Vísperas – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

JUEVES XIX TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Éste es el día del Señor.
Éste es el tiempo de la misericordia.

Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.

Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de las gentes,
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.

Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos:

Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos:

La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMO 131: PROMESAS A LA CASA DE DAVID

Ant. Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada.

SALMO 113

Ant. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan,
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

LECTURA: 1P 3, 8-9

Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Señor nos alimentó con flor de harina.
V/ El Señor nos alimentó con flor de harina.

R/ Nos sació con miel silvestre.
V/ Con flor de harina.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Señor nos alimentó con flor de harina.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

PRECES

Invoquemos a Cristo, pastor, protector y ayuda de su pueblo, diciendo:

Señor, refugio nuestro, escúchanos.

Bendito seas, Señor que nos has llamado a tu santa Iglesia;
— consérvanos siempre en ella.

Tú que has encomendado al papa la preocupación por todas las Iglesias,
— concédele una fe inquebrantable, una esperanza viva y una caridad solícita.

Da a los pecadores la conversión, a los que caen, fortaleza,
— y concede a todos la penitencia y la salvación.

Tú que quisiste habitar en un país extranjero,
— acuérdate de los que viven lejos de su familia y de su patria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A todos los difuntos que esperan en ti,
— concédeles el descanso eterno.

Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, oremos con confianza a Dios, nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, te damos gracias por el día que termina e imploramos tu clemencia para que nos perdones benignamente todas las faltas que, por la fragilidad de la condición humana, hemos cometido en este día. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor. 

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 18,21-19,1
Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» «Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: `Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.’ Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó ir y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: `Paga lo que debes.’ Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: `Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.’ Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: `Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste.¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’ Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.»
Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán. 

3) Reflexión

• En el evangelio de ayer oímos las palabras de Jesús sobre la corrección fraterna (Mt 18,15-20). En el evangelio de hoy (Mt 18,21-39) el asunto central es el perdón y la reconciliación.
• Mateo 18,21-22: ¡Perdonar setenta veces siete! Ante las palabras de Jesús sobre la corrección fraterna y la reconciliación, Pedro pregunta: “¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Siete veces?” Siete es un número que indica una perfección y, en el caso de la propuesta de Pedro, siete es sinónimo de siempre. Pero Jesús va más lejos. Elimina todo y cualquier posible límite para el perdón: «¡No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete!” Es como si dijera: “¡Siempre, no! Pedro, sino setenta veces siempre!” Pues no hay proporción entre el amor de Dios para con nosotros y nuestro amor para con el hermano. Aquí se evoca el episodio de Lamec del AT. “Dijo, pues, Lamec a sus mujeres Ada y Selía: ‘Escúchenme ustedes, mujeres de Lamec, pongan atención a mis palabras: yo he muerto a un hombre por la herida que me hizo y a un muchacho por un moratón que recibí. Si Caín ha de ser vengado siete veces, Lamec ha de serlo setenta siete veces» (Gén 4,23-24). La tarea de las comunidades es la de invertir el proceso de la espiral de violencia. Para esclarecer su respuesta a Pedro, Jesús cuenta la parábola del perdón sin límite.
• Mateo 18,23-27: La actitud del dueño. Esta parábola es una alegoría, esto es, Jesús habla de un dueño, pero piensa en Dios. Esto explica los contrastes enormes de ésta parábola. Como veremos, a pesar de que se trata de cosas normales y diarias, existe algo en esta historia que no acontece nunca en la vida cotidiana. En la historia que Jesús cuenta, el dueño sigue las normas del derecho de la época. Estaba en su derecho si tomaba a un empleado y a toda su familia y lo ponía en la cárcel hasta que hubiera pagado su deuda por el trabajo como esclavo. Pero ante la petición del empleado endeudado, el dueño perdona la deuda: diez mil talentos. Un talento equivale a 35 kg. Según los cálculos hechos, diez mil talentos equivalen a 350 toneladas de oro. Aunque el deudor junto con su mujer y sus hijos hubiesen trabajado la vida entera, no hubieran sido nunca capaces de reunir 350 toneladas de oro. El cálculo extremo está hecho a propósito. Nuestra deuda ante Dios es incalculable e impagable.
• Mateo 18,28-31: La actitud el empleado. Al salir de allí, el empleado perdonado encuentra a uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Agarrándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. La moneda de cien denarios es el salario de cien días de trabajo. Algunos calculan que era de 30 gramos de oro. ¡No existe medio de comparación entre los dos! Ni tampoco nos hace entender la actitud del empleado: Dios le perdona 350 toneladas de oro y él no quiere perdonarle 30 gramos de oro. En vez de perdonar, hace con el compañero lo que el dueño podía haber hecho, pero no hizo. Mandó a la cárcel al compañero, según las normas de la ley, hasta que pagara toda la deuda. Actitud chocante para cualquier ser humano. Choca a los otros compañeros. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Nosotros también hubiéramos tenido la misma actitud de desaprobación.
• Mateo 18,32-35: La actitud de Dios. “Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: `Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’ Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.” Ante el amor de Dios que perdona gratuitamente nuestra deuda de 350 toneladas de oro, es nada más que justo que perdonemos al hermano una pequeña deuda de 30 gramos de oro. ¡El perdón de Dios es sin límites. El único limite para la gratuidad de misericordia de Dios viene de nosotros mismos, de nuestra incapacidad de perdonar al hermano! (Mt 18,34). Es lo que decimos y pedimos en el Padre Nuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros personamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12-15).
La comunidad como espacio alternativo de solidaridad y fraternidad. La sociedad del Imperio Romano era dura y sin corazón, sin espacio para los pequeños. Estos buscaban un amparo para el corazón y no lo encontraban. Las sinagogas eran exigentes y no ofrecían un lugar para ellos. En la comunidad cristianas, el rigor de algunos en la observancia de la Ley, llevaba a la convivencia los mismos criterios de la sociedad y de la sinagoga. Así, en la comunidad empezaban a haber divisiones que existían en la sociedad y en la sinagoga entre rico y pobre, dominación y sumisión, hombre y mujer, raza y religión. La comunidad, en vez de ser un espacio de acogida, se volvía un lugar de condena. Juntando las palabras de Jesús, Mateo quiere iluminar la caminada de los seguidores y de las seguidoras de Jesús, para que las comunidades sean un espacio alternativo de solidaridad y de fraternidad. Deben ser una Buena Noticia para los pobres. 

4) Para la reflexión personal

• Perdonar. Hay gente que dice: “¡Perdono, pero no olvido!” ¿Y yo? ¿Soy capaz de imitar a Dios?
• Jesús nos da el ejemplo. En la hora de su muerte pide perdón pos sus asesinos (Lc 23,34). ¿Soy capaz de imitar a Jesús? 

5) Oración final

¡De la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el nombre de Yahvé!
¡Excelso sobre los pueblos Yahvé,
más alta que los cielos su gloria! (Sal 113,3-4)

Amor y santo temor de Dios (amor a Dios)

«Timor Domini sanctus». Santo es el temor de Dios. Temor que es veneración del hijo para su Padre, nunca temor servil porque tu Padre-Dios no es un tirano (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 435).

¡Como quien no dice nada: amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios (Santa Teresa, Camino de perfección, 40, 2).

Fundada en la caridad, se eleva el alma a un grado más excelente y sublime: el temor de amor. Esto no deriva del pavor que causa el castigo ni del deseo de la recompensa. Nace de la grandeza misma del amor. En esa amalgama de respeto y afecto filial en que se barajan la reverencia y la benevolencia que un hijo tiene para con un padre, el hermano para con su hermano, el amigo para con su amigo, la esposa para con su esposo. No recela los golpes ni reproches. Lo único que teme es herir el amor con el más leve roce o herida. En toda acción, en toda palabra, se echa de ver la piedad y solicitud con que procede. Teme que el fervor de la dilección se enfríe en lo más mínimo (Casiano, Colaciones, 11).

Cuando el amor llega a eliminar del todo el temor, el mismo temor se convierte en amor (San Gregorio de Nisa, Homilía, 15).

Comentario – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

El perdón es nuclear en el mensaje de Jesús. La reconciliación no se concibe sin el perdón. Jesús se había referido al perdón en las parábolas de la misericordia y lo había concedido a ciertas personas aquejadas de enfermedades o necesitadas de una palabra liberadora que les permitiese experimentar la salvación, como la mujer sorprendida en adulterio y sometida al angustioso trance de ser apedreada. Los apóstoles sabían que había que perdonar la ofensa del hermano, pero ¿hasta cuándo?, ¿hasta dónde? ¿Acaso el perdón exigido era ilimitado? Así se expresa el apóstol Pedro a propósito de este perdón: Si mi hermano me ofende –le pregunta a Jesús-, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?

Pedro considera que el perdón otorgado al ofensor tiene que tener un límite; de lo contrario podría favorecerse el incremento de las ofensas o el padecimiento del ofendido. Entiende que siete veces es un número razonable en la concesión del perdón al hermano reincidente. Pero la respuesta de Jesús no se atiene a esos límites racionales en los que Pedro quiere encerrar el perdón solicitado por el ofensor: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. “Setenta veces siete” no es un numerus clausus, aunque más abultado; es un circunloquio para significar “siempre”. Uno tiene que estar dispuesto a perdonar a su hermano siempreEl amor –dirá san Pablo- disculpa sin límites.

Y para explicar el concepto, Jesús les propone una parábola. El Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Uno le debía diez mil talentos: una verdadera fortuna. Como no disponía de este dinero para saldar la deuda con su acreedor –Jesús plantea el tema en términos de deuda, no de ofensa-, el rey manda que lo vendan a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones. La medida resulta drástica, pero al parecer aplicable en una sociedad donde los acreedores poderosos podían exigir tales compensaciones. Ante un futuro tan incierto, el empleado suplica compasión a su señor: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Y el señor se deja mover por la súplica y le concede el perdón solicitado, dejándole marchar sin exigirle la devolución del dinero adeudado.

Con la condonación de la deuda, ésta desaparece. Ya está libre de gravámenes. Ya no está en deuda con nadie. Pero la historia no acaba aquí. Resulta que aquel empleado tenía un compañero que le debía una pequeña cantidad de dinero, apenas cien denarios. Pues bien, se lo encuentra y le agarra hasta casi estrangularlo, exigiéndole la devolución de la deuda: Págame lo que me debes –le decía-. El otro le rogaba, imitando a su acreedor airado, que tuviera paciencia con él, ya que estaba dispuesto a pagarle lo debido. Pero el liberado poco tiempo antes de una enorme deuda no tuvo paciencia ni compasión de aquel compañero que le debía una pequeña cantidad. Y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

La noticia provoca consternación en los demás empleados que acuden a su señor a contarle lo sucedido. Y cuando éste se entera, manda llamar de nuevo al empleado de la deuda condonada y, tras otorgarle el calificativo de malvado, le dice con indignación: Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? La justicia conmutativa parece reclamar este comportamiento. Si han tenido compasión de ti, lo suyo es que tú tengas compasión del que te la pide. Si te han perdonado una deuda, tras haber solicitado un aplazamiento para pagarla, perdona tú también al que te solicita ese mismo margen para una deuda inferior. Esto es lo que se espera en justicia de aquel que ha recibido ese trato de favor. Pero, dado que aquel empleado no actuó según este criterio de equidad, fue finalmente entregado a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. El señor revocó, pues, el indulto, obligándole a pagar la deuda contraída.

La conclusión viene dictada por el mismo desenlace de la parábola: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano. Se trata de un Padre que nos ha perdonado y nos sigue perdonando ofensas, deudas, desprecios, ingratitudes, negligencias, traiciones, infidelidades; un Padre con el que hemos contraído una enorme deuda a consecuencia de nuestros pecados acumulados, una deuda saldada con un acto de amor infinito, que es la entrega de su propio Hijo a la muerte por nosotros –así se expresa san Pablo aludiendo a la muerte redentora de Cristo y a su sangre derramada-. ¿Qué puede esperar de nosotros ese Padre, que no ha perdonado a su propio Hijo, sino que lo ha entregado a la muerte por nosotros, sino que extendamos el perdón recibido a nuestros hermanos? Por eso, Jesús nos invita a pedir en el “Padre nuestro”: perdónanos nuestras ofensas (o deudas), como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Hay una correspondencia tal entre el perdón recibido (de Dios) y el perdón donado (a los hermanos), que no son separables, como si Dios supeditase aquél a éste. Y el perdón exigido es, además, un perdón de corazón. Dios nos perdona de corazón y espera que nosotros también lo hagamos. Al parecer no basta con querer perdonar (acto volitivo); es preciso perdonar en acto y de corazón. Para ello hay que hacer desaparecer el rencor o el resentimiento que lo invade. Quizá no podamos restañar la herida provocada por la ofensa. En este caso habrá que tener paciencia y dejar pasar el tiempo, que todo lo cicatriza. Pero el perdón, para que sea real, tiene que ser de corazón. De no ser así, estará siempre falto de autenticidad. Y si carecemos de fuerzas para perdonar de este modo, habrá que acudir a la fuente de la gracia para adquirir el impulso necesario.

Sólo así, perdonando de corazón podrá tornar la paz a ese corazón herido o torturado por la ofensa o la agresión sufridas. Sucede que el perdón de Dios resulta improductivo si no logra transformar nuestro corazón, es decir, si no le confiere la capacidad de perdonar al hermano. Por eso, el perdón de Dios no se hace realidad factual en nuestras vidas hasta que no provoca en nosotros ese saludable efecto de tener que perdonar a nuestros ofensores o deudores. La ofensa tiene siempre una connotación más hiriente que la deuda, a no ser que entendamos la ofensa como una deuda (afectiva) contraída con el ofendido. En cualquier caso, ambas deben ser perdonadas si el deudor u ofensor suplican el perdón porque no tienen con qué pagar o con qué reparar el daño. Dios puede esperar esto de nosotros, porque Él nos ha perdonado primero.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Universalidad y catolicidad del único Pueblo de Dios

13. Todos los hombres son llamados a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este Pueblo, siendo uno y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los designios de la voluntad de Dios, que creó en el principio una sola naturaleza humana y determinó congregar en un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos (cf. Jn 11, 52). Para ello envió Dios a su Hijo a quien constituyó heredero universal (cf. He 1, 2), para que fuera Maestro, Rey y Sacerdote nuestro, Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello, por fin, envió al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, que es para toda la Iglesia, y para todos y cada uno de los creyentes, principio de asociación y de unidad en la doctrina de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración (cf. Hch 2, 42).

Así, pues, de todas las gentes de la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe sus ciudadanos, que lo son de un reino, por cierto no terreno, sino celestial. Pues todos los fieles esparcidos por la haz de la tierra comunican en el Espíritu Santo con los demás, y así «el que habita en Roma sabe que los indios son también sus miembros». Pero como el Reino de Cristo no es de este mundo 2cf. Jn 18, 36), la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino no arrebata a ningún pueblo ningún bien temporal, sino al contrario, todas las facultades, riquezas y costumbres que revelan la idiosincrasia de cada pueblo, en lo que tienen de bueno, las favorece y asume; pero al recibirlas las purifica, las fortalece y las eleva. Pues sabe muy bien que debe asociarse a aquel Rey, a quien fueron dadas en heredad todas las naciones (cf. Sal 2, 8) y a cuya ciudad llevan dones y obsequios (cf. Sal 71, 10; Is 60, 4-7; Ap 21, 24).

Este carácter de universalidad, que distingue al Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por el que la Iglesia católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos sus bienes, bajo Cristo como Cabeza en la unidad de su Espíritu. En virtud de esta catolicidad cada una de las partes presenta sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada uno de sus elementos se aumentan con todos lo que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo congrega gentes de diversos pueblos, sino que en sí mismo está integrado de diversos elementos. Porque hay diversidad entre sus miembros, ya según los oficios, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos; ya según la condición y ordenación de vida, pues muchos en el estado religioso tendiendo a la santidad por el camino más arduo estimulan con su ejemplo a los hermanos. Además, en la comunión eclesiástica existen Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad, defiende las legítimas variedades y al mismo tiempo procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino incluso cooperen en ella. De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima comunicación de riquezas espirituales, operarios apostólicos y ayudas materiales. Los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la comunicación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del Apóstol: «El don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1P 4, 10).

Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz y a ella pertenecen de varios modos y se ordenan, tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios.

Cuando la fe vence todo obstáculo

1.- Con la oración, Dios, hace que se haga más grande nuestro deseo de anhelar y buscar lo que pretendemos.

Metidos de lleno en este tiempo veraniego, puede que el evangelio de este día – la madre que pide insistentemente a Jesús- no nos sugiera nada o muy poco. Pero, la oración (insistente y persistente) es como la brisa a orilla del mar: sin darnos cuenta, sin percatarnos el sol hace de las suyas y broncea nuestro rostro.

2.- Cada domingo, y sobre todo en este Año Eucarístico, la Palabra de Dios va operando en lo más hondo de nuestras entrañas. Puede que, en más de una ocasión, nuestra presencia obedezca más a una obligación que a una necesidad, a un mandamiento más que a un encuentro añorado y apetecido semanalmente. El interior de cada uno, como la tierra misma, se va haciendo más fructífero y más rico, cuando se trabaja.

¡Ya quisiéramos la fe de la mujer cananea! Sabía que, Jesús, podía colmar con creces sus expectativas. Era consciente que, detrás de una oración confiada y continuada, se encontraba la clave de la solución a sus problemas. La grandeza de esta mujer no fue su oportuno encuentro con Jesús. La suerte de esta mujer es que su fe era nítida, inquebrantable, confiada, transparente, lúcida y sencilla. No se dejó vencer ni por el cansancio ni, mucho menos, por el recelo de los discípulos.

3.- A muchos de nosotros, en la coyuntura que nos toca vivir, puede que estemos tan acostumbrados a la acción/respuesta que no demos espacio a que las cosas reposen y se encaucen. Dicho de otra manera; no podemos pretender que nuestra oración alcance la respuesta deseada en el mismo instante en que la realizamos.

–La fe cuando es sólida y verdadera se convierte en una poderosa arma capaz de vencer todo obstáculo.

–La fe cuando es confiada, sabe esperar contra toda esperanza

–La fe cuando es insistente, se convierte en un método que nos hace pacientes y no desesperar.

4.- Todos, incluidos los que venimos domingo tras domingo a la eucaristía, necesitamos un poco del corazón de la cananea. Un corazón sea capaz de contemplar la presencia de Jesús. De intuir que, en la Palabra que se escucha y en el pan que se come, podemos alcanzar la salud espiritual y material para nuestro existir.

En cierta ocasión un espeleólogo descendió a unas cavernas con sus alumnos. Uno de éstos, admirado por las diversas formas de las rocas, preguntó: ¿Cómo es posible esta belleza? Y, el espeleólogo, dirigiéndose a él le contestó: sólo el paso de los años y la suave persistencia del agua han hecho posible este milagro.

Constancia, hábito, petición, acción de gracias, súplica, confianza es el agua con la que vamos golpeando, no a Dios, sino a nuestro mismo interior para moldearlo y darle la forma que Dios quiera, cuando quiera y como quiera.

Javier Leoz

Mujer, qué grande es tu fe

Jesús salió de allí y se fue a las regiones de Tiro y Sidón. Y una mujer cananea salió de aquellos contornos y se puso a gritar: «¡Ten compasión de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está atormentada por un demonio». Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Despídela, porque viene gritando detrás de nosotros». Él respondió: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Pero ella se acercó, se puso de rodillas ante él y le suplicó: «¡Señor, ayúdame!». Él respondió: «No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perros». Ella dijo: «Cierto, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le dijo: «¡Oh mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda como quieres». Y desde aquel momento su hija quedó curada.
Mateo 15, 21-28

PARA MEDITAR

Jesús muchas veces sorprendió a los apóstoles. No es que los apóstoles fueran especialmente torpes. Ahora leemos este pasaje del Evangelio y entendemos lo que dice Jesús, pero en aquella época lo que hizo Jesús al ayudar a esa mujer no era lo habitual.

No pensemos que nosotros somos mejores o más espabilados que los apóstoles. Muchas cosas que pensamos o hacemos es porque siempre hemos visto que se hacen de una manera determinada, pero puede que estemos equivocados. Nuestra referencia debe ser Jesús. Él es quien debe darnos las respuestas a nuestras grandes preguntas.

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • Piensa en una pregunta que quieres hacerla a Jesús sobre alguna decisión que debes tomar.
  • ¿Qué crees que te respondería Jesús? ¿Cómo puedes saber las respuestas de Jesús a tus preguntas?
  • Escribe un compromiso para saber qué le preguntaría a Jesús algún amigo tuyo.

ORACIÓN

Aunque no estemos ciegos,
ni cojos ni lisiados,
estamos tensos, agitados, angustiados,
gastamos en exceso y corremos demasiado,
vivimos cerca y juntos, pero en soledad,
sin cuidarnos bastante, con indiferencia.
Ten compasión de todos,
danos entrañas de misericordia.
Contigo, Señor, los ciegos,
veremos la belleza,
los sordos, al hermano,
los mudos y los tímidos,
nos comunicaremos,
los fríos y los secos,
seremos misericordiosos,
los tristes y los grises,
cantaremos cada día,
los huérfanos y solos,
disfrutaremos de tu Amor.

Señor, ten compasión de mí

Hoy te quiero gritar como la mujer cananea:
¡Necesito compartir mis dificultades del camino,
el peso de la vida, los agobios,
las insatisfacciones,
mis fallos, preocupaciones, mis miedos, mi fragilidad!
¡Ten compasión de mí!

¡Socórreme, Señor!
Métete en todos los rincones de mi casa,
invádenos a todos con tu amor,
enséñanos a vivir a tu manera,
que es difícil hacerlo bien.
Envuélvenos a todos,
haznos sentirnos habitados.

Aunque no estemos ciegos,
ni cojos ni lisiados,
estamos tensos, agitados, angustiados,
gastamos en exceso y corremos demasiado,
vivimos cerca y juntos, pero en soledad,
sin cuidarnos bastante, con indiferencia.
Ten compasión de todos,
danos entrañas de misericordia.

Contigo, Señor, los ciegos,
veremos la belleza,
los sordos, al hermano,
los mudos y los tímidos,
nos comunicaremos,
los fríos y los secos,
seremos misericordiosos,
los tristes y los grises,
cantaremos cada día,
los huérfanos y solos,
disfrutaremos de tu Amor.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Domingo XX de Tiempo Ordinario

• Esta escena nos presenta a Jesús que sale de las fronteras de Israel y entra en Fenicia, territorio pagano (21). Tiro y Sidón (21) son dos de las ciudades comerciales más importantes de Fenicia, al noroeste del territorio de Israel, a menudo reprobadas por los profetas a causa de su rebelión contra Dios (Is 23; Ez 26-28; Jl 4,4-8; Am 1,9-10; Za 9,24), pero que también habían recibido el don de Dios a través de otros profetas (2Re 17,7-24).

• En este caso, el término «cananea» (22) equivale a «pagana». Esta «mujer» representa, pues, a los demás pueblos, los no-judíos.

• La exclamación de la mujer, «Hijo de David» (22), aparece en otros pasajes donde los protagonistas son ciegos (Mt 9,27; 20,20-31). Esta aclamación supone un reconocimiento de Jesús como Mesías, Hijo de David, tema del Evangelio de Mateo (Mt 12,23; 21,9.15) que desde el principio presenta a Jesús como al Mesías que Israel esperaba (Mt 1,1). Por tanto, la mujer extranjera, a pesar de no ser judía, se sitúa en la fe de Israel.

• Que le llame «Señor» (22.25.27) es, también, expresión de la fe (Mt 28,18; / 7,22; 25,11.20.22.24.37.44; 24,42; / 8,25; 14,28.30; / 8,2.6.; 9,28; 15,22; 17,15; 20,30).

• Jesús ha sido enviado a «las ovejas perdidas de Israel» (24). Y ha enviado a sus Apóstoles (Mt 10,6). Diciendo esto Jesús se sitúa en la línea de la teología del Pueblo de Dios del Antiguo Testamento según la cual Dios ha hecho una alianza con Israel, un pueblo concreto, para que, si todo el mundo vive allí según su plan (Dt 8,7-18), todos los demás pueblos conocerán la revelación de Dios (Is 25,6; Is 56,1.6-7 -primera lectura de hoy-). En el Antiguo Testamento encontramos que Elías pisa la misma tierra que Jesús y hace una cosa parecida (1 Re 17,7-24). También ocurre con Eliseo (2 Re 4,1 ss). Pero no hemos de olvidar que el propio Evangelio de Mateo acaba con el envío de los Apóstoles por parte del Resucitado «a todas las gentes» (Mt 28,19). Jesús, de parte del Padre, y los discípulos, de parte de Jesús, han sido enviados para reunir a los hijos dispersos (Jn 11,52), para que haya un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16).

• Dios salva desde lo concreto, utiliza el método del tú a tú: cada cristiano es apóstol-testimonio para quienes le rodean.

• Lo que cuenta, al final, es la fe de la mujer (28), la fe que se expresa en la relación-diálogo personal con Jesús, en el reconocimiento mutuo entre ella y Jesús: ella sabe quién es Jesús (22.25.27) y Jesús sabe quién es ella (22.24.28).

* La fe en Jesucristo, pues, no es una ideología, un modo de pensar… (aunque también se acaba concretando de esta manera), sino la relación-diálogo con la persona de Jesucristo.

Comentario al evangelio – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Siempre. La única medida del perdón es perdonar sin medida. ¿Y por qué tengo que perdonar? ¿Por qué tengo que cancelar la deuda? La respuesta es muy sencilla: porque Dios también perdona. Es su modo de ser. De eso se trata ser imagen y semejanza, ser perfectos como el Padre celestial. El Evangelio es la buena noticia de que el amor de Dios no tiene medida. Es infinito. Esta es la radicalidad del Evangelio.

Jesús cuenta una parábola con dos deudores. El primero tenía una deuda hiperbólica con el rey, algo como el presupuesto de una ciudad: ¡una deuda impagable! El rey siente el dolor en la súplica del sirviente. Tiene un corazón misericordioso, pues se rige por la compasión, no por la ley y el derecho. Para este rey, la vida, la libertad y el sufrimiento pesan más que el oro y el derecho. Por eso, le perdona la deuda el criado.

El criado, “al salir”, ni siquiera una semana después, tampoco en el día siguiente o después de una hora, sino aún sumergido en la alegría de la deuda perdonada, encuentra un compañero suyo que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. Es verdad que era su derecho recibir la deuda. Es justo. Pero también es cruel. Esto puede pasar con nosotros: muy expertos en exigir nuestros derechos, pero no tanto en cumplir con nuestros deberes. La justicia que el Evangelio nos propone es distinta: es de reconciliación con el adversario, acogida al pequeño, búsqueda del que se extravió.

Diferente de la justicia humana, del derecho a recibir lo que le es debido, Jesús propone la lógica de Dios, la lógica del exceso: perdonar setenta veces siete, perdonar a los enemigos, poner la otra mejilla, donar sin medida… Cuando uno no quiere perdonar (el perdón no es un instinto, sino una decisión), cuando se responde a una ofensa con otra ofensa, el nivel de violencia y dolor se eleva. Esto no es compatible con el Evangelio.

Perdonar es deshacer el nudo, es dejarse ir, liberar las cuerdas que nos aprisionan en el espiral de la maldad, es mirar hacia al futuro, no al pasado. Así es Dios, nos perdona para liberarnos del pecado, de las fuerzas del mal que nos arrastran a la muerte. Por eso es capaz de hacer bromas con nuestros números y nuestra lógica: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

Eguione Nogueira, cmf