I Vísperas – Pentecostés

I VÍSPERAS

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

 

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

 

HIMNO

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

 

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. Aleluya.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. Aleluya.

 

SALMO 146

Ant. Los apóstoles vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, y se posó encima de cada uno el Espíritu Santo. Aleluya.

Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel;
él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.

Entonad la acción de gracias al Señor,
tocad la cítara para nuestro Dios,
que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia para la tierra;

que hace brotar hierba en los montes,
para los que sirven al hombre;
que da su alimento al ganado
y a las crías de cuervo que graznan.

No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los jarretes del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Los apóstoles vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, y se posó encima de cada uno el Espíritu Santo. Aleluya.

 

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. El Espíritu que procede del Padre, él me glorificará. Aleluya.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Espíritu que procede del Padre, él me glorificará. Aleluya.

 

LECTURA: Rm 8, 11

Si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

 

RESPONSORIO BREVE

R/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.
V/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

R/ Será quien os lo enseñe todo.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.

 

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor, tú que congregaste a los pueblos de todas las lenguas en la confesión de una sola fe. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor, tú que congregaste a los pueblos de todas las lenguas en la confesión de una sola fe. Aleluya.

 

PRECES

Celebremos la gloria de Dios, quien, al llegar a su término en Pentecostés los cincuenta días de Pascua, llenó a los apóstoles del Espíritu Santo y, con ánimo gozoso y confiado, supliquémosle, diciendo:

Envía tu Espíritu Señor, y renueva el mundo.

Tú que al principio creaste el cielo y la tierra y, al llegar el momento culminante, recapitulaste en Cristo todas las cosas,
— por tu Espíritu renueva la faz de la tierra y conduce a los hombres a la salvación.

Tú que soplaste un aliento de vida en el rostro de Adán,
— envía tu Espíritu a la Iglesia, para que, vivificada y rejuvenecida, comunique tu vida al mundo.

Ilumina a todos los hombres con la luz de tu Espíritu y disipa las tinieblas de nuestro mundo,
— para que el odio se convierta en amor, el sufrimiento en gozo y la guerra en paz.

Fecunda el mundo con tu Espíritu, agua viva que mana del costado de Cristo,
— para que la tierra entera se vea libre de las espinas de todo mal.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que por obra del Espíritu Santo conduces sin cesar a los hombres a la vida eterna,
— dígnate llevar, por este mismo Espíritu, a los difuntos al gozo eterno de tu presencia.

 

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

 

ORACION

Dios todopoderoso, concédenos conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría de estas fiestas de Pascua que nos disponemos a clausurar. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

 

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Sábado VII de Pascua

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que por la glorificación de Jesucristo y la venida del Espíritu Santo nos has abierto las puertas de tu reino; haz que la recepción de dones tan grandes nos mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor plenitud las riquezas de nuestra fe. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Juan 21,15-19
Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevasrá adonde tú no quieras.» Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

3) Reflexión

• Estamos en los últimos días de Pentecostés. Durante la cuaresma, la selección de los evangelios del día sigue la antigua tradición de la Iglesia. Entre Pascua y Pentecostés, la preferencia es para el evangelio de Juan. Así, en estos últimos dos días antes de Pentecostés, los evangelios diarios presentan los últimos versículos del evangelio de Juan. Luego retomamos el Tiempo Común, y volvemos al evangelio de Marcos. En las semanas del Tiempo Común, la liturgia diaria hace la lectura continua del evangelio de Marcos (desde la 1ª hasta la 9ª semana común), de Mateo (desde la 10º hasta la 21ª semana común) y de Lucas (desde la 22ª hasta la 34ª semana común).

• Los evangelios de hoy y de mañana presentan el último encuentro de Jesús con sus discípulos. Fue un reencuentro de celebración, marcado por la ternura y por el cariño. Al final, Jesús llama a Pedro y le pregunta tres veces: «¿Me amas?» Solamente después de haber recibido, por tres veces, la misma respuesta afirmativa, Jesús da a Pedro la misión de cuidar de las ovejas. Para que podamos trabajar en la comunidad Jesús no pregunta si sabemos muchas cosas. ¡Lo que pide es que tengamos mucho amor!

• Juan 21,15-17: El amor en el centro de la misión. Después de una noche de pesca en el lago sin pescar ni un pez, al llegar a orillas de la playa, los discípulos descubren que Jesús había preparado una comida con pan y pescado asado sobre las brasas. Terminada la comida, Jesús llama a Pedro y le pregunta tres veces: «¿Me amas?» Tres veces, porque fue por tres veces que Pedro negó a Jesús (Jn 18,17.25-27). Después de tres respuestas afirmativas, también Pedro se vuelve hacia el «Discípulo Amado» y recibe la orden de cuidar de las ovejas. Jesús no pregunta a Pedro si había estudiado exégesis, teología, moral o derecho canónico. Sólo le pregunta:»¿Me amas?» El amor en primer lugar. Para las comunidades del Discípulo Amado la fuerza que las sustenta y que las mantiene unidas no es la doctrina, sino el amor.

