Vísperas – San Felipe Neri

VÍSPERAS

SAN FELIPE NERI, presbítero

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cantemos al Señor con alegría
unidos a la voz del pastor santo;
demos gracias a Dios, que es luz y guía,
solícito pastor de su rebaño.

Es su voz y su amor el que nos llama
en la voz del pastor que él ha elegido,
es su amor infinito el que nos ama
en la entrega y amor de este otro cristo.

Conociendo en la fe su fiel presencia,
hambrientos de verdad y luz divina,
sigamos al pastor que es providencia
de pastos abundantes que son vida.

Apacienta, Señor, guarda a tus hijos,
manda siempre a tu mies trabajadores;
cada aurora, a la puerta del aprisco,
nos aguarde el amor de tus pastores. Amén.

SALMO 124: EL SEÑOR VELA POR SU PUEBLO

Ant. Paz a vosotros, soy yo, no temáis. Aleluya.

Los que confían en el Señor son como el monte Sión:
no tiembla, está asentado para siempre.

Jerusalén está rodeada de montañas,
y el Señor rodea a su pueblo
ahora y por siempre.

No pesará el cetro de los malvados
sobre el lote de los justos,
no sea que los justos extiendan
su mano a la maldad.

Señor, concede bienes a los buenos,
a los sinceros de corazón;
y a los que se desvían por sendas tortuosas,
que los rechace el Señor con los malhechores.
¡Paz a Israel!

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Paz a vosotros, soy yo, no temáis. Aleluya.

SALMO 130: ABANDONO CONFIADO EN LOS BRAZOS DE DIOS

Ant. Espere Israel en el Señor. Aleluya.

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Espere Israel en el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Ant. Que te sirva toda la creación, porque tú lo mandaste, y existió. Aleluya.

Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria, y la alabanza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Que te sirva toda la creación, porque tú lo mandaste, y existió. Aleluya.

LECTURA: Rm 8, 26-27

El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.
V/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

R/ Será quien os lo enseñe todo.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo para ser mis testigos hasta los confines del mundo. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo para ser mis testigos hasta los confines del mundo. Aleluya.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que nos ha hecho partícipes del Espíritu Santo, y supliquémosle, diciendo:

Cristo, óyenos.

Derrama, Señor, desde el Padre, el Espíritu Santo sobre la Iglesia,
— para que la purifique, la fortalezca y la acreciente a través del mundo.

Llena de tu Espíritu a los que dirigen los destinos de los pueblos,
— para que sean servidores del bien común.

Envía tu Espíritu, padre de los pobres,
— para que su fuerza ayude a los que se sienten necesitados.

Te rogamos, Señor, por todos los ministros de tu Iglesia;
— que vivan con fidelidad la vocación a que fueron llamados.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concede la plenitud de la redención a las almas y a los cuerpos de nuestros difuntos,
— tú que, por la pasión, resurrección y ascensión, has realizado la salvación de la carne y del espíritu.

Con el gozo que nos da el saber que somos hijos de Dios, digamos con plena confianza:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que no cesas de enaltecer a tus siervos con la gloria de la santidad, concédenos que el Espíritu Santo nos encienda con aquel mismo fuego con que abrasó el corazón de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Martes VII de Pascua

1) Oración inicial

Te pedimos, Dios de poder y misericordia, que envíes tu Espíritu Santo, para que, haciendo morada en nosotros, nos convierta en templos de su gloria. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Juan 17,1-11a
Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo.

Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.

3) Reflexión

• En los evangelios de hoy, de mañana y de pasado mañana, vamos a meditar las palabras que Jesús dirigió al Padre en el momento de la despedida. Juan conserva estas palabras y las coloca como pronunciadas por Jesús durante el último encuentro de Jesús con sus discípulos. Es el Testamento de Jesús en forma de plegaria, también llamada Oración Sacerdotal (Jn 7,1-26).

• El capítulo 17 del evangelio de Juan es el final de una larga reflexión de Jesús, iniciada en el capítulo 15, sobre su misión en el mundo. Las comunidades guardarán estas reflexiones para poder entender mejor el momento difícil que atraviesan: tribulación, abandono, dudas, persecución. La larga reflexión termina con la oración de Jesús para las comunidades. En ella afloran los sentimientos y las preocupaciones que, según el evangelista, estaban en Jesús en el momento de salir de este mundo para el Padre. Ahora Jesús está ante el Padre con estos sentimientos y con esta preocupación, intercediendo por nosotros. Por esto, la Oración Sacerdotal es también el Testamento de Jesús. Mucha gente, en el momento de despedirse por siempre, deja algún mensaje. Todo el mundo guarda palabras importantes del padre y de la madre, sobre todo cuando son de los últimos momentos de la vida. Conservar estas palabras es como guardar a las personas. Es una forma de añoranza.

