Vísperas – San Lorenzo

LAUDES

SAN LORENZO, diácono y mártir, fiesta

 

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Palabra del Señor ya rubricada
es la vida del mártir ofrecida
como una prueba fiel de la espada
no puede ya truncar la fe vivida.

Fuente de fe y de luz es su memoria,
coraje para el justo en la batalla
del bien, de la verdad, siempre victoria
que, en vida y muerte, el justo en Cristo halla.

Martirio es el dolor de cada día,
si en Cristo y con amor es aceptado,
fuego lento de amor que, en la alegría
de servir al Señor, es consumado.

Concédenos, oh Padre, sin medida,
y tú, Señor Jesús crucificado,
el fuego del Espíritu de vida
para vivir el don que nos ha dado. Amén.

SALMO 114: ACCIÓN DE GRACIAS

Ant. Lorenzo sufrió el martirio y confesó el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.»

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando y sin fuerzas, me salvó.

Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.

Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lorenzo sufrió el martirio y confesó el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. San Lorenzo exclamó: «Soy del todo dichoso, porque he merecido ser hostia de Cristo.»

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. San Lorenzo exclamó: «Soy del todo dichoso, porque he merecido ser hostia de Cristo.»

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Ant. Te doy gracias, Señor Jesucristo, porque me abres las puertas de tu reino.

Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria, y la alabanza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Te doy gracias, Señor Jesucristo, porque me abres las puertas de tu reino.

LECTURA: 1P 4, 13-14

Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros, porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.
V/ Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

R/ Nos refinaste como refinan la plata.
V/ Pero nos has dado un respiro.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. San Lorenzo dijo: «Mi noche no tiene oscuridad, todo resplandece en la luz.»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. San Lorenzo dijo: «Mi noche no tiene oscuridad, todo resplandece en la luz.»

PRECES

A la misma hora en que el Rey de los mártires ofreció su vida, en la última cena, y la entregó en la cruz, démosle gracias diciendo:

Te glorificamos, Señor.

Porque nos amaste hasta el extremo, Salvador nuestro, principio y origen de todo martirio:
Te glorificamos, Señor

Porque no cesas de llamar a los pecadores arrepentidos para los premios de tu Reino:
Te glorificamos, Señor

Porque hoy hemos ofrecido la sangre de la alianza nueva y eterna, derramada para el perdón de los pecados:
Te glorificamos, Señor

Porque, con tu gracia, nos has dado perseverancia en la fe durante el día que ahora termina:
Te glorificamos, Señor

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Porque has asociado a tu muerte a nuestros hermanos difuntos:
Te glorificamos, Señor

Confiemos nuestras súplicas a Dios, nuestro Padre, terminando esta oración con las palabras que el Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios nuestro, encendido en tu amor, san Lorenzo se mantuvo fiel a tu servicio y alcanzó la gloria en el martirio; concédenos, por su intercesión, amar lo que él amó y practicar sinceramente lo que nos enseñó. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – San Lorenzo

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del santo Evangelio según Juan 12,24-26
En verdad, en verdad os digo:
si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo;
pero si muere,
da mucho fruto.
El que ama su vida, la pierde;
y el que odia su vida en este mundo,
la guardará para una vida eterna.
Si alguno me sirve, que me siga,
y donde yo esté, allí estará también mi servidor.
Si alguno me sirve, el Padre le honrará. 