• Juan 21,18-19: La previsión de la muerte. Jesús dice a Pedro: En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras. A lo largo de la vida, Pedro y todos vamos madurando. La práctica del amor se irá estableciendo en la vida y la persona deja de ser dueña de sí misma. El servicio de amor a los hermanos y hermanas nos ocupará del todo y nos conducirá. Otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras. Este es el sentido del seguimiento. Y el evangelista comenta: “Con esto indicaba la clase de muerte con que Pedro iba a glorificar a Dios”. Y Jesús añadió: «Sígueme.»

• El amor en Juan – Pedro, ¿me amas? – El Discípulo Amado. La palabra amor es una de las palabras que más usamos, hoy en día. Por esto mismo, es una palabra muy desgastada. Pero es con esta palabra que las comunidades del Discípulo Amado manifestaban su identidad y su proyecto. Amar es ante todo una experiencia profunda de relación entre personas, donde existe una mezcla de sentimientos y valores como alegría, tristeza, sufrimiento, crecimiento, renuncia, entrega, realización, donación, compromiso, vida, muerte, etc. Este conjunto en la Biblia se resume en una única palabra en lengua hebraica. Esta palabra es Hesed. Es una palabra de difícil traducción para nuestra lengua. En nuestras Biblias generalmente se traduce por caridad, misericordia, fidelidad o amor. Las comunidades del Discípulo Amado tratan de vivir esta práctica de amor en toda su radicalidad. Jesús la revela a los suyos en sus encuentros con las personas, con sentimientos de amistad y de ternura, como, por ejemplo, en su relación con la familia de Marta en Betania: “Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro”. Llora ante la tumba de Lázaro (Jn 11,5.33-36). Jesús encarnó siempre su misión como una manifestación de amor: “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin” (Jn 13,1). En este amor Jesús manifiesta su profunda identidad con el Padre (Jn 15,9). Para las comunidades no había otro mandamiento que éste: “Actuar como actuaba Jesús” (1Jn 2,6). Esto implica “amar a los hermanos”(1Jn 2,7-11; 3,11-24; 2Jn 4-6). Siendo un mandamiento tan central en la vida de la comunidad, los escritos joaneos definen así el amor: “En esto conocemos el Amor: que el dio su vida por nosotros. Nosotros también debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos y hermanas”. Por esto no debemos “amar sólo de palabra, sino dar la vida por nuestros hermanos”.(1Jn 3,16-17). Quien vive el amor lo manifiesta en sus palabras y actitudes y se vuelve también Discípula Amada, Discípulo Amado.

4) Para la reflexión personal

• Mira dentro de ti y di cuál es el motivo más profundo que te lleva a trabajar en comunidad. ¿Es el amor o te preocupan las ideas?
• A partir de las relaciones que tenemos entre nosotros, con Dios y con la naturaleza, ¿qué tipo de comunidad estamos construyendo?

5) Oración final

Bendice, alma mía, a Yahvé,
el fondo de mi ser, a su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Yahvé,
nunca olvides sus beneficios. (Sal 103,1-2)

La llegada del Espíritu

1.-Jesús se ha marchado. Ha ido al cielo. Y en su lugar, envía al abogado, al Paráclito, al Espíritu. Este Espíritu de Dios va a cambiar profundamente a los Apóstoles y va poner en marcha –a gran velocidad– a la naciente Iglesia. Y ese, a nuestro juicio, va a ser el gran milagro de la Redención, superior –si se nos permite– a los grandes signos que el Señor Jesús realizó sobre la faz de la Tierra. Unos cuantos jóvenes temerosos, que habían asistido –desperdigados– a la ejecución de Jesús, asisten, todavía, llenos de dudas al prodigio de la Resurrección y de la contemplación del Cuerpo Glorioso. Van a preguntar a Jesús, todavía –lo leíamos el domingo pasado–, «si va a restablecer el Reino de Israel». No se percatan de la grandeza de su misión, ni de lo que significa la Resurrección de Jesús. El Espíritu va a cambiarlos, profunda y radicalmente. Y así, de manera maravillosa, va a comenzar la Iglesia su andadura. Y cómo llama la atención el efecto del Espíritu Santo que inundó a los primeros discípulos y que narran los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de Pablo. Lucidez, entrega, valentía, amor, exhiben los Apóstoles en esos primeros momentos.

2.- Puede decirse que ya, en un momento de nuestra conversión, tenemos todos los conceptos básicos en nuestra mente. Y poco a poco esos conceptos se van haciendo más claros para situarse en la realidad de nuestros días, pero también en lo más profundo de nuestro espíritu. Hay percepciones muy interesantes y «explicaciones» internas a muchas dudas. Existe pues una ayuda exterior, clara e inequívoca que marca esa presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos renueva por dentro y por fuera. Está cerca de nosotros y lo único que tenemos que hacer es dejarle sitio en nuestra alma, en nuestro corazón.