• El capítulo 17 es un texto diferente. Es más de amistad que de razonamientos. Para captar bien todo su sentido, no basta la reflexión de la cabeza, de la razón. Este texto debe ser meditado y acogido también en el corazón. Por esto, no hay que preocuparse si no se entiende todo de inmediato. El texto exige toda una vida para meditarlo y profundizarlo. Un texto así, hay que leerlo, meditarlo, pensarlo, leerlo de nuevo, repetirlo, rumiarlo, como se hace con un caramelo en la boca, un caramelo que gusta. Uno le da vueltas y vueltas en la boca, hasta terminarlo del todo. Por esto, cierra los ojos, haz silencio dentro de ti y escucha a Jesús que te está hablando a ti, transmitiéndote en el Testamento su mayor preocupación, su última voluntad. Trata de descubrir cuál es el punto en que Jesús insiste más y que considera el más importante.

• Juan 17,1-3: ¡Ha llegado la hora! “Padre, ¡ha llegado la hora!» Es la hora largamente esperada (Jn 2,4; 7,30; 8,20; 12,23.27; 13,1; 16,32). Es el momento de la glorificación que se hará a través de la pasión, muerte y resurrección. Es el momento de la glorificación, que se hará mediante la pasión, la muerte y la resurrección. Al llegar al final de su misión, Jesús mira hacia atrás y hace una revisión. En esta plegaria, él va a expresar el sentimiento más íntimo de su corazón y el descubrimiento más profundo de su alma: la presencia del Padre en su vida.

• Juan 17,4-8: ¡Padre, reconocerán que vengo de Ti! Al volver a ver su vida, Jesús se ve a si mismo como la manifestación del Padre para los amigos que el Padre le dio. Jesús no vivió para sí. Vivió para que todos pudiesen tener un atisbo de bondad y de amor que está encerrado en el Nombre de Dios que es Abba, Padre.

• Juan 17,9-11a: Todo lo mío es tuyo, todo lo tuyo es mío. En el momento de dejar el mundo, Jesús expone al Padre su preocupación y reza por los amigos que él deja atrás. Ellos continúan en el mundo, pero no son del mundo. Son de Jesús, son de Dios, son señales de Dios y de Jesús en este mundo. Jesús se preocupa de las personas que quedan, y reza por ellas.

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuáles son las palabras de las personas queridas que tu guardas con cariño y que orientan tu vida? En caso de que te fueras, ¿qué mensaje dejarías para tu familia y para la comunidad?
• ¿Cuál es la frase del Testamento de Jesús que más me tocó? ¿Por qué?

5) Oración final

¡Bendito sea el Señor, día tras día!
Él se encarga de nuestra salvación. Pausa.
Nuestro Dios es un Dios salvador,
el Señor Yahvé libera de la muerte. (Sal 68,20-21)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

2.- NICODEMO

Jn 3, 1-17

Después de esta primera Pascua, Jesús permaneció un corto tiempo en Jerusalén, y recorrió a continuación buena parte de la región de Judea.

Un día, puesto ya el sol, vino a verle un fariseo llamado Nicodemo. San Juan dice de él que era un judío influyente, un hombre culto, rico, probablemente escriba o doctor de la Ley, y miembro del Sanedrín de Jerusalén (Jn). San Juan señala de modo explícito que este vino a él de noche. Jesús reconoció enseguida en Nicodemo a un hombre de alma grande, que sería más tarde, en las horas duras de la Pasión, un discípulo fiel y generoso. Viene a Jesús porque anda buscando la verdad y porque ha visto los milagros y señales que Jesús llevó a cabo en esa semana de la Pascua. Esos mismos prodigios también habían atraído, de modo superficial sin embargo, a aquellos judíos de los que Jesús no se fi aba.

A san Juan, el único evangelista que nos da noticias de Nicodemo[1], debió de llamarle la atención la hora ya avanzada de la visita, pues siempre que lo nombra señala esa circunstancia: aquel que vino de noche a Jesús.

