Vísperas – Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo

LAUDES

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

 

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

 

HIMNO

Todos te deben servir,
Virgen y Madre de Dios,
que siempre ruegas por nos
y tú nos haces vivir.

Tanta fue tu perfección
y de tanto merecer,
que de ti quiso nacer
quien fue nuestra redención.

El tesoro divinal
en tu vientre se encerró,
tan precioso, que libró
todo el linaje humanal.

Tú sellaste nuestra fe
con el sello de la cruz,
tu pariste nuestra luz,
Dios de ti nacido fue.

¡Oh clara virginidad,
fuente de toda virtud!
No ceses de dar salud
a toda la cristiandad. Amén.

 

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

 

SALMO 126: EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS

Ant. Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

 

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

 

LECTURA: Ga 4, 4-5

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

 

RESPONSORIO BREVE

R/ Alégrate, María, llena de gracias, el Señor está contigo.
V/ Alégrate, María, llena de gracias, el Señor está contigo.

R/ Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
V/ El Señor está contigo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Alégrate, María, llena de gracias, el Señor está contigo.

 

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

 

PRECES

Proclamemos las grandezas de Dios Padre Todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle, diciendo:

Que la llena de gracia interceda por nosotros.

Oh Dios, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
— haz que todos tus hijos deseen esta misma gloria y caminen hacia ella.

Tú que nos diste a María por madre, concede, por su mediación, salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
— y a todos, abundancia de salud y paz.

Tú que hiciste de María la llena de gracia,
— concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.

Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
— y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
— haz que los difuntos puedan alcanzar, con todos los santos, la felicidad de tu reino.

 

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

 

ORACION

Te suplicamos, Señor, que la poderosa intercesión de la Virgen María, en su advocación del monte Carmelo, nos ayude y nos haga llegar hasta Cristo, monte de salvación. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

 

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Nuestra Señora del Monte Carmelo

¡He ahí, a tu hijo! 
¡He ahí, a tu madre!
Juan 19,25-27 

1. Recojámonos en oración –Statio

Ven, Espíritu Santo, llena de tu luz nuestras mentes para entender el verdadero significado de tu Palabra.
Ven, Espíritu Santo, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor que inflame nuestra fe.

Ven, Espíritu Santo, llena nuestra persona con tu fuerza para reforzar lo que en nosotros es débil en nuestro servicio a Dios.
Ven, Espíritu Santo, con el don de la prudencia para frenar nuestro entusiasmo que nos impide amar a Dios y al prójimo.  
Juan  19,25-27

2. Lectura orante de la Palabra – Lectio

Del Evangelio según Juan
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. 

3. Rumiar la Palabra – Meditatio

3.1. Para entender la lectura

– Con tu espíritu sube al Calvario hasta la cruz de Jesús y trata de entender lo que está sucediendo.
– Del pasaje leído, pídete a ti mismo lo que más te ha llamado la atención y porqué.
– ¿Cuáles son los sentimientos suscitados en este breve pasaje evangélico?

3.2. Clave de lectura

Jesús tiene en sus manos su destino

Nos encontramos a mitad del capítulo 19 del evangelio de Juan que comienza con la flagelación, la coronación con la corona de espinas de Jesús, la presentación de Jesús a Pilatos a la gente: “He ahí al hombre” (Jn 19,5), la condena a la muerte de cruz, el vía-crucis y la crucifixión. En la narración de la Pasión según Juan, Jesús tiene en sus manos el control de su propia vida y de todo lo que está sucediendo a su alrededor. Por este motivo encontramos por ejemplo frases como: “Jesús salió, llevando la corona d e espinas y el manto de púrpura” (v.5) o las palabras pronunciadas a Pilatos: “ Tú no tendrías ningún poder sobre mí, si no te lo hubiesen dado de lo alto” (v.11) También el texto presentado por la liturgia de hoy muestra que Jesús no solamente tiene control de todo lo que le está sucediendo, sino también de lo que está sucediendo alrededor. Es muy importante lo que describe el evangelista: Jesús entonces, viendo a la madre y allí junto a élla al discípulo que lo amaba, dice….”(v.26). Las palabras de Jesús en su sencillez son palabras de revelación, palabras con las cuáles quiere expresar su voluntad: “He ahí a tu hijo” (v.26). “He ahí a tu madre” (v,27). Estas palabras de Jesús nos traen a la mente las palabras de Pilatos con las cuáles ha presentado la persona de Jesús a la gente; “He ahí al hombre” (v.5). Jesús desde su trono, la cruz, con sus palabras, no sólo pronuncia su voluntad, sino también quién está verdaderamente en su amor por nosotros y cuál es el fruto de este amor. Es el cordero de Dios, el pastor que da su vida para reunir a todos en un solo rebaño, la Iglesia.

Junto a la cruz

En este pasaje encontramos también una palabra muy importante que se repite dos veces cuando el evangelista habla de la madre de Jesús y del discípulo amado. El evangelista cuenta que la madre de Jesús estaba “junto a la cruz” (v.25) y el discípulo amado estaba ”junto a ella” (v.26). Este importante detalle tiene un significado bíblico muy profundo. Sólo el cuarto evangelista cuenta que la madre de Jesús estaba junto a la cruz. Los otros evangelistas no especifican. Lucas narra que “todos sus conocidos asistían desde lejos y así las mujeres que lo habían seguido desde la Galilea, observando estos sucesos.” (Lc 23,49). Mateo escribe: “Había también allí muchas mujeres que estaban observando desde lejos; ellas habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas, María Magdalena, María madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos del Zebedeo” (Mt 27,55-56). Marcos cuenta que “ había también muchas mujeres, que estaban observando desde lejos, entre las cuáles María Magdalena, María madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que lo seguían y servían desde cuando estaba en Galilea, y muchas otras que habían subido con Él a Jerusalén” ( Mc 15,40-41). Por tanto sólo Juan subraya que la madre de Jesús estaba presente, no siguiéndolo de lejos, sino junto a la cruz en compañía de las otras mujeres. Recta de pie, como una fuerte mujer que continúa creyendo, esperando y teniendo confianza en Dios, incluso en aquel momento tan difícil. La madre de Jesús está en el momento importante en el cuál “Todo se ha consumado” (v.30) en la misión de Jesús. Además, el evangelista subraya la presencia de la madre de Jesús en el comienzo de su misión, en las bodas de Caná, donde Juan usa casi la misma expresión: “Estaba allí la madre de Jesús” (Jn 2,1)

La mujer y el discípulo

En las bodas de Caná y en la cruz, Jesús muestra su gloria y su madre está presente de modo activo. En las bodas de Caná se hace evidente, de modo simbólico, lo que ha sucedido en la cruz. Durante la fiesta de las bodas de Caná, Jesús transformó el agua contenida en seis tinajas (Jn 2,6). El número seis simboliza la imperfección. El número perfecto es el siete. Por este motivo Jesús responde a su madre:” No ha llegado mi hora” (Jn 2,4). La hora, en la cuál Jesús ha renovado todo, ha sido la hora de la cruz. Los discípulos le preguntaron: “Señor, ¿es este el tiempo en el que reconstruirá el reino de Israel?” (Hechos 1,6). En la cruz, con agua y sangre, Jesús hace nacer la Iglesia y al mismo tiempo ella se convierte en su esposa. Es el comienzo del nuevo tiempo. Tanto en las bodas de Caná como en la cruz, Jesús no llama a su madre por el propio nombre, sino que le da el bellísimo título de “Mujer” (Jn 2,19,26). En la cruz Jesús no está hablando con su madre movido solamente por un sentimiento natural, de el hijo con su madre. El título de “Mujer” pone en claro que en aquel momento Jesús estaba abriendo el corazón de su madre a la maternidad espiritual de sus discípulos, representados en la persona del discípulo amado que se encuentra siempre cerca de Jesús, el discípulo que en la última cena ha reclinado la cabeza sobre el pecho de Jesús (Jn 13,23-26). El discípulo que ha entendido el misterio de Jesús y ha permanecido fiel a su maestro hasta la crucifixión, y más tarde debería ser el primer discípulo en creer que Cristo ha resucitado al ver la tumba vacía y las vendas por tierra (Jn 20.4-8), mientras María de Mágdala asegura que se habían llevado fuera el cuerpo de Jesús (Jn 20,2). Por tanto el discípulo es quien cree y permanece fiel a su Señor en todas las pruebas de la vida. El discípulo amado de Jesús, no tiene nombre, porque el representa a ti y a mí, y a cuantos son verdaderos discípulos. La mujer se convierte en madre del discípulo. La mujer, que nunca es llamada por el evangelista con el nombre propio, no es sólo la madre de Jesús, sino también la Iglesia. Al evangelista Juan le agrada llamar a la Iglesia “mujer” o “señora”. Este título se encuentra en la 2ª carta de Juan (2 Jn 1.5) y en el libro del Apocalipsis: “En el cielo apareció un grandiosa señal: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas. Estaba encinta y gritaba por los dolores y trabajos del parto” (Ap 12,1-2) La mujer, pues, es la imagen de la Iglesia madre que está con los dolores del parto para engendrar a Dios nuevos hijos. La madre de Jesús es la imagen perfecta de la Iglesia esposa de Cristo que está de parto para engendrar nuevos hijos a su esposo.

El discípulo recibe en su casa a la mujer

Si Jesús ha dejado en las manos de la Mujer (su Madre y la Iglesia) a sus discípulos representados en la persona del discípulo amado, igualmente ha dejado en las manos de los discípulos a la Mujer (su Madre y la Iglesia). El evangelista cuenta que apenas Jesús ha visto al discípulo que amaba junto a su madre le ha dicho: “¡He ahí a tu madre!” (v.27)

El evangelista continúa: “Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa” (v. 27). Esto significa que el discípulo ha recibido a la mujer como una valiosa y querida persona. Esto de nuevo nos recuerda cuanto Juan dice en sus cartas, cuando se llama a sí mismo el presbítero que ama a la Señora electa (2 Jn 1), que ora por ella (2Jn 5), para que la cuide y la defienda contra el anticristo, esto es, cuantos no reconocen a Cristo y tratan de perturbar a los hijos de la Iglesia, los discípulos de Jesús (2 Jn 7,10).

Las palabras del versículo 27 “y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa”, nos recuerda lo que encontramos también al comienzo del evangelio de Mateo. El evangelista abre su narración con la visión del ángel en el sueño de José, el esposo de María. En esta visión el ángel dice a José: “José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20). Mateo abre su evangelio con el Señor confiando María y Jesús a José, mientras Juan concluye su relato con Jesús confiando su Madre y la Iglesia en las manos del discípulo amado

3.3 Preguntas para orientar la meditación y la actualización

● ¿Qué es lo que te ha llamado más la atención en este pasaje y en la reflexión?
● En la cruz, Jesús nos ha dado todo: su vida y su Madre. Y tú, ¿estás preparado para entregar algo por el Señor? ¿Eres capaz de renunciar a tus cosas, a tus gustos, etc. para servir a Dios y ayudar al prójimo?
● “ Desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa” ¿Crees que las familias de hoy siguen el ejemplo del discípulo amado de Jesús? ¿Qué significado tienen estas palabras para tu vida cristiana?. 

4. Oratio

Cántico de la Virgen María: Lucas 1,46-55

Alaba mi alma la grandeza del Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones 
me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, 
Santo es su nombre
y su misericordia alcanza de generación en generación 
a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, 
dispersó a los de corazón altanero.
Derribó a los potentados de sus tronos 
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes 
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como había anunciado a nuestros padres- 
en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos. 

5. Contemplatio

Adoremos juntos la bondad de Dios que nos ha dado a María, la Madre de Jesús, como nuestra madre, repitiendo en silencio:

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio ahora y siempre 
por los siglos de los siglos . Amén.

Amar al prójimo por Dios (amor a Dios)

A algunas personas es fácil amarlas; a otras, es difícil: no son simpáticas, nos han ofendido o hecho mal; sólo si amo a Dios en serio, llego a amarlas en cuanto hijas de Dios y porque Él me lo manda. Jesús ha fijado también cómo amar al prójimo, esto es, no sólo con el sentimiento, sino con los hechos: […] tenía hambre en la persona de mis hermanos más pequeños, ¿me habéis dado de comer? ?Me habéis visitado cuando estaba enfermo? (cfr. Mt 5, 34 ss). (Juan Pablo II, Audiencia general 27-9-78).

Amarás a tu prójimo como a ti mismo; pero tratándose del amor que se debe profesar a Dios, no se señala límite alguno (San Gregorio Magno, Homilía 38 sobre los Evangelios).

Amamos a Dios y al prójimo con la misma caridad. Pero debemos amar a Dios por sí mismo, y al prójimo por Dios (San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 7).

El que ama a Dios ama inevitablemente al prójimo (San Máximo, Sobre la caridad, 1).

Comentario – Nuestra Señora del Carmen

El evangelio de Mateo nos presenta en este pasaje a un Jesús buscado por unos y acompañado por otros. Al parecer, su intención es hacernos ver que, para Jesús, la verdadera familia es la de aquellos que escuchan su palabra porque desean conocer la voluntad de Dios y cumplirla. El Maestro se encuentra reunido con un grupo de personas en el interior de una casa. La reunión se ve interrumpida por la llegada de otro grupo que reclama su atención. Se trata de “su madre y sus hermanos”, que desde fuera lo mandan llamar. Por madre y hermanos de Jesús hemos de entender su familia biológica o familia constituida por lazos de sangre. Pero el término “hermanos” no significa en este contexto “hijos de la misma madre”, sino parientes próximos. Al menos así lo ha entendido la tradición de la Iglesia en consonancia con la fe en la perpetua virginidad de María –virgen también post partum-. Lo que aquí interesa resaltar es el contraste que establece Jesús entre esa familia, su familia de consanguíneos, y aquella otra en la que él se inserta, conformada por los que escuchan la palabra de Dios.

La gente que tenía sentada a su alrededor informó a Jesús de la llegada de sus familiares, que no se limitan a esperar, sino que demandan su atención: Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. La respuesta de Jesús, por muy conocida que nos resulte, no deja de conmover nuestra sensibilidad. Parece que una madre y unos parientes próximos merecen una cierta deferencia en el trato. Por eso resulta desconcertante la reacción de Jesús ante este imprevisto: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a los discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.

Aquella respuesta tuvo que desconcertar a todos, incluida su propia madre. ¿No estaba menospreciando el lazo natural que le unía a esas personas? Ésta es quizá la primera impresión que dejan las palabras de Jesús. En realidad estaba valorando muy por encima de los vínculos de consanguinidad esos otros vínculos de unión surgidos de la relación con la palabra de Dios que latía en él. El deseo de conocer la voluntad de Dios, que era al mismo tiempo interés por su palabra, creaba unos lazos de unión –una comunión- mucho más fuertes que los de la propia sangre. Jesús equipara tales vínculos a los que se dan en el interior del mismo núcleo familiar: ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.

Es tal la importancia que Jesús concede a esta palabra que encarna la voluntad de Dios que allí donde ella se proclama y es acogida surgen relaciones familiares, brota la familia cristiana. Se trata, evidentemente, de una familia no sólo congregada en torno a la Palabra, sino confeccionada por la misma Palabra que hace de los interrelacionados “hermanos y madres” de Jesús y, por tanto, miembros de la misma familia. Jesús pronunció su veredicto señalando con la mano a los discípulos; por tanto, designando a los que se hallaban a su alrededor como “su familia”. La otra, la familia biológica había quedado atrás o “afuera”, en un segundo término. Si quería seguir siendo su familia tendría que incorporarse a esta nueva relación o discipulado exigido por su misión mesiánica.

A María, su madre biológica, la veremos también entre sus discípulos, a la escucha de su palabra. ¿Cómo no iba a prestar atención a la palabra de su Hijo la que había escuchado con tanta seriedad las palabras del ángel en la Anunciación? ¿Cómo no iban a calar en su interior las palabras de gracia salidas de labios de su Hijo la que había sido colmada de gracia desde el momento de su concepción? María es madre de Jesús por doble motivo: por haberle concebido y engendrado (corporalmente) y por haber acogido (anímicamente) la palabra de Dios.

En realidad, lo engendró porque antes acogió la palabra que le proponía la maternidad virginal. Su respuesta es de todos conocida: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Por eso no es extraño que, para Jesús, esta acogida de la palabra sea principio de un parentesco de superior categoría al de la sangre o meramente natural. La connaturalidad con esta palabra (de origen divino) crea vínculos familiares. Son los vínculos de amor que se establecen entre los moradores del Reino de los cielos y que se perpetuarán eternamente, vínculos más robustos que los que instaura la sangre, la amistad, el interés común o el mero afecto humano. ¡Ojalá que estemos tan cerca de Jesús y que apreciemos de tal manera su palabra que merezcamos ser considerados por él como “su madre y sus hermanos!”.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

III. El Obispo, primer responsable de la Catequesis

127. Dimensiones de la catequesis.

Por medio de la catequesis, se ha de transmitir la Palabra de Dios de modo completo e íntegro, es decir, sin falsificaciones, deformaciones o mutilaciones, en todo su significado y su fuerza.(373) El Obispo, al promover y programar la obra de catequesis, tendrá presente una serie de elementos importantes:

a) Catequizar significa explicar el misterio de Cristo en todas sus dimensiones, de tal manera que la Palabra de Dios dé frutos de vida nueva. Por esto, además de la transmisión intelectual de la fe, que no debe faltar, es necesario que la catequesis transmita la alegría y las exigencias del camino de Cristo;

b) la catequesis debe ser colocada en la debida relación con la liturgia. Así se evita el riesgo de reducir el conocimiento de la doctrina cristiana a un bagaje intelectual inoperante o el de empobrecer la vida sacramental, que se traduce en un ritualismo vacío;

c) la catequesis debe referirse a la condición del hombre, siempre necesitado de perdón y, al mismo tiempo, capaz de conversión y de mejoramiento. Por eso, debe dirigir a los fieles a una vida de continua reconciliación con Dios y con los hermanos, recibiendo con frecuencia y fructuosamente el sacramento de la Penitencia;

d) en la catequesis de los jóvenes es necesario poner atención a las condiciones reales en las que hoy viven y a la fuerte presión que los medios de comunicación social ejercen sobre ellos. Deben, por tanto, ser educados en el valor intrínseco de la vida humana y en las diversas dimensiones de la personalidad humana integral, según la recta razón y la doctrina de Cristo: entre éstas, en particular, la educación al amor humano, a la castidad y al matrimonio;

e) sin la práctica de la caridad la vida cristiana perdería una dimensión esencial. Por esto, conviene actuar de tal modo que las nuevas generaciones sean formadas en el sentido cristiano del dolor y se dediquen a las obras de misericordia, en cuanto elemento indispensable de su maduración cristiana.(374)


373 Para la catequesis en general, cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Catechesi Tradendae, 30 y 63.

374 Para las varias formas de catequesis, cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Catechesi Tradendae, 5; 23; 30 y 63; Catecismo de la Iglesia Católica, 1697 y 2688.

Construir la civilización del amor

1.- Jesús predicó el Reino. En los evangelios encontramos hasta 10 parábolas del Reino. Jesús hablaba en parábolas para hacerse entender mejor por la gente que le seguía. Un buen ejemplo para los predicadores de hoy día que muchas veces utilizamos un lenguaje elevado, clericalizado y desencarnado de la realidad. En el evangelio de hoy hay nada menos que tres parábolas o comparaciones de lo que es el Reino: la buena semilla sembrada en el campo, el grano de mostaza y la levadura. Las tres nos hablan de vida y de crecimiento, pero también del peligro que acecha e impide la realización del reino de Dios. Porque el Reino «no es de este mundo», pero comienza aquí en este mundo, aunque todavía no ha llegado a su plenitud. Es el «ya, pero todavía no». Jesús dejó bien claro que su Reino no es como los reinos de este mundo. En él es primero el que es último, es decir el que sirve, no el que tiene el poder. Muchas veces quisieron hacer rey a Jesús, pero El lo rechazó porque había venido a servir y no a ser servido. Su mesianismo no es político ni espectacular, sino silencioso y humilde. En este sentido, recuerda San Agustín que «no dice que su reino no está en este mundo, sino no es de este mundo. No dice que su Reino no está aquí, sino no es de aquí».

2. – La consecuencia que se deriva del establecimiento del Reino en este mundo es que tenemos que trabajar para que haya unas condiciones de vida en las que reine la justicia, la paz y la fraternidad. Mientras esto no se consiga, no podemos estar contentos. No debemos huir del mundo, sino implicarnos en su transformación aquí y ahora, sin esperar a que llegue pasivamente el «Reino de los cielos». Es decir, todos somos responsables de la construcción de la civilización del amor, de la que hablaba Pablo VI. Debe crecer y extenderse como el grano de mostaza y nosotros ser levadura que fermenta la masa de nuestro mundo.

3.- Dios demuestra que es paciente con todos, bueno y clemente, como proclamamos en el salmo. Su juicio será al final de la historia, dejando mientras tanto que convivan el trigo y la cizaña. Pero también es sabio, pues no juzga por las apariencias y sabe distinguir quién actúa bien y quién actúa mal. Deja que crezcan juntos, pero al final separará a unos de otros. ¿En qué consistirá el juicio? Se nos examinará del amor, dice San Juan de la Cruz. Se nos juzgará de nuestro compromiso por el Reino. Y ese examen no consiste en una prueba final, sino que es una evaluación continua que se realiza todos los días. Los que no se comprometen a nada por escrúpulos de pureza, por miedo o por pereza son los más culpables de todos. Quizá no hicieron nada malo, pero tampoco hicieron nada bueno cuando estaba en sus manos hacerlo. ¿Qué haces tú para construir la civilización del amor?

José María Martín OSA

Déjalos crecer juntos hasta la siega

Les propuso otra parábola: «El reino de Dios es semejante a un hombre que sembró buena semilla en un campo. Mientras sus hombres dormían, vino su enemigo, esparció cizaña en medio del trigo y se fue. Pero cuando creció la hierba y llevó fruto, apareció también la cizaña. Los criados fueron a decir a su amo: ¿No sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les dijo: Un hombre enemigo hizo esto. Los criados dijeron: ¿Quieres que vayamos a recogerla? Les contestó: ¡No!, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo. Dejad crecer juntas las dos cosas hasta la siega; en el tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla, pero el trigo recogedlo en mi granero». 

Les propuso otra parábola: «El reino de Dios es como un grano de mostaza que toma un hombre y lo siembra en su campo. Es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando crece es la mayor de las hortalizas y se hace árbol, de tal suerte que las aves vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El reino de Dios es semejante a la levadura que una mujer toma y la mete en tres medidas de harina hasta que fermenta toda la masa». Jesús decía a la gente todas estas cosas en parábolas, y no les decía nada sin parábolas, para que se cumpliera lo que había anunciado el profeta: Abriré mi boca para decir parábolas y publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.

Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la siembra es el diablo. La siega es el fi n del mundo, y los segadores los ángeles. Como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así también será al fi n del mundo. El hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino a todos los que son causa de pecado y a todos los agentes de injusticias y los echarán al horno ardiente: allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. ¡El que tenga oídos que oiga!»

Mateo 13, 24-43

PARA MEDITAR

Cuando llemos el Evangelio de hoy podemos llegar a pensar que la cizaña son las personas que hacen el mal y el trigo son las personas que hacen el bien. Pero no debemos pensar así. No hay personas que son malas y personas que son buenas. Todos somos iguales para Dios.
Cada uno de nosotros hacemos cosas malas, como la cizaña, y también hacemos cosas buenas, como el trigo que es alimento para todos. Tenemos que potenciar nuestro lado bueno.

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • Escribe una situación durante esta semana en la que has hecho algo ue está mal (cizaña) o algo que hayas hecho que es bueno (trigo).
  • ¿Qué podemos hacer para potenciar nuestro lado bueno? ¿Cómo podemos ayudar a los demás a hacer el Bien?
  • Escribe un compromiso para ser trigo para todos los demás.

ORACIÓN

Ayúdanos, Padre, a aceptarnos del todo,
a reconocer nuestras defi ciencias,
a alegrarnos de nuestras cualidades
personales y únicas,
a desarrollar contigo
todo el potencial inmenso
que has puesto en cada uno.
a animar a que otros también
desarrollen el suyo.
Enséñanos, Padre,
a perdonarnos los errores,
a convivir con nuestras incoherencias,
a ser misericordiosos
con nuestra naturaleza humana
para así serlo aún más
con los otros hermanos,
que también llevan el peso
de su propia fragilidad y maravilla.
Gracias por crearnos así,
con trigo y con cizaña, Padre.

Trigo y cizaña

¡Qué fácil vemos lo negativo
de los demás!
Esta es la fragilidad del ser humano.
Así nos creaste, Señor,

con maravillas y deficiencias,
con generosidades y roñoserías,
con excesos y con defectos,
con luces y sombras.

Tú nos has entretejido
en las entrañas maternas,
Tú tienes cada uno de nuestros cabellos contados,
Tú nos envuelves con tu abrazo,
Tú sabes más de nosotros
que nosotros mismos…

Ayúdanos, Padre, a aceptarnos del todo,
a reconocer nuestras deficiencias,

a alegrarnos de nuestras cualidades
personales y únicas,

a desarrollar contigo
todo el potencial inmenso
que has puesto en cada uno.
a animar a que otros también
desarrollen el suyo.

Enséñanos, Padre,
a perdonarnos los errores,
a convivir con nuestras incoherencias,
a ser misericordiosos

con nuestra naturaleza humana
para así serlo aún más

con los otros hermanos,
que también llevan el peso
de su propia fragilidad y maravilla.
Gracias por crearnos así,

con trigo y con cizaña, Padre.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Domingo XVI de Tiempo Ordinario

• La «cizaña» (25) es una mala hierba parecida al trigo pero con unos granos negros y venenosos. Según esta parábola, el juicio (30.39-41) corresponde únicamente a Dios. Y mientras no llegamos a él, el bien y el mal coexisten uno junto al otro.

• Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura acentúan el contraste entre la pequeñez de los inicios y la grandeza del final: la actividad de Jesús ha empezado de forma sencilla, pero vendrá un momento en que Dios establecerá plenamente su Reino. Pero el contraste entre la pequeñez del grano de mostaza y la gran planta que resulta al final no sólo habla del futuro, sino también del presente: ya ahora se manifiesta el gran vigor del Reino en la sencillez de los hechos y las palabras de Jesús.

• La referencia a los pájaros (32) es del Salmo 104[103],12. Esta imagen aparece en otros textos proféticos que anuncian el futuro que Dios construirá con su pueblo enviándole al Mesías (Ez 17,23;31,6; Dn 4,9.18).

• La imagen de la levadura (33) también podemos encontrarla en san Pablo (1Co 5,6; Ga 5,9).

• El evangelista da una explicación del por qué las parábolas (35) citando el Salmo 78[77],2. La cita de este texto quiere indicar que las parábolas son el medio para revelar el plan de Dios. No olvidemos, de todas formas, lo que encontramos unos versículos antes (Mt 13,11-17), donde queda claro que sólo entiende quien tiene predisposición a escuchar y a dejarse convertir. Si no hay esta actitud, no hay pedagogía que valga.

• «Los ciudadanos del Reino» (38), literalmente los hijos del Reino, son los justos citados más adelante (43). Las dos expresiones no tienen nada de sectario, de excluyente, como se desprende del conjunto de la página evangélica.

• ”Los partidarios del Maligno» (38), los hijos del Maligno, son «los que obran el mal», citados también más abajo (41) y en otras páginas (Mt 5,37; 6,13; 13,19).

• La siega (30.39) y la separación del grano (Mt 3,12) es frecuente en la Biblia para hablar del juicio del fin de los tiempos (Is 27,12; Jl 4,13).

•  El «horno encendido» aparece otras veces (Mt 13,50; Dn 3,6).

• El «rechinar de dientes» (42) es una imagen bíblica que expresa la indignación de los malvados ante la felicidad de los justos. El Evangelio según Mateo la utiliza a menudo (Mt 8,12; 13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30).

• Consecuentes con lo que pretende la parábola (24-30) y su interpretación (37-43), no podemos manipular el texto para juzgar a nadie, ya que el juicio solamente corresponde al Señor. Si lo hiciéramos, caeríamos en integrismos excluyentes. Pero sí que a su luz podemos descubrir la importancia de continuar en nuestro sitio (29) a pesar de la constatación de que existen injusticias (27-28), frutos de lo que ha sembrado el «Maligno». Esta permanencia fiel en la militancia, por pequeña (31-32) y escondida (33)que sea, tiene una gran fuerza y hará crecer el Reino de Dios (43), por- que irá atacando las causas del mal y la injusticia sin atacar a las personas que, quizás equivocadamente, habremos juzgado —y no nos corresponde a nosotros juzgar— como injustas.

Comentario al evangelio – Jueves XV de Tiempo Ordinario

La oración de Isaías 26, 7-19, de donde está tomada el texto litúrgico de hoy, forma parte del llamado «Apocalipsis de Isaías». Se trata de una serie de imágenes en los que emerge la actitud orante del profeta que expresa su total esperanza en Dios, en su intervención salvadora en el peligro y frente a la tentación de los vanos esfuerzos humanos. En medio del trastorno cósmico y las expectativas de paz definitiva, el pueblo es invitado a poner su confianza en el Señor, que mantiene su promesa. Él nos dará la paz y realizará nuestras empresas cuidando del pobre y del indigente. 

La esperanza que el orante pone en Yahvé alimenta su deseo de estar en comunión con él, esto le da la convicción de que todo será llevado a buen termino y a la plenitud de todos los bienes. A pesar de la fragilidad fe del pueblo, la acción de Dios le devolverá esa energía vivificante a un «pueblo de muertos» para una nueva existencia (v. 19). Sería un bonito ejercicio repetir más de una vez esta lectura de Isaías el día de hoy, en medio de está situación de incertidumbre y desconcierto que estamos viviendo, para dejar que el espíritu de esta oración nos anime, nos reconforte, nos de consuelo y reavive nuestra esperanza.

En esa misma línea el Evangelio de Mateo es una invitación a saber descansar en Jesús. Acercarnos a Él cuando experimentamos nuestra pequeñez y fragilidad. A menudo vamos por la vida cansados y agobiados por las situaciones que nos toca vivir, y por las cargas innecesarias que nuestro amor propio e interés añaden a nuestro yugo. La llamada a cargar con el yugo de Jesús supone quitarnos el yugo que nosotros llevamos, que de suyo es nuestro propio ego. Vaciarnos de nosotros, para asumir el estilo de vida de Jesús que es manso y humilde de corazón, donde hallaremos nuestro descanso.  En definitiva, no se trata tanto de aligerar una carga, se trata de entrar en comunión de vida con Él acogiendo su amor y el del Padre fuente de reposo donde encuentran sentido nuestros anhelos más profundos. Pidamos esta gracia por intercesión de María en su advocación del Carmen, ella «Estrella de los mares» sabrá llevarnos a un puerto seguro en su Hijo.

Edgardo Guzmán, cmf.