Vísperas – Santa Clara

VÍSPERAS

SANTA CLARA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Dichosa tú, que, entre todas,
fuiste por Dios sorprendida
con tu lámpara encendida
por el banquete de bodas.

Con el abrazo inocente
de un hondo pacto amoroso,
vienes a unirte al Esposo
por virgen y por prudente.

Enséñanos a vivir;
ayúdenos tu oración;
danos en la tentación
la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria.
Y gloria por esta gloria
que alegra la cristiandad. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Quiero ser solamente tuya, oh Cristo esposo; a ti vengo con mi lámpara encendida. Aleluya.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Quiero ser solamente tuya, oh Cristo esposo; a ti vengo con mi lámpara encendida. Aleluya.

SALMO 126: EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Aleluya.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Aleluya.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Mi alma se siente firme, está cimentada en Cristo, el Señor. Aleluya.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mi alma se siente firme, está cimentada en Cristo, el Señor. Aleluya.

LECTURA: 1Co 7, 32. 34

El soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.

RESPONSORIO BREVE

R/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías. Aleluya, aleluya.
V/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías. Aleluya, aleluya.

R/ Van entrando en el palacio real.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te tiene preparada.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te tiene preparada.

PRECES
Bendigamos a Dios, solícito y providente para con todos los hombres, e invoquémosle, diciendo:

Jesús, rey de las vírgenes, escúchanos.

Oh Cristo, que como esposo amante colocaste junto a ti a la Iglesia, sin mancha ni arruga,
— haz que esta Iglesia sea siempre santa e inmaculada.

Oh Cristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas,
— no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti.

Señor Jesucristo, a quien la Iglesia virgen ha guardado siempre fidelidad intacta y pura,
— concede a todos los cristianos la integridad y la pureza de la fe.

Tú que concedes hoy a tu pueblo alegrase por la festividad de santa Clara, virgen,
— concédele también gozar siempre de su valiosa intercesión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que recibiste en el banquete de tus bodas a las vírgenes santas,
— admite benigno a los difuntos en el convite festivo de tu reino.

Con el gozo que nos da el saber que somos hijos de Dios, digamos con plena confianza:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que infundiste en santa Clara un profundo amor a la pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo a Cristo en la pobreza de espíritu, merezcamos llegar a contemplarte en tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Martes XIX de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor. 

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 18,1-5.10.12-14
En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?» Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.
«Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. «Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos. «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños. 