Nicodemo se sintió conmovido por las noticias que le llegaban de Jesús; quizá presenció alguno de sus milagros o tuvo noticias muy directas de ellos. Las obras del Señor eran el reflejo de su divinidad. Jesús mismo dirá más tarde: Si no me creéis a mí, creed a mis obras; ellas dan testimonio de mí. Nicodemo se acercó a Él sin prejuicios, llevado por la contundencia de los hechos: Rabbí –le dice–, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si Dios no está con él.

Vino a ver a Jesús de noche, con prudencia. Por prudencia, o sencillamente porque aquellas veladas en Jerusalén en el mes de abril, cuando tiene lugar la Pascua, eran un buen momento para hablar con calma. No era Nicodemo un hombre cobarde; lo demostró más tarde en las horas difíciles en las que precisamente irá a ver a Pilato para hacerse cargo del cuerpo muerto del Señor.

Este hombre culto trata a Jesús con todo respeto. Le llama Rabbí, Maestro mío, mi Maestro. San Juan nos ha dejado un trasunto de lo que debió de ser una larga conversación de mucha hondura. Es posible que la reconstruyera más tarde con el propio Nicodemo.

Jesús comienza abriéndole unos horizontes del todo nuevos: En verdad, en verdad te digo que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

Nacer significa entrar en la vida, y nacer de nuevo aparecer otra vez en la tierra. Nicodemo no entiende las palabras de Jesús. ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar en el seno de su madre y nacer? Es el único nacimiento que todos conocemos. Pero Jesús se refería a vivir otra vida más alta, de una calidad infinita, la que da a la persona una capacidad para participar de la gracia, de la misma vida divina.

La Iglesia utilizará más tarde el término vida sobrenatural para distinguirla de la natural, la que recibimos al ser concebidos. Jesús habla de la Vida que gozarán sus discípulos, que se prolonga más allá del tiempo aquí en la tierra. Este segundo nacimiento y esta segunda Vida difícilmente podían ser conocidos por Nicodemo. Más tarde diría el Señor explícitamente: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Nicodemo no comprendió qué podría ser ese nuevo nacimiento, ya que las palabras de Jesús no estaban a su alcance. Tampoco pudo comprender que esa nueva vida se identificaba con la misma Vida del Señor, pues todavía no lo había declarado ante la tumba de Lázaro: Yo soy la Resurrección y la Vida; ni a Tomás en la última cena: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Los discípulos vivirán en Él y Él en ellos, como sucede en la vid y en los sarmientos. Jesús comienza en esta conversación nocturna enseñando a Nicodemo esta doctrina, que llegará más tarde a todos sus discípulos a través de los tiempos, a nosotros también.

Jesús comparó con el viento la acción del Espíritu Santo en el alma. Al viento no lo podemos ver; no podemos ordenar que sople a nuestro gusto; no sabemos de dónde viene ni adónde va, solo sentimos su aliento… Pues bien, la gracia en el alma actúa de manera parecida. Y, cuando Nicodemo no acaba de entender lo que oye, Jesús se lo reprocha con cariño: ¿Tú eres maestro en Israel y lo ignoras? Debería haber recordado aquellas palabras del profeta Ezequiel[2]: Y les daré otro corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo, quitaré de su cuerpo su corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo, quitaré de su cuerpo su corazón de piedra y les daré un corazón de carne… Jesús anuncia ahora por primera vez la necesidad de una renovación interior completa, que solo el Espíritu Santo puede llevar a cabo.

La conversación debió de prolongarse hasta las primeras horas de la mañana. San Juan nos recuerda aquí el tema central. Quizá fue al final cuando Jesús habló de su entrega en la cruz. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre. Este signo, alzado por Moisés en un mástil, fue el remedio indicado por Dios para curar a quienes habían sido mordidos por las serpientes del desierto[3]. De modo semejante, Cristo en la cruz traerá la salvación a todos los que tengan la mirada fija en Él[4]. Como maestro de Israel, Nicodemo conocía el episodio de la serpiente de bronce. No sabía, sin embargo, que Jesús estaba anunciando su muerte en la cruz, donde alcanzaría la vida eterna a los hombres heridos de muerte por la mordedura del pecado. A nosotros, tales palabras nos recuerdan que la muerte que le esperaba estaba siempre ante sus ojos. Su pensamiento se encontró siempre bajo la sombra de la cruz. Los cristianos de todas las épocas han encontrado su fortaleza en ese mirar a Jesús: poniendo ante los ojos su Humanidad Santísima, contemplándole en los misterios del Santo Rosario, en el Vía crucis, en las escenas que narra el evangelio o en el Sagrario, donde se encuentra presente para fortalecer a los débiles, para perdonar a los pecadores…

Las palabras que siguen, y que cierran la conversación, bien pueden ser un comentario del propio evangelista dirigido a los primeros cristianos: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Y añade que Dios envió a su Hijo al mundo para salvarlo, no para condenarlo. Son palabras llenas de contenido para tantos momentos de la vida del cristiano.

