Vísperas – Miércoles VII de Pascua

VÍSPERAS

MIÉRCOLES VII DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

SALMO 125: DIOS, ALEGRÍA Y ESPERANZA NUESTRA

Ant. Vuestra tristeza se convertirá en alegría. Aleluya.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Vuestra tristeza se convertirá en alegría. Aleluya.

SALMO 126: EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS

Ant. En la vida y en la muerte somos del Señor. Aleluya.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En la vida y en la muerte somos del Señor. Aleluya.

CÁNTICO de COLOSENSES: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CRIATURA

Ant. Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Aleluya.

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Aleluya.

LECTURA: 1Co 2, 9-10

Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Espíritu Santo Aleluya, aleluya.
V/ El Espíritu Santo Aleluya, aleluya.

R/ Será quien os lo enseñe todo.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Espíritu Santo Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cristo os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Aleluya.

PRECES

Unidos a los apóstoles y a todos los que poseen las primicias del Espíritu Santo, glorifiquemos a Dios y supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor.

Padre todopoderoso, que has glorificado a Cristo en el cielo,
— haz que todos lo reconozcan presente en tu Iglesia.

Padre santo, que dijiste de Cristo: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle»,
— haz que todos atiendan su voz y se salven.

Envía tu Espíritu al corazón de tus fieles,
— para que purifique lo inmundo y fecunde lo que es árido.

Que venga, Señor, tu Espíritu, rija el devenir de la historia,
— y renueve la faz de la tierra.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te pedimos, Señor, por los difuntos: admítelos en tu reino,
— y acrecienta nuestra esperanza en la resurrección futura.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Padre, lleno de amor, concede a tu Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, dedicarse plenamente a tu servicio y vivir unida en el amor, según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

 

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Miércoles VII de Pascua

1) Oración inicial

Padre lleno de amor, concede a tu Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, dedicarse plenamente a tu servicio y vivir unida en el amor, según tu voluntad. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Juan 17,11b-19
Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.

3) Reflexión

• Estamos en la novena de Pentecostés, esperando la venida del Espíritu Santo. Jesús dice que el don del Espíritu Santo se da sólo a quien lo pide en la oración (Lc 11,13). En el cenáculo, durante nueve días, desde la ascensión hasta Pentecostés, los apóstoles perseveraron en la oración junto con María la madre de Jesús (He 1,14). Por esto conseguirán en abundancia el don del Espíritu Santo (He 2,4). El evangelio de hoy continúa colocando ante nosotros la Oración Sacerdotal de Jesús. Es un texto muy bien apto para prepararnos en estos días a la venida del Espíritu Santo en nuestras vidas.

• Juan 17, 11b-12: Cuídalos en tu nombre. Jesús transforma su preocupación en plegaria: “¡Cuídalos en tu nombre, el nombre que tu me diste, para que sean uno como nosotros!» Todo lo que Jesús hizo en su vida, lo hizo en Nombre de Dios. Jesús es la manifestación del Nombre de Dios. El Nombre de Dios es Yavé, JHWH. En el tiempo de Jesús, este Nombre era pronunciado como Adonai, Kyrios, Señor. En el sermón de Pentecostés, Pedro dice que Jesús, por su resurrección, fue constituido Señor: “Sepa, entonces, con seguridad toda la gente de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros crucificasteis”. (Hec 2,36). Y Pablo dice que esto se hizo: “para que toda lengua proclame, para gloria de Dios Padre: ¡Jesús Cristo es el Señor!” (Fil 2,11). Es el “Nombre sobre todo nombre” (Fil 2,9), JHWH o Yavé, el Nombre de Dios, recibió un rostro concreto en Jesús de Nazaret. Y es entorno a este nombre que hay que construir la unidad: Guárdalos en tu nombre, el nombre que tú me diste, para que sean uno como nosotros. Jesús quiere la unidad de las comunidades, para que puedan resistir frente al mundo que las odia y persigue. El pueblo unido alrededor del Nombre de Jesús ¡jamás será vencido!

