I Vísperas – Asunción de la Bienaventurada Virgen María

I VÍSPERAS

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Albricias, Señora,
reina soberana,
que ha llegado el logro
de vuestra esperanza.

Albricias, que tienen
término las ansias
que os causa la ausencia
del Hijo que os ama.

Albricias, que al cielo
para siempre os llama
el que cielo y tierra
os llenó de gracia.

¡Dichosa la muerte
que tal vida os causa!
¡Dichosa la suerte
final de quien ama!

¡Oh quién os siguiera
con veloces alas!
¡Quién entre tus manos
la gloria alcanzara!

Para que seamos
dignos de tu casa,
hágase en nosotros
también su palabra. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Cristo ascendió a los cielos y preparó un trono a su Madre inmaculada. Aleluya.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo ascendió a los cielos y preparó un trono a su Madre inmaculada. Aleluya.

SALMO 147: ACCIÓN DE GRACIAS POR LA RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN

Ant. Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos. Aleluya.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo

Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos. Aleluya.

CÁNTICO del EFESIOS

Ant. La Virgen María ha sido elevada sobre los coros de los ángeles; venid todos, ensalcemos a Cristo Rey, cuyo reino es eterno.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo.
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. La Virgen María ha sido elevada sobre los coros de los ángeles; venid todos, ensalcemos a Cristo Rey, cuyo reino es eterno.

LECTURA: Rm 8, 30

A los que Dios predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

RESPONSORIO BREVE

R/ María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles.
V/ María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles.

R/ Bendicen con alabanzas al Señor.
V/ Se alegran los ángeles.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

PRECES
Proclamemos las grandezas de Dios Padre Todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle, diciendo:

Mira a la llena de Gracia y escúchanos.

Oh Dios, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
— haz que todos tus hijos deseen esta misma gloria y caminen hacia ella.

Tú que nos diste a María por madre, concede, por su mediación, salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
— y a todos, abundancia de salud y paz.

Tú que hiciste de María la llena de gracia,
— concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.

Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
— y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
— haz que los difuntos puedan alcanzar, con todos los santos, la felicidad de tu reino.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Porque te has complicado, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado en este día de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que a cuantos has salvado por el misterio de la redención nos concedas también el premio de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes XIX de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial 

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor. 

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Mateo 19,3-12
Y se le acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: «¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?» Él respondió: «¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre.» Dícenle: «Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?» Díceles: «Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por fornicación- y se case con otra, comete adulterio.»
Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse.» Pero él les dijo: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda.» 