3) Reflexión

• El pasaje contiene palabras solemnes y cruciales sobre el modo en que la misión de Jesús y de sus discípulos “produce mucho fruto”. Pero esta declaración solemne y central de Jesús, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (v.24) está incluida en el contexto de 12,12-36 donde se narra el encuentro de Jesús como mesías con Israel y el rechazo de su propuesta mesiánica por parte de éste. ¿Cuáles son los temas principales que describen el mesianismo de Jesús? Los judíos esperaban un mesías bajo la apariencia de un rey poderoso que continuaría el estilo real de David y restituiría a Israel su pasado glorioso. Sin embargo Jesús pone en el centro de su mesianismo la donación de su vida y la posibilidad dada al hombre de poder aceptar el proyecto de Dios sobre la misma.
• Historia de una semilla. Jesús presenta, con una mini-parábola, la donación de su vida, característica crucial de su mesianismo. El acontecimiento central y decisivo de su vida lo describe recurriendo al ambiente, del cual toma las imágines con el fin de que su palabras resulten interesantes y cercanas. Se trata de la historia de una semilla, una pequeña parábola para comunicarse con la gente de manera sencilla y trasparente: la semilla empieza su itinerario en los oscuros meandros de la tierra donde se ahoga y se pudre, pero en primavera se convierte en un tallo verde y en verano en una espiga repleta de granos. La parábola tiene dos puntos focales: producir mucho fruto y encontrar la vida eterna. Los Primeros Padres de la Iglesia han visto en la semilla que se hunde en la oscuridad de la tierra una alusión a la Encarnación del Hijo de Dios. Parecería que la fuerza vital de la semilla está destinada a perderse en la tierra ya que la semilla se pudre y muere. Mas he aquí después la sorpresa de la naturaleza: cuando se doran las espigas en el verano, se revela el secreto profundo de aquella muerte. Jesús sabe que la muerte está a punto de cernerse sobre su persona, pero sin embargo no la ve como una bestia feroz que devora. Es verdad que ella tiene las características de las tinieblas y del desgarramiento, pero Jesús posee la fuerza secreta propia del parto, un misterio de fecundidad y de vida. A la luz de esta visión se comprende otra expresión de Jesús: “El que ama su vida la perderá y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna”. El que considera la propia vida como una posesión fría vivida en el propio egoísmo es como una semilla cerrada en sí misma y sin perspectivas de vida. Sin embargo, el que “odia su vida”, expresión semítica muy incisiva para indicar la renuncia a realizarse únicamente a sí mismo, descentra el eje que mantiene el sentido de la existencia hacia la donación a los demás; sólo así se vuelve creativa la vida y pasa a ser fuente de paz, de felicidad y de vida. Es la realidad de la semilla que germina. Pero el lector podrá extraer de la mini-parábola otra riqueza, la dimensión “pascual”. Jesús es consciente de que para conducir la humanidad a la meta de la vida divina, él debe pasar por la vía estrecha de la muerte en cruz. El discípulo que sigue la estela de esta vía afronta su “hora”, la hora de la muerte, con la seguridad de que ésta lo introducirá en la vida eterna, es decir, a la comunión con Dios.
• Síntesis. La historia de la semilla es morir para multiplicarse; su función es hacer un servicio a la vida. El anonadamiento de Jesús es comparable a la semilla de vida sepultada en la tierra. En la vida de Jesús, amar es servir y servir es perderse en la vida de los demás, morir a sí mismo para dar vida. Jesús, mientras se aproxima su “hora”, el momento decisivo de su misión, promete a los suyos la seguridad de una consolación y de una alegría sin fin, aunque vaya acompañada de todo tipo de perturbación. Él pone el ejemplo de la semilla que se ha de pudrir y el de la mujer que ha de parir con dolor. Cristo ha elegido la cruz para él y para los suyos: el que quiera ser discípulo suyo está llamado a compartir su propio itinerario. Él habló siempre con radicalidad a sus discípulos: “El que quiera salvar la propia vida la perderá. El que la pierda por mí la salvará” (Lc 9,24). 

4) Para la reflexión personal

• ¿Es tu vida expresión de la donación de ti mismo? ¿Eres una semilla de amor que produce amor? ¿Eres consciente de que para ser semilla de alegría, la alegría de los trigales, es necesario el momento de la siembra?
• ¿Crees poder decir que has elegido seguir al Señor si después no abrazas la cruz con él? Cuando en ti se desencadena la lucha entre el “sí” y el “no”, entre el valor y la duda, entre la fe y la incredulidad, entre el amor y el egoísmo, ¿te sientes turbado pensando que estas tentaciones no son propias del que sigue a Jesús? 

5) Oración final

Feliz el hombre que se apiada y presta,
y arregla rectamente sus asuntos.
Nunca verá su existencia amenazada,
el justo dejará un recuerdo estable. (Sal 112,5-6)

Ten compasión de mí, Señor Hijo de David

Vivimos malos tiempos para la universalidad. La crisis ha cerrado parte de nuestras puertas, nos ha hecho mirar con recelo a los que no son de aquí. Las palabras de Isaías no son solo una denuncia, sino también una exigencia. Es la justicia la medida de nuestra propia vida y la medida de nuestras relaciones sociales, pero una justicia justa, que dé a todos lo que necesitan.

A veces invertimos el sentido de la justicia para hacer pasar como justo lo que a nosotros nos favorece. Para el cada pueblo la justicia es ser como ellos.

Pero para nosotros, nuestra indignación debería surgir por no usar los mismos parámetros para analizar a todos los pueblos. Nuestras mejoras sociales no son un invento exclusivo de nuestro mundo occidental, sino que deberían ser un reto para todos los pueblos.

Quién duda que todos los seres humanos necesitan agua, pan, techo, medicinas, paz, concordia, justicia y todas estas cosas no son elementos culturales sino humanizadores.

¿A quién podemos excluir de esos logros y porque no los exigimos para todos los demás? Porqué no nos preguntamos la razón por la cual el resto de la humanidad no goza de esos elementos que nos dan vida.

¿Quién se ha preguntado cuanto ganan los que cultivan el algodón, lo hilan, lo tejen, lo cortan y los cosen para nosotros? Sabemos su precio final y buscamos el más barato, lo usaremos una temporada y lo tiraremos.

Jesús piensa en su misión de anunciar el Reino de Dios a su pueblo, pero ante que la misión están los hombres, las mujeres que sufren, que piden porque la necesidad se lo exige, y sobre todo que buscan con fe la salvación.

El rostro de la mujer hizo a Jesús bajar la cabeza para comprender que hasta en las migajas había vida. Comer las migajas que caen de la mesa no es un desprecio ni una minusvaloración de la propia persona, es la constatación de que siempre sobra, que siempre hay más de lo que necesitamos, que las cosas siempre dan para más, y que empeñarse en guardar, en cerrar, va en contra de nuestra propia vida, que se hace más estrecha y más pequeña.

Jesús ante el rostro que sufre solo puede hacer una cosa encarnarse, hacerse compasión con la mujer y su dolor, con una madre y su hija

El evangelio más que darnos la razón debe hacernos interrogantes:

¿Cuánto consumimos, mejor, tiramos, sin caer en la cuenta que muchos no tiene lo necesario?

Nuestras montañas de residuos ¿No son una injusticia?

¿Cuánto necesitamos realmente para vivir? ¿Cuánto guardamos para por si acaso?

Y si ahorramos ¿para qué lo hacemos? ¿Nos preguntamos por el precio justo de la cosas? ¿Buscamos lo más barato sin preguntarnos por los derechos de los que lo han fabricado?

¿Cuántas migajas tiramos cada día, tirando la vida de los demás al suelo?

Solidaridad y justicia son nuestras dos manos. No podemos quedar impasibles ante los ojos de quien no tiene lo necesario para vivir.

Ten compasión de nosotros, Jesús, Hijo de David, que no sabemos creer, que no sabemos pedir, que queremos a Dios solo para nosotros, que pedimos justicia y no la vivimos.

Fr. Francisco Sánchez-Hermosilla Peña (1961-2012)

Comentario – San Lorenzo

Os aseguro –les decía Jesús a sus discípulos- que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. La observación era muy pertinente, pues podía aplicarse al tránsito por la muerte de cualquier vida llamada a perpetuarse o multiplicarse. La muerte del grano enterrado (=sembrado) no es una muerte aniquiladora, que reduzca al grano a la condición de materia inerte; es más bien una muerte transformante, que implica una cierta destrucción, pero que no le arrebata al grano su capacidad germinadora, porque pasando por ese proceso mortal renace con una pujanza de vida mayor; es la vida del grano multiplicada en la espiga. El grano «muerto» no ha quedado infecundo; se ha multiplicado en la espiga, que concentra una vida más abundante.