• Juan 17,13-16: Que en sí mismos mi alegría sea colmada. Jesús se está despidiendo. Dentro de poco se irá. Los discípulos continúan en el mundo, serán perseguidos, tendrán aflicciones. Por esto están tristes. Jesús quiere que tengan alegría plena. Ellos tendrán que continuar en el mundo sin formar parte del mundo. Esto significa, bien concretamente, vivir en el sistema del imperio, sea romano o neoliberal, sin dejarse contaminar por él. Al igual que Jesús y con Jesús, deben vivir en el mundo sin ser del mundo.

• Juan 17,17-19: Como tú me enviaste, yo los envío al mundo. Jesús pide que sean consagrados en la verdad. Esto es, que sean capaces de dedicar toda su vida para testimoniar sus convicciones respecto de Jesús y de Dios Padre. Jesús se santificó en la medida en que, en su vida, fue revelando al Padre. Pide que sus discípulos entren en el mismo proceso de santificación. Su misión es la misma que la de Jesús. Ellos se santifican en la misma medida en que, viviendo el amor, revelan a Jesús y al Padre. Santificarse significa volverse humano, como lo fue Jesús. Decía el Papa León Magno: “Jesús fue tan humano, pero tan humano, como sólo Dios puede ser humano”. Por esto debemos vivir en el mundo, sin ser del mundo, pues el sistema deshumaniza la vida humana y la vuelve contraria a las intenciones del Creador.

4) Para la reflexión personal

• Jesús vivió en el mundo, pero no era del mundo. Vivió en el sistema sin seguir el sistema, y por esto fue perseguido y condenado a muerte. ¿Yo? ¿Vivo hoy como Jesús lo hizo en su tiempo, o adapto mi fe al sistema?
• Preparación para Pentecostés. Invocar el don del Espíritu Santo, el Espíritu que animó a Jesús. En esta novena de preparación a Pentecostés es bueno sacar un tiempo para pedir el don del Espíritu de Jesús.

5) Oración final

Bendigo a Yahvé, que me aconseja;
aun de noche me instruye la conciencia;
tengo siempre presente a Yahvé,
con él a mi derecha no vacilo. (Sal 16,7-8)

Lectura continuada del Evangelio de Marcos

Marcos 14, 17-21

17Y llegada la tarde, viene con los Doce.

18Y estando comiendo recostados a la mesa, dijo Jesús: “En verdad os digo que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo”.

19Y comenzaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: “¿Acaso soy yo?”. 20 Pero él les dijo: “Uno de los Doce, el que moja conmigo en el plato. 21 Porque el Hijo del Hombre se va tal como está escrito de él, pero ¡ay de ese hombre por medio del cual el Hijo del Hombre es entregado! Mejor sería para ese hombre no haber nacido”.

Después del relato que describe los preparativos, sobrenaturalmente dirigidos, de la Última Cena de Jesús con sus discípulos (14,12-16), la cena en sí se divide en dos secciones: la presente, en la que Jesús predice su traición; y 14,22-25, en la cual dramatiza muerte en pro de «muchos» por la fracción del pan y por la copa que todos comparten. Así, el tema que domina todo el relato de la cena es la «marcha» de Jesús (cf. 14,21). La repetición de términos domina el pasaje: «los Doce», «el Hijo del Hombre», «el hombre» y especialmente «entregar». El relato se divide en tres partes: primera profecía de la traición + la reacción de los discípulos (14,17-19); segunda profecía de la traición (14,20), y profecía de su muerte + lamento sobre el traidor (14,21).

14, 17-21: La historia de la Última Cena comienza con la llegada de Jesús y los Doce a la sala en el piso superior «llegada la tarde» (14,17). Es esta una designación de tiempo típicamente marcana, pero aquí tiene una importancia adicional ya que la hora de la tarde significa que comienza la festividad de la Pascua. La llegada de la noche puede tener no solo importancia cronológica, sino también simbólica: está surgiendo la oscuridad cósmica del tiempo de prueba escatológico, como quedará inmediatamente claro por la profecía de Jesús sobre la traición.