También, la promesa de la renovación de la faz de la tierra es importante. En estos tiempos en los que la mayoría del genero humano ha aprendido a ser ecologista, si que se le podía pedir al Espíritu que renovara la faz del planeta para terminar con toda contaminación y agresión. Contaminar es sucio –lo contrario a puro– y agredir es violencia, lo opuesto al sentido amoroso de la paz que nos comunica el mensaje de Cristo. El Día de Pentecostés es la jornada de la renovación, de la mejora, del entendimiento y tiene que significar un paso más en la calidad de nuestra conversión. El, el Espíritu nos ayuda. Y debemos oírle y sentirle, uno a uno; no solo en las celebraciones comunitarias en las misas de hoy, si no en nuestro interior.

3.- La Iglesia celebra una Vigilia de Pentecostés que es preciosa por sus contenidos litúrgicos y de la Palabra. Aunque menos celebrada que la Vigilia de Pascua, pero no por eso menos interesante. Hay asimismo una gran similitud con las lecturas de la Misa del Domingo que es la que ofrecemos en la presente Edición de Betania. Aparece la Secuencia del Espíritu, texto maravilloso, utilizado también como himno en la Liturgia de las Horas y que es, sin duda, una de las composiciones litúrgicas más bellas que se conocen. El relato de los Hechos de los Apóstoles es de una belleza y plasticidad singulares, el viento recio, las lenguas como de fuego, la capacidad para hacerse entender en diversas lenguas e, incluso, el comentario asombrado de quienes escuchan. Y es que el prodigio acaba de comenzar y este prodigio continúa vivo.

El Espíritu Santo mantiene la actividad de la Iglesia y nuestro propio esfuerzo de santificación o de evangelización. La respuesta al salmo es también de una gran belleza y portadora de esperanza: «Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra». La faz de la tierra tiene que ser renovada en estos días malos. San Pablo va a definir de manera magistral que hay muchos dones, muchos servicios muchas funciones, pero un solo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. Es una gran definición Trinitaria enmarcada en la vida de la Iglesia. El Evangelio de San Juan nos completa el relato. Será Cristo resucitado quien abra a los Apóstoles el camino del Espíritu. Les dice: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Y se muestra, asimismo, la capacidad de la Iglesia para el perdón de los pecados. Cristo acaba de instituir el Sacramento de la Penitencia. El camino, pues, de la Iglesia queda abierto. La labor corredentora de los Apóstoles y de sus sucesores está en marcha.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado VII de Pascua

Nos encontramos ante el pasaje que cierra el relato evangélico con palabras conclusivas: Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.

Nos hallamos, pues, ante el testimonio puesto por escrito de un testigo de los hechos que se cuentan, un testimonio que persigue otra cosa que hacerse creer; porque lo realmente valioso de un testimonio es que sea creíble. Pues bien, vayamos con el último trazo de este testimonio. Pedro, nos dice el narrador, oyó de labios del Resucitado un nuevo y último sígueme. Atrás quedaba la primera llamada, la que le había arrancado de su entorno familiar y laboral para emprender el seguimiento de este singular Maestro; la nueva llamada, que se produce en este contexto pascual por parte del Resucitado, venía a ser una réplica de aquella otra que estaba al inicio de su vocación apostólica, una réplica que reforzaba la vocación de Pedro al seguimiento de Jesús tras haber pasado por el duro trance de la pasión y muerte de su Maestro.

A este nuevo sígueme, Pedro responde con la misma prontitud, aunque seguramente con más consciencia, que al primero, pues el discípulo, nada más oír a Jesús, reanuda el seguimiento. Pero sucede que, volviendo la mirada, ve que los sigue el discípulo que Jesús tanto quería, aquel que se había reclinado sobre su pecho en la última cena, es decir, Juan; y, sintiéndose importunado por esta esta proximidad, se dirige a Jesús como pidiendo explicaciones: Señor, y éste ¿qué? La presencia cercana del discípulo amado se la hace incómoda o, al menos, inoportuna. Si el llamado al acompañamiento era él, ¿qué pintaba allí el otro? Y Jesús, como en otras ocasiones, quiere hacerle ver que ese asunto no le incumbe: Si quiero –le contesta- que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.

La llamada al apostolado es personal y el seguimiento también. El hecho de que otros hayan sido llamados también no debe suponer ningún problema para el resto, sino más bien un motivo de gozo. La comprobación de que otros se incorporan al seguimiento de Jesús tendría que ser un motivo más de alegría para los llamados y no una causa de tristeza; pues la presencia de otros en el círculo de amistad de Jesús no priva del amor con que él obsequia a cada uno. El amor del Cristo glorioso más que ser un amor repartido entre muchos, es un amor multiplicado, como los panes del milagro, para saciar la necesidad afectiva de cada uno. Pero aún no hemos dado respuesta al enigma encerrado en la expresión de Jesús: si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?, expresión, por otro lado, que dio origen a algunas especulaciones, pues, refiere el narrador, se empezó a correr entre los hermanos (lo cual parece suponer una comunidad ya constituida) el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no era esto lo que había dicho Jesús. No obstante, cabía esta interpretación. De hecho, la longevidad del apóstol Juan pudo contribuir a la propagación de este rumor.

Lo cierto es que Juan, el discípulo amado, se presenta como testigo de lo narrado en su evangelio, y los que acogieron este testimonio como verdadero tenían la certeza de que todo lo que había escrito el testigo era verdad, aunque no todos los hechos de los que había sido testigo se habían puesto por escrito, porque de haberlo hecho habría aumentado en exceso el volumen de tales Escrituras. Pero un testimonio no tiene por qué ser exhaustivo; basta que sea suficientemente significativo. El valor de un testimonio radica en gran medida en su credibilidad. Sólo si es creíble, merecerá la pena. Para eso se da testimonio, para hacer creer como verdad aquello de lo que se testifica. Y el testimonio de Juan, como el de cualquier otro evangelista, no pretende otra cosa que provocar la fe en Jesús, el protagonista de su relato, como Hijo y enviado del Padre. ¡Ojalá que el testimonio de Juan no caiga en saco roto!

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

80. Atención a las necesidades humanas de los presbíteros.

 A los presbíteros no les debe faltar cuanto corresponde a un tenor de vida decoroso y digno, y los fieles de la diócesis deben ser conscientes que a ellos corresponde el deber de atender a tal necesidad.

En este aspecto, el Obispo debe ocuparse, en primer lugar, de su retribución, que debe ser adecuada a su condición, considerando tanto la naturaleza del oficio por ellos desarrollado, como las circunstancias de lugar y de tiempo, pero siempre asegurando también que puedan proveer a las propias necesidades y a la justa remuneración de quien presta su servicio.(205)
De este modo, no se verán obligados a buscar una sustentación económica suplementaria, ejerciendo actividades extrañas a su ministerio, lo que puede ofuscar el significado de la propia elección y una reducción de la actividad pastoral y espiritual. Es necesario, además, disponer que puedan beneficiarse de la asistencia social, “mediante la cual se provee adecuadamente a sus necesidades en caso de enfermedad, invalidez o ancianidad”.(206) Esta justa exigencia de los clérigos podrá ser satisfecha también a través de instituciones interdiocesanas, nacionales(207) e internacionales.

El Obispo vigile la correcta manera en el vestir de los presbíteros, también de los religiosos, según la ley universal de la Iglesia y las normas de la Conferencia Episcopal,(208) de modo que sea siempre evidente su condición sacerdotal y sean también, en el vestir, testimonios vivientes de las realidades sobrenaturales que están llamados a comunicar a los hombres.(209)

El Obispo será ejemplo vistiendo fielmente y con dignidad la sotana (con ribetes o simplemente negra), o, en ciertas circunstancias, al menos el clergyman con cuello romano.

Con ánimo paterno, el Obispo vigile con discreción la dignidad del alojamiento y el servicio doméstico, ayudando a evitar también la apariencia de abandono, o de extrañeza o negligencia en el tenor de vida personal, lo que provocaría daño a la salud espiritual de los presbíteros. No olvide de exhortarles a utilizar el tiempo libre para sanos entretenimientos y lecturas culturalmente formativas, haciendo uso moderado y prudente de los medios de comunicación social y de los espectáculos. Favorezca, además, que cada año puedan tener un periodo suficiente de vacaciones.(210)


205 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus Dominus, 16; Decreto Presbyterorum Ordinis, 20-21; Codex Iuris Canonici, can. 281 § 1.

206 Codex Iuris Canonici, can. 281 § 2.

207 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 1274 y 538 § 3.

208 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 284.

209 Cf. Juan Pablo II, Carta al Cardenal Vicario de Roma, 8 de septiembre de 1982.

210 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 283 § 2.

Los dones del Espíritu al servicio de la comunidad

1.- Celebramos la fiesta del Espíritu Santo. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que tras la ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén, tal como Jesús les había ordenado. Se encontraban todos reunidos tras la elección de Matías, cuando se produjo de repente un viento muy fuerte que invadió toda la casa y aparecieron como divididas unas lenguas de fuego que se posaron sobre ellos. En el capítulo primero había dicho que eran «unos 120». ¿Recibieron todos el Espíritu Santo o sólo los apóstoles?. San Agustín, comentando este texto dice que lo recibieron todos y no sólo eso, sino que también ahora se nos otorga a nosotros el Espíritu Santo y nos da un consejo para poder recibirlo: «conservad la caridad, amad la verdad, desead la unidad, a fin de llegar a la eternidad».