La metáfora permite pensar en la fecundidad de las vidas entregadas hasta el extremo de la muerte (vidas martiriales), y en la resurrección o metamorfosis de esas vidas que, pasando por la muerte, alcanzan una vitalidad infinitamente superior a la que tenían antes de ser enterradas: la vitalidad de lo imperecedero o eterno. Jesús mismo interpretó su vida mortal a la luz de esta metáfora: la vida de un grano de trigo que tiene que caer en tierra y morir para dar fruto; de lo contrario, quedaría infecundo. Su encarnación ya fue un «caer en la tierra» y una «tierra mortal»; pero, además, su singular estilo de vida le llevó más rápidamente a ese momento, al momento del enterramiento y de la fecundidad, una fecundidad que brota de la muerte.

Lo que hace fecunda la muerte de Cristo es que es la muerte de una vida entregada que es, a su vez, vida del Redentor. Esta vida hace de su muerte una muerte redentora, es decir, con la fecundidad propia de la redención, una fecundidad que no se reduce a la vida del Resucitado, sino que alcanza a la vida de cuantos resucitan con él, esto es, de esos otros cristos (=cristianos) que han renacido con el Hijo en el bautismo. Tales son los que se ven reflejados en los múltiples granos que penden de la espiga renacida. La fecundidad de este grano enterrado que es el Crucificado y sepultado se hace realidad histórica en esa Iglesia (de la que nosotros formamos parte) nacida de su costado a impulsos del Espíritu del Resucitado de entre los muertos. La muerte de Cristo es, por tanto, tan fecunda como la de ese grano de trigo caído en tierra. Por analogía, cualquier vida entregada por amor hasta la muerte debe ser una vida fecunda, como lo ha sido la de tantos hombres y mujeres que han dado su vida por una causa justa o benéfica para la humanidad.

La frase que sigue nos permite interpretar la muerte fecunda del grano de trigo como un acto de desapropiaciónEl que se ama a sí mismo –precisaba Jesús- se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Si el grano de trigo no se dejase sembrar por conservar su integridad, quedaría infecundo, no daría fruto. La fructificación implica, pues, un «morir a sí mismo», una renuncia, sin la cual no se produciría. He aquí el acto de desapropiación o entrega voluntaria. Es lo que Jesús llama aborrecerse a sí mismo en este mundo: un morir para vivir. En este paradójico movimiento consiste la vida del cristiano: un morir a nosotros mismos (abnegación) para que Cristo viva en nosotros y se potencie nuestra capacidad de fructificar. Morir a nosotros mismos es mortificar gustos, deseos, proyectos, voluntad para acoger la voluntad de Dios; es guardarnos para Dios y para la vida con la que Él quiere recompensarnos.

Jesús agrega a modo de colofón: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor, a quien me sirva, el Padre lo premiará. El servicio de Cristo es siempre voluntario. Le sirve el que quiere. Pero el que quiera realmente servirle tiene que seguirley estar donde esté él: a su lado y de su parte. Ello implica no sólo estar con él, sino estar con todo lo que él representa en la actualidad: cosas y personas.

Por eso, estar dónde está él hoy es estar con su Iglesia, y ello a pesar de los muchos pecados de los que formamos parte de ella, a pesar de los escándalos, las cobardías y los extravíos que han tenido y tienen por protagonistas a muchos de sus dirigentes. Servirle hoy es sobre todo servirle en sus hermanos más necesitados, en esos pequeños, hambrientos, enfermos, encarcelados, marginados, pecadores, faltos de fe, en los que él se hace especialmente presente. Este servicio no quedará sin recompensa. Él mismo nos lo asegura: a quien me sirva, mi Padre lo premiará. No hay mejor pagador que Dios, pues nadie sabe corresponder como Él.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

10. Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5, 1-5), de su nuevo pueblo «hizo… un reino de sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1, 6; cf. 5, 9-10). Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1P 2, 4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hch 2, 42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12, 1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1P 3, 15).

El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante.

Homilía – Domingo XX de Tiempo Ordinario

1.- Un Dios, abierto al extranjero (Is 56, 1.6-7)

Más que «abierto», mejor decir, un Dios también de los extranjeros. No hay en efecto, nada ni nadie extraño para quien a todos los creó. La apertura de Dios es su creación. Quien debe abrirse al extranjero es el pueblo de Israel. El pueblo había entendido la elección como un privilegio y no como mediación para todas las naciones. De hecho, lo que desarrolla Israel es el particularismo.

La pauta de comportamiento que el Señor les ofrece («guardad el derecho; practicad la justicia») es verdadera para todos. La revelación de «la victoria de Dios» alcanza también a las naciones. Lo que se pide al extranjero, como se pide al judío, es «que se entregue al Señor para servirlo».

Un servicio cultual («guardad el sábado»), pero, sobre todo, un servicio existencial: «Amar el nombre del Señor…; perseverar en su alianza»)… Y un templo abierto para todos los pueblos, como casa común de oración.

2.- La misericordia de Dios es para todos (Rom 11, 13-15.29-32)

La última frase de la lectura de hoy da la pista para entender todo el texto: «Todos encerrados en desobediencia, para ser todos objeto de la misericordia de Dios». Históricamente la mediación de esa misericordia pasó de los judíos a los gentiles… Pero, sean quienes sean los mediadores, la misericordia del Señor está destinada a todos.

Pablo escribe este trozo de su carta desde el «lado gentil», pero con la intención de «despertar la emulación en los de su raza y salvar a alguno de ellos»… Su convicción respecto a la salvación de los judíos es firme: «Los dones y la llamada de Dios son irrevocables».

A través de la obediencia de los judíos, la salvación estaba destinada a todos; lo mismo ahora: a través de la obediencia de los gentiles, la salvación llegará también a judíos. Y lo hará de manera extraordinaria: «Si su reprobación es salvación del mundo», ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida?

Dejando aparte los «cálculos» de la conversión del pueblo judío a la fe cristiana, lo importante aquí es subrayar su universalidad. A alcanzar misericordia están convocados los judíos y los gentiles. Todos alejados de Dios, pero todos llamados a su cercanía entrañable.

 

3.- Enviado a Israel, para salvación de todo el que cree (Mt 15,21-28)

La lectura evangélica de hoy se sitúa en el paso, nada fácil, del particularismo judío al universalismo cristiano. Las primeras comunidades necesitaban luz para discernir una evangelización que se hacía universal.

Mateo responde, presentando a un Jesús «judío» (su evangelio va destinado a judeocristianos): «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel», pero que atiende a la llamada de compasión que le hace una mujer extranjera («una mujer cananea»). Lo que conmueve a Jesús de aquella mujer es que quiera compartir el pan de la mesa de ¡a salvación, aunque sólo sea comiéndose las migajas (en la designación de los gentiles, hay reminiscencias de designaciones judías: guardaban el título de «hijos» para los judíos, y no era infrecuente designar a los gentiles como «perros»).

Pero la fe rompe barreras. Se está llevando hasta el tiempo de Jesús, lo que fue práctica de la Iglesia primitiva: «Dios no hace distinción de personas, salva a todos los que creen en él, sean de la nación que sean». La apelación de Jesús a la fe de la cananea para romper definitivamente la barrera: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!». Es la fe la que «hace milagros».

Los hijos y los perros

«Porque riges la tierra con justicia,
proclaman su alegría las naciones…».
Sahúma el incienso de sus oraciones
tu casa de oración, siempre propicia…

El día al día le pasa la noticia
y la noche a la noche tus sermones
le susurra… ¡Saltad los corazones!
¡La salvación de Dios es gentilicia!

¡Atiende mi oración, Señor! Que crea
como creyó la humilde cananea
tras oír tus palabras rigurosas…

¡Que mi esperanza aguarde tu clemencia
amorosa, tu tierna providencia,
que cuida de la vida y de las cosas!

 

Pedro Jaramillo

Mt 15, 21-28 (Evangelio Domingo XX de Tiempo Ordinario

La fe de los que están fuera

El evangelio de hoy es como el reverso de la lectura de la carta a los Romanos, porque Jesús está representando un papel. Vemos el caso de una mujer fenicia, cananea, que se acerca a Jesús, aunque en territorio pagano (Tiro y Sidón). Jesús, al principio, está escenificando miméticamente, la actitud de un judío ortodoxo y exigente. Se ha dicho que es un evangelio difícil, pero no lo es tanto. Ya que las palabras de Jesús, duras al principio como el pedernal, no son suyas, sino de la teología oficial judía. Los discípulos quieren quitarse de encima a la mujer que inoportuna y Jesús quiere darles una lección majestuosa.

La mujer no es hija de Israel y no tiene derecho a pedir lo que pide y a decir lo que dice. Esta mujer cananea ha sido alabada por su coraje y por su fuerza maternal, por la que quiere echar fuera de su hija a todos los «demonios» de su vida (un demonio muy malo). No olvidemos que el relato está enhebrado con mentalidad de la época. Jesús quiere decir que a él, siendo judío, no le está permitido «oficialmente» hacer el bien a una mujer pagana, a una cananea, que es como los perros o como los cerdos. Eso es importante para entender el texto y la propuesta de Jesús. Un judío no debe hacer lo que la mujer cananea le pide. Jesús lo recalca para dejar más en evidencia la “oficialidad” de la ortodoxia judía. Como decimos, pues, todo es una representación, porque ni Jesús pensaba así, ni estaba de acuerdo con la mentalidad oficial que no le permitía ni siquiera acercarse a los paganos, y menos a una mujer.

La lección es para sus discípulos: esta mujer se comporta mejor que los judíos, es más que una hija de Israel, es capaz de mover el mundo y llegarse al corazón de Dios por tal de «desdemonizar», de liberar,a su hija. Jesús sabe, como experiencia personal que en realidad «ha sido enviado para salvar a todos» («no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»). Y una vez que queda en evidencia toda la «oficialidad» teológica y religiosa del judaísmo de su tiempo, Jesús muestra quién es y qué ha venido a hacer: llamar a todos, salvar a todos, «desdemonizar» a todos, liberarlos.

Esto era lo que se podía contemplar como lejano, pero real, en el oráculo de Is. 56,1.5-6 (nuestra Iª Lectura del día). Jesús no había ido al territorio de Tiro y Sidón, país pagano, por miedo o por cobardía, sino para poner de manifiesto que «algo nuevo había llegado». No quiere despedir a la mujer porque le inoportuna, como piden los discípulos, sino que pretendía algo más grande de ella. Al principio se siente como un «perro» con sus amos, pero Jesús quiere elevar su categoría de mujer pagana y de madre. Su fe es capaz de mover montañas y eso, precisamente, no ocurría ni en la religión ni en la patria de Jesús. La lección está dada. El demonio de la incomprensión, de la incomunicación, de la inhumanidad entre pueblos y religiones ha sido expulsado. La suerte está echada: el reino de la salvación llega para todos.

Rom 11, 13-15. 29-32 (2ª lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

Comunión con nuestros “hermanos mayores”

Del conjunto de Rom 9-11 del que ya leíamos algo el domingo pasado se han entresacado estos versículos que interpelan a los cristianos (que son como el acebuche injertado en el olivo) para que comprendan que la gracia que han recibido es a causa del pueblo judío que no ha sido fiel a Dios, ni a su alianza. No obstante en esa infidelidad judía, Pablo ve, como los profetas, un «resto» que hace posible que también los judíos puedan ser salvados en Cristo.

Sobre la teología del resto, pues, se quiere llamar la atención de los que ahora, con pleno derecho, han heredado la salvación y han sido injertados en las raíces santas. Esto es lo que se pone de manifiesto en Rom 11, 16-24 con la alegoría de los dos olivos. Es como si Pablo estuviera desmontando ciertas cosas que se han afirmado en los cc. 9-10, aunque son irrenunciables. Eso no puede llevar al nuevo Israel, el de la salvación – aquellos que han aceptado la gracia de la salvación por la fe y no por las obras-, a olvidar que antes de ellos ha existido y existe el pueblo de las promesas que no lo ha perdido todo, a pesar de su «infidelidad». Esa infidelidad de ellos es la que se convierte en causa de que otros puedan heredar, porque han sido injertados sobre «raíces santas».

Aquí es donde se debe fundamentar toda una interpretación ecuménica en la que se ponga de manifiesto que los cristianos no pueden nunca ignorar a los judíos, que son los hermanos mayores de un proyecto de gracia y de salvación de parte de Dios en Cristo. No se trata simplemente a una actitud que condene el antisemitismo ideológica y prácticamente. Hay más en juego: debemos asumir toda una teología y espiritualidad del judaísmo, aunque transformadas y purificadas de todo aquello que signifique particularismo y vanagloria.

Lo que todo esto revela, no es otra cosa que la bondad (chrestotes) de Dios que es la que ha hecho posible que un olivo salvaje (acebuche) haya sido injertado en un olivo cultivado. Si los judíos han buscado ardientemente encontrar su propia justicia, en la nueva situación no es esto lo que cuenta. Lo que cuenta es aceptar la bondad con todas sus consecuencias. El espléndido intento de Pablo de relacionar el destino de Israel con la misión de los paganos (Rom 11,11-24), pone de manifiesto que ese destino depende de la gracia y de la misericordia de Dios. Porque ha sido por gracia y misericordia por lo que los paganos han heredado lo que estaba destinado a Israel. Ahora el nuevo pueblo de la gracia debe ser generoso con Israel.

De esa manera, Pablo se atreve a dar un paso, que si se nos hubiera dicho al comienzo de conjunto de Rom 9-10 nos parecería escandaloso. El apóstol, con Rom 11,25-32, parece que se quita un peso de encima. Lo llama «misterio», ¡nada más y nada menos!. Ese misterio consiste en que todo Israel se salvará (Rom 11,26). Y es misterio porque, según el evangelio que ellos han rechazado, no deberían esperar la salvación de Dios al haber rechazado lo que han rechazado… a Cristo ¿Cómo, pues, es posible? Porque, sin embargo, Dios no ha revocado su alianza ni ha disertado de su pueblo, por razón de los mismos Patriarcas. Así quedan las cosas de una forma definitiva. Al comienzo de Rom 11,1 se preguntaba el apóstol ¿acaso Dios ha rechazado a su pueblo? ¡Desde luego que no!

Is 56, 1. 6-7 (1ª lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

Algo nuevo está por llegar

El «Trito Isaías» (56-66) es un conjunto literario-profético que ha dado mucho que hablar entre los especialistas, porque se presta a numerosas hipótesis. Este conjunto podría atribuirse a uno de los discípulos del «Deuteroisaías» (40-55), o podría aceptarse como un conjunto de oráculos de distintos personajes de la «escuela isaiana». Algunos piensan que son del s. V a. C., cuando la situación ha cambiado. La lectura de hoy está tomada del primer oráculo en el que después de promover el derecho y la justicia propone, incluso, que los extranjeros, los que no pertenecen al pueblo, también tendrán acogida en la casa del Señor. Se superará eso de ser hijo o hijas. Es decir, ese nombre quedará un poco obsoleto si ese nombre se entiende exclusivamente desde el nacionalismo religioso. He aquí la clave de las lecturas bíblicas de este domingo.

La exigencia del derecho y la justicia es como el frontispicio de un templo, y todo el que entre en él, sea de la raza que sea y de la religión que sea, está invitado a sentirse en su casa y en su mundo. Este proyecto utópico es social y religioso a la vez, porque la religión debe estar en el corazón de la vida. Y esa es una de las claves de la salvación que Dios quiere llevar a cabo, aunque la lleva acabo por medio de los hombres, que son los que también ponen todos los obstáculos e impedimentos para que esto no se cumpla de hecho. El profeta, sin embargo, confía en la palabra de Dios que siente en su corazón. Es un reto, un desafío y toda una provocación, porque lo que propone no es normal, ni para Israel, ni para los otros pueblos.

Esa es la victoria de Yahvé, el derecho y la justicia; lo que más anhelan los pueblos, los pobres, los parias, los desasistidos. Identificar justicia y salvación no es normal, porque los estereotipos religiosos no lo permiten. Diríamos que el signo de la nueva alianza, en la que se mueve el profeta, es la práctica de la justicia. Esa es la nueva situación que en este conjunto de oráculos del Trito-Isaías se va a poner de manifiesto. Por tanto aquí están insinuadas muchas cosas, que van mucho más allá de texto y que requieren su actualización.

La casa de Dios ya no será un monumento, un templo hecho por manos humanas, sino el mundo y la historia de todos aquellos que se dedican al Señor y que recibirán un nombre nuevo, más expresivo y radical que el de hijos e hijas. Todos los hombres que practican el derecho y la justicia están construyendo el «mundo nuevo», la casa de la salvación, porque no hay cosa que más anhele Dios que todos vivamos en la justicia y en la paz. Ese es el principio fundamental de la salvación y del universalismo.

Comentario al evangelio – San Lorenzo

La fiesta del mártir San Lorenzo nos propone lecturas que hablan de la semilla, del grano frágil que lleva en su seno la energía y la potencia de la vida: “El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará” (2 Cor 9,6); “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). ¿Qué nos sugiere esta imagen de la semilla?

Una vida que se aferra a sí misma, que no se hace donación, que no se hace alimento y aliento a los demás es una vida estéril de sentido, aunque lleve dentro la potencia de la vida por desabrocharse y fructificar. En otra ocasión, Jesús cuenta la parábola de un hombre que derribó sus graneros y construyó otros mayores para guardar el trigo y sus bienes (Lc 12,18), y nos muestra que una conducta así es incompatible con su mensaje.

No es extraño que alguien que hizo de su vida una constante donación pudiera decir “si el grano de trigo no muere…”. Con este ejemplo de la creación (el grano de trigo que cae y muere), nos está indicando el misterio de la nueva creación (la entrega de su vida en la cruz que genera nueva vida a la humanidad). Es desde esta realidad de donación donde la vida surge con toda su potencialidad. Con esta imagen Jesús nos está diciendo: “Si quieres saber quién soy yo, ¡mira la cruz!”.

El grano de trigo no muestra su fuerza cuando está intacto en la mano del agricultor o guardado en un granero. Solamente cuando la semilla cae en la tierra y muere, entonces podrá producir mucho fruto. Así es nuestra vida, cuando vivimos solamente para conquistar nuestros proyectos personales, cuando todo ponemos en función de nuestros intereses egoístas, sin pensar en los demás, es una vida llena de cosas, pero no de sentido. En el fondo, será una vida estéril, sin frutos.

La vida del diácono San Lorenzo nos muestra cómo tiene que ser una vida entregada a Dios y a los demás: según cuenta la tradición, cuando el papa Sixto era llevado al martirio da el encargo a Lorenzo de distribuir a los pobres los tesoros que tenía. El prefecto Cornelio Secular al saber de los tesoros de la Iglesia, intima a Lorenzo a entregarle estos tesoros en tres días. Lorenzo, siguiendo las instrucciones del papa, distribuyó todos los fondos que conservaba con los pobres de Roma. Llegado el momento de presentar los tesoros de la Iglesia, Lorenzo mostró al prefecto todos los pobres mantenidos por la Iglesia. Por eso fue martirizado, entregando su vida.

Que la fuerza de la Palabra y el ejemplo de la vida de San Lorenzo nos despierte hacia una nueva solidaridad, especialmente en este tiempo en que se nos exige mirar la vida de aquellos que padecen las consecuencias de la pandemia. Que nuestra vida sea una entrega que genere muchos frutos para los demás.

Eguione Nogueira, cmf