Sigue inmediatamente otro detalle de especial importancia: tras su llegada, Jesús y los Doce se recuestan y comienzan a comer (14,18a). La postura recostada tiene una especial importancia aquí, porque en el contexto pascual es un deber ritual reclinarse como conviene a una persona libre. En 14,18, Marcos yuxtapone una imagen de libertad pascual (estar reclinados) en discordancia con la solemne declaración de Jesús que uno de los Doce lo entregará (14,18b). El empleo de «entregar» puede ser irónico aquí, puesto que la biblia griega de los LXX utiliza con frecuencia este verbo para indicar cómo el Dios de la Alianza entrega en manos de su pueblo escogido a sus enemigos. Hay además una fuente bíblica adicional para este último pensamiento: «entregar» se utiliza también con frecuencia en los salmos del justo sufriente, donde el hablante se queja de que, a pesar de su inocencia, ha sido entregado en manos de sus enemigos. Jesús se hace eco de uno de esos salmos cuando especifica que el traidor es uno «que come conmigo»: una alusión evidente a Sal 41,9.

Sin embargo, la profecía de Jesús de este acto traicionero no especifica un agente preciso, sino solo que el autor será uno de los que comparten la comida. Como respuesta, por tanto, cada uno de los discípulos comienza a preguntar si resultará él ser el culpable (14,19). La palabra griega que Marcos emplea para introducir la pregunta, meti, sugiere que cada uno se considera a sí mismo un candidato improbable, o al menos desea que los demás lo piensen.

En su respuesta, Jesús reitera su profecía, hablando esta vez del culpable como «el que moja conmigo en un plato» (14,20). Esta expresión no es realmente más concreta que la anterior, sino simplemente una referencia más a la Pascua que Jesús comparte con sus discípulos; el que los participantes mojaran su pan en la salsa, así como el estar recostados, era una parte usual del oficio de Pascua, que funcionaba como signo de un lujo prohibido a los esclavos, pero disfrutado por la gente libre, con lo que era así uno de los privilegios otorgados a los miembros de la Alianza.

Tras profetizar dos veces su traición, Jesús concluye bosquejando sus consecuencias. Primero, lacónicamente, para sí mismo; luego, más ampliamente, para su traidor (14,21). El resultado para él es que tendrá que «irse»: un eufemismo de la muerte. La metáfora es paradójica, ya que atribuye volición a un acto involuntario, y movimiento a un estado que ocurre solo cuando el sujeto se ha convertido claramente en un ser inmóvil. Desde la Edad Media, los exegetas han defendido que su uso aquí acentúa la naturaleza voluntaria del sacrificio de Cristo. En 14,21bc, Jesús se refiere al castigo que merecerán las acciones del que le entregue. Nuestro texto es una expresión clásica de la misteriosa compenetración entre la soberanía divina y la responsabilidad humana.

La tendencia marcana a acentuar el aspecto positivo del mesianismo de Jesús continuará en el siguiente pasaje, donde Jesús hablará no de matar a sus enemigos, sino de sufrir una muerte redentora en pro de «muchos» (14,24).

Comentario – Miércoles VII de Pascua

Jesús continúa su oración (sacerdotal) centrado en aquellos que el Padre le ha dado. Para ellos pide protección y unidad: sólo custodiados y unidos podrán evitar su perdiciónPadre santo –decía-: guárdalos en tu nombre a los que me has dado. Para que sean uno, como nosotros. Hasta entonces él mismo, como buen pastor, había asumido esta tarea de custodia en nombre de Aquel que se los había dado como discípulos, el Padre. Pero ha llegado el momento de tener que abandonar este mundo y tendrá que ser el mismo Padre, con otras mediaciones humanas, el que se ocupe de ellos y de su suerte: Cuando estaba con ellos –añade Jesús-, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.

Jesús justifica la elección de Judas, el hijo de la perdición, que podía ser entendida como una mala elección, acudiendo a las Escrituras, que habían predicho su extravío y traición. Judas es la excepción: ninguno de los elegidos para integrar el grupo de los Doce se perdió, sino él; pero esta pérdida no escapaba a los planes de Dios que lo había dejado escrito con mucha antelación. Ni siquiera la traición de Judas impediría la realización de los planes salvíficos de Dios; al contrario, contribuiría a su pronta ejecución, facilitando el cumplimiento de los designios divinos, pues Dios también sabe servirse del mal (que es responsabilidad de otro) para obtener el bien de muchos.