2.- Como nos dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios quien ama tiene el Espíritu Santo, que se manifiesta en los dones que nos concede. El actúa en nosotros, aunque cada uno reciba un don o carisma. La palabra «jaris» –del griego– significa carisma o regalo gratuito que Dios nos da. ¿Reconoces en ti algún don del Espíritu?. Lo has recibido no para que te lo guardes, sino para ponerlo al servicio de la comunidad. A cada carisma corresponde un ministerio –ministerium en latín–, que significa servicio o función. ¿Qué función desempeñas tú en la Iglesia?

Todos somos miembros del cuerpo de Cristo, pero al igual que ocurre en el cuerpo humano, cada miembro desempeña una función. Es la hora del laico en la Iglesia. Laico es todo bautizado miembro del pueblo de Dios –laos en griego significa pueblo–. Sin la colaboración de todos los miembros un cuerpo no puede funcionar. Si un miembro se echa para atrás o se resiente, todos sufren. Así es la Iglesia. En ella todos somos importantes, por ello es urgente que los laicos, que son la mayoría de los cristianos, encuentren su lugar y su carisma dentro de la Iglesia; así podrán desarrollarse de verdad los ministerios laicales. Pero para ello el laico o seglar tiene que abandonar su pasividad y participar plenamente en la vida de su comunidad. En el Sínodo celebrado en Madrid y clausurado en la Vigilia de Pentecostés de este año se ha destacado precisamente que el misterio de comunión dentro de la Iglesia se desarrolla de verdad desde la corresponsabilidad de clérigos, religiosos y laicos. Pero se presentan dos grandes retos: hay que comenzar con la formación para que los laicos pasen de la infancia en la fe a la edad adulta; los clérigos deben compartir su responsabilidad con los laicos y dejar que estos también sean parte activa de la vida de la comunidad.

3.- Los símbolos de la llegada del Espíritu son muy claros. El viento ayuda a renacer, a dar vida, todo lo vuelve nuevo. El fuego purifica, da autenticidad y repara lo que está torcido. Dejemos que el Espíritu renueve nuestros corazones, encienda su luz en nosotros, que penetre en nuestra alma y sea nuestro consuelo, que nos enriquezca y llene nuestro vacío, que nos envíe su aliento para vencer el pecado. Los dones que nos regala son actuales. El don de sabiduría nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía, nos hace encontrar el secreto de la felicidad: la entrega total a Dios. La inteligencia nos ayuda a distinguir los signos de los tiempos y aceptar los cambios necesarios. El consejo nos da la posibilidad de descubrir cuál es el buen camino que hay que seguir. La piedad nos ayuda a vivir la espiritualidad y nos aleja del materialismo. La ciencia nos permite descubrir cómo son las cosas, aunque no nos dé el sentido último de las mismas que nos viene por la de. El temor de Dios, entendido como debe ser, nos hace realizar por amor lo que Dios espera de nosotros. La fortaleza es necesaria para asumir compromisos auténticos sin miedo al mañana. Jesús nos da las arras del Espíritu, que son una garantía de la vida eterna que nos promete. En la antigüedad las arras daban fe cuando se hacía un negocio de que lo prometido se iba a cumplir. Siéntete enviado por Jesús a anunciar la Buena Nueva con la ayuda del Espíritu Santo para conseguir de verdad la vida eterna.

José María Martín, OSA

«Recibid el Espíritu Santo»

1. Cincuenta días después de la noche de la Pascua, cincuenta días después del sábado Santo, la Iglesia ha puesto la conmemoración de la difusión del Espíritu Santo entre los miembros de la comunidad cristiana, como una forma de darle un nuevo sentido, en Cristo, a la fiesta judía de Pentecostés. En el mismo día de la resurrección Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo». Para los primeros cristianos, la difusión del Espíritu era una primera consecuencia de la misma resurrección. Desenvolviendo pedagógicamente todo lo sucedido teológicamente con la resurrección, la Iglesia ha puesto la difusión del Espíritu de Dios en la fiesta judía de Pentecostés.

2.- Lo que tenemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles como relato de lo sucedido en Pentecostés, no es sino el antitipo, como si dijéramos el otro lado del «calcetín» de lo que, según el libro del Génesis, ocurrió en Babel con la famosa torre. Si en Babel no pudieron entenderse fue porque allí los juntó la soberbia, y de nada sirvió entonces que hablaran el mismo lenguaje. Aquí en Jerusalén, en Pentecostés, los junta el amor, el Espíritu Santo, el impulso que mueve a Dios, y hablen o no el mismo idioma, se entienden perfectamente los unos a los otros, los unos con los otros. Fijémonos en que no se dice que san Pedro y sus compañeros hablaran otros idiomas, sino que hablando Pedro en su idioma, todos los presentes lo entendían en el de cada uno de ellos. Porque hablar en lenguas es hablar en el lenguaje del amor, en el lenguaje del Espíritu, en el lenguaje de Dios.

