• Jesús «exhaló su aliento sobre ellos» (22): esta expresión nos lleva a los orígenes, a lo que Dios hizo para dar vida al hombre al que había modelado de arcilla del suelo: sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo (Gn 2,7). De esta manera el Evangelio nos dice que Cristo Resucitado, dándonos el Espíritu, es el Creador de la Humanidad Nueva, de una Vida Nueva.
• Es por la acción del Espíritu Santo que:
– Cristo -el único Cristo- vive entre nosotros y en cada uno de nosotros;
– Cristo nos comunica su vida de Resucitado;
– podemos amar;
– podemos «ver» (20) al Señor (Jn 3,3; 14,19; 20,24.29) -es el «ver» de la fe, el «ver» que llena de alegría (20)-
– y podemos acoger sus presencias: en la Iglesia reunida (Mt 18,20), en la Escritura proclamada como Palabra viva (Rm 10.17), en los sacramentos (1Co 11,24-25) y en la vida, en las personas -sobre todo los más pobres- y en los acontecimientos (Mt 25,40.45; Lc 12,54-13,5; 17,21);
– podemos pasar a la acción y dar la vida por los demás como Cristo ha hecho (Jn 15,13), abiertos a la esperanza del Reino de Dios (Mc 4,26-29).
• Es porque tienen el Espíritu que los «discípulos» (19) pueden ser «enviados» a continuar la misión de Jesús, la misma misión (21). Aquí, esta misión se concreta con el anuncio del perdón de Dios (23), fuente de regeneración.
• Juan habla de «discípulos» (19), no de apóstoles, refiriéndose a los que estaban reunidos en un mismo lugar y por una misma causa, reunidos con él, formando Iglesia. Con la palabra»discípulos» acentúa la adhesión a Jesús, el seguimiento de su persona. La identidad del apóstol -«enviado» (21)- por tanto, pasa por ser, primero, discípulo. No se puede dar lo que no se tiene.
• Es apóstol aquel discípulo a quien el Resucitado envía. El apóstol, pues, no parte nunca de su iniciativa sino de la iniciativa de Otro. Siempre se refiere al proyecto de Otro: el proyecto de Dios que «tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único (Jn 3,16) dándose a conocer (Jn 7,26). El apóstol -el militante cristiano- es la persona que da a conocer, con la palabra y la acción, a este Dios que ha manifestado su amor y ha dado la vida en el hombre Jesús de Nazaret (Rm 1,5; 15,18).
• La acción de los apóstoles sólo tiene sentido y eficacia en tanto que han recibido el Espíritu (22) y, por tanto, su acción es acción de Dios mismo y no algo que ellos hayan inventado. Como la acción del mismo Jesús, que era la acción de quien lo había enviado (21).
• Realmente, en la Iglesia todo depende del Espíritu Santo recibido. No inventamos nada que no sean medios adecuados y coherentes. En la celebración de la Eucaristía, por ejemplo, si reconocemos la presencia del Señor -y no sólo en la Palabra y el Sacramento- es por el Espíritu que se nos da. Si no fuese así, no sería fácil decir que Jesús está presente en la reunión, cuando quizá hay gente que nos cae mal. Tampoco sería fácil creer -nos lo recuerda el envío del final- que lo encontraremos en la vida, en los pobres, en la familia, en medio del mundo y de la sociedad (en el centro de trabajo o de estudio, o en la calle, o en las asociaciones…).