I Vísperas – Ascensión del Señor

I VÍSPERAS

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quién gustó tu dulzura.
¿Qué no tendrá por llanto y amargura?

Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?

Ay, nube envidiosa
aún de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre. Aleluya.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre. Aleluya.

SALMO 116

Ant. El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Aleluya.

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Aleluya.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Aleluya.

LECTURA: Ef 2, 4-6

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo —por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.

RESPONSORIO BREVE

R/ Dios asciende entre aclamaciones. Aleluya, aleluya.
V/ Dios asciende entre aclamaciones. Aleluya, aleluya.

R/ El Señor, al son de trompetas.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Dios asciende entre aclamaciones. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Padre, he manifestado tu nombre a los hombres que me diste; ahora te ruego por ellos, no por el mundo, porque yo voy a ti. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Padre, he manifestado tu nombre a los hombres que me diste; ahora te ruego por ellos, no por el mundo, porque yo voy a ti. Aleluya.

PRECES

Aclamemos, alegres, a Jesucristo, que se ha sentado hoy a la derecha del Padre, y digámosle:

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo

Oh Rey de la gloria, que has querido glorificar por en tu cuerpo la pequeñez de nuestra carne, elevándola hasta las alturas del cielo,
— purifícanos de toda mancha y devuélvenos nuestra antigua dignidad.

Tú que por el camino del amor descendiste hasta nosotros,
— haz que nosotros, por el mismo camino, ascendemos hasta ti.

Tú que prometiste atraer a todos hacia ti,
— no permitas que ninguno de nosotros viva alejado de tu cuerpo.

Que con nuestro corazón y nuestro deseo vivamos ya en el cielo,
— donde ha sido glorificada tu humanidad, semejante a la nuestra.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ya que te esperamos como Dios, Juez de todos los hombres,
— haz que un día podamos contemplarte misericordioso en tu majestad, junto con nuestros hermanos difuntos.

Con la misma confianza que tienen los hijos con sus padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:
Padre nuestro…

ORACION

Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Sábado VI de Pascua

1) Oración inicial 

¡Oh Dios!, que por la resurrección de tu Hijo nos has hecho renacer a la vida eterna; eleva nuestros corazones hacia el Salvador, que está sentado a tu derecha, a fin de que cuando venga de nuevo, los que hemos renacido en el bautismo seamos revestidos de una inmortalidad gloriosa. Por Jesucristo nuestro Señor. 

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Juan 16,23b-28
En verdad, en verdad os digo:
lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.
Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre.
Pedid y recibiréis,
para que vuestro gozo sea colmado.
Os he dicho todo esto en parábolas.
Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas,
sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre.
Aquel día pediréis en mi nombre
y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros,
pues el Padre mismo os quiere,
porque me queréis a mí
y creéis que salí de Dios.
Salí del Padre y he venido al mundo.
Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» 