Yo les he dado tu palabra –prosigue el orante-, y el mundo les ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. El mundo que no ha acogido a Cristo como luz (del mundo) es el mismo mundo que no recibirá su palabra, ni a los portadores y transmisores de la misma, esos misioneros enviados por el mundo a anunciar el evangelio. Éste es el mundo al que no pertenecen ni él, ni sus discípulos, aunque tanto él como sus discípulos formen parte de este mundo corpóreo y terrestre en el que han nacido y han recibido su naturaleza (humana). Pero aquí se está refiriendo a ese otro mundo, que también forma parte del mundo en que vivimos, que se opone a los planes de Dios, rechazando todo lo que de Dios procede o lo que Él envía: profetas, Hijo, apóstoles. Sin embargo, en el rechazo del enviado está implicado el rechazo del enviante: el que a vosotros escucha a mí me escucha; el que a vosotros rechaza a mí me rechaza. La negación del Hijo es negación del Padre, y el rechazo del profeta es rechazo de Dios, que habla por su medio.

Este mundo hostil al enviado de Dios y a la siembra del evangelio, que primero fue judío y después pagano (o simultáneamente judío y pagano) es el mundo que odia todo lo que le resulta extraño o no percibe como suyo; por eso procura su eliminación o extirpación, como si se tratara de un tumor cancerígeno que amenaza con destruir el entero organismo social. El mundo que llevará a Jesús a la cruz será también el mundo que haga de sus seguidores mártires y confesores. Ese mundo no tiene que ser necesariamente ateo para combatir el nombre de Dios; también puede ser religioso, como lo era el mundo judío que no toleró la inquietante presencia de Jesús y sus apóstoles y acabó provocando la primera cosecha sangrienta de mártires cristianos. Baste recordar como ejemplos ilustres al protomártir, el diácono Esteban, y al apóstol Santiago, el primero entre los apóstoles en sufrir el martirio. Tampoco el mundo pagano en que empezó a germinar el naciente cristianismo era ateo, sino religioso: un mundo en el que florecían las más diversas formas de politeísmo. Y este mundo tampoco toleró en su seno al recién estrenado cristianismo, encabezando muy pronto una sangrienta persecución contra sus más dignos representantes, entre los que se cuentan los apóstoles Pedro y Pablo, víctimas de la locura de un emperador como Nerón.

Tal es el mundo que odia lo cristiano por no ser de este mundo, es decir, por considerarlo un elemento extraño –por eso provoca su rechazo- y nocivo para su sostenibilidad o mantenimiento del sistema. Jesús no le pide al Padre que los retire del mundo, algo que ya hace ese mundo que les asesina porque no les tolera, sino que los guarde del mal, sobre todo del mal de la apostasía o del mal que acarrea su perdición; porque éste es el verdadero mal, el mal que acabó provocando el extravío y la caída de Judas Iscariote, el hijo de la perdición. La guarda de aquellos por quienes ruega Jesús tiene por objeto evitarles este mal que se apoderó de Judas, haciendo de él un apóstata o un renegado y un traidor, el mal de la incredulidad y la desafección. No parece que Jesús considere la muerte martirial de sus seguidores como un mal para los que la sufren, sino más bien como una ocasión inmejorable para mostrarse como testigos, es decir, como una ocasión propicia para dar testimonio de él ante el mundo, incluido ese mundo hostil del que sólo procede rechazo.

Lo que importa en semejante situación es que sean santificados consagrados en la verdad; y así, santificados, podrán ser enviados al mundo para proclamar esta verdad con una firmeza capaz de hacer frente a todo tipo de desafíos. Por eso, santifícalos –dice Jesús- en la verdad, en esa verdad que se sirve en la misma palabra del Padre: Tu palabra es la verdad, o también: La verdad se encierra y se dona en tu palabra. Es la verdad transmitida en esa palabra que es también la palabra de Jesús, pues todo lo suyo es también del Padre. La santificación en la verdad implica, por tanto, la afirmación en esa palabra que la custodia y comunica. Sin esta palabra careceríamos del depósito que guarda y conserva esta verdad que debe impregnar la entera vida del creyente que la profesa para que pueda desplegar toda su energía santificadora. Y así, santificados en la verdad, los cristianos podremos ser testigos fiables y creíbles de la misma; y estaremos capacitados para dar testimonio de esta verdad, incluso en ese mundo hostil e ingrato que no la reconoce. Este testimonio es el hace de nosotros verdaderos apóstoles o enviados para ser luz del mundo y sal de la tierra. Para desempeñar esta tarea, antes tenemos que estar santificados en la verdad. Pero ¿lo estamos?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

