Vísperas – Martes XIII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

MARTES XIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!…).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.

SALMO 19: ORACIÓN POR LA VICTORIA DEL REY

Ant. El Señor da la victoria a su Ungido

Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión.

Que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.

Que podamos celebrar tu victoria
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes;
que el Señor te conceda todo lo que pides.

Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su Ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.

Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor, Dios nuestro.

Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.

Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor da la victoria a su Ungido.

SALMO 20: ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA DEL REY

Ant. Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuanto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria, y la alabanza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

LECTURA: 1Jn 3, 1a.2

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Queridos, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

RESPONSORIO BREVE

R/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

R/ Tu fidelidad de generación en generación.
V/ Más estable que el cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

PRECES

Alabemos a Cristo, que mora en medio de nosotros, el pueblo adquirido por él y supliquémosle, diciendo:

Por el honor de tu nombre, escúchanos, Señor.

Dueño y Señor de los pueblos, acude en ayuda de todas las naciones y de los que las gobiernan:
— que todos los hombres sean fieles a tu voluntad y trabajen por el bien y la paz.

Tú que hiciste cautiva nuestra cautividad,
— devuelve la libertad de los hijos de Dios a todos aquellos hermanos nuestros que sufren esclavitud en el cuerpo o en el espíritu.

Concede, Señor, a los jóvenes la realización de sus esperanzas
— y que sepan responder a tus llamadas en el transcurso de su vida.

Que los niños imiten tu ejemplo
— y crezcan siempre en sabiduría y en gracia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a los difuntos en tu reino,
— donde también nosotros esperamos reinar un día contigo.

Con el gozo de sabernos hijos de Dios, acudamos a nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, porque has permitido que llegáramos a esta noche; te pedimos quieras aceptar con agrado el alzar de nuestras manos como ofrenda de la tarde. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Martes XIII de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz; concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 8,23-27
Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: « ¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Díceles: « ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?»

3) Reflexión

• Mateo escribe para las comunidades de judíos convertidos de los años 70 que se sentían como un barco perdido en el mar revuelto de la vida, sin mucha esperanza de poder alcanzar el puerto deseado. Jesús parece que duerme en el barco, porque ellos no veían ningún poder divino que los salvara de la persecución. Mateo recoge diversos episodios de la vida de Jesús para ayudar las comunidades a descubrir, en medio de la aparente ausencia, la acogedora y poderosa presencia de Jesús vencedor, que domina el mar (Mt 8,23-27), que vence y expulsa el poder del mal (Mt 9,28-34) y que tiene poder de perdonar los pecados (Mt 9,1-8). Con otras palabras, Mateo quiere comunicar la esperanza y sugerir que las comunidades no deben temer nada. Este es el motivo del relato de la tormenta calmada del evangelio de hoy.

• Mateo 8,23: El punto de partida: entrar en el barco. Mateo sigue el evangelio de Marcos, pero lo acorta y lo incluye en el nuevo esquema que él adoptó. En Marcos, el día fue pesado por el mucho trabajo. Una vez terminado el discurso de las parábolas (Mc 4,3-34), los discípulos llevan a Jesús al barco y, de tan cansado que está, Jesús se duerme encima de una travesera (Mc 4,38). El texto de Mateo es mucho más breve. Solamente dice que Jesús entra en el barco, y los discípulos lo acompañan. Jesús es el Maestro, los discípulos siguen al maestro.

• Mateo 8,24-25: La situación es desesperada: “! Estamos a punto de perecer!” El lago da Galilea está cerca de altas montañas. A veces, por los resquicios de las rocas, el viento sopla fuerte sobre el lago produciendo repentinas tormentas. Viento fuerte, mar agitado, barco lleno de agua. Los discípulos eran pescadores experimentados. Si ellos piensan que están a punto de hundirse, quiere decir que la situación es peligrosa. Pero Jesús no parece darse cuenta, y sigue durmiendo. Ellos gritan: “Señor, ¡sálvanos! Que estamos pereciendo». En Mateo, el sueño profundo de Jesús no es sólo señal de cansancio, es también expresión de confianza tranquila de Jesús en Dios. ¡El contraste entre la actitud de Jesús y de los discípulos es grande!

