Afán justiciero

El mundo fenoménico o de las formas se caracteriza por la polaridad. De manera que no puede existir nada sin su opuesto: blanco/negro, día/noche, salud/enfermedad, placer/dolor, nacimiento/muerte…, trigo/cizaña. Es precisamente esa condición la que hace posible el despliegue de las formas y la que nos permite conocerlas.

La polaridad omnipresente puede confundirnos y hacernos pensar que se trata de realidades irremediablemente opuestas, hasta el punto de etiquetar a una de ellas como “buena” y a la opuesta como “mala”.

Al hacer así, lo que era solo una polaridad que hacía posible el mundo de las formas lo convertimos en una dualidad que confunde y distorsiona nuestra mirada. Porque aquellos polos opuestos no son contradictorios sino complementarios.

Las categorías “bueno” y “malo”, en cuanto polos opuestos, tienen su razón de ser para entendernos en el mundo de las formas, pero resultan completamente inadecuadas cuando las absolutizamos. Porque, en el plano profundo, todo está bien, todo es como tiene que ser: todo lo que percibimos no es sino un despliegue de la vida a través de la polaridad.

Ante esta afirmación la mente analítica suele rebelarse airada, porque se le escapa la paradoja y es incapaz de captar el nivel profundo de lo real. Para la comprensión, sin embargo, resulta una obviedad: la realidad es paradójica y se requiere comprender sus “dos niveles” para poder integrarlos y vivirlos de manera armoniosa.

Donde hay trigo forzosamente habrá cizaña. Y tiene razón Jesús: hay que dejarlos crecer juntos. No desde la justificación indiferente, sino desde la comprensión de que cada persona hace en cada momento todo lo que puede y sabe.

Sin embargo, alguna mano posterior debió añadir en el texto la necesidad de “quemar la cizaña”. Tal añadido puede ser señal de nuestra “exigencia de justicia”. Tanto por nuestra sensibilidad ante el dolor ajeno como por la lectura que nuestra mente hace de las cosas, solemos abrigar una idea determinada, incluso bienintencionada, de la “justicia”, idea que ha llevado a no pocos pensadores –me vienen a la memoria los representantes de la teoría crítica, de la Escuela de Frankfurt– a afirmar el imperativo de que “el verdugo no triunfe sobre la víctima”.

Sin embargo, sin negar toda su “buena intención”, tal planteamiento es tramposo, porque nace de una visión dualista y fragmentada. Desde la comprensión, el mismo Jesús –como han hecho todos los sabios– habló más bien de “perdonar a los enemigos” y de “ser compasivos como vuestro Padre, que es bueno con los ingratos y los malvados” (Lc 6,35).

Ahí se mueve la comprensión no-dual, permitiéndonos apreciar que es solo nuestra inconsciencia la que nos hace ver el mundo dividido en “víctimas” y “verdugos”. Y esto no significa negar la realidad, sino verla desde otro lugar.

Me parece urgente atrevernos a mirar el mundo con otros ojos, atrevernos a dar una interpretación distinta de los acontecimientos y actuar desde una consciencia más amplia. La transformación vendrá justamente de ese cambio de visión –que nace de una consciencia ampliada– y dará a nuestras acciones una calidad y una vibración diferentes, caracterizadas por la compasión eficaz.

¿Vivo comprensión profunda hacia las personas?

Enrique Martínez Lozano

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I Vísperas – Domingo XVI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XVI de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

No sé de dónde brota la tristeza que tengo.
Mi dolor se arrodilla, como el tronco de un sauce,
sobre el agua del tiempo, por donde voy y vengo,
casi fuera de madre, derramado en el cauce.

Lo mejor de mi vida es dolor. Tú sabes
cómo soy; tú levantas esta carne que es mía;
tú, esta luz que sonrosa las alas de las aves;
tú, esta noble tristeza que llaman alegría.

Tú me diste la gracia para vivir contigo;
tú me diste las nubes como el amor humano;
y, al principio del tiempo, tú me ofreciste el trigo,
con la primera alondra que nació de tu mano.

Como el último rezo de un niño que se duerme
y, con la voz nublada de sueño y de pureza,
se vuelve hacia el silencio, yo quisiera volverme
hacia ti, y en tus manos desmayar mi cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a al voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: 2P 1, 19-21

Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones. Ante todo, tened presente que ninguna predicción de la Escritura está a merced de interpretaciones personales; porque ninguna predicción antigua aconteció por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Abriré mi boca, diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Abriré mi boca, diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.

PRECES
Invoquemos a Cristo, alegría de cuantos se refugian en él, y digámosle:

Míranos y escúchanos, Señor.

Testigo fiel y primogénito de entre los muertos, que nos has librado de nuestros pecados por tu sangre,
— no permitas que olvidemos nunca tus beneficios.

Haz que aquellos a quienes elegiste como ministros de tu Evangelio
— sean siempre fieles y celosos administradores de los misterios del reino.

Rey de la paz, concede abundantemente tu Espíritu a los que gobiernan las naciones,
— para que atiendan con interés a los pobres y postergados.

Sé ayuda para cuantos son víctimas de cualquier segregación por causas de raza, color, condición social, lengua o religión,
— y haz que todos reconozcan su dignidad y respeten sus derechos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A los que han muerto en tu amor, dales también parte en tu felicidad,
— con María y con todos tus santos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento de tu ley. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XV de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al buen camino!, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Mateo 12,14-21
Pero los fariseos, en cuanto salieron, se confabularon contra él para eliminarle.
Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:
He aquí mi Siervo, a quien elegí,
mi Amado, en quien mi alma se complace.
Pondré mi Espíritu sobre él,
y anunciará el juicio a las naciones.
No disputará ni gritará,
ni oirá nadie en las plazas su voz.
La caña cascada no la quebrará,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que lleve a la victoria el juicio:
en su nombre pondrán las naciones su esperanza. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy consta de dos partes entrelazadas entre sí: (1) Describe las diferentes reacciones de los fariseos ante la predicación de Jesús; (2) describe cómo Mateo ve en esta reacción diferente la realización de la profecía del Siervo de Yahvé, anunciado por Isaías.
• Mateo 12,14: La reacción de los fariseos: deciden matar a Jesús. Este versículo es la conclusión del episodio anterior, en el que Jesús desafía la malicia de los fariseos curando al hombre que tenía la mano atrofiada (Mt 12,9-14). La reacción de los fariseos fue ésta: “Salieron y se confabularon contra Jesús, para matarle”. Llegó así la ruptura entre Jesús y las autoridades religiosas. En Marcos, este episodio es mucho más explícito y provocador (Mc 3,1-6). Dice que la decisión de matar a Jesús no era sólo de los fariseos, sino que también de los herodianos (Mc 3,6). Altar y Trono se unieron contra Jesús.
• Mateo 12,15-16: La reacción de la gente: siguen a Jesús. Cuando supo de la decisión de los fariseos, Jesús se fue de ese lugar. La gente le sigue. Aún sabiendo que las autoridades religiosas decidieron matar a Jesús, la gente no se aleja de él, y le sigue. Le siguieron muchos y curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran. La gente sabe discernir. Jesús pide para que no divulguen demasiado lo que está haciendo. Contraste grande. Por un lado, el conflicto de vida y muerte entre Jesús y las autoridades religiosas. Por otro lado, el movimiento de la gente deseosa de encontrarse con Jesús. Eran sobre todo los excluidos y los marginados que venían donde él con sus males y sus enfermedades. Los que no eran acogidos en la convivencia social de la sociedad y de la religión, eran acogidos por Jesús.
• Mateo 12,17: La preocupación de Mateo: Jesús es nuestro Mesías. Esta reacción diferente de parte de los fariseos y de la gente lleva a Mateo a ver en esto una realización de la profecía del Siervo. Por un lado, el Siervo era perseguido por las autoridades hasta el punto de ser escupido en el rostro, pero no volvía el rostro atrás, sin avergonzarse, y puso su rostro como un pedernal (Is 50,5-7). Por otro lado, el Siervo era buscado y esperado por la gente. Las multitudes de las islas distantes esperaban su enseñanza (Is 42,4). Era exactamente esto lo que estaba aconteciendo con Jesús.
• Mateo 12,18-21: Jesús realiza la profecía del Siervo. Mateo trae por entero el primer cántico del Siervo. Lee el texto bien despacio, pensando en Jesús y en los pobres excluidos hoy:
He aquí mi Siervo, a quien elegí,
mi Amado, en quien mi alma se complace.
Pondré mi Espíritu sobre él,
y anunciará el juicio a las naciones.
No disputará ni gritará,
ni oirá nadie en las plazas su voz.
La caña cascada no la quebrará,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que lleve a la victoria el juicio:
en su nombre pondrán las naciones su esperanza. 

4) Para la reflexión personal

• ¿Conoces un hecho en que las autoridades religiosas, en nombre de su religión, decidieron perseguir y hasta matar a personas que como Jesús hacían el bien a la gente?
• Jesús es el Siervo de Dios. Y hoy ¿nuestra Iglesia, nuestra comunidad, yo, somos siervos de Dios para la gente? ¿Qué nos falta? 

5) Oración final

¡Qué admirable es tu amor, oh Dios!
Por eso los seres humanos
se cobijan a la sombra de tus alas;
se sacian con las provisiones de tu casa,
en el torrente de tus delicias los abrevas (Sal 36,8-9)

El problema del mal

1.- Llegan las vacaciones. Millones de hombres, en todo el mundo, durante la pausa estival huyen de las ciudades a reencontrarse con la naturaleza, con el campo y con los bosques, con el mar y con el sol. Es un encuentro enriquecedor, por poco limpios que se tengan los ojos y con tal de que se deje abierto un pequeño resquicio en las puertas y ventanas de nuestra sensibilidad. La naturaleza siempre tiene algo que enseñar o recordar al hombre: sus leyes y ciclos, sus “costumbres” y observancias; todo conserva un mensaje aleccionador, estimulante y puro.

2.- El hombre urbano llega al campo devorado por la prisa, por la obsesión de la eficacia del rendimiento a corto plazo. Y se encuentra con la parsimonia de la realidad agrícola, que no tolera frenesíes ni locas aventuras. El agricultor conserva todavía el don de la paciencia, de la sabiduría que espera, de la calma. La hora de la recolección, llega marcada por el signo del respeto a la naturaleza y sus leyes.

3.- En esta atmósfera nos parece más fácil entender la lectura final de esa profunda parábola del trigo y la cizaña. Detrás de una primera lección de inteligencia rural y campesina, que reserva para el último momento la delicada tarea de escardar el campo, se agazapa una interpretación más profunda sobre el problema del mal, de su coexistencia con el bien, y de eso que se ha definido justamente como el “derecho evangélico de la cizaña”.

4.- La imagen, hoy y siempre, de la sociedad y de la Iglesia es plural. Todo no es del mismo color no es idéntica la vibración que emiten los acontecimientos y las personas. Puestos a generalizar, a sintetizar racionalmente, existe lo blanco y lo negro, lo abierto y lo cerrado, lo bueno y lo malo. El trigo y la cizaña. Remontándonos a un nivel de interpretación cristiana de la historia, tenemos que admitir que la salvación universal no elimina la libertad humana y que la luz se ve rechazada todavía por la tiniebla. Hay que ser realista y no ceder a ningún tipo de estúpido triunfalismo. Existe el mal. Y el bien, por supuesto.

5.- De esta constatación algunos deducen inmediatamente la necesidad de aniquilar el mal, de extirparlo. Y se entregan con celo de cruzados a este combate. Esta actitud no parece del todo evangélica. Porque, en primer lugar, ¿quién nos ha dado la exclusiva de etiquetar definitivamente los acontecimientos y las personas? En segundo lugar, ¿quién nos ha confiado la misión de expedir certificados definitivos de buena o mala conducta? En tercer lugar, ¿por qué hemos de creer que el bien no crece, aun cuando esté rodeado por el mal? Y, además, ¿estamos tan seguros de que entre nuestras espigas no crecen también cizañas? Si para nuestras muchas deficiencias necesitamos y exigimos dosis nutridas de paciencia, muchas más tenemos que usar a la hora de contemplar a los demás.

6.- No estamos en el mundo para juzgarlo ni para apartarnos puritanamente de él. Tampoco para contaminarnos. Debemos estar seguros, por otra parte, de que al final será el trigo lo que importe. Mientras vivimos haríamos mal en arrancar esa cizaña a la que Dios no niega el agua ni la luz. Lo mismo que al trigo.

Antonio Díaz Tortajada

Comentario – Sábado XV de Tiempo Ordinario

Tras la curación, acaecida en la sinagoga el sábado, de un enfermo con parálisis en un brazo y el desafiante interrogatorio lanzado por su sanador a los fariseos allí presentes con propósitos inquisitoriales, se produce la maquinación contra él. Al salir del lugar, refiere el evangelista, aquellos fariseos, incapaces de responder a los argumentos de Jesús, resuelven acabar con él, planificando el modo concreto de llevar a cabo estos propósitos asesinos.

Ante esta seria amenaza, Jesús decide marcharse del lugar, arrastrando tras de sí a muchos, a todos esos que buscaban remedio para sus dolencias y enfermedades. Se aparta, por tanto, prudencialmente del peligro más inmediato, pero sin renunciar a su labor habitual y al contacto con todos esos enfermos para los que había venido como médico. Muchos le siguieron y él los curó a todos, aunque insistiéndoles en que no lo descubrieran, pues esa publicidad podía serle muy perjudicial en esos momentos en que parecían haber puesto precio a su vida. No sabemos si en esta ocasión le hicieron caso o no; pero quedaban advertidos de la situación de riesgo en que podían colocar a su sanador.

Jesús seguía cumpliendo lo predicho por el profeta Isaías. Realmente con él y en su día se cumplía esta Escritura profética. Y Mateo tiene especial interés en subrayar este cumplimiento, precisamente para mostrar al mundo que Jesús era realmente el Mesías profetizado desde antiguo, el único Mesías que cabía esperar. Él es, en verdad, el siervo, el elegido, el amado, el predilecto de Dios del que habla Isaías: aquel sobre el que ha puesto su Espíritu para anunciar el derecho a las naciones; una acción que llevará a cabo sin porfiar, sin gritar, sin vocear por las calles, sin quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo vacilante, de la manera más pacífica y serena, como cordero manso entre lobos.

Pero no parará hasta ver implantado ese derecho que no es cualquier derecho humano, sino el derecho mismo de Dios: no parará, porque empeñará su propia vida en este asunto, y con ella embarcará a sus seguidores y enviados para que sigan en su empeño y prolonguen su misión en el tiempo, con la esperanza de que algún día se haga realidad. Esta esperanza es la que nos tiene que mantener trabajando por el Reino de Dios y su justicia, o también, por la implantación del derecho (divino) en y entre las naciones, que son los pueblos más diversos de la tierra. Alcanzado este objetivo, todos podrán esperar en su nombre, que es también esperar gracias a él.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

129. Formas de catequesis

a) En ocasión del bautismo de los niños, es necesario dar inicio a una catequesis orgánica, que, a partir de la preparación de las familias de los niños, continúe después con sucesivos periodos de catequesis, correspondientes a la admisión a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, de la Confirmación y del Matrimonio. Se trata de un medio de grande importancia para cultivar y educar la fe de los fieles en momentos importantes de su vida y disponerlos a la digna recepción de los sacramentos, que de ese modo se traduce en un renovado esfuerzo de vida cristiana.

También es necesario dar importancia a la catequesis efectuada durante el mismo rito del sacramento, de tal manera que ayude a los asistentes a comprender lo que se está realizando y pueda suscitar una conversión en cristianos de fe tibia, que quizá asisten a la ceremonia sólo por conveniencia social.

b) El Obispo provea de tal forma que en toda la diócesis se observe el catecumenado para los adultos que desean recibir los sacramentos de la iniciación cristiana, de modo que los catecúmenos reciban una instrucción progresiva de la Palabra de Dios y sean introducidos poco a poco en la doctrina de la Iglesia, en la Liturgia, en la acción caritativa y en el apostolado, según las normas del Código de Derecho Canónico y las dadas por la Sede Apostólica y por las Conferencias Episcopales.(379)

c) Es necesario también proveer a una catequesis sistemática y continua de los fieles, con particular atención a la de los adultos. Con tal fin se puede elaborar un programa bien organizado y distribuido en el curso del año o de los años, distinguiendo según las diferentes edades – jóvenes, adultos, ancianos –, para adecuarlo a las necesidades y a los interrogantes propios de cada estadio de la vida.

d) Consciente de que la familia asume un papel primario en la educación de la fe, es necesario dar indicaciones precisas para que ésta sea realmente lugar de catequesis. Al elaborar las sugerencias para la Iglesia doméstica, se debe tener en cuenta que en la familia el Evangelio se radica en el contexto de profundos valores humanos a través de las distintas ocasiones de la vida cotidiana. Esta forma familiar de catequesis precisa más del testimonio de los miembros de la familia que de su enseñanza.(380)


379 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución Sacrosanctum Concilium, 64-66; Decreto Christus Dominus, 14; Decreto Ad Gentes, 14; Codex Iuris Canonici, cans. 206; 788 y 851, 1°, Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Ritual Romano, Ordo initiationis christianae adultorum.

380 Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, 55.

Los obstáculos para no llegar a Dios

1.- Seguimos, un domingo más, con estas pláticas (bien aleccionadoras) en forma de parábolas. Cizaña, mostaza y levadura son tres características de un mismo tríptico con el que Jesús nos invita a ver y valorar nuestra fe.

Cizaña. Lo que nos separa de Dios. Son los tropiezos de cada día. Es aquello que nos ahoga e impide crecer como cristianos y también, porqué no decirlo, como personas. Estamos tan habituados a vivir entre cizaña que, a duras penas, podemos distinguir el bien y del mal, entre lo que es fruto y la simple hojarasca. Ciertamente, teniendo el evangelio en la mano, hay que ser paciente, no arrasar con aquello que nos puede parecer a simple vista negativo o contradictorio a nuestra fe. Pero, también es verdad, que habremos de luchar con todas nuestras fuerzas para no dejarnos teñir por los tentáculos de la maldad aunque venga disfrazada de falsos progresismos. ¿Cizaña? A todas horas y en muchos campos: en la conciencia, en el pensamiento, en el trabajo, en la iglesia, en los grupos, en la política. Lo malo, no es que exista la cizaña, lo malo es acostumbramos a crecer (o decrecer) en medio de ella e ir cediendo terreno, queriendo o inconscientemente, en aquello que es esencial en el seguimiento a Jesús.

2.- Una vez conscientes de la verdad que llevamos entre manos. Del esfuerzo que supone “pelear” con la fuerza pequeña e invisible del evangelio nos daremos cuenta de lo que es la levadura de un cristiano en el mundo. La semilla de Dios puede que sea pequeña. Que a veces nos parezca del todo utópica o inservible. La mostaza, es ese gran regalo que recibimos en el día de nuestro Bautismo. Puede que, al paladar egoísta y pragmático, nos parezca inexistente o que, incluso, todo lo que rezamos y celebramos, realizamos o ayudamos nos resulte aparentemente estéril. Esa es la grandeza de Dios: sin saberlo nosotros, El va haciendo de las suyas. Qué sugerente aquel diálogo entre Santo Domingo de Guzmán y la Virgen María: “Domingo; siembras mucho pero riegas poco”.

3.- Hasta hace cuatro días, nuestra sociedad occidental, estaba totalmente impregnada (por lo menos exteriormente) del aroma del Evangelio. En la actualidad, y por diversas razones que todos conocemos, urge y se nos presenta una nueva evangelización. Esta sólo será posible si cada cristiano (seamos muchos o pocos) nos ponemos como objetivo de nuestro paso por el mundo, el deseo de ser levadura. De iniciar a muchos desde cero en su práctica cristiana. Ser levadura, acostumbrados a ser masa, es difícil. Pero el Señor, por si lo hemos olvidado, nos da la seguridad de que en medio de la noche oscura, dificultades, persecuciones, falta de vocaciones, etc., el Espíritu Santo sigue actuando. Me gusta aquello del viejo poeta: “no seamos salero, seamos luz; no seamos sol, seamos estrellas; no seamos océano, seamos gotas de agua, no pensemos en ser bosque que cada uno sea un árbol”.

No es bueno plegarse de brazos, por supuesto que no, pero tampoco es positivo el que lleguemos a pensar que “esta empresa” es tan nuestra, que no dejemos a Dios la suficiente libertad para actuar en ella o seamos tan desconfiados que creamos que, el presente y el futuro de la fe, depende exclusivamente de nuestros esfuerzos y empeños pastorales.

Os propongo la siguiente oración para terminar mi homilía:

Señor;
Porque tu siembra fue buena en mí, dale constante crecimiento
Porque tu siembra puede malograrse, vela por ella hasta el final
Porque tu siembra es pequeña, haz que –aún siendo invisible- se haga grande
Porque tu siembra puede ser asolada, cobíjame a la luz de tu Espíritu
Porque tu siembra puede ser robada, asegúrame con la llave de la oración
Porque tu siembra puede ser asfixiada, aparta de mí aquello que la aprisiona
Porque tu siembra puede quedar en nada, hazla fructificar con el abono de tu gracia
Amén

Javier Leoz

Ser trigo y no cizaña

1.- «No hay más Dios que tú, que cuidas de todo…» (Sb 12, 13) Los demás dioses son mentira, invención de los hombres. No hay más que verlos. Son pequeños, limitados, mezquinos. Los hombres se construyeron unos ídolos y les salió algo a la pobre medida de sus manos. Seres raquíticos, dioses que luchan entre sí, dioses con bajas pasiones, con miras cortas. Tiene ojos y no ven, tienen manos y no palpan, tienen oídos y no oyen, pies y no andan. Son dioses muertos, incapaces por tanto de dar vida.

Tú no, tú eres el Dios vivo, el creador de cuanto existe, el mantenedor omnipotente de este ritmo continuo de la vida que sigue sin parar. Tú cuidas de todo. Estás al tanto de todo. Te preocupas de cada cosa con la misma solicitud que una madre buena. Sabes atender al detalle que remata la perfección de una obra, atiendes a lo pequeño y a lo grande, todo lo prevés y lo dispones para nuestro bien.

Si lo creyéramos, Señor… Si creyéramos de verdad que te cuidas de todo. Si aceptáramos la grandeza infinita de tu amor, si no nos empeñáramos en hacerte pequeñito y ridículo, un dios hecho a nuestra medida, tan estrecha y tan escasa. Si comprendiéramos, un poco al menos, tu grandeza de corazón, nada nos robaría la paz. Estaríamos siempre seguros de ti, de esa providencia solícita que piensa en todo, que no deja escapar nada de lo que nos pueda servir de provecho.

2.- «Obrando así enseñaste que el justo debe ser humano…» (Sal 12, 19) Como Tú eres, así debemos ser cada uno de nosotros. Lo dijiste muy claro: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso». Y también llegaste a decir: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Ni más ni menos. Compréndelo, Jesús. Es difícil, casi imposible. Imposible no, porque entonces serías muy cruel al pedirnos lo que no te podríamos dar. Sin embargo es posible, sí; todo es posible para el que cree. Y todo lo consigue el que pide sin vacilar. Hoy, en esta nuestra pobre oración, te pido que seamos como tú, tan humanos como tú. Humanos, luego no se trata de algo inalcanzable para el hombre. Incluso, pensándolo bien, ese intentar ser como tú es precisamente lo que realiza plenamente al hombre, lo que le acerca a su máxima grandeza. Ser humanos, tener humanidad. Querer a todos, olvidarse de sí mismo, darse plenamente a los demás. Sin poner límites a nuestra generosidad, hasta entregarnos del todo… Ser humanos, amar de tal modo que comience a ser ya una realidad la gran esperanza de ser como Dios.

3.- «Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (Sal 85, 5) Los salmos repiten con frecuencia que Dios es inmensamente bondadoso. Sobre todo en estos salmos que la Iglesia, nuestra Madre, ha escogido como cantos interleccionales. Ante este hecho existe el riesgo de formarnos una imagen equivocada de Dios. Es posible que nos imaginemos al Señor incapaz de enfadarse y de castigar. Un Dios acaramelado y dulzón, un ídolo hecho de pasta flora según los moldes de nuestra blandenguería y sentimentalismo. Hay que superar el riesgo apuntado sabiendo que, además de misericordioso, Dios es justo y fuerte, vengador de desafueros y de pecados. Además de amar a Dios, hay que temerle con ese llamado, precisamente, santo temor de Dios. Es decir, hay que tomarse a Dios en serio, muy en serio; hemos de sacudir nuestra indolente actitud ante sus leyes, desterrar nuestra continua desfachatez y descaro para tomarnos tan a la ligera las cosas de Dios, sus santos mandamientos, las exigencias que entraña el ser cristianos. Pensemos que Dios, además de padre, es justo juez. Tengamos en cuenta que después de esta vida caduca hay otra perdurable. Avivemos el recuerdo del juicio de nuestra conducta y seamos más coherentes con lo que creemos y esperamos.

4.- «Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor…» (Sal 85, 9) Nadie podrá escapar al juicio de Dios. Todos tendremos que comparecer ante el tribunal supremo, en el que no valen excusas ni mentiras. El Señor será el juez inexorable cuya sentencia no admite recurso alguno. Él conocerá todos nuestros actos, incluso aquellos que han permanecido en el secreto de nuestra propia conciencia. Es relativamente fácil engañar a los hombres, mantenerlos en la buena opinión que puedan tener respecto de uno. Tanto es así, que es posible que quien aparece como una persona honorable, no sea más que un pobre miserable que, sagaz e hipócritamente, sabe guardar las formas.

Actualicemos la fe en la realidad tremenda del juicio divino. No hagamos nunca nada de lo que un día podamos avergonzarnos. Recurramos por otra parte, con la frecuencia que sea necesaria, al sacramento de la Penitencia para pedir perdón de nuestras faltas y pecados. Pensemos que es mejor ser perdonados cuando aún hay tiempo de rectificar, que ser condenados cuando ese tiempo ya se pasó. Acudamos ahora a Dios que nos abre sus brazos como un padre, para que luego no tengamos que sufrir el rechazo del que entonces será nuestro juez divino.

5.- «El Espíritu viene en ayuda nuestra porque nosotros no sabemos…» (Rm 8, 26) Es verdad que las exigencias del cristianismo rayan a veces en lo heroico. En cierto modo, siempre son difíciles de realizar dichas exigencias. En el fondo es porque la ley principal de Cristo, la de la caridad, la del amor a los demás, está en contradicción con otra ley que tenemos metida en lo más íntimo de nuestra naturaleza, la ley del amor propio.

De aquí la necesidad de la ayuda divina para que supla nuestra natural fragilidad humana. Con esa ayuda, nuestra flaqueza se reviste de vigor y se encuentra capacitada para llevar a cabo la formidable tarea de vivir, a lo divino, todo lo que es humano. Con esa ayuda de Dios es posible la generosidad y el espíritu de servicio, el desprendimiento y la preocupación por los demás con olvido de uno mismo.

Vamos, pues, a pedir con insistencia y confianza al Señor que nos ayude a superar nuestro natural egoísmo. Que luchemos con afán y empeño, que no desfallezcamos al vivir esas exigencias de amor y de comprensión hacia todos, también hacia los que no saben comprendernos.

6.- «El que escudriña los corazones sabe…» (Rm 8, 27) Sí, Dios nos ayuda, pero es preciso secundar esa ayuda, poner de nuestra parte ese poquito que claramente depende de nosotros. Sin olvidar lo que dijimos antes, y que por su importancia repito. Hay que rezar mucho, pedir con lágrimas si es preciso que el Señor venga en nuestra ayuda, que se dé prisa en socorrernos. Y luego dejarnos llevar por la fuerza divina, por el Espíritu Santo, que no sólo ora en nosotros, sino que también actúa en el fondo de nuestros corazones para que seamos fieles… Si vivimos así, todo nos irá cada vez mejor. El que escudriña los corazones, el que todo lo sabe y todo lo puede, está más capacitado que nosotros mismos para conseguir lo que de veras nos conduce a nuestra felicidad. Si le hacemos caso no nos arrepentiremos jamás. En caso contrario puede ocurrir que estemos arrepintiéndonos por toda una eternidad, desesperados, sin la más mínima esperanza de ser perdonados.

7.- «El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró…» (Mt 13, 24) Las palabras de Jesucristo conservan aún su lozanía y su sencillez. Sus metáforas e imágenes son universales, válidas después de tantos siglos; tienen la misma fuerza expresiva, la misma carga doctrinal. El campo de la siembra, nos dice hoy, es el mundo. En ese terreno ancho, un campo abierto, sembró Dios siempre. Sin descanso alguno. Ya al principio su semilla cayó generosa. Sin embargo, la tierra no siempre respondió. El Señor quiso al hombre libre, capaz de optar por el bien o por el mal. Y el hombre optó por el mal. Por eso, junto al buen trigo, creció la sucia cizaña, la mala hierba.

Dios puede escardar ya a fondo y limpiar del todo su sementera. Pero no quiere hacerlo, para no correr el riesgo de arrancar el trigo con la cizaña. Quiere dar ocasión a la mala hierba, para que se cambie en buena. Pensó que el hombre, al ser todavía libre, podría recapacitar y convertirse de su mala vida. De hecho, muchos así lo hicieron y descubrieron a tiempo la desgracia que implica el vivir lejos de Dios, y se volvieron a él, avergonzados y arrepentidos. Ahora sigue el proceso de ese crecimiento conjunto del trigo y la cizaña. Dios espera… Miremos hacia dentro y convirtamos lo malo en bueno, y lo bueno en mejor. No seamos cizaña que envenene el mundo, seamos buen trigo que sirva de alimento a los hombres y de satisfacción a Dios.

Porque al final tendrá lugar la siega. Entonces el trigo será reunido en los graneros luminosos de una eternidad feliz, mientras que la mala hierba será quemada para siempre en los tenebrosos parajes del infierno. Dios espera paciente, hemos dicho y lo repetimos, pero no indefinidamente. Hay un plazo, cuya extensión ignoramos. Puede ser largo, o puede no serlo. En realidad siempre, al final lo entenderemos, es un plazo corto pues el tiempo, por su misma naturaleza, es fugaz y efímero.

Antonio García Moreno

Quién es trigo y quién cizaña

1.- ¿Os imagináis la escena? Envuelto en un amplio albornoz blanco desde una pequeña colina contempla el dueño del campo las espigas que la mano suave de una brisa acaricia, y en su corazón bendice al Señor que le ha dado tan excelente cosecha, aunque aquí y allá se ven brotes de mala hierba.

Y por la ladera suben hacía él hombrecillos encorvados que a fuerza de mirar la tierra no son capaces de abarcar la amplitud de la inmensa cosecha. Hombres pequeños, canijos, que señalan con el dedo al amo y le reprochan su semilla. “Es que no era buena la semilla la semilla nos diste para sembrar” “¿Es que nos has engañado? Ahí tienes la cizaña ahogando el trigo”

2.- Canijos, pequeños, miopes somos todos nosotros, cuando pedimos cuentas a Dios, porque permite que junto al trigo crezca la cizaña. Por que nosotros somos lo blanco, lo limpio, el trigo candeal, debemos distinguirnos bien de la cizaña. Lo blanco debe ser bien blanco y lo negro bien negro. ¿Y quién nos asegura a nosotros de que lo que llamamos cizaña lo es y que los que nos llamamos trigo blanco lo somos?

Ni la Iglesia que es santa por ser la esposa de Cristo es la reunión de los santos es la reunión de los santos y buenos. Fuera de ella hay muchísimo bueno y dentro de ella hay mucha cizaña.

3.- El dueño de campo no se inmuta ante la intransigencia de los que se dicen sus siervos. Es paciente y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Dios ama al trigo joven que es hermano de la cizaña, que han nacido juntos y al que se va a hacer daño si se arranca de su lado a la cizaña, porque sus raíces se entrelazan en el mismo suelo.

Y el trigo joven por ser débil entiende la debilidad de lo que llamamos cizaña y siente en su propia entraña la necesidad de la misericordia y del perdón.

Y Dios que es rico en misericordia como ama al trigo joven, ama también a la cizaña, porque también ellos son hijos suyos por los que ha dado su vida. Y por eso es tolerante y sabe esperar mientras hay un resquicio de conversión.

Además de que sólo Él sabe quién es trigo y quien cizaña. En tiempos de Jesús el trigo limpio eran los fariseos y cizaña los publicanos y pecadores y Jesús llamó hipócritas a los fariseos y nos dejó bien dicho que están más cerca del Reino los pecadores y las prostitutas.

Dios es amor y el amor disculpa sin límites, cree son límites, espera sin límites y aguanta sin límites.

Cuánto tenemos que aprender, los que nos creemos trigo limpio, de nuestro Padre Dios, dueño del campo de trigo.

José Maria Maruri, SJ

La vida es más que lo que se ve

Por lo general, tendemos a buscar a Dios en lo espectacular y prodigioso, no en lo pequeño e insignificante. Por eso les resultaba difícil a los galileos creer a Jesús cuando les decía que Dios estaba ya actuando en el mundo. ¿Dónde se podía sentir su poder? ¿Dónde estaban las «señales extraordinarias» de las que hablaban los escritores apocalípticos?

Jesús tuvo que enseñarles a captar la presencia salvadora de Dios de otra manera. Les descubrió su gran convicción: la vida es más que lo que se ve. Mientras vamos viviendo de manera distraída sin captar nada especial, algo misterioso está sucediendo en el interior de la vida.

Con esa fe vivía Jesús: no podemos experimentar nada extraordinario, pero Dios está trabajando el mundo. Su fuerza es irresistible. Se necesita tiempo para ver el resultado final. Se necesita, sobre todo, fe y paciencia para mirar la vida hasta el fondo e intuir la acción secreta de Dios.

Tal vez la parábola que más les sorprendió fue la de la semilla de mostaza. Es la más pequeña de todas, como la cabeza de un alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto. Por abril, todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así es el «reino de Dios».

El desconcierto tuvo que ser general. No hablaban así los profetas. Ezequiel lo comparaba con un «cedro magnífico», plantado en una «montaña elevada y excelsa», que echaría un ramaje frondoso y serviría de cobijo a todos los pájaros y aves del cielo. Para Jesús, la verdadera metáfora de Dios no es el «cedro», que hace pensar en algo grandioso y poderoso, sino la «mostaza», que sugiere lo pequeño e insignificante.

Para seguir a Jesús no hay que soñar en cosas grandes. Es un error que sus seguidores busquen una Iglesia poderosa y fuerte que se imponga sobre los demás. El ideal no es el cedro encumbrado sobre una montaña alta, sino el arbusto de mostaza que crece junto a los caminos y acoge por abril a los jilgueros.

Dios no está en el éxito, el poder o la superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos de estar atentos a lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es solo lo que se ve. Es mucho más. Así pensaba Jesús.

 

José Antonio Pagola