77. Conocimiento personal de los sacerdotes.

El Obispo considere su sacrosanto deber conocer a los presbíteros diocesanos, su carácter, sus capacidades y aspiraciones, su nivel de vida espiritual, celo e ideales, el estado de salud y las condiciones económicas, sus familias y todo lo que les incumbe. Y conózcalos no sólo en grupo (como por ejemplo en los encuentros con el clero de toda la diócesis o de una vicaría) o en los organismos pastorales, sino también individualmente y, en lo posible, en el lugar de trabajo. A esta finalidad se dirige la visita pastoral, durante la cual se debe dar todo el tiempo necesario a los encuentros personales, más que a las cuestiones de carácter administrativo o burocrático, que se pueden cumplir también por medio de un clérigo delegado por el Obispo.(194)

Con ánimo paterno y con sencilla familiaridad, facilite el diálogo tratando cuanto sea de interés para los sacerdotes, los encargos a ellos confiados, los problemas relativos a la vida diocesana. Para este objetivo, el Obispo facilitará el mutuo conocimiento entre las diversas generaciones de sacerdotes, inculcando en los jóvenes el respeto y la veneración por los sacerdotes ancianos y en los ancianos el acompañamiento y el apoyo a los sacerdotes jóvenes, de manera que todo el presbiterio se sienta unido al Obispo y verdaderamente corresponsable de la Iglesia particular.

El Obispo nutra y manifieste públicamente la propia estima por los presbíteros, demostrando confianza y alabándoles si lo merecen; respete y haga respetar sus derechos y defiéndalos de críticas infundadas;(195) dirima prontamente las controversias, para evitar que inquietudes prolongadas puedan ofuscar la fraterna caridad y dañar el ministerio pastoral.


194 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 396; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 46.

195 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 396.

Comentario Domingo de Pentecostés

Oración preparatoria

Señor y Hermano Jesús, Tú dijiste a los tuyos: “Recibid el Espíritu Santo”. Tu mayor anhelo es dárnoslo; entregaste tu vida en la cruz para entregarnos tu Espíritu: abre nuestros corazones para recibirlo como aliento y gozo en el corazón, y fortaleza para la vida; y así podamos transformar este mundo en un mundo según tu corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. AMEN.

 

Jn 20, 19-23

«19Así que, al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas donde estaban los discípulos, por el miedo a los judíos, vino Jesús y se puso en medio y les dice: “Paz a vosotros”.

20Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Así que los discípulos se alegraron al ver al Señor.

21Así que Jesús les dijo de nuevo: “Paz a vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío”.

22Y dicho esto, sopló y les dice: “Recibid Espíritu Santo. 23A quienes perdonéis los pecados, les han sido perdonados; a quienes se los retengáis, les han sido retenidos”».

PALABRA DE DIOS

 

CONTEXTO

Estamos ante el primer final del evangelio de Juan. Antes de nuestro texto, el evangelio ha relatado la escena del sepulcro vacío (Jn 20,1-10) y la aparición de Jesús a María Magdalena (20,11-18). Después, se nos relatará la reacción de Tomás (20,24-29), la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (21,1-23) y el segundo final del evangelio, que concluye con una impresionante hipérbole acerca de las acciones del Resucitado, que deja abierta para el creyente la puerta de una relación abierta e interminable con Jesús, Señor de la Vida (21,24-25).

 

TEXTO

En este texto evangélico la acción se sitúa en “el primer día de la semana”, nombre clásico para indicar el día de la resurrección, el domingo; el día por excelencia de la asamblea cristiana.

Tiene dos momentos: la presencia de Jesús con los discípulos sin Tomás (vv. 19- 23) y el diálogo de estos con Tomás (vv. 24-25).

La escena siguiente es “ocho días después”, cuando Jesús vuelve a estar con los discípulos y habla con Tomás (vv. 26-29). Después, la primera conclusión del evangelio (vv. 30-31).

 

ELEMENTOS A DESTACAR

• A nivel eclesiológico (discipular), básicamente es un texto de movimientos, de avances, de transformación: del miedo a la alegría, de estar cerrados a estar enviados. Nada queda igual después de la Resurrección, se inicia un nuevo itinerarioradicalmente transformado y transformador. ¿Sentimos esa nueva fuerza ahora que pasó la Pascua?

• A nivel cristológico, se remarca la bondad de Cristo Jesús, que no solo no reprocha a sus amigos el abandono y la soledad en que le dejaron, sino que les regala las primicias de su Pascua: la paz y el Espíritu Santo con el perdón de los pecados. Jesús es el mismo Jesús crucificado pero también el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios, Dios mismo. ¿Tiene el papel que sin duda merece en nuestra vida?

• A nivel teológico, es impresionante la densa riqueza del misterio de Dios: Padre que envía, Hijo y Señor, Espíritu Santo. ¿Tanto dinamismo de amor de Dios no choca con nuestra modorra espiritual?

 

Paso 1 Lectio: ¿Qué dice el texto? Atiende todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca todos los elementos que llaman la atención o te son muy significativos. Disfruta de la lectura atenta. Toma nota de todo lo que adviertas.

Paso 2 Meditatio: ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende a tu interior. A las mociones (movimientos) y emociones que sientes. ¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?

Paso 3 Oratio: ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…

Paso 4 Actio: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo hacer efectiva esa enseñanza?

Para la catequesis: Pentecostés

Pentecostés
31 mayo 2020

Hechos 2, 1-11; Salmo 103, 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23

(Evangelio – Juan 20, 19-23)
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar».

(Primera Lectura – Hechos 2, 1-11)
El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse. En esos días había en Jerusalén judíos devotos, venidos de todas partes del mundo. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Atónitos y llenos de admiración, preguntaban: «¿No son galileos, todos estos que están hablando? ¿Cómo, pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene. Algunos somos visitantes, venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cretenses y árabes. Y sin embargo, cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua».

Reflexión:

En el evangelio, después de su resurrección, Jesús se aparece a los apóstoles y sopla el Espíritu Santo sobre ellos dándole el poder de perdonar pecados. ¿Quiénes son los sucesores de los apóstoles que reciben este poder? Son los obispos y los sacerdotes. ¿Cuál es el sacramento donde Dios perdona nuestros pecados a través de ellos? Es la Reconciliación.

Jesús se queda con los apóstoles durante 40 días, después de su resurrección, enseñándoles el por qué Él sufrió y murió en la cruz y como todo estaba escrito en las escrituras. Les dijo que Él se tenía que ir para poder mandarles el Paráclito, El Espíritu Santo. Después de 40 días el asciende al Cielo y les instruye que bauticen a todo el mundo. Pero ellos seguían con miedo de los enemigos de Jesús y se escondían en un cuarto. No fue hasta que Dios mandó el Espíritu Santo que se llenaron con sus dones y pudieron salir y anunciar las buenas noticias de lo que Dios había hecho por todos. ¿Cómo se manifestó El Espíritu Santo? Con un gran ruido del Cielo como un soplo de un viento fuerte y con lenguas de fuego; lenguas porque tenían que hablar y fuego porque sus corazones tenían que quemar con el amor de Dios. ¿Qué pasó después que los apóstoles se llenaron del Espíritu Santo? Perdieron el miedo y empezaron a hablar en otros idiomas para proclamar a todas las personas en Jerusalén lo que Dios hizo por ellos.

Actividad:

En la siguiente página, colorear los dones del Espíritu Santo leyendo lo que significa cada uno; cantar la canción. En las otra página, hacer actividad de como el Espíritu Santo nos ayuda en los 7 Sacramentos.

