Espiritualidad y compromiso

Solo una espiritualidad comprometida –la propia expresión es en realidad una tautología–es espiritualidad. El compromiso, inseparable de la espiritualidad, constituye su test de veracidad. Porque es precisamente en la acción donde se verifica la verdad de lo comprendido. Por lo que, de manera realista, la espiritualidad nos confrontará con la vida cotidiana por medio de cuestionamientos: en lo concreto, ¿a qué me siento movido?, ¿qué quiere vivir a través de mí?, ¿cómo se concreta?, ¿con quiénes?, ¿con qué prioridades?, ¿con qué medios?… Y todo ello, no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que es amor: consciencia de unidad y certeza de no-separación.

Por eso, junto con aquellas cuestiones, la espiritualidad plantea otra pregunta decisiva: ¿de dónde nace el compromiso? Porque puede surgir de lugares bien diferentes, que condicionarán tanto la forma de vivirlo como los resultados.

Tuve que aprender por propia experiencia que incluso el compromiso más noblemente intencionado puede nacer de lugares no siempre adecuados: necesidad de reconocimiento y de aprobación, compensación de culpas inconscientes, moralismo voluntarista, baja tolerancia a la frustración que impide aceptar la realidad tal cual es…

Entrelazados con ellas, me parece descubrir otros dos factores que suelen contaminar la limpieza del compromiso, particularmente en Occidente y en el ámbito religioso, incluso en personas “entregadas”, que actúan con la más noble intención y la mejor voluntad. Me refiero a la idea del mesianismo judeocristiano y a la culpa católica. Ambos elementos han formado parte del imaginario colectivo durante siglos y, a pesar del proceso de secularización y del creciente laicismo, siguen vigentes –aun de manera inconsciente– y condicionan actitudes y comportamientos.

El “mesianismo” induce a la exigencia de tener que “salvar” el mundo. La culpa, que no permite estar bien mientras otros estén mal, exige un compromiso que “repare” esa situación. No es difícil advertir la facilidad con que el ego puede apropiarse de esa doble idea para fortalecer su “identidad”: un ego salvador y reparador se siente muy consistente.

Se comprende que el ego, con frecuencia, se apropie del compromiso y lo contamine. Y que, en consecuencia –y tal vez como el signo más evidente de la apropiación–, se pueda dar un sentimiento de “superioridad moral” –no se olvide que el ego vive también de la comparación–, desde el que se juzga y descalifica a quienes son considerados como “no comprometidos”.

Es indudable que, junto a esas motivaciones, pueden darse otras más “limpias”, como las creencias que insisten en la fraternidad o la fe en un Dios padre de todos. Ambas han sido fuente de compromiso compasivo y solidario, vivido con limpieza y entrega.

Pero, más allá de las creencias, en la espiritualidad no-dual el compromiso nace de la comprensión de lo que somos: siendo diferentes, compartimos la misma identidad; por lo que, cuando sé mirar en profundidad, veo que todo otro es no-otro de mí.

Desde esa misma comprensión se advierte que el compromiso genuino se caracteriza por dos rasgos básicos: la entrega y la desapropiación. Se ancla en la certeza vivencial de que los otros son yo y desde ahí se entrega, en una actitud de docilidad a lo que hay que vivir en cada momento.

Mariá Corbí lo ha expresado con acierto: “La no-dualidad arrastra inevitablemente al interés y servicio a toda criatura; lleva a interesarse por la marcha de la sociedad, de la cultura, del medio y de todo ser viviente y no viviente. La no-dualidad es unidad y la unidad es amor. El verdadero amor no es el sentimiento romántico, ni tiene ninguna conexión con la necesidad. El amor verdadero solo florece en la más completa gratuidad. Quien comprende su verdadera realidad entenderá y sentirá que la realidad del mundo de sus interpretaciones, de sus modelaciones no es otra que la realidad de «eso absoluto». Vivirá en profundidad que el mundo de nuestra dimensión relativa y el de nuestra dimensión absoluta no es una realidad con dos pisos, sino una única realidad que nuestra condición de vivientes necesitados que hablan precisa difractar para poder sobrevivir y cambiar cuando sea necesario o conveniente” (Marià Corbí. Razones para el cultivo intensivo de la gran cualidad humana. http://www.cetr.net)

Decía que el compromiso nace de la comprensión. De hecho, la comprensión es la fuente más honda de la fraternidad. ¿Cómo no sentir como hermanos y hermanas a aquellos con quienes compartimos el mismo centro, es decir, la misma identidad? ¿Cómo no vivir la fraternidad cuando hemos comprendido que somos uno?

¿Desde dónde y cómo vivo el compromiso hacia los otros y hacia la tierra?

Enrique Martínez Lozano

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I Vísperas – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XVIII DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Venid, comprad de balde y comed un pan que da hartura para siempre.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Venid, comprad de balde y comed un pan que da hartura para siempre.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Ven, Señor, en ayuda de tus hijos, derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican y renueva y protege la obra de tus manos a favor de los que te alaban como creador y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XVII de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, protector de los que en ti esperan; sin ti nada es fuerte ni santo. Multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo tu guía providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos a los eternos. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 14,1-12
En aquel tiempo se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús, y dijo a sus criados: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas.» Es que Herodes había prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe. Porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla.» Y aunque quería matarle, temió a la gente, porque le tenían por profeta. Mas, llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio de todos gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, «dame aquí, dijo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.» Entristecióse el rey, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús.

3) Reflexión

• El evangelio de hoy describe cómo Juan Bautista fue víctima de la corrupción y de la prepotencia del gobierno de Herodes. Fue condenado a muerte sin proceso, durante un banquete del rey con los grandes del reino. El texto nos da muchas informaciones sobre el tiempo en que Jesús vivía y sobre la manera en que los poderosos de aquel tiempo ejercían el poder.
• Mateo 14,1-2. Quién es Jesús para Herodes. El texto inicia informando sobre la opinión de Herodes respecto a Jesús: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas. Herodes trataba de entender a Jesús desde los miedos que le asaltaban después del asesinato de Juan. Herodes era un grande supersticioso que escondía el miedo detrás de la ostentación de su riqueza y de su poder.
• Mateo 14,3-5: La causa escondida del asesinato de Juan. Galilea, la tierra de Jesús, estaba gobernada por Herodes Antipas, hijo del rey Herodes, el Grande, desde el 4 antes de Cristo. ¡43 años en todo! Durante el tiempo en que Jesús vivió, no hubo mudanza de gobierno en Galilea! Herodes era dueño absoluto de todo, no rendía cuenta a nadie, hacía lo que se le pasaba por la cabeza. ¡Prepotencia, falta de ética, poder absoluto, sin control por parte del pueblo! Pero quien mandaba en Palestina, desde el 62 antes de Cristo, era el Imperio Romano. Herodes, en Galilea, para no ser depuesto, procuraba agradar a Roma, en todo. Insistía sobre todo en una administración eficiente que diera lucro al Imperio. Su preocupación era su propia promoción y seguridad. Por ello, reprimía cualquier tipo de subversión. Mateo informa que el motivo del asesinato de Juan fue la denuncia que el Bautista hace a Herodes por haberse casado con Herodíades, mujer de su hermano Felipe. Flavio José, escritor judío de aquella época, informa que el motivo real de la prisión de Juan Bautista era el miedo que Herodes tenía a un levantamiento popular. A Herodes le gustaba ser llamado bienhechor del pueblo, pero en realidad era un tirano (Lc 22,25). La denuncia de Juan contra Herodes fue la gota que hizo rebosar el vaso: «No te está permitido casarte con ella”. Y Juan fue puesto en la cárcel.
• Mateo 14,6-12: La trama del asesinato. Aniversario y banquete de fiesta, ¡con danzas y orgías! Marcos informa que la fiesta contaba con la presencia “de los grandes de la corte, de los oficiales y de personas importantes en Galilea” (Mc 6,21). Es éste el ambiente en que se trama el asesinato de Juan Bautista. Juan, el profeta, era una denuncia viva de este sistema corrupto. Por esto fue eliminado bajo pretexto de un problema de venganza personal. Todo esto revela la flaqueza moral de Herodes. ¡Tanto poder acumulado en mano de un hombre sin control de sí! En el entusiasmo de la fiesta y del vino, Herodes hizo un juramento liviano a Salomé , la joven bailarina, hija de Herodíades. Supersticioso como era, pensaba que debía guardar ese juramento, atendiendo a los caprichos de la muchacha y mandó el soldado a traerle la cabeza de Juan sobre una bandeja y entregarla a la bailarina, que a su vez la entregó a su madre. Para Herodes, la vida de los súbditos no valía nada. Disponía de ellos como disponía de la posición de las sillas en la sala.
Las tres características del gobierno de Herodes: la nueva Capital, el latifundio y la clase de los funcionarios:
a) La Nueva Capital. Tiberíades fue inaugurada cuando Jesús tenía 20 años. Era llamada así para agradarle a Tiberio, el emperador de Roma. Allí moraban los dueños de la tierra, los soldados, la policía, los jueces muchas veces insensibles (Lc 18,1-4). Para allá llevaban los impuestos y el producto del pueblo. Allí Herodes hacía sus orgías de muerte (Mc 6,21-29). Tiberíades era la ciudad de los palacios del Rey, donde vivía el personal que viste con elegancia (cf Mt 11,8). No consta en los evangelios que Jesús hubiese entrado en esta ciudad.
b) El latifundio. Los estudiosos informan que, durante el largo gobierno de Herodes, el latifundio creció en prejuicio de las propiedades comunitarias. El libro de Henoc denuncia a los dueños de las tierras y expresa la esperanza de los pequeños: “¡Entonces los poderosos y los grandes dejarán de ser los dueños de la tierra!” (Hen 38,4). El ideal de los tiempos antiguos era éste: “Cada uno se sentaba a la sombra de su parra y de su higuera, y nadie lo inquietaba” (1 Mac 14,12; Miq 4,4; Zac 3,10). Pero la política del gobierno de Herodes volvía imposible la realización de este ideal.
c) La clase de los funcionarios. Herodes creó toda una clase de funcionarios fieles al proyecto del rey: escribas, comerciantes, dueños de tierras, fiscales del mercado, recaudadores de impuestos, militares, policías, jueces, promotores, jefes locales. En cada aldea o ciudad había un grupo de personas que apoyaban al gobierno. En los evangelios, algunos fariseos aparecen junto a los herodianos (Mc 3,6; 8,15; 12,13), lo cual refleja la alianza entre el poder religioso y el poder civil. La vida de la gente en las aldeas estaba muy controlada tanto por el gobierno como por la religión. Se necesitaba mucho valor para comenzar algo nuevo, ¡como lo hicieron Juan y Jesús! Era lo mismo que atraerse sobre sí la rabia de los privilegiados, tanto del poder religioso como del poder civil.

4) Para la reflexión personal

• ¿Conoces a personas que murieron víctima de la corrupción y de la dominación de los poderosos? Y aquí entre nosotros, en nuestra comunidad y en nuestra iglesia, ¿hay víctimas de desmando y de autoritarismo?
• Herodes, el poderoso, que pensaba ser el dueño de la vida y de la muerte de la gente, era un cobarde ante los grandes y un adulador corrupto ante la muchacha. Cobardía y corrupción marcaban el ejercicio del poder de Herodes. Compáralo con el ejercicio del poder religioso y civil, hoy, en los diversos niveles de la sociedad y de la Iglesia.

5) Oración final

Lo han visto los humildes y se alegran,
animaros los que buscáis a Dios.
Porque Yahvé escucha a los pobres,
no desprecia a sus cautivos. (Sal 69,33-34)

Testimonio y generosidad

1.- «Esto dice el Señor: Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero» (Is 55, 1) Para un país tan seco como Israel, el agua es, sin duda, un factor importantísimo, un don estimable en grado sumo. Por eso, con frecuencia, entra a formar parte del lenguaje bíblico, de la predicación profética especialmente. Hoy Dios se dirige a los que tienen sed. En el tiempo de calor y conociendo aquellas tierras, resulta fácil imaginarse el estado de ánimo de quien padece sed. Pero sería demasiado burdo interpretar esa sed en un sentido meramente material. El profeta habla de otra sed, la del alma. Esa sed que nos abrasa por dentro, que nos consume y no se sabe definir, pero sed que nos atormenta y nos angustia dolorosamente.

También los que no tenéis dinero, venid. Porque este agua no tiene precio, no se da a cambio de nada, se da sólo por amor, desinteresadamente… Oídlo, sedientos todos, acudid por el agua de la gracia. Un chorro de agua fresca y clara mojará nuestros labios quemados, nuestra boca seca. Y nuestra profunda sed, la sed del alma se calmará, plenamente.

2.- «Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis» (Is 55, 3) Son palabras entrañables, palabras que se pronuncian en voz baja, al oído. Palabras llenas de cariño que envuelven nuestro espíritu, llenándolo de consuelo inefable, hondo, divino. Escuchadme y viviréis, dice el Señor… Sí, lo dice Dios mismo, el que no miente, el que todo lo sabe, el que todo lo puede, el que ama de modo infinito y eterno… Somos tontos, Señor. Y lo peor es que parece que sin remedio. Ya nos conoces. Perdemos horas y horas escuchando palabras de unos y otros. Cuánto tiempo escuchando sandeces, o al menos palabras que, comparadas con las tuyas, son vanas, incapaces de dar vida.

Sería preciso que vinieras en persona para que nos hablaras directamente. Quizás así te escucharíamos y pudiéramos conseguir la vida que nos prometes. Digo que quizá, porque en realidad también cuando tú hablaste cara a cara, hubo muchos que no quisieron escuchar, que se hicieron el sordo, prefiriendo, inexplicablemente, la muerte a la vida. Es suficiente con que nos aumentes la fe, hasta buscar por encima de todo, en la Iglesia que tú fundaste, el maravilloso eco de tu palabra.

3.- «Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo» (Sal 144, 15) En último término todo depende de Dios. Él es el dueño absoluto de cuanto existe. Por derecho de creación y por derecho de mantenimiento. Todo cuanto hay bajo el cielo ha salido de sus manos, todo surgió de la nada al conjuro maravilloso de su Palabra. Él puso en movimiento el motor de cuanto se mueve, desde el girar grandioso de los astros hasta el latir imperceptible del más pequeño insecto, desde el ardor de los volcanes hasta el ímpetu tremendo de las olas.

Sólo Dios es la causa primera de todo, como dicen los filósofos. Los demás seres son siempre causas segundas, pequeños o grandes títeres que se mueven en apariencia por sí solos, pero que realmente son movidos por Dios. La creación entera es el gran teatro del mundo donde cada ser tiene su propio papel, y donde cada decorado, a veces tan grandioso, ha sido colocado por el Señor, magnífico tramoyista que ha hecho los árboles y las hierbas, los valles y las cumbres, los vientos y las aguas.

Todo está pendiente de Dios, aun cuando a veces sea de modo inconsciente. Y esto ocurre no sólo en los seres irracionales y en los inanimados, sino también en los seres racionales. Y, sin embargo, forzoso es reconocerlo, el hombre se olvida con frecuencia de Dios, llega incluso a creerse independiente, como si él fuera el centro del orbe.

4.- «El Señor es justo en todos sus caminos» (Sal 144, 17) El hombre no es el centro del universo; el hombre es una criatura más, muy perfecta por cierto -hecha a imagen y semejanza de Dios-, pero no la más perfecta, ya que los ángeles tienen una perfección mayor. El hombre, sin embargo, abusando de su condición de ser libre, se ha rebelado contra Dios. El Creador quiso correr el riesgo de hacer una criatura libre, capaz de tomar su propia decisión. Él hizo al hombre del barro pero coronó su frente con el hálito divino, encendió en él la luz del entendimiento y la fuerza de la voluntad.

El Señor es bueno y es justo. Él quiso conceder a una criatura la posibilidad de descubrir la verdad y de amar el bien. Pero el hombre, libre y fuerte como era, se rebeló contra su Hacedor, prefirió la mentira de Satán a la verdad de Dios. Momento terrible que aún hoy -hasta el fin de los siglos- está gravitando duramente sobre la vida, empujando inexorable hacia la muerte… Hubo un momento en que Dios se arrepintió de haber creado al hombre, que tan mal le respondió, y lo castiga hasta casi aniquilarlo. Pero no lo aniquiló. El hombre seguía siendo «la debilidad» de Dios, su criatura predilecta. Todos sabemos personalmente de su paciencia y de su perdón, todos contemplamos cada día cómo las manos del Señor parece que están atadas, esperando a que el hombre desista de su locura y se vuelva hacia quien tanto le ama.

«¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?» (Rm 8, 35)Las palabras que hoy nos transmite el texto sacro son como un valiente desafío a todos aquellos que intentaban extinguir al cristianismo. Cuando estas palabras fueron escritas, las persecuciones de los emperadores romanos comenzaban a tener los tonos más trágicos que las hicieron tristemente famosas.

Ante esas injusticias sangrantes, ante esos tormentos crueles, ante tanta maldad, alguno podría pensar entonces que la Iglesia de Cristo acabaría por desaparecer. Era tan arriesgado amar a Jesucristo, el practicar su doctrina, que muchos pensaron que todo cuanto dijo e hizo se perdería en la noche silenciosa de los tiempos, quedando sólo el recuerdo de unas bellas páginas de la Historia.

Pero no, no sería así, no fue así, no será así jamás. Entonces había muchos que, como san Pablo, lanzaban con decisión y valor su reto a todas las fuerzas habidas y por haber. Seguros de que nada les haría cambiar en su amor y entusiasmo por Cristo Jesús.

5.- «Pero en todo esto vencemos por aquel que nos ha amado» (Rm 8, 37) Y como entonces, también hoy. Sí, aunque los creyentes demos tantas veces el triste espectáculo de una vida tan ramplona, en contrasentido con lo que de verdad significa el ser cristiano. Nosotros, los que pertenecemos a un país mayoritariamente católico, los que formamos parte activa de esta sociedad de consumo, tenemos la impresión de que ante la menor contrariedad renegaríamos de nuestros principios. Y de hecho muchos no vivimos lo que teníamos que vivir, precisamente porque todo ello supone sacrificio y esfuerzo.

Pero no hay que olvidar que junto a estos países de occidente, hay otros en zona intermedia, cerrados durante muchos años por un telón de acero, en los que existen muchos cristianos que sufrieron lo indecible por seguir siéndolo. Sí, muchos que por vivir su fe fueron postergados y tiranizados por el comunismo. Vigilados, encarcelados, perseguidos, maltratados, sólo por el delito de seguir amando a Jesucristo… Ojalá que esa realidad nos haga despertar de nuestro aburguesamiento, nos empuje a vivir de modo más consecuente con el Evangelio, con todo cuanto significa el amar de veras a Cristo.

6.- «Al enterarse Jesús de la muerte del Bautista…» (Mt 14, 13) Juan Bautista había terminado su carrera, había cumplido su misión de ser testigo de Cristo, avalando ese testimonio con su propia sangre. Aquello era su postrer anuncio y con su muerte preanunciaba la muerte de Cristo, el testigo fiel del Padre, que rubricaría su vida de entrega con su muerte gloriosa en la cruz. Ante esto recordemos que ese papel de testigos del Evangelio, nos corresponde también a nosotros, a cuantos creemos en Cristo. Él nos lo dijo expresamente: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra». Por tanto, en medio del mundo, donde sea, donde Dios nos coloque en cada instante de nuestra vida, allí hemos de ser un clamor de su Buena Nueva, con el testimonio claro y constante de una conducta intachable.

Jesús, nos dice el texto evangélico, se retiró a un lugar solitario y tranquilo. En otro momento nos aclara el Evangelio que el Señor pretendía que los suyos descansaran. Fueron como unas pequeñas vacaciones que el Maestro y los suyos gozaron. Sin embargo, fue un período corto ya que la gente le seguía por todas partes, ansiosas de escucharlo y de ser curados por él de sus enfermedades. La muchedumbre conocía cuánta compasión y ternura había en el corazón de Jesús de Nazaret. El texto evangélico nos dice, en efecto, que el Señor sintió lástima por aquella multitud.

Los consolaba con sus palabras, los curaba de sus dolencias y hasta les daba de comer, como en esta ocasión en que el Señor multiplica unos panes y unos peces, poniendo de manifiesto su divino poder… Bien poco eran cinco panes y dos peces. Pero era cuanto tenían y lo entregaron todo, con esa generosidad tan propia de los pobres y los sencillos. Entonces el milagro se produjo y pudieron comer todos, hasta saciarse y dejar de sobras doce cestos llenos. Es este un dato más que subraya la esplendidez de Cristo cuando el hombre se le entrega sin reservas. Por uno que demos, Jesús nos da cien y la vida eterna. Pensemos que el Señor no se deja ganar en generosidad. Por eso vale la pena dar y darse a Dios, persuadidos de que al final siempre saldremos ganando.

Antonio García Moreno

Comentario – Sábado XVII de Tiempo Ordinario

La incorporación de Jesús a la escena pública trajo a la memoria del virrey Herodes la existencia de Juan el Bautista, un personaje que había tenido mucho que ver con él, un profeta respetado y temido que había puesto de manifiesto las flaquezas del rey y las había censurado con la autoridad de que le dotaba su propia integridad o santidad. Las inquietudes de Herodes dan a entender que, tras haber decretado la muerte del Bautista, su vida no gozó ya de paz, pues el recuerdo de profeta inmolado al capricho de una mujer y a su propio extravío fue un motivo incesante de desasosiego.

Este estado emocional explica que, al tener conocimiento de la actividad taumatúrgica de Jesús, el rey piense de inmediato en aquel al que él había mandado decapitar sin justificación alguna, en el Bautista: Ese es Juan Bautista –comentaba temeroso con sus ayudantes Herodes-, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él.

Aquí se deja ver una mención implícita a la actividad milagrosa de Jesús, un hombre con poderes. Esos extraordinarios poderes son los que inquietan al rey poderoso, que no sabe si dispondrá de poder suficiente para contrarrestarlos en caso de conflicto; y el conflicto era previsible si se trataba, como él suponía, de la reaparición de ese Bautista al que él había tenido prisionero y había mandado decapitar para dar satisfacción a los deseos de esa mujer ambiciosa y sin escrúpulos que se había adueñado de su corazón.

Nos referimos a Herodías, mujer de su hermano Felipe, con la que él convivía de manera ilegítima. Juan había denunciado repetidas veces esta unión como contraria a la ley de Dios, atrayéndose la enemistad del rey censurado en su conducta. Éste no se atrevía a matarlo, porque la gente tenía a Juan por profeta y su muerte podría dar lugar a estallidos de violencia poco deseables. No obstante, lo arrestó y lo metió en la cárcel encadenado; de este modo podía silenciar la voz incómoda y flagelante del profeta. Herodías, que odiaba a Juan, aprovechó la primera ocasión que tuvo para arrancar de Herodes la sentencia de muerte contra el Bautista.

Con motivo del cumpleaños del rey se organizaron festejos. La hija de Herodías dio brillo a la fiesta danzando en presencia de toda la corte; y gustó tanto al rey que éste le prometió darle cuanto pidiera. La cruenta petición de la joven, instigada por su madre, fue la cabeza de Juan el Bautista. Ésta sería su trofeo. Y el rey, quizá sorprendido y apenado, porque tenía también a Juan por profeta, decidió concederles lo que pedían y mandó decapitar a Juan en la cárcel. La cabeza de éste les fue entregada en una bandeja. Finalmente, refiere el evangelista, los discípulos de Juan recogieron el cadáver y lo enterraron. Después, fueron a contárselo a Jesús, porque entendían que éste le interesaba conocer la noticia.

Así se consumó el testimonio del mayor de los nacidos de mujer, según expresión de Jesús, del mártir de la verdad y la justicia que tuvo el coraje de enfrentarse al poderoso. Juan había sido realmente un hombre íntegro y coherente hasta el final, un verdadero profeta capaz de tocar las conciencias de los hombres e inclinarlas a la conversión, un hombre de palabra ardiente incapaz de refugiarse en las medias verdades o en la ambigüedad y dispuesto darlo todo con tal de hacer prevalecer la voluntad de Dios por encima de la componendas humanas, un hombre dispuesto a afrontar los sufrimientos de la cárcel y la muerte cruenta por mantener a salvo la verdad.

Un hombre así merece nuestro respeto y admiración, como mereció el respeto y la admiración del mismo Jesús que sólo tras tener noticia de su muerte inició su actividad misionera. El Bautista le había preparado el camino disponiendo el corazón de muchos a la acción del designado por él como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo o como el que habría de bautizar con Espíritu Santo y fuego, es decir, a la acción del Salvador. Juan el Bautista nos ofrece, por tanto, muchos motivos de imitación. Ojalá aprendamos de él y de su integridad.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Vaticano II

LUMEN GENTIUM

SOBRE LA IGLESIA

CAPÍTULO I

EL MISTERIO DE LA IGLESIA

1.- Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16. 15) co la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y con la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los concilios precedentes. Las condiciones de nuestra época hacen más urgente este deber de la Iglesia, a saber, el que todos los hombres, que hoy están más íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y culturales, consigan también la unidad completa.

El evangelio de las batallas perdidas

1.- Este es el evangelio de las batallas perdidas, esas batallas de nuestra vida perdidas antes de comenzadas, esos momentos en que también a nosotros nos dan ganas de decir: “despídelos”, “qué se vayan”. No quiero verlos porque no quiero ver mi impotencia ante sus problemas. ¡Que son cinco panes y dos peces para cinco mil hombres…!

Qué eran aquellos cincuenta cuerpos quemados y destrozados, refugiados en nuestro Noviciado de Hiroshima ante los cientos de miles de muertos o heridos por la bomba atómica. Aquella era la batalla perdida de la que nos solía hablar el Padre Arrupe… ¡Que son cinco panes y dos peces para cinco mil hombres…!

–Qué es lo que cada uno podemos hacer para paliar el hambre de las tres cuartas partes de la humanidad.

–Que significan todas nuestras campañas antidroga si su comercio está apoyado por capitales muy superiores al presupuesto anual de algunas naciones.

–Qué podemos hacer, cuando la corrupción lo ha invadido todo, por devolver a nuestra sociedad la honradez y el espíritu de trabajo.

–Qué podemos hacer para que nuestros jóvenes no pierdan la fe en un ambiente tan hostil que tiene a gala ser antirreligioso y antimoral.

Estas y otras muchas más son nuestras batallas perdidas ya antes de comenzadas. “Despídelos”, “qué se vayan, que no tenemos más que cinco panes”.

2.- La respuesta del Señor es cruel. “Dadles vosotros de comer…” ¿Con cinco panes y dos peces?

Sí, comenzando con esos cinco panes y dos peces… Ya el diablo, en el desierto, que de piedras no quería sacar pan. Pero de pan compartido, sí. Porque del milagro que se precia el Señor no es de crear nuevo pan de donde no lo había, sino de multiplicar, de hacer llegar a todos un par compartido.

No es el milagro de la naturaleza el que el Señor busca. Es el milagro del corazón, la disposición del corazón… “Dadles vosotros de comer” Y esa disposición del corazón, pequeñita como grano de mostaza, como pellizco de levadura en la masa, eso es lo que va a hacer que cinco panes y dos peces sean suficientes para cinco mil hombres.

3.- El tiempo y el modo de la multiplicación dejémosla al Señor. Nosotros pongamos nuestros cinco panes y dos peces y nuestras perdidas batallas, algún día –y al modo de Dios—serán victorias.

Como era una batalla perdida para San Ignacio enfrentarse él, ignorante, sin estudios, a crear una contrarreforma. Quién era él y el puñado de sus compañeros para enfrentarse a los que dañaban a la Iglesia desde dentro con la corrupción y malas costumbres. Y desde fuera con ataques a veces sangrientos. Y aquel puñado de hombres fue capaz de ponerse al frente de una contrarreforma que mejoró a la Iglesia.

José Maria Maruri, SJ

Dadles vosotros de comer

1. – La multiplicación de los panes es uno de los pocos episodios del evangelio recogido por los cuatro evangelistas. Mateo narra dos multiplicaciones de los panes en los capítulos 14 y 15 de su evangelio. Amabas son situadas en los alrededores del lago de Tiberiades, después de haber estado todo el día anunciando la Buena Noticia. La primera es la que escuchamos este domingo. En ella hay cinco panes y dos peces y sobran doce cestos al final: representan la misión encomendada a los doce apóstoles de predicar por todo el mundo. En la segunda multiplicación hay siete panes y dos peces, pero esta vez sobran siete cestos, representando a los siete diáconos, cuya misión es «servir» (diakonia es servicio en griego). Esta claro que ambos relatos tienen un gran contenido simbólico.

2. – La misión de Jesús es anunciar, pero también establecer y hacer posible la realidad del Reino. Antes de exponer el «signo», el evangelista nos dice que Jesús curó a toda clase de enfermos. Después decidió retirarse a un lugar tranquilo para descansar y orar. Es ésta una prueba de la necesidad de conjugar vida activa y contemplativa. Pero ante la urgencia de ver a la gente exhausta y agotada tuvo pena de ellos, a pesar de que sus discípulos le dicen que los despida. Jesús, una vez más, no se desentiende del sufrimiento humano y les dice a los suyos: «Dadles vosotros de comer». Este mandato de Jesús va también para nosotros, cristianos del siglo XXI. El hombre de hoy tiene hambre física, hambre de pan, pero también hambre de felicidad, hambre espiritual. Este es el gran problema de nuestro mundo, no las disquisiciones en las que a veces nos enfrascamos. Así lo ha subrayado el Papa Benedicto XVI: «¿Puede haber algo más trágico, algo que contradiga más la fe en un Dios bueno y la fe en un redentor de los hombres que el hambre de la humanidad?». La lacra del hambre es consecuencia de nuestro pecado, pues Dios ha puesto los bienes del mundo al servicio de todos, no de unos pocos. Nosotros podemos saciar el hambre, Jesús nos lo pide: «Dadles vosotros de comer».

3. – Este relato evangélico tiene un significado profundamente eucarístico. Después de alimentarse del «pan de la Palabra», la multitud se alimenta del «pan de la Eucaristía». El hambre de verdad y plenitud sólo puede saciarla Dios. La Eucaristía más que una obligación es una necesidad.

Aquí venimos a saciar nuestra hambre, a celebrar nuestra fe, a saciarnos de los favores de Dios. Seríamos necios si no aprovecháramos este alimento que nos regala. Vivamos con intensidad cada gesto, cada palabra de la Eucaristía con actitudes sinceras de agradecimiento, alabanza, perdón, petición de ayuda y ofrecimiento de nuestra vida. ¿Hay algo más maravilloso en nuestro mundo?

Salgamos de la Eucaristía gozosos, con el convencimiento de que nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios, como escuchamos en la Carta a los Romanos. Y no nos reservemos para nosotros la gracia recibida. Son doce los cestos sobrantes, somos nosotros ahora los discípulos de Jesús, invitemos a todos a saborear y a vivir el gran don de la presencia de Dios entre nosotros.

José María Martín OSA

Esclavos del consumismo

1.- Vivimos solicitados por el consumo. Cada día, desde la mañana a la noche, mil voces anónimas, pero persuasivas, nos invitan a comprar, a gastar, a invertir, a consumir. Se nos repite, una y otra vez, que nuestra felicidad, nuestra belleza, nuestra satisfacción, nuestra vida depende en línea directa y próxima de lo que tengamos, poseamos y destruyamos. Es una cadena interminable que nos arrastra y cuyos primeros eslabones mueven manos e intereses desconocidos.

2.- Hay en las lecturas litúrgicas de este domingo una como invitación al consumo, a la hartura:»Venid, comprad trigo, comed sin pagar… Escuchadme atentos y comeréis bien». Suena parecido a un anuncio de publicidad. A uno de esos cientos de reclamos publicitarios que solicitan nuestra atención constantemente. El relato de la multiplicación de los panes añade, por otra parte, una nota optimista: «Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras».

3.- Es muy fácil que una primera aproximación a este mensaje litúrgico refuerce en algunos de nosotros una actitud consumista y justifique, sin razón, desde luego, lo que en profundidad es rechazado por el Evangelio. Hay en nuestro mundo de hoy un problema grave que no podemos reducirlo al viejo esquema ricos-pobres. Lo que hoy pone literalmente el alma en tensión es la relación opulencia-miseria, el profundísimo desequilibrio, cada día mayor, entre los que tienen siempre lo mejor y lo más abundante y los que carecen absolutamente de lo más elemental. En pocas palabras: el abismo entre el despilfarro y el hambre; el ancho surco entre quienes dilapidan, derrochan, desperdician y los que desconocen e ignoran una dieta mínimamente humana. No hay una sola frase en el Evangelio que pueda justificar esta realidad, autentico sarcasmo de la fraternidad humana.

4.- ¿Cómo interpretar, pues, esta invitación a la abundancia, esta llamada al optimismo? Creemos que la clave es bien sencilla: no se concibe en el mensaje bíblico una abundancia que no sea compartida, una riqueza que no se reparta, un bienestar que no afecte a todos. El destinatario de estas invitaciones es todo el pueblo (los «millares» simbólicos del Evangelio) sin excepción ni distancias irritantes. Y este vínculo es el que debemos descubrir a través del rito eucarístico: La Eucaristía o es fiesta de fraternidad, sacramento de comunión, momento supremo de compartir con los otros todo, o a la presencia de Jesús dándose se le priva de una dimensión. Los que viven en la injusticia, en el desequilibrio no podrían, en realidad, acercarse a la Eucaristía. Porque, además, después del dar, del repartir, del compartir con los demás, viene la abundancia, la hartura, la total plenitud. Cristo se da sin reservas a los que no limitan su entrega a los demás, a los que en cada comunión sienten el vértigo de la necesidad ajena, el vacío de los que no tienen la llamada de los pobres.

Antonio Díaz-Tortajada

Crear fraternidad

Un proverbio oriental dice que «cuando el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el dedo». Algo semejante se podría decir de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.

Porque Jesús no fue un milagrero dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son más bien signos que abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una realidad nueva, meta final del ser humano.

Concretamente, el milagro de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir «su pan y su pescado» como hermanos.

Para el cristiano, la fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres el reino del Padre. Esta fraternidad puede ser mal entendida. Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (Karl Rahner).

Pensamos que amamos al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte mezquino y egoísta, despreocupados de todos, movidos únicamente por nuestros propios intereses.

La Iglesia, en cuanto «sacramento de fraternidad», está llamada a impulsar, en cada momento de la historia, nuevas formas de fraternidad estrecha entre los hombres. Los creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las nuevas necesidades del hombre actual.

La lucha a favor del desarme, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los parados las consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados… son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar», para todos, el pan que necesitamos los hombres para vivir.

El relato evangélico nos recuerda que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros hay hombres y mujeres amenazados de tantas «hambres». Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer».

José Antonio Pagola