Opiniones y verdad

Este relato evangélico me cautivó desde hace tiempo y me parece de lo más elocuente. Si se puede hablar así, “engrandece” a Jesús que, como buen judío de su tiempo, compartía la creencia de sus coetáneos, según la cual la salvación de Yhwh habría de llegar en primer lugar al pueblo de Israel. Y, sin embargo, tras escuchar a esta mujer extranjera, se “convierte” y abandona su creencia anterior, expresando su admiración por aquella a quien antes había desoído.

La persona sabia no es rígida en sus ideas ni opiniones. Porque no se identifica con su mente, no pone en ellas su seguridad y sabe que, en última instancia, toda creencia es solo una construcción mental sin valor en sí misma.

Es flexible y modifica sus opiniones o creencias anteriores, en virtud de nuevos datos que le abren a un horizonte de más verdad.

Sin embargo, eso no significa que todo le importe igual. De la misma manera que no es rígida, tampoco se mueve en un relativismo vulgar en el que todo da lo mismo y que conduce a un nihilismo vacío y al suicidio colectivo.

Entre la rigidez dogmática que absolutiza las propias creencias y el relativismo extremo que niega la misma posibilidad de verdad, la persona sabia comprende que todas nuestras expresiones son relativas porque son “situadas”, es decir nacen en un tiempo y un espacio concretos.

No se niega la verdad. Esta es una con la realidad: la verdad es lo que es. Pero lo que nuestra mente percibe son solo perspectivas y lo que nuestra boca puede expresar son únicamente opiniones.

La paradoja puede expresarse de este modo: la verdad es, pero la mente no puede atraparla.

El olvido de cualquiera de los dos elementos de esa paradoja nos confunde y produce sufrimiento. El absolutismo dogmático genera fanatismos de todo tipo, enfrentamientos estériles y descalificaciones dolorosas. El relativismo, por su parte, introduce en el absurdo y peligroso mundo de las fake news y la posverdad.

La paradoja es el sello de todo lo profundo y nos constituye a nosotros mismos. En nuestro caso, las “dos caras” de la paradoja se expresan como “personalidad” (nivel psicosomático) e “identidad” (nivel profundo).

Somos un ente que existe, pero somos, a la vez, el ser que se expresa en este ente concreto. Somos una persona que tiene vida, pero somos, a la vez, la vida que se despliega en esta persona particular. Somos una mente consciente, pero somos, a la vez, la consciencia que está “detrás” de la mente y fluye a través de ella. Somos esos “dos niveles”, y la sabiduría consiste en reconocerlos y articularlos de manera adecuada y armoniosa en nuestro vivir cotidiano.

Esta comprensión –y no las ideas, opiniones o creencias que podemos tener– es la fuente de seguridad. Y el manantial de donde brota, de manera armoniosa, la pasión por la verdad y la denuncia de creencias erróneas, el amor y el respeto, la solidaridad y el compromiso…

¿Cómo me sitúo ante mis propias opiniones o creencias? ¿Vivo rigidez o sé relativizarlas? ¿Todo me da igual o vivo coherencia con lo que es?

Enrique Martínez Lozano

Anuncio publicitario

II Vísperas – Asunción de la Bienaventurada Virgen María

II VÍSPERAS

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con alegre canto.
¡Oh quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!

De ángeles sois llevada,
de quien servida sois desde la cuna,
de estrellas coronada:
¡Tal Reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna!

Volved los blancos ojos,
ave preciosa, sola humilde y nueva,
a este valle de abrojos,
que tales flores lleva,
do suspirado están los hijos de Eva.

Que, si con clara vista
miráis las tristes almas deste suelo,
con propiedad no vita,
la subiréis de un vuelo,
como piedra de imán al cielo, al cielo.

Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles, bendicen con alabanzas al Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles, bendicen con alabanzas al Señor.

SALMO 126: EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS

Ant. La Virgen María ha sido elevada al cielo, donde el rey de reyes tiene su trono de estrellas.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. La Virgen María ha sido elevada al cielo, donde el rey de reyes tiene su trono de estrellas.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Tú eres la mujer a quien Dios ha bendecido, y por ti hemos recibido el fruto de la vida.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres la mujer a quien Dios ha bendecido, y por ti hemos recibido el fruto de la vida.

LECTURA: 1Co 15, 22-23

Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto; primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ La Virgen María ha sido ensalzada sobre los coros de los ángeles.
V/ La Virgen María ha sido ensalzada sobre los coros de los ángeles.

R/ Bendito el Señor que la ensalzó.
V/ Sobre los coros de los ángeles.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ La Virgen María ha sido ensalzada sobre los coros de los ángeles.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Hoy la Virgen María sube a los cielos, alegraos, porque reina con Cristo para siempre.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Hoy la Virgen María sube a los cielos, alegraos, porque reina con Cristo para siempre.

PRECES

Proclamemos las grandezas de Dios Padre Todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle, diciendo:

Mira a la llena de Gracia y escúchanos.

Oh Dios, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
— haz que todos tus hijos deseen esta misma gloria y caminen hacia ella.

Tú que nos diste a María por madre, concede, por su mediación, salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
— y a todos, abundancia de salud y paz.

Tú que hiciste de María la llena de gracia,
— concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.

Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
— y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
— haz que los difuntos puedan alcanzar, con todos los santos, la felicidad de tu reino.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Porque te has complicado, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado en este día de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que a cuantos has salvado por el misterio de la redención nos concedas también el premio de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – La Asunción de la Virgen María

La visita de María a Isabel
Luca 1,39-56

1. LECTIO:

a) Oración inicial:

Espíritu Santo, Espíritu de sabiduría, de ciencia, del entendimiento, de consejo, llénanos, te rogamos, del conocimiento de la Palabra de Dios, llénanos de toda sabiduría e inteligencia espiritual para poderla comprender en profundidad. Haz que bajo tu guía podamos comprender el evangelio de esta solemnidad mariana.

Espíritu Santo, tenemos necesidad de ti, el único que continuamente modela en nosotros la figura y la forma de Jesús. Y nos dirigimos a ti, María, Madre de Jesús y de la Iglesia, que has vivido la presencia desbordante del Espíritu Santo, que has experimentado la potencia de su fuerza en ti, que las has visto obrar en tu Hijo Jesús desde el seno materno, abre nuestro corazón y nuestra mente para que seamos dóciles a la escucha de la Palabra de Dios.

Luca 1,39-56

b) Lectura del evangelio

39 En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.41En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo 42 y exclamó a gritos: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; 43 y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? 44 Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. 45 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
46 Y dijo María:
«Alaba mi alma la grandeza del Señor
47 y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
48 porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
49 porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo es su nombre
50 y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.
51 Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero.
52 Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
53 A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías.
54 Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
55 -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos.»
56 María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa.

c) Momento de silencio orante

El silencio es una cualidad de quien sabe escuchar a Dios. Esfuérzate por crear en ti una atmósfera de paz y de silenciosa adoración. Si eres capaz de estar en silencio delante de Dios podrás escuchar su respiro que es Vida 

2. MEDITATIO

a) Clave de lectura:

Bendita tú entre las mujeres

En la primera parte del evangelio de hoy resuenan las palabras de Isabel, “Bendita tú entre las mujeres”, precedidas por un movimiento espacial. María deja Nazaret, situada al norte de la Palestina, para dirigirse al sur, a casi ciento cincuenta kilómetros, a una localidad que la tradición identifica con la actual Ain Karen, poco lejana de Jerusalén.. El moverse físico muestra la sensibilidad interior de María, que no está cerrada para contemplar de modo privado e intimista el misterio de la divina maternidad que se encierra en ella, sino que es lanzada sobre el sendero de la caridad. Ella se mueve para llevar ayuda a su anciana prima. El dirigirse de María a Isabel es acentuado por el añadido “ de prisa” que San Ambrosio interpreta así: María se puso de prisa en camino hacia la montaña, no porque fuese incrédula a la profecía o incierta del anuncio o dudase de la prueba, sino porque estaba contenta de la promesa y deseosa de cumplir devotamente un servicio, con el ánimo que le venía del íntimo gozo…La gracia del Espíritu Santo no comporta lentitud”. El lector, sin embargo, sabe que el verdadero motivo del viaje no está indicado, pero se lo puede figurar a través de las informaciones tomadas del contexto. El ángel había comunicado a María la preñez de Isabel, ya en el sexto mes (cfr. v.37). Además el hecho de que ella se quedase tres meses (cfr. v.56), justo el tiempo que faltaba para nacer el niño, permite creer que María quería llevar ayuda a su prima. María corre y va a donde le llama la urgencia de una ayuda, de una necesidad, demostrando, así, una finísima sensibilidad y concreta disponibilidad. Junto con María, llevado en su seno, Jesús se mueve con la Madre. De aquí es fácil deducir el valor cristológico del episodio de la visita de María a la prima: la atención cae sobre todo en Jesús. A primera vista parecería una escena concentrada en las dos mujeres, en realidad, lo que importa para el evangelista es el prodigio presente en sus dos respectivas concepciones. La movilización de María, tiende , en el fondo, a que las dos mujeres se encuentren.

Apenas María entra en casa y saluda a Isabel, el pequeño Juan da un salto. Según algunos el salto no es comparable con el acomodarse del feto, experimentado por las mujeres que están encinta. Lucas usa un verbo griego particular que significa propiamente “saltar”. Queriendo interpretar el verbo, un poco más libremente, se le puede traducir por “danzar”, excluyendo así la acepción de un fenómeno sólo físico. Algunos piensan que esta “danza”, se pudiera considerar como una especie de “homenaje” que Juan rinde a Jesús, inaugurando, aunque todavía no nacido, aquel comportamiento de respeto y de subordinación que caracterizará toda su vida: “Después de mí viene uno que es más fuerte que yo y al cuál no soy digno de desatar las correas de sus sandalias” (Mc 1,7). Un día el mismo Juan testimoniará: “Quien tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo que está presente y lo escucha, salta de gozo a la voz del esposo, pues así este mi gozo es cumplido. Él debe crecer y yo por el contrario disminuir” (Jn 3,29-30). Así lo comenta san Ambrosio: “ Isabel oyó antes la voz, pero Juan percibió antes la gracia”. Una confirmación de esta interpretación la encontramos en las mismas palabras de Isabel que, tomando en el v. 44 el mismo verbo ya usado en el v. 41, precisa: “Ha saltado de gozo en mi seno” . Lucas, con estos detalles particulares, ha querido evocar el prodigio verificado en la intimidad de Nazaret. Sólo ahora, gracias al diálogo con una interlocutora, el misterio de la divina maternidad deja su secreto y su dimensión individual, para llegar a convertirse en un hecho conocido, objeto de aprecio y de alabanza. Las palabras de Isabel “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿A qué debo que la madre de mi Señor venga a mí?” (vv. 42-43). Con una expresión semítica que equivale a un superlativo (“entre las mujeres”), el evangelista quiere atraer la atención del lector sobre la función de María: ser la “;Madre del Señor”. Y por tanto a ella se le reserva una bendición (“bendita tú”) y dichosa beatitud. ¿En qué consiste esta última? Expresa la adhesión de María a la voluntad divina. María no es sólo la destinataria de una diseño arcano que la hace bendita, sino persona que sabe aceptar y adherirse a la voluntad de Dios. María es una criatura que cree, porque se ha fiado de una palabra desnuda y que ella la ha revestido con un “sí” de amor. Ahora Isabel le reconoce este servicio de amor, identificándola “bendita como madre y dichosa como creyente”.

Mientras tanto, Juan percibe la presencia de su Señor y salta, expresando con este movimiento interior el gozo que brota de aquel contacto salvífico. De tal suceso se hará intérprete María en el canto del Magnificat.

b) Un canto de amor:

En este canto María se considera parte de los anawim, de los “pobres de Dios”, de aquéllos que ”temen a Dios”, poniendo en Él toda su confianza y esperanza y que en el plano humano no gozan de ningún derecho o prestigio. La espiritualidad de los anawinpuede ser sintetizada por las palabras del salmo 37,79: “Está delante de Dios en silencio y espera en Él”, porque “aquéllos que esperan en el Señor poseerán la tierra”.
En el Salmo 86,6, el orante, dirigiéndose a Dios, dice: “Da a tu siervo tu fuerza”: aquí el término “siervo” expresa el estar sometido, como también el sentimiento de pertenencia a Dios, de sentirse seguro junto a Él.
Los pobres, en el sentido estrictamente bíblico, son aquéllos que ponen en Dios una confianza incondicionada; por esto han de ser considerados como la parte mejor, cualitativa, del pueblo de Israel.
Los orgullosos, por el contrario, son los que ponen toda su confianza en sí mismos.
Ahora, según el Magnificat, los pobres tienen muchísimos motivos para alegrarse, porque Dios glorifica a los anawim (Sal 149,4) y desprecia a los orgullosos. Una imagen del N. T. que traduce muy bien el comportamiento del pobre del A. T. , es la del publicano que con humildad se golpea el pecho, mientras el fariseo complaciéndose de sus méritos se consuma en el orgullo (Lc 18,9-14). En definitiva María celebra todo lo que Dios ha obrado en ella y cuanto obra en el creyente. Gozo y gratitud caracterizan este himno de salvación, que reconoce grande a Dios, pero que también hace grande a quien lo canta.

c) Algunas preguntas para meditar:

– Mi oración ¿es ante todo expresión de un sentimiento o celebración y reconocimiento de la acción de Dios?
– Maria es presentada como la creyente en la Palabra del Señor. ¿Cuánto tiempo dedico a escuchar la Palabra de Dios?
– ¿Tu oración se alimenta de la Biblia, como ha hecho María? ¿O mejor me dedico al devocionismo que produce oraciones incoloras e insípidas? ¿Te convences que volver a la plegaria bíblica es seguridad de encontrar un alimento sólido, escogido por María misma?
– ¿Está en la lógica del Magnificat que exalta el gozo del dar, del perder para encontrar, del acoger, la felicidad de la gratuitidad, de la donación? 

3. ORATIO

a) Salmo 44 (45), 10-11; 12; 15b-16

El salmo, en esta segunda parte, glorifica a la reina. En la liturgia de hoy estos versículos son aplicados a María y celebran su belleza y grandeza.

Entre tus predilectas hay hijas de reyes,
la reina a tu derecha, con oro de Ofir.

Escucha, hija, mira, presta oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna,
que prendado está el rey de tu belleza.
El es tu señor, ¡póstrate ante él!

La siguen las doncellas, sus amigas,
que avanzan entre risas y alborozo
al entrar en el palacio real.

b) Oración final:

La oración que sigue es una breve meditación sobre el papel materno de María en la vida del creyente: “María, mujer que sabe gozar, que sabe alegrarse, que se deja invadir por la plena consolación del Espíritu Santo, enséñanos a orar para que podamos también nosotros descubrir la fuente del gozo. En la casa de Isabel, tu prima, sintiéndote acogida y comprendida en tu íntimo secreto, prorrumpiste en un himno de alabanza del corazón, hablando de Dios, de ti en relación con Él y de la inaudita aventura ya comenzada de ser madre de Cristo y de todos nosotros, pueblo santo de Dios. Enséñanos a dar un ritmo de esperanza y gritos de gozos a nuestras plegarias, a veces estropeada por amargos lloros y mezcladas de tristeza casi obligatoriamente. El Evangelio nos habla de ti, María, y de Isabel; ambas custodiabais en el corazón algo, que no osabais o no queríais manifestar a nadie. Cada una de vosotras se sintió sin embargo comprendida por la otra en aquel día de la visitación y tuvisteis palabras y plegarias de fiesta. Vuestro encuentro se convirtió en liturgia de acción de gracias y de alabanza al Dios inefable. Tú, mujer del gozo profundo, cantaste el Magnificat, sobrecogida y asombrada por todo lo que el Señor estaba obrando en la humilde sierva. Maginificat es el grito, la explosión de gozo, que resuena dentro de cada uno de nosotros, cuando se siente comprendido y acogido.” 

4.CONTEMPLATIO

La Virgen María, templo del Espíritu Santo, ha acogido con fe la Palabra del Señor y se ha entregado completamente al poder del Amor. Por este motivo se ha convertido en imagen de la interioridad, o sea toda recogida bajo la mirada de Dios y abandonada a la potencia del Altísimo. María no habla de sí, para que todo en ella pueda hablar de las maravillas del Señor en su vida.

También los perros

1.- «Así dice el Señor: Guardad el derecho…» (Is 56, 1) El hombre tiende de por sí a la anarquía. Sobre todo el hombre de hoy, sensibilizado especialmente en contra de cuanto pueda suponer un límite a su libertad, algo que le ate y le sujete. Por eso hay en algunos sectores de la sociedad una especie de fobia a cuanto signifique derecho, orden preconcebido.

Por otra parte, existe también un deseo vivo de justicia. Tanto que ha venido a ser uno de los temas recurrentes en todos los campos, sea el político, el social, el cultural, o el religioso. Aunque menos, sigue estando de moda el hablar de justicia, hasta convertir el tema en algo manido y rutinario, en un tópico.

Es una evidente contradicción, una de esas extrañas paradojas que suelen darse en la vida de los hombres. Porque es evidente que para que haya justicia ha de existir un derecho que regule las relaciones de los hombres, una norma que encauce y señale las respectivas obligaciones y los correspondientes derechos. Sin una ley, los hombres, está clarísimo, se convierten en unos «sin ley».

2.- «Practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria» (Is 56, 1) Libertad, sí, pero para todos. Para los fuertes y para los débiles. Además, de qué sirve ser libres si, en el ejercicio de su libertad, los hombres se destruyen a sí mismos. Los hombres no son islas, no son piezas sueltas. Todos formamos un racimo, un engranaje, un conjunto de ruedas dentadas y engranadas. Por eso sólo sobrevivimos si estamos bien ensamblados los unos con los otros, bien ajustados.

Ajustados, que no es lo mismo que esclavizados. Uno no se puede sentir maniatado por el hecho de abrocharse el cinturón de seguridad al conducir, ni se puede pensar que uno está coartado por tener a lo largo del camino unas señales que limiten la velocidad o prevengan, simplemente, un determinado peligro… Somos libres, Dios nos quiere libres, Cristo nos ha liberado de la auténtica esclavitud, la del pecado, y nos ha transmitido la libertad de los hijos de Dios. Una libertad racional y no animal, una libertad que se conjuga perfectamente con la ley, con el derecho. Una libertad serena y responsable, que realiza el maravilloso prodigio de un orden de cosas en donde reina de verdad la justicia.

3.- «El Señor tenga piedad y nos bendiga…» (Sal 66, 8) Cuántas veces la Iglesia, sobre todo a través de la liturgia, implora al Señor piedad y misericordia para todos los hombres. Ella, como buena madre que es, conoce las miserias de sus hijos, tan débiles y frágiles en ocasiones. Por eso suplica con insistencia y fervor a Cristo Jesús, su amado Esposo que murió por la Humanidad en la cruz. Ruega e implora con gemidos inenarrables a Dios que se compadezca de nosotros, que no nos trate según nuestros delitos, sino que por el contrario se apiade de nosotros y nos perdone.

La Iglesia, nuestra Madre, pide más aún. Además del perdón suplica la bendición del Señor. Es decir, le ruega que nos colme con los bienes de su gracia, que derrame en nuestras vidas de pordioseros los abundantes dones de su riqueza divina. Y que ilumine su rostro sobre nosotros y nos mire con benevolencia, desarrugue su ceño ante nuestra conducta, nos perdone otra vez y nos sonría como sólo él sabe y puede hacerlo.

4.- «Que Dios nos bendiga…» (Sal 66, 8) Pide la Iglesia a Dios que, como padre bueno, se sienta desarmado en cuanto ve que las lágrimas asoman en la mirada del hijo arrepentido, que se ablanda ante la menor señal de compunción. Unamos, por tanto, nuestra propia plegaria a la de toda la Iglesia y elevemos el corazón y la mente hasta el Señor, implorando su bendición. La Iglesia ruega no sólo por los que formamos parte de ella, después de recibir el Bautismo. Ella eleva su plegaria por todos los pueblos y naciones, consciente de que hay otras ovejas que, como dijo Cristo, no están aún dentro del único redil y bajo el cayado del único pastor.

Con ello cumple el mandato de Cristo, cuando antes de subir a los cielos envió a sus apóstoles por todo el mundo, para hacer discípulos de todas las gentes y razas que pueblan la tierra. Por ello la Iglesia no se limita a rezar. Ella se pone en camino por todas las rutas del orbe. Desde sus comienzos ha proclamado la Buena Nueva a todas las gentes, señalando de modo claro y preciso la ruta que conduce hasta Cristo, el Salvador de los hombres.

5.- «Los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rm 11, 29) El Señor da sin medida. También en esta vida terrena de ahora. Y nos da de modo gratuito, de forma liberal. En ningún caso puede nadie decir que lo que tiene se debe sólo a sus méritos y esfuerzos. Todo, en último término, lo recibimos gratis del Señor, que es el autor y fuente de todo bien sobre la tierra. Y además, Dios da sin arrepentirse de haberlo hecho, sin que la ingratitud le recorte en su generosidad.

Y así cuando el hombre deja de recibir más beneficios de parte de Dios, o deja de poseer y gozar los ya recibidos, no es porque el Señor le retire su benevolencia, sino porque el hombre la rechaza obstinadamente, la desprecia, busca las cuatro vanidades y consuelos que las criaturas puedan proporcionar. Esa es la triste realidad que todos hemos experimentado. Dejamos los beneficios divinos y nos gozamos en los bienes humanos. Lo malo es que cuando nos demos cuenta de la diferencia que hay entre lo humano y lo divino, sea quizá demasiado tarde, y no haya remedio y sea imposible dar marcha atrás.

6.- «Pues Dios nos encerró a todos en la desobediencia para tener misericordia de todos» (Rm 11, 32) En realidad, y a pesar de lo dicho antes, siempre hay remedio, y es posible la marcha atrás. En efecto, mientras tengamos un hálito de vida podemos rectificar nuestros errores, podemos volver la mirada a Dios con ánimo contrito y humillado, seguros de que el Señor no rechaza nunca a quien acude a él, arrepentido y acongojado a causa de su culpa.

Dios permite que el hombre le ofenda, que el hombre le traicione y le olvide. Así podrá uno comprender lo que es vivir sin Dios, así entenderá lo que vale la vida eterna, al comprobar cuán poco vale la temporal. Y entonces, cuando, entre asco y vergüenza lo descubra, sentirá muy dentro una soledad sin límites, y al verse así volverá de nuevo hacia la casa paterna como lo hizo el hijo pródigo, dará marcha atrás en su loca carrera hacia la perdición y enderezará su ruta hacia Dios.

7.- «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David…» (Mt 15, 22) Esta es una de las pocas veces en que Jesús sale de los límites de Palestina. Con ello se iniciaba la evangelización de los gentiles, que más tarde llevarán a cabo los apóstoles, especialmente san Pablo. Tiro y Sidón estaban al norte de Galilea. Eran antiguas ciudades fenicias que se distinguían por la riqueza de su comercio marítimo. Hasta allí había llegado la fama de Jesucristo, como lo confirma el hecho de que una mujer de aquellas regiones acuda al Señor para rogarle por la curación de su hija enferma.

Pero Jesús parece no oírla siquiera. Los discípulos interceden para que la atienda. Y el Señor afirma entonces que sólo ha sido enviado para atender a las ovejas descarriadas de Israel. Ante esta respuesta los apóstoles no insisten, pero la mujer sí. Se acerca más aún a Jesús y, de rodillas, le implora que cure a su hija. La contestación de Cristo es dura, desconcertante y casi cruel: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella no ceja en su empeño, en su humilde petición. No se molesta por las palabras hirientes de Cristo y humildemente dice: También los perros, Señor, comen de las migajas que caen de la mesa. Su respuesta, tan llena de fe y humildad, acaba por desarmar al Señor, que con su actitud de repulsa estaba probando el amor y la fe de aquella sirofenicia.

Para que los elegidos de Israel aprendieran de aquella cananea el modo de pedir y de confiar, de insistir y de humillarse. «Mujer, qué grande es tu fe», le dice Jesús. Y el milagro se produjo. No fueron las migajas sobrantes y caídas al suelo lo que el Señor dio a la mujer aquella, sino el pan tierno y blanco de su amor y poder infinitos. Fue un hecho más de los que anunciaban que la salvación se extendería a todos los pueblos. Las fronteras no existirían para la difusión de la Palabra que, como semilla alada que el viento arrastra hasta los lugares más recónditos, se dejaría escuchar por todos los rincones del mundo, y así será por todos los siglos que dure la Historia.

Antonio García Moreno

Comentario – La Asunción de María Virgen

Hoy celebramos la asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, que no es celebrar una acción de María, sino una acción de Dios sobre ella. María es la asumida por Dios, aquella sobre la que recae la acción del Todopoderoso, ése que ha hecho obras grandes en ella por medio de ella; y ésta, la de la asunción es la culminación de su obra en María. Antes, la había hecho inmaculada, desde el momento de su concepción, y madre-virgen, y dolorosa (al pie de la cruz) y corredentora(con su hijo, el Redentor). Ahora la hace, finalmente, asumida por su gloria (gloriosa) e incorporada plenamente a su vida divina.

Aquí termina la obra de Dios en ella. Nos fijamos, pues, en el aspecto conclusivo de esta obra de Dios en la vida de una mujer de nuestro linaje. Y lo hacemos apoyados en la autoridad de la Iglesia que se limitó a transformar en dogma de fe lo que ya formaba parte de la misma fe de la Iglesia desde los primeros tiempos. Lo que era fe de la Iglesia desde antiguo se revistió de la armadura del dogma en virtud de la autoridad de la misma Iglesia en cuestiones de fe.

Es la fe que proclama a María dichosa, no sólo porque le ofreció a su Creador el vientre y los pechos para parir y criar al Salvador, sino porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió, o permitió (una permisión que es colaboración) que se cumpliera en ella: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y así se hizo. Parió y crio a Jesús porque escuchó al Señor y se ofreció para ser su vientre y sus pechos. Y dichosa, finalmente, porque pudo ver cumplida esa palabra, sobre todo en el momento de la glorificación. Y la fe que proclama a María bienaventurada porque puede ver a Dios cara a cara es la fe en el poder de Dios capaz de vestir de incorrupción lo corruptible y de inmortalidad lo mortal, capaz de vencer a la muerte, absorbiéndola en su victoria.

En la asunción de María a los cielos se cumple esta promesa de victoria sobre la muerte, pues el cielo es incompatible con la muerte; y la llegada al cielo es el término de la realización del proyecto de Dios sobre el hombre que responde a su designio. Esto tiene carácter de paradigma en María, la mujer agraciada, la mujer creyente, la mujer obediente: la esclava del Señor. Por eso ella participa, la primera, de las primicias de esa cosecha de vida que inaugura la resurrección de Cristo. Él es la primicia, pero los cristianos, en cuanto incorporados a él, podremos participar de la gran cosecha de la vida que ha salido vencedora de la muerte. Y entre los cristianos, María ocupa un lugar de privilegio. Ella es también cristiana, pero agraciada con plenitud de gracia (la llena de gracia) y, por tanto, singular. Por eso, por ser tan singular en virtud de la misma acción divina, Dios se fijó en ella: puso su mirada en la pequeñez de su esclava; porque esto es lo primero que Dios ve en ella con complacencia: la fe de su fiel esclava. Dios se recrea, por tanto, en la belleza que Él mismo ha puesto en ella.

Y la mirada complaciente de Dios despertó en ella una mirada de correspondencia y complicidad: una mirada capaz de captar al mismo tiempo la grandeza y la misericordia de su Señor. Precisamente porque Dios es grande, lo más grande, puede ser también misericordioso, es decir, apiadarse de las miserias de los que somos pequeños. Una grandeza inmisericorde en realidad es pequeña, porque necesita de los inferiores para satisfacer sus deseos de dominio. Sólo las grandezas autosuficientes, es decir, que no necesitan de nadie, porque se bastan a sí mismas, pueden ser misericordiosas; las que necesitan de inferiores para encumbrarse o para tomar conciencia de su grandeza, no.

Pues así es Dios: grande, hasta no necesitar de nadie, y misericordioso a la vez. La mirada de María, como nos muestra el Magnificat, que ve en la grandeza de Dios magnanimidad, es la que ve la realidad de Dios, en la que no es posible separar grandeza y misericordia. Adoptemos, por tanto, su mirada y veremos las cosas tal como son, en su grandeza y su pequeñez, con su autonomía y su dependencia, con sus virtudes y sus carencias, con su pasado y sus posibilidades de futuro, con sus cadenas y sus ansias de libertad. También veremos con misericordia a los miserables de nuestro mundo, a los necesitados de misericordia, a esos hambrientos a los que el Señor colma de bienes y a esos ricos a quienes despide vacíos, a esos humildes a quienes Dios enaltece y a esos poderosos a quienes derriba de sus tronos; porque en todos ellos hay miserias y de todos tiene misericordia el Poderoso, el que ha hecho obras grandes en María y desea seguir haciéndolas en nosotros.

Porque el que asumió a la Virgen en cuerpo y alma a los cielos, tiene el mismo proyecto para nosotros. También a nosotros quiere llevarnos al cielo. Para eso murió y resucitó Cristo Jesús; y para eso marchó a la casa del Padre, para prepararnos una digna morada. Que esta fe nos mantenga en la brecha y esperanzados.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Vínculos de la Iglesia con los cristianos no católicos

15. La Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos los que se honran con el nombre de cristianos, por estar bautizados, aunque no profesan íntegramente la fe, o no conservan la unidad de comunión bajo el Sucesor de Pedro. Pues conservan la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida, y manifiestan celo apostólico, creen con amor en Dios Padre todopoderoso, y en el hijo de Dios Salvador, están marcados con el bautismo, con el que se unen a Cristo, e incluso reconocen y reciben en sus propias Iglesias o comunidades eclesiales otros sacramentos. Muchos de ellos tienen episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen Madre d eDios. Hay que contar también la comunión de oraciones y de otros beneficios espirituales; más aún, cierta unión en el Espíritu Santo, puesto que también obra en ellos su virtud santificaste por medio de dones y de gracias, y a algunos de ellos les dio la fortaleza del martirio. De esta forma el Espíritu promueve en todos los discípulos de Cristo el deseo y la colaboración para que todos se unan en paz en un rebaño y bajo un solo Pastor, como Cristo determinó. Para cuya consecución la madre Iglesia no cesa de orar, de esperar y de trabajar, y exhorta a todos sus hijos a la santificación y renovación para que la señal de Cristo resplandezca con mayores claridades sobre el rostro de la Iglesia.

Hágase tu voluntad

1.- El Señor había dicho a sus apóstoles: no vayáis a tierra de paganos, sino id a las ovejas descarriadas de Israel”. Y de ahí esa insistente negativa del Señor a escuchar a esa pobre mujer.

Por otra parte, esa es para nosotros tan dura la expresión “no conviene echar el pan de los hijos a los perros” o no tenía la dureza que hoy tiene para nosotros o fue dicha de tal manera que a aquella pobre madre más bien le dieron pie a describir otra escena mucho más suave y hasta simpática hablando no de perros sino de cachorrillos, siempre mirados con cariño por los niños de los amos.

2.- Pero donde quisiera que centráramos nuestra atención unos momentos siempre vemos a una mujer, en una madre, y a Jesús.

–Una mujer, una madre. María obliga a Jesús a adelantar la hora de sus milagros y surge el primer milagro en Caná de Galilea.

–El dolor de una madre viuda le hace saltarse la norma de caer en impureza legal si toca un féretro. Y Jesús, tocando el féretro, hacer para la comitiva y devuelve a los brazos de una madre al hijo único de Naín.

–Por una mujer públicamente pecadora pone en entredicho su honorabilidad dejándose lavar los pies por María Magdalena.

–Es el único maestro de Israel que tiene a mujeres por discípulas y recorre pueblos y aldeas seguido por ellas.

–Por las lágrimas de Marta y Maria resucita en Betania a su querido amigo Lázaro y se ofrece como Resurrección y Vida.

–Y saltándose todo sentido de jerarquía es a una mujer a la que hace mensajera de su resurrección y envía a María Magdalena a notificar que vive.

–Y en este evangelio es tambien una mujer, una madre, la que le obliga a olvidarse de normas entre paganos y judíos. Y por esta mujer hace un milagro fuera de todo proyecto y esperanza. ¡De qué presumiremos los hombres!

3.- Os habéis fijado en las palabras del Señor a esta innominada mujer, innominada para nosotros no para el Señor. “Hágase lo que deseas…”. Es decir, “hágase tu voluntad”. Lo que Jesús que nos ha enseñado hagamos con el Padre, ligar nuestra voluntad a la del Dios Supremo, Pues aquí es el Hijo de Dios el que ata, liga y somete la voluntad de ese Dios, capaz de todo milagro, del Dios Todopoderoso, a la voluntad de una madre: hágase lo que deseas, hágase tu voluntad

Al Dios Todopoderoso, Señor de Cielo y Tierra, no lo somete fuerza alguna, sí le domina el corazón de una madre doliente, que le pide Fe sincera, que no reclama más que unas migajas de la mesa del Señor.

A Jesús, que ha tenido la maravillosa experiencia de ser hijo de una madre buena y cariñosa, tal vez en todos estos casos le han vencido sus sentimientos hacia su Madre, María.

José María Maruri, SJ

¡Qué grande es tu fe!

1. – La Palabra de Dios de este domingo tiene para nosotros una gran actualidad. Dos son las enseñanzas de este domingo: la necesidad de la acogida en nuestra comunidad cristiana y la importancia de la fe incondicional en Cristo Jesús. A la vuelta del destierro de Babilonia el profeta Isaías plantea la posibilidad de acoger a los extranjeros que han venido con los judíos exiliados. Según la legislación antigua plasmada en el Deuteronomio ni los extranjeros ni los eunucos podían pertenecer a la asamblea pueblo de Israel. Eran discriminados por su sangre o por su condición. El profeta se decanta claramente hacia la acogida si cumplen la condición de amar al Señor, servirle, guardar el sábado y perseverar en la alianza. En el fondo está diciendo que lo importante es la fe en Dios, no el origen ni la condición, ni la raza. Es la misma idea transmitida en el salmo 66: «que todos los pueblos te alaben». ¿Es así entre nosotros?, ¿somos de verdad acogedores con el que viene de fuera?, ¿tienen sitio en nuestra comunidad los marginados, los inmigrantes, los excluidos por la sociedad?

2. – Pocas veces vemos a Jesús traspasar las fronteras de Galilea o de Judea. En esta ocasión se encuentra en Tiro y Sidón, ciudades costeras del mediterráneo al norte de Israel, en el actual Líbano. Sus habitantes son llamados «cananeos». El evangelista sitúa la acción después del duro ataque de Jesús a los letrados y fariseos. Estos habían cuestionado a Jesús por qué sus discípulos no se lavan las manos antes de comer. Jesús les llama hipócritas porque dicen que cumplen la ley, pero lo hacen sólo por el interés. No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca. Jesús pone en evidencia la falsedad de decir que honran a su padre y a su madre porque ofrecen sus dones al templo, cuando su obligación sería sostener a su padre y a su madre. Muchos de sus preceptos son leyes humanas que no hay que absolutizar. Pero lo peor de todo es cuando se olvida el espíritu de la ley y se justifican actitudes antihumanas y anticristianas. Jesús sin duda escandalizó a los fariseos al poner en evidencia sus hipocresías, pues es lo que sale del corazón, las malas ideas, el deseo de apropiarse de los bienes ajenos, el odio, las rencillas, lo que mancha al hombre. Podemos interpretar que este viaje por Tiro y Sidón es un gesto significativo con el que Jesús trata de demostrar que la salvación no está restringida a ningún pueblo, ni ninguna raza. Es para todo aquél que acepta su Palabra.

3. – Es impresionante la actitud de la mujer cananea. Primero se puso a gritar pidiendo compasión para su hija que tiene un demonio muy malo. Confiesa su fe en Jesús al llamarle «Señor, Hijo de David». Jesús pone a prueba su fe cuando le dice que sólo le han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Pero ella se arrodilló delante de Jesús y de nuevo le pide: «Señor, socórreme». Nuevamente Jesús tantea su fe con unas palabras que nos parecen demasiado fuertes: «no está bien echar a los perros el pan de los hijos». Es un recurso que utiliza para que la mujer reafirme su fe, pues para Jesús todos somos hijos de Dios. Quiere demostrar que no hay diferencias entre unos hombres y otros, a pesar de que algunos crean que los gentiles son perros y no hijos. La mujer, como buena madre, sigue luchando por su hijo y, confiando plenamente en que Jesús puede curar a su hija, le dice que se conforma con las migajas. Ante esta confesión de fe, Jesús cura a su hija y destaca delante de todos, la gran fe de esta mujer. También los gentiles, como dice la Carta a los Romanos, alcanzan la misericordia. La adhesión a Jesús y el seguimiento de su Evangelio es lo que importa. Jesús acoge, no rechaza. ¿Cuál es nuestra actitud con los que no son de los nuestros? ¿No estaremos rechazando y condenando a los que no cumplen leyes que son preceptos humanos?

José María Martín OSA

El universalismo del creyente

1.-Se dice que las nuevas generaciones piensan en dimensión universal. El turismo, la técnica, la cultura, la interdependencia de los países, los medios de comunicación social… van generando un tipo de hombres muy distintos de aquellos que se caracterizaban por confundir las dimensiones del mundo con su propio terruño y su propio campanario. El hombre de hoy, el hombre de las nuevas generaciones mira toda la realidad con perspectiva mundial. Consciente de pertenecer a una patria determinada, se sabe con todo y quizás aún más ciudadano del mundo… ¿Es esto verdad o simple declamación de buen tono y de mejores deseos?

2.- Son demasiados los índices que señalan una cierta distancia entre el «sentirse ciudadanos del mundo» y el actuar como tales. Ante la urgencia y gravedad de los problemas, son muchos los que retornan a los viejos chauvinismos nacionalistas y los que anteponen su bien y el bien de los suyos al del resto de la humanidad. El hombre de comienzos del siglo XXI que se dice y se siente tan abierto a las solicitudes e inquietudes de toda la tierra, se muestra, a la hora de los hechos, egoísta y nacionalista. Cuando hace aún pocos años se consultó al proletariado de una nación europea sobre si aceptaría o no que se aumentara el tanto por ciento del presupuesto nacional reservado a la ayuda al Tercer Mundo, la respuesta fue desalentadora: nadie se mostraba dispuesto a «atarse el cinturón» para acudir en ayuda de los más pobres de la tierra y eso que el tal país sólo dedicaba a esta ayuda algo menos del uno por ciento de su presupuesto nacional bruto.

3.- Las lecturas bíblicas de este domingo están centradas sobre un dato fundamental, para el creyente: el universalismo. El proyecto cristiano resulta incompresible si se margina esta dimensión universalista. Para el creyente en Jesús de Nazaret, la razón de su fraternidad para con los hombres no se basa en el color de la piel, en la cercanía de la vecindad, en la compartición de una misma ideología, en la comunión de una misma cultura, en la herencia de una misma historia, en la familiaridad de unas mismas fronteras. La fraternidad cristiana abraza a la totalidad de los hombres porque en todos ellos afirma una igual dignidad, unos mismos derechos y deberes, un mismo proyecto de libertad, una misma sed de justicia, un mismo ideal de paz, de solidaridad y de comunión. La caridad cristiana no se acerca al hombre por lo que tiene de diferenciador, sino por lo que entraña de común: un mismo origen, una misma dignidad y un mismo destino. Los humanismos modernos, en buena hora, abren a los hombres a la solicitud universal. Con ellos y antes que ellos, más radicalmente que ellos, el humanismo cristiano, desde la perspectiva de la paternidad de Dios y desde la esperanza de una universal salvación, estimula a los creyentes en Jesús a la fraternidad universal.

4.- Este impulso cristiano es hoy más urgente que nunca. Lo es porque responde a un «estilo» –excesivamente teórico aún– del hombre moderno. Lo es, sobre todo, porque, pese a las declamaciones universalistas, el hombre de principios del siglo XXI propende al acantonamiento ideológico y de clase, de cultura y de historia, de desarrollo y de poder. Lo es, por último, porque en un mundo que se globaliza, ofrece a los hombres las mejores y mayores razones para un humanismo universalista.

5.- Las lecturas bíblicas de hoy se explanan en esta orientación universalista. Isaías profetiza un pueblo abierto a todos los pueblos y reunido en las raíces religiosas. Pablo rompe lanzas en favor del pueblo judío, entonces y aún ahora marginado por una incomprensible falsa profesión de fe. El evangelio de san Mateo exalta la reconciliación de Dios con los paganos y subraya que el llamado «don de la fe» también es patrimonio de los gentiles. «Los dones y la llamada de Dios –escribe Pablo– son irrevocables». Dios es siempre fiel a su promesa de salvación, y ésta –habrá que recordarlo– abraza a todos los hombres, en cualquier tiempo, de la historia, con la impronta de toda raza y bajo cualquier cielo de la tierra.

Antonio Díaz Tortajada

Aliviar el sufrimiento

Jesús vive muy atento a la vida. Es ahí donde descubre la voluntad de Dios. Mira con hondura la creación y capta el misterio del Padre, que lo invita a cuidar con ternura a los más pequeños. Abre su corazón al sufrimiento de la gente y escucha la voz de Dios, que lo llama a aliviar su dolor.

Los evangelios nos han conservado el recuerdo de un encuentro que tuvo Jesús con una mujer pagana en la región de Tiro y Sidón. El relato es sorprendente y nos descubre cómo aprendía Jesús el camino concreto para ser fiel a Dios.

Una mujer sola y desesperada sale a su encuentro. Solo sabe hacer una cosa: gritar y pedir compasión. Su hija no solo está enferma y desquiciada, sino que vive poseída por un «demonio muy malo». Su hogar es un infierno. De su corazón desgarrado brota una súplica: «Señor, socórreme».

Jesús le responde con una frialdad inesperada. Él tiene una vocación muy concreta y definida: se debe a las «ovejas descarriadas de Israel». No es su misión adentrarse en el mundo pagano: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos».

La frase es dura, pero la mujer no se ofende. Está segura de que lo que pide es bueno y, retomando la imagen de Jesús, le dice estas admirables palabras: «Tienes razón, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos».

De pronto Jesús comprende todo desde una luz nueva. Esta mujer tiene razón: lo que desea coincide con la voluntad de Dios, que no quiere ver sufrir a nadie. Conmovido y admirado le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas».

Jesús, que parecía tan seguro de su propia misión, se deja enseñar y corregir por esta mujer pagana. El sufrimiento no conoce fronteras. Es verdad que su misión está en Israel, pero la compasión de Dios ha de llegar a cualquier persona que está sufriendo.

Cuando nos encontramos con una persona que sufre, la voluntad de Dios resplandece allí con toda claridad. Dios quiere que aliviemos su sufrimiento. Es lo primero. Todo lo demás viene después. Ese fue el camino que siguió Jesús para ser fiel al Padre.

José Antonio Pagola