3) Reflexión

• Aquí, en el capítulo 18 del evangelio de Mateo inicia el cuarto gran discurso de la Nueva Ley, el Sermón de la Comunidad. Como se dijo anteriormente (el 9 de junio de 2008), el Evangelio de Mateo, escrito para las comunidades de los judíos de Galilea y Siria, presenta a Jesús como el nuevo Moisés. En el AT, la Ley de Moisés fue codificada en los cinco libros del Pentateuco. Imitando el modelo antiguo, Mateo presenta la Nueva Ley, en cinco grandes Sermones: (a) El Sermón de la Montaña (Mt 5,1 a 7,29); (b) El Sermón de la Misión (Mt 10,1-42); (c) El Sermón de las Parábolas (Mt 13,1-52); (d) El Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-35); (e) El Sermón del Futuro del Reino (Mt 24,1 a 25,46). Las partes narrativas, intercaladas entre los cinco Sermones, describen la práctica de Jesús y muestran cómo practicaba y encarnaba la nueva Ley en su vida.
• El evangelio de hoy trae la primera parte del Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-14) que tiene como palabra clave los “pequeños”. Los pequeños no son los niños, sino también las personas pobres y sin importancia en la sociedad y en la comunidad, inclusive los niños. Jesús pide que estos pequeños estén en el centro de las preocupaciones de la comunidad, pues «el Padre no quiere que ni uno de estos pequeños perezca» (Mt 18,14).
• Mateo 18,1: La pregunta de los discípulos que da pie a la enseñanza de Jesús. Los discípulos quieren saber quién es el mayor en el Reino. Sólo el hecho de que ellos hicieran esa pregunta revela que habían entendido poco o nada del mensaje de Jesús. El Sermón de la Comunidad, todo ello, es para hacer entender que entre los seguidores y las seguidoras de Jesús tiene que estar vivo el espíritu de servicio, de entrega, de perdón, de reconciliación y de amor gratuito, sin buscar el propio interés y autopromoción.
• Mateo 18,2-5: El criterio básico: el menor es el mayor. Los discípulos quieren un criterio para poder medir la importancia de las personas en la comunidad: «¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?». Jesús responde que el criterio son ¡los niños! Los niños no tienen importancia social, no pertenecen al mundo de los grandes. Los discípulos tienen que hacerse como niños. En vez de crecer hacia arriba, tienen que crecer hacia abajo, hacia la periferia, donde viven los pobres, los pequeños. ¡Así serán los mayores en el Reino! Y el motivo es éste: “¡Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe!” Jesús se identifica con ellos. El amor de Jesús hacia los pequeños no tiene explicación. Los niños no tienen mérito. Es la pura gratuidad del amor de Dios que aquí se manifiesta y pide ser imitada en la comunidad por los que se dicen discípulos y discípulas de Jesús.
• Mateo 18,6-9: No escandalizar a los pequeños. Estos cuatro versículos sobre el escándalo de los pequeños fueron omitidos en el texto del evangelio de hoy. Damos un breve comentario. Escandalizar a los pequeños significa: ser motivo para que los pequeños pierdan la fe en Dios y abandonen la comunidad. Mateo conserva una frase muy dura de Jesús: “Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar”. Señal de que en aquel tiempo muchos pequeños ya no se identificaban con la comunidad y buscaban otros amparos. Y ¿hoy? En América Latina, por ejemplo, cada año alrededor de 3 millones de personas abandonan las iglesias históricas y se van hacia las iglesias evangélicas. Señal de que no se sienten en casa entre nosotros. Y muchas veces son los más pobres los que nos abandonan. ¿Qué nos falta? ¿Cuál es la causa de este escándalo de los pequeños? Para evitar el escándalo, Jesús manda cortar la mano o el pie o arrancar el ojo. Esta frase no puede tomarse al pie de la letra. Significa que hay que ser muy exigente en el combate contra el escándalo que aleja a los pequeños. No podemos permitir, de forma alguna, que los pequeños se sientan marginados en nuestra comunidad. Pues, en este caso, la comunidad dejaría de ser una señal del Reino de Dios.
• Mateo 18,10-11: Los ángeles de los pequeños están en presencia del Padre. Jesús evoca el salmo 91. Los pequeños hacen de Yavé su refugio y toman al Altísimo como defensor (Sal 91,9) y, por esto: “No podrá la desgracia dominante ni la plaga acercarse a tu morada, pues ha dado a sus ángeles la orden de protegerte en todos tus caminos. En sus manos te habrán de sostener, para que no tropiece tu pie en alguna piedra”. (Sal 91,10-12).
• Mateo 18,12-14: La parábola de las cien ovejas. Para Lucas, esta parábola revela la alegría de Dios por la conversión de un pecador (Lc 15,3-7). Para Mateo, revela que el Padre no quiere que ni uno de estos pequeñuelos se pierda. Con otras palabras, los pequeños deben ser la prioridad pastoral de la Comunidad, de la Iglesia. Deben estar en el centro de la preocupación de todos. El amor por los pequeños y los excluidos tiene que ser el eje de la comunidad de los que quieren seguir a Jesús. Pues de este modo la comunidad se vuelve prueba del amor gratuito de Dios que acoge a todos. 

4) Para la reflexión personal

• Las personas más pobres del barrio ¿participan de nuestra comunidad? ¿Se sienten bien o encuentran en nosotros un motivo para alejarse?
• Dios Padre no quiere que se pierda ninguno de los pequeños. ¿Qué significa esto para nuestra comunidad? 

5) Oración final

Señor, tus dictámenes son mi herencia perpetua,
ellos son la alegría de mi corazón.
Inclino mi corazón a cumplir tus preceptos,
que son recompensa para siempre. (Sal 119,111-112)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

8.- LA PESCA MILAGROSA

Lc 5, 1-11

Los discípulos de Cafarnaún acompañaron a Jesús por las diversas ciudades y pueblos a orillas del lago de Genesaret. Le seguían de modo permanente pero, ocasionalmente, volvían a su tarea de la pesca. Un día, estos pescadores acababan de dejar sus barcas y estaban lavando las redes. La jornada no había sido buena y apenas habían pescado nada. Jesús se encontraba en la orilla y la gente había ido llegando de tal manera que hubo un momento en el que se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios. Estaban sedientos de escuchar al Maestro.

Entonces subió a una de aquellas barcas, que era de Simón, y, alejado un poco de la orilla, estuvo enseñando.

Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Cualquiera hubiera podido comentar que no era el momento más oportuno; ciertamente había pasado ya la mejor hora. Además, estaban con sueño y cansados después de una noche de brega, más aún cuando había sido un trabajo sin frutos. Pedro lo hizo saber a Jesús, pero a la vez obedeció a sus palabras. Es la fe lo que ahora le mueve, porque Jesús es de tierra adentro, de Nazaret, y tiene poca experiencia en aquellas faenas. Pedro, sin embargo, conoce ya bien a Jesús y se fía de Él: Maestro, hemos estado fatigándonos durante toda la noche y nada hemos pescado; pero, no obstante, sobre tu palabra echaré las redes[1].

Y llegó la sorpresa.

La pesca fue abundantísima: recogieron gran cantidad de peces, tantos que las redes se rompían. Pocas veces –quizá ninguna– Pedro había pescado tanto como en aquella ocasión, cuando todos los indicios apuntaban al fracaso.

Mientras Jesús contemplaba en aquellas redes una pesca más abundante a través de los siglos, Pedro se arrojó a sus pies y confesó con humildad: Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.

Estaba asombrado. Parece como si en un momento lo hubiera visto claro: la santidad de Cristo y su condición de hombre pecador. Apártate de mí, Señor: no soy nada, no tengo nadaSe encontraba ante la divinidad de Jesús, manifestada en el milagro. Y mientras sus labios decían que se sentía indigno de estar junto a Él, los ojos y toda su actitud rogaban a su Maestro que le tomara con Él para siempre. De ninguna manera quería separarse de su lado. ¡Buena pesca había realizado el Señor!

Jesús quitó el temor a Simón y le descubrió el nuevo sentido de su vida: no temas; desde ahora serán hombres los que has de pescar. Recoge la imagen del pescador para enseñarle su misión en la tarea redentora.

Aquellos pescadores sacaron las barcas a tierra y, dejadas todas las cosas, le siguieron. Sus vidas tendrían especialmente desde este día un formidable objetivo: seguir a Cristo y ser pescador de hombres. Todo lo demás en su existencia sería medio e instrumento para ese fin.

Pedro es el centro de la narración. En ella san Lucas emplea el doble nombre de Simón-Pedro. Hasta ahora ha usado solo el de Simón; en adelante usará solo el de Pedro. El Señor ha querido aquí atraerlo más a Sí –ya lo había llamado– y, a la vez, explicarle con un lenguaje que él entendía bien –la pesca– en qué iba a consistir su vocación, su existencia entera. Pedro es ahora un pescador por los cuatro costados.

El Maestro comenzó pidiéndole prestada una barca y se quedó definitivamente con su vida. Muchas veces hará lo mismo a lo largo de los siglos. No quiere las ramas, quiere el árbol.


[1] Sobre tu palabra. Esta es la clave del milagro.

Comentario – Martes XIX de Tiempo Ordinario

Según san Mateo, los discípulos de Jesús no se limitan a discutir quién es el más importante, sino que se acercan al Maestro con esta pregunta: ¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos? Ya no se trata de saber quién es el más importante para el mundo o la sociedad que mide la importancia de las cosas o las personas, sino quien lo es en esa nueva sociedad creada por Dios que es el Reino de los cielos. En ese «espacio» conformado a la medida de Dios, según sus criterios, quién será el más importante. Jesús, entonces, llamó a un niño, nos dice el evangelista (y en esto coinciden Lucas y Mateo), lo puso en medio, y dijo: Os digo que si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielosPor tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos.

Jesús habla a adultos y les propone hacerse como niños, porque sin esta condición no podrán entrar en el Reino de los cielos y, por tanto, tampoco podrán ser importantes en este Reino. Volver a ser como niños no puede ser una regresión a la infancia biológica, cosa del todo imposible; tampoco seguramente un desandar el camino de crecimiento hacia la madurez o regresión a una infancia psicológica. Volver a ser como niños es más bien recuperar la conciencia de la pequeñez connatural a los niños y quizá en cierta medida su inocencia docilidad, o esa ingenuidad que permite a los niños confiar en lo que les dicen (=creer), dejarse guiar, aunque ello pueda suponer también la posibilidad de dejarse engañar. Volver a ser pequeño como un niño es, sin duda, recuperar la posibilidad de creer. ¿Cómo podrán entrar en ese Reino los que desconfían totalmente de esa oferta, los que se niegan a aceptar siquiera la posibilidad de un Reino de los cielos, los que no admiten más reino que el de la tierra?

Freud diría que hacerse niño es una regresión anómala o patológica en un adulto. Según él, ya hemos alcanzado la madurez para poder prescindir de Dios o para poder emanciparnos de este Dios que nos ha sido impuesto como Padre. Los adultos ya no necesitan de un padre. Jesús no es de la misma opinión: Para entrar en el Reino de los cielos es necesario recuperar la conciencia de hijos de Dios. Sí, hacerse como niños tal vez signifique recuperar esta conciencia de hijos pequeños que no pueden prescindir de su padre ni vivir sin él. Sólo estos podrán entrar en el Reino del Padre. Porque ¿cómo poder entrar en el Reino de Dios y formar parte de esta familia queriendo prescindir de Dios porque ya no lo necesitamos, puesto que somos adultos y no necesitamos padre? Hacerse como niños es volver a sentir la necesidad de Dios Padre. Y el que más sienta esta necesidad, porque se sabe más pequeño y desvalido, será sin duda el más grande en el Reino de los cielos.

Acoger a un niño es sintonizar con lo que el niño significa. Y acogerlo en nombre de Cristo es acoger al mismo Cristo y sintonizar con su condición de Hijo del Padre. Es vivir la infancia espiritual. Es volver a sentirse hijo de Dios.

Y finalmente una advertencia: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeñosporque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. Despreciar a uno de esos pequeños no es sólo despreciar la pequeñez, es despreciar a los que tendrán el honor y la dicha de contemplar el rostro de Dios, como lo contemplan en el presente sus ángeles.

¿Qué os parece?, les decía también Jesús a sus discípulos como reclamando su juicio. Suponed que un hombre tiene cien ovejas; si se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.

El pastor que sale tras la oveja perdida, dejando a las noventa y nueve restantes a buen recaudo, lo hace porque le interesan cada una de las ovejas. Una oveja perdida entre cien es, en términos porcentuales, el uno por ciento de pérdida: una insignificancia si la pérdida de esa oveja se valora en estos términos. Pero no es así como aprecia a sus ovejas el pastor que sale tras la oveja perdida. Para él, una por una, todas tienen un valor absoluto. Por eso no puede permitir el extravío de una sola de ellas y sale en su búsqueda. Y cuando la encuentra, se alegra por ella más que por las restantes que, siendo muchas más, sin embargo no se han extraviado. Es la alegría exultante de quien ha encontrado algo que creía perdido y por lo que sentía un gran aprecio. Es la alegría del reencuentro o de la recuperación de aquello que se tenía por difícilmente recuperable.

Pues bien, el aprecio y la alegría que siente el pastor por cada una de sus ovejas es el mismo aprecio y la misma alegría que se encuentran en Dios. Porque tampoco nuestro Padre del cielo quiere que se pierda ni uno de estos pequeños. A esto es a lo que quiere llegar Jesús, a hacernos entender el interés que Dios, nuestro Padre, tiene por cada uno de nosotros. Dios es el primer interesado en nuestra salvación. Dios no quiere que se pierda ni una sola de sus criaturas; mucho menos de sus hijos, es decir, de aquellos a quienes adoptó como hijos en el bautismo.

Y si esta es la voluntad de Dios, una voluntad positivamente volcada en nuestra salvación, hemos de esperar que ponga todo lo que está de su parte por lograrnos este destino. No lo pongamos en duda. Dios hará lo imposible para que no se pierda ninguno de los que fueron adquiridos por la sangre de su Hijo. Si no se ahorró la sangre de su Hijo, tampoco ahorrará esfuerzos, entradas y salidas, llamadas, intentos, travesías, todo con tal de recuperar a sus hijos extraviados por los desconcertantes y complejos parajes de nuestro mundo o perdidos entre la neblina encubridora de nuestras mentiras y las deslumbrantes luces que encienden nuestros deseos. Con la certeza de que Dios nunca nos dará por perdidos, por muy alejados que estemos de él, podremos conservar siempre la esperanza del retorno, de la recuperación o del reencuentro. Si Dios no quiere que se pierda ni uno sólo, confiemos en el éxito de su salida, de su búsqueda y de su empeño salvíficos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos

11. El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan desatinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras. Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. y así, sea por la oblación sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios, significada con propiedades y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento.

Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones. Con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve (cf. St 5, 14-16), e incluso les exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y muerte de Cristo (cf. Rm 8, 17; Col 1, 24; 2Tm 2, 11-12; 1P 4, 13), contribuyan así al bien del Pueblo de Dios. A su vez, aquellos de entre los fieles que están sellados con el orden sagrado son destinados a apacentar la Iglesia por la palabra y gracia de Dios, en nombre de Cristo. Finalmente, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida. De este consorcio procede la familia, en la que nacen nuevos ciudadanos de la sociedad humana, quienes, por la gracia del Espíritu Santo, quedan constituidos en el bautismo hijos de Dios, que perpetuarán a través del tiempo el Pueblo de Dios. En esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno, pero con un cuidado especial la vocación sagrada.

Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre.

Recursos – Ofertorio Domingo XX de Tiempo Ordinario

PRESENTACIÓN DE UN GLOBO TERRAQUEO

(Un miembro adulto de la comunidad hace esta ofrenda, mejor si está implicado en una actividad que sobrepase los límites concretos de la comunidad y vaya encaminada al servicio de la sociedad o de cualquiera de los grupos diferentes o marginales)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo este globo terráqueo, que utilizan nuestros niños y jóvenes en sus estudios de geografía para conocer este mundo y poderlo querer más y mejor. Por otra parte, así de pequeño, nuestro planeta parece realmente esa aldea soñada por los hombres y mujeres, en la que nadie sea extranjero ni extranjera o diferente, sino que todos y todas somos conciudadanos y conciudadanas.

Te pido erradiques del mundo toda tentación y realidad de odio que producen las diferencias religiosas y raciales, y que nos hagas a nosotros y a nosotras, así como a todos los y las seguidores de Jesús que vivimos por cualquier país del mundo, luchadores infatigables contra toda forma de racismo y de exclusión. Haznos testigos de la tolerancia, el diálogo, la comprensión, la compasión y el amor universal.

OFRENDA DE LA MARGINACIÓN

(La debe hacer uno o una de los-las jóvenes de la comunidad, aunque, con toda seguridad, él no sea víctima de alguno de esos muchos problemas)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Por mi parte, Señor, te traigo los golpes de dolor que sufren hoy tantos y tantas jóvenes, compañeros míos o compañeras nuestras. Ahí están el paro y la falta de ilusión ante el oscuro futuro, la droga, el sida, los grupos y tribus marginales, el apego al alcohol y tantas lacras. En nombre de todos y de todas, te pido que unas nuestros sufrimientos a los de tu Hijo Jesucristo. Y a toda esta comunidad, reunida en tu nombre y en torno a tu altar, la hagas profundamente sensible a esta difícil realidad de nuestro entorno.

OFRENDA DEL TERCER MUNDO

(La puede hacer otro u otra joven o, de existir en la comunidad, un miembro de alguna ONG)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: A mí me corresponde, Señor, traerte otro de los sufrimientos que rompe tu corazón de Padre, pues implica a una buena parte de la humanidad. Te ofrezco el hambre, la miseria y el subdesarrollo del Tercer Mundo. También te traigo las semillas de esperanza de tantas y tantas personas del Primer Mundo, que son sensibles con los problemas de los y las más pobres del mundo; que crezca el número de personas que se comprometan por el cambio de la sociedad y del mundo.

PRESENTACIÓN DE LA LUZ

(Sería interesante que lo pudiera ofrecer algún miembro comprometido de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, en nombre de cuantos estamos reunidos, yo te ofrezco hoy esta luz, que la queremos unir a las que lucen sobre la mesa del altar. Ella es el símbolo del efecto del bautismo en nosotros y en nosotras y de nuestro compromiso. La ha prendido tu Hijo Resucitado, que es quien ilumina nuestro corazón, y quiere que nosotros y nosotras, con nuestras palabras y nuestra vida, seamos luz que alumbra las tinieblas del mundo. No permitas nunca, Señor, que seamos opacos para los y las demás.

PRESENTACIÓN DE UN CUENCO

(Puede hacer la ofrenda uno o una de los-las jóvenes de la comunidad. Con esta ofrenda queremos expresar la disponibilidad del creyente)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo hoy este cuenco, símbolo de mi receptividad, como la de cualquier creyente. A imagen de María y de tantos testigos y creyentes, queremos ser como este cuenco, dispuestos y dispuestas a recibir tu Palabra y tu gracia. Sin ellas nosotros y nosotras no somos nada o, si lo somos, es pura autosuficiencia y alejamiento de ti. No dejes de llenar nuestros corazones con tu gracia, Señor.

Oración de los fieles – Domingo XX de Tiempo Ordinario

Padre, nuestra fe no es tan grande como la de aquella cananea, pero aún así te pedimos que escuches nuestras súplicas. Repetimos:

R.- SEÑOR, TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS.

1. – Por el Papa, los obispos y sacerdotes, para que sean fieles trasmisores de tu misericordia.

OREMOS

2. – Te pedimos Señor por todos los extranjeros para que tu revelación llegue a ellos y puedan entrar en tu monte santo.

OREMOS

3. – Por todos los pobres y desahuciados de la sociedad para que tu cuidado y compasión les llegue a través de la Iglesia.

OREMOS

4. – Por aquellos que, fuera de la Iglesia, viven según la guía de su corazón, para que como dice la primera lectura también disfruten de la alegría de la salvación.

OREMOS

5. – Por todos los que como aquella mujer sufren la enfermedad en su familia, para que la ayuda del Señor llegue pronto en forma de salud para los enfermos.

OREMOS

6. – Por todos nosotros para que descubramos aquellas personas cuya fe nos supera, aunque no sean “ovejas de Israel”.

OREMOS

Padre atiende nuestras plegarias y escucha también el grito de todo aquel que sufre. Por Jesucristo nuestro Señor.

Amen.


Pedimos al Señor que por su inmensa misericordia nos conceda la gracia de escuchar las peticiones que traemos hoy a su presencia.

R. – DANOS, SEÑOR, LA ESPERANZA Y LA PAZ.

1. – Para que la Iglesia, pueblo santo de Dios, viva en unidad, justicia, paz y amor, acogiendo a todos en sus necesidades.

OREMOS

2. – Por el Papa, los obispos, los presbíteros, los diáconos y todos los que tienen responsabilidades en la Iglesia; para que vean en ello una tarea de servicio a todos los hombres y mujeres del mundo.

OREMOS

3. – Para que el Señor infunda fortaleza a todos los que sufren en el cuerpo o en el alma, y les ayude en su recuperación.

OREMOS

3. – Para que llegue a todos los pueblos la paz y la justicia de manera que se vayan destruyendo tantas desigualdades.

OREMOS

4. – Te pedimos por todos los maltratados, los que andan perdidos, los que encuentran cerradas todas las puertas; para que el Señor los conforte con su cercanía y su amor.

OREMOS

5. – Para que Cristo, el mayor testigo de la paz, conceda a todas las familias, los pueblos, las naciones, vivir en armonía, en concordia, en entendimiento y les conceda la gracia del perdón y la reconciliación.

OREMOS

6. – Por todos los que estamos aquí para que el Señor nos ayude a aceptar con amor tantas situaciones adversas como nos llegan y nos dé su gracia para que las vivamos en aceptación y alegría.

OREMOS

Te damos gracias, Padre, porque sabemos que Tú nunca desoyes las peticiones que tus hijos te presentan con fe.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

Comentario al evangelio – Martes XIX de Tiempo Ordinario

El capítulo 18 contiene el discurso comunitario o eclesial del Evangelio de Mateo y nos acompañará en estos días.

La pregunta “¿quién es el más importante…?” es inevitable cuando hablamos de la vida en común. Este tema es una preocupación de ayer y de hoy. En una cultura de la competitividad, muchas veces desleal, que muchas veces pisotea la dignidad de las personas, el Evangelio de hoy lanza una luz sobre los criterios que rigen nuestras relaciones comunitarias. Según el Evangelio, esta búsqueda de poder y dominio sobre los demás es un escándalo para la fe. Jesús nos indica otro camino, el de la humildad. Por eso, las palabras clave del capítulo son: niño, pequeño, hermano.

A la pregunta hecha por los discípulos sobre el más importante en el Reino de los cielos, Jesús responde con algunos ejemplos. Como los profetas antiguos, hace un gesto —poner un niño en el centro—, cuyo sentido les revela después. En el centro no está un adulto o una persona considerada importante, sino un niño frágil. El mayor es el que tiene un corazón humilde, el que no maquina el mal en el corazón, el que tiene un corazón de niño, que es símbolo de la dependencia. Por eso, el más importante en la comunidad que se reúne en torno a Jesús para seguirlo y ayudarse mutuamente es el que más tiene necesidades. Hacerse niño es hacer la opción por los más frágiles y pequeños. Es saber que nos necesitamos los unos a otros. Nadie se salva solo.

Tanto es así, que Jesús cuenta la parábola de la oveja perdida, que se alejó del rebaño. El pastor deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida, alegrándose cuando la encuentra. Esta oveja simboliza a los que extravían del camino, los que necesitan ayuda, los débiles, los pequeños. Ningún rebaño puede renunciar a un hermano, pues a ejemplo de su pastor, no podemos ser indiferentes a la pérdida de una sola persona. El mismo Señor se encarga de buscarnos donde pueda encontrarnos. Para eso cuenta con su Iglesia, la comunidad de fieles que no puede ceder a la lógica del descarte.

Nuestras comunidades deben ser abiertas, capaces de emprender un camino de fraternidad y nunca pueden renunciar a un hermano. Que la intercesión de Santa Clara y su ejemplo nos ayuden a vivir en comunidades sencillas, contemplativas y fieles al Evangelio de Jesús.

Eguione Nogueira, cmf