Como el abanico

Estamos en pleno mes de agosto, en los días más cálidos del año, y todos sabemos lo que supone tener que salir a la calle para realizar cualquier gestión, más aún este año al tener que llevar la mascarilla. Para no sufrir el calor, nos gustaría poder estar en sitios con aire acondicionado, pero no siempre es posible, y entonces agradecemos que nos llegue una ráfaga de aire que nos alivie. Pero como a menudo no sopla viento, muchas personas van provistas de abanicos. Básicamente el abanico es un instrumento muy simple: un conjunto de varillas articuladas, unidas por un papel o tela, que se despliegan en semicírculo. Y tampoco requiere grandes conocimientos para utilizarlo: es suficiente con un ligero movimiento de la muñeca. Es muy simple pero efectivo para combatir el calor y, como se puede llevar fácilmente, se ha convertido para muchos en algo imprescindible. 

En la 1ª lectura hemos escuchado el encuentro de Elías con el Señor. Elías estaba sufriendo múltiples problemas, había tenido que huir para salvar su vida y se refugió en una gruta. Necesitaba encontrarse con el Señor, pero ese encuentro no se produjo en medio del huracán, el terremoto o el fuego, sino en el susurro de una brisa suave. En algo tan simple es donde Elías se encuentra con Dios y el alivio que necesita para continuar su misión, aunque ésta se le siga presentando difícil.

La experiencia de Elías nos recuerda algo que ya sabemos: que en medio de los “acaloramientos” y agobios de la vida cotidiana, que tanto nos hacen sufrir, necesitamos buscar espacios y tiempos de tranquilidad que nos permitan encontrarnos con el Señor y encontrar algo de alivio, como cuando entramos en un lugar con aire acondicionado.

Pero el ritmo de vida, las preocupaciones y problemas hacen prácticamente imposible encontrar esos espacios y tiempos; más bien nos sentimos como los discípulos en el Evangelio. Fácilmente nos identificamos con ellos porque están cumpliendo lo que Jesús les ha pedido, que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, pero en un momento dado la barca es sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Nosotros a menudo nos sentimos así, bregando y bregando, tratando de vivir con coherencia nuestra fe en Jesús, pero sufriendo muchas sacudidas y vientos en contra, y quisiéramos encontrar un refugio, un lugar “acondicionado” para no sufrir los “calores” de la vida.

Hace unos domingos (XIII) decíamos que muchas personas tienen la creencia de que ser cristianos es algo difícil y complicado pero, en realidad, seguir a Jesús es algo muy “simple” (como el abanico), aunque que no sea fácil: y eso tan simple y a la vez difícil es fiarnos de Él, de su Palabra. Cuando las circunstancias son de “buen tiempo”, en lo personal o social, nos resulta fácil fiarnos de Él, pero cuando la vida, como estamos experimentando, nos presenta los “huracanes, terremotos, oleajes y vientos contrarios”, nos sentimos como Pedro: nos entra el miedo y empezamos a hundirnos.

Como él, gritamos en nuestra oración: Señor, sálvame. Y el Señor también nos cuestiona: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? Porque Jesús, con ese gesto de acercarse a los discípulos andando sobre el agua, les está diciendo y nos está diciendo que Él también está con nosotros en medio de los oleajes y vientos contrarios de la vida, aunque dudemos de Él y su Palabra creyendo que son fantasías. 

A Jesús no lo vamos a encontrar sólo en unos espacios y tiempos determinados, ni hacen falta unas circunstancias concretas para sentir su presencia. Jesús es como el abanico que podemos llevar con nosotros en todo momento, para sentir el alivio de su presencia cuando nos aprietan los “calores” y agobios de nuestra vida cotidiana. Y ese alivio nos llegará si hemos aprendido a fiarnos de Él.

Y para aprender a fiarnos de Él no hacen falta grandes cualidades ni conocimientos, ni irse a un lugar apartado de los problemas, como Elías. Nuestras comunidades parroquiales deberían ser esos lugares sencillos donde podemos experimentar la brisa suave de la presencia del Señor, ofreciéndonos algo tan simple como la oración, la escucha y meditación de la Palabra, la Eucaristía, la Reconciliación, una formación cristiana adecuada a nuestra realidad… Todo esto nos irá uniendo al Señor, y crecerá nuestra fe porque le conoceremos mejor y confiaremos más en Él porque nos daremos cuenta de que, igual que el abanico, a Jesús lo podemos llevar siempre con nosotros.

Anuncio publicitario