Vísperas – Jueves VII de Pascua

VÍSPERAS

JUEVES VII DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

SALMO 131: PROMESAS A LA CASA DE DAVID

Ant. El Señor Dios le ha dado el trono de David, su padre. Aleluya.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Dios le ha dado el trono de David, su padre. Aleluya.

SALMO 113

Ant. Jesucristo es el único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores. Aleluya.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan,
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesucristo es el único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. ¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos? Aleluya.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos? Aleluya.

LECTURA: 1Co 6, 19-20

¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

RESPONSORIO BREVE

R/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.
V/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

R/ Será quien os lo enseñe todo.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena y os comunicará lo que está por venir. Aleluya.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena y os comunicará lo que está por venir. Aleluya.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, bendito por los siglos, y, pidiéndole que envíe el Espíritu Santo a los que ha redimido con su muerte y resurrección, digamos:

Salva, Señor, a los que has redimido.

Envía a la Iglesia el Espíritu de la unidad,
— para que desaparezcan todas las disensiones, odios y divisiones.

Tú que libraste a los hombres del dominio de Satanás,
— libra también al mundo de los males que lo afligen.

Tú que, dócil al Espíritu, diste cumplimiento a tu misión,
— haz que los sacerdotes hallen en la oración la fuerza y la luz del Espíritu para ser fieles a su ministerio.

Que tu Espíritu guíe a los gobernantes,
— para que busquen y realicen el bien común.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que vives en la gloria del Padre,
— acoge a los difuntos en tu reino.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Que tu Espíritu, Señor, nos penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar concuerde con tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Jueves VII de Pascua

1) Oración inicial

Que tu Espíritu, Señor, nos penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar concuerde con tu voluntad. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Juan 17,20-26
No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos presenta la tercera y última parte de la Oración Sacerdotal, en la que Jesús mira hacia el futuro y manifiesta su gran deseo de unidad entre nosotros, sus discípulos, y para la permanencia de todos en el amor que unifica, pues sin amor y sin unidad no merecemos credibilidad.

• Juan 17,20-23: Para que el mundo crea que tú me enviaste. Jesús alarga el horizonte y reza al Padre: No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Aquí aflora la gran preocupación de Jesús por la unión que debe existir en las comunidades. Unidad no significa uniformidad, sino permanecer en el amor, a pesar de todas las tensiones y de todos los conflictos. El amor que unifica al punto de crear entre todos una profunda unidad, como aquella que existe entre Jesús y el Padre. La unidad en el amor revelada en la Trinidad es el modelo para las comunidades. Por esto, a través del amor entre las personas, las comunidades revelan al mundo el mensaje más profundo de Jesús. Como la gente decía de los primeros cristianos: “¡Mirad como se aman!” Es trágica la actual división entre las tres religiones nacidas de Abrahán: judíos, cristianos y musulmanes. Más trágica todavía es la división entre los cristianos que dicen que creen en Jesús. Divididos, no merecemos credibilidad. El ecumenismo está en el centro de la última plegaria de Jesús al Padre. Es Su testamento. Ser cristiano y no ser ecuménico es un contrasentido. Contradice la última voluntad de Jesús.

• Juan 17,24-26: Que el amor con que tú me amaste esté en ellos. Jesús no quiere quedar solo. Dice: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. La dicha de Jesús es que todos nosotros estemos con él. Quiere que sus discípulos tengan la misma experiencia que él tuvo del Padre. Quiere que conozcan al Padre como él lo conoció. En la Biblia, la palabra conocer no se reduce a un conocimiento teórico racional, sino que implica experimentar la presencia de Dios en la convivencia de amor con las personas en la comunidad.