3) Reflexión

• Jn 16,23b: Los discípulos tienen pleno acceso al Padre. Ésta es la seguridad que Jesús anuncia a sus discípulos: que, en unión con él, pueden tienen acceso a la paternidad de Dios. La mediación de Jesús conduce a los discípulos hasta el Padre. Es evidente que la función de Jesús no es sustituir a “los suyos”: no los suplanta mediante una función de intercesión, sino que los une a sí; y en comunión con Él, ellos presentan sus carencias y necesidades.
Los discípulos están seguros de que Jesús dispone de la riqueza del Padre: “En verdad, en verdad os digo: si pedís alguna cosa al Padre en mi nombre, él os la dará” (v.23b). De esta manera, es decir, en unión con Él, la riqueza pasa a ser eficaz. El objeto de cualquier petición al Padre debe estar siempre conectado a Jesús, esto es, a su amor y a su proyecto de dar la vida al hombre (Jn 10,10). La oración dirigida al Padre en el nombre de Jesús, en unión con Él (Jn 14,13; 16,23), es atendida.
Hasta ahora, los discípulos no habían pedido nada en nombre de Jesús, lo podrán hacer después de su glorificación (Jn 14,13s) cuando reciban el Espíritu que irradiará plenamente sobre su identidad (Jn 4,22ss) y operará la unión con Él. Los suyos podrán pedir y recibir con pleno gozo, cuando pasen de la visión sensible a la visión de la fe.
• Jn 16,24-25: En Jesús tenemos contacto directo con el Padre. Los creyentes están incluidos en la relación entre el Hijo y el Padre. En Jn 16,26 Jesús insiste en el nexo operado por el Espíritu, que permitirá a los suyos presentar al Padre cualquier petición en unión con Él. Esto sucederá “en aquel día”. ¿Qué quiere decir “aquel día pediréis”? Es el día que vendrá a los suyos y les comunicará el Espíritu (Jn 20,19-22). Entonces, los discípulos, conociendo la relación entre Jesús y el Padre, sabrán que son escuchados. No será preciso que Jesús se interponga entre el Padre y los discípulos para pedir favorecerlos, no porque haya acabado su mediación, sino porque ellos, habiendo creído en la encarnación del Verbo y estando estrechamente unidos a Cristo, serán amados por el Padre como el Padre ama al Hijo (Jn 17,23.26). En Jesús experimentan los discípulos el contacto directo con el Padre.
• Jn 16,26-27: La oración al Padre. Así pues, orar es ir al Padre por medio de Jesús; dirigirse al Padre en el nombre de Jesús. Prestemos especial atención a la expresión de Jesús en los vv.26-27: “y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere”. El amor del Padre por los discípulos se basa en la adhesión de “los suyos” a Jesús, en la fe sobre su procedencia, es decir, en el reconocimiento de Jesús como don del Padre. Después de haber asemejado a los discípulos con él, parece como si Jesús se retirase de su condición de mediador, pero en verdad deja que nos tome y nos atienda sólo el Padre: “Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado” (v.24). Conectados en la relación con el Padre mediante la unión con Él, nuestro gozo es total y nuestra oración perfecta. Dios ofrece siempre su amor a todo el mundo, pero este amor se torna recíproco sólo si el hombre responde. El amor es incompleto si no es recíproco: hasta que el hombre no lo acepta, permanece en suspenso. Los discípulos lo aceptan en el momento en que aman a Jesús, y de esta manera se torna operativo el amor del Padre. La oración es esta relación de amor. En el fondo, la historia de cada uno de nosotros se identifica con la historia de su oración, incluyendo aquellos momentos que no parecen tales: el deseo es ya una oración, como también la búsqueda, la angustia…

4) Para la reflexión personal

• Mi oración personal y comunitaria, ¿se realiza en un estado de quietud, de paz y de gran tranquilidad?
• ¿Con qué empeño me dedico a crecer en la amistad con Jesús? ¿Estás convencido de que puedes lograr una identificación real a través de la comunión con Él y del amor al prójimo? 

5) Oración final

Es rey de toda la tierra:
¡tocad para Dios con destreza!
Reina Dios sobre todas las naciones,
Dios, sentado en su trono sagrado. (Sal 47,8-9)

Reina en el cielo y en la Iglesia

1.- El VII Domingo de Pascua acoge, desde hace algún tiempo, a la Solemnidad de la Ascensión. Es obvio que en algunos lugares esta gran fiesta litúrgica sigue situada en el jueves de la VI Semana. Pero parece oportuna su posición en la Asamblea Dominical pues, sin duda, engrandece al domingo, pero también el domingo –el día del Señor– universaliza la celebración. Contamos en los textos de hoy con un principio y un final. Se leen los primeros versículos del Libro de los Hechos de los Apóstoles y los últimos del Evangelio de Mateo. En los Hechos se va a narrar de manera muy plástica la subida de Jesús a los Cielos y en el texto de Mateo se lee la despedida de Jesús que, sin duda, es impresionante: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Es el mandato de Jesús a sus discípulos y el ofrecimiento de si mismo, de su cercanía, hasta el final de los tiempos. Interesa ahora referirse, por un momento, a la Segunda Lectura, al texto paulino de la Carta a los Efesios donde se explica la herencia de Cristo recibida por la Iglesia. Dice San Pablo: «Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos». Es, pues, la confirmación del mandato de Jesucristo

2.- Vamos a volver al texto del Libro de los Hechos porque aparece un detalle de mucho interés que expone, por otro lado, cual era la posición de los discípulos el mismo día en el que Jesús se marchar, va a ascender al cielo: esperaban todavía la construcción del reino temporal de Israel. Parecía que la maravilla de la Resurrección, que ni siquiera la cercanía del Cuerpo Glorioso del Señor, les inspiraba para entender la verdadera naturaleza del Reino que Jesús predicaba. Y es que faltaba el Espíritu Santo. Va a ser en Pentecostés –que celebramos el próximo domingo– cuando la Iglesia inicie su camino activo y coherente con lo que va a ser después. Tras la venida del Espíritu ya no esperan reino alguno porque el Reino de Dios estaba ya en ellos. Y así se lo anuncia también: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo».

3.- Para nosotros, hoy, esa cercanía del Espíritu dos debe servir como colofón de todo el venturoso tiempo de Pascua. La Resurrección nos ha ofrecido el testimonio de la divinidad del Señor Jesús. Pero, al igual que ocurrió con los Apóstoles, nos falta todavía algo para entender mejor al Salvador. Sabemos que ha resucitado y «que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama», como dice San Pablo. Pero este Dios Padre, además, «desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro». Es muy necesario, leer y meditar, todo esto para sentirnos más cerca de Jesús y de su Iglesia.

4.- La Ascensión no es un puro simbolismo. Se trata del final de una etapa y es la que Jesús quiso pasar en la tierra para construir la Redención y poner en marcha el camino hacia al Reino. Bajó primero y volvió, luego, al Padre. Y de acuerdo con su promesa sigue entre nosotros. Su presencia en el Pan y en Vino, en la Eucaristía, es un acto de amor supremo. Y nadie que reciba con sinceridad el Sacramento del Altar puede dejar de sentir una fuerza especial que ayude a seguir junto a Jesús y a consolidar el perdón de los pecados. Hoy debemos reflexionar sobre como ha sido nuestro camino en la Pascua, de como hemos reconocido en el mundo, en la vida, en la naturaleza, el cuerpo de Jesús Resucitado. Y de como, asimismo, nosotros hemos subido un peldaño más en la escala de la vida espiritual. Pero, nos faltaran motivos y fuerzas. Y esas nos las va a dar el Espíritu de Dios, pero conviene que analicemos nuestro propio sentir y talante al respecto, para que nos aproveche más y mejor esa llegada del Espíritu. Probablemente, seguimos pensando en el reino temporal, en las preocupaciones de la vida cotidiana: el trabajo, en el dinero, en el éxito, en nuestros rencores y miedos. Pues si es así, no importa porque definiremos la esencia de dicho reino temporal. Una vez conocido, será más fácil de arreglar. Y será el Espíritu quien nos haga ver lo verdaderamente importante. Esperemos, pues. Con alegría y emoción. Solo nos queda una semana de espera.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado VI de Pascua

Decía Jesús a sus discípulos: Yo os aseguro: Si pedís algo al Padre en mi nombre os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. El contexto de estas palabras les concede un valor testamentario, pues se enmarcan en los anuncios de despedida: Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre. En este contexto les invita a pedir al Padre de los dones en su nombre. La oración de petición está muy presente en los evangelios: Pedid al Señor de la mies, que mande obreros a su miespedid y recibiréiscuando oréis, decid: venga a nosotros tu reino, danos el pan de cada día, perdona nuestras ofensas, líbranos del mal.

La oración que Jesús enseñó a sus discípulos a petición de estos es en sus dos terceras partes una oración de petición; y el mismo Jesús dio acogida y respuesta a las peticiones de muchos indigentes y menesterosos, aquejados de todo tipo de males. Estos no hacían otra cosa que seguir su consigna: pedid y recibiréis. Pero no se trata de pedir sin mirar a quién. Aquí se trata de pedir al que puede dar, al Dios que nos ha creado por amor y a quien nos lo ha dado todo con su Hijo, al Dios que es fuente de todo don. Y si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden. No nos equivoquemos de puerta al llamar, ni de destinatario al pedir. Él debe ser el destinatario de nuestras peticiones. Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará, nos asegura Jesús. La recepción del don se hace depender de una sola condición: que pidamos al Padre en nombre de Jesús.

Pero ¿qué significa esto de pedir en su nombre? ¿Significa tal vez añadir a nuestra petición una fórmula conclusiva como la que utilizamos en la liturgia oficial de la Iglesia: Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos? ¿Bastará con este broche para poder afirmar que hemos pedido en el nombre de Jesús? No me lo parece. De hecho, la fórmula que cierra nuestras oraciones litúrgicas ponen broche a un contenido, a una petición que tiene que estar en sintonía con la voluntad de aquel en cuyo nombre pedimos. Se supone que las oraciones de la Iglesia lo están, pero nuestras peticiones particulares pueden no estarlo. Hay cosas que no podemos pedir en nombre de Jesús, por ejemplo que baje fuego del cielo para que arrase a todos nuestros opositores; esto es lo que le propusieron a Jesús sus discípulos a su paso por Samaría, donde no eran bien recibidos; pero, como les dice el mismo Jesús, no eran conscientes del espíritu que les inspiraba este deseo. Hay, por tanto, peticiones que no encontrarían respuesta satisfactoria por no ser del agrado de aquel en cuyo nombre se hacen.

Pedir en nombre de Jesús es también pedir como representantes suyos, es decir, como portadores y transmisores de su voluntad. Si esto es así, no podemos pedir en su nombre cosas que van contra esa voluntad. Esto no significa que tengamos que reducir nuestras peticiones al ámbito de los bienes espirituales, como el don de la paciencia o de la castidad; también podemos pedir cosas materiales o referidas a nuestro estado de salud física y mental, como la curación de una enfermedad o el pan nuestro de cada día. Pero tales peticiones hemos de hacerlas siempre en modo condicionado (si tal es su voluntad), porque no podemos tener nunca la certeza de que esa sea la voluntad de Dios en nuestra circunstancia particular. En lo que no caben equívocos ni desviaciones es en la petición de esos bienes que están incluidos en la misma promesa divina. Si Dios promete darnos la vida eterna, hemos de pedirla sin miedo a equivocarnos y sin resultar presuntuosos.

Hasta ahora, les dice Jesús, no habéis pedido nada en mi nombre: pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Tener a alguien que nos escucha ya es un gran motivo de alegría; y si ese alguien es nuestro Dios y Padre, con mucha mayor razón. Pero si recibimos de Él lo que le hemos pedido, nuestra alegría será realmente completa.

Pedir en su nombre parece indicar también que podemos recurrir a él como abogado e intercesor ante el Padre. No obstante, Jesús aclara que el Padre mismo nos quiere; que no es que tengamos que acudir a su intercesión para vencer las resistencias de este Dios impasible y difícil de doblegar, pues la voluntad del Padre es amorosa y sensible a las necesidades de sus hijos y se complace dando respuesta a sus peticiones. Dios Padre nos quiere por sí mismo; pero también es verdad que nos quiere porque nosotros queremos a su Hijo y creemos que él salió de Dios. Al fin y al cabo, si somos hijos de Dios y podemos dirigirnos a Él llamándole Padre, es por el Hijo, pues somos hijos en el Hijo, algo que requiere fe en él y en su generación o salida filial del Padre.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

73. El Administrador Apostólico “Sede plena”.

 En circunstancias particulares, la Santa Sede puede, de manera extraordinaria, disponer que en una diócesis sea nombrado un Administrador Apostólico sede plena. En tal caso, el Obispo diocesano colabora, en cuanto le compete, al pleno, libre y sereno cumplimiento del mandato del Administrador Apostólico.

¡Has cumplido, Señor!

1.- Solemnidad de la Ascensión del Señor. Es el broche de oro al paso de Jesús por la tierra aunque, Pentecostés, nos deje una ráfaga de su Espíritu y nos anime a pregonarlo a los cuatro vientos.

Desde su Nacimiento en Belén hemos visto el brillo de sus ojos, la grandeza divina de sus obras, la profundidad de sus palabras, el Dios humanado.

Con los reyes y con los pastores, también nosotros un día le adoramos. Lo hemos visto crecer en Nazaret y hemos comprobado, en propia carne, en los “palestinas personales” lo difícil que resulta (cuando no se rebaja con agua o se adultera) el acoger y seguir su reino a rajatabla.

Y, por si todo ello fuera poco, nos hemos sentido dignificados y ayudados por Aquel que no ha hecho otra cosa sino hacer el bien.

Precisamente por eso, porque el hacer el bien no siempre cae a todos bien, fue injustamente incomprendido, malinterpretado y convertido en objeto de burla. ¿Acaso hemos olvidado sus horas más amargas de pasión y de muerte? El amor, ciertamente, tiene dos caras de una misma moneda: gratitud e ingratitud. Jesús, en la cruz, nos enseñó que en la prueba y en la soledad, en el abandono y en la obediencia es donde se puede dar la talla como siervo para llegar al límite de la perfección. La Resurrección, el triunfo de la vida sobre la muerte, fue el sello particular de un Dios que dejó al mundo boca abierto: ¡Si Jesús resucitó, el hombre correrá su misma suerte!

2. Pero hoy, en el día de la Ascensión, el sentimiento es contradictorio: duele que el Amigo se vaya. Duele y, seguramente, les dolió en las entrañas a aquel grupo de confidentes y de entusiastas que pensaban que el reino de Dios estaba a la vuelta de la esquina. Nos duele a nosotros; quisiéramos una presencia más impactante y sonora de Jesús en el mundo: ¡son tantas cosas las que nos sacuden y preocupan! ¿Es ahora, Señor, cuando vas a instaurar tu Reino? ¿Ahora te vas, Señor, cuando en el mundo se debaten problemas que afectan a nuestro modo de concebir y estructurar la sociedad, la familia, el amor y hasta la misma escala de valores? ¿Ahora te elevas, Señor?

La Ascensión del Señor es el último misterio de su presencia terrena. Por el contrario, es el primero que nos toca a nosotros. La hora de partir, no hacia lejanos continentes (aunque también) y sí hacia esos lugares que están distantes del Evangelio; de descender a esos corazones tibios en la fe y que viven codo a codo con nosotros y a los cuales tan difícil nos resulta proponerles e invitarles al encuentro con Cristo.

3.- Estamos en el Año Eucarístico. Jesús asciende al encuentro de Dios pero se ha quedado de una forma entrañable, viva, alimentadora y transformadora en la Eucaristía. Que, ya desde ahora, le pidamos que el Espíritu Santo nos haga transmitir por los cuatro costados de nuestra vida la alegría de la fe. Que sepamos valorar aquella esperanza de la que San Pablo nos da buena cuenta y por la que dio hasta su misma vida.

Solemnidad de la Ascensión. No nos quedaremos con los ojos mirando al cielo. Entre otras cosas porque, sabemos que Dios, nos necesita como “otros cristos” anunciando sin temor ni vergüenza, con pasión y con entusiasmo la novedad del Evangelio.

Vete a los cielos, Señor, pues has cumplido más que sobradamente.

TE VAS, SEÑOR, PERO TE QUEDAS

Te vas, Señor, pero te quedas en el Evangelio
Te vas, Señor, pero vives en los que te amamos
Te vas, Señor, pero hablas en los que dan testimonio de Ti
Te vas, Señor, pero te dejas comer en la Eucaristía
Te vas, Señor, pero te haces audible por la oración
Te vas, Señor, pero te dejas adorar en el Sagrario
Te vas, Señor, pero te dejas abrazar en el prójimo
Te vas, Señor, pero te dejas ver en el que sufre
Te vas, Señor, pero te haces visible en el amor
Te vas, Señor, pero gritas en el que habla en tu nombre
Te vas, Señor, pero vendrás en un nuevo soplo del Espíritu
Te vas, Señor, pero nos enviarás la fuerza de tu presencia
Te vas, Señor, pero nos darás el hálito de tu vivir
Te vas, Señor, pero andarás en los pies de tus enviados
Te vas, Señor, pero tu nombre será universalmente conocido
Te vas, Señor, pero vivirás en los que guardan tus mandamientos
Te vas, Señor, pero tu Iglesia es signo de tu presencia
Te vas, Señor, pero tu partida nos hace madurar
Te vas, Señor, pero tu Ascensión es suerte que nos aguarda
Te vas, Señor, pero tu vida en el cielo es plenitud de felicidad
Te vas, Señor, pero tu estar en el cielo, es garantía y seguridad de todo lo que nos espera
cuando se vive, como Tú lo has hecho, primero en la tierra
Te vas, Señor, pero más que nunca…vemos que te quedas.
Amén.

Javier Leoz

Presencias del Señor

1.- “Al verlo ellos se postraron…”, postura solo admitida ante la divinidad. “Pero algunos vacilaban…” Y no sin razón, vacilaban ante el misterio del hombre-Dios. Hoy el día del reconocimiento por parte de los discípulos de que ese Señor Jesús que ha andando con ellos por los campos de Palestina es eso: el Señor, el único Señor, Dios mismo.