3) Reflexión

• Contexto. Hasta el cap. 18, Mateo ha mostrado cómo los discursos de Jesús han marcado las varias fases de la constitución y formación progresivas de la comunidad de los discípulos en torno a su Maestro. Ahora, en 19,1, este pequeño grupo se aleja de las tierras de Galilea y llega al territorio de Judea. La llamada de Jesús, que ha atraído a sus discípulos, sigue avanzando hasta la elección definitiva: la acogida o el rechazo de la persona de Jesús. Esta fase tiene lugar a lo largo del camino que lleva a Jerusalén (cap.19-20) y al templo, después de llegar finalmente a la ciudad (cap.21-23). Todos los encuentros que Jesús efectúa en estos capítulos tienen lugar a lo largo del recorrido de Galilea a Jerusalén.
• El encuentro con los fariseos. Al pasar por la Transjordania (19,1) tiene Jesús el primer encuentro con los fariseos, y el tema de la discusión de Jesús con ellos es motivo de reflexión para el grupo de los discípulos. La pregunta de los fariseos se refiere al divorcio y de manera particular pone a Jesús en apuros acerca del amor dentro del matrimonio, que es la realidad más sólida y estable para la comunidad judía. La intervención de los fariseos pretende acusar la enseñanza de Jesús. Se trata de un verdadero proceso: Mateo lo considera como “un poner a prueba”, como “un tentar”. La pregunta es ciertamente crucial: “¿Es lícito a un hombre repudiar a la propia mujer por cualquier motivo?” (19,3). Al lector no se le escapa la torcida intención de los fariseos al interpretar el texto de Dt 24,1 para poner en aprietos a Jesús: “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa”. A lo largo de los siglos, este texto había dado lugar a numerosas discusiones: admitir el divorcio por cualquier motivo; requerir un mínimo de mala conducta, o un verdadero adulterio.
• Es Dios el que une. Jesús responde a los fariseos citando Gn 1,17: 2,24 y remitiendo la cuestión a la voluntad primigenia de Dios creador. El amor que une al hombre y a la mujer viene de Dios, y por este origen, une y no puede separar. Si Jesús cita Gn 2,24 “El hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne”, (19,5) es porque quiere subrayar un principio singular y absoluto: la voluntad creadora de Dios es unir al hombre y a la mujer. Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, es Dios el que los une; el término “cónyuges” viene del verbo congiungere, coniugare, es decir, la unión de los dos esposos que conlleva trato sexual es efecto de la palabra creadora de Dios. La respuesta de Jesús a los fariseos alcanza su culmen: el matrimonio es indisoluble en su constitución originaria. Ahora prosigue Jesús citando a Ml 2, 13-16: repudiar a la propia mujer es romper la alianza con Dios, alianza que, según los profetas, los esposos la viven sobre todo en su unión conyugal (Os 1-3; Is 1,21-26; Jr 2,2;3,1.6-12; Ez 16; 23; Is 54,6-10;60-62). La respuesta de Jesús aparece en contradicción con la ley de Moisés que concede la posibilidad de dar un certificado de divorcio. Dando razón de su respuesta, Jesús recuerda a los fariseos: si Moisés decidió esta posibilidad, es por la dureza de vuestro corazón (v.8), más concretamente, por vuestra indocilidad a la Palabra de Dios. La ley de Gn 1,26; 2,24 no se ha modificado jamás, pero Moisés se vio obligado a adaptarla a una actitud de indocilidad. El primer matrimonio no es anulado por el adulterio. La palabra de Jesús dice claramente al hombre de hoy, y de modo particular a la comunidad eclesial, que no ha de haber divorcios, y sin embargo observamos que existen; en la vida pastoral, los divorciados son acogidos y para ellos está siempre abierta la posibilidad de entrar en el reino. La reacción de los discípulos no se hace esperar: “Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse” (v.10). La respuesta de Jesús sigue manteniendo la indisolubilidad del matrimonio, imposible para la mentalidad humana pero posible para Dios. El eunuco del que habla Jesús no es el que no puede engendrar, sino el que, una vez separado de la propia mujer, continúa viviendo en la continencia y permaneciendo fiel al primer vínculo matrimonial: es eunuco con relación a todas las demás mujeres. 

4. Para la reflexión personal

• ¿Sabemos acoger la enseñanza de Jesús en lo que se refiere al matrimonio con ánimo sencillo sin adaptarlo a nuestras legítimas elecciones y conveniencia?
• El pasaje evangélico nos ha recordado que el designio del Padre sobre el hombre y la mujer es un maravilloso proyecto de amor. ¿Eres consciente de que el amor tiene una ley imprescindible que comporta el don total y pleno de la propia persona al otro? 

5) Oración final

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un espíritu firme;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu. (Sal 51,12-13)

Comentario – Viernes XIX de Tiempo Ordinario

Ya hemos comentado este mismo pasaje en la versión del evangelio de Marcos (10, 13-16). Las variantes respecto de la versión mateana son mínimas. Por eso recojo en gran medida el comentario que se hizo al pasaje de Marcos. Los fariseos, nos dice tanto uno como otro evangelista, se acercaron en cierta ocasión a Jesús con una pregunta para ponerlo a prueba. La prueba era la antesala de la acusación. Buscaban el modo de enfrentarlo a la ley mosaica y encontrar motivos de acusación contra él. La pregunta era como sigue: ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?

Los que preguntaban ya tenían respuesta para esta pregunta. A un hombre le era lícito divorciarse de su mujer siempre que hubiera causa justa o razón suficiente. Para unos esta causa podía ser el suceso más intrascendente en la vida cotidiana del matrimonio: cualquier fallo o falta por leve que fuera; para otros, sólo un adulterio podía ser motivo de divorcio. Vivían, por tanto, bajo una legislación divorcista o que permitía el divorcio. Para ello podían ampararse en la ley de Moisés que permitía esta ruptura matrimonial dando acta de repudio a la mujer. Jesús reconoce la existencia de esta legislación y la justifica en gran medida invocando como razón de la misma la dureza del corazón humano: Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero al principio no era así.

