1.- En el día de la Ascensión se nos recuerda la urgencia de transmitir la fe que profesamos y vivimos. No es fácil la tarea que nos asigna el Señor. Porque soplan vientos contrarios a todo aquello que esté relacionado con el espíritu. En un mundo en el que predomina lo superficial, lo epidérmico, el goce inmediato, la falta de referencias, resulta complicado anunciar el Evangelio. Pero Jesús nos dice: «Id y haced discípulos de todos los pueblos».
Da la impresión de que construimos la casa por el tejado. Nuestra catequesis es muy «sacramental» Se sigue bautizando a los niños. ¿Y después qué? Las Primeras Comuniones se han convertido en un acto social en el que la familia del niño/a quiere mostrar su poderío económico. Da la impresión de que lo único que importan son los regalos y el banquete. ¡Pobres niños! Les estamos privando de vivir la experiencia gozosa del encuentro con Cristo.
2.- Hasta la Confirmación corre el peligro de convertirse en lo que no es. El resultado es que son muchos los bautizados, pero pocos los evangelizados.
Como señaló Pablo VI –con gran acierto hace ya unos cuantos años– en la «Evangelii Nuntiandi» la Iglesia es por esencia misionera. Ser testigos de Jesucristo supone anunciarle a El y enseñar a todos a guardar todo lo que El nos ha mandado. Apasionante…, sobre todo porque sabemos que estará con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» No nos quedemos mirando al cielo, ¡basta ya de lamentaciones!
3.- San Pablo, el «apóstol de los gentiles» se entusiasmó tanto en la misión que llegó a decir: ¡Ay de mí si no evangelizara! Por eso recomienda a Timoteo: «evangeliza, proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía». Y advierte de que llegará un día en que escucharán a otros que les halaguen los oídos. ¿No es esto lo que estamos viendo y oyendo? Y ahora plantéate esta pregunta: ¿Crees en Cristo?; pues ¡anúncialo, no te guardes para ti solo este tesoro!
José Maria Martín, OSA