Se postran ante Él. Y El mismo les dice que tiene todo poder en el cielo y en la tierra. San Pablo –le acabamos de oír—dice: “se sentó a su derecha”. Y una nube, siempre símbolo de los divino, se lo quita de la vista.

2.- La resurrección de Jesús ha sido una luz que poco a poco se ha ido abriendo paso en las tinieblas del corazón de los discípulos y han empezado a comprender aquellas palabras de Jesús: “El Padre y yo somos uno” “El Hijo del Hombre es el Señor del Sábado” Y “Yo soy”, la definición de Yahvé en el Antiguo Testamento.

Y algunos vacilaban, como nosotros vacilamos ante el pensamiento de que la encarnación el que bajó a la Tierra, Dios, sube hoy al cielo, hombre, hombre de carne y hueso, carne transfigurada, pero carne, sube Dios palpable y visible

Y algunos vacilaban, ¿no habían de vacilar?, judíos que por temor a caer en la idolatría no admitían ninguna representación de Dios, vacilaban de postrarse ante Jesús de Nazaret.

San Pablo entiende muy bien que esa vacilación sólo se puede cambiar en firme FE gracias a una revelación de Dios, y así la pide para que podamos aceptar que ese Jesús que se sienta a la diestra de Dios es por tanto igual a Dios

¿Qué andáis ahí parados?, ¿qué hacéis ahí pasmados?, ¿podían estar de otra manera ante una revelación como esa? Pasmados deberíamos estar nosotros si llegáramos a captar con el corazón que Dios es carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos.

Esta es la buena nueva de los Evangelios, que no sólo Dios está con nosotros, sino que es uno de nosotros.

3.- Y ese Señor Jesús que esta sentado junto al Padre, al parecer ausente, está presente con nosotros hasta el fin de los tiempos. Tal vez se ha insistido, no demasiado, sino unilateralmente en esa maravillosa presencia del Señor Jesús en la Eucaristía, donde Él está esperando nuestra visita de amigo, donde nos invita a comer juntos a su mesa como hermanos.

Pero hay otras presencias del Señor Jesús de las que Él mismo nos ha dejado constancia en el Evangelio. “Donde dos o tres se reúnan en mi nombre allí estaré yo entre ellos.

— Hijos y padres que se reúnen a rezar

— O padres solos, el matrimonio, que bastan dos para que Jesús esté entre ellos.

–Jóvenes que comparten sus preocupaciones religiosas en el monte, en un albergue o una tienda de campaña

–Jóvenes novios a los que preocupa su relación antes del matrimonio

Allí está siempre Jesús, que no limita su presencia a la reunión litúrgica, si no que nos acompaña en la casa, en el monte, el paseo, en el bar.

4.- “El que me ama cumplirá mis mandatos y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”

El Señor Jesús vendrá a cada uno de nosotros, no a estar, como está el hombre de la calle, en su trabajo, en una reunión, sino a morar, como está el hombre solamente en su hogar donde está tranquilo, está a sus anchas, está a gusto, siente el calor familiar. Por eso nunca estamos solos aunque nadie nos acompañe.

Y está el Señor Jesús a nuestro lado todos los días,

— cada día en todo aquel que tiende su mano solicitando ayuda.

–en el enfermo o anciano que pide comprensión y compañía

–hasta en el que nos pide un vaso de agua… “porque lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos a mi lo hicisteis”

5.- El Señor Jesús se va al Padre, pero está con nosotros todos los días, por eso como los discípulos debemos quedarnos llenos de alegría porque en ningún sitio ni hora vamos a estar lejos de Él, en la iglesia, en casa, con los amigos, por las calles, en la soledad de las horas muertas, en el sanatorio, en la carretera conduciendo.

El Señor Jesús se va pero esta despedida no le aleja de nosotros, sino que intensifica sus presencias.

José Maria Maruri, SJ

La Ascensión parte esencial de nuestra fe

1.- Con este domingo se cierra, en la liturgia actual, el ciclo de la Pascua de Resurrección. Originalmente todo el misterio pascual se celebraba en la noche del sábado santo. Ese día se conmemoraba el nacimiento de Jesús, su muerte, su resurrección, su exaltación y la difusión del Espíritu Santo entre los miembros de su cuerpo, la comunidad.

Con el interés de ir desenvolviendo todo el misterio pascual en forma pedagógica, se fueron creando fiestas cristianas que le daban un nuevo sentido, adquirido en Cristo, a fiestas judías o paganas: Así nació el ciclo litúrgico anual que ahora conocemos. En este domingo la liturgia enfoca el tema de la ascensión.

2.- El relato que nos trae la Sagrada Escritura acerca de la ascensión es una catequesis que nos pinta, en un cuadro plástico visible, la glorificación o ascensión de Jesús. La ascensión no es una ida o cambio de lugar; en el mismo momento y lugar de la ascensión, según el relato, Jesús dice expresamente que Él no se está yendo para ninguna parte, sino que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.

La ascensión es ascensión en poder. Jesús «sube» únicamente como sube el que ayer no era sino un cualquiera y hoy está en el poder supremo. Y eso es lo que Jesús dice en el momento de la ascensión: A mí se me ha dado todo el poder entre el cielo y la tierra (que es la forma judía bíblica para decir: En el universo entero).

El relato de la ascensión que, como cada uno de los relatos del Evangelio, es una catequesis acerca de Jesús, intenta explicar, pintando un cuadro plástico, el momento en que los apóstoles y seguidores de Jesús se dieron cuenta de todo el Dios-hecho-carne que Jesús era. Y, en ese momento, Jesús «se elevó» a su vista, es decir que, desde ese momento, Jesús ya no era para ellos lo que siempre había sido, sino que, de allí en adelante, Jesús era el Señor Jesús, la plenitud de la divinidad hecha carne.

Todo lo que el pueblo judío esperaba, desde hacía mil años, se había cumplido en la persona de Jesús: Dios se había hecho plenamente presente entre su pueblo y el Mesías-ungido de Dios, un judío, había sido exaltado como Señor del universo.

Si la ascensión revela algo solamente sobre Jesús, no podría formar parte de la esencia de nuestra fe aquí y ahora. La ascensión es parte esencial de nuestra fe porque revela algo sobre el hombre en general y sobre cada hombre. Nos revela en qué acabará la vida humana. Nos revela que la vida humana no acabará en muerte, o con el triunfo del dinero, o del poder, o de la violencia. La vida humana acabará, nos lo dice nuestra fe, en una ascensión, en una exaltación, acabará en una asumpción plena del hombre por parte de Dios. San Pablo resume esta idea en una forma maravillosa diciendo que al fin de los tiempos nosotros poseeremos a Dios como El nos posee y entonces Dios lo será todo en todos.

En la segunda lectura de este domingo, Pablo nos dice que, con la ascensión de Jesús, nosotros sabemos cuál es la esperanza a la que Dios nos llama, es decir, sabemos qué nos espera.

3.- A propósito de la ascensión, quisiéramos realizar tres subrayados: La segunda «venida» del Señor no significa que el Señor se ha ido, eso contradeciría lo que el Evangelio afirma: «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos». Cuando hablamos de una segunda «venida» expresamos que aún esperamos la manifestación gloriosa de Jesús como Señor del universo y la creación entera. Expresa, esa idea, que aún esperamos la plenificación del Reino de Dios que ya está sembrado aquí y que aquí tiene que producir su cosecha. Por eso decimos «venga a nosotros tu Reino», en cada “padrenuestro” que rezamos.

En segundo lugar escuchemos la advertencia de los dos hombres vestidos de blanco en el relato de la primera lectura: ¿Qué hacemos mirando al cielo? No tenemos nada que estar mirando allí. Cristo está con nosotros hasta el fin de los tiempos, aunque parezca no estar como antes. Es nuestra obligación hacer todo lo que podamos para que su reino llegue. En donde hagamos reinar al amor ha empezado a reinar Dios, porque Dios es amor.

Y, tercer subrayado, todo el poder en el universo ha sido entregado a Cristo. Ya no hay nadie más que tenga poder; nadie que no sea parte de Cristo tiene poder. Todo el poder que nosotros le estamos asignando a alguien, bueno o malo, se lo estamos quitando a Cristo. Nada, pues, de espíritus poderosos de ninguna clase; el poder le ha sido entregado a Cristo y nadie puede arrebatarlo de su mano.

Quien descendió, subió. Se cumplieron las palabras de María: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes». El humilde Jesús, fue exaltado por el Dios de la gloria y la belleza.

Hoy es el día de la victoria de la pobreza sobre la riqueza, de la humildad sobre la soberbia, del abajamiento sobre el ensalzamiento.

La Iglesia ascenderá, después de descender. Cuanto más humildes seamos, cuanto más pobres y desprendidos… cuanto menos nacionalistas, cerrados y sectarios… Hoy Jesús nos envía al mundo entero, con una mentalidad auténticamente católica, abierta al todo y a todos.

Antonio Díaz Tortajada

Hacer discípulos de Jesús

Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a su Iglesia para cumplir fielmente su misión.

El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección no los ha de llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le han escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más olvidados. Es esto precisamente lo que han de seguir transmitiendo.

Entre los discípulos que rodean a Jesús resucitado hay «creyentes» y hay quienes «vacilan». El narrador es realista. Los discípulos «se postran». Sin duda quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús, pronto se apagaría.

Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El Resucitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en él no vacilarán.

Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente «enseñar doctrina», no es solo «anunciar al Resucitado». Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del Resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»… pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.

Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo, compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él son vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque sean solo dos o tres.

Así es la comunidad cristiana. La fuerza del Resucitado la sostiene con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir como Jesús y desde Jesús. Él sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo… salvando.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado VI de Pascua

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla del nacimiento y crecimiento de las primeras comunidades cristianas. A través de ellas el mensaje de Jesús se fue difundiendo por el mundo. Los Apóstoles  y sus colaboradores eran los maestros principales. La lectura de hoy nos sitúa en la ciudad de Éfeso donde Pablo realizará una gran labor. El gran mérito de San Pablo ha sido saber buscar colaboradores para que la Palabra de Dios llegara  a muchas más personas y lugares.

También hoy día Jesús nuestro Señor necesita colaboradores para difundir su mensaje de salvación a quienes no le conocen o andan extraviados. Jesús es luz y quiere iluminar. Cada uno de nosotros sus discípulos podemos compartir algo, aunque sólo sea un pequeño rayito de esa luz. Jesucristo necesita tus labios y tu corazón para que cada día haya más personas que amen de verdad a su prójimo.

Seguramente que tal vez alguno me diga, ¿pero cómo voy a ayudar a otros si yo mismo estoy sin luz y vivo a ciegas? Muchas veces  hemos oído decir que Dios escribe recto con líneas torcidas. Es decir: nosotros ponemos la palabra, pero quien toca el corazón es Jesús. Aunque no sea el más preparado, tengo que poner mi granito de arena a favor de nuestro Señor Jesús.

El Papa Francisco no se cansa de repetir que todos los bautizados estamos llamados a evangelizar, no tienen que esperar a que nadie les dé permiso. Sí, debemos conocer las verdades elementales de nuestra fe para proponerla adecuadamente. Pero, como él suele decir, no esperemos a saber mucha teología para hablar de Dios a los demás.

Y a donde nuestra preparación sencilla no pueda llegar, pidamos a nuestro Señor Jesús que nos dé la luz que necesitamos y el acierto en el hablar y el actuar.

Justamente en el evangelio de hoy escuchamos  lo que dice Jesús a sus discípulos: “En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.  Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa”.

En mi vida de sacerdote he conocido y compartido actividades de apostolado con hombres y mujeres admirables que han sido todo un ejemplo para mí. Desde los catequistas de las pequeñas comunidades del campo en Paraguay hasta los animadores y animadoras de grupos de oración y catequesis entre los emigrantes de lengua española en Zurich, Suiza.

La fe católica en Japón se mantuvo viva durante doscientos años a pesar de la persecución gracias a humildes familias de pescadores que rezaban el rosario y bautizaban a sus hijos a escondidas.

La evangelización de Corea comenzó gracias a unos católicos coreanos bautizados en China. Las leyes de Corea prohibían la entrada de misioneros extranjeros, pero aquellos cristianos heroicos no se echaron para atrás. Y cuando por fin llegaron sacerdotes misioneros a Corea comenzó la persecución y el martirio. Hoy las comunidades católicas continúan florecientes en aquellos países.  Y así en tantos y tantos otros lugares.

Dios necesita nuestras manos para llegar a los corazones de las personas, pero la obra es de Él.

Carlos Latorre, cmf