Nicodemo debió de tener más contactos con el Maestro y fue un fiel discípulo.

Cuando los fariseos quisieron detener a Jesús, Nicodemo se opuso a aquel proceder injusto de condenar a un hombre sin haberle juzgado, y se enfrentó con firmeza a los demás. Logró que la conspiración se desvaneciera por entonces.

En los momentos trágicos de la Pasión se manifestarán su valentía y su amor al Maestro. Según una tradición muy antigua, Nicodemo fue uno de los primeros cristianos, conocido por todos y muy querido y considerado. Su nombre se lee en el Martirologio Romano, porque se dice que su cuerpo fue hallado con el de san Esteban[5].


[1] Los sinópticos silencian a Nicodemo por completo: nombran a José de Arimatea con ocasión de la sepultura del Señor, igual que lo hace Juan, pero nada dicen de la importante contribución de aquel discípulo a la sepultura.

El apócrifo llamado Evangelio de Nicodemo, que narra la Pasión de Cristo, es tardío y novelesco, y nada añade a las noticias de san Juan, aunque sí detalles varios de la Pasión que han pasado a la tradición popular.

[2] Ez 11, 19.

[3] Cfr. Nm 21, 8-9

[4] En este sentido podemos decir que en el buen ladrón se cumple ya el poder salvífico de Cristo en la cruz: ese hombre descubrió en el Crucificado al Rey de Israel, al Mesías, que le promete entrar en su reino aquel mismo día (cfr. Lc 23, 39-43).

[5] Cfr. Epístola Luciani ad omnem Ecclesiam: PL 41, 807-815.

Comentario – Martes VII de Pascua

El capítulo 17 del evangelio de san Juan nos ofrece la llamada oración sacerdotal de Jesús, una oración en la que éste ruega por los que le han sido dados, de modo que han pasado a ser suyos. El destinatario de esta oración no puede ser otro que el Padre. Es a Él a quien dirige Jesús estas sentidas palabras: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Se trata de la hora de la consumación, la hora que pone punto final a su existencia terrena; hora, por tanto, de muerte, pero también de glorificación: la muerte clausura una existencia, pero no toda existencia; la muerte es pasaje que le traslada de esta vida mortal a la vida eterna, introduciéndole en la gloria que ya compartía con el Padre antes de la creación del mundo.

Este ingreso en la gloria del Crucificado, una vez cumplida su misión, es glorificación del Hijo por parte del Padre; pero en este acto de glorificación recibe gloria el mismo Padre, que ve cómo se cumple su designio de salvación por obra de su Hijo. Las palabras de Jesús expresan con exactitud lo que acaece: Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo de glorifique. La gloria que recibe el Hijo del Padre es gloria que redunda en el Padre mismo. En ambos actos de glorificación se manifiesta la gloria de Dios; pero no acaba todo en este círculo trinitario en el que tiene que estar también presente el Espíritu Santo, pues las personas divinas son relativas (las unas a las otras) e inseparables. La Trinidad divina ya se ha abierto al mundo y el mundo no puede quedar al margen de este doble acto de glorificación. El Hijo es glorificado para que, con el poder que le ha sido dado sobre toda carne –hasta hacer de ella carne gloriosa– dé la vida eterna a quienes le han sido confiadosTal es el poder del Hijo glorificado, es decir, del Hijo en posesión de la vida eterna: poder de dar esta misma vida que, en cuanto glorificado, posee, a los que carecen de ella, porque sólo poseen vida temporal.

Y no hay vida eterna sin conocimiento del Eterno, sin conocimiento y sin comunión con el Eterno, pues se trata de un conocimiento intuitivo, experiencial, que implica comunión. Esta es la vida eterna –dice Jesús como queriendo precisar-: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Sólo Dios es eterno; y entrar en la eternidad es entrar en Dios mismo. Poseer la vida eterna en modo consciente –y sin consciencia es imposible hablar de vida humana- ha de implicar necesariamente el conocimiento del Eterno, no sólo en sus propiedades esenciales, sino también en sus distinciones personales. La vida eterna es vida vivida por personas, vida interpersonal o interrelacional; el acceso a esta vida, por tanto, no anula las relaciones interpersonales; al contrario, las lleva a su grado máximo de expresión y de plenitud. Aquí, conocimiento no puede ser sino comunión con el Dios único y verdadero, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Próxima ya la consumación de su vida, Jesús puede decir que ha glorificado al Padre sobre la tierra, y lo ha hecho sobre todo coronando la obra que le encomendó. Éste es el modo en el que el Hijo glorifica al Padre: llevando a término la obra encomendada, cumpliendo su voluntad, tal como él mismo explicita en momentos críticos como el de Getsemaní. Y tras la coronación de la obra, ya no queda otra cosa que recibir la recompensa merecida: Padre, glorifícame cerca de ti con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese.