• ¡Que sean uno como nosotros! (Unidad y Trinidad en el evangelio de Juan) El evangelio de Juan nos ayuda mucho en la comprensión del misterio de la Trinidad, la comunión entre las personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu. De los cuatro evangelios, Juan es el que acentúa la profunda unidad entre el Padre y el Hijo. Por el texto del Evangelio (Jn 17,6-8) sabemos que la misión del Hijo es la suprema manifestación del amor del Padre. Y es justamente esta unidad entre el Padre y el Hijo la que hace proclamar a Jesús: Yo y el Padre somos una cosa sola (Jn 10,30). Entre él y el Padre existe una unidad tan intensa que quien ve el rostro del uno, ve también el rostro del otro. Cumpliendo esta misión de unidad recibida del Padre, Jesús revela al Espíritu. El Espíritu de la Verdad viene del Padre (Jn 15,26). El Hijo pide (Jn 14,16), y el Padre envía el Espíritu a cada uno de nosotros para que permanezca en nosotros, dándonos ánimo y fuerza. El Espíritu nos viene del Hijo también (Jn 16,7-8). Así, el Espíritu de la Verdad, que camina con nosotros, es la comunicación de la profunda unidad que existe entre el Padre y el Hijo (Jn 15,26-27). El Espíritu no puede comunicar otra verdad que no sea la Verdad del Hijo. Todo lo que se relaciona con el misterio del Hijo, el Espíritu lo da a conocer (Jn 16,13-14). Esta experiencia de la unidad en Dios fue muy fuerte en las comunidades del Discípulo Amado. El amor que une a las personas divinas Padre e Hijo y Espíritu nos permite experimentar a Dios a través de la unión con las personas en una comunidad de amor. Así, también, era la propuesta de la comunidad, donde el amor debería ser la señal de la presencia de Dios en medio de la comunidad (Jn 13,34-35). Y este amor construyó la unidad dentro de la comunidad (Jn 17,21). Ellos miraban la unidad en Dios para poder entender la unidad entre ellos.

4) Para la reflexión personal

• Decía el obispo Don Pedro Casaldáliga: “La Trinidad es aún mejor que la comunidad”. ¿En la comunidad de la que tú eres miembro, percibes algún reflejo humano de la Trinidad Divina?
• Ecumenismo. ¿Soy ecuménico?

5) Oración final

Señor, tu me enseñarás el camino de la vida,
me hartarás de gozo en tu presencia,
de dicha perpetua a tu derecha. (Sal 16,11)

Apostolado a través de la amistad (amistad)

La amistad crea una armonía de sentimientos y de gustos que prescinde del amor de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo al amigo. Creemos que los encuentros, incluso casuales y provisionales de las vacaciones, dan ocasión a almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. Lo cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía, la solidaridad y, especialmente, la posibilidad de mutuos sacrificios. Será fácil, pura, fuerte la amistad, si está sostenida y alimentada por aquella peculiar y sublime comunión de amor, que un alma cristiana debe tener con Cristo Jesús (Pablo VI, Aloc. 26778).

Conviene que Dios haga la voluntad del hombre respecto a la salvación de otro en proporción a su amistad (Santo Tomás, Suma Teológica, 12, q. 114, a. 6).

Si os dirigís a Dios, procurad no ir solos (San Gregorio Magno, Hom. 4 sobre los Evang.)

Cuando uno tiene amista con alguien, quiere el bien para quien ama como lo quiere para sí mismo, y de ahí ese sentir al amigo como otro yo (Santo Tomás, Suma Teológica, 12, a. 28, a. 1, c).

Vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de los buenos (Santa Teresa, Vida, 2, 4).

Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplirlos deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversión natural, sencilla —a la salida del trabajo, en una reunión e familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte— charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta; las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 273).

Así como muchas veces basta una sola mala conversación para perder a una persona, no es raro tampoco que una conversación buena o le haga evitar el pecado. ¡Cuántas veces, después de haber conversado con alguien que nos habló del buen Dios, nos hemos sentido vivamente inclinados a Él y habremos propuesto portarnos mejor en adelante!… Esto es lo que multiplicaba tanto el número de los santos en los primeros tiempos de la Iglesia; en sus conversaciones no se ocupaban de otra cosa que de Dios. Con ello los cristianos se animaban unos a otros, y conservaban constantemente el gusto y la inclinación hacia las cosas de Dios (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el precepto 1º del Decálogo).