Luego se trata de una permisión legal debida a la terquedad de los hombres no sólo de los tiempos de Moisés, sino de tiempos posteriores, quizá para evitar males mayores como maltratos o asesinatos. Pero al principio no fue así. Jesús se remite en este caso a una tradición anterior a la mosaica, una tradición que, a su entender, habría que recuperar. Al principio Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Son textos del Génesis. Y Jesús invoca esta Escritura como exponente de la tradición más primigenia. Dios los creó hombre y mujer y, por tanto, distintos. Siendo los mismos huesos y la misma carne, sin embargo son sexualmente distintos, pero también complementarios. Aquí la diferencia distingue, pero no separa. Aquí la diferencia, por ser complementaria, une. Fueron creados hombre y mujer con miras a formar una unión de dos abierta a la vida, dos en una sola carne.

Por eso, porque están naturalmente encaminados a esta unión, el hombre abandonará a su padre y a su madre para unirse a su mujer y formar con ella una sola carne. Se abandona en cierto modo a la familia de procedencia para formar una nueva familia o una unión que sea el origen de una nueva familia. Porque la unidad de la carne tiene un inmediato fin procreador. Y aquí está el origen de la familia. Luego en la creación bisexuada del hombre y la mujer ya hay un designio divino de unión. Y como la unión sólo puede darse entre un hombre y una mujer concretos, hay que pensar que cuando se produce esa unión efectiva, Dios la quiere. Es decir, que Dios quiere la unión de ese hombre y esa mujer concretos en los que ha surgido el amor y la mutua atracción. Pues bien, lo que Dios quiere unido porque lo ha unido, que no lo separe el hombre. Separar lo que Dios quiere que sea una sola carne es romper una unión querida por Dios.

Pero ¿semejante voluntad cierra el camino a cualquier permisión como la de Moisés? Cuando esa unión se ve resquebrajada y se presenta como irrecuperable, ¿no habrá que aceptar con resignación este estado de hecho y, por tanto, la separación? ¿Se les puede negar a los separados la posibilidad de restablecer la unión con otra persona? Esas son las preguntas que nos seguimos haciendo hoy. Porque si permitimos a los separados restablecer la unión con otra persona, estamos dando por finalizada o invalidada la unión anterior. ¿No la ha destruido ya de hecho la separación?

Quizá estas y otras preguntas son las que llevan a los discípulos de Jesús a volver sobre el tema. Y su respuesta ahora es más comprometida y diáfana: Si uno se divorcia de su mujer –no hablo de prostitución- y se casa con otra, comete adulterio. Aquí nos encontramos con la cláusula mateana (excepto en caso de porneia) que tanto ha dado que pensar a los exegetas del Nuevo Testamento. Jesús, después de haber afirmado la indisolubilidad matrimonial (lo que Dios ha unido no debe ser separado por el hombre) parece admitir, según la versión de Mateo, una cierta excepcionalidad. ¿Piensa Jesús que la mujer dada a la prostitución podía ser legítimamente repudiada? Si el principio genesíaco al que se remite: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre, tiene valor absoluto, ni siquiera esta mujer caída en la prostitución podría romper el vínculo conyugal que le mantiene ligada a su marido; éste podría alejarla de sí o no recibirla en su casa, pero permanecería unido a ella por el vínculo matrimonial.

En el evangelio de Marcos no aparece siquiera esta posible excepcionalidad. La mujer de la que uno se divorcia (o separa) para casarse con otra sigue siendo su mujer, hasta el punto de serla infiel, cometiendo adulterio, si se casa con otra. La respuesta de Jesús no deja escapatoria. Atrás parece haber quedado el precepto de Moisés y su justificación. Ya ha dejado de comparecer la terquedad como motivo justificante del divorcio. En los nuevos tiempos la terquedad humana ya no parece ser razón suficiente para permitir el divorcio. Jesús, al remitirse a los orígenes, recupera en toda su radicalidad la pureza de esta unión constituida por el hombre y la mujer hasta poder hablar de una sola carne siendo dos: matrimonio monógamo e indisoluble.

Pero hoy, ante la avalancha de experiencias de fracaso, nos cuesta mucho admitir esta indisolubilidad, tanto que nos parece una intransigencia más de la Iglesia que se aferra al dictado de Cristo de manera poco flexible. Pero la Iglesia no es tan inflexible como pudiera parecer. También admite separaciones, aunque no admita divorcios; también concede anulaciones; también se apiada de esas personas que se encuentran en situación irregular. Lo que no puede hacer es invalidar una norma que surge de la entraña del mismo evangelio con su carga incuestionable de radicalidad. El cristiano está constantemente invitado a vivir la radicalidad evangélica. Pero su fracaso en el intento o su pecado, incluido el de adulterio, no queda al margen de la misericordia del que perdonó a la mujer sorprendida en adulterio o del que pidió el perdón para los que le crucificaban. No, las exigencias evangélicas no son nunca obstáculo para el uso balsámico de la misericordia. Al contrario, es sobre los pecadores sobre los que se derrama más copiosamente.