El mismo Jesús describe la obra con la que ha glorificado al Padre sobre la tierra y que consiste fundamentalmente en darlo a conocer a los que le habían sido dados por Aquel a quien pertenecían, el Dios y Padre del universo: He manifestado tu Nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. En cuanto criaturas, todos los hombres somos de Dios, y Dios puede hacer de nosotros y con nosotros lo que quiera, si bien su querer no podrá entrar en conflicto con su bondad y con su amor, es decir, que será siempre un querer benevolente.

Jesús entiende que todos aquellos que se han adherido a él por la fe, le han sido entregados por su Padre, pues a él le pertenecen. Jesús ha gastado sus energías y su tiempo en darle a conocer al Padre, comunicándoles las palabras que él mismo ha recibido de Él; en virtud de esta comunicación han conocido que él es el Hijo, porque ha salido (por generación) del Padre, y han creído que está en el mundo como su enviado. Jesús ruega especialmente por estos que han dado fe a su testimonio, que han creído en él, acogiéndole como Hijo y enviado del Padre; tales son los que le han sido entregados por Aquel a quien pertenecen como su Creador y Señor. Pero esta entrega es tan natural como la que se realiza entre personas que comparten la misma propiedad: todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; como si dijera: si son tus amigos, son también mis amigos; si son tus hijos, son también míos; todo lo tuyo es mío; pero también lo mío es tuyo, también mis amigos y discípulos, lo son tuyos. En ellos es glorificado Jesús. También lo será por ellos, cuando le reconozcan como Señor resucitado y ascendido a los cielos. ¡Ojalá que también nosotros podamos ser contados entre los amigos de Jesús porque hemos dado fe a su palabra, pues si lo somos, lo seremos también del Padre que está en los cielos!

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

76. El Obispo, padre, hermano y amigo de los sacerdotes diocesanos.

La relación entre el Obispo y el presbiterio debe estar inspirada y alimentada por la caridad y por una visión de fe, de modo que los mismos vínculos jurídicos, derivados de la constitución divina de la Iglesia, aparezcan como la natural consecuencia de la comunión espiritual de cada uno con Dios (cf. Jn 13, 35). De este modo, será también más provechoso el trabajo apostólico de los sacerdotes, ya que la unión de voluntad y propósito con el Obispo profundiza la unión con Cristo, que continúa su ministerio de cabeza invisible de la Iglesia por medio de la Jerarquía visible.(190)

En el ejercicio de su ministerio, el Obispo se comporte con sus sacerdotes no tanto como un mero gobernante con los propios súbditos, sino más bien como un padre y amigo.(191) Comprométase totalmente a favorecer un clima de afecto y de confianza, de modo que sus presbíteros respondan con una obediencia convencida, grata y segura.(192) El ejercicio de la obediencia se hace más suave, que no débil, si el Obispo, por cuanto sea posible y salvando siempre la justicia y la caridad, manifiesta a los interesados los motivos de sus disposiciones. Tenga igual cuidado y atención hacia cada uno de los presbíteros, porque todos los sacerdotes, aunque dotados de aptitudes y capacidades distintas, son igualmente ministros al servicio del Señor y miembros del mismo presbiterio.

El Obispo favorezca el espíritu de iniciativa de sus sacerdotes, evitando que la obediencia sea comprendida de manera pasiva e irresponsable. Haga lo posible a fin de que cada uno dé lo mejor de sí y se entregue con generosidad, poniendo las propias capacidades al servicio de Dios y de la Iglesia, con la madurez de los hijos de Dios.(193)


190 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 14-15.

191 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 28; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 47.

192 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 15.

193 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 15.

