La amistad crea una armonía de sentimientos y de gustos que prescinde del amor de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo al amigo. Creemos que los encuentros, incluso casuales y provisionales de las vacaciones, dan ocasión a almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. Lo cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía, la solidaridad y, especialmente, la posibilidad de mutuos sacrificios. Será fácil, pura, fuerte la amistad, si está sostenida y alimentada por aquella peculiar y sublime comunión de amor, que un alma cristiana debe tener con Cristo Jesús (Pablo VI, Aloc. 26778).
Conviene que Dios haga la voluntad del hombre respecto a la salvación de otro en proporción a su amistad (Santo Tomás, Suma Teológica, 12, q. 114, a. 6).
Si os dirigís a Dios, procurad no ir solos (San Gregorio Magno, Hom. 4 sobre los Evang.)
Cuando uno tiene amista con alguien, quiere el bien para quien ama como lo quiere para sí mismo, y de ahí ese sentir al amigo como otro yo (Santo Tomás, Suma Teológica, 12, a. 28, a. 1, c).
Vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de los buenos (Santa Teresa, Vida, 2, 4).
Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplirlos deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversión natural, sencilla —a la salida del trabajo, en una reunión e familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte— charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta; las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 273).
Así como muchas veces basta una sola mala conversación para perder a una persona, no es raro tampoco que una conversación buena o le haga evitar el pecado. ¡Cuántas veces, después de haber conversado con alguien que nos habló del buen Dios, nos hemos sentido vivamente inclinados a Él y habremos propuesto portarnos mejor en adelante!… Esto es lo que multiplicaba tanto el número de los santos en los primeros tiempos de la Iglesia; en sus conversaciones no se ocupaban de otra cosa que de Dios. Con ello los cristianos se animaban unos a otros, y conservaban constantemente el gusto y la inclinación hacia las cosas de Dios (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el precepto 1º del Decálogo).
Esas palabras, deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente; y el consejo profesional, que mejora su labor universitaria; y la discreta indiscreción, que te hace sugerirle insospechados horizontes de celo… Todo eso es «apostolado de la confidencia». (J. Escribá de Balaguer, Camino, 973).