• Mateo 8,26: La reacción de Jesús: “¿Por qué tenéis miedo?” Jesús se despierta, no por las olas, sino por el grito desesperado de los discípulos. Se dirige a ellos y dice: “¿Por qué tenéis miedo? ¡Hombres de poca fe!” Luego, él se levanta, amenaza los vientos y el mar, y todo queda en calma. La impresión que se tiene es que no era necesario aplacar el mar, pues no había ningún peligro. Es como cuando uno llega a casa de un amigo, y el perro, al lado del dueño de la casa, empieza a ladrar al visitante. Pero no es necesario tener miedo, porque el dueño está presente y controla la situación. El episodio de la tormenta calmada evoca el éxodo, cuando la multitud, sin miedo, atravesó las aguas del mar (Ex 14,22). Jesús rehace el éxodo. Evoca al profeta Isaías, que decía al pueblo: “Cuando atravieses las aguas, ¡yo estaré contigo!” (Is 43,2). Por fin, el episodio de la tormenta calmada evoca la profecía anunciada en el Salmo 107:
Los que viajaron en barco por el mar,
para traficar por las aguas inmensas,
contemplaron las obras del Señor,
sus maravillas en el océano profundo.
Con su palabra desató un vendaval,
que encrespaba las olas del océano:
ellos subían hasta el cielo, bajaban al abismo,
se sentían desfallecer por el mareo,
se tambaleaban dando tumbos como ebrios,
y su pericia no les valía de nada.
Pero en la angustia invocaron al Señor,
y él los libró de sus tribulaciones:
cambió el huracán en una brisa suave
y se aplacaron las olas del mar;
entonces se alegraron de aquella calma,
y el Señor los condujo al puerto deseado.
(Sal 107,23-30)

• Mateo 8,27: El miedo de los discípulos: “¿Quién es este hombre?” Jesús preguntó: “¿Por qué tenéis miedo?” Los discípulos no saben qué responder. Admirados, se preguntan: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?” A pesar de haber vivido tanto tiempo con Jesús, no saben todavía quién es. ¡Jesús sigue siendo un extraño para ellos! ¿Quién es éste?

• ¿Quién es éste? ¿Quién es Jesús para nosotros, para mí? Esta debe ser la pregunta que nos lleva a continuar la lectura del Evangelio, todos los días, con el deseo de conocer más y más el significado y el alcance de la persona de Jesús para nuestra vida. De esta pregunta nace la Cristología. No nació de altas consideraciones teológicas, sino del deseo que los primeros cristianos tenían de encontrar siempre nuevos nombres y títulos para expresar lo que Jesús significaba para ellos. Son decenas y decenas los nombres, los títulos y los atributos, desde carpintero hasta hijo de Dios, que Jesús recibe: Mesías, Cristo, Señor, Hijo amado, Santo de Dios, Nazareno, Hijo del Hombre, Esposo, Hijo de Dios, Hijo del Dios altísimo, Hijo de María, carpintero, Profeta, Maestro, Hijo de David, Rabuni, Bendito el que viene en el nombre del Señor, Hijo, Pastor, Pan de vida, Resurrección, Luz del mundo, Camino, Verdad, Vida, Rey de los judíos, Rey de Israel, etc., etc. Cada nombre, cada imagen es un intento para expresar lo que Jesús significaba para ellos. Pero un nombre, por muy bonito que sea, nunca llega a revelar el misterio de una persona, mucho menos de la persona de Jesús. Jesús no cabe en ninguno de estos nombres, en ningún esquema, en ningún título. El es mayor que todo, supera todo. No puede ser enmarcado. El amor capta, la cabeza ¡no! Es a partir de la experiencia viva del amor, que los nombres, los títulos y las imágenes reciben su pleno sentido. Al final, ¿quién es Jesús para mí, para nosotros?

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuál era el mar agitado en el tiempo de Jesús? ¿Cuál era el mar agitado en la época en que Mateo escribió su evangelio? ¿Cuál es hoy el mar agitado para nosotros? Alguna vez, ¿las aguas agitadas de la vida han amenazado con ahogarte? ¿Qué te salvó?
• ¿Quién es Jesús para mí? ¿Cuál es el nombre de Jesús que mejor expresa mi fe y mi amor?

5) Oración final

Una edad a otra encomiará tus obras,
pregonará tus hechos portentosos.
El esplendor, la gloria de tu majestad,
el relato de tus maravillas recitaré. (Sal 145,4-5)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

2.- CANÁ: CURACIÓN DEL HIJO DE UN FUNCIONARIO REAL

Jn 4, 46-54

Desde Nazaret, Jesús se dirigió al lago, bajó en concreto a Cafarnaún, que se encuentra en sus orillas. En el camino hacia esta ciudad, a pocos kilómetros de Nazaret, se encuentra Caná, donde había convertido el agua en vino, recuerda san Juan.

A pesar de tan corto espacio de tiempo, a Jesús se le conoce ya por toda Galilea, y es bien recibido en todas partes. Muchos le piden milagros[1].

Un funcionario real de Cafarnaún, probablemente al servicio de Herodes, salió al encuentro del Señor. Él sabía que el Maestro había llegado a la región y le encontró en el camino, en Caná. Tenía un hijo enfermo, y mucha fe en Jesús. Por eso, se acercó a él y le rogaba que bajase y curara a su hijo, pues estaba muriéndose.

El Señor se dirigió a los que le rodeaban, y dijo: Si no veis signos y prodigios, no creéis.

Y el padre no cejaba: Señor, baja antes de que se muera mi hijo. Conmueve esta insistencia. Él piensa que Jesús debe estar presente para que se produzca la curación, y el camino de Caná a Cafarnaún es largo, unas cinco horas o más[2]. Por eso insiste con cierta premura. Entonces le dijo Jesús: Vete, tu hijo vive. Y aquel hombre tuvo fe y se volvió a su ciudad. El Señor hace el milagro, como tantas veces, por la perseverancia en la petición[3].

En el camino, el funcionario real encontró a sus criados, que habían salido a buscarle desde Cafarnaún, y le dijeron que su hijo estaba sano. El padre preguntó a qué hora había curado, y le dijeron: ayer a la hora séptima, hacia la una de la tarde. Comprobó entonces el padre que aquella era la hora en la que Jesús le había dicho esas palabras –tu hijo vive– que recordaría toda su vida. Y creyó él y toda su casa. Se hizo más firme su fe[4]. El Maestro contaría en Cafarnaún, desde entonces, con unos amigos incondicionales. Podemos pensar que, al día siguiente o a los pocos días, cuando llegó a Cafarnaún le estaría esperando la familia entera. Jesús conocería al muchacho, quizá le invitaron a comer…

San Juan nos dice que este fue el segundo milagro en Caná: lo hizo Jesús cuando vino de Judea a Galilea.


[1] «Los milagros son signos del amor divino, puesto que son hechos que proceden del amor humano de Jesús –amor humano de Dios–, que se apiada del dolor y de la miseria humana. Son también signos de la llegada del Reino mesiánico, son revelación de su divinidad». F. Ocáriz, L.C. Mateo-Seco, J.A. Riestra, El misterio de Jesucristo, p. 405.

[2] Caná dista de Cafarnaún unos treinta y tres kilómetros. El camino es de bajada (existe un desnivel de 650 metros).

[3] Hablando de esta constancia en la oración, afirma san Agustín: «Dios difiere algunas veces lo que da, pero a nadie deja con hambre» (Coment. al Evangelio de san Juan, 20, 3). Normalmente otorga mucho más de lo que le pedimos. Esta familia obtendría, además, su amistad y poco más tarde serían todos sus componentes fieles discípulos: creyó él y toda su familia.

[4] El verbo creer tiene en el evangelio de san Juan un sentido muy concreto: creer en la Persona y en la misión de Jesús, seguirle de cerca, ser su discípulo.

Comentario – Martes XIII de Tiempo Ordinario

Hoy hacemos memoria de los protomártires de la Iglesia de Roma. De ellos da testimonio un texto muy primitivo (finales del s. I), la carta de Clemente Romano a los Corintios. Y si la festividad actualiza su memoria, el evangelio nos ofrece su profecía. Ya Jesús anunció con bastante antelación la existencia de mártires cristianos: Os entregarán al suplicio –les decía a sus discípulos-, y por mi causa os odiarán todos los pueblos. Son palabras proféticas que encontraron pronto –apenas una veintena de años después- refrendo en los acontecimientos de la historia. Eran los tiempos en que el emperador Nerón ocupaba el trono de Roma. Entonces se desató la primera gran persecución contra los cristianos, a los que se hizo “chivo expiatorio” de todos los males que asolaban al Imperio. Durante esta misma persecución encontraron la muerte los muy ilustres apóstoles Pedro y Pablo, máximas figuras de la Iglesia. Hubo derramamiento de mucha sangre inocente, pero también martirial –sangre de testigos-, esto es, una sangre testimonial, una sangre que gritaba a los cuatro vientos el amor y la fidelidad a Jesucristo, y por eso resultó sumamente fecunda y portadora de copiosísimos frutos. Esta misma celebración en su memoria es un signo más de esta fecundidad.

Realmente fueron entregados al suplicio: sufrieron escarnio, soportaron las estrecheces de la cárcel y los golpes de la flagelación, la injusta persecución de la ley y la incesante presión de la sociedad y los jueces; finalmente acabaron colgados de una cruz o decapitados. Realmente fueron odiados por causa de Cristo, pues Cristo era la causa soberana de este odio: si se les daba muerte era sólo por llevar el nombre de cristiano o por confesarse públicamente cristianos. A los jueces no les importaba siquiera comprobar si lo eran; les bastaba con la simple confesión ante un tribunal legalmente constituido. Esta sola confesión era ya motivo de condena. El odio hacia lo cristiano inspiraba tanto las denuncias como las condenas, pero quizá más las denuncias procedentes de un pueblo que veía en los cristianos un cuerpo extraño, una especie de tumor maligno que amenazaba con destruir las bases en las que se asentaba la sociedad pagana.

Esta percepción de lo cristiano explica el rechazo del que es objeto y los numerosos rumores, levantados a modo de leyenda negra, sobre sus hábitos y costumbres que aireaban para su descrédito. Se les acusaba de todo; de impiedad para con sus dioses patrios (ateísmo), de inmoralidad: bajo el disfraz de la fraternidad escondían relaciones promiscuas, de prácticas de antropofagia, de ser la causa directa o indirecta de las desgracias colectivas: una peste, una derrota militar, una epidemia, un cataclismo, etc. Su modo clandestino –el único posible en esa situación- de vivir la fe, su existencia de catacumbas, pudo contribuir a fomentar aún más esta leyenda negra.

Lo cierto es que los cristianos podían ver el odio reflejado en las miradas de sus conciudadanos, un odio que persigue la aniquilación del contrincante, del diferente o del extraño, un odio que les hacía mirar con recelo y con sospecha todo lo que tuviera apariencia de cristiano. Las pretensiones de verdad de la nueva religión, la exigente ética cristiana, constituían un auténtico desafío para un ciudadano del Imperio ligado a sus tradiciones. Entre los jueces que dictaban sentencias de muerte contra los cristianos puede que no hubiera un odio tan declarado como el descrito; en algunos funcionarios imperiales se percibe más bien una cierta indiferencia, de modo que les bastaba una simple declaración, real o simulada (eso no les importaba demasiado), de negación de la propia fe por parte del reo para retirar los cargos y otorgarle la libertad. Con frecuencia se trataba de políticos que, en lo tocante a religión, se movían en el terreno arenoso del escepticismo.