Recursos – Ofertorio – Pentecostés

PRESENTACIÓN DE SIETE LÁMPARAS

(Siete niños/as de la comunidad abren una procesión con siete pequeñas lámparas, que situarán sobre el mismo altar, como signo de los siete dones del Espíritu Santo, mientras que otro/a de los niños/as, encargado/a de hacer la ofrenda, vaya enumerando cada uno de los dones)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, aquí nos tienes con estas siete pequeñas lámparas, signo de los siete dones de tu Espíritu, que nosotros y nosotras te queremos ofrecer hoy: el don de la sabiduría, el don de inteligencia, el don de la ciencia, el don del consejo, el don de piedad, el don de fortaleza y el don de tu temor. Tú nos los das en mayor o en menor medida a unos y a otros, pero siempre en servicio de tu Iglesia y de la comunidad. Por eso, confiamos que nuestra ofrenda sea hoy de tu agrado, aunque hayamos de pedirte, una vez más, que nos los sigas concediendo, así como nuestra disponibilidad para ponerlos al servicio de todos y de todas.

PRESENTACIÓN DE UNA PALOMA

(La ofrenda la hacen dos jóvenes. Ambos, uno/a de ellos llevando la paloma, se dirigen hasta el Presidente. Mientras uno/a permanece junto a él, el/la que lleva la paloma se dirige hasta la puerta del templo o lugar celebrativo y la echa a volar. Inmediatamente después, el otro/la otra dice:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, hemos soltado esa paloma como signo de que tu Espíritu es la pura libertad. Él se muestra donde y como quiere, reparte sus dones de acuerdo a su magnanimidad y no se ata definitivamente a nada ni a nadie. Nosotros y nosotras, como jóvenes, somos también exponentes de esa libertad. Por eso, hoy, unimos a esta ofrenda nuestra juventud. Señor, que no nos hieran en nuestra libertad, porque es nuestra mejor manera de servir a tu Iglesia y a nuestra comunidad. Sin embargo, danos sentido de responsabilidad, para que nuestras críticas y aportaciones sean leales y estén al servicio auténtico de los demás.

PRESENTACIÓN DE UN RECIPIENTE CON LEVADURA

(Debe hacer la ofrenda un/una militante de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo este pequeño recipiente lleno de levadura, una sustancia capaz de transformar una gran cantidad de masa. Y lo hago en mi condición de militante y como símbolo de mis luchas por hacerte presente en medio de un mundo hostil, que no me facilita en absoluto mi testimonio en favor de tu Hijo Jesucristo. Te pido, también, que las dificultades de la militancia no echen atrás a ninguno, a ninguna de los creyentes. Multiplica a tus militantes, porque la Iglesia está realmente necesitada de ellos y de ellas, para no acabar siendo un coto cerrado.

PRESENTACIÓN DE UN RELIGIOSO O UNA RELIGIOSA

(En el caso que lo hubiere. De no existir en el seno de la comunidad, podría ser sustituido/a por cualquiera de los que realizan una tarea pastoral, como la catequesis, el canto litúrgico o la caridad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, tu Espíritu es el garante de la pluralidad de dones y carismas en el seno de la comunidad, que los reparte sin medida y con generosidad, para el enriquecimiento de tu Iglesia. Aquí me tienes, Señor, dando testimonio de la gracia con la que me has regalado, para el servicio de tu comunidad. Sabes que no es fácil nuestra convivencia y que, de vez en cuando, vivimos tensiones y conflictos. Mi compromiso, hoy, es ofrecerte, en nombre de todos y de todas, el deseo de vivir la unidad, que no la uniformidad. No permitas que a los que / a las que nos has concedido tus dones, nos los reservemos como riqueza individual, sino que los interpretemos como característica personal en orden al beneficio de la comunidad.

PRESENTACIÓN DE UNA CESTA CON FRUTOS

(Puede hacer esta ofrenda una de las mujeres de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo hoy esta cesta de frutos, porque Pentecostés es el nombre griego de una de las fiestas judías, que tenía lugar a los cincuenta días de la Pascua y estaba unida a la ofrenda a Dios de los primeros frutos de la recolección. Yo te ofrezco hoy estos frutos que Tú, por tu misericordia y grandeza, nos das con toda generosidad, pero hoy te los traemos como signo del don de tu Espíritu, el fruto granado de la Pascua de tu Hijo. Que nosotros y nosotras, Señor, seamos capaces de dar frutos tan abundantes como éstos.

