Vísperas – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XVIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ahora que la noche es tan pura,
y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.

Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.

Dime quién eres tú que andas sobre la nieve;
tú que, al tocar las estrellas, las haces palidecer de hermosura;
tú que mueves el mundo tan suavemente,
que parece que se me va a derramar el corazón.

Dime quién eres; ilumina quién eres;
dime quién soy también, y por qué la tristeza de ser hombre;
dímelo ahora que alzo hacia ti mi corazón,
tú que andas sobre la nieve.

Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sostenme entre tus manos, sostenme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44:

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 2, 13

No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y digámosle suplicantes:

Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

Señor Jesús, haz que todos los hombres se salven
— y lleguen al conocimiento de la verdad.

Guarda con tu protección al papa y a nuestro obispo,
— ayúdalos con el poder de tu brazo.

Ten compasión de los que buscan trabajo,
— y haz que consigan un empleo digno y estable.

Sé, Señor, refugio del oprimido
— y su ayuda en los momentos de peligro.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para bien de tu Iglesia:
— que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus pobres siervos, hemos realizado hoy, al llegar al término de este día, acoge nuestra ofrenda de la tarde, en la que te damos gracias por todos los beneficios que de ti hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial 

Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como guía. Por nuestro Señor. 

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Mateo 14,13-21
Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, le siguieron a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.
Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.» Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.» Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.» Él dijo: «Traédmelos acá.» Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiéndolos, dio los panes a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

3) Reflexión

• El cap. 14 de Mateo, que incluye el relato de la multiplicación de los panes, propone un itinerario que conduce al lector al descubrimiento progresivo de la fe en Jesús: va desde la falta de fe por parte de los paisanos de Jesús al reconocimiento del Hijo de Dios pasando por el don del pan. Los conciudadanos de Jesús están maravillados por su sabiduría, pero no comprenden que ésta actúa a través de sus obras. Teniendo incluso un conocimiento directo de la familia de Jesús, de su madre, hermanos y hermanas, no acaban de aceptar en Jesús sino su condición humana solamente: es el hijo del carpintero. Incomprendido en su patria, de ahora en adelante Jesús vivirá en medio de su pueblo al que dedicará toda su atención y solidaridad, curando y alimentando a las multitudes.
• Dinámica de la narración. Mateo narra fielmente el episodio de la multiplicación del pan. El episodio está recluido entre dos expresiones de transición en las que se dice que Jesús se retira “aparte” de las muchedumbres, de los discípulos, de la barca (vv.13-14; vv.22-23). El v.13 no sólo sirve como transición sino que ofrece el motivo por el que Jesús se halla en un lugar desierto. Esta estrategia sirve para concretar el ambiente en el que tiene lugar el milagro. El evangelista centra el relato en la muchedumbre y en la actitud de Jesús respecto a la misma.
• Jesús se conmueve en su interior. En el momento en que llega, Jesús se encuentra con una muchedumbre que lo espera; al ver a las muchedumbres se conmueve y cura a sus enfermos. Es una muchedumbre “cansaba y abatida como ovejas sin pastor” (9,36; 20,34) El verbo que expresa la compasión de Jesús es verdaderamente expresivo: a Jesús “se le hace pedazos el corazón”; corresponde al verbo hebreo que expresa el amor visceral de la madre. Es el mismo sentimiento que tuvo Jesús ante la tumba de Lázaro (Jn 11,38). La compasión es el aspecto subjetivo de la experiencia de Jesús, que se hace efectiva con el don del pan.
• El don del pan. El relato de la multiplicación de los panes se abre con una expresión, “al atardecer” (v.15) que también introduce el relato de la última cena (Mt 26,20) y el de la sepultura de Jesús (Mt 27,57). Por la tarde, pues, invita Jesús a los apóstoles a dar de comer a la multitud. En medio del desierto lejano de las aldeas y de las ciudades. Jesús y los discípulos se hallan ante un problema humano muy fuerte: dar de comer a la numerosa multitud que sigue a Jesús. Pero ellos no pueden abastecer las necesidades materiales de la muchedumbre sin el poder de Jesús. Su inmediata respuesta es mandarlos a casa. Ante los límites humanos, Jesús interviene y realiza el milagro saciando a todos los que lo siguen. Dar de comer es aquí la respuesta de Jesús, de su corazón que se hace pedazos ante una necesidad humana muy concreta. El don del pan no sólo es suficiente para saciar a la multitud, sino que es tan abundante que hay que recoger las sobras. En el v.19b aparece que Mateo dio un significado eucarístico al episodio de la multiplicación de los panes: “y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos”; el papel de los discípulos también queda muy evidente en la función de mediación entre Jesús y la multitud: “y los discípulos lo distribuyeron a la gente” (v.19c). Los gestos que acompañan al milagro son idénticos a los que Jesús adoptará más tarde en la “noche en que fue entregado”: levanta los ojos, bendice el pan, lo parte. De aquí se deduce el valor simbólico del milagro: puede considerarse una anticipación de la eucaristía. Además, dar de comer a la multitud por parte de Jesús es un “signo” de que él es el mesías y de que prepara un banquete de fiesta para toda la humanidad. De Jesús, que distribuye los panes, aprenden los discípulos el valor del compartir. Es un gesto simbólico que contiene un hecho real que va más allá del episodio mismo y se proyecta hacia el futuro: el don de nuestra eucaristía diaria, en la que revivimos aquel gesto del pan partido, es necesario que sea reiterado a lo largo de la jornada. 

4) Para la reflexión personal

• ¿Te esfuerzas por realizar gestos de solidaridad hacia los que están cerca de tí compartiendo el camino de la vida? Ante los problemas concretos de tus amigos o parientes, ¿sabes ofrecer tu ayuda y tu disponibilidad a colaborar para encontrar vías de solución?
• Jesús, antes de partir el pan, eleva los ojos al cielo: ¿sabes tú dar gracias al Señor por el don diario del pan? ¿Sabes compartir tus bienes con los demás, especialmente con los pobres? 

5) Oración final

Aléjame del camino de la mentira
y dame la gracia de tu ley.
No apartes de mi boca la palabra veraz,
pues tengo esperanza en tus mandamientos. (Sal 119,29.43)

¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

Hay que estar atentos: Dios se hace presente

El profeta Elías es, junto con Moisés, uno de los símbolos que representa los fundamentos de la fe judía: la Ley y los Profetas. Es con ellos con quienes Jesús departe familiarmente en el Tabor en el episodio de la Transfiguración. Y es Elías alguien cuyo retorno se espera en los tiempos mesiánicos: los Evangelios nos indican cómo se llegó a identificar a Jesús y a Juan Bautista con el profeta del Antiguo Testamento (Mt 16, 14; 17, 12).

El paralelismo que existe entre estas dos figuras clave del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, es notable en muchos aspectos. En la lectura del Libro de los Reyes de este domingo se destaca uno de ellos: la relación de intimidad que tienen con Yahvé. El encuentro con Dios que experimenta Elías se da en una cueva del monte Horeb o Sinaí, la misma en la que siglos antes Moisés había recibido la gracia de poder ver, no el rostro de Dios -pues ningún ser humano puede llegar a tener semejante experiencia-, sino “sus espaldas” (Ex 33, 21). Es decir, donde Moisés había tenido una experiencia de unión con Dios única.

Sin embargo, la epifanía del Sinaí que vive Elías, y que nos cuenta el Libro de los Reyes, destaca una diferencia con los acontecimientos narrados en el libro del Éxodo, y es que los grandes fenómenos del viento huracanado que descuajaba los montes y hacia trizas las peñas, el terremoto y el fuego no son manifestaciones de Dios. Será en una brisa tenue, en un ligero y blando susurro, en el que Dios se haga presente.

También vemos a Jesús, al comienzo del Evangelio de hoy, retirado a solas en un monte para orar, para -en el discreto silencio de la noche- encontrarse en plena comunión con el Padre y el Espíritu. De este momento saldrá transfigurado, tal y como experimentarán los discípulos en el lago.

La fe de los milagros no es la fe en los milagros

Los milagros que nos cuentan los Evangelios fueron considerados durante siglos como una prueba de la divinidad de Jesús. Ni siquiera sus enemigos en vida cuestionaban que realizara portentos, sino que le acusaban de hacerlos con el poder del Maligno (Mc 3, 22; Mt 12, 24; Lc 11, 15). Sin embargo, a partir del siglo XVIII, por influencia del racionalismo ilustrado, los milagros se convirtieron, para la mentalidad occidental, en un problema que había que explicar. A la mentalidad moderna le empiezan a perturbar estas acciones que interpreta como una violación de las inquebrantables leyes de la naturaleza que el mismo Dios habría establecido. Hubo algunos autores que llegaron a afirmar que si Jesús realmente había caminado sobre las aguas debió deberse, en realidad, a algún tipo mecanismo, como tablones que flotaban sobre el agua; había que salvaguardar el orden de lo natural.

Hoy día, la mayoría de los historiadores consideran probado que Jesús fue tenido en vida por alguien que verdaderamente realizó prodigios a ojos de sus contemporáneos. No se puede determinar con exactitud qué acciones concretas fueron y de qué tipo, aunque parece que principalmente se trataron de curaciones.

La fe de los milagros (es decir, la fe que originan los milagros) no es la fe en los milagros (es decir, la fe en que pueden producirse hechos extraordinarios), sino la confianza en Dios. El contenido propio de esta fe no es el hecho extraordinario en sí, sino Dios. Dios no quiere que creamos que pueden suceder cosas extrañas, sino que quiere que creamos en Él, en el amor que nos tiene, y para ayudarnos a ello buscará mil y una maneras, ordinarias y extraordinarias, en las que siempre respetará nuestra libertad de acogerle.

Se trata de Jesús, lo demás (incluso las aguas) es secundario

El Evangelio de hoy nos trae un conocido episodio que, con diferentes matices, encontramos también en los evangelios de Marcos y Juan: Jesús camina sobre las aguas del lago de Genesaret o Tiberíades (el llamado Mar de Galilea).

Este episodio recuerda, inevitablemente, otro de la vida de Jesús: el de la tempestad calmada (Mt 8, 23; Mc 4, 35; Lc 8, 22). De nuevo una barca en la que se encuentran los discípulos, una situación de peligro en la que Jesús interviene trayendo la salvación y reclamando fe y una reacción de admiración y reconocimiento por parte de los discípulos hacia el Maestro.

Los discípulos no saben cómo interpretar aquella visión, piensan que puede ser un fantasma. Ante su temor, Jesús les transmite ánimo y paz a través de su palabra. Y Pedro, como en otras ocasiones, recurre a la autoridad del Maestro y le pide poder ir junto a él, aunque ello suponga algo tan imposible como caminar sobre el agua. Al principio todo va bien, porque Pedro tiene puesta toda su confianza en el mandato de Jesús: “Ven”. Esa confianza le hace capaz ni más ni menos que de caminar sobre las aguas. Pero la fuerza del viento le asusta, surgen las dudas y comienza a hundirse. Pedro de nuevo recurre a Jesús, le pide que le salve, y Jesús le rescata del peligro. “¿Por qué has dudado?” le pregunta el Maestro. Como consecuencia de todo lo sucedido se produce la confesión de fe: “Realmente eres Hijo de Dios”.

Los teólogos medievales conocían poco del contexto histórico de la época de Jesús. Aún no se habían desarrollado suficientemente las herramientas propias de las ciencias históricas y por eso identificaban la literalidad del texto bíblico con los acontecimientos históricos. Pero, aún así, tenían muy claro que la finalidad del relato bíblico no era hacer un reportaje de lo sucedido. La Escritura tiene un sentido profundo, decían, que va más allá de lo que literalmente dice el texto. Es evidente: el mero hecho de que Jesús y Pedro caminen sobre el agua, por sí solo no genera mucho más que fascinación o desconcierto. La cuestión es qué nos está diciendo el hecho sobre Jesús, sobre sus discípulos, y sobre nuestra relación con él.

La Palabra de Jesús nos saca de la parálisis del miedo y, si confiamos en él, nos hace capaces de caminar sobre las dificultades, por grandes que estas sean. Siempre escucha nuestra oración y nos auxilia, aunque nos ahoguen las dudas y solo nos quede fe para pedir ayuda.

D. Ignacio Antón O.P.

Comentario – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

El evangelio de hoy recoge uno de esos hechos extraordinarios que provocaron la admiración de los que fueron testigos de los mismos. El evangelio lo presenta así: Jesús dio de comer hasta la saciedad a toda una multitud (cinco mil hombres sin contar mujeres y niños) con tan sólo cinco panes y dos peces. Este es el hecho que quedó en el «recuerdo» de sus discípulos y pasó a formar parte de esta memoria escrita que son los evangelios.

El texto subraya varias cosas. Primero, que fue un acto de compasión de Jesús, como lo eran las ya casi ordinarias curaciones de enfermos, una de esas obras de misericordia que después mandará practicar a sus discípulos: Da de comer al hambriento. Esto es lo que él hizo en esta ocasión. Después de haberles servido el pan de la palabra, les sirve el pan, sin más; todo en función de las necesidades humanas; porque tan necesario es el pan que nos sustenta, corporalmente hablando, como el que alimenta o sacia nuestra hambre de vida humana y eterna. El caso es que Jesús no se desentiende de ninguna necesidad. Le importa el hombre en su integridad, con su alma y con su cuerpo, con sus necesidades materiales y espirituales, con sus carencias físicas y sus anhelos más trascendentes.

Otro de los aspectos destacables es que Jesús no obra desde la nada, sin ningún recurso, como creando de nuevo. Da de comer a muchos con muy pocos recursos (cinco panes y dos peces), pero algunos recursos emplea. No crea, multiplica los recursos humanos que le ofrecen; multiplica y premia lo poco que el hombre puede aportar; pues Dios es poderoso para potenciar o multiplicar nuestras escasas posesiones. A la invitación del Señor que nos dice: Dadles vosotros de comer, solemos responder: Si no tenemos más que cinco panes y dos peces. O también: ¿Qué es esto para tantos? Es la sensación de impotencia ante la magnitud de los problemas del mundo. ¿Qué puedo aportar yo en estas circunstancias?

Aunque sea ésta la sensación, Jesús nos dice: Traedme lo que tengáis. Y con eso sacia a la multitud, realiza el milagro, haciendo posible lo que a nosotros se nos presenta imposible. Nuestros recursos, de escaso valor en sí mismos, adquieren de repente una dimensión inusitada cuando los ponemos en las manos del que es poderoso para acrecentarlos o para multiplicarlos milagrosamente. Milagroso es el valor que adquieren los bienes que se comparten; pero también la potencia que toman cuando salen o pasan por las manos de Dios.

Comieron todos hasta quedar satisfechos y hubo sobras. Lo peor es que sobre el pan y se tire habiendo aún gente insatisfecha, sin alimentar. También aquí las sobras se recogen en cestos, quizá porque los recursos de la tierra son limitados y la saciedad humana en este mundo es siempre provisional. El hombre, después de alimentado, vuelve a tener hambre. Pero Cristo no se limita a darnos de comer; se nos da él mismo en comida y se multiplica para cada uno de nosotros en la comunión eucarística.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Concilio Vaticano II

Misión y obra del Hijo

3.- Vino, pues, el Hijo, enviado por el Padre, que nos eligió en Él antes de la creación del mundo, y nos predestinó a la adopción de hijos, porque en Él se complació restaurar todas las cosas (cfr. Ef 1, 4 – 5, 10). Cristo, pues, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio, y efectuó la redención con su obediencia. La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Comienzo y expansión manifestada de nuevo tanto por la sangre y el agua que manan del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34), cuanto por las palabras de Cristo alusivas a su muerte en la cruz: «Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí» (Jn 12, 32). Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado (1Co 5, 7), se efectúa la obra de nuestra redención. Al propio tiempo, en el sacramento del pan eucarístico se representa y se produce la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo (cf. 1Co 10, 17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos.

Homilía – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

1.- La presencia de Dios en el susurro (1 Re 19, 9a.1 1-13a)

El Señor pasa. Como a Elías, se nos invita: «Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar». Una seguridad que contrasta con la incertidumbre de los signo de su paso.

Intentando leer los signos del paso del Señor, nos vamos como Elías tras lo espectacular: el viento huracanado, el terremoto, el fuego… Todos son símbolos bíblicos que guardan su relación con la dimensión «tremenda» de la experiencia del misterio de Dios.

El relato nos quiere llevar, sin embargo, a la dimensión «fascinante»: aquel leve «susurro» en que el Señor se hace el encontradizo. Como signo de estar en su presencia, Elías «se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva». Ha pasado la noche, y Elías puede volver a caminar tranquilo con su Dios… «Solo, pero no de Dios».

2.- Las raíces del Mesías (Rom 9, 1-5)

El texto de la Carta a los romanos está lleno de una cierta añoranza teológica. El Mesías, Jesús, tiene raíces humanas. Aunque Pablo nos dice poco de la vida de Jesús (ilógico, dado el tiempo de su adhesión a la fe!) sí que refiere y repite su arraigo humano.

El arraigo del Mesías en la historia concreta lo lleva, en la lectura de hoy, a repasar los grandes hitos que jalona el acompañamiento de Dios a! pueblo de su heredad. Lo hace como judío, y la añoranza le arranca sentimientos conmovedores. Su sinceridad tiene la garantía del Espíritu: «Mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento».

Su pena y su dolor por la obstinación judía frente a Jesús son auténticos. Y son tan intensos que preferiría ser él mismo un proscrito, lejos de Jesús (¡dura afirmación de Pablo, el gran evangelizador!) con tal de que los judíos aceptaran a Jesús. Lo está diciendo quien confiesa en otro lugar: «Para mí la vida es Cristo».

Ellos, los judíos, son las raíces, tienen todo, la adopción filial, la presencia del Dios de la alianza, la ley, el culto, las promesas…, tienen a los patriarcas, «de quienes, según lo humano, nació el Mesías». Tienen todas las raíces, pero no reconocieron el fruto.

3.- La presencia de Dios en la calma y el silencio (Mt 14, 22-23)

Grande tuvo que ser la tormenta y más sobrecogedora aún la calma silenciosa para que el texto evangélico de hoy termine con una confesión de fe: «Realmente tú eres el Hijo de Dios».

Detrás de la confesión de fe, se puede adivinar una lectura teológica del milagro, concentrada en las espontáneas reacciones de Pedro. La experiencia de la tormenta es de todos: «La barca iba ya muy lejos, sacudida por las olas, porque el viento era contrario». En aquel viento tormentoso no está Jesús (primera lectura), Jesús se acerca sereno, más allá de la tormenta. Una llegada tan silenciosa que los confunde y asusta: «Creyeron que era un fantasma». La presencia de Jesús es una exhortación a la calma («Ánimo, soy yo, no tengáis miedo») en medio de una situación tormentosa.

¿Se puede creer que en medio de la tormenta, alguien se acerque dominando aquellos elementos naturales adversos? Pedro lo duda y lo quiere constatar… De nuevo, una alusión a <da fuerza del viento» que lo hunde. Hunde el viento y hace dudar… Y es que en el viento tormentoso no está Dios… Es preciso que Jesús «lo agarre de la mano». Una vez con él, «el viento amainó…» y en la experiencia de la calma silenciosa, se realiza la confesión de fe… Silencio, calma y susurro… El encuentro ha sido con quien «realmente es el Hijo de Dios».

Caminar sobre el agua

Escala hasta el Horeb, pues Dios se entrega
al hombre en el silencio de la altura…;
el viento, el sismo, el fuego… son figura,
pero es en el susurro como llega…

La viva fe que hervía en su bodega,
dio a Elías su peculiar investidura…,
no el arrojo verbal ni la bravura
de un celo, disfrazado de ira ciega.

Escala hasta el Horeb. Ora y espera…
Pon en manos de Dios tu sementera,
pues suyos son la lluvia y el tempero.

Templa el alma en la llama de su fragua…
y mientras tú caminas sobre el agua,
se llenará de trigo tu granero.

 

Pedro Jaramillo

Mt 14, 22-33 (Evangelio Domingo XIX de Tiempo Ordinario)

El Señor, luz en la noche

Con la lectura de este episodio de Mateo, la «marcha sobre las aguas», se evocan muchas cosas de las experiencias de la resurrección. De hecho es muy fácil entender que este no es simplemente un episodio histórico de la vida de Jesús y los suyos, sino que encierra experiencias pascuales. No hace falta más que poner atención en las expresiones que se usan en esos momentos (cf. Mt 28,5.10; Jn 20,28), incluso en cómo se postran los discípulos ante el Señor resucitado (Mt 28,9.17). Y es que, en la comunidad primitiva, no podía evocarse este momento de la vida de Jesús sino como «Salvador» y «Señor», lo cual sucede especialmente a partir de la resurrección.

Es significativo que Jesús, después de la multiplicación de los panes, episodio inmediatamente anterior, se retira a solas para orar y entrar en contacto con Dios en una experiencia muy personal y particular, que refleja muy a las claras dónde recibe Jesús esa «fuerza» salvífica. Los discípulos, en la barca, están en sus faenas. Sabemos, se ha dicho frecuentemente, que en el evangelio de Mateo esa barca representa a la comunidad, a la Iglesia, a la que el evangelista quiere trasmitir este mensaje.

El hecho mismo de que Pedro represente un papel particular en este episodio, también habla de ese misterio de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es en el evangelio de Mateo el primero de ese grupo de los doce, de la Iglesia, que necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus debilidades. Porque la Iglesia en el NT no es el grupo de los perfectos, sino de los que necesitan constantemente fe y salvación.

«Soy yo, no tengáis miedo», es una palabra salvadora, de resurrección. Ya hemos dicho que este relato está envuelto en ese lenguaje en el que Jesús domina el tiempo y el espacio, las aguas y el fuego si fuera necesario. Es el lenguaje teológico de la resurrección, cuando Jesús es confesado como Señor. Pero de la misma manera que Dios se «manifestó» a Elías en el Horeb. Ante la desesperación de los suyos, no viene en medio del terremoto, sino «caminando» sobre las aguas, que es como decir: «en la serenidad de la noche», en el «silencio» imperceptible y cuando hace falta.

Rom 9, 1-5 (2ª lectura Domingo XIX de Tiempo Ordinario)

Nuestros hermanos judíos

Pablo comienza, con este c. 9 de Romanos, uno de los momentos más abrumadores de su carrera apostólica, y lo refleja en el conjunto de Rom 9-11. Hoy se nos lee únicamente lo que podemos llamar el «exordio» de todo ese conjunto. La carta ha dejado bien a las claras su «evangelio» y sus radicalidades: nadie puede salvarse si no es por la fe en Cristo que nos lleva a al amor de Dios. Por tanto, y en definitiva, porque Dios quiere salvarnos en su proyecto amoroso.

¿Qué sucederá con su pueblo que todavía espera salvarse por el cumplimiento de la ley? ¿No es acaso el pueblo de las promesas, de los patriarcas, de la Alianza? Sin duda que sí, pero si quiere ser el verdadero pueblo de Dios, tiene que aceptar a Dios verdaderamente. Tiene que cambiar y tiene que aceptar, como dirá más adelante Pablo, que Cristo es el final (telos) de la ley (Rom 10,4). Se trata de una expresión que ha dado mucho que hablar y que se ha usado maliciosamente con sentido “antisionista”.

Pero la verdad es que ahora sí que no se puede polemizar, con este texto en la mano, que tenemos los cristianos actitudes «antisemitas». Porque Pablo, un judío de verdad, pone las cartas boca arriba. No se trata de un juego, sino de decir la verdad sobre Dios y sobre la salvación. Dios quiere salvar a todos los hombres y no lo hará con privilegios «semitas». Los cristianos nunca podrán olvidar que han conocido al Dios de la salvación por medio de un judío como Jesús de Nazaret. Nunca deben olvidar que ese pueblo ha mantenido la antorcha religiosa por mucho tiempo. Pero es el mismo Dios quien ha decidido otra cosa y esto es muy significativo.

Pablo plantea la «cuestión judía», al comienzo, con el deseo de ser condenado con tal de que su pueblo acepte a Cristo. ¡Qué más se puede decir! ¡Quiere ser condenado con tal de que sean salvados los suyos! Pero no de cualquier forma y manera. Es verdad que la retórica de sus expresiones asombra, pero en Pablo es todo un sentimiento. También, como Elías, que tuvo que ver a Dios en «la voz del silencio», el pueblo judío está llamado a no «exigirle» a Dios que lo salve, sino a dejarse salvar por amor. Su ley no les garantiza nada, porque Dios no salva por cualquier cosa, sino porque ama.

1Re 19, 9a.11-13 (1ª lectura Domingo XIX de Tiempo Ordinario)

El Silencio de Dios, siempre es palabra

Este texto de la experiencia de Elías en el Horeb (que es el Sinaí), es una «historia» religiosa llena de contenidos místicos; probablemente una de las piezas maestras de la religiosidad de la Antigüedad, que nadie ha acertado a explicar en todos sus pormenores literarios y narrativos. El miedo de Elías a la reina Jezabel que quería desplazar a Yahvé por el Baal fenicio subyace en medio de una guerra de religión con todas sus consecuencias. Elías era un yahvista de fondo y forma y no le queda más remedio que el destierro del reino del Norte, de Israel, donde se estaba consumando una catástrofe.

Elías marcha en busca de Dios, lo busca con toda el alma y todo el corazón, porque el pueblo no quiere oponerse con todas sus fuerzas a la tiranía de la reina. El profeta quiere ir a los orígenes, al Dios del Sinaí, de la Alianza, de los mandamientos. Casi sin fuerzas, se refugia en una cueva lleno de miedo y se le anuncia el «paso» de Yahvé. Porque Dios siempre pasa por la vida de las personas y de los pueblos, pero no lo hace de cualquier forma y manera. También para Elías, un luchador yahvista, es necesaria una purificación.

Dios no aparecerá como lo esperaba el profeta: primero en un viento fuerte, después en un terremoto y finalmente en el fuego. Pero allí no estaba Dios, dice el texto, con mucha intencionalidad. Esas son expresiones simbólicas con las que se han arropado siempre las manifestaciones divinas en la antigüedad. Es toda una lección que se debe aprender, quizás para dar a entender que Elías no puede luchar con estas mismas armas contra Jezabel y su religión. Son elementos cósmicos, muy artificiales, que han dado de Dios una imagen de temblor y terror.

¿Dónde está Dios? En el silencio. La famosa expresión hebrea «qol demaná daqá» ha dado pie a numerosas lecturas e interpretaciones. Hay una voz (qol), pero en el «silencio profundo» o sutil, o imperceptible, como de seda. Y es ahí donde Elías tiene que notar la presencia y la manifestación de Dios, en la brisa de su alma y de su corazón. Ese silencio de noche oscura, que experimentan los místicos y los no místicos, es una presencia sencilla, humana y entrañable de Dios que comparte, de verdad, nuestra existencia.

Perseguido y angustiado no puede exigir al Dios del Sinaí, de las epifanías cósmicas, que sea como el profeta quiere que sea o como quieren muchos de los suyos. Dios está, se manifiesta, incluso en el infierno de muchas noches y de muchas venganzas, para estar de lado de los que sufren y son malditos por los poderosos. Es verdad que nos gustaría, que le gustaría a todo el mundo, que Dios fuera tan terrible como Jezabel para dar el merecido que algunos se han ganado. Pero en la «voz de un silencio sutil» Dios es más Dios de verdad.

Comentario al evangelio – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, El Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.

Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: Traédmelos.»

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Queridos hermanos:

Nadie le gana en generosidad. Dios es dador por antonomasia. Se ha ido regalando en la historia de la salvación. Y esto, de tal modo, que se nos ha dado del todo: en su Hijo, que es su Palabra, su Pan, su Vida misma.

Nadie le aventaja en sensibilidad. Dios se conmociona desde siempre ante la necesidad, el dolor, el sufrimiento, la miseria de su pueblo, de cada una de las creaturas, hechura de sus manos.

La generosidad y la sensibilidad son marca constitutiva del Reino que se va haciendo presente en las manos, en los labios, en el corazón de Jesús. Un Jesús que se conmueve, que se deja afectar, que se estremece ante la falta de vida…

Solamente si nuestro corazón está tocado por la generosidad y la sensibilidad de nuestro Dios, no tendremos reparos en poner a su disposición lo poco que somos, lo poco que tengamos; y hacerlo con la radical confianza de que será multiplicado de manera exponencial por la generosidad divina.

Aunque no sea mucho para tanto como hace falta, eso poco es bendito, y llegará a ser más que mucho -en Él multiplicado-.  Así es, ¡siempre! en las cosas de su Reino.

Hagamos memoria: “un poco de levadura, toda la masa; un grano de mostaza, árbol y sombra; unas monedas, la ofrenda más generosa; un vaso de agua, la más grande recompensa…”

Hoy, como ayer, estamos invitados. Por eso, hoy pongo mis cinco panes y los dos peces en sus Manos. Hoy pongo, contigo, mi poco y tu poco para la multiplicación del bien, y de la justicia, y de la paz, y de la reconciliación…

Contemplemos a lo largo de la jornada cómo Él lo bendice… Y ¡claro que habrá para todos!, y ¡claro que alcanzará para los últimos!

Y sobrará amor para seguir repartiendo, para seguir haciendo Eucaristía la vida y vida la Eucaristía.

Juan Carlos Rodríguez, cmf