3. El día de Pentecostés los judíos presentaban delante de Dios, en el templo, las primicias (la primera gavilla) de la cosecha del trigo. Para darle un nuevo sentido, adquirido en Cristo, a esa fiesta, los Hechos de los Apóstoles dicen que ese día se bautizaron, en el nombre de Jesús, alrededor de cinco mil personas; los primeros granos de la cosecha de Cristo resucitado. De paso, nadie podía comer trigo antes de la presentación de las primicias ante Dios en Pentecostés; hasta Pentecostés los panes que comía todo el pueblo de Israel eran de cebada, como podemos verlo en el evangelio de Juan, durante el episodio de la multiplicación de los panes. Así es que los panes que comió Jesús en la cena pascual eran panes de cebada, no de trigo, que sólo podía hornearse después de la fiesta de Pentecostés.

4. El Espíritu Santo no puede venir sobre nosotros y poseernos sin hacer de nosotros un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Somos miembros del cuerpo resucitado de Cristo. Los miembros tienen vida sólo en el cuerpo y para el cuerpo. Fuera del cuerpo, el ojo o el brazo pierden su función y se pudren. En el cuerpo, el ojo o la mano no funcionan para sí mismos, sino para el cuerpo entero. Si la mano no le llevara comida a la boca, hasta la mano misma moriría. Eso es lo que nos recalca la segunda lectura de la liturgia de la fiesta de Pentecostés.

La retención de pecados o absolución de ellos que aparece en el Evangelio de hoy, no tiene nada que ver con lo que actualmente llamamos sacramento de la Penitencia, sino con el Bautismo, única forma de perdón de los pecados que existía en la Iglesia de los primeros siglos. Todavía decimos en el Credo: Creo en un solo Bautismo para el perdón de los pecados.

En el relato de los Hechos dice que se sintió un viento fuerte; la misma expresión que en hebreo significa «viento fuerte» significa, también «Espíritu Santo» y el escrito juega con los dos sentidos.

Lo que cayó en Pentecostés sobre los apóstoles es un baño de Espíritu de Dios, y el relato no dice que vieran lenguas de fuego, sino unas como lenguas de fuego. Es el baño del fuego divino, es el baño del impulso que mueve a Dios, es, pues, un baño de amor. Los antiguos hablaban acerca de dos cataclismos-baños que debían purificar al mundo de sus pecados, uno de agua (el diluvio) y otro de fuego. El que los apóstoles reciben sobre sí en Pentecostés es el baño del Espíritu, difundido por Jesucristo desde su resurrección.

5. Si Dios no fuera Espíritu Santo, si el Espíritu Santo no fuera Dios, si en Dios no existiera eso que llamamos Espíritu Santo, la vida cristiana sería pura Ley, pura norma, puro mandato, pura institución, puro fariseísmo. Pero Dios es amor y el amor es Dios. A ese amor, que es Dios, le llamamos nosotros en nuestro lenguaje teológico : Espíritu Santo. ¿Cómo estar poseído por el Espíritu Santo sin estar poseído por el amor ? Por el amor a Dios y por el amor al prójimo, dos manifestaciones del mismo Espíritu.

El Espíritu Santo no tiene nada que ver con espiritísmos populares que provocan ataques de histeria, nervios o epilepsia. El dueño de la casa, y el Espíritu Santo lo es, no rompe las puertas; primero porque tiene las llaves y habita dentro; segundo, porque sabe, como dueño de la casa, lo que cuestan las puertas.

El Espíritu Santo no entra ni sale de ningún lado cuando se trata de hablar de su relación con la persona del cristiano. El Espíritu Santo habita en nosotros como en un templo y nos impulsa desde dentro a hacer todo lo que hizo Cristo, pues tenemos su fuerza en nosotros.

El Espíritu Santo es Dios. Cuando Dios posee algo no lo gasta o anula, sino que lo plenifica. Cuando el Espíritu Santo posee a alguien, esa persona no pierde su responsabilidad ni se reduce al comportamiento de un animal, sino, todo lo contrario, se plenifica como persona, es decir se vuelve más consciente, más responsable, más humana que nunca, más llena de amor, más llena de luz, más llena de paz.

Atribuir al Espíritu Santo fenómenos del psiquismo interior más íntimo no lleva sino a desprestigiar nuestra fe y a convertir nuestra religión en objeto de burla justificada por parte de personas serias y a las que, más bien, debiéramos hacerles posible y deseable creer.

Antonio Díaz Tortajada

¡Sin miedo ni tregua! ¡Es Pentecostés!

1.- En mayo, con la presencia de María y amparados por el testimonio inquebrantable de los apóstoles, también nosotros sentimos la fuerza del Espíritu Santo que nos empuja a vivir como amigos de Cristo y, además, a ser voceros de su persona, de su estilo de vida y de su misión.

Un cristiano, al asomarse a la ventana del mundo, corre el riesgo de pensar que “nuestro producto” ha quedado desfasado. Que no vende. El miedo, cuando no la vergüenza, puede paralizar ese afán que todo seguidor de Jesús ha de tener: vivirlo y manifestarlo a los cuatro vientos.

¿Por qué tanto miramiento por las etiquetas que nos puedan colgar?

¿Acaso el camino de los viejos creyentes (incluidos los del Antiguo Testamento) ha sido un trayecto de rosas exento de espinas?

¿Es más testimonial y profética una fe de trincheras, que aquella otra de primera línea, en guardia y en retaguardia?

En Pentecostés, el Señor, nos pone un potente suero para que no nos echemos atrás en ese intento que, a una con la festividad de la Ascensión, nos propusimos: te vas…pero seremos tus testigos. No podemos permanecer postrados en una permanente “UCI” esperando a que vengan otros tiempos o que, otros hermanos nuestros, vayan por delante despejando un terreno pedregoso y, a veces, poco fructífero para la fe.

2.- Como hace dos milenios, la Iglesia, sigue haciendo frente a muchos condicionantes que le hacen difícil pero, precisamente por ello mismo, más apasionante su labor. Como el salmón, acostumbrado a ir contracorriente, la iglesia sabe que más allá del horizonte humano, ha de pregonar unos parámetros que lleve a todo hombre a una mayor consecución de justicia, vivencia de fraternidad y conquista de la auténtica verdad.

Como hace 2000 años, la Iglesia, reunida en el nombre del Señor (pocos o muchos, eso es lo de menos) sabemos que el Espíritu Santo es el mejor escudo y la mejor defensa para seguir en nuestro empeño. Para llevar a este mundo nuestro una palabra de consuelo, de alegría, de serenidad, de Dios. Una iglesia que habla sin tapujos, sin complejos aún a riesgo de ser tachada como reliquia del pasado. Precisamente por ello (por ser voz profética y discordante) su mensaje hará que salten chispas cuando puede más la sin razón que el sentido común, la banalidad de las cosas que la dignidad humana, el personalismo más que lo comunitario, el cosmos más que el propio hombre. Una iglesia a la que no le importa mirar de reojo pero con emoción a los orígenes de su nacimiento.

En aquel alumbramiento la comunión de bienes y el perdón, la fraternidad y la alegría, la valentía y la audacia para presentar a Jesucristo….rompieron esquemas y tradiciones, corazones y modos de vida. Unos hombres y mujeres que llamaban la atención y que fueron formando esa gran familia que ha llegado hasta nuestros días.

En Pentecostés, ciertamente, el miedo desparece, la luz se impone sobre la tiniebla, la verdad sobre el error, la universalidad de la iglesia frente a los personalismos, la valentía vence a la cobardía y la fortaleza se hace dueña de la debilidad. ¡Feliz Pascua del Espíritu!

Y para terminar os propongo la siguiente oración:

¡QUE VENGA, SEÑOR!

Tu Espíritu de escucha; cuando como María, estamos atentos a lo que nos dices
Tu Espíritu de serenidad; cuando las noches son más fuertes que el día
Tu Espíritu de fortaleza; cuando la debilidad se impone al tesón
Tu Espíritu de alegría; cuando nos dormimos en los laureles
Tu Espíritu de constancia; cuando no vemos fruto a su tiempo
Tu Espíritu de comunión; cuando surgen las divisiones
Tu Espíritu de comprensión; cuando se hace inteligible tu mensaje
Tu Espíritu de fraternidad; cuando se quiebra la unidad
Tu Espíritu de valentía; cuando nos quedamos inmóviles
Tu Espíritu de ruptura; cuando nos ataca el inmovilismo
Tu Espíritu de eternidad; cuando habla más la muerte que la vida
Tu Espíritu de vida; cuando estamos llenos de todo y de nada
Tu Espíritu de aliento; cuando nos asfixia la contaminación del mundo
Tu Espíritu de resurrección; cuando nos instalamos en lo efímero
Tu Espíritu de misión; cuando todo nos parece hecho
Tu Espíritu de perdón; cuando el hombre se sienta incomprendido
Tu Espíritu de Eucaristía; para que nunca nos falle el alimento.

Javier Leoz

Barro animado por el Espíritu

Juan ha cuidado mucho la escena en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad, llenando a todos de su paz y alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado solo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.

Jesús los «envía». No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.

Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.

Pero sabe que sus discípulos son frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».

El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro alentado por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.

Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro… Solo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido quedan «muertas». Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar su presencia viva entre nosotros. Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No hemos de bautizar solo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No solo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado VII de Pascua

DISCÍPULO AMADO


         Llegamos a la páginas final del Cuarto Evangelio, donde nos encontramos junto a Jesús a dos de sus principales seguidores: Pedro y el «discípulo amado», del que no tenemos noticias por los otros evangelios. En este se le nombre en dos ocasiones como «el otro discípulo» (Jn 18,15-16; 20,3-4.8) y seis veces como «el discípulo a quien Jesús amaba«. Y entre ambos parece haber una cierta tensión.

      ¿Quién es este discípulo amado? No encontramos en ningún lugar una referencia a su nombre. Por distintas razones que no es oportuno desarrollar aquí, muy pocos estudiosos consideran que pueda tratarse de «Juan», el pescador de Galilea, el hijo del Zebedeo. Se han propuesto distintas hipótesis, pero no hay un acuerdo general. Sí parece bastante seguro que no formaba parte del grupo estable de los Doce apóstoles. Bien sabemos que Jesús tenía otros muchos seguidores que no formaban parte de ese grupo tan especial.

       Seguramente nos ayude más para nuestra reflexión y oración, fijarnos en algunos de sus rasgos, tal como nos los presenta este Evangelio.

+ La intimidad con Jesús.  Quien redactara este capítulo final nos lo recuerda literalmente recostado «en el seno de Jesús». Es un modo bien expresivo de describir la intimidad del discípulo con su Maestro. Precisamente en el Prólogo de este Evangelio, se dice de Jesús que estaba «en el seno del Padre». Son las dos únicas veces que aparece esta expresión. Es, por tanto, una intimidad, una relación de amor sumamente especial y única. Y evidente para el resto de discípulos. Precisamente Pedro lo aprovechó para sonsacarle quién sería el traidor. y por tanto, no es casualidad que el «Amor» esté tan presente por todas partes: Tanto amó Dios al mundo… el mandamiento nuevo, nadie tiene amor más grande que el que da la vida… vosotros sois mis amigos… y tantos otros.

+ Las «presencias» del Discípulo Amado.  Ya hemos apuntado antes su cercanía, su proximidad física con Jesús en la última Cena (donde Jesús establece su Nueva Alianza, invita a la unidad y al servicio mutuo, y constituye la Comunidad de hermanos llamados a dar testimonio con su propia vida).  El discípulo amado está muy cerca del Señor en la Eucaristía.

      También está presente (el único varón) en el Calvario, junto a algunas mujeres. El Discípulo Amado no huye ante el dolor de su Maestro. El Amor se expresa por la cercanía con el que sufre. Una presencia silenciosa, pero importante. Tuvo que ser un alivio y un consuelo. Cuánto ayuda en momentos tan duros como la muerte, la cercanía física de los que nos aman. Así tuvo la oportunidad de ver cómo el soldado traspasaba su costado con la lanza, de la que brotaban sangre y agua. La vida-sangre derramada por amor, y el agua del Espíritu.

      Esa cercanía la aprovecha el Crucificado para encomendarle a su Madre. Y viceversa. Es un regalo, una misión y una responsabilidad. La acogió en su casa. La presencia de María y el cariño mutuo definen al Discípulo de Jesús.

+ El primero. El primero en llegar al sepulcro vacío. Al ver los «signos», las vendas, y la falta del cadáver… vio y creyó. Pedro también había llegado a la tumba, y vio los mismos signos. Pero fue el Discípulo amado quien supo interpretar los signos de vida de Jesús. Probablemente por eso no encontramos una «aparición» del resucitado a este Discípulo. No la necesitaba. Ya tenía la fe. Hoy la Iglesia invita repetidamente a leer «los signos de los tiempos»….

+ El testigo de la verdad. La Verdad aparece repetidamente en este escrito. Entre otras cosas afirma del mismo Jesucristo: «Yo soy la Verdad».  Al concluir el Evangelio, deja constancia: «Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero». El testimonio no se reduce a contar hechos, como podría hacerlo un periodista o un historiador. Son hechos «experimentados», que le han afectado, que le han cambiado, que le han convertido en Discípulo.  Es decir: son hechos interpretados, meditados y compartidos. Por eso es capaz de ayudar a creer a otros: ese «nosotros» que sabe que su testimonio es de fiar. Antes había escrito: «Éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él. (Jn 20, 31). Lo que ayuda a creer no es la biografía, los hechos de la vida de Jesús: sino el testimonio de fe.

      Si en esto consiste el ser «discípulo amado de Jesús», si nosotros lo pretendemos… nos queda enorme, y nos podemos desanimar. Quizá Pedro se sentía «pequeño» a su lado, y se preguntaba cómo debía tratarle, qué pintaría en la nueva Comunidad de Jesús. Pues… «¿a ti qué?». Tú preocúpate de seguirme, apacienta a mis ovejas… y no te compares con nadie, ni pretendas controlar a otros que me siguen y me aman. Hay muchos modos de seguir al Maestro, pero la función de Pedro no será controlarnos… sino cuidarlos.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf