I Vísperas – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Sábado XIII de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz; concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 9,14-17
Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: « ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: « ¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan.»

3) Reflexión

• Mateo 9,14: La pregunta de los discípulos de Juan entorno a la práctica del ayuno. El ayuno es una costumbre muy antigua, practicada por casi todas las religiones. Jesús mismo la practicó durante casi 40 días (Mt 4,2). Pero no insiste con los discípulos para que hagan lo mismo. Les deja libertad. Por esto, los discípulos de Juan Bautista y de los fariseos, que se veían obligados a ayudar, quieren saber porqué Jesús no insiste en el ayuno. «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan?»
• Mateo 9,15: La respuesta de Jesús. Jesús responde con una comparación en forma de pregunta: “¿Pueden acaso los amigos del novio ponerse tristes, estar de luto, cuando el novio está con ellos?” Jesús asocia el ayuno con el luto, y él se considera el novio. Cuando el novio está con los amigos del novio, esto es, durante la fiesta de la boda, los amigos no necesitan ayunar. Durante el tiempo en que Jesús está con los discípulos, es la fiesta de la boda. No precisan ni pueden ayunar. Quizá un día el novio se vaya, entonces será un día de luto. En ese día, si quieren, pueden ayunar. Jesús alude a su muerte. Sabe y siente que, si continúa por este camino de libertad, las autoridades querrán matarle.
• Mateo 9,16-17: Vino nuevo en ¡pellejos nuevos! En estos dos versículos, el evangelio de Mateo presenta dos frases de Jesús sobre el remiendo de vestido nuevo y sobre el vino nuevo en pellejo nuevo. Estas palabras arrojan luz sobre las discusiones y los conflictos de Jesús con las autoridades de la época. No se coloca remiendo de vestido nuevo en ropa vieja. Porque al lavarla, el remiendo tira del vestido y se produce un desgarrón peor. Nadie pone vino nuevo en pellejo viejo, porque el vino nuevo por la fermentación hace estallar el pellejo viejo. ¡Vino nuevo en pellejo nuevo! La religión defendida por las autoridades religiosas era como ropa vieja, como pellejo viejo. Tanto los discípulos de Juan como los fariseos, trataban de renovar la religión. En realidad, lo que hacían era poner remiendos y por ello corrían el peligro de comprometer y echar a perder la novedad y las costumbres antiguas. No es posible combinar lo nuevo que Jesús nos trae con las costumbres antiguas. ¡O el uno o el otro! El vino nuevo hace estallar el pellejo viejo. Hay que saber separar las cosas. Muy probablemente, Mateo repite estas palabras de Jesús para poder orientar a las comunidades de los años 80. Había un grupo de judíos cristianos que querían reducir la novedad de Jesús al judaísmo de antes de la llegada de Jesús. Jesús no está contra lo que es “viejo”. Lo que él no quiere es que lo viejo se imponga a lo nuevo, y así empieza a manifestarse. No es posible releer el Vaticano II con mentalidad pre-conciliar, como algunos tratan de hacer hoy.

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuáles son los conflictos entorno a las prácticas religiosas que hoy traen sufrimiento a las personas y son causa de mucha discusión y polémica? ¿Cuál es la imagen de Dios que está por detrás de todos estos preconceptos, normas y prohibiciones?
• ¿Cómo entender la frase de Jesús: “No colocar un remiendo nuevo en un vestido viejo?” ¿Qué mensaje saco de todo esto para mi comunidad, hoy?

5) Oración final

Escucharé lo que habla Dios.
Sí, Yahvé habla de futuro
para su pueblo y sus amigos,
que no recaerán en la torpeza. (Sal 85,9)

El Dios de Jesús de Nazaret

1.- Es ya un tópico la afirmación de que las primeras generaciones cristianas fueron perseguidas bajo la acusación de ateas. La frase es excesiva, sin duda. El ateísmo de los cristianos no era, naturalmente, una simple y rígida negación de Dios, sino un rechazo absoluto de la pluralidad de dioses que el Imperio Romano honraba.

Y más: El Dios de los cristianos no era el Dios de los filósofos y de la sabiduría. Era el Dios de Jesús de Nazaret. Nada de cuanto la filosofía pudiera afirmar de Dios resultaba ajeno al pensamiento cristiano; pero la relación del hombre con Dios no se inspiraba en las afirmaciones filosóficas, sino en la revelación que de Dios había hecho Jesús de Nazaret. Y esto continua hoy vigente, hasta el punto que no faltan quienes hablan del cristianismo como de una anti-religión, siempre que por religión se entienda el entramado de relaciones entre el hombre y Dios, de acuerdo con los datos que la filosofía aporta sobre el Absoluto.

2. – El cristiano, por el contrario, se refiere al Dios revelado en Jesús que es siempre un Dios de salvación, desinteresado en su acercamiento al hombre, no dominador de éste, sino servidor de luces y estímulos para que el hombre se entienda a si mismo, entienda a los demás y acierte a valorar y servirse de las realidades de este mundo, con ánimo de crear una sociedad justa y fraterna. El cristiano acepta al Dios que se nos ha hecho presente en Jesús “no para condenar al mundo, sino para salvarlo”. La página del evangelio de san Mateo que hoy nos brinda la liturgia insiste en esta nota especifica de la fe cristiana: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

3. – El Dios de Jesús es Dios de iniciativa salvadora. Gratuito en modo total, sólo persigue el bien del hombre a quien se manifiesta. No busca la defensa de sus derechos; no reclama la sumisión de los hombres. Propone al hombre un mensaje de reconciliación en el que el hombre encuentra los datos mayores para la clarificación del misterio de la existencia y la promesa de una salvación que plenifica el vivir humano, lo asienta y lo libera de las caducidades a que la vida en el tiempo y en el limite esta siempre expuesta.

El Dios de Jesús es Dios de donación, de aproximación al hombre para que en su palabra indicara al mundo “el camino, la verdad y la vida”. Aceptar la palabra de vida es asumir la más radical verdad de la existencia humana. No es cargar con obligaciones impuestas desde el exterior, de manera despótica o arbitraria; es aceptar un modulo de comportamientos en cuyo seguimiento el hombre encuentra su mas radical realización. De ahí la afirmación de Jesús que el evangelio recoge: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrareis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero, y mi carga ligera”.

4. – El Evangelio de la liturgia de este domingo recalca que el espíritu que debe inspirar nuestra vida diaria y nuestra comunidad cristiana es la mansedumbre y la humildad porque ése es el espíritu de Cristo. El representante de Cristo que sea agresivo o soberbio puede hacer cualquier cosa menos presentar de nuevo (re-presentar) a Jesucristo. El yugo de Cristo es contrapuesto, en este Evangelio, al yugo de la Ley, porque el yugo de Cristo es, si es el de Cristo, un yugo suave y cuyas cargas tienen que ser percibidas como ligeras. Si el yugo que se nos presenta como el de Cristo nos resulta pesado o más pesado que el de la Ley es que ya no es el yugo de Cristo.

Quizás lo que más llamó la atención de la predicación de Cristo es que no era ni para santos, ni para “iniciados”. Nada tenían que hacer como oyentes de Jesús los muy sabios o los ya santos. Y no había manera de prepararse para entender esa predicación por medio de cursos especiales o técnicas escogidas. Escuchar el Evangelio era un asunto de vida y corazón. Porque el cristianismo no es una religión para saberla, sino una fe para vivirla.

Y ello es así porque el cristianismo no fue, en su origen, una religión, sino una revelación a la que la gente concreta respondía con una actitud de fe, actitud que modificaba y afectaba la vida entera. En el cristianismo no se pretende revelarnos qué podemos hacer nosotros por Dios, sino todo lo que Dios ha hecho por nosotros y todo lo que Dios está dispuesto a hacer por nosotros. En el fondo: Se trata de una revelación del amor incondicional de Dios; que es incondicional precisamente con quien no llena las condiciones. Como dice nuestro pueblo: “Amor con amor se paga”; ¿cómo responder al amor de Dios sino con amor?

5. – Contra todo lo que puede parecer a la vista de lo que sucede en nuestra vida diaria, el cristianismo no tiene que ver con cosas, y menos todavía, con las cosas, sino con las personas. El cristianismo no tiene por qué ser una religión de ritos, sino de relaciones. De las relaciones entre un Dios que lo pone todo, porque Él es amor incondicional, porque Él tiene siempre la iniciativa, y sus hijos pecadores.

El cristianismo es una fe para mansos, para pobres, para sencillos, para oprimidos y segregados, para aquellos que necesitan de Dios radicalmente, para ellos que necesitan de Dios como necesitan de la comida… y en la misma proporción.

Antonio Díaz Tortajada

Comentario – Sábado XIII de Tiempo Ordinario

Mateo introduce la temática del ayuno en un marco de controversia. El evangelista nos dice que en cierta ocasión se acercaron a Jesús los discípulos de Juan el Bautista con una pregunta, que en realidad era una recriminación: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan? Entienden que ellos, lo mismo que los fariseos, hacen lo correcto; en cambio, los discípulos de Jesús no. Hay que suponer que han podido observar el comportamiento descuidado o transgresor de estos discípulos a quienes censuran como poco respetuosos de las observancias religiosas tradicionales. Y la censura alcanza al mismo Jesús, su Maestro, que les consiente este modo de actuar.

La respuesta de Jesús, aunque significativa, tuvo que generar cierta perplejidad: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán? Jesús parece relacionar el ayuno con el duelo o con el luto (πενθειν), como si fuera una expresión de ese estado luctuoso y resultara incompatible con los tiempos festivos. Mientras el novio está con sus amigos no hay espacio ni para el duelo, ni para el ayuno, porque la amistad debe festejarse, y en este contexto celebrativo no cabe el llanto; tampoco cabe el ayuno. Pero Jesús anuncia un día no muy lejano en que a los amigos les sea arrebatado el novio y entonces ayunarán, ayunarán porque se verán privados de una presencia tan querida y celebrada. Jesús está aludiendo seguramente a su muerte próxima y al estado de orfandad en que quedarán sus discípulos: literalmente, una situación de duelo, porque habrán perdido a su Maestro y Señor y no sabrán cómo consolarse. Esa ausencia que deja en situación de orfandad es equiparable a un verdadero ayuno: ayuno de presencia y proximidad del amigo y esposo. Y con ese ayuno, vendrán otros, ligados a esa amistad o a la misión asumida en razón de esa amistad y discipulado.

A Jesús no parece importarle demasiado que sus discípulos no cumplan con la observancia del ayuno. Lo que le interesa es que se afiance su unión con él; porque de esta relación de amistad brotarán todas las renuncias o privaciones exigidas por ella. En otro lugar del evangelio se dice: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. ¿No hay en esta negación de sí mismo una exigencia de ayuno de efectos incalculables? De hecho, los discípulos de Jesús ya habían tenido que ayunar de muchas cosas: todas esas cosas que dejaron(familia, trabajo, status social, afincamiento) por seguir a alguien que no tenía dónde reclinar la cabeza. ¿O es que no eran ayunos sus muchas renuncias? Finalmente, llegarán a perder –no hay mayor ayuno que éste- la propia vida por causa de Cristo y su evangelio. ¿Para qué conceder tanta importancia a esos ayunos propios de la observancia religiosa judía cuando en el seguimiento de Jesús estaban implicando la entera vida?

Era esta relación la que habría de marcar por completo su existencia de discípulos ganados para la causa, de modo que en adelante su vida llevaría los rasgos y las huellas, las heridas incluso, de la vida del Crucificado. De aquí, de esta amistad y seguimiento renovados con la Resurrección y el envío del Espíritu Santo, brotará una vida entregada a la causa del Evangelio y dispuesta a las mayores renuncias (resp. ayunos), una vida martirial. Y no hay vida mejor dispuesta para el ayuno que la vida del mártir. Realmente, cuando se llevaron al novio, ayunaron, porque lloraron su muerte; y cuando el novio les fue devuelto por la resurrección, recuperaron la alegría, pero teniendo que aceptar la despedida implicada en la Ascensión, una despedida sin embargo que no impidió la llegada del Espíritu consolador y con ella el consuelo de su presencia espiritual. En medio de este consuelo llevaron a cabo entre privaciones, ayunos y persecuciones la misión encomendada hasta la hora suprema del martirio: ayuno (=pérdida) de la propia vida por causa del Novio y a la espera de su encuentro definitivo con él.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

115. Asistencia ministerial a las obras laicales.

Provea el Obispo a fin de que en las iniciativas apostólicas de los laicos no falte nunca una prudente y asidua asistencia ministerial, adecuada a las singulares características de cada iniciativa. Para una tarea tan importante, elija con atención clérigos verdaderamente idóneos por carácter y capacidad de adaptación al ambiente en el que deben ejercitar esta actividad, después de haber escuchado a los mismos laicos interesados. Estos clérigos, en la medida de lo posible, sean exonerados de otros encargos que resulten difícilmente compatibles con tal oficio y se provea a su oportuno sustentamiento.

Los asistentes eclesiásticos, en el respeto de los carismas y/o finalidad reconocida y de la justa autonomía que corresponde a la naturaleza de la asociación u obra laical, y a la responsabilidad que los fieles laicos asumen en ellas, también como moderadores, deben saber instruir y ayudar a los laicos a que sigan el Evangelio y la doctrina de la Iglesia como norma suprema del propio pensamiento y de la propia acción apostólica, y exigir con amabilidad y firmeza que mantengan las propias iniciativas en conformidad con la fe y la espiritualidad cristiana.(347) Deben, además, transmitir fielmente las directivas y el pensamiento del Obispo, al que representan, y favorecer, por lo tanto, las buenas relaciones recíprocas. El Obispo promueva encuentros entre los asistentes eclesiales, para estrechar los vínculos de comunión y colaboración entre éstos y el Pastor de la diócesis y estudiar los medios más idóneos para su ministerio.

Es particularmente importante que sacerdotes especialmente preparados ofrezcan su pronta asistencia a los jóvenes, a las familias, a los fieles laicos que asumen importantes responsabilidades públicas, a aquellos que llevan a cabo significativas obras de caridad y a aquellos que dan testimonio del Evangelio en ambientes muy secularizados o en condiciones de particular dificultad.


347 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Apostolicam Actuositatem, 19-20; 24-25.

Acude a él y encontrarás alivio y descanso

1.- Cuentan una curiosa anécdota del gran escultor, arquitecto y pintor Miguel Ángel: los hombres que visitaban su taller se admiraron muy especialmente de la perfección y la belleza que tenía la estatua de «El David». El, sin darle ninguna importancia, dijo: «Yo sólo tomé un bloque de mármol de Carrara, me puse a quitar las partes que sobraban y descubrí que dentro estaba esta maravilla». La Palabra de Dios de este domingo nos habla de la importancia de la humildad. Humanamente hablando el pueblo quiere a la gente sencilla y odia a los orgullosos. La gente que se «pavonea» de sus cualidades no suele ser la que de verdad merece la pena. «Dime de que presumes y te diré qué careces». La plástica imagen del rey justo y victorioso, pero modesto, cabalgando sobre un asno nos habla de la restauración de Israel después de la invasión de Alejandro Magno. El rey no viene con aire altivo, luciendo sus galas reales, sino a modo de «siervo de Yahvé» como había dicho el profeta Isaías. La destrucción de los carros simboliza la caída del poder religioso y la caída de los caballos la eliminación del poder político opresor. El rey traerá la paz, don de dones sobre la tierra. ¿No es este rey pacificador una figura de Jesucristo, Príncipe de la Paz, que entra en Jerusalén poco antes de ser entregado a la muerte en el trono de la cruz?

La paz que trae Jesucristo es la paz interior, que llena nuestro corazón y la paz exterior que da fin a la injusticia y a la violencia y establece un reino nuevo sobre la tierra.

2. – Jesús nos hace ver la contraposición entre los sabios y la gente sencilla. Aquellos por creerse en posesión de la verdad, no la encuentran nunca; estos, los humildes, descubren la verdad de las cosas que no está en la apariencias, pues lo «esencial es invisible a los ojos», como decía el Principito. Dentro del mármol estaba la maravilla que descubrió Miguel Ángel. Pero hay que trabajar para descubrirla. Ahora que comienza un período de descanso es buen momento para «profundizar» dentro de nosotros y descubrir la maravilla que llevamos dentro. Cada persona es un tesoro creado por Dios. A veces juzgamos sólo por lo que ven nuestros ojos, tal vez nos dejamos guiar por prejuicios, pero sólo viendo el interior de la persona descubriremos la riqueza que encierra. Aprende a querer a todos por lo que son, no por lo que tienen. Toda persona es hijo de Dios, criatura suya, a todos quiere y estima por igual, pequeños o grandes. El orgulloso sólo cae de su pedestal cuando le ocurre algo que le devuelve a la realidad y descubre que todo se derrumba porque somos de barro…. Y entonces reconoce su verdadera realidad: lo que siempre permanece y nadie nos podrá arrebatar es el amor de Dios Padre. Reconocer nuestras limitaciones es el principio de la sabiduría, pues como decía Santa Teresa «humildad es andar en la verdad». Y San Agustín después de buscar en tantas doctrinas y filosofías, se dio cuenta de que habitaba en su interior y para encontrarla hacían falta tres cosa: «la primera, la humildad, la segunda la humildad y la tercera la humildad».

3. – Parecían palabras duras las que Jesús pronunciaba el domingo pasado. En el texto de hoy, sin embargo, se desborda la misericordia. El salmo 144 siempre me ha llenado de paz y serenidad al repetir dentro de mí que «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». En una época como la nuestra cargada de estrés y de cansancio, sobre todo ahora que estamos esperando con ahínco las vacaciones, estas palabras nos ayudan a vivir. Debemos sentir dentro de nosotros la misericordia entrañable de Dios y su cariño. No es cierta la imagen de Dios terrible y acusador, sólo es verdadero el Dios cercano y tierno que nos mima y nos cuida como una madre que lleva a su hijo en el regazo. ¿Quién no está cansado y agobiado hoy? Jesús te dice que acudas a El, porque encontrarás alivio y descanso. El sentir al Dios-misericordia nos debe llevar a nosotros a practicar la misericordia. La Iglesia, Madre nuestra, Madre de todos los hombres, debe practicar la misericordia entrañable. Es el mejor servicio que puede prestar a la sociedad, ser «alivio» para los cansados, ser fuente para los sedientos, ser hogar para los perdidos, ser madre para todos.

José María Martín, OSA

Aprended de mí

1.- «Así dice el Señor: Alégrate, hija de Sión…» (Za 9, 9) El profeta Zacarías contempla a través de los siglos, traspasando el muro de los tiempos, la entrada en Jerusalén del rey de Israel, del Salvador del mundo. Su corazón rebosa alborozado y comunica la gran noticia al Pueblo elegido. Muchos lustros después, cuando Jesucristo entra en Jerusalén, aclamado por la muchedumbre, Mateo el evangelista recordará las palabras proféticas de Zacarías, verá cumplido el vaticinio y se reafirmará en la convicción de que Jesús de Nazaret es el Hijo de David, el Cristo de Dios, el Ungido del Padre, el Rey mesiánico. La multitud que lo vitoreó estaba formada por gente sencilla y por niños. Su cabalgadura fue un borrico. Un retablo sencillo y humilde, unas circunstancias un tanto apoteósicas, vividas en medio del pueblo llano. En contraposición con aquel entusiasmo, los sabios de Israel protestarán ante aquellas aclamaciones que no respondían a la idea que ellos se habían forjado de la llegada del Mesías.

«Dominará de mar a mar…» (Za 9, 10) Una vez más se muestran como ciegos incurables, gente soberbia que no podía elevarse por encima de las apariencias y percibir la realidad última y escondida, que se encerraba en aquel acontecimiento. Nosotros queremos colocarnos de parte de los niños y de la gente sencilla, queremos ver en Jesús, montado sobre un borrico, a nuestro rey y redentor, que por medio de lo que parecía pequeño y humilde, a través del sacrificio y del dolor, alcanzó la gloria suprema y nos conquistó así nuestra salvación. Y con la salvación, la paz y la alegría. Paz y alegría que alcanzarán su plenitud en la otra vida, y que se nos dan ya ahora como gozosa primicia. Por eso los cristianos tenemos motivos más que sobrados para ser los más felices de todos los hombres que viven sobre la tierra, aun en medio del sufrimiento o del fracaso. La victoria que lo decide todo es la que se consigue, con la ayuda de Dios, contra el pecado, contra el mundo y contra el demonio. Por todo ello el que tiene a Dios nada le falta, el que vive en gracia participa ya de la dicha eterna.

1.- «Te ensalzaré, Dios mío, mi rey…» (Sal 144, 1) Es rey no quien dice serlo, sino quien realmente lo es. Es rey el que reina, el que es dueño y soberano en su reino, el que hace y deshace libremente, según decide su voluntad. Es rey, por otra parte, para una determinada persona, aquel a quien se reconoce como dueño y disponedor de la hacienda y de la propia vida.

En ese sentido -en definitiva el único auténtico-, sólo Dios es Rey, así con mayúscula. Él ha sido el creador de cuanto existe bajo el cielo y bajo la tierra. Él es, además, quien mantiene el ritmo y el latido de la vida y de la muerte, quien tiene marcado los límites de las aguas y la ruta de los astros. Tan poderoso es Dios, tan dueño de sus actos, que quiso hacer al hombre un ser libre y lo hizo. Hasta el punto de que su mismo querer, aunque temporalmente, se somete en cierto modo al querer libérrimo del hombre. Éste es el único ser de toda la creación capaz de rebelarse contra Dios y el único capaz de amarle meritoriamente.

«Que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reino…” (Sal 144, 1) Fieles, qué palabra tan maravillosa. Es equivalente a leales, a constantes, a cumplidores de la palabra empeñada, a hombres fuertes que permanecen firmes pase lo que pase, atletas que marchan con ímpetu contra corriente, caballeros de todos los tiempos y todos los lugares. Fieles, vale la pena -repetía hasta la saciedad aquel hombre de Dios, Josemaría Escrivá-. Y qué razón tenía. Leales al Rey de reyes, vasallos insobornables que saben mantenerse en su propia trinchera, también cuando el combate arrecia y la lucha se encona. Saber estar por encima de las modas y al margen del aplauso o los silbidos de la galería, vivir con todas sus exigencias la condición de cristiano, de hombre ungido para el servicio de Dios.

Reino de Cristo que se perpetúa a través de los siglos, Iglesia de Dios que va llenando las páginas de la Historia con la grandeza del don recibido, por encima de las miserias humanas de quienes la formamos. Perdonando y amando, sosteniendo en la lucha heroica de las pequeñas obligaciones de cada día. Bajo la guía de Cristo van saltando a la vida hombres fuertes y honestos, santos escondidos o manifiestos, mártires de sangre que se vierte, o que se quema escondida y en silencio. Reino de Dios que ilumina y salva con el esplendor de su gloria.

3.- «Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros» (Rm 8, 9) Bien sabía el Apóstol cómo pesaba la carne que, con tanta fuerza, le inclinaba al mal. Humildemente confesaba que veía lo que era bueno, pero hacía lo malo. Decía que llevamos en vasija de barro el tesoro de la gracia. También habla del ángel de Satanás que le abofetea y le humilla en su carne. Pero junto a la flaqueza humana está la fuerza divina que se nos infunde en el Bautismo, la gracia de Dios que viene en auxilio de nuestra debilidad. Por eso dice: «el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús, vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros».

«Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis» (Rm 8, 13) Hay que secundar la acción divina. El Señor quiere santificarnos y salvarnos, pero ha de ser con nuestra colaboración. No podemos ser un peso muerto que es preciso levantar a pulso. Hemos de corresponder a su amor. Sí, Él nos extiende los brazos lo mismo que lo hace una madre con su bebé, para abrazarle o para evitar una caída al pequeño. Y si ésta ocurre, le limpia las lágrimas y le anima a seguir…

Así es, en definitiva, nuestra historia de hombres, que queremos vivir según el espíritu, aunque el peso de la carne lo haga difícil. Lo importante es, pase lo que pase, seguir intentándolo, rectificar cuantas veces haga falta. Seguros de que nuestro Padre Dios está junto a nosotros. Para que, a pesar de la ley de la carne que nos frena, podamos volar alto y vivir según el espíritu.

4.- «Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre…» (Mt 11, 25) Muchas veces los evangelistas nos presentan a Jesús en oración. En ocasiones, como en este pasaje, nos refieren el contenido de su plegaria. El Señor, también en esto, es nuestro modelo. Lo primero que podemos aprender de su oración es la frecuencia en hacerla. Por eso también nosotros hemos de orar a menudo, elevar nuestro corazón hasta Dios, para hablarle con sencillez y confianza, con humildad y constancia, y pedirle cuanto necesitemos, o cuanto necesitan los demás, en especial esos que se encomiendan a nuestras oraciones, o por los que tenemos más obligación de rezar. Y, además de pedir, también agradecer. Son tantos los beneficios que nuestro Padre Dios nos otorga, que deberíamos estar siempre dándole gracias desde lo más íntimo de nuestro ser. Por otra parte, la oración de gratitud es la más agradable a los ojos de Dios. En ella proclamamos su bondad y su soberanía, reconocemos que cuanto tenemos, de Él lo hemos recibido y a Él hemos de consagrarlo.

Parece un contrasentido lo que en esta ocasión dijo Jesús. Resulta que los sabios no entenderán nada. Quizá sepan explicar el porqué de muchas cuestiones, relacionadas incluso con el misterio de Dios, pero en realidad no llegarán a comprenderlas, a descubrir el profundo sentido que arrebata el espíritu y lo eleva sobre todo lo material. En cambio, la gente humilde y sencilla descubre el poder y el amor de Dios, es partícipe de los más grandes misterios que nunca, por sus solas fuerzas, puede alcanzar el hombre. Así lo ha querido Dios. Ojalá sepamos reconocer nuestra pequeñez y limitación, ojalá seamos sencillos y humildes. Sólo entonces descubriremos la grandeza del Señor, y experimentaremos la dicha de amarlo.

Jesús se pone como modelo y confiesa con llaneza y claridad su mansedumbre y su humildad. Aprended de mí, nos dice. Si conseguimos aprender esa primera y sencilla lección de Jesucristo, hallaremos el descanso y la paz. Todo será entonces soportable, hasta la mayor preocupación y el más grande agobio se disipará si nos abandonamos, como niños en los brazos de nuestro Padre Dios.

Antonio García Moreno

El hatillo de la vida

1.- Todos tenemos la experiencia del cansancio, de estar hartos. Todos hemos tenido la tentación de tirar la toalla: el ama de casa, el padre de familia, el profesional, el que se dedica a la enseñanza, el cura. Todos hemos deseado un rincón donde acurrucarnos, cerrar los ojos y aislarnos de todo y de todos. De nuestros problemas y de los problemas de los demás.

Nuestro viejo motor comienza a resoplar con fuerza, llora con el esfuerzo, no tiene la alegría del motor recién estrenado que se traga los kilómetros sin sentir. Todo traquetea y parece que nos vamos a desencuadernar

2.- Jesús pasa por el camino de la vida tratando de animar a los que estamos cansinamente sentados en la cuneta, cansados de haber hecho tanto tan inútilmente. O cansados de no hacer nada, que es lo que más cansa.

Jesús nos dice que nuestro cansancio viene del corazón, que se nos ha envejecido por la falta de alimento apropiado. Tal vez tenemos la cabeza llena de conocimientos, hasta de religión, de teología o liturgia, nos sabemos todo lo que dice el Papa y tenemos la sensación de que lo sabemos todo, suficiente para juzgarlo todo y condenarlo. Y eso nos produce al tiempo desaliento… En realidad, sabemos mucho pero no hemos asimilado nada.

Tal vez somos como esos sabios y entendidos del mundo a los que Dios se oculta, como aquellos fariseos que sabían del Antiguo Testamento y de la Ley mucho más que los Apóstoles. Tal vez tenemos una indigestión de conocimientos pseudoreligiosos, que al fin no nos produce más que malestar, porque no es el mucho saber lo que lleva Dios, sino el saborear y el saborear lo da Dios y lo da a los sencillos, a los que no pretenden saberlo todo o estar en la plena posesión de la verdad, a los que se sienten pobres.

San Ignacio dice en el Ejercicios que no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir internamente de las cosas de Dios. Y ese sentir se lo da Dios a quien reconoce que Dios “no se le sabe” leyendo y discutiendo, sino se le sabe tomando el sol de Dios de rodillas.

Es la experiencia íntima de Dios la que da la energía a nuestro cansado corazón, la que da alegría a nuestro viejo motor, la que nos hace levantarnos de la cuneta y seguir caminando con ilusión.

3.- Y ese Señor que quiere animar a los que estamos cansados y agobiados sentados en la cuneta de la vida, no se agacha a tomar nuestro hatillo para ayudarnos, nos dice que lo tomemos nosotros, que ese hatillo de la vida es yugo y carga ligera.

Es yugo ligero porque en religión nada se mueve sino es por amor y cuando hay amor todo es ligero. De eso sabéis mucho las madres, que si los largos años de criar y educar a los hijos os ha parecido carga, pero al fin ha sido suave por el cariño con que lo habéis hecho.

El yugo ligero por eso porque es yugo que se lleva entre dos, ya que el Señor camina hombro con hombro con nosotros, haciendo con nosotros camino, haciendo nuestro mismo camino y llevando nuestro mismo yugo.

Y es yugo ligero si sabemos compartir las cargas con los demás como hermanos. Y así tocaremos a menos.

Tomemos el hatillo de la vida y pongámoslo con alegría e ilusión sobre los hombros sabiendo que el Señor va a dar energía a nuestro corazón para hacer junto a Él el camino de la vida: no nos pide más que sencillez y amor.

José María Maruri, SJ

Aprender de los sencillos

Jesús no tuvo problemas con las gentes sencillas del pueblo. Sabía que le entendían. Lo que le preocupaba era si algún día llegarían a captar su mensaje los líderes religiosos, los especialistas de la ley, los grandes maestros de Israel. Cada día era más evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos los dejaba indiferentes.

Aquellos campesinos que vivían defendiéndose del hambre y de los grandes terratenientes le entendían muy bien: Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores. Los enfermos se fiaban de él y, animados por su fe, volvían a creer en el Dios de la vida. Las mujeres que se atrevían a salir de su casa para escucharle intuían que Dios tenía que amar como decía Jesús: con entrañas de madre. La gente sencilla del pueblo sintonizaba con él. El Dios que les anunciaba era el que anhelaban y necesitaban.

La actitud de los «entendidos» era diferente. Caifás y los sacerdotes de Jerusalén lo veían como un peligro. Los maestros de la ley no entendían que se preocupara tanto del sufrimiento de la gente y se olvidara de las exigencias de la religión. Por eso, entre los seguidores más cercanos de Jesús no hubo sacerdotes, escribas o maestros de la ley.

Un día, Jesús descubrió a todos lo que sentía en su corazón. Lleno de alegría le rezó así a Dios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».

Siempre es igual. La mirada de la gente sencilla es, de ordinario, más limpia. No hay en su corazón tanto interés torcido. Van a lo esencial. Saben lo que es sufrir, sentirse mal y vivir sin seguridad. Son los primeros que entienden el evangelio.

Esta gente sencilla es lo mejor que tenemos en la Iglesia. De ellos tenemos que aprender obispos, teólogos, moralistas y entendidos en religión. A ellos les descubre Dios algo que a nosotros se nos escapa. Los eclesiásticos tenemos el riesgo de racionalizar, teorizar y «complicar» demasiado la fe. Solo dos preguntas: ¿por qué hay tanta distancia entre nuestra palabra y la vida de la gente? ¿Por qué nuestro mensaje resulta casi siempre más oscuro y complicado que el de Jesús?

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XIII de Tiempo Ordinario

      “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?” Llevamos escuchando estas palabras de Jesús desde hace siglos y no termino de entender bien por qué damos por supuesto que nosotros sí podemos guardar luto porque el novio no está con nosotros. Y no termino de entender porque durante tanto tiempo, pasados y presentes, y para tantos y tantas, la vida cristiana (estar invitados a la boda) es algo triste y oscuro, algo que se parece mucho más a un velatorio, a un funeral prolongado, que a una vida, que es la fiesta de la vida, de la alegría. 

      No creo estar diciendo nada fuera de lugar. Demasiadas veces me encuentro con gente que, cuando habla de seguir a Jesús, de ser cristiano, subraya casi exclusivamente los aspectos más negativos de todo. Para ellos ser cristiano es vivir de acuerdo con un estricto código moral con muchas normas y todas obligatorias bajo pena de pecado. Ser cristiano es la obligación –siempre la obligación– de ir a misa los domingos. Parece que ser cristiano es como vivir en una cuaresma permanente en la que hay que meditar continuamente en el pecado que cometemos, en lo malos que somos, en lo mucho que sufrió Jesús por nuestros pecados, que parece que son tantos que nunca fue suficiente su sufrimiento para salvarnos y necesitamos seguir dándonos golpes en la espalda. Hasta ahora, envueltos en la pandemia provocada por el covid-19, algunos habrán aprovechado la oportunidad para pensar que es un castigo de Dios o que es la consecuencia de maltratar la naturaleza, que también nos castiga. 

      Y digo yo que el novio está con nosotros. Que la resurrección significa esa presencia gozosa de Jesús en medio de nosotros. Y con él, está presente el amor de Dios, y su misericordia, y su abrazo de paz, y el regalo de su esperanza. Lo más importante de la misa –mejor llamarla “eucaristía” (acción de gracias)– no es que sea obligatoria y que si no voy todos los domingos cometo pecado sino que es mi oportunidad para encontrarme con mis hermanos de comunidad, de compartir la fe, de escuchar la Palabra y compartir el Pan, de cantar y agradecer. Porque la eucaristía no es un funeral ni algo triste y aburrido sino una celebración, una fiesta (otra cosa es que los sacerdotes y los fieles estén muchas aconchabados para convertirla en uno de los momentos más aburridos del día). Y que lo del código de normas morales es lo menos importante porque lo más importante para los seguidores de Jesús es amar. Es verdad que amar lleva consigo algunas veces sufrir pero sólo algunas veces porque amar siempre es gozar y disfrutar y vivir en plenitud.  

      Estamos en los tiempos nuevos. Para seguir con la imagen del Evangelio, se llevaron al novio pero ya nos lo devolvieron. Y estamos alegres y vivimos llenos de esperanza y nos amamos unos a otros como él nos amó. Lo propio de la vida cristiana es la Pascua, no la Cuaresma. Y la Semana Santa puede estar llena de celebraciones oscuras y dolorosas por lo que se recuerda. Es verdad. Pero no hay que olvidar que sabemos como termina –como terminó de hecho en la historia–: con la resurrección de Jesús. 

      Conclusión: vamos a celebrar cada día que Dios nos regale de vida “porque el novio está con nosotros”. Y para siempre. 

Fernando Torres, cmf