Todo es vida que se despliega

Para quienes crecimos con una formación religiosa desde la infancia, la lectura literal de esta parábola condicionó nuestra visión de la realidad en dos aspectos con frecuencia determinantes: el dualismo y el moralismo

En aquella lectura no era difícil dar el paso de la imagen de Dios como sembrador a la idea de un Dios separado y, por tanto, distante. De hecho, en la práctica, la transcendencia se entendía como distancia (incluso física). Esa creencia de separación, no solo alimentaba un dualismo religioso -Dios frente al mundo- de nefastas consecuencias, sino que era la fuente de otras ideas no menos peligrosas en sus consecuencias: la heteronomía, el pecado, la culpa, la alienación, el infantilismo religioso…

Con frecuencia, el dualismo religioso iba acompañado de moralismo. Si la semilla no daba fruto en una persona se debía sencillamente a su propia maldad, ya que no había preparado adecuadamente su “terreno”. Ahí se hacía presente la culpa en quien creía ser un terreno improductivo o el fariseísmo en quien consideraba que había pasado toda su vida esforzándose por cumplir con la norma establecida. Fariseísmo que, como suele ocurrir, derivaba luego en actitudes de juicio y condena de quienes no “cumplían” como uno.

Dualismo y moralismo han generado mucho sufrimiento en la historia de las religiones. Pero me parece que no podrán superarse mientras se mantenga la creencia en un dios separado, que fácilmente será una proyección del propio creyente.

En una realidad en la que no existe nada separado de nada, el término “Dios” no puede ser sino uno de los nombres para referirse a la profundidad de lo real, aquel fondo consciente y amoroso de donde todo está brotando en permanencia.

Quienes mantienen una fe teísta suelen argüir que esta forma de hablar de Dios lo “empobrece”, reduciéndolo a algo impersonal o incluso a una “vaguedad”. Pero me parece que solo puede verlo así quien ha absolutizado la forma “personal” y no ha experimentado nada más. Lo que llamamos “Dios” no puede ser “personal” ni mucho menos “impersonal”; transciende por completo esas categorías de nuestra mente.

¿Qué significa entonces el “sembrador”, la “semilla”, los “terrenos”…? Se trata sencillamente de metáforas –es imposible hablar de lo transcendente sin recurrir a ellas– para hablar de la vida que se está desplegando sin cesar. La vida es, a la vez, sembrador, semilla y terreno… Y esa vida, no el yo o la persona, constituye nuestra verdadera identidad.

Y ahí topamos, como siempre, con la paradoja: visto desde el plano profundo, más allá de las formas que nos llegan a través de los sentidos neurobiológicos, todo es un fluir de la vida, sin mérito ni culpa de nadie; visto desde el plano de las formas, vivimos en la tarea de preparar nuestro “terreno” para que la vida pueda fluir a través de nosotros. Una tarea que arranca con la comprensión y que se plasma –otra vez la paradoja– en actitudes de aceptación y esfuerzo, de confianza y responsabilidad, de contemplación y compromiso.

¿Sé ver la unidad de todo, más allá de las diferencias?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo XV de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XV de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Gallos vigilantes
que la noche alertan,
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 1P 1, 3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza vida, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús dijo a sus discípulos: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino».

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús dijo a sus discípulos: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino».

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó al mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle con alegría:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Te damos gracias, Señor, porque, a través del mundo, nos has revelado tu poder y tu gloria;
— haz que sepamos ver tu providencia en los avatares del mundo.

Tú que, por la victoria de tu Hijo en la cruz, anunciaste la paz al mundo,
— líbranos de toda desesperación y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
— concédeles que cooperen, con sinceridad y concordia, en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos, fortalece a los débiles,
— para que en todo se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú, que al tercer día, resucitaste gloriosamente a tu Hijo del sepulcro,
— haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

II VÍSPERAS

DOMINGO XV de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Gallos vigilantes
que la noche alertan,
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 1P 1, 3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza vida, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús dijo a sus discípulos: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino».

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús dijo a sus discípulos: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino».

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó al mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle con alegría:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Te damos gracias, Señor, porque, a través del mundo, nos has revelado tu poder y tu gloria;
— haz que sepamos ver tu providencia en los avatares del mundo.

Tú que, por la victoria de tu Hijo en la cruz, anunciaste la paz al mundo,
— líbranos de toda desesperación y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
— concédeles que cooperen, con sinceridad y concordia, en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos, fortalece a los débiles,
— para que en todo se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú, que al tercer día, resucitaste gloriosamente a tu Hijo del sepulcro,
— haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

La semilla ya está en mí

El relato en sí no es significativo. A mí poco me importa cómo nace y da fruto la semilla. Pero ese relato, en sí anodino, da que pensar, cuestiona mi manera de ser, me dice que otro mundo es posible y espera de mí una respuesta vital. Esta propuesta solo se puede hacer con metáforas. En toda parábola existe un punto de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el verdadero mensaje. En esta parábola, la ruptura se produce al final. En la Palestina de entonces, el diez por uno, se consideraba una excelente cosecha. Tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno. ¡Una locura!

El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope, por otra abierta a una nueva realidad llena de sentido. Obliga a mirar a lo más profundo de sí mismo y descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras al que está dispuesto a escuchar. Quien la oye, debe hacer realidad la utopía del relato y empezar a vivir de acuerdo con lo sugerido.

La explicación que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al relato. Las parábolas ni necesitan ni admiten explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de intentar explicarlas. La alegorización de la parábola es fruto de la primera comunidad, que intenta extraer consecuencias morales. Para descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola exige una respuesta personal no retórica sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. Si no se toma una decisión, ya se ha definido la postura: continuar con la propia manera de vivir la realidad.

Los exégetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola fueron el sembrador y la semilla. El sembrador como ejemplo de generosidad y la semilla como ejemplo de potencial ilimitado. El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. En línea con la primera lectura, pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque necesite unas mínimas condiciones para desarrollarse.

No debemos dar importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola respuesta puede dar sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: El Reino ya está aquí, yo lo hago presente. Debemos comprender que el Reino puede estar creciendo, cuando el número de los cristianos está disminuyendo. Su plena manifestación depende de uno solo.

Más tarde, se dio a la parábola un cariz distinto, insistiendo en la disposición de los receptores, y dando toda la importancia a las condiciones de la tierra. Esta alegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la semilla fructificar. En mi propia parcela hay tierra buena, piedras y zarzas.

No debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de Dios”, es ya un fruto de la semilla. Es la manifestación de una presencia que ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla” es lo que hay de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra expresa. Esa semilla lleva miles de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su encargo. El Reino de Dios está ya aquí, pero su manera de actuar es paciente. La evolución ha sido posible gracias a infinitos fracasos.

Podemos recordar el prólogo de Jn. “En el principio ya existía La Palabra”; “y la palabra era Dios”; “En la Palabra había Vida”. La semilla es el mismo Dios-Vida germinando en cada uno de nosotros. Dios está en sus criaturas y se manifiesta en todas ellas como algo tan íntimo que constituye la semilla de todo lo que es. No debemos dar a entender que nosotros los cristianos somos los privilegiados que hemos recibido la semilla (Escritura). Dios se derrama en todos y por todos de la misma manera (a boleo). Dios no se nos da como producto elaborado, sino como semilla, que cada uno tiene que dejar fructificar.

Generalmente caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella, la creación entera estuviera un poco más cerca de la meta. La meta de la creación es la UNIDAD. Yo no tengo que dar sentido a la creación sino impedir que por mi culpa pierda el sentido que ya tiene. Mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación entera hacia la consecución de su objetivo final.

Porque se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo encontrar encerrándome en mí mismo sino descubriendo al otro y potenciando esa relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar. Cuando hago esto me hago menos humano. Descubriendo al otro y volcándome en él, despliego mis mejores posibilidades de ser. Hemos llegado a lo que es la esencia de lo humano.

“El que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy igual que para los que la oyeron de labios de Jesús. En aquel tiempo, era la doctrina oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los prejuicios religiosos los que nos mantienen atados a falsas seguridades, que nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes del cristianismo. El aferrarnos a esas seguridades es lo que sigue impidiendo una respuesta al mensaje, adecuada a nuestra situación actual. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.

Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de pertenencia, una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Nadie puede crecer en humanidad sin relaciones externas. Toda meditación profunda tiene como fin afinar mis relaciones.

Meditación

Dios se da totalmente, absolutamente, siempre y a todos.
Experimenta esta verdad y cambiará tu vida.
Descubrir a Dios como amor dinámico
es la base de toda experiencia religiosa.
Todo lo que Dios es, lo tienes a tu alcance.
Todo lo que tú eres y puedes ser, depende de ese don.

Fray Marcos

Respuestas para una crisis

Mateo está reflejando en su evangelio las circunstancias de su época, hacia el año 80, cuando los seguidores de Jesús viven en un ambiente hostil. Los rechazan, parece que no tienen futuro, se sienten desconcertados ante sus oponentes, no comprenden por qué muchos judíos no aceptan el mensaje de Jesús, al que ellos reconocen como Mesías. Las cosas no son tan maravillosas como pensaban al principio. ¿Cómo actuar ante todo esto? ¿Qué pensar? Mateo, basándose en el discurso en parábolas de Marcos, pone en boca de Jesús, a través de siete parábolas, las respuestas a cinco preguntas que siguen siendo válidas para nosotros:

¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? ― Parábola del sembrador.

¿Qué actitud debemos adoptar con los que rechazan ese mensa­je? ― El trigo y la cizaña.

¿Tiene algún futuro este mensaje aceptado por tan pocas personas? ― El grano de mostaza y la levadura.

¿Vale la pena comprometerse con él? ― El tesoro y la piedra preciosa.

¿Qué ocurrirá a los que aceptan el mensaje, pero no viven de acuerdo con los ideales del Reino? ― La pesca.

Este domingo se lee la primera; el 16, las tres siguientes; el 17, las otras tres.

¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús?

La primera parábola, la del sembrador, responde al problema de por qué la palabra de Jesús no produce fruto en algunas personas. Parte de una experiencia conocida por un público campesino. Para nosotros, basta recordar dos detalles elementa­les: Galilea es una región muy montañosa, y en tiempos de Jesús no había tractores. El sembrador se veía enfrentado a una difícil tarea, y sabía de antemano que toda la simiente no daría fruto.

El ideal sería contar o leer esta parábola a personas que no la hayan escuchado nunca. Al final se mirarían extrañados y dirían: ¿y qué? A lo sumo, las últimas palabras de Jesús «¡Quien tenga oídos, que oiga!», les indicarían que la historieta tiene un sentido más profundo, pero no saben cuál. Estamos ante un caso de parábola enigmática, que pretende provocar la curiosidad del lector.

Por eso, inmediatamente después, surge la pregunta de los discí­pu­los: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y esto sirve para introdu­cir el pasaje más difícil de todo el capítulo. La liturgia permite suprimir la lectura de esta parte y aconsejo seguir su sugerencia, pasando directamente a la explicación de la parábola.

¿Por qué la palabra de Jesús no da fruto en todos sus oyentes?

Cuatro posibilidades

1) En unos, porque esa palabra no les dice nada, no va de acuerdo con sus necesi­dades o sus deseos. Para ellos no significa nada la formación de una comunidad de hombres libres, iguales, hermanos, hijos de un mismo Padre.

2) Otros lo aceptan con alegría, pero les falta coraje y capacidad de aguante para sopor­tar las persecu­cio­nes.

3) Otros dan más importancia a las necesidades prima­rias (la comida, el vestido) que al objetivo a largo plazo (el Reino de Dios). Dos situaciones extremas y opuestas, el agobio de la vida y la seducción de la riqueza, producen el mismo efecto, ahogar la palabra de Dios.

4) Finalmente, en otros la semilla da fruto. La parábola es optimista y realista. Opti­mis­ta, porque gran parte de la semilla se supone que cae en campo bueno. Realista, porque admite diversos grados de producción y de respuesta en la tierra buena: 100, 60, 30. En esto, como en tantas cosas, Jesús es mucho más comprensivo que nosotros, que sólo admitimos como válida la tierra que da el ciento por uno. Incluso el que da treinta es tierra buena (idea que podría aplicarse a todos los niveles: morales, dogmáticos, de compromiso cristiano…).

Toque de atención y acción de gracias

La parábola podría leerse también como una llamada a la respon­sabilidad y a la vigilancia: incluso la tierra buena que está dando fruto debe recordar qué cosas dejan estéril la palabra de Dios: el pasotismo, la inconstancia cuando vienen las dificulta­des, el agobio de la vida, la seducción de la riqueza.

Pero es más importante dar gracias porque el Señor ha sembrado en nosotros su palabra, la hemos acogido y, aunque solo sea un treinta por ciento, ha dado su fruto.

Llamada a la fe y al optimismo: Isaías 55,10-11 y Salmo 64

La crisis ante la situación actual puede venir en muchos casos de que centramos todo en la acción humana. Cuando nosotros fallamos, especialmente cuando fallan los demás, creemos que todo va mal. Sólo advertimos aspectos negativos. En cambio, la primera lectura de hoy, que usa también la metáfora de la semilla y el sembrador, nos anima a tener fe en la acción misteriosa de la palabra de Dios, fecunda como la lluvia, que no dejará de producir fruto.

Este breve pasaje parece muy sencillo y teológico, casi al margen de la vida diaria. Sin embargo, es el punto final de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, donde se anuncia la liberación de Babilonia y la vuelta a la patria. ¿Cómo será posible? A través de un rey humano, Ciro de Persia, y de la Palabra de Dios, que mueve la historia.

También nosotros debemos estar convencidos de que la semilla plantada no dejará de dar fruto. Será como la palabra del Señor, que «no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad».

La acción de Dios la subraya el salmo, usando también imágenes campesinas. El Señor no solo planta la semilla, también riega la tierra, iguala los terrones, envía la llovizna, bendice los brotes. Al final, «los valles se visten de mieses que aclaman y cantan». El futuro es más esperanzador de lo que a veces pensamos.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo XV de Tiempo Ordinario

Ya el profeta Isaías comparaba la palabra de Dios con la lluvia o la nieve que bajan del cielo y empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar. Y donde hay fecundación y germinación hay frutosNo volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.

Jesús, en el evangelio, compara esta misma palabra no con la lluvia o la nieve, sino con la semilla que esparce el sembrador. Pero esa semilla no siempre va a parar al sitio adecuado. Parte de la simiente cae al borde del camino, parte en terreno pedregoso, parte entre zarzas y el resto en tierra buena. No todo terreno es tierra buena; también hay lindes, piedras y zarzas. Pero el sembrador, en su afán de sembrar el mundo con su palabra, no parece tener en cuenta esto. Por eso siembra a diestro y a siniestro sin prestar demasiada atención al lugar al que va a parar la semilla. La presencia de un corazón humano es motivo suficiente para emplearse en esta labor, que es su labor, porque la salvación viene por la palabra. Jesús se siente sembrador de un mensaje de salvación, que es lo mismo que decir predicador. A esto dedicó gran parte de su tiempo durante su vida pública o misionera, al ministerio de la palabra, a la siembra de la palabra. Por eso, no resulta extraño que se compare con un sembrador que recorre los campos de Palestina.

Pero el mensaje, como hemos dicho, no siempre va a parar al lugar adecuado. A veces cae a los bordes del camino; y ahí no puede prender la semilla, porque ni siquiera penetra en la tierra. Tales son -explica el mismo Jesús- los que escuchan la palabra del Reino sin entenderla. Escuchan, pero no entienden: la palabra no entra en su interior, pues lo que no se entiende, se queda fuera, y estando fuera es muy fácil que se pierda para los que no la han acogido dentro de sí. Aquí no se habla siquiera de distracción, porque el que está distraído no sólo no entiende, es que ni siquiera escucha. El distraído no es capaz de repetir lo que acaba de decirse, esté en condiciones de entenderlo o no. Aquí se habla de no entender, y basta esto para que esa palabra se quede fuera (fuera del entendimiento) y no fructifique, ni siquiera germine.

El terreno pedregoso se caracteriza por su falta de profundidad: apenas hay tierra donde la semilla pueda enraizar; aunque brota con prontitud, no tarda en secarse por falta de raíz. Y para que la planta eche raíces tiene que estar plantada en un terreno con profundidad suficiente. Los que son tales escuchan la palabra y la aceptan en seguida con alegría, pero carecen de raíces, con inconstantes y a la primera dificultad o persecución, sucumben. Hay, por tanto, aceptación pronta y alegre, pero al mismo tiempo superficial. Por eso, lo que hacen o deciden se presenta siempre bajo el signo de la inconstancia. La clave de esta descripción es la carencia de raíz. Lo superficial, por muy bueno que sea no puede tener sino una bondad superficial, carece de raíz y, por tanto, de enraizamiento, de estabilidad y de constancia. Y las dificultades de la vida acaban destruyendo tan buenos propósitos. Esta situación recuerda al entusiasmo de esos jóvenes que, tras una gozosa experiencia de fe y fraternidad, acaban siendo engullidos por la creciente marea de escepticismo e incredulidad que invade nuestro mundo. La superficie en la que están plantados no es base suficiente para mantenerse en pie en medio de las dificultades. Quizá acepten esa palabra por lo que tiene de amable y hermoso, pero rehúyen el compromiso que le es inherente.

En el mundo hay también zarzas que crecen y ahogan la semilla germinada, pero aún tierna. Son los afanes de la vida y la seducción de las riquezas. ¡Cuántas semillas ahogadas por los afanes de la vida o la seducción de las riquezas! Y la palabra puede haber sido escuchada con complacencia; más aún, puede haber sido aceptada con buen ánimo, pero queda estéril por el estrangulamiento de las malas hiervas. Y es que los afanes de la vida, el dinero y lo que con él se pude conseguir (lujo, confort, comodidades, placeres, brillo) tienen mucho poder de seducción. Y la seducción nos hace esclavos de aquello que nos seduce; tanto que la palabra de Dios resulta ineficaz en el seducido por el mundo. Tales afanes los encontramos en el mundo de los negocios o de las finanzas, donde se mueve dinero, pero también en el amplio espectro de las preocupaciones por el comer, el vestir, el estar sano, el disponer de una vivienda confortable, el viajar, el divertirse, etc.

Finalmente está la tierra buena, que acoge la semilla y produce fruto. En relación con la palabra, escuchar y entender son requisitos imprescindibles para fructificar. La cantidad (ciento, sesenta o treinta por uno) y la calidad del fruto dependerán de diversos factores: no sólo de la calidad de la tierra que acoge la semilla, sino también de la labor del agricultor en ella, esto es, de su labranza. No basta con que la tierra sea buena y profunda; es preciso que esté bien labrada, es decir, en la mejor disposición para recibir la semilla. Para ello tendrá que estar mullida y liberada de malas hierbas. Esto exige una constante acción agrícola de extirpación y de riego que equivale a una vida de ascesis y mortificación, sin la cual la tierra de mejor calidad no llega a ser buena tierra o tierra preparada para la siembra.

Las parábolas portan secretos que sólo a algunos se concede conocer; porque hay quienes oyendo las parábolas, miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Son aquellos a los que aludía el profeta como poseedores de un corazón embotadoduros de oído, ciegos de vista, que no quieren ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni convertirse para que se les cure. Los que disponen de esta voluntad reacia a ver y a oír lo que se les muestra en las parábolas, no podrán acceder a sus secretos, ni podrán obtener la salud que se les brinda, ni la dicha que acompaña al ver y al oír los secretos del Reino. Sólo pueden ser dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen. Nosotros lo seremos si, instruidos por el Señor de las parábolas, penetramos en sus secretos y contemplamos sus tesoros, que no son otros que los tesoros del Reino.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

II. El Obispo, Moderador del ministerio de la Palabra

123. La tarea de vigilancia del Obispo sobre la integridad doctrinal.

Tarea del Obispo no es solamente atender personalmente al anuncio del Evangelio, sino también presidir todo el ministerio de la predicación en la diócesis, y vigilar sobre todo la integridad doctrinal de su rebaño y la observancia diligente de las normas canónicas en este ámbito.(361)


361 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 386 § 1; 756 § 2 y 889; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 29; 44.

Lectio Divina – Domingo XV de Tiempo Ordinario

La parábola de la semilla en tierra
Mateo 13,1-23

1. Oración inicial

La oración es, también, disponibilidad para escuchar; es el momento propicio en el cuál se realiza el verdadero encuentro con Dios. Hoy, domingo del “sembrador”, queremos abrir el corazón a la escucha de la palabra de Jesús con las palabras de San Juan Crisóstomo, para llegar a ser, también nosotros,

oyentes dóciles y disponibles de la Palabra que salva: “Haz, Señor, que escuche con atención y recuerde constantemente tu enseñanza, que la ponga en práctica con fuerza y voluntad, despreciando las riquezas y alejando todas las inquietudes de la vida mundana… Haz que me fortifique enteramente y medite tus palabras poniendo profundas raíces y purificándome de todos los atractivos mundanos”. (San Juan Crisóstomo, Comentario al Evangelio según S. Mateo 44,3-4)

2. Lectura

a) contexto:

Mateo coloca la parábola de la semilla con los sucesos precedentes de los capítulos 11 y 12, donde se ha mencionado el reino de Dios que sufre violencia. El tema de nuestra parábola, como de todo el discurso en las parábolas en el capítulo 13, es el reino de Dios.
La “casa” de la que Jesús sale es la que había tomado en Cafarnaún por morada y donde se encuentra con sus discípulos (v.1: Aquel día salió de casa) y su salida se pone en relación con la del sembrador (v.3: y el sembrador salió para sembrar). Su “salir” tiene como término fijo o concreto la orilla del lago (v.1: y se sentó a orillas del mar); este lugar reclama el momento en el que Jesús había llamado a sus discípulos (4,18) , pero, el mar es un lugar de tránsito hacia los pueblos paganos, por tanto, representaba la frontera entre Israel y el mundo pagano. El fondo del discurso en las parábolas es, por tanto, el lago de Genesaret, llamado “mar” según la opinión de la gente. Su salida atrae a la gente. Y mientras Jesús está sentado en la orilla del mar, sorprendido por la cantidad de gente que se le acercaba, se vió obligado a subir a la barca. Ésta se convierte en la cátedra de su enseñanza. Jesús se dirige a sus oyentes mediante “un hablar en parábolas” que es algo diverso de enseñar o anunciar.

b) El texto:

Mateo 13,1-23

1 Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. 2 Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. 3 Y les habló muchas cosas en parábolas.
Decía: «Salió un sembrador a sembrar. 4 Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. 5 Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; 6 pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. 7 Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. 8 Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. 9 El que tenga oídos, que oiga.»
10 Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» 11 Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. 12 Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. 13 Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. 14 En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. 15Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. 16 «¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! 17 Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.
18 «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. 19 Sucede a todo el que oye la palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino.20 El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la palabra, y al punto la recibe con alegría; 21 pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la palabra, sucumbe enseguida. 22 El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra, y queda sin fruto. 23 Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la palabra y la entiende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.»

3. Un momento de silencio orante

En nuestro obrar con prisas, que nos lleva a estar siempre propensos a lo exterior, sintamos la necesidad de una parada entretejida de silencio…en este momento nos volvemos receptivos al fuego de la Palabra…

4. Interpretar el texto

a) La acción del sembrador:

El relato parabólico habla de un sembrador, no de un campesino y su actividad está caracterizada por el contraste entre la pérdida de las semillas (13, 4-7) y el fruto abundante (13,8). Además, hay que notar una diferencia entre las riquezas de los particulares con la que viene descrita la pérdida de las semillas y la forma concisa del fruto abundante. Pero a la cantidad de experiencias sin éxito y de desilusión representada por las varias pérdidas de semilla (…en el camino…en terreno pedregoso… entre espinas…) se contrapone la grande cosecha que hace olvidar la experiencia negativa de la pérdida. Además, en la parábola hay una diferencia temporal entre la fase del comienzo de la semilla y la del fin que coincide con el fruto de la cosecha. Si en varios intentos de la semilla el fruto está ausente, tal falta nos lleva al Reino de Dios, al momento en el que se hará la gran cosecha. Jesús, el sembrador, siembra la semilla del Reino (13,19) que hace presente la señoría de Dios sobre el mundo, sobre los hombres y que realiza el fruto final. La parábola tiene tal fuerza persuasiva que lleva al oyente a tener confianza en la obra de Jesús que, aunque a veces se vea llena de fracasos y desilusiones, al final tendrá un éxito clamoroso.

b) Jesús, aparte, comunica a los discípulos el objetivo de hablar en parábolas (13,10-17):

Después de la narración de la parábola y antes de su explicación (13,18-23) los discípulos se acercan a Jesús ( el verbo acercarse expresa la relación íntima con Jesús) y le hacen una pregunta explícita, no ven el motivo por el que Jesús hable en parábolas a la gente (v.10: ¿Por qué les habla en parábolas?). La respuesta a su pregunta los discípulos la reciben en el v. 13: “…les hablo en parábolas, porque ellos, viendo no ven, y oyendo, no oyen ni entienden”. Es como decir: la gente no entiende, ni comprende. Jesús no pretende forzarle a entender. De hecho, hasta ahora Jesús ha hablado y obrado con claridad, pero la gente no ha comprendido; sin embargo, habiendo disminuido la condición para exponer su mensaje en su radicalidad – esto es, la comprensión – recurre al lenguaje de las parábolas, que siendo más velado, estimula a la gente a pensar más, a reflexionar sobre los obstáculos que les impide la comprensión de la enseñanza de Jesús. Parecen repetirse los tiempos de Isaías, cuando el pueblo estaba cerrado al mensaje de Dios (Is 6,9-10) y cómo tal situación de rechazo previsto por la tradición bíblica se repita ahora en la gente que “ve-escucha”, pero no comprende. Jesús lo muestra en la primera parte de la respuesta cuando distingue entre aquéllos que entran en el conocimiento de los misterios del reino y los que son excluidos. El conocimiento de los misterios de Dios a saber, el plan de Dios, es posible con la intervención de Dios y no con las propias fuerzas humanas. Los discípulos son presentados como aquéllos que comprenden la palabra de Jesús, no porque sean más inteligentes, sino porque es Él mismo, quien les explica su palabra.
La incomprensión de la gente se convierte en la causa de hablar en parábolas: ellos no entienden a Jesús, por tanto, ponen en evidencia su abierta incomprensión obstinada o mejor la incapacidad de discernir. Los discípulos, al contrario, son llamados dichosos porque pueden ver y escuchar.

c) La explicación de la parábola (13, 18-23):

Jesús, después de haber expresado los motivos de por qué hablaba en parábolas, ilustra la suerte de la palabra del Reino en los diferentes oyentes. Aunque vienen enumerados cuatro tipos de terreno, dos son las tipologías de oyentes que se ponen en confrontación: quien escucha la Palabra y no comprende (13,19) y quien escucha la Palabra y comprende (13,23). Es interesante notar que Mateo, a diferencia de Marcos, narra la historia en singular. Es el empeño personal el yunque de prueba de la verdadera escucha y de la comprensión. La primera categoría de oyentes están por la escucha de la palabra (19), pero no la comprenden. La comprensión de la Palabra se ha de entender aquí, no a nivel intelectual, sino sapiencial, es necesario entrar en su significado profundo y salvífico. En la segunda (13,20-21) la Palabra, además de ser escuchada, es acogida con gozo. Tal acogida (falta de raíces) se hace inestable cuando al entusiasmo del principio sigue la continuidad de la elección, debida seguramente a experiencias de sufrimiento y persecución, inevitables en todo camino de fidelidad a la escucha de Dios.
La tercera posibilidad evoca las preocupaciones materiales que pueden sofocar la Palabra (13,22). Y finalmente, el éxito positivo: la semilla perdida en los anteriores terrenos, se compensa con el resultado fructuoso. En síntesis se evocan en la parábola tres aspectos que siguen al acto de creer, activo y perseverante: el escuchar, el comprender y el llevar fruto.

5. Pistas meditativas para la práctica eclesial

– ¿Qué puede decir hoy la parábola a la Iglesia? ¿Qué terreno presenta nuestra comunidad eclesial? Y a nivel personal ¿qué disponibilidad interior y comprensión manifestamos ante la escucha de la Palabra?

– ¿No es verdad que los peligros señalados por Jesús a sus discípulos sobre la acogida de la Palabra nos tocan también a nosotros? ¿Por ejemplo: la inconstancia de frente a las dificultades, la negligencia, la pereza, el ansia por el futuro, las preocupaciones cotidianas?

– Los discípulos han sido capaces de preguntar a Jesús, de interrogarle sobre las preocupaciones y dificultades. En tu camino de fidelidad a la Palabra de Dios ¿a quién diriges tus interrogativos, tus preguntas? De la cualidad de nuestras preguntas dependen también las respuestas que Jesús sabe comunicarnos en la relación íntima y personal con Él.
– La figura del sembrador nos lleva a la de la Iglesia en su empeño de evangelización: saber comunicar de un modo nuevo la figura de Jesús y los valores del evangelio. La Iglesia debe distinguirse por la autoridad de su enseñanza, por la franqueza de su predicación y por la fuerza de la acción. Hoy se necesitan evangelizadores fiables, solícitos e infatigables. Cada comunidad eclesial está llamada por la parábola del sembrador a no realizar una acción selección sobre las personas o contextos sociales donde anunciar el evangelio; es necesario tener amplitud de miras y dedicarse también a las situaciones que parecen imposibles para comunicar el evangelio. Cada acción pastoral de evangelización conoce un primer momento de efímero entusiasmo, al cuál, sin embargo, puede seguir una respuesta de frialdad y oposición. Los varios intentos de la pastoral, se comparan a los tres intentos del sembrador, que al final son recompensados con la abundancia del triple fruto. Ciertamente la palabra de Jesús germina y fructifica en los corazones disponibles a su acción, pero no se necesita desistir en el despertar del sopor, la indecisión y la dureza de oídos de muchos creyentes.

6. Salmo 65 (64)

Te ocupas de la tierra y la riegas,
la colmas de riquezas.
El arroyo de Dios va lleno de agua,
tú preparas sus trigales.
Así la preparas:
riegas sus surcos, allanas sus glebas,
las mulles con lluvia, bendices sus brotes.
Coronas el año con tus bienes,
de tus rodadas brota la abundancia;
destilan los pastos del páramo,
las colinas se adornan de alegría;
las praderas se visten de rebaños
y los valles se cubren de trigales
entre gritos de júbilo y canciones.

7. Oración final

Seño, tu parábola del sembrador, nos enseña a cada uno de nosotros, los caminos de nuestra vida, la dureza del vivir cotidiano, las dificultades y los momentos de docilidad y que constituye nuestro paisaje interior. Todos somos, muchas veces: caminos, pedregales y espinas. Pero también tierra fértil, buena. Líbranos de la tentación de las potencias negativas que intentan anular la fuerza de tu palabra. Fortifica nuestra voluntad cuando las emociones fugitivas, inconstancias hacen menos eficaz la seducción de tu Palabra. Ayúdanos a conservar el gozo que el encuentro con tu Palabra sabe engendrar en nuestro corazón. Haz fuerte nuestro corazón para que en la tribulación no nos sintamos indefensos y expuestos al desánimo. Danos la fuerza de resistir a los obstáculos que ponemos a tu Palabra cuando sobrevienen las preocupaciones del mundo o estamos engañados por el brillo del dinero, seducidos por el placer, por las vanidades de aparentar. Conviértenos en terreno bueno, personas acogedoras, para ser capaces de ofrecer nuestro servicio a tu Palabra. Amén

La segunda creación

1.- Vamos a citar hoy a Juan el Evangelista, aunque no hayamos proclamado, hoy, texto alguno suyo. ¡Qué bien se expresa en el prólogo del Evangelio de San Juan el efecto de la Palabra y lo que es la Palabra! Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo, la Palabra, ha puesto en marcha todo. Y para nosotros, para nuestra percepción más inmediata, todo lo que somos, vemos y sentimos, la Creación visible, el mundo en el que nos vivimos, todo es obra de la Palabra. Por eso en este domingo decimoquinto del Tiempo Ordinario vemos como la Palabra protagoniza una siembra para dar después fruto. El fruto es la creación adulta, consolidada, enorme, sin fin para nosotros. Es el universo gigantesco y es, asimismo, la pequeña flor que crece –sola y fuerte—en un agujero donde ha faltado el asfalto de la carretera. A tal flor solitaria, le ha bastado ser un pequeño arbusto en una pequeña porción de tierra para crecer, desafiante, ante un mundo hostil que la circunda. Es el mundo del asfalto, que, en su momento, inundó la tierra de aquel lugar como azufre que lo quema todo.

Las lecturas de este domingo van a incidir con fuerza y maestría en este efecto de la “Palabra-Siembra” para nuestro aprovechamiento y enseñanza. Isaías ya anticipa la capacidad generadora de la palabra de Dios. Ciertamente, San Juan y su prólogo iban a llegar históricamente mucho después. Y Mateo y su Parábola del Sembrador. Pero la idea común es la misma. La Palabra que baja –dice Isaías—volverá al Padre con los frutos de su trabajo. La creación entera dará sus pasos para que, en nuestro caso, la raza humana viva y se desarrolle y ante la Palabra inicie un canto de alabanza al Creador, ante la maravilla, visible que es la Creación que nos rodea. Por que está claro que la Palabra siembra en la tierra y, también, en el alma y en el corazón de los hombres y mujeres de todos los tiempos.

2.- Jesús de Nazaret entra, con la Parábola del Sembrador, a revelarnos la acción fundamental de la Palabra que siempre es Semilla de Dios. Su implanto, maduración y fruto en la realidad humana: en nuestras mentes, en el corazón de todos, en nuestra vida, en el devenir histórico. Y como es vehículo de libertad enviado especialmente a hombres y mujeres: pues su éxito es desigual. Dios nos ha creado libres con una libertad enorme, total. Libertad extrema diríamos porque la condición humana no termina de entender que alguien otorgue un grado de libertad que puede volverse hasta el extremo de ir contra quien da dicha libertad. Pero, así es. Nuestra libertad total nos puede llevar a negar y despreciar a nuestro propio creador.

La capacidad humana para oponerse a la Palabra la explica Jesús en términos agrícolas, en materia del oficio del sembrador. Y, en efecto, el sembrador que sepa bien su oficio ha de saber que no puede lanzar la semilla en los caminos, donde será pisoteada. O en el curso de un río, donde la corriente se la llevará y los peces la devorarán. El trabajo mal hecho de un sembrador sería, sin duda, objeto de conversación, entonces. Como hoy pueden serlo las capacidades de almacenaje de nuestros ordenadores, de nuestras computadoras, con sus “megas” y sus “gigas”. Por eso el efecto de las diferentes tesituras que una semilla sufriera durante la siembra iba a ser perfectamente entendido por los contemporáneos de Jesús. Aunque algunos, que entendieran bien el mecanismo de la siembra, no la relacionaran con la Palabra de Dios. De ahí la explicación posterior de Jesús a sus discípulos.

Para nosotros, hoy, la capacidad didáctica de la Parábola del Sembrador ha estado presente en nuestro sentir cristiano desde siempre. Y así muchos habremos pensado que nuestros entusiasmos primeros y nuestros desencantos posteriores estaban perfectamente reflejados en esa semilla que crece en tierra de poco fondo; que, en efecto, crece pronto y con fuerza y que luego se agosta por falta de perseverancia. O, asimismo, cuando parece que la Fe se ha evaporado sin apenas dejar rastro, pues también hemos pensado que los pájaros malos de nuestro mundo han dado mal fin a la palabra que estaba destinada a nosotros.

3.- En la construcción litúrgica de nuestras Eucaristías, en lo relativo a los textos de la Palabra, suele ocurrir que, en efecto, la primera lectura y el Evangelio concuerden tratando el mismo tema, con una naturaleza muy parecida y casi idéntica. Semilla y Palabra están muy presentes en el texto de Isaías y el Evangelio de Mateo, que tan magistralmente nos narra, hoy, la Parábola del Sembrador. Pero, habitualmente, la segunda lectura, sacada casi siempre de las Cartas del Apóstol Pablo, pues queda en otra dimensión y otro discurso. No es así en nuestra celebración de hoy. En el fragmento del Capítulo Octavo de la Carta a los Romanos se habla de una creación frustrada por efecto del Malo y que espera su liberación. La relación con las otras dos lecturas es total. Y, sobre todo, con el Evangelio, porque la semilla mal colocada llega a esa situación por efecto del mal, por la capacidad humana de preferir el mal al bien. Aunque naturalmente esa naturaleza humana es capaz de discernir, cuando está dominada por el mal, la necesidad imperiosa de buscar el bien. Por eso la naturaleza sujeta a la frustración espera la aparición de los Hijos de Dios –de nosotros, los creyentes—quienes con su trabajo de evangelización colaboraremos con la misión iniciada por Cristo.

4.- Y ahí esta el núcleo principal del relato que hoy nos regala la Palabra de Dios. Y es que la Redención es como una Segunda Creación. Ciertamente, la Palabra, en el principio, movió todo lo necesario para que se iniciase la andadura de la creación. Pero, obviamente, el Maligno sojuzgó parte esa creación evitando sistemáticamente la Buena Siembra. Fue necesario el sacrificio de la Cruz para que se recuperara la libertad y esa naturaleza oprimida fuese libre. Y, por ello, hay un matiz que es necesario reflejar. En esta segunda creación esos hombres y mujeres que un día fueron sometidos por el pecado al olvido o lejanía de la Palabra de Dios, al recuperar la gracia que hace que la Palabra se muestre con claridad, son agentes de salvación, mediante la enseñanza del Evangelio.

Jesús de Nazaret dejó en manos del nuevo Pueblo de Dios –de todos los que viven el Evangelio—la capacidad de hacer creación de nueva, de buscar para sus hermanos vías de salvación y felicidad. Eso es, queridos amigos y amigas, lo principal de las lecturas de hoy. La generosidad de Jesús de Nazaret nos nombró coautores de una misión sublime: la salvación y la felicidad de todos los hombres y mujeres de todo tiempo y situación.

Ángel Gómez Escorial

Dar fruto

1. – Jean de La Fontaine cuenta una curiosa fábula, cuyo recuerdo nos viene muy bien para entender el significado de la Palabra de Dios de este domingo:

«Un rico labrador que veía próxima su muerte, llama a sus hijos aparte para hablarles sin testigos.

— ¡Guardaos muy bien –les dice– de vender vuestra heredad, legada por nuestros abuelos! Un tesoro se oculta en su entraña, aunque ignoro su sitio. Mas, con un poco de esfuerzo, conseguiréis encontrarlo. Pasada la cosecha, removed vuestro campo, cavadlo de arriba abajo, sin dejar un palmo que no muevan vuestras palas.

Murió el padre, y los hijos cavaron el campo de abajo arriba, y con tal ahínco que, al año siguiente, la cosecha fue más grande. Dinero no encontraron porque no lo había. Pero su padre fue un sabio, enseñándoles antes de morir que el trabajo es un tesoro».

2. – Partimos de la constatación de que el sembrador, Dios mismo, es bueno. La semilla, la Palabra de Dios, también es buena. ¿De qué depende entonces el éxito de la cosecha? La respuesta que se deduce de la parábola es clara: de la tierra en la que cae la semilla arrojada por el sembrador. Dicho de otro modo: depende de la acogida que tenga la Palabra enviada por el sembrador. La primera lectura del Segundo Isaías, escrita durante el exilio, nos dice que Dios quiere que su Palabra empape la tierra, la fecunde y no vuelva a El vacía. La tierra buena es la que escucha el mensaje. Escuchar el mensaje no consiste en un mero reconocimiento intelectual de Dios. No se trata de creer con la cabeza, se trata de hacerlo vida. Podemos decir que creemos firmemente lo que nos enseña el catecismo de la Iglesia Católica, pero luego somos incapaces de hacer vida la fe que profesamos. ¡Cuántos escándalos damos los cristianos con nuestra intolerancia, nuestra desidia y nuestra falta de compromiso! Escuchar el mensaje es ser justos en nuestro comportamiento, trabajar por un mundo más humano, querer al hermano pobre y ayudarle.

3. – El salmo 64 nos dice que la semilla cayó en tierra buena y dio fruto. Es el Señor el labrador, quien cuida de la tierra, la riega, iguala los terrenos y la enriquece sin medida. Si Dios es el labrador, ¿entonces qué podemos hacer nosotros? Da la impresión de que lo único que podemos hacer es dejar que El actúe para que podamos dar fruto, unos ciento, otros sesenta y otros treinta por uno. No es ésta la auténtica interpretación de la parábola. El labrador es Dios, pero actúa por medio de nosotros. El es el padre de la parábola, pero somos nosotros, sus hijos, los que tenemos que cavar el terreno. Él nos ha dado las manos para trabajar y quitar las piedras o las zarzas. Es el agente exterior, el maligno, el que pone las dificultades para que la tierra no dé fruto. Pero depende de nosotros el quitar las piedras o las zarzas. Los hijos de aquel labrador de la fábula cavaron y trabajaron duramente y, por eso, recibieron su tesoro. Son los pájaros, las zarzas y las piedras las que impiden el crecimiento de la semilla. Pero somos nosotros los que dejamos que los pájaros actúen cuando «oímos la palabra» y nos gusta, pero no la entendemos; somos nosotros los que no tenemos raíces y dejamos que a la primera dificultad se nos olviden los buenos propósitos; somos nosotros los inconstantes que nos dejamos llevar por lo fácil y sucumbimos a la tentación de lo mundano, dejando que las piedras impidan el crecimiento de la semilla.

4.- ¿Qué fruto tenemos que dar? No nos debemos agobiar poniéndonos un techo muy alto. Cada uno debe dar conforme a sus cualidades y a sus fuerzas. Dios premia el esfuerzo y la voluntad, no el éxito conseguido. San Agustín nos lo recuerda: «Haz lo que puedas. Dios no te va exigir más de lo que puedas dar». Un labrador laborioso puede quitar las piedras y arrancar las zarzas para que la semilla dé fruto. ¿Qué clase de tierra soy yo?, ¿estoy dispuesto a colaborar con Dios para «cavar» el terreno y dar fruto?

José María Martín, OSA

¿Para qué?

Al finalizar el confinamiento, al reabrir los templos, una de las medidas de seguridad que debíamos adoptar era asegurar una distancia de dos metros entre personas. Con este fin, señalé en los bancos los lugares donde las personas se debían sentar para guardar esa distancia. Una persona se sentó en un lugar no señalado y, cuando le dije que sólo se podía sentar donde estaba la señal, me respondió: “Si eso no sirve de nada, fuera la gente hace lo que quiere”. Le respondí que fuera del templo hicieran lo que quisieran, pero nosotros en el templo no. Sin embargo, no pude evitar pensar que nosotros nos esforzábamos en hacer lo debido, pero ¿para qué? Porque en la calle, en las terrazas de los bares, en los parques… la mayoría de la gente hacía caso omiso de las medidas de seguridad. 

Este domingo hemos escuchado en el Evangelio la parábola del sembrador. Y el primer pensamiento que tuve fue: “¿Para qué preparar la homilía? Si ya la ha hecho Jesús, y está muy clara”. Pero contemplando al sembrador y desde la experiencia que contaba al principio, podemos preguntarnos: ¿Para qué sembrar la Palabra?

Salió el sembrador a sembrar. Poniéndome en el lugar del sembrador, seguro que yo al final acabaría pensando: “¿Para qué sembrar? Sólo una cuarta parte de lo sembrado cayó en tierra buena y dio grano. El resto se pierde; incluso lo que parecía que iba a dar fruto en cuanto salió el sol se abrasó y por falta de raíz se secó. ¿Para qué tanto esfuerzo, tanto trabajo, tanta preocupación?”.

Esta pregunta del “¿Para qué?” se la hacen muchas personas en muchas circunstancias. Y nosotros, como seguidores de Cristo, aún tenemos más ocasiones en las que nos la hacemos, sobre todo si queremos ser fieles al Señor; y más aún si hemos asumido algún compromiso en la misión evangelizadora: ¿Para qué esforzarnos tanto en sembrar la Palabra de Dios, ya sea en la formación de niños, jóvenes o adultos, o acompañando Equipos de Vida, organizando oraciones y retiros, preparando las celebraciones, procurando que Cáritas funcione lo mejor posible… si la mayoría de la gente pasa y no vuelve, o no hace caso, es más, es que no les interesa, ni tan siquiera penetra un poco en su vida? Y siguen viviendo tan tranquilos y sin tantas preocupaciones como nosotros.

Esta pregunta ya se la hizo el autor del Salmo 73 (72): ¿Para qué he limpiado yo mi corazón…? ¿Para qué aguanto yo todo el día y me corrijo cada mañana? (v. 13-14). También San Pablo de algún modo se preguntó para qué sembrar el Evangelio: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío… Entonces, ¿cuál es la paga? (1Cor 9, 16-18).

Sin embargo, salió el sembrador a sembrar, y nosotros debemos sembrar incluso “a pesar nuestro”. Y la respuesta a ese “¿para qué?” la encontramos en la misma Palabra de Dios. El salmista concluye: Yo siempre estaré contigo. ¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra? Para mí lo bueno es estar junto a Dios (v. 23.25.28). Y San Pablo se responde a sí mismo: es que me han encargado este oficio… ¿Cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio… para participar yo también de sus bienes. (v. 18.23).

¿Para qué sembrar la Palabra? Para cumplir el encargo que nos ha hecho el Señor, para tener la certeza de estar siempre con Dios, para participar nosotros mismos de los bienes del Evangelio.

Y si hemos descubierto el “¿Para qué?”, haremos como el sembrador y cada día saldremos a sembrar generosamente, sin preocuparnos de los posibles frutos. Si nos sentimos unidos a Dios, viviremos la sana indiferencia del salmista: contigo, ¿qué me importa la tierra? No nos importará tanto el esfuerzo, ni que la mayoría no hagan caso, porque sabemos que nuestra misión es sembrar.

¿En qué ocasiones me he preguntado para qué hago las cosas? ¿Soy “sembrador”? ¿Me he preguntado para qué sembrar la Palabra? ¿Siento que esa siembra me beneficia a mí también?

Como ha dicho San Pablo en la 2ª lectura: Los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Salgamos a sembrar cada día, aunque nos cueste, porque es el mismo Señor quien nos lo pide. Y aunque nos parezca que la siembra se pierde, tengamos presente lo que ha dicho el Señor en la 1ª lectura: esa Palabra sembrada no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.