Oración de los fieles – Pentecostés

Estamos reunidos en tu nombre como aquella primera Iglesia. Ante nuestros temores y problemas te pedimos Señor que envíes tu Espíritu y nos fortalezca. Repetimos:

R.- PADRE, CONCÉDENOS LOS DONES DE TU ESPÍRITU

1. – Que el Espíritu Santo derrame sobre el Papa Francisco el don de Piedad, para que sea ejemplo de las actitudes de Jesucristo delante de todos los hombres. OREMOS

2. – Que el Espíritu Santo derrame sobre los que están alejados el don del Temor de Dios, para que les sirva de guía a la hora de encaminar sus pasos a la casa del Padre. OREMOS

3. – Que el Espíritu Santo derrame sobre los que están enfermos y los que sufren el don de Fortaleza para que este estímulo les lleve a sobrellevar con alegría sus dificultades. OREMOS

4. – Que el Espíritu Santo derrame sobre los que viven entre luchas y enfrentamientos el don de Entendimiento para que llegue pronto a ellos la verdadera paz nacida del respeto mutuo. OREMOS

5. – Que el Espíritu Santo derrame sobre los dirigentes de todas las naciones el don de Sabiduría para que guíen a sus pueblos por caminos de Paz y prosperidad. OREMOS

6. – Que el Espíritu Santo derrame sobre todos nosotros el don de Consejo para que estemos atentos a acompañar a aquellos que andan desanimados y cansados. OREMOS

7. – Que el Espíritu Santo derrame sobre los trabajadores de toda índole el don de Ciencia para que realicen sus tareas con afán y con entusiasmo. OREMOS

Padre, en este nuevo Pentecostés te pedimos que dejes caer la fuerza del Espíritu Santo sobre todos los hombres de la tierra, atiendas todas sus súplicas y nos des fuerzas para caminar hacia la casa del Padre.

Por Jesucristo nuestro Señor

Amen.


Cristo, nos envía el Espíritu Santo para que nos ayude en nuestras necesidades. Vamos a presentar al Padre nuestras peticiones con la seguridad que da el sabernos amados por Él.

R.- ENVÍA SEÑOR TU ESPÍRITU Y REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA.

1 – Envía, Señor, tu Espíritu de Sabiduría sobre la iglesia. Por el Papa, los obispos, los sacerdotes y todas las personas que con su servicio ayudan a la Iglesia, para que reciban la luz necesaria a la hora de expandir el mensaje de Cristo. OREMOS

2. – Envía, Señor, tu Espíritu de Fortaleza. Te pedimos por todos los que lo están pasando mal, los enfermos, los parados, los que están solos, los que no se sienten amados, los que no te encuentran… OREMOS.

3. – Envía, Señor, tu Espíritu de Caridad. Por los pobres, por los carentes de amor, de comprensión, de solidaridad, para que encuentren una mano generosa que les ayude en su necesidad. OREMOS.

4. – Envía, Señor, tu Espíritu de Entendimiento. Te pedimos por los gobernantes, por los que tienen poder para tomar decisiones, por los responsables de hacer que cesen las guerras, para que lleguen a un entendimiento que haga vivir en paz a los hombres. OREMOS.

5. – Envía, Señor, tu Espíritu de Piedad. Para que sepamos vivir en cercanía con el Señor, rechazando todo lo que nos hace romper la amistad con Dios y con los hermanos. OREMOS.

6. – Envía, Señor, tu Espíritu de Alegría. Por todos los que se Confirman en estos días, para que lleven a todos la alegría que supone vivir desde Cristo. OREMOS.

7. – Envía, Señor, tu Espíritu de Bondad. Por todos los que se dedican a los demás, tanto si difunden la Palabra de Dios, como si ayudan a otros en sus necesidades, para que Dios les conceda la humildad, la sencillez y el desprendimiento que este servicio conlleva. OREMOS.

8. – Envía Señor, tu Espíritu de Generosidad. Por las necesidades de todos los que compartimos esta Eucaristía (un momento de silencio) para que el Señor nos ayude a solucionarlas con la mayor generosidad. OREMOS.

Señor, siempre atento a nuestras necesidades, deseamos que estas súplicas sean bien recibidas Ti, Dios Padre Nuestro, con la seguridad de que Tú siempre escuchas a tus hijos.

Y te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Amén.

Comentario al evangelio – Martes VII de Pascua

PREPARAR LA HORA FINAL


         Dos despedidas nos presentan las lecturas de hoy: de Pablo y de Jesús. Ambos, rodeados de discípulos-compañeros. Son conscientes de que se les acaba el tiempo, que llega su «hora».  Y hacen un balance general de lo que ha sido su vida.

     Entre nosotros no es frecuente plantearnos estas cosas. Sobre todo porque no pocas veces no vemos cuándo se acerca esa hora, y nos sorprende ocupados en vivir las cosas de cada día. También es cierto que las circunstancias que nos están tocando vivir últimamente han llevado a muchos hermanos a hacer un alto, a «darse cuenta» de que la vida la podemos perder en cualquier momento, y a revisar sus planteamientos y estilos de vida. Muchos quieren hacer cambios, replantear opciones… aunque a menudo no saben por dónde empezar o qué pasos dar para que las cosas sean distintas. Se abre aquí un reto grande para la comunidad cristiana (pastores y laicos): acompañar, ayudar a discernir, darles herramientas para que sus buenas intenciones no se queden en eso, o incluso acaben desanimados por no encontrar el camino adecuado.

     Es verdad que empezar a vivir es empezar a morir… y que nuestra vida tiene punto final, aunque desconozcamos cuántas serán las páginas escritas. Algunas veces quizá lo intuimos, o nos lo dicen abiertamente los profesionales de la salud… Lo ideal sería poder prepararse a tiempo, poder decir -como Jesús y Pablo- que el balance es globalmente positivo. Estos días he tenido ocasión de escuchar varias veces a personas mayores: «he vivido bastante, he cumplido con mis deberes como madre, esposa, trabajadora, he hecho muchas cosas, y de muchas estoy orgullosa… y sé que podría contagiarme con este virus y marcharme pronto al otro barrio: pues no me importa, creo que estoy preparada». Impresionante y sincero testimonio…

     Es bueno hacer balance de lo vivido, y prepararse interiormente para el desenlace más o menos lejano.  No hay que esperar a estar mayores para ello. 

     Como a Pablo y a Jesús, nos gustaría en los últimos momentos, vernos acompañados y rodeados de las personas que han sido más importantes en nuestro recorrido vital, y poder dirigirles unas palabras pensadas y apropiadas. ¡Tantos no han podido hacerlo en estas últimas semanas! Pero tal vez tengamos la ocasión de acompañar y ayudar a algunos hermanos en sus últimos momentos. 

     En todo caso, estos balances y preparativos no son sólo para el momento final, sino para vivir con sentido cada día, para que nuestra vida vaya mereciendo la pena. Las palabras de Pablo y Jesús nos ayudan.

     + Pablo puede decir al final de su vida que ha servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que ha ido encontrando por el camino. Pablo fue un personaje controvertido, tuvo sus más y sus menos tanto con sus compañeros de misión, como con los apóstoles de la Iglesia de Jerusalem (Pedro, Santiago…), como con las comunidades que fue acompañando. Tenía un carácter fuerte, como fuertes eran sus convicciones. No era «perfecto». Sin embargo, al menos en estos momentos, no pide perdón, ni disculpas, ni expresa arrepentimiento. Lo que pone en el centro para hacer balance de su vida es el haber sido«testigo del Evangelio de la gracia» o «el plan de Dios». En esto coincide con Jesús: «les he dado a conocer tu Nombre» o también «las palabras que Tú me diste».

He aquí un criterio fundamental para revisar y valorar continuamente nuestra vida: ante el Dios de la gracia, el Dios de la misericordia, el que siempre nos acompaña y hacia el que vamos poco a poco. Es un Dios Salvador, un Dios de la vida que lo tiene todo en sus manos. Y por eso no se empeñan en retener su vida, sino ofrecerla hasta el final.

     + El Evangelio subraya en Jesús su constante conciencia de que ha salido del Padre y al Padre vuelve. Y pendiente del Padre ha vivido cada hora. ¡Tantas veces lo repite a lo largo del Evangelio! Mi alimento es hacer la voluntad del Padre. Él quiere que tengamos esa misma conciencia y experiencia, y a ello se ha dedicado totalmente: la vida eterna es que conozcamos al Padre y al Hijo. Que podamos participar de su profunda experiencia de intimidad con el Padre, que nos incorporemos a su intimidad con él. Que recibamos y acojamos sus palabras para ser uno con él, y «por eso» con el Padre. Una comunión que ni la muerte puede destruir.

     Pero mientras llega el momento de la glorificación, de la plenitud de esa comunión, nosotros seguimos en el mundo, ora para que el Padre esté con nosotros y nos cuide. 

     Él marcha al Padre, nos precede y nos espera, y nos ama tanto que no podemos faltarle a su lado. La vida eterna de la que él ya goza… nosotros ya la empezamos a vivir aquí… hasta que llegue el paso final, el amor pleno. 

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf