Vísperas – San Bernardo

VÍSPERAS

SAN BERNARDO, Abad y doctor

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Verbo de Dios, eterna luz divina,
fuente eternal de toda verdad pura,
gloria de Dios que el cosmos ilumina,
antorcha toda luz en noche oscura.

Palabra eternamente pronunciada
en la mente del Padre sin principio,
que en el tiempo a los hombres nos fue dada,
de la Virgen María, hecha Hijo.

Las tinieblas de muerte y de pecado
en que yacía el hombre, así vencido,
su verdad y su luz han disipado,
con su vida y su muerte ha redimido.

No dejéis de brillar, faros divinos,
con destellos de luz que Dios envía,
proclamad la verdad en los caminos
de los hombres y pueblos,
sed su gloria. Amén.

SALMO 143: ORACIÓN POR LA VICTORIA Y LA PAZ

Ant. Tú eres, Señor, mi bienhechor, mi refugio donde me pongo a salvo.

Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea;

mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos.

Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.

Señor, inclina tu cielo y desciende;
toca los montes, y echarán humo;
fulmina el rayo y dispérsalos;
dispara tus saetas y desbarátalos.

Extiende la mano desde arriba:
defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,
de la mano de los extranjeros,
cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres, Señor, mi bienhechor, mi refugio donde me pongo a salvo.

SALMO 143

Ant. Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.

Defiéndeme de la espada cruel,
sálvame de las manos de extranjeros,
cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.

Sean nuestros hijos un plantío,
crecidos desde su adolescencia;
nuestras hijas sean columnas talladas,
estructura de un templo.

Que nuestros silos estén repletos
de frutos de toda especie;
que nuestros rebaños a millares
se multipliquen en las praderas,
y nuestros bueyes vengan cargados;
que no haya brechas ni aberturas,
ni alarma en nuestras plazas.

Dichoso el pueblo que esto tiene,
dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. Ahora se estableció la salud y el reinado de nuestro Dios.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Ahora se estableció la salud y el reinado de nuestro Dios.

LECTURA: St 3, 17-18

La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante y sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia.

RESPONSORIO BREVE

R/ En la asamblea le da la palabra.
V/ En la asamblea le da la palabra.

R/ Lo llena de espíritu, sabiduría e inteligencia.
V/ Le da la palabra.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ En la asamblea le da la palabra.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. San Bernardo, doctor melífluo, amigo del Esposo, pregonero admirable de la Virgen María, destacó en Claraval como pastor insigne.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. San Bernardo, doctor melífluo, amigo del Esposo, pregonero admirable de la Virgen María, destacó en Claraval como pastor insigne.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, constituido pontífice a favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, y supliquémosle humildemente diciendo:

            Salva a tu pueblo, Señor.

Tú que, por medio de pastores santos y eximios, has hecho resplandecer de modo admirable a tu Iglesia,
— haz que los cristianos se alegren siempre de ese resplandor.

Tú que, cuando los santos pastores te suplicaban, con Moisés, perdonaste los pecados del pueblo,
— santifica, por su intercesión, a tu Iglesia con una purificación continua.

Tú que, en medio de los fieles, consagraste a los santos pastores y, por tu Espíritu, los dirigiste,
— llena del Espíritu Santo a todos los que rigen a tu pueblo.

Tú que fuiste el lote y la heredad de los santos pastores,
— no permitas que ninguno de los que fueron adquiridos por tu sangre esté alejado de ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, por medio de los pastores de la Iglesia, das la vida eterna a tus ovejas que para nadie las arrebate de tu mano,
— salva a los difuntos, por quienes entregaste tu vida.

Unidos fraternalmente, como hermanos de una misma familia, invoquemos a nuestro padre:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios nuestro, tú hiciste del abad San Bernardo, inflamado en el celo de tu casa, una lámpara ardiente y luminosa en medio de tu Iglesia; concédenos, por su intercesión, participar de su ferviente espíritu y caminar siempre como hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Jueves XX de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio de Mateo 22,1-14
Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: `Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda.’ Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se enojó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Entonces dice a sus siervos: `La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda.’ Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. «Cuando entró el rey a ver a los comensales vio allí uno que no tenía traje de boda; le dice: `Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’ Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: `Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.’ Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy narra la parábola del banquete que se encuentra en Mateo y en Lucas, pero con diferencias significativas, procedentes de la perspectiva de cada evangelista. El trasfondo, sin embargo, que llevó a los dos evangelistas a conservar esta parábola es el mismo. En las comunidades de los primeros cristianos, tanto de Mateo como de Lucas, seguía bien vivo el problema de la convivencia entre judíos convertidos y paganos convertidos. Los judíos tenían normas antiguas que les impedían comer con los paganos. Después de haber entrado en la comunidad cristiana, muchos judíos mantuvieron la costumbre antigua de no sentarse en la mesa con un pagano. Así, Pedro tuvo conflictos en la comunidad de Jerusalén, por haber entrado en casa de Cornelio, un pagano y haber comido con él (Hec 11,3). Este mismo problema, sin embargo, era vivido de forma diferente en las comunidades de Lucas y en las de Mateo. En las comunidades de Lucas, a pesar de las diferencias de raza, clase y género, tenían un gran ideal de compartir y de comunión (Hec 2,42; 4,32; 5,12). Por esto, en el evangelio de Lucas (Lc 14,15-24), la parábola insiste en la invitación dirigida a todos. El dueño de la fiesta, indignado con la desistencia de los primeros invitados, manda a llamar a los pobres, a los lisiados, a los ciegos, a los mancos para que participen en el banquete. Con todo, sobran sitios. Entonces, el dueño de la fiesta manda invitar a todo el mundo, hasta que se llene la casa. En el evangelio de Mateo, la primera parte de la parábola (Mt 22,1-10) tiene el mismo objetivo de Lucas. Llega a decir que el dueño de la fiesta manda entrar a “buenos y malos” (Mt 22,10). Pero al final añade otra parábola (Mt 22,11-14) sobre el traje de la fiesta, que insiste en lo que es específico de los judíos, a saber, la necesidad de pureza para poder comparecer ante Dios.
• Mateo 22,1-2: El banquete para todos. Algunos manuscritos dicen que la parábola fue contada para los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. Esta afirmación puede así servir como llave de lectura, pues ayuda a comprender algunos puntos extraños que aparecen en la historia que Jesús cuenta. La parábola empieza así: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir”. Esta afirmación inicial evoca la esperanza más profunda: el deseo de la gente de estar con Dios para siempre. Varias veces en los evangelios se alude a esta esperanza, sugiriendo que Jesús, el hijo del Rey, es el novio que viene a preparar la boda (Mc 2,19; Apc 21,2; 19,9).
• Mateo 22,3-6: Los invitados no quisieron venir. El rey hizo unas invitaciones muy insistentes, pero los invitados no quisieron ir. “Se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron”. En Lucas, son los cometidos de la vida cotidiana que impiden aceptar la invitación. El primero le dijo: `He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.’ Y otro dijo: `He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.’ Otro dijo: `Me acabo de casar, y por eso no puedo ir.” (cf. Lc 14,18-20). Dentro de las normas y las costumbres de la época, aquellas personas tenían el derecho, y hasta el deber, de no aceptar la invitación que se les hacía (cf Dt 20,5-7).
• Mateo 22,7: Una guerra incomprensible. La reacción del rey ante el rechazo, sorprende. “Se enojó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad”. ¿Cómo entender esta reacción tan violenta? La parábola fue contada para los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo (Mt 22,1), los responsables de la nación. Muchas veces, Jesús les había hablado sobre la necesidad de conversión. Llegó a llorar sobre la ciudad de Jerusalén y a decir: «Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.» (Lc 14,41-44). La reacción violenta del rey en la parábola se refiere probablemente a lo que aconteció de hecho según la previsión de Jesús. Cuarenta años después, fue destruida (Lc 19,41-44; 21,6;).
• Mateo 22,8-10: La invitación permanece en pie. Por tercera vez, el rey invita a la gente. Dice a los empleados: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda.’ Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales.“ Los malos que eran excluidos como impuros de la participación en el culto de los judíos, ahora son invitados, específicamente, por el rey para participar en la fiesta. En el contexto de la época, los malos eran los paganos. Ellos también son convidados para participar en la fiesta de la boda.
• Mateo 22,11-14: El traje de fiesta. Estos versos cuentan como el rey entró en la sala de fiesta y vio a alguien sin el traje de fiesta. El rey preguntó: ‘Amigo, come fue que has entrado aquí sin traje de boda?’ Él se quedó callado. La historia cuenta que el hombre fue atado y echado a las tinieblas. Y concluye: “Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.” Algunos estudiosos piensan que aquí se trata de una segunda parábola que fue añadida para ablandar la impresión que queda de la primera parábola donde se dice que “malos y buenos” entraron para la fiesta (Mt 22,10). Lo mismo, admitiendo que ya no es la observancia de la ley que nos trae la salvación, sino la fe en el amor gratuito de Dios, esto en nada disminuye la necesidad de la pureza de corazón como condición para poder comparecer ante Dios.

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuáles son las personas que normalmente son invitadas a nuestras fiestas? ¿Por qué? ¿Cuáles son las personas que no son invitadas a nuestras fiestas? ¿Por qué?
• ¿Cuáles son los motivos que hoy limitan la participación de muchas personas en la sociedad y en la iglesia? ¿Cuáles son los motivos que ciertas personas alegan para excluirse del deber de participar en la comunidad? ¿Son motivos justos?

5) Oración final

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un espíritu firme;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu. (Sal 51,12-13)

Amor a Dios y desprendimiento (amor a Dios)

El remedio que podemos tener, hijas, y nos dio Su Majestad es amor y temor; que el amor nos hará apresurar los pasos y el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay tanto que tropezar, como caminamos todos los que vivimos, y con esto a buen seguro que no seamos engañadas (Santa Teresa, Camino de perfección, 40, 1).

Y el alma sale para ir detrás de Dios; sale de todo pisoteando y despreciando todo lo que no es Dios. Y sale de sí misma olvidándose de sí por amor de Dios (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 1, 20).

Tú, al que llenas de ti, lo elevas; mas, como yo no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga (San Agustín, Confesiones, 10, 26).

Y éste es el índice para que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a darle gusto a Él. Cuanto más tiene corazón para sí misma menos lo tiene para Dios (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 9, 5).

Sólo ama de verdad a Dios quien no se acuerda de sí mismo (San Gregorio Magno, Homilía 38 sobre los Evangelios).

Comentario – Jueves XX de Tiempo Ordinario

Jesús se presenta como el que ha venido a instaurar el Reino de los cielos de parte del Padre. Por eso no es extraño que hable tanto y de tan diversos modos de esta realidad, y que lo haga en parábolas: El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. De nuevo el Rey, y al mismo tiempo Padre. Tampoco falta el Hijo. En este reino se celebrarán unos desposorios. Habrá, por tanto, celebración; pero no hay celebración sin celebrantes o invitados. Y no hay celebrantes sin motivos que celebrar. Aquí el motivo es la boda misma. Pero para sentir este motivo como propio hay que compartir la alegría de los contrayentes o del que invita a la boda.

Pues bien, para que los invitados se sientan realmente invitados, se cursarán invitaciones personales que podrán ser aceptadas o rechazadas, o excusadas. La parábola habla de quienes excusan la asistencia porque tienen otros intereses (tierras y negocios) que les tienen ocupados o les sirven de excusa para no asistir. La invitación será rechazada por muchos de los invitados; pero este mismo rechazo les hará indignos del Reino: no se lo merecen porque lo han menospreciado o porque han apreciado más sus tierras y sus negocios. Pero como el banquete preparado no puede quedar vacío de invitados, porque entonces no habría banquete ni celebración, la invitación se hará extensiva a otros muchos: a todos los que encuentren en los cruces de los caminos.

Este carácter «masivo» de la invitación no significa que los invitados puedan presentarse de cualquier manera (sin condiciones) en la boda. Han de ir vestidos con traje de fiesta. Sólo así podrán participar del banquete. De lo contrario, serán expulsados o excluidos, puesto que la celebración requiere de un hábito celebrativo, el hábito de la virtud y la alegría.

En aquellos primeros invitados podemos ver al pueblo de Israel (judíos), cuyo rechazo atrajo la bendición y la salvación para los gentiles, universalizando la llamada a la salvación. Nosotros somos históricamente de esos a quienes se hizo extensiva la invitación a participar de las Bodas del Hijo. Pero ya invitados, y después de haber respondido afirmativamente a la invitación, revistiéndonos de Cristo en nuestro bautismo con ese traje de fiesta que hemos de conservar blanco (en su estado bautismal) para el banquete, también nosotros podemos despreciar o menospreciar el bien que se nos ofrece atraídos por otros bienes que podríamos designar como nuestras tierras y nuestros negocios, o ni siquiera estos, sino nuestras diversiones o pasatiempos.

En cualquier caso, en el rechazo de la invitación siempre hay un menosprecio de lo que Dios nos ofrece (misa, palabra, catequesis, espacios y tiempos para la oración, experiencia del Reino) y un sobreprecio de lo que nosotros nos proporcionamos (bienes materiales, lujos, comodidades, placeres, dinero, etc.). Pero rechazar la invitación divina a celebrar la presencia de su Hijo en medio de nosotros, compartiendo con él su palabra, gustando su perdón, alimentándonos de su Cuerpo, gozándonos con su amistad…, es menospreciar lo que nos llega con él, es despreciar la salvación que nos llega con su palabra, con su perdón, con su amistad, con su vida. Y el que esto hace no podrá decir nunca con el profeta: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. Pero ¿cómo poder gozarnos con su salvación si no la celebramos?, ¿y cómo podremos celebrarla si no aceptamos su invitación a participar en esta celebración?

La celebración por excelencia de nuestra fe cristiana es la misa dominical. Por eso es tan importante acoger esta invitación que nos hace Jesús (haced esto en memoria mía) por medio de su Iglesia. Pero también es importante que nos presentemos en el banquete debidamente equipados con el traje de fiesta, que equivale fundamentalmente a nuestra disposición como invitados: disposición para celebrar, para compartir, para comulgar, para escuchar, para responder a los compromisos de la fe o a las consecuencias de nuestra amistad con Jesucristo o de nuestra filiación divina. Sólo esta disposición interior nos preparará para participar definitivamente en el banquete del Reino de los cielos. Sólo revestidos de Cristo, de sus actitudes y sentimientos, podremos compartir con él su vida gloriosa o recibir con él la herencia prometida.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Los Obispos, sucesores de los Apóstoles

20. Esta divina misión confiada por Cristo a los Apóstoles ha d durar hasta el fin de los siglos (cf. Mt 28, 29), puesto que el Evangelio que ellos deben transmitir en todo tiempo es el principio de la vida para la Iglesia. Por lo cual los Apóstoles en esta sociedad jerárquicamente organizada tuvieron cuidado de establecer sucesores. En efecto, no sólo tuvieron diversos colaboradores en el ministerio, sino que a fin de que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, los Apóstoles, a modo de testamento, confiaron a sus cooperadores inmediatos el encargo de acabar y consolidar la obra por ellos comenzada, encomendándoles que atendieran a toda la grey en medio de la cual el Espíritu Santo, los había puesto para apacentar la Iglesia de Dios (cf. Hch 20, 28). Establecieron, pues, tales colaboradores y les dieron la orden de que, a su vez, otros hombres probados, al morir ellos, se hiciesen cargo del ministerio. Entre los varios ministerios que ya desde los primeros tiempos se ejercitan en la Iglesia, según testimonio de la tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, constituidos en el episcopado, por una sucesión que surge desde el principio, conservan la sucesión de la semilla apostólica primera. Así, según atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron establecidos por los Apóstoles como Obispos y como sucesores suyos hasta nosotros, se pregona y se conserva la tradición apostólica en el mundo entero.

Así, pues, los Obispos, junto con los presbíteros y diáconos, recibieron el ministerio de la comunidad para presidir sobre la grey en nombre de Dios como pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros dotados de autoridad. Y así como permanece el oficio concedido por Dios singularmente a Pedro como a primero entre los Apóstoles, y se transmite a sus sucesores, así también permanece el oficio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia que permanentemente ejercita el orden sacro de los Obispos han sucedido este Sagrado Sínodo que los Obispos han sucedido por institución divina en el lugar de los Apóstoles como pastores de la Iglesia, y quien a ellos escucha, a Cristo escucha, a quien los desprecia a Cristo desprecia y al que le envió (cf. Lc 10, 16).

¿Quién soy yo para ti?

1.- ¿Y quién soy yo para vosotros? Desde luego es una pregunta comprometedora, casi diría que a mala idea. ¿Y quién es Jesús para mí? Contestaciones de catecismo y de teología barata, todos tenemos alguna. No es una pregunta de un examen de historia antigua o contemporánea.

No son pocos los ateos que lo saben todo de Jesús. También los fariseos que le espiaban se sabían todo de Él, su padre, su madre, sus parientes, su edad, sus correrías por Palestina.

¿No se interesa Jesús por si llevamos una de esas camisetas en las que pone, con grandes letras, I love Jesus…, quién soy yo para ti?

2.- Y creo que es una buena ocasión de preguntarnos cada uno sinceramente que significa Jesús en nuestras vidas, si es que significa algo.

¿Es algo más que la suegra o esa anciana tía una vez al mes o todas las semanas? Esa que cerrada la puerta de su casa y ya en el descansillo de su misma escalera todo queda en el recuerdo, más o menos cariñoso.

¿Entra Jesús al menos en el grupo de mis amigos, es el mejor de mis amigos o, al menos uno de ellos? ¿Cuento con Él o no cuenta nada en mi vida de cada día? ¿Quién soy yo para ti?

3.- Una ancianita, de esas sin doctorados o estudios, daba el otro día una gran definición de Dios: “Dios es compañía” Esta ancianita, sin ser Pedro, había recibido como Él, no por estudios, ni por grandes maestros, sino del mismo Dios esa revelación interior, esa manifestación de lo que el Señor es para ella. Y había sido digna de esa revelación porque el Señor se manifiesta a los sencillos y a los humildes, no a los entendidos de este mundo.

4.- El Señor Jesús ya sabe lo que es Él para esa pobre anciana. ¿Quién dices tú que soy yo?, esta pregunta tiene una resonancia especial para nosotros que no tenía para los apóstoles cuando el Señor se la hizo. Para ellos ese Señor no había aun dado la vida por ellos y por nosotros ya sí.

¿Podremos escaparnos con una respuesta facilota, teológicamente muy atildadita, con muchas exactitudes filosóficas? ¿Es eso lo que el Señor espera de mí?

Hay que hacerse cada uno esta pregunta a solas, ante un Jesús expirante en la Cruz y dejando hablar al corazón. ¿Quién soy yo para ti?

José María Maruri, SJ

Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos

Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón tomó la palabra y dijo: «Tú eres el mesías, el hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edifi caré mi Iglesia, y las puertas del infi erno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces ordenó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el mesías.

Mateo 16, 13-20

PARA MEDITAR

Ya veis en el Evangelio de hoy que entre los discípulos no siempre estuvo claro quien era realmente Jesús. A los cristianos de hoy nos pasa también los mismo; a veces no lo tenemos claro y a veces lo tenemos claro en la cabeza, pero luego no se nota en nuestra vida.
Aquí vemos como Pedro, el primer Papa de toda la Iglesia, expresa de manera muy sencilla y clara quien debe ser Jesús para todos nosotros.
Debemos tener siempre lo más presente quien es Jesús para nosotros, vivir y no sólo decir que Jesús es el Hijo de Dios, que nos envió a todos. También podemos hoy tener muy presente al Papa Franciso, el sucesor de Pedro en el papado.

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • ¿Quién es para ti Jesús? Escribe palabras con las que expresar quien es Jesús para ti.
  • ¿Quién es Jesús para los cristianos? ¿Por qué vino a salvarnos?
  • Ten presente es semana en la oración las palabras con las que has definido a Jesús..

ORACIÓN

Decimos que eres Dios,
pero seguimos a otros dioses:
el poder, el prestigio, la efi cacia,
el dinero, la salud, la casa,
las cosas, el ocio…
Decimos que eres Padre,
pero vivimos como huérfanos:
tristes, desorientados, agobiados,
cansados, indiferentes al otro,
como si no fuera hermano.
Decimos que eres el Camino,
pero seguimos otras rutas,
no encontramos tiempo para Ti,
no refl exionamos,
no hablamos contigo, ni te disfrutamos.
Decimos que eres la Verdad,
pero nos engañamos:
nos creemos todas las mentiras
que nos ofrecen.
Decimos que eres la Vida,
pero vivimos de forma rutinaria:
arrastramos la vida sin entusiasmo
ni plenitud.

¿Quién decimos que eres, Señor?

Decimos que eres Dios,
pero seguimos a otros dioses:
el poder, el prestigio, la eficacia,
el dinero, la salud, la casa,
las cosas, el ocio…

Decimos que eres Padre,
pero vivimos como huérfanos:
tristes, desorientados, agobiados,
cansados, indiferentes al otro,
como si no fuera hermano.

Decimos que eres el Camino,
pero seguimos otras rutas,
no encontramos tiempo para Ti,
no reflexionamos,
no hablamos contigo, ni te disfrutamos.

Decimos que eres la Verdad,
pero nos engañamos:
nos creemos todas las mentiras
que nos ofrecen.

Decimos que eres la Vida,
pero vivimos de forma rutinaria:
arrastramos la vida sin entusiasmo
ni plenitud.

Decimos que eres Todo,
pero no se nota
en nuestro comportamiento:
no vivimos como personas
habitadas por Tí.

Llénanos de tu Vida en abundancia,
ocúpate de que nuestra vida recupere
su sentido y tu Amor.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

• El relato, presenta a Jesús que pide el posicionamiento personal de los discípulos ante Él (15). Así provoca que tomen conciencia de que su identidad nunca será descubierta si no es desde el cara a cara, del diálogo, de la relación personal. A Jesús no se le descubre mirándolo de lejos, o de reojo. Y, menos, con la pura especulación ideológica.

• Los discípulos, representados por Pe- dro, lo proclaman como «Mesías» e «Hijo de Dios» (16), dos expresiones que sintetizan la fe cristiana, la fe de la Iglesia, en Jesús. Presentar a este Jesús de la Iglesia es lo que pretenden todos los Evangelios desde el primer versículo.

• Hacer esta confesión de fe es afirmar que se cree que Jesús, el hombre, «hijo del carpintero», hijo de «María» (Mt 13,55), es Dios mismo presente y actuante en la Historia humana. Es decir, que Dios se implica en nuestra vida, que tiene cosas que decirnos.

• La respuesta de Jesús a la confesión de fe es, en primer lugar, una bienaventuranza (17). La fe en Cristo hace dichoso. El motivo: «eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso» (17) (en el original, «la carne y la sangre», expresión bíblica que indica la condición humana limitada). Es decir, el discípulo de Cristo es proclamado «dichoso» porque la fe que profesa la recibe del «Padre que está en el cielo» (17), porque no cree en lo que él mismo ha inventado. Y porque el «Padre que está en el cielo» le hace este regalo de forma totalmente gratuita, inmerecida.

• En segundo lugar, la respuesta de Jesús pasa por dar identidad y misión al creyente y por dar identidad y misión a la comunidad de los creyentes (18-19). La identidad y misión de Pedro es la de ser el primero de los Apóstoles, ser fundamento para el conjunto de los creyentes, la Iglesia de Jesús. La Iglesia de Jesús sólo se puede fundamentar en alguien que confiesa esta fe, don de Dios, la única fe capaz de reconocer quién es Jesús. Y sólo basada en esta fe, no en ningún poder de este mundo, la Iglesia podrá vencer las fuerzas del mal y de la muerte.

• Y, además, la respuesta de Jesús a la fe de los discípulos continúa definiendo la identidad-misión de Pedro con el «dar las llaves» (19), signo de transmisión de la autoridad, de dar una responsabilidad (Is 22,22; Ap 1,8; 2,7). Esta responsabilidad, relacionada sobre todo con la tarea de garantizar la práctica del mensaje de Jesús, está orientada a la entrada de toda la humanidad al Reino, cosa que no están haciendo los dirigentes de Israel (Mt 23,13). Y, finalmente, definiendo más la identidad-misión de la Iglesia -lo que aquí dice a Pedro lo dice más adelante a todos los discípulos (Mt 18,18)- con lo de «atar y desatar» (19). Atar y desatar significa, en general, prohibir o permitir, y, en este caso concreto, excluir o admitir a la comunidad.

Comentario al evangelio – Jueves XX de Tiempo Ordinario

En la oración del Padre Nuestro, Jesús nos enseña a dirigirnos al Padre invocando: «sea santificado tu nombre» (Mt 6,9). Aquí es el Señor mismo que dice: «mostraré la santidad de mi nombre grande». En los versículos precedentes (16-20) Él mismo cuenta cómo su nombre ha sido deshonrado en medio de los pueblos extranjeros por culpa de Israel. Ahora Él está por realizar un cambio radical de la situación, liberará a Israel del yugo enemigo, por amor a su pueblo y también por amor a su nombre, para manifestar su poder y su fidelidad delante de todos los pueblos.

El Señor comunica la forma de cómo realizará su proyecto. Él hará regresar a su pueblo del exilio; será como un nuevo éxodo, una nueva liberación. Purificará radicalmente a su pueblo, erradicando todo aquello que es impuro en ellos. Pero sobre todo transformará a las personas «desde dentro» haciéndolas una nueva creatura.

Esta transformación íntima viene representada con la imagen del «corazón nuevo», una imagen presente también en Jr 31, 31-34. El corazón es el centro del pensamiento, de la voluntad, de los sentimientos, de la vida moral, de las decisiones radicales: el corazón es el más profundo. En lugar de este «corazón de piedra» (duro, insensible, pesado), Dios dará a cada uno un «corazón de carne»; un corazón que es capaz de amar y de ser amado, dócil, acogedor, vivo, sintonizado con su corazón. Como en la creación del primer ser humano, de la misma forma ahora, el Espíritu dará una nueva vida y sostendrá siempre vivo la relación entre Dios y la humanidad. Sólo animado por el Espíritu, el pueblo de Israel podrá vivir las exigencias de la alianza. De la misma forma también nosotros sólo a través del Espíritu podremos dar testimonio y hacer creíble la Buena Noticia de Jesús en nuestro mundo.

En el Evangelio Jesús nos presenta el Reino de Dios como una fiesta gozosa, similar a un banquete de bodas, que en la tradición bíblica es la expresión más alta de la fiesta. En la parábola lo sorprendente es que el banquete es preparado por el rey para la fiesta de boda de su hijo. Todo, hace prever una celebración gozosa. Pero hay unos elementos sorpresas -imprevistos-: los invitados se niegan a participar. En la perspectiva teológica de Mateo, no es difícil percibir en esta historia, la historia de Israel desde sus inicios hasta la llegada del Mesías. El banquete «ya preparado» no viene cancelado por el rechazo constante de los primeros invitados, se abre a otros, a todos. Los nuevos comensales constituyen el nuevo Israel -la Iglesia, comunidad de seguidores de Jesús- siempre necesitada de conversión, siempre llamada a conservar su belleza para banquete del Reino.

Edgardo Guzmán, cmf.