En cualquier caso, la presencia de lo cristiano en esa sociedad despertó el rechazo y el odio, y dio origen a la persecución. Ello explica –al menos parcialmente- el empeño por extirpar todo brote de cristianismo en el seno del Imperio. Pero tal empeño se reveló finalmente infructuoso, porque el cristianismo se hizo más fuerte aún en medio de las persecuciones. El odio sostenido hizo mártires, pero los mártires hicieron nuevos cristianos, porque su testimonio hasta el extremo provocó numerosas conversiones. El odio acabó encumbrando a los mártires y la sangre derramada de los mártires se esparció a modo de semilla en muchos corazones, provocando una abundante cosecha de cristianos. Tal fue el efecto no pretendido del odio que dio origen a tantos martirios. El odio contribuyó así al copioso florecer de esta semilla que pretendía extirpar.

Pero no sólo hubo martirios; también hubo apostasías. Jesús, en sus predicciones, parece aludir también a estas deserciones: Caerán muchos y se delatarán y se odiarán unos a otros; porque los caídos (=apóstatas) se aliarán con los enemigos de la fe que antes habían profesado, de pasarán al bando de los perseguidores, y delatarán a los que habían sido sus hermanos en la fe, llegando a odiar lo que antes amaban. Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha gente, y al crecer la maldad se enfriará el amor en la mayoría, pero el que persevere hasta el final, se salvará.

Las palabras de Jesús se refieren al futuro, a lo que está por suceder; tienen, por tanto, un alcance profético. Lo que no sabemos es si alude a fenómenos que surcarán la historia a lo largo y ancho de la misma o si está señalando fenómenos de un preciso momento histórico, un momento penúltimo que ponga el cierre a la historia de la humanidad en el mundo, un momento en el que predomine la falsedad y se produzca un acrecentamiento de la maldad y un enfriamiento del amor a gran escala. Ya antes, en este mismo pasaje evangélico, se recoge esta advertencia de Jesús: No os dejéis engañar por nadie. Vendrán muchos usurpando mi nombre, diciendo que son el Mesías, y engañarán a mucha gente.

Las predicciones de Jesús anticipan, por tanto, tiempos de confusión y engaño en que la mentira será tenida por verdad y los usurpadores del nombre de Cristo serán tenidos por Mesías. La falsedad se extenderá como una epidemia, pues muchos se dejarán arrastrar por el engaño y se apartarán de la verdad. Nuestro profeta dibuja un panorama realmente tenebroso y anuncia todavía otros fenómenos no menos inquietantes: estruendo de batallas, noticias de guerras, hambre, epidemias, terremotos múltiples, dolores de parto, cataclismos. Pero estos fenómenos no deben alarmarnos porque no constituyen el final. Puesto que provocan muerte, tales acontecimientos serán el final para muchos, como lo fueron las persecuciones para los protomártires de Roma, pero no lo será para todos ni para todo. Son descritos como sucesos que han de producirse antes de que llegue el final; por tanto, precursores del mismo. Pero ninguno de estos fenómenos, por mortífero que sea, puede arrebatarnos la esperanza de la salvación o impedirnos la misma salvación, porque el que persevere hasta el final (su final, que no tiene por qué coincidir con el final de todos), se salvará. Luego en medio de este sombrío panorama se alza una palabra de esperanza que nos mantiene expectantes respecto a un futuro mejor.

Tal es la palabra salvación. El que se salva supera los efectos del cataclismo y de la muerte. El que se salva se reencuentra con la vida y la verdad. Y para salvarse hay que perseverar en la fe y en el compromiso cristianos, y hacerlo en un mundo verdaderamente hostil, un mundo que nos estará invitando continuamente a la deserción, a la apostasía, al seguimiento de los falsos profetas y usurpadores del nombre de Jesús. Será mucha la presión ejercida sobre los seguidores de Jesús, pero el que persevere en su fe hasta el finalse salvará. Que el Señor nos mantenga perseverantes.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

111. Colaboración de los laicos con la Jerarquía eclesiástica.

En el seno de la comunidad eclesial, los laicos prestan una preciosa colaboración a los Pastores, y sin ésta el apostolado jerárquico no puede tener su plena eficacia.(323) Tal aporte laical en las actividades eclesiales ha sido siempre importante y hoy resulta una necesidad fuertemente sentida.

Los laicos, según la propia condición, pueden ser llamados a colaborar con los Pastores en varios ámbitos:

– en el ejercicio de las funciones litúrgicas;(324)
– en la participación en las estructuras diocesanas y en las actividades pastorales;(325)
– en la incorporación a las asociaciones erigidas por la autoridad eclesiástica;(326)
– y, singularmente, en la actividad catequética diocesana y parroquial.(327)

Todas estas formas de participación laical no son sólo posibles, sino también necesarias. Sin embargo, hay que evitar que los fieles tengan un interés poco razonable por los servicios y las tareas eclesiales, salvo las vocaciones especiales, que los podría alejar del ámbito secular: profesional, social, económico, cultural y político, ya que son éstos los campos de su responsabilidad específica, en los que su acción apostólica es insustituible.(328)

La colaboración de los laicos tendrá, en general, la impronta de la gratuidad. Para algunas situaciones específicas, el Obispo hará que se asigne una justa retribución económica a los laicos que colaboran con su trabajo profesional en actividades eclesiales, como, por ejemplo, los docentes de religión en las escuelas, los administradores de bienes eclesiásticos, los responsables de actividades socio-caritativas, los que trabajan en los medios de comunicación social de la Iglesia, etc. La misma regla de justicia debe observarse cuando se trate de valerse temporalmente de los servicios profesionales de los laicos.


323 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 33; Decreto Apostolicam Actuositatem, 10.

324 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución Sacrosanctum Concilium, 28; Codex Iuris Canonici, can. 230.

325 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 228; 229 § 3; 317 § 3; 463 § 1 n. 5; 483; 494; 537; 759; 776; 784; 785; 1282; 1421 § 2; 1424; 1428 § 2; 1435; etc.

326 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 304.

327 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Christifideles laici, 35.

328 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Christifideles laici, 44.

Recursos – Ofertorio – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

PRESENTACIÓN DE UN LIBRO DE TEOLOGÍA

(Un libro de teología o de exégesis bíblica, que puede ofrecer el o la responsable de la catequesis de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te ofrezco hoy este libro, expresión del conocimiento teológico o bíblico. Realmente el conocimiento no está reñido con la sencillez y humildad de corazón, aunque quien se fía exclusivamente de lo que sabe y no lo relativiza, ése se opone a la gente sencilla de la que habla el Evangelio. Nosotros y nosotras, Señor, queremos crecer en experiencia y sabiduría de Ti y, desde ellas, conocer toda la realidad con tu mirada. Para ello, confiamos en que Tú llenes nuestros corazones con tu Espíritu y, así, podamos sentir, ser y vivir sólo desde Ti y para Ti.

PRESENTACIÓN DE UNO DE LOS NIÑOS DE LA COMUNIDAD

(Esta ofrenda la debe hacer su mismo padre)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Mira, Señor, yo te traigo a mi propio hijo (hija). Y lo hago en la esperanza de que Tú me enseñes, a través de él, lo que significa tener un corazón como el suyo, capaz de fiarse como él lo hace, de sentir y de ser como un niño (una niña). Tú nos dijiste que si no nos hacíamos como uno de éstos no entraríamos en el Reino de los cielos. Y yo, así como toda la comunidad, lo único que deseamos es hacernos digno de Ti y poder compartir contigo la vida de la que nos quieres hacer copartícipes. No nos dejes que crezcamos en esas viejas cosas y formas de ser de las que somos especialitas la gente adulta. Haznos semejantes a los más pequeños y pequeñas, y da la vuelta a nuestros corazones.

PRESENTACIÓN DE UN VASO DE ACEITE

(Puede hacer la ofrenda cualquiera que viva un compromiso en los ámbitos más difíciles y fronterizos de la Iglesia y de la fe)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te ofrezco este vaso de aceite, símbolo de la acogida y del querer ser, como tu Hijo, bálsamo y calmante de cualquier hombre en tantas dificultades como sufren en la vida. Igual que la comunidad lo es para quienes nos comprometemos en los ámbitos más complicados y difíciles del mundo y de la sociedad, todos nosotros y nosotras lo queremos ser de todos los hombres y mujeres. Nuestra preocupación es servirles. No permitas, tampoco, que tu Iglesia lo olvide, ya que ella es maestra y que, como tal, se ha de desvivir por todos y cada uno de sus hijos e hijas, la humanidad entera.

PRESENTACIÓN DE UN MAPA DE CARRETERAS

(Hace la ofrenda un joven)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo este mapa de carreteras, que es una guía para no desorientarse y perderse por los caminos. Y lo hago, porque quiero, en nombre de toda esta comunidad, decirte que Tú eres nuestro mapa y nuestro guía, el camino que queremos seguir para volver al Padre y a su Reino. No permitas que nos distraigamos ni que nos desorientemos.

PRESENTACIÓN DE UNA CESTA LLENA DE RICAS FRUTAS

(Lo pueden llevar dos niñas de la comunidad y otra tercera hace la ofrenda)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Aquí tienes, Señor, esta cesta repleta de ricas y sabrosas frutas, que te las ofrecemos personalmente, pero también en nombre de toda la comunidad, con el propósito de ser todos nosotros y nosotras como los buenos y sanos árboles que las han producido. No consientas que nuestras vidas sean estériles. Haznos, por tu abundante gracia, dar frutos de vida cristiana.

Oración de los fieles – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

Ser cristiano lleva aparejado un cambio de vida según el Espíritu, sin embargo, ese cambio nos cuesta. Hoy pedimos a Dios:

R.- PADRE, ALIVIA NUESTRA CARGA.

1. – Padre, te pedimos que sigas revelando tu Palabra a ese “humilde siervo de Dios” que es nuestro papa Francisco. OREMOS

2. – Padre, te pedimos que ilumines a todos los gobernantes de la tierra para que no carguen yugos pesados sobre sus pueblos. OREMOS

3. – Padre, que sostienes a los que van a caer y enderezas a los que se doblan, acompaña a los débiles, los enfermos los que han perdido su fe, los que viven sin conocerte. OREMOS

4. – Padre, hazte presente ante los sabios y entendidos, para que haciéndose humildes ante tu mensaje, acojan tu palabra de salvación. OREMOS

5. – Padre, tu que eres clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, perdona todas las faltas de los que celebramos esta eucaristía y cuéntanos siempre entre tus elegidos. OREMOS

6. – Padre, te pedimos también por todos los niños que han celebrado su primer encuentro contigo a través del pan eucarístico y por los jóvenes que han respondido a tu llamada para que lleven una vida a semejanza de tu Hijo. OREMOS

Señor, Todopoderoso, atiende las súplicas de tu pueblo y acompáñalo en su caminar. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

Amen.


Presentemos a Dios Padre nuestra pobreza, nuestra necesidad, nuestra Cruz. Tenemos la seguridad de que Él siempre está dispuesto a ayudarnos, y con esta confianza decimos:

R.- QUÉ TU MISERICORDIA NOS AYUDE SEÑOR.

1.- Por el Papa, los obispos, los sacerdotes, los diáconos, para que sean signo indeleble de misericordia. OREMOS.

2.- Por la Iglesia, para que sea la iglesia de los pobres, de los sin voz, de los débiles, los sencillos. OREMOS.

3.- Por todos los países dominados por la pobreza, la incomprensión, la tiranía; para que no nos olvidemos que los bienes de la tierra son de todos. OREMOS.

4.- Por los niños de hoy –y por sus familias– tan manipulados por el consumo, para que aprendan a ser generosos y a partir de ahí felices. OREMOS.

5.- Por los que gobiernan los pueblos, para que piensen en el bienestar de todos los hombres y mujeres y no solo en unos pocos, en los más poderosos o ricos. OREMOS.

6.- Para que las personas que viven en la pobreza, dedicadas a la oración y la alabanza al Señor, sean estimulo de fe y amor para el pueblo cristiano. OREMOS

7.- Por todos los que nos hemos reunido para celebrar esta eucaristía, para que vivamos alegres, trabajando por nuestra fidelidad al evangelio, intentando tener un mismo pensar y un mismo sentir. OREMOS

Señor, Tú nos lo has dado todo en tu Hijo Jesucristo, escucha estas suplicas que te presentamos por Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

Comentario al evangelio – Martes XIII de Tiempo Ordinario

Vamos a echar un poco la mirada atrás, a la vida de nuestra familia y a nuestra vida personal. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como los discípulos en la barca zarandeada por el temporal? Un temporal en el mar no es cosa de risa. Da miedo al más valiente. Recuerdo mis tiempos jóvenes en el seminario menor. Tenía por entonces 15 o 16 años. Y el Seminario estaba situado en una pequeña y preciosa ciudad del norte de España. En verano la playa se llenaba de veraneantes pero en invierno era otra cosa. La ciudad tenía su puerto, dedicado básicamente a la pesca. Un largo dique de cemento protegía el interior del puerto de los embates del mar. Tenía unos diez metros de ancho por otros 10 de alto sobre el nivel del mar. Aquel dique se quedó roto por la mitad una noche de temporal. ¿Os podéis imaginar la fuerza de las olas? 

      Pues hay personas que se sienten así ante las inclemencias de la vida: incapaces de mantenerse estables ante los golpes que parece que se suceden uno detrás de otro sin solución de continuidad. Enfermedades, problemas económicos, injusticias, problemas familiares, infidelidades… Todo parece que se junta para hacer la vida más difícil. 

      Y entonces, recurrimos a Dios. Seguro que alguna vez se nos ha venido a la mente la oración, simple, sencilla, urgente, de los discípulos, despertando a Jesús al grito de “¡Señor, sábanos, que nos hundimos!”

      El Evangelio cuenta la reacción de Jesús. Les increpa diciendo: “¡Cobardes! ¡Qué poca fe!” Alguno pensará que les riñe, que no quiere que acudan a él en esos momentos de dificultad, en que se sienten amenazados por fuerzas insuperables. Yo prefiero pensar que es la reacción  normal de alguien a quien le despiertan de golpe durante un buen sueño. Lo más importante no son las palabras de Jesús sino lo que hace. Jesús se pone en pie, increpa a los vientos y al lago. Y, como resultado, vino una gran calma. 

      No hay que tener miedo a quejarse a Jesús. No hay que tener miedo a repetir la oración de los discípulos cuando la vida se nos pone de frente como un toro amenazándonos con sus cuernos. No hay que tener miedo a molestar a Jesús con nuestros gritos y peticiones de socorro. Lo que no hay que hacer nunca es tirarnos al agua, desesperarnos. Hay que mantenerse firmes ante la tribulación porque Jesús está ahí, cerca de nosotros. No sabemos cómo va a responder a nuestras oraciones. Pero, como somos gente de fe, de lo que estamos seguros es de que responderá.

Fernando Torres, cmf