Oración:

Dios Santo, abre mi corazón para recibir tu Espíritu Santo y recibir sus dones para ser testigo bueno de tu amado hijo, Jesús. Gracias por hacerme parte de Tu familia. Amen.

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Recibid el Espíritu Santo – Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los dicípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judios. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: – Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Explicación

Cuando mataron a Jesús, sus amigos pasaron mucho miedo y se escondieron. Pero él, para ayudarles, volvió a su lado y les dijo: No tengáis miedo, ni os acobardéis. Al contrario tened en vuestro corazón y en vuestras manos las llaves de la paz, y con ella abrid a todos las puertas de la alegría y la paz. Y diciendo esto les comunicó su Espíritu, es decir su Amor, para que fueran mensajeros de amistad y unidad entre las personas.

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario al evangelio – Miércoles VII de Pascua

SANTIFICADO, SANTIFICADOR, SANTIFICADOS


     Jesús, elevando los ojos al cielo, comienza su oración pronunciando: «Padre Santo». Una invocación con la que recuerda y subraya que su origen (Padre) está en el Dios trascendente, «fuera» o diferente del mundo y de sus criterios (Santo). Y también que ese Padre Santo es su destino definitivo («ahora voy a ti»).  Fue el Padre quien le envió al mundo para salvarlo («tanto amó Dios al mundo»), y a tal fin, Jesús mismo fue «santificado», es decir, que recibió el Espíritu del Amor (recordemos su Bautismo en el Jordán, y de paso también nuestro propio bautismo), que le hizo experimentarse en todo momento como «hijo amado del Padre». Así Jesús queda «santificado» o «consagrado» a Dios, para poder llevar a cabo la misión encomendada: hacer presente en el mundo el Amor de Dios, y transformarlo todo con los criterios, y los deseos de Dios, ese proyecto que llamamos «Reino». Así también él será «santificador», como su Padre. Jesús santificado, consagrado por el Padre será santificador, encargado de consagrar el mundo.

     Cuando decimos que algo (o alguien) es «santo», estamos diciendo que pertenece al ámbito de Dios, que Dios se hace allí presente de alguna forma, que a través de ese algo o alguien encontramos a Dios. Jesús es el «Santo» por excelencia, porque él es la presencia y la revelación de Dios en nuestro mundo, que llegará a su punto culminante en la «hora» de su muerte y resurrección. 

Entonces se mostrará lo que significa que Dios es Amor, que Dios es Vida, que Dios Salva… y también sabremos cuál es la plenitud y el destino del hombre, al ser totalmente «santificado», lleno de Dios. Es lo que aquí se llama «la Verdad»: santifícalos en la Verdad.

     Por eso, cuando Jesús ora pidiendo al Padre Santo que los suyos sean consagrados en la verdad, está pidiendo por una parte que entren en nosotros, hasta el fondo, transformándonos, los valores y criterios del  Evangelio y haciéndonos evangelizadores, portadores de Dios… Pero a la vez está rogando para que haya una profunda intimidad personal, una comunión plena con el propio Jesús, que es la Verdad.

    Dicho con otras palabras: perteneceremos a Dios, seremos santificados, santos y santificadores, como el mismo Jesús, y mantendremos en nosotros los criterios y valores de Dios… en la medida en que mantengamos la comunión, el Amor de Dios en nosotros (precisamente ese Amor es el Espíritu). Como dice el propio Jesús: Tu «palabra» es verdad(el Evangelio), pero también tu «Palabra» (Jesucristo) es verdad.

     Así entendemos la oración y el deseo de Jesús: «Que sean uno». La intimidad-unidad de Jesús con el Padre Santo le ha resguardado, apoyado y guiado en su tarea en el mundo. Y los que somos enviados por Jesús y en su nombre, sólo saldremos adelante en nuestra misión si mantenemos la unidad con el Padre y el Hijo en el Espíritu… y ¡también la unidad entre nosotros! Mañana lo meditaremos.

     Palabras densas, profundas, gozosas… no tanto para pensarlas o razonarlas, cuanto  contemplarlas,  orarlas, saborearlas despacio,  y descubrirlas como claves de nuestro caminar cristiano de santificación. Para que ninguno de nosotros «se pierda».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf