Entre las semillas de Dios

El evangelio de este domingo narra una de las piezas bíblicas más populares y significativas del mensaje cristiano. Podríamos meternos en la escena y visualizarnos junto a aquella gente que escuchaba las enseñanzas de Jesús y que, una vez más, generan discontinuidad con la tradición judaica.

La parábola es un rasgo característico de la predicación de Jesús.  Son pequeños relatos muy transparentes que Jesús recogió de la vida cotidiana de su tiempo. Algunas parábolas ya pertenecen a nuestro patrimonio cultural más allá del sentido religioso. Ahora bien, Jesús no inventó las parábolas, sino que formaban parte de un estilo de comunicación utilizado por todos los pueblos y culturas y por la misma tradición rabínica. Lo realmente original es que constituyen la forma propia de Jesús de hablar y de enseñar y conservan lo más nuclear y original de su enseñanza sobre el Reino de Dios.

En esta parábola, lo primero que nos encontramos, es una paradoja con respecto al sembrador que claramente es Jesús, inspirado por Dios, actuando en el ser humano a través de su mensaje. Lo lógico sería que un buen sembrador preparara la tierra para no malgastar las semillas y procurar tener la mayor seguridad de que van a germinar; no busca trabajar sin réditos. Pero este sembrador las lanza hacia todos los espacios, buenos o malos, preparados o no. Rescata de este modo la universalidad de su mensaje que traspasa las fronteras del Pueblo Elegido, y los cercados que protegen las buenas tierras según los escribas legalistas. No elige la tierra perfecta, aquella que cumple perfectamente con la ley o cree a ciegas la doctrina, aquella que comercia con el mensaje y espera recibir un premio por su buena conducta. No es así en esta parábola. Jesús amplía a toda la humanidad la capacidad de encontrar un sentido profundo de la vida y toda persona es digna de recibirlo.

El problema que plantea la parábola no es sobre las propiedades de la semilla o si quien siembra lo hace bien o mal, que ya ha quedado justificado, sino que centra su atención en la calidad y disposición de la tierra donde cae y cómo reacciona ante esa semilla. Lo que está en juego es la respuesta a ese mensaje que Dios deja libertad para recibirle o no. Y este mensaje no es sólo para escuchar, no es una voz que se impone y cierra al oyente el espacio de respuesta, al contrario, ahora la responsabilidad está claramente en el terreno y sus propiedades.

Vamos a adentrarnos en estos tipos de terreno y que el mismo Jesús explica su significado al final del relato. Serían cuatro posiciones ante la vida que son las mismas que ante la fe, porque somos el mismo terreno para lo uno y para lo otro. La primera posición representada en la semilla que cae en el borde del camino hace referencia a nuestra querida superficialidad. Quedarnos en la periferia de las cuestiones que pueden dar sentido a la vida es muy propio de vivir en la zona de confort, de una falta de motivación para adentrarnos en nuestra propia realidad y encontrarnos con la verdad que somos y vivimos. En este terreno la semilla es comida por los pájaros de la autojustificación, de la construcción de un personaje que vive sometido a la imagen, a las expectativas de otros, a una vida tejida de ideologías, dogmas, modas, etc …

Otras semillas cayeron en terreno pedregoso, en una posición ante la vida en la que los obstáculos, los problemas, las dificultades, van ocupando la tierra, nuestra consciencia, donde es imposible lograr la profundidad por la falta de tierra, por no hacer espacio para que brote la fuerza y la luz. Algunas semillas cayeron entre cardos que ahogan el mensaje, como dice la parábola; podrían ser los cardos de nuestros pensamientos alienantes y emociones desestabilizantes que nos van desconectando de quiénes somos y debilitando nuestra capacidad de tomar decisiones en libertad.

Pero otras semillas cayeron en buena tierra, en ese espacio de nuestra persona donde brota la vida y donde Dios nos vincula, un espacio fértil, de raíces profundas, que va absorbiendo la savia divina para hacernos crecer como piezas únicas y conectadas al tiempo y al ser de Dios. Esta tierra sí da fruto. Cuenta la parábola que – unas espigas dieron grano al ciento; otras al sesenta, y otras, al treinta por uno-:  tampoco se exige la uniformidad de los frutos, que todos den exactamente lo mismo y de la misma manera. Lo que sí se espera es que ese fruto sea del color y sabor de la paz, la justicia, la solidaridad, del reconocimiento de la dignidad de cada ser humano; en definitiva, se trata de visibilizar el Reinado de Dios encarnado en la existencia humana y capaz de cambiar el rumbo de la historia. ¿Nos atrevemos?

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

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I Vísperas – Domingo XV de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XV de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.

Si con él morimos, viviremos con él;
si con él sufrimos, reinaremos con él.

En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.

En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Hb 13, 20-21

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús se subió a una barca y habló mucho rato en parábolas a la gente que había acudido a él.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús se subió a una barca y habló mucho rato en parábolas a la gente que había acudido a él.

PRECES
Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
— haz que no tornen a ti vacíos, sino que den fruto, con un corazón noble de nuestra parte.

Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo
— y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
— y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las lamas y de los cuerpos,
— te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
— cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XIV de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que, quienes han sido librados de la esclavitud del pecado, alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Mateo 10,24-33
«No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos! «No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados.
«Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. « Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy presenta diversas instrucciones de Jesús respecto al comportamiento que los discípulos deben adoptar durante el ejercicio de su misión. Lo que más llama la atención en estas instrucciones son dos advertencias: (a) la frecuencia con que Jesús alude a las persecuciones y a los sufrimientos que tendrá; ( b) la insistencia tres veces repetida para el discípulo invitándolo a no tener miedo.
• Mateo 10,24-25: Persecuciones y sufrimientos marcan la vida de los discípulos. Estos dos versículos constituyen la parte final de una advertencia de Jesús a los discípulos respecto a las persecuciones. Los discípulos tienen que saber que, por el hecho de ser discípulos de Jesús, van a ser perseguidos (Mt 10,17-23). Ellos no podrán reclamar ni quedarse preocupado con esto, pues un discípulo tiene que imitar la vida del maestro y participar con él en las privaciones. Esto forma parte del discipulado. “«No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo.”. Si a Jesús le tildaron de Belcebú, cuánto más van a insultar a sus discípulos. Con otras palabras, el discípulo de Jesús deberá preocuparse seriamente sólo en caso de que no le aparezca ninguna persecución en su vida.
• Mateo 10,26-27: No tener miedo a decir la verdad. Los discípulos no deben tener miedo a los perseguidores. Estos consiguen pervertir el sentido de los hechos y esparcen calumnias para que la verdad sea considerada como mentira, y la mentira como verdad. Pero por mayor que sea la mentira, la verdad terminará venciendo y derribará la mentira. Por esto, no debemos tener miedo a proclamar la verdad, las cosas que Jesús enseñó. Hoy en día, los medios de comunicación consiguen pervertir el sentido de los hechos y hacen aparecer como criminales a las personas que proclaman la verdad; hacen aparecer como justo el sistema neo-liberal que pervierte el sentido de la vida humana.
• Mateo 10,28: No tener miedo a los que pueden matar el cuerpo. Los discípulos no deben tener miedo a los que matan el cuerpo, a los que torturan, machacan y hacen sufrir. Los torturadores pueden matar el cuerpo, pero no consiguen matar en ellos la libertad y el espíritu. Deben tener miedo, esto sí, a que el miedo al sufrimiento los lleve a esconder o a negar la verdad y, así, les haga ofender a Dios. Porque quien se aleja de Dios, se pierde por siempre.
• Mateo 10,29-31: No tener miedo, sino tener confianza en la Providencia Divina.     Los discípulos no deben tener miedo a nada, pues están en las manos de Dios. Jesús manda mirar los pajarillos. Dos pajarillos se venden por pocos centavos y ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento del Padre. Hasta los cabellos de la cabeza están contados. Lucas dice que ningún cabello se cae sin el permiso del Padre (Lc 21,18). ¡Y se caen tantos cabellos! Por esto. “no temáis. Vosotros valéis mucho más que muchos pajarillos”. Es la lección que Jesús saca de la contemplación de la naturaleza.
• Mateo 10,32-33: No tener vergüenza de dar testimonio de Jesús. Al final, Jesús resume todo en esta frase: “Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.
Sabiendo que estamos en la mano de Dios y que Dios está con nosotros en cada momento, tenemos el valor y la paz necesaria para dar testimonio y ser discípulos y discípulas de Jesús. 

4) Para la reflexión personal

• ¿Tengo miedo? ¿Miedo de qué? ¿Por qué?
• ¿Has sufrido o te han perseguido alguna vez por causa de tu compromiso con el anuncio de la Buena Nueva que Jesús nos envía? 

5) Oración final

Son firmes del todo tus dictámenes,
la santidad es el ornato de tu casa,
oh Yahvé, por días sin término. (Sal 93,5)

La energía de la Palabra

1.- Es hora de acabar con la antievangélica concepción de que el cristiano es un hombre que propende a huir de este mundo para refugiarse en la espera de la eternidad. Esta concepción ha contado, sin duda, con abundantes lecciones, incluso dentro del cristianismo. A más de uno se le ha propuesto el abandono del amor terreno como plataforma de lanzamiento para un mejor amor de Dios y el desinteresarse de la aventura terrena como condición reclamada para saborear los bienes del cielo. La carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma anda, sin embargo, por otras singladuras muy diferentes. Para Pablo, la visión que de este mundo ha de tener el creyente en Jesús de Nazaret es ampliamente optimista, hasta el punto y hora que incluso las tensiones y desgarramientos de cada hora sólo son momentos de una historia que se encamina hacia la plenitud. “Considero que los trabajos de ahora, dice Pablo, no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. La creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios…” “Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto”.

2.- El mensaje es claro para el hombre de fe: este nuestro mundo no está hecho de una vez para siempre, sino que está en trance de realización. La historia no está escrita de antemano, sino que en nosotros está el conducirla a su plenitud. Mientras en tanto no alcance su meta, la tierra gime, y se debate, y se angustia, y choca con sus propios límites. Pero creyente es aquel que, en esta tensión, se siente estimulado por el designio de Dios a construir un mundo de justicia y de fraternidad.

Para realizar este proyecto contamos con la fuerza y la energía de la Palabra, Palabra de vida. La Palabra de Dios es vivificante siempre y cuando el corazón humano se apreste a concederle acogida. La Palabra es semilla capaz de producir fruto, subrayará el evangelio de Mateo; o es como lluvia y nieve que baja del cielo y que no vuelve allí sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, según la expresión del profeta Isaías. El Mensaje se nos entrega para nuestra utilidad, a fin de que podamos construir la tierra de acuerdo con el designio de Dios. Se exige, pues, en el creyente una actitud operativa, eficaz, laboriosa y esforzada. No somos llamados al Evangelio para entretenernos en él, sino para sentirnos empujados a la transformación de un mundo que gime y sufre porque aún no ha llegado a su plena realización.

3.- Muchos creyentes de nuestros días parecen desconfiar de la Palabra de Dios y buscan en otras sabidurías resortes y concepciones para entender su vocación terrena. El humanismo evangélico, sin embargo, asume cuanto hay de positivo en otros humanismos y trasciende y supera a todos ellos, porque, más allá de la justicia y una vez cumplida ésta, propone al hombre el horizonte de la fraternidad universal.

4.- Frente a esta proposición, la mala tierra humana que no presta adecuada recepción a la Palabra. La mala tierra del que oye la Palabra sin adentrarse en su significado e intención; la mala tierra de quien la escucha contento pero dimite de sus exigencias cuando se presentan las dificultades o persecuciones para llevarla a realización; la mala tierra de quienes no están dispuestos a dejar sus abundancias y sus poderes para adoptar una postura de solidaridad y servicio para con todos los hombres. ¡Vano intento el del que dice ser creyente y trata de no escuchar la exigencia de apertura hacia los demás que se entraña en la Palabra de Dios!

Antonio Díaz Tortajada

Comentario – San Benito

Jesús había advertido a sus discípulos del peligro de las riquezas, que con frecuencia acaban convirtiéndose en un obstáculo difícil de superar para acceder al Reino de los cielos. La dificultad se hace patente en esa imagen empleada por el Maestro que provocó el espanto de sus discípulos: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los cielos.

En este contexto, Pedro, quizá asumiendo la portavocía de los demás, se dirige a Jesús con estas palabras: Señor, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?Pedro tiene conciencia de haber dejado muchas cosas, y cosas muy valiosas, por seguir a su Maestro: casa, trabajo, familia, proyectos de vida y de ganancia, etc. En su incorporación a esta aventura ha dejado cosas tan importantes para él que tiene la impresión de haberlo dejado todo, cuando todavía le quedaban cosas por dejar, como demuestra su propia historia personal; porque acabará dejando la misma vida en el empeño. Y puesto que lo ha dejado todo, espera obtener algún beneficio a cambio: ¿qué nos va a tocar?

En su respuesta, Jesús les muestra un horizonte glorioso: ocuparán tronos, regirán tribus, serán hallados dignos de compartir con él gloria y honor. Pero tendrán que esperar al momento de la renovación. Sólo cuando llegue ese momento y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria podrán sentarse con él para regir desde sus respectivos tronos a las doce tribus de Israel. No hay mayor honor para un judío que el de ocupar ese trono desde el que poder gobernar. Ocupar el trono es tener el dominio, el reconocimiento y la disponibilidad de todo lo que cae bajo su poder.

Y añade: El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Esto es precisamente lo que habían dejado ellos, al menos temporalmente; y para dejar padre o madre, hermanos o mujer, tuvieron que aflojar, si no romper, lazos afectivos muy fuertes. Esta ruptura o separación era, sin embargo, una exigencia inevitable del seguimiento de Jesús. Pues bien, los que hayan dejado «cosas» tan queridas y apreciables –precisa el Señor- no quedarán sin recompensa, recibirán cien veces más de lo que dejaron en posesiones; por tanto, una familia más numerosa, otras madres, hermanos y hermanas e hijos; y lo recibirán en esta vida, porque más allá de la misma les espera una herencia más maravillosa aún: la vida eterna, que es algo con lo que nada de este mundo (ya dejado, ya encontrado) se puede comparar.

He aquí la promesa de los que lo dejaron todo por seguir a Jesús: una promesa de vida y bienaventuranza que sigue estando en el ánimo de los que hoy como ayer han emprendido el camino del seguimiento del Señor, como lo hizo en el pasado san Benito y lo siguen haciendo todavía hoy otros muchos, estimulados por el ejemplo de los apóstoles.

Para Benito de Nursia seguir a Jesús implicaba dejar muchas cosas (casas, posesiones, familia, carrera, proyectos de vida secular) para iniciar una vida en soledad y apartamiento del mundo, una vida eremítica que llevó a cabo en las montañas de Subiaco y prolongó en Montecasino. Ya otros antes que él, desde los tiempos de san Antonio Abad, habían interpretado el seguimiento de Jesús en los mismos términos monásticos de pobreza, castidad y obediencia, que se perpetuarán en una tradición de largo recorrido, aunque con diversidad de realizaciones.

No todos estamos en disposición de emprender o reemprender este camino; pero, sea cual sea la circunstancia en la que nos encontremos, siempre tendremos ocasión de seguir a Jesús, porque el modo del seguimiento no es único, aunque acabe exigiendo el mismo grado de entrega. No olvidemos la magnífica recompensa que se nos promete: en esta vida el ciento por uno y después la vida eterna.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

122. Modalidades de predicación

a) La homilía. Por ser parte de la liturgia, cumbre y fuente de toda la vida de la Iglesia,(359) la homilía sobresale entre todas las formas de predicación y en cierto sentido las resume. El Obispo procure exponer la verdad católica en su integridad, con lenguaje sencillo, familiar y adaptado a las capacidades de todos los presentes, basándose – salvo particulares razones pastorales – en los textos de la liturgia del día. Mediante un verdadero plan buscará la manera de exponer todas las verdades católicas.

b) Las cartas pastorales. El Obispo proponga la doctrina sirviéndose también de cartas pastorales y de mensajes con ocasión de circunstancias especiales para la vida diocesana, dirigidos a toda la comunidad cristiana, leídos oportunamente en las Iglesias y en centros pastorales, y distribuidos también por escrito capilarmente a los fieles. Al redactar las cartas, el Obispo podrá servirse de la ayuda de sus colaboradores, del Consejo Presbiteral y, según los casos, también del Consejo pastoral diocesano, con el fin de que propongan temas para tratar, objeciones corrientes que hay que refutar, o indiquen problemas referentes a la diócesis sobre los cuales es oportuno que el Obispo se pronuncie con autoridad.

c) Otras formas de predicación. El Obispo no descuide ninguna posibilidad de transmitir la doctrina salvífica, también a través de los distintos medios de comunicación social: artículos en los periódicos, transmisiones televisivas y radiofónicas, encuentros o conferencias sobre temas religiosos, dirigidos de manera especial a los responsables de la difusión de las ideas, como son los profesionales de la educación y de la información.(360)


359 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución Sacrosanctum Concilium, 10.

360 Cf. Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, Communio et progressio, 106.

Qué buena siembra

1.- «Esto dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo…» (Is 55, 10) Lluvia deseada que humedece la tierra seca, haciendo posible la esperanza de una nueva primavera. Lluvia que baja del cielo limpiando el aire y la tierra, barriendo el polvo que ensució el ambiente, que todo lo manchó hasta el punto de no poder respirar. Lluvia que corre por los mil canales que riegan la tierra pobre de los hombres. Lluvia que llena los cacharros, grandes y pequeños, donde guardamos el agua que nos mantiene con vida, la que nos da energía para iluminar nuestras oscuras noches, para calentar nuestros hogares, para llenarlos de música y de palabras, de imágenes vivas…

Aguas tempestuosas, aguas temidas, aguas que se desbordan, que arrastran con ímpetu imparable cuanto se les pone por delante. Aguas que saben de tragedia, de vidas tronchadas, de cuerpos muertos que flotan junto con mil cosas íntimas. Aguas que se tragan tantas vidas, aguas que absorben furiosas, aguas que crispan las manos que se hunden sin posibilidad de agarrarse a nada. Aguas que pudren la sementera, que se llevan de un solo golpe la ilusión de todo el año, o de la vida entera.

2.- «Así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía…» (Is 55, 11) Así es la palabra de tu boca. Agua que baja del cielo con una potencialidad concreta, con una fuerza determinada, con una misión que cumplir. Unas veces será agua buena que salva y da vida, otras agua fatídica que condena y mata. Sea lo que fuere tu agua, Señor, tu palabra no se quedará baldía, conseguirá el resultado propuesto.

Y todo depende de quien recibe la palabra. Porque tú siempre eres el mismo. Tu palabra es siempre una palabra buena, una palabra de amor que intenta iluminar, encender, serenar, consolar, animar. Nosotros somos los responsables del resultado final. Por eso llegaste a decir que en realidad Tú no juzgarías a nadie, sino que tus palabras serán las que juzguen en el último día.

3.- «Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida» (Sal 64, 10) La acequia de Dios va llena de agua, dice el texto sacro. El salmista canta emocionado al Señor, impresionado ante el magnífico espectáculo que se extiende ante sus ojos: surcos que abren la tierra y rebrotan en anchos sembrados, verdes plantaciones que se alzan en pleno verano, bajo la caricia de las aguas que se deslizan por los arcaduces y canales.

En definitiva es Dios quien hace posible la fecundidad de las tierras. El que ha puesto el latido de la vida en los pequeños gérmenes que encierra toda semilla, ese latido misterioso que se desarrolla independiente de la acción del hombre que sólo tuvo que sembrar… «Tú preparas los trigales, dice también nuestro salmo, riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los dejan mullidos, bendices sus brotes».

Adoración que no encuentra palabras, o que rompe sus sentimientos en canciones. Contemplación gozosa de la grandeza divina, rutilante en los esplendores del verano. En el sol que madura dorando los frutos, en el agua que nos sacia y refrigera, en la brisa fresca del amanecer. Gratitud profunda y sincera ante este Dios que nos ha entregado la tierra, para que trabajando en ella alcancemos el Cielo.

4.- «Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia» (Sal 64, 12) Es tiempo de cosechar, de recoger el fruto de muchas horas de afanes y esfuerzos. El cantor de Dios habla hoy de los ricos pastizales del páramo, de las colinas que se orlan de alegría. También nos dice que las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan.

Las imágenes, realidades vivas en nuestros campos, elevan el corazón y la mente de quienes creen en Dios. De un modo o de otro el Señor bendice nuestro trabajo. Hemos de ser conscientes de que cuanto logramos procede en definitiva del Altísimo, porque, como dice san Pablo, ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento.

Seamos humildes para reconocer nuestra impotencia y recurrir a quien todo lo puede, solicitando confiados su ayuda. Seamos también agradecidos para reconocer que el agua que riega nuestra tierra, y nuestro espíritu, procede en último término de las acequias de Dios.

5.- «Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá…» (Rm 8, 18) Pablo es consciente de cuánto pesa el trabajo del hombre, puesto que él vive una existencia dura de tejedor de tiendas, con sacrificios y esfuerzos continuos. Aparte de la predicación del Evangelio y de atender a los cristianos recién bautizados, el Apóstol trabaja con sus manos para mantenerse sin ser gravoso a nadie. Sus circunstancias personales le llevan a actuar de este modo peculiar, distinto del modo de hacer de los otros apóstoles, que prácticamente abandonan su profesión para entregarse de lleno a la misión que el Señor les había encomendado.

Y Pablo, que sabe de fatigas y penalidades, nos dice de forma categórica que todo eso es nada en comparación con la gloria que nos espera. Sí, vale la pena vivir esta gozosa aventura de entregarse en cuerpo y alma al Señor, llevar a cabo esta sublime tarea de divinizar cuanto de humano hacemos cada día. Por mucho que nos cueste ser fieles al Señor, nunca llegaremos a dar más de lo que Él nos entrega ya ahora, además de lo que nos entregará en el más allá.

6.- «… para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.» (Rm 8, 21) Es una realidad comprobable esa cierta esclavitud que, de un modo o de otro, encadena a todos los hombres. Incluso aquellos que parecen más libres, están en cierta forma mediatizados en el uso de su libertad. A veces lo que les tiraniza les llega de fuera, otras veces son fuerzas internas, pasiones difíciles de controlar.

Y sin embargo, Dios nos quiere libres. Él nos ha traído la única y verdadera liberación, gracias a la cual un hombre puede amar y gozar, no sólo allá en el Cielo, sino también aquí en la tierra. Es la gloriosa libertad de los hijos de Dios, la libertad del amor.

En la medida en que amemos a lo divino, en esa misma medida seremos libres y comenzaremos a disfrutar de esa maravillosa liberación cristiana, tan distinta de cualquier otra liberación terrena. Amar a los demás por el amor de Dios, querer a todos por Cristo. Sólo así seremos realmente libres y dichosos.

7.- «Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago…» (Mt 13, 1) La gente se arremolina en torno a Jesús, sus palabras tienen el sabor de lo nuevo, su mirada es limpia y frontal, su gesto sereno y atrayente, su conducta valiente y franca… Por otra parte aparece sencillo, amigo de los niños, inclinado a curar a los enfermos, aficionado a estar con los despreciados por la sociedad de su tiempo, amigo de publicanos y pecadores. Y, sin embargo, su manera de enseñar tenía una especial autoridad, tan distinta de la de los escribas y los fariseos.

La muchedumbre se siente atraída, le sigue por doquier, le gusta verle y escucharle. Por eso en alguna ocasión, como en este pasaje, Jesús se sube a una barca y se separa un poco de la orilla. Fue aquella barca una curiosa cátedra, y la ribera del lago una insólita aula, abierta a los cielos, mirándose en el agua. El silencio de la tarde se acentúa con la atención de todos los que escuchan las enseñanzas del Rabbí de Nazaret. Su palabra brota serena e ilusionada, es una siembra abundante, desplegada en redondo abanico por la diestra mano del sembrador. Es una simiente inmejorable, la más buena que hay en los graneros de Dios. Su palabra misma, esa palabra viva, tajante como espada de doble filo, que penetra hasta lo más hondo de corazón. Una luz que viene de lo alto y desciende a raudales, iluminando los más oscuros rincones del alma, una lluvia suave y penetrante que cae del cielo y que no retorna sin haber producido su fruto.

Sólo la mala tierra, la cerrazón del hombre, puede hacer infecunda tan buena sementera. Sólo nosotros con nuestro egoísmo y con nuestra ambición podemos apagar el resplandor divino en nuestros corazones, secar con nuestra soberbia y sensualidad las corrientes de aguas vivas que manan de la Jerusalén celestial, y que nos llegan a través de la Iglesia. Ojalá no seamos camino pisado por todos, ni piedras y abrojos que no dejen arraigar lo sembrado, ni permiten crecer el tallo ni granar la espiga… Vamos a roturar nuestra vida mediocre, vamos a suplicar con lágrimas al divino sembrador que tan excelente siembra no se quede baldía. Dios es el que da el crecimiento, Él puede hacer posible lo imposible: que esta nuestra tierra muerta dé frutos de vida eterna.

Antonio García Moreno

Modos nuevos para tiempos nuevos

1.- El mensaje de Jesús es un producto único y de una riqueza extraordinaria. ¿Por qué, entonces, no cala en la sociedad donde vivimos? La Palabra de Jesús, cambia de arriba abajo a aquel que la recibe. ¿Por qué tanta impermeabilidad en los hombres y mujeres de nuestro tiempo? El Reino de Dios viene, todos y cada uno de los días, a todos y cada uno de nosotros. ¿Por qué no lo sentimos?

La iglesia, depositaria del Evangelio, se ha desplegado (con pobreza y riqueza, contradicciones y limitaciones) a lo largo de todos estos siglos con un único afán: que el mundo conozca a Jesucristo.

Unas veces, sin tantos medios como ahora, lo ha conseguido. Otras, inmersa en su propia debilidad, se habrá quedado lejos de ese objetivo. Lo cierto es que, nunca como hoy, los agentes evangelizadores disponemos de tantos medios técnicos, pastorales, económicos como materiales, para ofrecer el mensaje de salvación y, nunca como hoy, nos encontramos con ese terreno pedregoso donde tan difícil resulta el sembrar todo lo que suene a Dios.¿Dónde fallamos?

2.- El Evangelio siempre será el mismo. Pero, también es verdad, que nos las hemos de ingeniar para –sin perder lo genuino- proponerlo con un lenguaje nuevo y usando todos los medios a nuestro alcance. Si Jesús hablaba frecuentemente en parábolas era, entre otras cosas, porque sabía de antemano que las cosas de Dios resultaban –a veces- incomprensibles a la razón. Tal vez ha llegado el momento de dar un paso entre el comunicador y la asamblea, entre el predicador y los fieles: que la explicación del evangelio sea una interpelación seria y no algo que estamos deseando finalice cuanto antes.

Pidamos al Señor por aquellos en los que la fe comenzó a germinar pero no se han preocupado por darle consistencia.

Recordemos ante el Señor, a tantos amigos nuestros cuya fe ha ido debilitándose por no haber sido regada con el agua de los sacramentos o de la oración.

3.- Pensemos ante el Señor, en aquellos hermanos nuestros que han preferido el dulce que la sociedad ofrece, dejando que se asfixiara el brote de la fe.

Y, sobre todo, digamos al Señor en este día que –con virtudes y defectos- aquí tiene nuestras vidas, nuestras personas, nuestras inquietudes, como tierra buena para, que todos los domingos, la siga abonando con su gracia, iluminando con su Palabra y en comunión con El por esta Eucaristía.

Y aquí os consigno la siguiente oración:

Señor;
–Si tu Palabra queda al borde de mi camino, no dejes de sembrar en mí
–Si mi fe no tiene profundidad, no dejes de cavar en mí
–Si mi oración no es del todo sincera, no dejes de hablar en mí
–Si de lo que me diste, no te doy en abundancia, no me quites lo poco que tengo de Ti
–Si me ves aplastado por el camino pedregoso, ayúdame a levantarme a tiempo
–Si huyo entre las zarzas y las seducciones, rescátame aunque no te lo pida.
Pero, si ves que mi fe tiene posibilidades de crecimiento y de luz, no lo dudes, Señor, sigue
regándome para que pueda alcanzar, en una gran cosecha, el ciento por uno.

Javier Leoz

Un rayo de esperanza

1.- Así como en la parábola del hijo pródigo en realidad la figura central no es el hijo sino el Padre Bueno que perdona a ambos hijos, yo diría que en esta parábola es el labrador generoso, magnifico, lo que más llama la atención. Siembra a voleo, no tiene exigencias, no se enfada con lo mal preparado que está el campo, no le importan ni las piedras duras, ni las aves del cielo, ni la maleza, él quiere beneficiar a todos.

El labrador tiene fe en la tierra que hay bajo esas piedras y esas espinas. Es tierra amasada por Él. Hecha buena al salir de sus manos y confía en que ese poco de bondad que queda en esa tierra dará su fruto si llega a caer en ella su semilla. Id al mundo universo y predicad a todas las gentes sin distinción.

Todo hombre por muy duro que tenga su corazón, por muy ocupado que lo tenga lleno de broza y espinas, por muy podrido que se encuentre, tiene aun esperanza. O mejor dicho es el Sembrador el que espera y confía en él. Nunca esta todo perdido, siempre queda un rayito de esperanza.

Por eso aquel Padre Bueno del hijo pródigo envió con el su corazón y no se avergonzó de entrar con el hijo en los sitios mas corrompidos o bajos. En la esperanza y en la seguridad de que algún día el hijo, querido y mimado en su casa, dejase de brotar en su corazón la buena semilla del arrepentimiento.

Dios es así. Siempre espera. Dios que es amor disculpa sin límites, cree sin límites, esperan sin límites, aguanta sin límites. Por eso siembra en todas las tierras, en todos los corazones. La mayoría caen en tierra buena y da mucho fruto.

2.- Cuantos de vosotros, padres y madres, que estáis aquí, sufrís viendo a esos hijos que tratasteis de educar cristianamente y que han aparcado la Fe con la petulancia del que libra de cosas atrasadas.

Hoy os dice el buen Sembrador que esa semilla que Él puso en sus corazones a través de vuestras manos ahí queda. Y que Él cree y tiene confianza en que esa tierra, que es buena porque Él la hizo, y la labró con vuestras manos y esfuerzo, al fin dejará salir los brotes de una buena sementera y dará el 40, 60 o 100 por 100 de fruto.

3.- Esta generosidad del buen sembrador nos debe hacer reflexionar a cada de uno de nosotros si la tierra es buena y si la semilla es la mejor, que es la palabra de Dios la que crece, pero, ¡por qué después de tantos años de escuchar la palabra de Dios nosotros salimos de misa, domingo tras domingo, igual que vinimos, tan egoístas, tan soberbios, tan pasotas!

No podríamos cada uno hacer algo positivo por nuestra parte o lo tendremos que dejar todo a la fuerza de esa fe y confianza que el sembrador tiene en nosotros.

Porque eso es lo maravilloso, que el Señor todavía espera de nosotros.

¿No podríamos si quiera despejar un poco nuestro corazón, el cual más que un cuarto habitado parece una buhardilla llena de cosas viejas, inútiles, innecesarias, que se pudren entre polvo y humedad?

¿No podríamos hacerle al Señor un huequecito para que ponga allí la buena semilla y Él la cuide y al fin de fruto?

Pensemos cada vez uno qué trastos viejos podemos y debemos tirar, ¡y no desaprovechemos la facilidad que nos da el Ayuntamiento de librarnos de inutilidades!

José Maria Maruri, SJ

La fuerza oculta del evangelio

La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos.

No hemos de perder la confianza a causa de la aparente impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin embargo no es así. El evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.

Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que solo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más desalentadoras.

Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos sorprendería encontrar tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero. Hay violencia y sangre en el mundo, pero crece en muchos el anhelo de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero son bastantes los que descubren el gozo de una vida sencilla y compartida. La indiferencia parece haber apagado la religión, pero en no pocas personas se despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.

La energía transformadora del evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?

José Antonio Pagola