El planteamiento de Jesús sobre este asunto es tan radical que los discípulos le replican: Si ésta es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse. Los apóstoles advierten las exigencias del compromiso matrimonial, hasta el punto de parecerles poco atrayente. Jesús reconoce la dificultad, pero no por eso reduce las exigencias del vínculo: No todos pueden con esto, sólo los que han recibido ese don.

Ya se ve –la experiencia de cada día lo demuestra- que no todos pueden mantener su promesa de fidelidad, que no todos son capaces de mantener la unión contraída. Lo pueden sólo los que han recibido el don, que no son simplemente los que han recibido el sacramento, sino los que lo han recibido fructuosamente y lo cultivan con una vida adecuada. Se trata del don de Dios para vivir la unión conyugal, de modo que ésta se fortalezca más cada día. Y añade: Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre (por naturaleza), a otros los hicieron los hombres (por imposición de otros), y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los cielos (por voluntad propia). El que pueda con esto que lo haga.

Las palabras de Jesús constituyen una invitación y un desafío. Hacerse eunucos por el Reino de los cielos es renunciar voluntariamente al matrimonio y a todo lo que ello comporta por una realidad (el Reino de los cielos) que exige una dedicación total. Si el compromiso matrimonial tiene sus exigencias (fidelidad, indisolubilidad, unidad), también las tiene, y quizá más, la renuncia al mismo (celibato) por una realidad de orden superior. Tanto para lo uno como para lo otro se requiere la capacidad que Dios da (gracia) a los que llama a seguir el camino existencial elegido.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Los fieles católicos

14. El Sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc 16, 16; Jn 3, 5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta obligada. Por lo cual no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella.

A la sociedad de la Iglesia se incorporan plenamente los que, poseyendo el Espíritu de Cristo, reciben íntegramente sus disposiciones y todos los medios de salvación depositados en ella, y se unen por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión, a su organización visible con Cristo, que la dirige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos. Sin embargo, no alcanza la salvación, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien no perseverando en la caridad permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», pero no «en corazón». No olviden, con todo, los hijos de la Iglesia que su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una gracia especial de Cristo: y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las obras, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad.

Los catecúmenos que, por la moción del Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, se unen a ella por este mismo deseo; y la madre Iglesia los abraza ya amorosa y solícitamente como a hijos.

La misa del domingo: misa con niños

DOMINGO XX DE TIEMPO ORDINARIO

SALUDO

Os deseamos que la gracia y la paz de Dios nuestro Padre, que recon­cilió el mundo en Jesucristo el Señor, y en el envío de su Espíritu Santo, nos acompañe y esté con todos nosotros.

ENTRADA

Reunidos en la misma fe, comenzamos nuestra Eucaristía, la fuerza y el aire nuevo que necesitamos para vivir como cristianos. Y hemos de hacerlo con alegría y esperanza, que son necesarias para afrontar las difi­cultades. No nos faltan motivos para esta alegría, pero también estamos sobrados de motivos para la desconfianza y el pesar. Los cristianos muchas veces no damos testimonio ni de amor ni de compromiso a favor de la vida. Nos limitamos a «ir tirando», a reproducir «lo de siempre», y a quejarnos de que todo va mal. Pero la Palabra de Dios, destinada a ser nuestra guía, nos llama una y otra vez a la tarea de mostrar el rostro de Dios y el Reino que Jesús inaugura con la Fuerza del Espíritu. Pidamos, pues, que los dones del Espíritu nos renueven por dentro tanto que nos hagan salir al camino de la vida, una vida marcada por la entrega y el ser­vicio.

ACTO PENITENCIAL

Delante de Dios Padre nos sentimos pequeños y limitados; pero saber que Él siempre nos perdona nos llena de alegría. Pidamos su perdón:

– Tú, que nos llamas s vivir buscando y haciendo posible el bien y la justicia.

SEÑOR, TEN PIEDAD.

– Tú, que cuando nos apartamos de Ti nos buscas con mayor entrega para mostrarnos tu misericordia.

CRISTO, TEN PIEDAD.

– Tú, que nos enseñas que la fe crece y se expresa cuando servimos a los más desfavorecidos. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Oración: De Ti, Señor, proceden la bondad y el perdón; perdona nues­tras limitaciones y pecados. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN COLECTA

Dios Padre nuestro, fuente de bondad, de misericordia y de espe­ranza; ayuda a esta comunidad reunida en tu nombre para que, aco­giendo tu Palabra, crezca en el compromiso por anunciarla y por lle­var tu Amor a todas las personas, de modo que todos puedan reconocerte como la Luz de sus vidas. Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA PROFÉTICA

Tras el destierro de Babilonia el pueblo de Israel se pregunta sobre la vigencia y el sentido de las normas antiguas que le hacían vivir en la Alianza con su Dios. La respuesta del profeta no se hace esperar: guardar el derecho y practicar la justicia, que se concreta en actos de liberación, en atención a quienes viven oprimidos.

LECTURA APOSTÓLICA

Dios ofrece su Amor al hombre sin ningún tipo de condiciones, por pura entrega. Las personas no siempre sabemos agradecer ni acoger este don. Pero El siempre permanece fiel. Dios no se echa para atrás en su plan salvador, y acompaña toda nuestra vida. 

LECTURA EVANGÉLICA

Jesús no se deja amarrar por tradiciones ni por esquemas: rompe con todo lo que limita a las personas, aunque sea la misma fe o lo más sagra­do. Para Jesús el Amor de Dios es universal, un don que viene a colmar de felicidad la vida humana, y esto no se puede reducir ni a una cultura ni a un pueblo. La fe de la mujer cananea pone de manifiesto la universali­dad de este Amor.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Sabiendo que cuando nuestra oración es sincera siempre es escucha­da, presentamos al Señor las necesidades de nuestra vida, diciendo: ¡Ayú­danos, Señor!

– Para que los cristianos apoyemos siempre las causas nobles y justas de las personas, y con igual valentía denunciemos la injusticia y el desa­mor. Oremos.

– Para que crezcamos en solidaridad y en apertura a los demás, deján­donos interpelar por las necesidades y el dolor de quienes no son con­siderados por la sociedad satisfecha. Oremos.

– Para que descubramos que vivir la fe implica mostrar siempre el ver­dadero rostro de Dios Padre. Oremos.

– Para que nuestra comunidad (parroquial) crezca en la verdadera fe, que antes que ideas son prácticas liberadoras a favor de los hermanos. Oremos.

Oremos. Ayúdanos, Señor, con tu entrega que no conoce límite. Por Jesucristo.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Acepta, Señor, los dones que te presentamos, que serán alimento de nuestra vida cristiana, y haz que nos transformemos en imagen de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre nos alimentan. Por Jesucristo.

PREFACIO

Siempre es justo y necesario, Señor, darte gracias, por todo lo que somos y tenemos. Tú, como Padre bueno, nos das lo que vamos necesi­tando a lo largo de la vida, y nos invitas a esforzarnos para descubrirte como nuestro compañero más cercano y fiel.

Y aunque sigue habiendo dificultades y pesares, lo definitivo es siem­pre la vida y el amor. Esta certeza sigue ayudando a toda persona que con­fía en ti. Permítenos vivir unidos a todos los que te buscan desde la entre­ga y desde el servicio, y que te glorifican con su testimonio, diciendo: Santo, Santo, Santo…

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Dios Padre nuestro, Tú que nos haces capaces de dirigirte nuestra alabanza y gratitud, acoge esta acción de gracias y llénanos de espe­ranza y de alegría, de modo que en el mundo vivamos haciendo creí­ble y real tu Reino de Vida en plenitud. Por Jesucristo.

DESPEDIDA

La palabra de Dios nos ha marcado el camino.  Escucharla y dejar que se evapore seria una traición. Emprender el camino que nos marca es lo justo. Y el camino de esta palabra es la justicia.

La misa del domingo

En el Evangelio de este Domingo vemos al Señor en la región de Tiro y Sidón. Se había “retirado” allí. Tiro y Sidón eran ciudades ubicadas en la costa del mar Mediterráneo, al norte de Israel, es decir, fuera de Israel. Eran ciudades paganas, y en la tradición bíblica estas dos ciudades eran presentadas frecuentemente como símbolo de los pueblos paganos (ver Is 23,2.4.12; Jer 47,4).

Cuando está por aquellas tierras paganas, se le acerca «una mujer cananea, procedente de aquellos lugares». El gentilicio “cananea” evoca las antiguas rivalidades de Israel con los pueblos vecinos de Canaán. Los cananeos eran paganos, y los paganos eran llamados por los judíos “perros” (ver Sal 22[21],17.21).

De pronto una mujer pagana, a pesar del desprecio por parte de los judíos que la consideraban como una “perra”, tiene la gran osadía de dirigirse al Señor para gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Tengamos en cuenta que para aquel momento ya la fama del Señor había trascendido los límites de Israel, llegando «a toda Siria» (Mt 4,24), extensión geográfica al norte de Israel de la que provenía justamente esta mujer (ver Mc 7,26).

La mujer califica a Jesús de “Señor”, así como también de “Hijo de David”. “Hijo de David” le gritarán también dos ciegos que le piden poder ver (Mt 9,27; 20,30) así como la multitud que lo aclama cuando entra triunfal en Jerusalén: «¡Hosanna al hijo de David!» (Mt 21,9.15). Se consideraba que el Cristo sería “hijo de David”, es decir, su descendiente (ver Mt 22,42). Llamándolo así esta mujer pagana reconoce en Jesús al Cristo, el Mesías prometido por Dios a Israel.

A pesar de los gritos de la mujer que le suplica piedad, el Señor sigue su marcha. Nada responde. Y aunque no le hace caso, la mujer no desiste. Al contrario, insiste en sus gritos y súplicas. No le importa el “qué dirán”, lo “políticamente correcto”. Por encima de todo está el amor a su hija, su dolor al verla sufrir, su deseo intenso de verla sana y recuperada, y por supuesto, la confianza de que este enviado divino tiene el poder para curarla. Es así que superando toda vergüenza sigue al Señor sin dejar de suplicar, sin desalentarse, sin cansarse, hasta el punto de que los discípulos, al verse importunados por sus incesantes súplicas, interceden por ella ante el Señor: «Atiéndela, que viene detrás gritando».

La respuesta del Señor a sus discípulos contiene la razón por la que no ha hecho caso ni piensa hacer caso a esta mujer: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». La mujer en vez de marcharse ha apresurado el paso y, alcanzándolos, se postra ante el Señor suplicándole nuevamente que la ayude. El Señor le responde: «No está bien echar a los perritos el pan de los hijos». Con “el pan de los hijos” el Señor se refiere al don del Reino de Dios y de su salvación, reservado a los israelitas. Mas es oportuno notar que en sus palabras el Señor atenúa la dureza judía en la forma de dirigirse a esta mujer pagana, al referirse a los paganos no con el término “perros” (como aparece en la versión litúrgica que empleamos) sino “perritos”, “cachorritos” (según el original griego). Usando el diminutivo parece querer diluir todo lo que en el epíteto “perros” hay de peyorativo.

Admirable es la respuesta de la mujer: «también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». La mujer cananea reconoce y acepta con humildad que Israel es el único destinatario de los bienes mesiánicos, pero en su condición de pagana pide al menos beneficiarse de las “migajas” de esos bienes.

Si el Domingo pasado el Señor hacía notar su falta de fe a Pedro, en esta ocasión el Señor alaba la fe de esta mujer pagana. Por su humildad abre para ella y para su hija las fuentes de la salvación. A causa de su fe en el Hijo de David, alcanza lo que pide con terca insistencia: la curación de su hija.

El Señor Jesús, mientras peregrinó en nuestro suelo, se mantuvo fiel al encargo recibido del Padre: dirigirse sólo a las ovejas descarriadas de Israel. Mas dentro de los designios divinos estaba también que una vez ascendido el Señor a los cielos sus discípulos anunciasen el Evangelio y comunicasen la vida nueva por Él traída a todos los seres humanos, sin distinción alguna: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,19-20). La mujer cananea aparece como una primicia de la misión apostólica extendida a los paganos, inaugurada luego de la Resurrección y entronización de Jesucristo como Señor (ver Mt 28,18-19). Por su fe ella llega a hacerse partícipe anticipadamente del don de la Reconciliación ofrecido por el Señor Jesús a toda la humanidad.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Decía San Bernardo: «Cada vez que hablo de la oración, me parece escuchar dentro de vuestro corazón ciertas reflexiones humanas que he escuchado a menudo, incluso en mi propio corazón. Siendo así que nunca cesamos de orar ¿cómo es que tan raramente nos parece experimentar el fruto de la oración? Tenemos la impresión de que salimos de la oración igual que hemos entrado, nadie nos responde una palabra, ni nos da lo que sea, tenemos la sensación de haber trabajado en vano».

Cuántas veces, cuando no sentimos nada en la oración, cuando por algún tiempo todo es sequedad, llegamos a cuestionarnos: “¿Es acaso nuestra oración únicamente un monólogo infructuoso y una pérdida de tiempo? ¿Verdaderamente Dios me escucha? Me experimento como hablándole a una pared… si existe, ¿por qué no me habla?” Tanta llega a ser nuestra duda y desconfianza que en ocasiones le pedimos “signos” a Dios: “Si me escuchas, si verdaderamente estás allí, ¡entonces manifiéstate de este o de tal otro modo!”.

Quizá en un momento de nuestra vida, luego de una experiencia intensa de encuentro con el Señor, rezábamos con intensidad. Pasaron los días, la emoción primera se fue diluyendo, perdimos la constancia en la oración, dejamos de buscar y de meditar su palabra como antes, vinieron las pruebas, las dificultades, algunas caídas que me hicieron sentir indigno de acercarme al Señor y me alejé por un tiempo, quizá luego hice el esfuerzo de retomar nuevamente la oración hasta que vino la gran tentación de abandonarla totalmente: “¿Para qué seguir rezando, si ya no siento nada, si el Señor no me habla?”.

La sensación de ser desoídos en la oración se hace más intensa cuando, como en el caso de aquella cananea, en medio de una situación angustiante le suplicamos al Señor que nos conceda un favor urgente o un milagro: la curación de un cáncer o de una enfermedad difícil de sobrellevar, la salvación de un familiar que ha sufrido un terrible accidente y se encuentra al borde de la muerte, el éxito en esta o tal otra empresa, conseguir un empleo que me permita sostener a mi familia, encontrar un novio cuando los años se me van pasando, etc. En fin, tantas son las súplicas cuantas son nuestras necesidades, algunas muy triviales, otras de mucho peso y urgencia. Entonces, cuando no experimentamos una pronta respuesta a nuestras súplicas, es cuando se alzan nuevamente las dudas y cuestionamientos, más intensos y no pocas veces cargados de una caprichosa rebeldía: “¿Dónde estás, Dios mío? ¿Por qué no me oyes? ¿Por qué callas? ¿Por qué no actúas?”

La actitud de aquella mujer cananea, alabada por el Señor, se constituye en modelo de la oración para el creyente. Comenta San Jerónimo: «Son ensalzadas la fe, la humildad y la paciencia admirables de esta mujer. La fe, porque creía que el Señor podía curar a su hija. La paciencia, porque cuantas veces era despreciada, otras tantas persevera en sus súplicas. La humildad, porque no se compara ella sólo a los perros, sino a los cachorrillos».

Nuestra oración debe estar nutrida de fe en el Señor, de confianza plena, radical y total en Él. Ha de proceder de un corazón humilde, que no busca imponer caprichosamente a Dios su propio parecer o exigencias, sino que sabe reconocerse pequeño ante Él, indigno incluso de recibir su favor, pero que desde esa humildad confía también en su misericordia y amor. Ha de ser paciente, perseverante en el tiempo, sin ceder al desánimo o a la tentación de pensar que Dios no escucha el grito suplicante cuando no hace lo que yo quiero, según mis modos y en el momento que yo creo oportuno.

Ante el silencio de Dios y su aparente indiferencia a nuestras súplicas recomendaba San Agustín: «si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz”, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”».

También San Bernardo alentaba de este modo a quien se pudiese sentir desanimado o desalentado cuando no es atendido como él quisiera en lo que pide: «Hermanos, ¡que ninguno de vosotros tenga en poco su oración! Porque, os lo aseguro, Aquel a quien ella se dirige, no la tiene en poca cosa; incluso antes de que ella haya salido de vuestra boca, Él la ha escrito en su libro. Sin la menor duda podemos estar seguros de que Dios nos concede lo que pedimos, aunque sea dándonos algo que Él sabe ser mucho más ventajoso para nosotros». Y aunque nos duela, hay que decir que a veces eso “más ventajoso” es la cruz, fuente de enorme bendición y fecundidad para aquel o aquella que sabe abrazarse a ella y asumirla en su vida con entereza, con valor, con generosidad y paciencia, con visión sobrenatural, con los ojos puestos en el Señor, con la confianza y esperanza de que Dios sabe sacar bienes innumerables de los peores males, de que Dios sabe forjar los corazones y sacar de ellos el amor mayor en las pruebas más difíciles. Es cuando la cruz aparece en nuestro horizonte cuando, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús, hemos de insistir en la oración y pedir a Dios que nos dé la fe, la gracia, la fortaleza, la firmeza, para saber asumir esa cruz en nuestra vida y hacer de ella una fuente de purificación y maduración espiritual para nosotros mismos, así como una fuente de vida y bendición para muchos otros.

Mujer cananea

Era mujer, extranjera,
y madre sufriente
viendo cómo estaba lo que más quería,
la hija nacida de sus entrañas.

El evangelista nos narra,
sin eufemismos ni edulcorantes,
su encuentro contigo
cuando saliste de las fronteras patrias.

Su lectura siempre me intriga y sorprende,
y me deja con la sensación de no entender nada.
Mas no quiero que me lo expliquen,
ni que me lo maticen,
ni que me lo contextualicen
poniéndote aureola de luces, Señor.
La escena perdería su encanto,
y no rompería nuestros esquemas
respecto a lo divino y a lo humano,

Así, tal como nos la han transmitido,
suena a escándalo,
pero quizá sólo así sea manantial de gracia
y un gran regalo.

Porque, ¿qué es, sino gracia,
lo que esa madre cananea
nos enseña con su actitud y fe?
¿Qué es, sino gracia,
ver cómo podemos influirte?
¿Qué es, sino gracia,
descubrir la fuerza de nuestra oración?
¿Qué es, sino gracia
constatar cómo tú cambias
ante nuestra testaruda insistencia?
¿Qué es, sino gracia,
percibir que nunca están las puertas
de tu corazón cerradas?
¿Qué es, sino gracia,
terminar siendo tratados como hijos
aunque seamos extranjeros?
¿Qué es, sino gracia,
saber que hasta los “perrillos”
tienen alimento y derecho en casa?

¡Que no me cambien ni expliquen este evangelio!
Quiero sentir el escándalo
de tu propio proceso divino y humano.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes XIX de Tiempo Ordinario

Las lecturas de hoy tratan de la infidelidad humana. Tanto la primera lectura del profeta Ezequiel como la del Evangelio apuntan que la infidelidad genera descaminos y sufrimientos. La infidelidad a Dios, la infidelidad en el hogar, la infidelidad en la comunidad.

El profeta Ezequiel nos presenta la imagen de Jerusalén como la de una mujer desposada y amada que es infiel a su esposo, engañándole con su belleza y falsas promesas. Esto ha pasado con la ciudad de Jerusalén, que Dios tanto amó, amparándole en su debilidad, cercándole de cariño y protección. Pero ella, cuando se hizo bella y famosa se entregó a la deshonra. Pero Dios, por su amor, no le abandonó. En respuesta a su infidelidad, le prometió restaurar su dignidad como el esposo que ama verdaderamente a su esposa y perdona su infidelidad. Cuando no existe perdón en la vida de una pareja, el camino es inevitablemente el divorcio. El divorcio, en el fondo, revela la dureza del corazón, como nos muestra el Evangelio.

Quien no ama, no puede seguir viviendo con la otra persona, pues ya no tendrá el respeto y la fidelidad de la vida en pareja. Cuando esto ocurre, la relación se hace insoportable, un infierno. Y Dios no quiere que las personas hagan de su vida y de la vida de su prójimo un infierno. Por eso, permitió a Moisés la posibilidad del divorcio. Aunque no es voluntad de Dios la separación conyugal, en algunas ocasiones es mejor el divorcio que seguir una relación que humilla y maltrata, como vemos en los números de violencia de género con tantas mujeres víctimas.

Toda separación genera heridas. En algunas situaciones estas se llevan por toda la vida. Así como el Evangelio, la Iglesia siempre defenderá la indisolubilidad del matrimonio. Dios quiere que hombre y mujer sean una sola carne, que no se separen jamás, sino que vivan fundamentados en el amor y la alianza de vida. Es evidente que hoy, como ayer, el amor y la fidelidad son necesarios. Pero también es evidente que las personas fracasan en sus proyectos de vida. Y la Iglesia no puede dejar de atender a las situaciones especiales. Por eso, no podemos aceptar la interpretación de textos sagrados que justifique de un modo u otro la dominación de la mujer por parte del varón. ¡Es inaceptable!

La fidelidad absoluta propuesta por Jesús para el matrimonio y en el matrimonio no debe ser vista como ley, sino vivida como Evangelio, dentro del gran misterio de Dios hacia la humanidad. Celebrando la memoria de San Maximiliano María Kolbe, que vivió por la conversión de los pecadores y murió para salvar la vida de un padre de familia, pidamos su intercesión por todas las familias que están viviendo situaciones difíciles.

Eguione Nogueira, cmf