Vísperas – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XIV TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ahora que la noche es tan pura,
y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.

Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.

Dime quién eres tú que andas sobre la nieve;
tú que, al tocar las estrellas, las haces palidecer de hermosura;
tú que mueves el mundo tan suavemente,
que parece que se me va a derramar el corazón.

Dime quién eres; ilumina quién eres;
dime quién soy también, y por qué la tristeza de ser hombre;
dímelo ahora que alzo hacia ti mi corazón,
tú que andas sobre la nieve.

Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sostenme entre tus manos, sostenme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44:

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 2, 13

No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y digámosle suplicantes:

Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

Señor Jesús, haz que todos los hombres se salven
— y lleguen al conocimiento de la verdad.

Guarda con tu protección al papa y a nuestro obispo,
— ayúdalos con el poder de tu brazo.

Ten compasión de los que buscan trabajo,
— y haz que consigan un empleo digno y estable.

Sé, Señor, refugio del oprimido
— y su ayuda en los momentos de peligro.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para bien de tu Iglesia:
— que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus pobres siervos, hemos realizado hoy, al llegar al término de este día, acoge nuestra ofrenda de la tarde, en la que te damos gracias por todos los beneficios que de ti hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que, quienes han sido librados de la esclavitud del pecado, alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Mateo 9,18-26
Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postraba ante él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá.» Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: « ¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: « ¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él. Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y esta noticia se divulgó por toda aquella comarca. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos lleva a meditar dos milagros de Jesús a favor de dos mujeres. El primero fue a favor de una mujer considerada impura por una hemorragia irregular, que padecía desde hacía doce años. El otro, a favor de una muchacha que acababa de fallecer. Según la mentalidad de la época, cualquier persona que tocara la sangre o un cadáver era considerada impura y quien la tocaba, quedaba impuro/a. Sangre y muerte ¡eran factores de exclusión! Por esto, esas dos mujeres eran personas marginadas, excluidas de la participación en comunidad. Quien las tocara, quedaría impuro/a, impedido/a de participar en la comunidad y no podía relacionarse con Dios. Para poder ser readmitida en la plena participación comunitaria, la persona tenía que pasar por el rito de la purificación, prescrito por las normas de la ley. Ahora, curando a través de la fe la impureza de aquella señora, Jesús abrió un camino nuevo para Dios, un camino que no dependía de los ritos de purificación, controlados por los sacerdotes. Al resucitar a la muchacha, venció el poder de la muerte y abrió un nuevo horizonte para la vida.
• Mateo 9,18-19: La muerte de la muchacha. Mientras Jesús estaba hablando, un jefe del lugar vino a interceder para su hija que acababa de morir. El pide a Jesús que fuera a imponer la mano a la muchacha, “y ella vivirá”. El jefe cree que Jesús tiene el poder de devolver la vida a la hija. Señal de mucha fe en Jesús, de parte del padre de la muchacha. Jesús se levanta y va con él, llevando consigo a que siguen: la curación de la mujer con doce años de hemorragia y la resurrección de la muchacha. El evangelio de Marcos presenta los mismos dos episodios, pero con muchos detalles: el jefe se llamaba Jairo, y era uno de los jefes de la sinagoga. La muchacha no estaba muerta todavía, y tenía doce años, etc. (Mc 5,21-43). Mateo abrevió la narración tan viva de Marcos.
• Mateo 9,20-21: La situación de la mujer. Durante la caminada hacia la casa del jefe, una mujer que sufría desde hacía doce años de hemorragia irregular, se acerca a Jesús en busca de curación. ¡Doce años de hemorragia! Por esto vivía excluida, pues, como dijimos, en aquel tiempo la sangre volvía impura a la persona. Marcos informa que la mujer se había gastado todo su patrimonio con los médicos y, en vez de estar mejor, estaba peor (Mc 5,25-26). Había oído hablar de Jesús (Mc 5,27). Por esto, nació en ella una nueva esperanza. Decía: “Con sólo tocar su manto me salvaré”. El catecismo de la época mandaba decir: “Si toco su ropa, quedo impuro”. La mujer pensaba exactamente lo contrario. Señal de mucho valor. Señal de que las mujeres no estaban del todo de acuerdo con todo lo que las autoridades religiosas enseñaban. ¡La enseñanza de los fariseos y de los escribas no consiguió controlar el pensamiento de la gente! ¡Gracias a Dios! La mujer se acercó a Jesús por detrás, tocó su manto, y quedó curada.
• Mateo 9,22: La palabra iluminadora de Jesús. Jesús se da la vuelta y, viendo a la mujer, declara: “¡Animo, hija! Tu fe te ha salvado.” Frase breve, pero que deja transparentar tres puntos muy importantes: (a) Al decir “Hija”, Jesús acoge a la mujer en la nueva comunidad, que se formaba a su alrededor. Ella deja de ser una excluida. (b) Acontece de hecho aquello que ella esperaba y creía. Queda curada. Muestra esto, de que el catecismo de las autoridades religiosas no era correcto y que en Jesús se abría un nuevo camino para que las personas pudiesen obtener la pureza exigida por la ley y entrar en contacto con Dios. (c) Jesús reconoce que, sin la fe de aquella mujer, él no hubiera podido hacer el milagro. La curación no fue un rito mágico, sino un acto de fe.
• Mateo 9,23-24: En la casa del jefe. En seguida, Jesús va para la casa del jefe. Viendo el alboroto de los que lloraban por la muerte de la muchacha, Jesús manda que todo el mundo salga de la casa Dijo: “La muchacha no ha muerto. ¡Está dormida!”. La gente se ríe, porque sabe distinguir cuando una persona está dormida o cuando está muerta. Para la gente, la muerte era una barrera que nadie podía superar. Es la risa de Abrahán y de Sara, esto es, de los que no consiguieron creer que nada es imposible para Dios (Gn 17,17; 18,12-14; Lc 1,37). Las palabras de Jesús tienen un significado más profundo aún. La situación de las comunidades del tiempo de Mateo parecía una situación de muerte. Ellas también tenían que oír: “¡No es muerte! ¡Ustedes están durmiendo! ¡Despiértense!”
• Mateo 9,25-26: La resurrección de la muchacha. Jesús no dio importancia a la risa del pueblo. Esperó que todos estuvieran fuera de la casa. Luego entró, tomó a la muchacha por la mano y se levantó. Marcos conserva las palabras de Jesús: “Talita kúmi!”, lo que quiere decir: Muchacha, ¡levántate! (Mc 5,41). La noticia se esparció por toda aquella región. Y la gente creyó que Jesús es el Señor de la vida que vence la muerte. 

4) Para la reflexión personal

• Hoy, ¿cuáles son las categorías de personas que se sienten excluidas de la participación en la comunidad cristiana? ¿Cuáles son los factores que hoy causan la exclusión de tantas personas y le dificultan la vida tanto en familia como en la sociedad?
• “La muchacha no ha muerto. ¡Está dormida!” ¿Estás durmiendo? Pues, ¡despierta! Este es el mensaje del evangelio de hoy. ¿Qué me dice a mí? ¿Soy de aquellos que se ríen? 

5) Oración final

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre;
todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.
Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites. (Sal 145,1-3)

Salió el sembrador a sembrar

En la homilía de este domingo yo reflexionaría sobre dos puntos, íntimamente relacionados entre sí: la riqueza de la Palabra de Dios que proclamamos (la semilla),  y las diversas posturas de vida del oyente ante la palabra recibida (los distintos terrenos de la parábola). 

La riqueza de la Palabra: la semilla y la lluvia y la nieve

Jesús compara a la Palabra de Dios con la semilla. La semilla es promesa de vida futura; en ella, tan pequeña, se aprieta y comprime la vida que, al tras el pasaje a través de la muerte, se despliegará y dará mucho fruto (Jn 12, 24). De acuerdo a su ritmo preciso, se formará el tallo, la espiga y el grano. Y, luego, el pan. 

Nuestras palabras no son simples sonidos vacíos que emitimos; cada una de ellas son nuestra intimidad manifestada y entregada; en ellas, apretamos puñados de nuestra intimidad recóndita y –al hablar- la manifestamos y compartimos con quien nos escucha. ¡Cuánta vida comprimida y apretada hay en un “te quiero”  o en un “te odio”…¡ Nuestras palabras tienen mucha entraña.

Jesús es la Palabra del Padre. San Juan nos habla de su riqueza entrañable: “la Palabra era Dios”, “todo existió por medio de ella”, “en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”, “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Cfr Jn 1).

Jesús es siempre Palabra del Padre, así lo enseña a los suyos: “El que no me ama no guarda mis palabras.   La palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn 14, 24). Él es siempre revelación, buena noticia. Y cuando Jesús, la Palabra encarnada habla, entonces Dios se nos dice abiertamente hasta el punto de que si amamos a Jesús y cumplimos su Palabra, entonces –asegura Jesús- “mi padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

El profeta Isaías (1ª lectura) asemeja la Palabra de Dios a la lluvia y a la nieve que bajan del cielo y empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar. Este es el “encargo” de la lluvia y de la nieve. Del mismo modo, la Palabra de Dios no vuelve a él vacía, sino que hace su voluntad y cumple su encargo que es dar vida.

La diversidad de terrenos

 Jesús observa los diversos terrenos donde solía caer la semilla: al borde del camino, el terreno pedregoso, entre zarzas, en tierra buena. Él mismo indica el significado de cada uno de estos terrenos y por qué la semilla se malogra en ellos o da fruto abundante.

Cuidados para mejorar la tierra.

  • Los campesinos, año tras año, cuidan sus tierras: quitan las malas hierbas, sacan las piedras, remueven la tierra y la abonan. El creyente ha de cuidar también con esmero su tierra, es decir su capacidad de escucha evitando los ruidos que apagan la voz de Dios. Sobre todo, ha de crear un clima de silencio interior allí donde Dios habla. Hay que escuchar con corazón sencillo, con la docilidad de discípulo y “guardar” la Palabra que implica abrazarla, cuidarla, respetarla y agradecerla.
  • Recibida la Palabra de Dios en nuestra tierra, desentrañarla en silencio orante para poder escuchar la riqueza latente de lo que hoy nos dice el Señor.
  • Finalmente, al estilo de María y ayudados por el Espíritu Santo: encarnar la Palabra de Dios en nuestras propias entrañas, que son –ni más ni menos, que- nuestra vida.

Para terminar

Que nuestra homilía de este domingo:

  • Inicie a la comunidad cristiana en el reconocimiento y aceptación de la insondable riqueza de la Palabra a Dios.
  • Ayude a reconocer qué tipo de terreno somos cada uno, y cuáles debieran ser los cuidados de nuestra tierra para que dé más fruto.

Fr. Luis Carlos Bernal Llorente O.P.

Comentario – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

Jesús alterna encuentros colectivos e individuales sin solución de continuidad. Le vemos rodeado por la multitud, dirigiendo la palabra a grupos numerosos, pero también atendiendo a la persona que se le acerca para solicitar un favor. Es lo que se pone de relieve en el pasaje evangélico al que hoy nos enfrentamos. Mientras Jesús hablaba (se supone que a un grupo de personas), se acercó a Jesús un personaje, que se arrodilló ante él y le dijo: Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza y vivirá.

El término empleado por Mateo da a entender que el personaje que se acerca a Jesús es alguien que ocupa un alto rango en el escalafón social. Pero en su presencia no deja de ser sino un «mendicante» que implora un beneficio del posible benefactor. Por eso, adoptando esta actitud se arrodilla ante él. Se trata de su hija, una hija a la que acaba de perder. Puede que la hija sea su mayor tesoro. Por ella estaría dispuesto a darlo todo. Aquel hombre muestra una gran confianza en Jesús y en su poder de sanación; pero entiende que semejante acto requiere proximidad y contacto. Por eso reclama su presencia: ven, le dice, ponle la mano en la cabeza y vivirá. Bastará este contacto milagroso para que su hija recupere la vida que acaba de perder. Es esta convicción la que la ha llevado ante él.

Una convicción similar muestra tener esa mujer enferma de hidropesía, una mujer que padecía desde hacía doce años hemorragias frecuentes y que, pensando que bastaría con tocarle el manto para curarse, se acercó por detrás a Jesús y le tocó. Aquel mínimo contacto con lo más exterior del Maestro, el manto con el que se cubría, la curó realmente; y Jesús refrenda el hecho con sus palabras, porque dirigiéndose a esta mujer que quería pasar inadvertida, le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado. De nuevo la fe y su extraordinario poder. Pero no era sólo la fe, sino la fe y el contacto con el sanador. La fe le había acercado a Jesús y de éste había salido la fuerza curativa que le proporciona la salud. No hay milagro sin fe, pero tampoco hay milagro sin Dios; la misma fe que opera el milagro es fe en el poder de Dios que se deja ver en sus mediaciones y mediadores.

Pero Jesús continúa su camino porque tiene otra cita y otro compromiso; y llegado a la casa del personaje que había solicitado angustiosamente su presencia, se encuentra el alboroto de la gente. Jesús les echa fuera afirmando que la difunta no está muerta, sino dormida. Ello provocó la risa desatada y burlona de los presentes. Pero él, entrando en la estancia de la niña, la tomó de la mano y al instante ella se puso en pie, recuperando la vida. La noticia se divulgó por toda la comarca, y no era para menos; a Jesús no se le resistía siquiera la muerte, pues no sólo curaba a los enfermos, sino que resucitaba a los muertos, permitiéndoles recuperar la vida perdida. Eran hechos tan asombrosos que tenían que suscitar necesariamente preguntas de este cariz: ¿Quién es éste que hasta la enfermedad y la muerte le obedecen? ¿Quién es éste que tiene en su poder no sólo curar a un enfermo, sino devolver la vida a un muerto?

Es Jesús de Nazaret, que pasa, le responden sus acompañantes a aquel ciego que, al oír el alboroto del gentío, pregunta. Lo que quizá no supieran aún con claridad es que ese Jesús era nada menos que el Verbo encarnado o el Hijo de Dios hecho hombre. Sólo esto podía explicar suficientemente el asombro que tales obras provocaban en las gentes sencillas que no hallaban explicación para las mismas. Pidamos al Señor que mantenga nuestra capacidad de asombro ante todos esos fenómenos que nos transcienden, porque superan nuestra ciencia y nuestra técnica.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

117. El Obispo y las autoridades públicas.

El ministerio pastoral y también el bien común de la sociedad exigen normalmente que el Obispo mantenga relaciones directas o indirectas con las autoridades civiles, políticas, socio-económicas, militares, etc.

El Obispo ha de cumplir dicha tarea de modo siempre respetuoso y cortés, pero sin jamás comprometer la propia misión espiritual. Mientras nutre personalmente y transmite a los fieles un gran aprecio por la función pública y ora por los representantes de la autoridad pública (cf. 1 P 2, 13-17), no consienta restricciones a la propia libertad apostólica de anunciar abiertamente el Evangelio y los principios morales y religiosos, aun en materia social. Dispuesto a alabar el esfuerzo y los auténticos logros sociales, lo esté igualmente para condenar toda ofensa pública a la ley de Dios y a la dignidad humana, obrando siempre de modo que no dé a la comunidad ni la mínima impresión de entrometerse en esferas que no le competen o de aprobar intereses particulares.

Los presbíteros, los consagrados y los miembros de las Sociedades de vida apostólica deben recibir del Obispo ejemplo de conducta apostólica, para poder también ellos mantener la misma libertad en el propio ministerio o tarea apostólica.

Homilía – Domingo XV de Tiempo Ordinario

1.- Una Palabra eficaz (Is 15, 10-11)

Un breve texto de Isaías, centrado en la palabra de Dios. Una cualidad destacada: su eficacia: «No volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo».

Una imagen agrícola sugerente: la lluvia. De la Palabra, la imagen de la lluvia sugiere origen y destino: el cielo; sugiere su arraigo: la tierra; sugiere su proceso: «Empaparla, fecundarla, hacerla germinar»; sugiere su provechosa finalidad: «Dar semilla al sembrador y pan para el que come».

Son todos ellos rasgos que, de la imagen, pasan a la Palabra: Viene de Dios y a Dios retorna, una vez que ha cumplido su misión. Unos destinatarios que, «como tierra reseca, agostada y sin agua» están a la espera de ser también empapados por una lluvia abundante. No es ajena la lluvia de la Palabra a la sequedad del corazón del hombre que ansia «ser llovida». Llegada de la Palabra a la tierra del corazón. Realización de un misterio de germinación u crecimiento.

La Palabra en el corazón: Alimento para preguntas que sin ella, quedarían en el misterio de un hambre humana insaciada. Se da la mutua atracción entre corazón humano y Palabra. La Palabra-lluvia para el corazón-sequía… Gozoso anuncio de un cabal cumplimiento. Mutua atracción así descrita en nuestro soneto: «En el silencio de mi noche oscura/ atisbo la palabra de tu boca,/ que hace tu encarno y nunca se equivoca,/ sembrando de prodigios
su andadura».

 

2.- Todos y todo, salvados (Rom 8, 18-23)

La salvación del Señor es universal: su destino son todos y todo. Toda la humanidad y la creación entera. Una salvación cósmica que tiene trazado el camino en la comunidad sufriente de los discípulos. Unos «trabajos, sin embargo, que no pesan tanto como la gloria que se revelará».

Porque esa gloria no se limita a ser una recompensa moral por los trabajos sufridos. Es una gloria/meta del conjunto de la creación, que asume en su caminar los trabajos realizados y sufridos por los hombres. Será «la plena manifestación de los hijos de Dios» la que colmará la expectativa de toda la creación. Una especie de regocijo cósmico por una humanidad salvada.

Pero hay aún más. La creación no es sólo testigo de la salvación humana; es testigo, pero es ella también sujeto: «Sometida a la frustración, con la esperanza de verse libre de la esclavitud de la corrupción». Los horizontes se ensanchan hacia un futuro plenamente liberado. El final no será aniquilamiento; será plenificación. El destino de todo lo creado es «entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios». Creación y salvación unidas en el designio de Dios.

El camino hacia esa meta es de engendramiento doloroso Una «creación entera, gimiendo toda ella con dolores de parto». Una creación incompleta e imperfecta tendiendo dolorosamente a su plenitud; una creación inacabada con señales escandalosas de imperfección… Pero, «una creación aguardando», acompañando a los redimidos en el gemido interior. Costará, pero, por la fuerza del Espíritu, también será redimido el cuerpo, esa parte de una creación material, toda ella expectante. Una creación dinámica, en camino permanente hacia la plenitud de Dios.

 

3.- La palabra eficaz y la tierra buena (Mt 13, 1-23)

Inicio de la sección de las parábolas en Mateo: el sembrador. Una especie de contrapunto a la eficacia de la Palabra en la imagen de Isaías. Isaías, puesto del lado de la Palabra, la compara con ¡a lluvia; Mateo, puesto del lado del creyente, la compara con la tierra. La semilla, la lluvia y la tierra…, y, en medio la sementera.

En el caso de Isaías, el proceso es fulminante: «No volverá a mí vacía»; en caso de Mateo, el proceso es lento y laborioso, como el de una sementera, a la que acecha el fracaso del vacío.

En las dos lecturas, la Palabra. Cuando ha caído en tierra buena, fecundada por la lluvia, produce el ciento por uno. Es la Palabra que se ha tornado eficaz, produciendo la alegría de la cosecha.

No basta con que haya sembrador y haya semilla, y la lluvia no niegue su presencia… El crecimiento de la Palabra no se encuentra asegurado de una manera automática. Es preciso contar con la suerte de la tierra. En ella existen tropiezos para el natural crecimiento: las piedras de los caminos, los zarzales sofocantes, las malas hierbas tenaces… ¡Que la tierra puede impedir la eficacia de la Palabra! No estamos frente a un crecimiento que fuera incondicional. Sólo en la tierra que es buena alcanza la sementera la abundancia de sus frutos… ¡Que «no es lo mismo predicar que dar trigo»!

La semilla del Reino

En el silencio de mi noche oscura
atisbo la palabra de tu boca,
que hace tu encargo y nunca se equivoca,
sembrando de prodigios su andadura.

Ella sacó a Israel de su presura,
hizo brotar el agua de la roca
y hará que mi esperanza, tibia y poca,
sea colmada, Señor, por tu largura

Sé que el mundo en tensión aguarda el ciento
por uno de mi humilde labrantío,
pendiente de tu lluvia y de tu nieve.

Si del dolor depende el rendimiento,
en vez de sol y lluvia, dale frío
y sequedad, para que el ciento lleve…

 

Pedro Jaramillo

Mt 13, 1-23 (Evangelio – Domingo XV de Tiempo Ordinario)

La Palabra de Dios, semilla que engendra

La parábola del sembrador y su explicación abre estos domingos de lectura continua en los que se nos van a presentar distintas parábolas, que Mateo concentra precisamente en el c. 13. Podemos decir también que esta es una parábola ecológica, por sus símbolos. La semilla que cae en distintas tierras, que después se compara con distintas actitudes, debe ser la Palabra de Dios que conduce nuestra historia, que crea una relación hermosa y llena de sentido.

Cuando la historia no se contempla desde el horizonte de la Palabra de Dios, entonces todo se resiste a la armonía, a la fraternidad, a la paz, e incluso a la calidad de vida digna para todos. En todo caso, Jesús, con su parábola -ya que la explicación probablemente procede de la iglesia primitiva que era más timorata-, intentaba decir que, pase lo que pase, la Palabra de Dios siempre produce fruto; basta acogerla desde nuestras posibilidades. Unas veces producirá más y otras menos, pero siempre será luz de nuestra vida. Porque en esto de la luz, de la gracia y de la salvación, la cantidad no cuenta de verdad.

Es muy probable que haya sido la iglesia posterior y su moralismo excesivo, la que se haya propuesto acentuar eso de la cantidad como un perfeccionamiento anhelado, y así se refleja en la explicación de la parábola, donde ya todo se centra en el campo que acoge, no en la semilla. Sin embargo, el profeta de Nazaret era menos perfeccionista y quería trasmitir una confianza inaudita en la fuerza de Dios que nos llega por la palabra profética y por la parábola profética del sembrador. El sembrador sabe que no todo lo que siembra se recoge al final, sino que siendo más realista confía «en conjunto» en la semilla que esparce, es decir, en la palabra que ilumina y que salva.

Cuando alguien solamente ha podido entregar el 20, o el 60 de su vida (incluso el 30 y el 40), Dios no lo desprecia, sino que lo tiene muy en cuenta. Su amor a los hombres y mujeres que viven en este mundo no le hace despreciar lo que su amor engendra, aunque sea una mínima parte de lo que debería haber sido. Porque para Jesús, en este caso, se trataba de poner de manifiesto la fuerza de la semilla, de la palabra, del evangelio de vida. Porque sin esa semilla, sin esa palabra de gracia y de buenas noticias, no hay manera de que los seres humanos se puedan fiar de Dios y serle fieles. Jesús está sembrado, en esta parábola “el evangelio” frente a le Ley (la Torá). Con el evangelio se entiende que la semilla es gracia; con la ley, lo que vale es la ”producción” en cantidades semejantes a la inversión.

Rom 8, 18-23 (2ª lectura Domingo XV de Tiempo Ordinario)

Una ecología teológica

La IIª Lectura nos muestra unos de esos textos que podemos llamar actualmente «ecológicos». Sabemos que la ecología está siendo campo de batalla de numerosas ideologías contrapuestas y contradictorias. Pablo, con el lenguaje de la apocalíptica, al que era tan cercano como buen judío, nos presenta la suerte del mundo, de la creación, unida estrechamente a la suerte de los hombres y de su redención. No es un texto negativo, como a veces le han reprochado. Ya Teilhard de Chardin había hecho una lectura muy positiva, no solamente válida, con su “himno a la materia”, en la línea de la esperanza de redención de todo el universo. Este mundo de la creación no puede estar llamado a lo obsoleto. San Pablo está usando el término ktisis, que viene a significar la creación, la materia como misterio en el que subsistimos en este mundo.

La verdad es que, en este mundo, la obra de Dios es para el hombre, está en sus manos, pero ¿qué estamos haciendo de este mundo nuestro? La creación también tiene que consumarse en la liberación; lo que ha formado parte de nuestra historia, de nuestro ser, anhela gracia y salvación. Es verdad que para los que conciben el mundo y la creación solamente como «naturaleza», esto es un antropomorfismo; pero, en todo caso, en nuestra redención personal y comunitaria, el mundo, el arte, la música, el cielo, la tierra, el sol… todo adquirirá sentido, todo es anhelo de dolores de parto para vivir en una armonía que está verdaderamente en las manos de Dios.

Es muy probable que detrás de este texto exista una reflexión teológica del mismo judaísmo sobre Gn 3 y las consecuencias del pecado de la humanidad, del hombre creado a imagen y semejanza de Dios y las consecuencias para el mundo. Pablo quiere hacer una lectura nueva desde Cristo. El pecado de la humanidad no queda solamente en el ámbito de lo interior, sino que lo exterior, la naturaleza, se resiente si el hombre no sabe llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado. Porque la humanidad está llamada a un estado de paz con la naturaleza, pero cuando la humanidad se aleja del proyecto divino de justicia, de armonía, de paz, entonces, las guerras o la acumulación de bienes de unos pocos se refleja en la misma naturaleza. La creación, no lo olvidemos, está ligada al destino del hombre. Ahí está la fuerza argumentativa de la verdadera ecología teológica.

Is 55, 10-11 (1ª lectura – Domingo XV de Tiempo Ordinario)

La palabra profética, transforma la historia humana

El libro de Isaías, o mejor dicho, el Deuteroisaías (40-55), termina con un capítulo de altos contenidos teológicos que podemos interpretarlo como «la fuerza de la palabra de Dios que cambia la historia», que hace historia, que no se limita a los ámbitos espirituales, aunque estos son su ser natural. Efectivamente, el texto de la Iª Lectura de hoy forma parte de ese capítulo del que hablamos; sus imágenes, los símbolos que se usan, ponen de manifiesto esta teología sobre la fuerza de la palabra profética como Palabra de Dios. Lo que se quiere poner de manifiesto es la dimensión creadora y transformadora de la Palabra de Dios.

Sabemos que los profetas de Israel y Judá han marcado la religiosidad de su época y por eso su mensaje sigue siendo para nosotros un mensaje de alternativa. La Palabra de Dios que viene sobre el pueblo desencadena juicio y salvación a la vez. En el texto de hoy nos encontramos con la singularidad de que la Palabra de Dios, como la lluvia y la nieve, no vuelven a lo alto de vacío; así sucede con la Palabra de Dios que se hace presente por medio de sus profetas. Los corazones, es decir, las personas, reciben lluvia y nieve espirituales de la palabra de los profetas que interpretan la voluntad de Dios en la historia personal y comunitaria.

Eso no quiere decir que todos los acontecimientos de la historia están desencadenados por la Palabra de Dios, y en eso deberemos tener cuidado para no caer en fundamentalismos; pero la Palabra divina salva, anima, consuela, juzga las injusticias y a los poderosos. Esa palabra llega de muchas formas y maneras por medio de los que han puesto su confianza en Dios. Y desde esa confianza y energía, Dios actúa en la historia. Por eso, el compromiso de los que cuentan con Dios en sus vidas no debe reducirse al ámbito personal-espiritual. El mundo, la sociedad, las instituciones de justicia y de altas decisiones no deberían hacer oídos sordos a los «profetas» de salvación y de gracia.

Comentario al evangelio – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

Existe siempre una cierta desproporción entre lo que los demás ven de nosotros y lo que nos mueve más profundamente; entre lo que otros piensan que merecemos y lo que Dios nos concede merecer. En ocasiones, dicha desproporción resulta enorme, prácticamente insalvable. De modo diverso, las lecturas de la liturgia de hoy nos hacen conscientes de este contraste para invitarnos a mirar allí donde Dios mira, allí donde Dios nos mira.

Cuando los hombres más lúcidos de Israel contemplaban a su pueblo, les era muy difícil no reparar en esa infidelidad recurrente que parecía transmitirse como una maldición de generación en generación. Era un pueblo al que se le había brindado una experiencia de Dios más profunda que a ningún otro y, sin embargo, andaba errante, volviendo el rostro a Yhwh, como el adúltero que, teniendo el amor en casa, se derrama sin sentido en otros lechos. El profeta Oseas refleja esta visión en su versión más exacerbada, presentando a Israel como una prostituta que, aun habiendo encontrado marido, vuelve continuamente por sus fueros.

Dios no es ajeno al desprecio de su pueblo pero, contra todo pronóstico, lo mira desde otro lugar. De hecho, es Dios mismo quien insta a Oseas a desposar a la ramera y, cuando ella reincide en sus antiguas costumbres, le hace la promesa que escuchamos hoy en la primera lectura. Porque Él ve a su pueblo como una mujer hermosa con la que aún puede alumbrar una relación plena. Y no se cansa: Dios promete llevarla al desierto una y mil veces para declararle allí su pasión, para casarse con ella «en derecho y justicia, en misericordia y compasión, en fidelidad». Nosotros vemos la ruina de un pueblo empecatado; Dios ve el amor siempre posible.

Algo similar ocurre en el fragmento del evangelio de Mateo que hoy se nos ofrece. Donde muchos ven la muerte de la niña y la impureza de la hemorroísa, Jesús ve la vida y la esperanza que engendra la fe. Dice Mateo que los que estaban allí «se reían de él». Los ciegos se mofaban del único que sabía mirar. ¡Qué cruel es a veces esa distancia entre los juicios humanos y la compasión divina! ¡Y cuánto bien nos hace hablar a Dios con humildad cuando la vida nos desborda o cuando el mal nos acecha! Entonces, solo entonces, con Su mirada se nos caen los velos y, en el desierto, «nos penetramos del Señor». 

Adrián de Prado Postigo cmf