Esas palabras, deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente; y el consejo profesional, que mejora su labor universitaria; y la discreta indiscreción, que te hace sugerirle insospechados horizontes de celo… Todo eso es «apostolado de la confidencia». (J. Escribá de Balaguer, Camino, 973).

Comentario – Jueves VII de Pascua

Jesús prosigue su oración, extendiendo su intercesión, más allá de sus colaboradores, a los que se adhieran a él por la palabra de ellos: Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

Las palabras de Jesús revelan un proyecto de unidad, que quiere reunir en torno a sí a todos sus seguidores, es decir, a todos los que crean en él, bien por haber acogido su palabra directa, o bien por acoger la palabra de sus inmediatos seguidores. Es la palabra de uno u otros la que provoca la adhesión (=fe) personal, y la adhesión congrega a los adheridos forjando la unidad. Tal unidad no surge de la pertenencia al mismo linaje, a la misma familia o al mismo partido o sindicato, sino de la adhesión a su persona. Es una unidad en torno a Jesús, el Hijo, y al Padre, porque aquel no se concibe sin éste, ya que conforman una unidad inquebrantable. Adherirse a Jesús por la palabra de sus enviados es adherirse al Padre y entrar a formar parte de esa unidad que ambos conforman con el Espíritu Santo.

Tal es el proyecto de Jesús: reunir a los muchos para que sean uno en la unidad que él tiene con el Padre. El objetivo último es que esa unidad se extienda al mundo entero: para que el mundo(sin reducción de ningún tipo) crea en él como enviado de Dios Padre. Pero si el mundo cree, se habrá integrado en la unidad perseguida. La primera unidad creyente quiere ser un factor de atracción de los que todavía permanecen dispersos, ese mundo que aún no cree, pero que puede creer. Por la vía de la adhesión creyente se irán incorporando a la unidad de los adheridos. Jesús parece dar a entender que si sus seguidores no son uno, no se presentan a los ojos del mundo como una unidad, éste no creerá o tendrá más dificultades para creer.

Para que el mundo (que aún no cree) crea, es necesario que los creyentes (adheridos a él) se presenten como una unidad, o con otras palabras, como una sola congregación. Una Iglesia dividida será siempre una Iglesia más impedida para la misión, esto es, para atraer a nuevos creyentes. Si la unidad hace la fuerza, en la medida en que hace confluir los esfuerzos en una dirección, la división la reduce, porque dispersa las energías por cauces diversos. ¿No trazan las palabras de Jesús la concepción de una Iglesia una y universal que aspira a integrar en su seno al mundo entero? Tal es el proyecto ecuménico que tiene como objetivo reunir las fuerzas disgregadas de los creyentes en Cristo; porque la realidad histórica nos muestra a una Iglesia dividida ya desde sus comienzos. Pues ¿en qué época de su historia no se han dado en su seno tensiones que han acabado finalmente en cismas y dolorosas rupturas? Ya los mismos apóstoles (Pedro, Santiago, Juan, Pablo) tuvieron que vérselas con estas corrientes divisivas y sectarias, cuando apenas habían transcurrido unos años de la muerte de Jesús.

También les di a ellos –continua el orante- la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Jesús ha hecho partícipes a sus discípulos de la gloria que él mismo ha recibido del Padre; se les ha dado a conocer como su enviado, como su Hijo amado, con palabras y con obras; les ha hecho ver destellos de su divinidad en muchas de sus actuaciones. Y todo ellos para facilitar su fe y adhesión y afirmar su unidad en él. Por ellos, constituidos en unidad, le llegará al mundo el mensaje salvífico: el mundo podrá conocer que Dios lo ama como le ama a él, el Amado, el Predilecto. Sólo el testimonio unánime de los apóstoles –testimonio desde la unidad- será creíble.

Tras esta referencia al mundo como posible y deseable receptor del testimonio apostólico, Jesús vuelve a centrar su atención en los que le han sido confiados por el Padre y muestra su deseo de prolongar la amistad con ellos: Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy, y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas antes de la fundación del mundo. El deseo de Jesús es compartir con sus amigos lo que él posee por su condición de Hijo amado, su hogar y su gloria. Ellos, a diferencia del mundo ignorante o indiferente a esta realidad, han conocido el envío del Hijo como luz del mundo, porque el mismo Jesús se lo ha dado a conocer, del mismo modo que les ha dado a conocer su Nombre, que no es otro que el de Padre. Les ha dado a conocer a Dios como Padre para que el amor que siente por el Hijo (amado) esté también en ellos, esto es, en aquellos que han conocido por su medio que Dios es también su (de ellos) Padre.

Jesús está ya en el corazón de aquellos que se han adherido a él por la fe; pero es preciso que también el Padre lo esté, para que puedan compartir este mismo amor que el Hijo recibe del Padre. Tal es el deseo de Jesús, que sus amigos (y discípulos) puedan sentirse amados de Dios como él se siente amado por el Padre. No hay mejor deseo para quienes disfrutan de su amistad. Y si Jesús lo desea, ¿quién puede impedir la realización de este deseo? Sólo nosotros con nuestra insensibilidad o torpeza.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

78. Orden de las actividades.

La acción de los presbíteros debe estar ordenada mirando, antes que nada, al bien de las almas y a las necesidades de la diócesis, sin olvidar tampoco las diversas aptitudes y legítimas inclinaciones de cada uno, en el respeto de la dignidad humana y sacerdotal. Tal prudencia en el gobernar, entre otros aspectos, se manifiesta:

– en la provisión de los oficios, el Obispo obrará con la máxima prudencia, para evitar la más mínima sospecha de abuso, favoritismo o presión indebida. Para tal fin, pida siempre el parecer a personas prudentes, y pruebe la idoneidad de los candidatos, incluso mediante un examen;(196)

– al conferir los encargos, el Obispo juzgue con equidad la capacidad de cada uno y no sobrecargue a ninguno con tareas que, por número o importancia, podrían superar las posibilidades de los individuos y también dañar la vida interior. No está bien colocar en un ministerio demasiado exigente los presbíteros que apenas hayan terminado la formación en el seminario, sino gradualmente y después de una oportuna preparación y una apropiada experiencia pastoral,(197) confiándoles a párrocos idóneos, a fin de que en los primeros años de sacerdocio puedan ulteriormente desarrollar y reforzar sabiamente la propia identidad;

– el Obispo no olvide recordar a los presbíteros que todo lo que cumplan por mandato del Obispo, incluso lo que no comporte la cura directa de las almas, con razón puede llamarse ministerio pastoral y está revestido de dignidad, mérito sobrenatural y eficacia para el bien de los fieles. También los presbíteros que, con el consenso de la autoridad competente, desarrollan funciones supra diocesanas o trabajan en organismos a nivel nacional (como, por ejemplo, los superiores o los profesores de los seminarios interdiocesanos o de las facultades eclesiásticas y los oficiales de la Conferencia Episcopal), colaboran con los Obispos con una válida actividad pastoral que merece una especial atención de parte de la Iglesia.(198)

Procure, finalmente, que los sacerdotes se dediquen completamente a cuanto es propio de su ministerio,199 pues son muchas las necesidades de la Iglesia (cf. Mt 9, 37-38).


196 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 521 § 3.

197 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 521.

198 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus Dominus, 29.

El Espíritu nos enseña a decir «Abba»

1.- El Evangelio, como veis pone el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles la misma noche del domingo de Resurrección. Jesús, muerto y resucitado, envía el Espíritu Santo.

Las reflexiones sobre la venida del Espíritu Santo habría que hacerlas ante un Cristo yacente. Como el del Cristo del Pardo (**) Porque ese Jesús, momentos antes de dar su vida y convertirse en ese despojo humano sin vida pero lleno de paz les habría dicho a sus discípulos “porque os he dicho esas cosas estáis tristes, pues yo os digo que os conviene que yo me vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu Santo.

La reacción natural de ese puñado de hombres apiñados junto al Señor que palpan y conocen, no la dice el Evangelio, sin duda, hubiera sido: “Quédate Tu con nosotros y eso nos basta, ¿qué necesidad tenemos de ese Espíritu desconocido? Y nuestra reacción ante ese Cristo yacente podría ser: “¿Merece la pena perderte a Ti, merece la pena que pagues tan alto precio por para que venga el Espíritu Santo?

2.- Y solo hurgando en las cosas que el Señor Jesús les deja dichas a los discípulos cae uno en la cuenta de que para nosotros no solo merece la pena, sino que es necesario que ese Espíritu Santo venga:

a) Donde ya Juan Bautista había dicho: el que viene detrás de mi os bautizará en fuego y en Espíritu. Jesús va a dejar dicho: “tenéis que renacer de agua y de Espíritu Santo” Nuestro nacimiento a Dios, a la Fe, al Reino es en las entrañas del Espíritu Santo. Él no va a dar a luz a la vida verdadera.

b) Pablo nos va a decir que es ese mismo Espíritu Santo el que tomándonos en brazos nos enseña a llamar a Dios “Abba” que en realidad no se traduce como Padre, sino como por “papá”.

c) Y mirando a tantas cosas como Jesús había enseñado a sus discípulos sin en sus manos libro alguno, ni para recopilar su doctrina, ni para explicarla, el Señor Jesús les vuelve a decir que será el Espíritu de la verdad el que les traiga a la memoria sus enseñanzas y se las desmenuce a su capacidad intelectual y se las enseñe.

Será, sentados en las rodillas cariñosas del Espíritu Santo, donde nuestro corazón infantil en lo espiritual, empezará a reconocer a Dios y a saber en realidad quien es Jesús, no solo hombre compañero de nuestra peregrinación, sino verdadero Dios y eso no se aprende de libros, por fuera; se aprende de dentro, de donde está el Espíritu Santo

3.- “No se turbe vuestro corazón, el Padre enviará al Espíritu consolador”. Son palabras del Señor Jesús que nos sabe cobardes y miedicas y que necesitamos unos brazos abiertos a los que acogernos cuando la vida nos da un susto y necesitamos un pecho maternal en que esconder nuestra cabeza agitada por el miedo. Y es el Espíritu Santo el que nos acogerá siempre en sus brazos.

Y porque en la convivencia siempre hay roces y puede llegar un día en que nosotros los hijos nos enfrentemos con el Padre Dios, Jesús nos dejará al Espíritu Santo que nos reconciliará siempre con el Padre a quien hemos ofendido por nuestros pecados. “Recibid el Espíritu Santo y a quien perdonéis los pecados, es decir a quien reconciliéis con el Padre ofendido quedará reconciliado.

Escuchando todo esto que el Señor Jesús dijo en la última Cena se llena nuestro corazón una vez más de agradecimiento ante ese Cristo yacente, porque con pena de que al Señor Jesús le cueste dar su vida, pero nosotros necesitamos una madre como el Espíritu Santo que nos engendre, que nos enseñe a llamar papá a Dios, que repase las lecciones con nosotros, que nos acoja en nuestros miedos y que nos reconcilie con el Padre cuando nos apartemos de Él… A ese Cristo yacente se nos escapa un gracias, Señor, dejándonos en tu lugar una madre en el Espíritu Santo.

(**) El Pardo es una pequeña población, ya unida al Ayuntamiento de Madrid, donde se encuentra un seminario franciscano en cuya iglesia hay una preciosa talla del Siglo XVII de un Cristo yacente de extraordinaria belleza.

José María Maruri SJ

Recibid el Espíritu Santo

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!». Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: «¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros». Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos».
Juan 20, 19-23

PARA MEDITAR

Nuevamente Jesús se presenta ante los discípulos y lo primero que hace es desearles la paz. No nos olvidemos nunca de construir y vivir la paz entre todos nosotros como nos ha pedido Jesús.
Y luego nos dice que como el Padre le ha enviado a Él, así nos envía a nosotros.
La fe no es como un caramelo que sólo puedo disfrutar yo. La fe es algo para vivir con los demás, es algo para contárselo a los demás. Y para eso, Jesús nos envía a su Espíritu, para que no lo hagamos solos y contemos con su ayuda.

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • Piensa en una persona a la que le puedes proponer ir un día a tu parroquia a participar en alguna actividad que organicéis.
  • ¿Podemos vivir los cristianos la fe sólo en nuestras casas y parroquias? ¿Qué podemos hacer los cristianos para proponer la fe a otras personas?
  • Piensa y escribe aquí un compromiso para animar a esa persona en la que has pensado para que participe en alguna actividad de tu parroquia.

ORACIÓN

Ven a empujarnos con tu fuerza.
Ven a dinamizarnos con tu viento.
Ven a espabilarnos con tu sabiduría.
Ven a despertarnos con tu música.
Ven a removernos con tu energía.
Ven a fraternizarnos con tu Amor.
Ven a hacernos bailar con tu melodía.
Ven a sacarnos de nuestra mediocridad
con tu maravilla.
Ven a enseñarnos a perdonarnos y perdonar.
Ven a despertarnos la creatividad
para abrir caminos nuevos.
Ven a cada casa, cada rincón,
cada familia, a llenarla de tu amor.
Ven a cada fábrica, obra, despacho y comercio a que trabajemos contentos.
Ven a cada transporte, a cada esquina,
a cada kiosco a ser palabra amiga.
Ven a los listos y a los torpes, a los ricos y a los pobres, a traer igualdad.
Ven a las cocinas, a las tabernas,
a los palacios y más a las chabolas,
a traer reparto.

Ven, Espíritu Santo

Ven a empujarnos con tu fuerza.
Ven a dinamizarnos con tu viento.
Ven a espabilarnos con tu sabiduría.
Ven a despertarnos con tu música.
Ven a removernos con tu energía.
Ven a fraternizarnos con tu Amor.
Ven a hacernos bailar con tu melodía.
Ven a sacarnos de nuestra mediocridad
con tu maravilla.
Ven a enseñarnos a perdonarnos y perdonar .
Ven a despertarnos la creatividad
para abrir caminos nuevos.
Ven a cada casa, cada rincón,
cada familia, a llenarla de tu amor.
Ven a cada fábrica, obra, despacho y
comercio a que trabajemos contentos.
Ven a cada transporte, a cada esquina,
a cada kiosco a ser palabra amiga.
Ven a los listos y a los torpes,
a los ricos y a los pobres, a traer igualdad.
Ven a las cocinas, a las tabernas,
a los palacios y más a las chabolas, a traer reparto.
Ven al África con sida, a Irak
en guerra, a América crecida.
Ven a generar entendimiento.
Ven a todo el que tiene hambre,
a despertar a los que comemos.
Ven a todo el que esté solo,
a avisarnos a los acompañados.
Ven a los saciados, a empujarnos
a compartir y hacer justicia.
Ven a nuestros periódicos
y televisiones a dar la Buena Noticia
de que los cristianos no podemos
seguir siendo gente light,
de que hemos de formar comunidades,
impulsoras de cambio,
fabricantes de gente feliz
que trabaja por un mundo más justo.
Ven a recordarles que no trabajan solos
que Tú eres el más interesado en esta tarea.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Pentecostés

• Jesús «exhaló su aliento sobre ellos» (22): esta expresión nos lleva a los orígenes, a lo que Dios hizo para dar vida al hombre al que había modelado de arcilla del suelo: sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo (Gn 2,7). De esta manera el Evangelio nos dice que Cristo Resucitado, dándonos el Espíritu, es el Creador de la Humanidad Nueva, de una Vida Nueva.

• Es por la acción del Espíritu Santo que:

– Cristo -el único Cristo- vive entre nosotros y en cada uno de nosotros;

– Cristo nos comunica su vida de Resucitado;

– podemos amar;

– podemos «ver» (20) al Señor (Jn 3,3; 14,19; 20,24.29) -es el «ver» de la fe, el «ver» que llena de alegría (20)-

– y podemos acoger sus presencias: en la Iglesia reunida (Mt 18,20), en la Escritura proclamada como Palabra viva (Rm 10.17), en los sacramentos (1Co 11,24-25) y en la vida, en las personas -sobre todo los más pobres- y en los acontecimientos (Mt 25,40.45; Lc 12,54-13,5; 17,21);

– podemos pasar a la acción y dar la vida por los demás como Cristo ha hecho (Jn 15,13), abiertos a la esperanza del Reino de Dios (Mc 4,26-29).

• Es porque tienen el Espíritu que los «discípulos» (19) pueden ser «enviados» a continuar la misión de Jesús, la misma misión (21). Aquí, esta misión se concreta con el anuncio del perdón de Dios (23), fuente de regeneración.

• Juan habla de «discípulos» (19), no de apóstoles, refiriéndose a los que estaban reunidos en un mismo lugar y por una misma causa, reunidos con él, formando Iglesia. Con la palabra»discípulos» acentúa la adhesión a Jesús, el seguimiento de su persona. La identidad del apóstol -«enviado» (21)- por tanto, pasa por ser, primero, discípulo. No se puede dar lo que no se tiene.

• Es apóstol aquel discípulo a quien el Resucitado envía. El apóstol, pues, no parte nunca de su iniciativa sino de la iniciativa de Otro. Siempre se refiere al proyecto de Otro: el proyecto de Dios que «tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único (Jn 3,16) dándose a conocer (Jn 7,26). El apóstol -el militante cristiano- es la persona que da a conocer, con la palabra y la acción, a este Dios que ha manifestado su amor y ha dado la vida en el hombre Jesús de Nazaret (Rm 1,5; 15,18).

• La acción de los apóstoles sólo tiene sentido y eficacia en tanto que han recibido el Espíritu (22) y, por tanto, su acción es acción de Dios mismo y no algo que ellos hayan inventado. Como la acción del mismo Jesús, que era la acción de quien lo había enviado (21).

• Realmente, en la Iglesia todo depende del Espíritu Santo recibido. No inventamos nada que no sean medios adecuados y coherentes. En la celebración de la Eucaristía, por ejemplo, si reconocemos la presencia del Señor -y no sólo en la Palabra y el Sacramento- es por el Espíritu que se nos da. Si no fuese así, no sería fácil decir que Jesús está presente en la reunión, cuando quizá hay gente que nos cae mal. Tampoco sería fácil creer -nos lo recuerda el envío del final- que lo encontraremos en la vida, en los pobres, en la familia, en medio del mundo y de la sociedad (en el centro de trabajo o de estudio, o en la calle, o en las asociaciones…).

Comentario al evangelio – Jueves VII de Pascua

UNIDOS PARA QUE EL MUNDO CREA


           Buena parte del tiempo y de las energías de Jesús estuvieron dedicadas a formar un grupo con los discípulos que eligió para que le acompañaran en su misión. No era suficiente el vínculo individual con él, el estar cerca de él y vivir juntos muchas cosas. Jesús quería que ese grupo fuese por sí mismo un mensaje y un testimonio de comunión, una «visibilización»  o «parábola viviente» de lo que podía ser el mundo, las relaciones humanas, vividas a partir del Evangelio. Qué quería decir que todos éramos hijos de un mismo Padre, y por lo tanto, hermanos. Cómo ese Reino del que hablaba tenía que irse haciendo realidad por el modo de tratarse unos a otros. No era nada fácil, porque los Doce eran muy diferentes entre sí. Los evangelios nos cuentan sus envidias, sus ansias de poder, su torpeza y sus miedos, su incomprensión… Los Hechos de los Apóstoles nos han dejado ver los primeros conflictos en la Comunidad Primitiva. Podemos afirmar sin duda, que el seguimiento de Jesús, el aceptarle como

Salvador… implica aceptar a otros, implica una vida de comunidad, implica vivir fraternalmente.

       Y así se comprende su inquietud y su deseo, pues al orar por ellos en su despedida, pide al Padre: «Que sean uno, como nosotros somos uno». El listón lo pone muy alto: no es simplemente que se organicen bien, que distribuyan tareas, que trabajen en lo mismo. Se trata del esfuerzo que necesitamos para que nuestro seguimiento de Jesús sea reflejo, imagen de la unidad en el Amor que reina entre el Padre y el Hijo…, ayudados, eso sí, por la fuerza y el don del Espíritu. Sin este don, esa unidad se vuelve tarea imposible para nuestras pobres fuerzas.

       Jesús le expresa al Padre su profundo deseo de que también ellos (y los que creeremos en él por medio de ellos) experimenten el mismo amor que a él le ha sostenido, enviado, acompañado, guiado… y que es más fuerte que la muerte (Pascua). Y ya que los discípulos han conocido su Nombre (Padre-Amor), le ruega que «el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos»… Precisamente ese Amor es la raíz y el impulso para ir al mundo, al que son enviados como él mismo fue enviado por el Padre. Es un amor que «lanza» hacia fuera. San Lucas describirá a las primeras comunidades diciendo  que tenían un solo corazón y una sola alma. Y Tertuliano comenta que los paganos, viéndoles, exclamaban:  «Mirad cómo se aman».

         Las tres culturas que rodeaban a Jesús en su tiempo, eran excluyentes. Para los judíos, la salvación de Dios era exclusivamente para los que cumplían la Ley y estaban circuncidados. Todos los demás eran paganos. No recibían la salvación de Dios. Los griegos, por su parte, despreciaban a los que no tenían sabiduría, y en cuanto a los romanos, diferenciaban muy bien quién tenía la «ciudadanía romana» y quién no. La historia es testigo de cómo las religiones, los grupos de cualquier identidad, los sistemas políticos, las empresas, las etnias, etc… tienden a afirmarse a base de excluir a «los otros» e incluso enfrentarse con ellos: procuran absorberlos, silenciarlos, ningunearlos, anularlos, manejarlos… Y así se multiplican los conflictos y violencias. 

       Jesús, en cambio, que quiere la paz, la fraternidad, la comunión entre los hombres, opta abiertamente por la «inclusión», la unión, el amor… teniendo como modelo su propia experiencia de comunión. Reconoce que «El Padre es más grande que yo», «Él me ha enviado», «hago su voluntad»… y no por ello pierde su libertad, ni su identidad personal. La Unidad de Dios es a la vez Trinidad de amor y fuente de Vida.

       El camino de la unidad y de la comunión, el camino de una integración no excluyente ni destructiva, está lleno de obstáculos. El egoísmo y la autoafirmación a ultranza acaba por destruir cualquier «nosotros» posible. La unidad que Jesús quiere para nosotros y para todos los hombres nunca será el resultado de imponernos por medio del poder, de la fuerza, de alianzas humanas… Sólo el poder del amor, del servicio, de la generosidad, de la humildad…

    Y cuando surjan las naturales e inevitables diferencias, seguir aquel consejo de San Agustín: «En las cosas necesarias debe reinar la unidad; en otros temas, la libertad; y siempre la caridad, o sea, el amor». 

         En todo caso, si tenemos que ser Uno para que el mundo crea en el enviado de Dios, tenemos que empeñarnos más a fondo en edificar comunidades fraternas, en vivir nuestro seguimiento «con otros», mostrar en nuestro estilo de vida que el «Príncipe de este mundo» ha quedado vencido. Y orar intensamente para que se cumpla en nosotros la oración de Jesús.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf