Espíritu Santo para, además de guardar las indicaciones de Jesús, evitar el que se queden empolvadas en la estantería de nuestra conveniencia, ópticas eclesiales o en la sensación de orfandad que podemos tener ante tiempos difíciles para la fe. Flaco favor hacemos al Espíritu Santo si, en vez de abrirnos a su presencia, echamos pasos atrás en nuestro firme convencimiento de que El va por delante inspirándonos y abriendo caminos para la fe. Flaco favor hacemos al Espíritu Santo si, en vez de poner nuestra confianza en El, nos dejamos llevar por un derrotismo que todo lo invade y que se convierte en un cáncer que nos paraliza pastoral y afectivamente.

El dinamismo y la creatividad, aunque sean importantes en nuestra acción pastoral, no son la panacea ni el botón mágico para la comprensión y la aceptación del mensaje, de la vida o de la presencia de Jesucristo. Cualquier espectáculo, con muchos menos medios, puede resultar más competitivo y más atractivo que cualquier celebración litúrgica que intente llegar al corazón del creyente. Abrirnos a la próxima venida del Espíritu Santo, en Pentecostés, puede suponer una fuente de inagotable frescura para nuestra iglesia, parroquia, comunidades, etc.

3. – Amar a Dios, no como algunos pretenden imponernos, sino como Jesús manda, exige un cierto grado de coherencia, de seriedad, de respeto a la Palabra y de santo temor de Dios, de compromiso y de hacer santo con nuestra vida, lo que El hizo santo a través de Jesús.

En cierta ocasión dos enamorados se separaron durante un largo tiempo. Antes de marchar, el amado le pidió a su amada: “si me quieres de verdad, guarda esta alhaja hasta mi vuelta”. Pasaron los años y, sin previo aviso, apareció el amado en el horizonte. Su esperanza y su confianza en la amada se desvanecieron, cuando al acercarse hasta a ella, comprobó que se había desprendido de aquella joya para vivir mejor.

Creo, que esta anécdota, ilustra perfectamente la situación que –sin ser alarmistas- se da en la vida de muchos cristianos. Hace tiempo que, por diversas razones que ahora no vienen al caso, han dejado que la joya de la fe (con mandamientos de Dios incluidos) se haya oscurecido o haya sido vendida (no precisamente para vivir más, mejor, ni con mayor ni más dignidad).

¿Cómo reaccionará cuando regrese “nuestro amado» Jesucristo?

Que el Espíritu Santo nos ayude a recuperar el brillo de la fe y, de esa manera, podamos (más que deslumbrar) indicar el camino que conduce hasta El.

Y os muestro, como todos los domingos, una oración. Esta es la de hoy:

ENSEÑAME, SEÑOR, A GUARDAR

Tus mandamientos, para que otros no me impongan sus ideas
Tus preceptos, para que nadie me cambie el sentido de las cosas
Tus Palabras, para que no me confundan otras totalmente vacías
Tus obras, para que no me seduzcan los que hablan y no hacen nada
Tus consejos, para que sepa distinguir el camino cierto del equivocado
Tu mirada, para que cuente hasta diez, antes de abandonar el sendero de la fe
Tu Eucaristía, para que sienta cómo desciende la fuerza del Espíritu Santo
Tu Ley, para que sepa diferenciarla de aquellas otras leyes caprichosas y falsas
Tu esperanza, para que no puedan más en mí, las dificultades que mi afán de dar a conocerte
Tu iglesia, para que cuando vuelvas, la encuentres guardando con respeto, vida y veneración la gran joya de tus mandamientos.

Amén.

Javier Leoz

Jesús; la Palabra única de Dios

1. Dentro del tiempo pascual, estamos en la semana final, inmediatamente antes de la celebración de la ascensión del Señor y de Pentecostés. Todas las lecturas y oraciones de la liturgia de este domingo van en la línea de recordarnos que Jesucristo está resucitado y exaltado; muerto, resucitado y asumido plenamente en la divinidad, y usa para explicárnoslo el lenguaje popular.

En la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, se nos habla de la actividad de evangelización de la primera comunidad cristiana. Felipe, dice el texto, predicaba a Cristo y “hacía las obras de Jesucristo”. Por eso, la ciudad de Samaría, tan alejada espiritualmente de los judíos, se abrió a la fe y “se llenó de alegría”.

Jesucristo, nos recuerda hoy la Iglesia, es la plenitud de la evangelización, en Él se nos hace visible lo que es el hombre cuando en él reina plenamente Dios. Evangelizar, predicar, cuando es una predicación cristiana, tiene que ser anunciar y proclamar a Cristo; ninguna otra verdad debe ser el núcleo y esencia de nuestra predicación que las palabras de Cristo que es, a su vez, la Palabra única, perfecta e insuperable de Dios.

En Cristo, Dios lo dice todo y ya no habrá otra palabra, que no sea la palabra de Cristo. ¿Predicamos nosotros a Cristo? Quien nos oye predicar, ¿de quién nos oye hablar?, ¿de Cristo o del pecado?, ¿de Cristo o del infierno?, ¿de Cristo o del diablo?

Fijémonos en lo que en esa primera lectura se nos dice acerca del bautismo y de la confirmación. El relato es de la época en que acababan de unirse los dos bautismos: El bautismo de agua y el bautismo de fuego y Espíritu, lo que actualmente conocemos por el Bautismo y la Confirmación.

2. La segunda lectura es de la primera carta de Pedro. Vuelve Pedro a recordarnos que la esencia de nuestra fe y esperanza es Cristo muerto y resucitado. Pedro nos pregunta si nosotros estamos preparados para dar razón de nuestra esperanza a quien nos lo pidiera. ¿Lo estamos? ¿No es un antitestimonio de nuestra fe cristiana la ignorancia a veces absoluta que parecemos tener acerca de la esencia de nuestra fe? ¿Es nuestra fe una fe fundamentada en la verdad?, ¿en la Palabra de Dios?, ¿en la tradición teológica de la comunidad cristiana?, ¿o es una fe basada en creencias populares o tradiciones familiares, bien intencionadas, pero supersticiosas y nada sólidas?

La segunda advertencia de Pedro es tan grave como la primera. Nuestra vida puede convertirse en un perfecto antitestimonio de la fe y la esperanza que decimos profesar. Si nuestra conducta no es coherente con nuestra fe, nuestra fe se hace increíble o rechazable. En esto, vale totalmente lo que la Carta de Santiago nos reclama: «Muéstrame tu fe por tus obras». Si ser cristiano es portarse habitualmente como algunos nos portamos, no vale la pena ser cristiano. Esto es lo malo. No vale la pena creer en Cristo, si creer en Cristo significa vivir como vivimos muchos millones que nos decimos cristianos. El Evangelio no se impone ni se defiende por la fuerza, se vive. Es como una luz encendida, que puede atraer y seducir. ¿Es nuestra vida un antitestimonio de la fe que decimos tener?

3. La tercera lectura, del evangelio según San Juan, trata de prepararnos para la fiesta de la ascensión. Jesucristo no se va a ningún lugar, asciende en poder, sube; por eso, Jesús dice en este trozo del Evangelio: «Yo estoy con mi Padre, vosotros estáis conmigo y yo estoy con vosotros”. Si amamos a Cristo eso se verá en que nos amamos los unos a los otros, porque en eso consiste el mandamiento de Cristo.

Lo que nos hace seguidores de Jesús, sus discípulos, no es sabernos de memoria su palabra o su doctrina, no es tener imágenes de Jesús, ni rezarle oraciones o dirigirle cantos de alabanza. Lo que nos hace seguidores es que nos amemos los unos a los otros como Dios nos ama, eso es lo que dice Jesús mismo. Y eso, amarnos, es tener en nosotros, con nosotros, al Espíritu Santo, al Espíritu de Cristo. Eso es manifestar con nuestros hechos, con nuestro amor, que nos mueve el mismo impulso, el mismo espíritu que dio vida y movió a Cristo toda su vida.

La oración primera de la celebración litúrgica de este domingo resume magníficamente el espíritu que debe animar nuestra liturgia: “Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado; y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras”

Antonio Díaz Tortajada

Vivir en la verdad de Jesús

No hay en la vida una experiencia tan misteriosa y sagrada como la despedida del ser querido que se nos va más allá de la muerte. Por eso el evangelio de Juan trata de recoger en la despedida última de Jesús su testamento: lo que no han de olvidar nunca.

Una cosa es muy clara para el evangelista. El mundo no va a poder «ver» ni «conocer» la verdad que se esconde en Jesús. Para muchos, Jesús habrá pasado por este mundo como si nada hubiera ocurrido; no dejará rastro alguno en sus vidas. Para ver a Jesús se necesitan unos ojos nuevos. Solo quienes lo amen podrán experimentar que está vivo y hace vivir.

Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien lo ama así no puede pensar en él como si perteneciera al pasado. Su vida no es un recuerdo. El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos», se va «llenando» de Jesús.

No es fácil expresar esta experiencia. El evangelista la llama el «Espíritu de la verdad». Es una expresión muy acertada, pues Jesús se va convirtiendo en una fuerza y una luz que nos hace «vivir en la verdad». Cualquiera que sea el punto en que nos encontremos en la vida, acoger en nosotros a Jesús nos lleva hacia la verdad.

Este «Espíritu de la verdad» no hay que confundirlo con una doctrina. No se encuentra en los libros de los teólogos ni en los documentos del magisterio. Según la promesa de Jesús, «vive con nosotros y está en nosotros». Lo escuchamos en nuestro interior y resplandece en la vida de quien sigue los pasos de Jesús de manera humilde, confiada y fiel.

El evangelista lo llama «Espíritu defensor», porque, ahora que Jesús no está físicamente con nosotros, nos defiende de lo que nos podría separar de él. Este Espíritu «está siempre con nosotros». Nadie lo puede asesinar, como a Jesús. Seguirá siempre vivo en el mundo. Si lo acogemos en nuestra vida, no nos sentiremos huérfanos y desamparados.

Tal vez la conversión que más necesitamos hoy los cristianos es ir pasando de una adhesión verbal, rutinaria y poco real a Jesús hacia la experiencia de vivir arraigados en su «Espíritu de la verdad».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado V de Pascua

Contrariamente a lo que exponía Jesús en los días anteriores, hoy su evangelio nos centra en una profecía escalofriante: Comunica a sus discípulos que les sobrevendrán odios y persecuciones por su causa. Lo mismo que hicieron con Él, lo harán con sus seguidores. Esa profecía se viene cumpliendo. La historia de la Iglesia lo ratifica fehacientemente. El odio del mundo nos sirve hoy de meditación.

  • ¿Qué es el odio? Es un intenso sentimiento de repulsa hacia alguien que desata aversión y violencia. El odio del que habla Jesús no se refiere a las críticas y reproches que pueden recibir los suyos por causa de sus conductas inauténticas, sino a esa persecución (sorda o abierta) de la que serán objeto simplemente “a causa de su nombre”. Jesús habla sin tapujos. Estamos llamados a correr la misma suerte de nuestro Señor, que fue perseguido hasta la muerte. El “mundo” que odia a sus discípulos no es el conjunto de los seres creados o la sociedad sin más, sino ese ambiente que rechaza a Jesús y a lo que representa.
  • ¿Por qué ese odio? En su famoso discurso: “La anatomía del odio”, Vaclav Havel ofrece una explicación interesante: “En el subconsciente de los que odian dormita la perversa sensación de que ellos son los únicos auténticos portadores de la verdad absoluta”. Así pues, la razón última del odio estriba en una mentira, en una falsedad insalvable en muchas ocasiones: Acusan a los discípulos de ser malos, porque no coinciden ni abrazan su manera de pensar. Así lo dice con exactitud Jesús: “no conocen al que me envió”. Ese odio es el resultado del choque del evangelio con muchos de los criterios de este mundo.
  • ¿Qué hacer ante ese odio? Ante todo, no extrañarnos de que estas cosas ocurran. Existirá siempre un odio irracional contra los verdaderos seguidores de Jesús. Tenemos que estar preparados para afrontarlo. Indica, por otra parte, la autenticidad de nuestra vida. Pero hemos de evitar el volvernos violentos. Somos enviados como corderos en medio de lobos… y hay peligro real de que nos convirtamos en lobos. Por el contrario, tratemos de resistir unidos a Cristo, fijando nuestra mirada en Él y en su Reino.

Juan Carlos Martos, cmf