Vísperas – San Pío X

VÍSPERAS

SAN PÍO X, papa

 

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cantemos al Señor con alegría
unidos a la voz del pastor santo;
demos gracias a Dios, que es luz y guía,
solícito pastor de su rebaño.

Es su voz y su amor el que nos llama
en la voz del pastor que él ha elegido,
es su amor infinito el que nos ama
en la entrega y amor de este otro cristo.

Conociendo en la fe su fiel presencia,
hambrientos de verdad y luz divina,
sigamos al pastor que es providencia
de pastos abundantes que son vida.

Apacienta, Señor, guarda a tus hijos,
manda siempre a tu mies trabajadores;
cada aurora, a la puerta del aprisco,
nos aguarde el amor de tus pastores. Amén.

SALMO 144: HIMNO A LA GRANDEZA DE DIOS

Ant. Día tras día, te bendeciré, Señor, y narraré tus maravillas.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandezas acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Día tras día, te bendeciré, Señor, y narraré tus maravillas.

SALMO 144

Ant. Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú estás cerca de los que te invocan.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú estás cerca de los que te invocan.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

LECTURA: 1P 5, 1-4

A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.
V/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.

R/ El que entregó su vida por sus hermanos.
V/ El que ora mucho por su pueblo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, constituido pontífice a favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, y supliquémosle humildemente diciendo:

Salva a tu pueblo, Señor.

Tú que por medio de pastores santos y eximios, has hecho resplandecer de modo admirable a tu Iglesia,
— haz que los cristianos se alegren siempre de ese resplandor.

Tú que, cuando los santos pastores te suplicaban, con Moisés, perdonaste los pecados del pueblo,
— santifica, por su intercesión, a tu Iglesia con una purificación continua.

Tú que, en medio de los fieles, consagraste a los santos pastores y, por tu Espíritu, los dirigiste,
— llena del Espíritu Santo a todos los que rigen a tu pueblo.

Tú que fuiste el lote y la heredad de los santos pastores
— no permitas que ninguno de los que fueron adquiridos por tu sangre esté alejado de ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, por medio de los pastores de la Iglesia, das la vida eterna a tus ovejas para que nadie las arrebate de tu mano,
— salva a los difuntos, por quienes entregaste tu vida.

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el Señor:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios nuestro, que, para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al papa san Pío X de sabiduría divina y fortaleza apostólica, concédenos que, siguiendo su ejemplo y su doctrina, podamos alcanzar la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes XX de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial 

¡Oh Dios!, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del santo Evangelio según Mateo 22,34-40
Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.» 

3) Reflexión

• El texto se ilumina. Jesús se encuentra en Jerusalén, precisamente en el Templo, donde se inicia un debate entre él y sus adversarios, sumos sacerdotes y escribas (20,28; 21,15), entre los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (21,23) y entre los sumos sacerdotes y los fariseos (21,45). El punto de controversia del debate es: la identidad de Jesús o del hijo de David, el origen de su identidad, y por tanto, la cuestión acerca del reino de Dios. El evangelista presenta esta trama de debates con una secuencia de controversias de ritmo creciente: el tributo a pagar al Cesar (22,15-22), la resurrección de los muertos (22,23-33), el mandamiento más grande (22,34-40), el mesías, hijo y Señor de David (22,41-46). Los protagonistas de las tres primeras discusiones son exponentes del judaísmo oficial que intentan poner en dificultad a Jesús en cuestiones cruciales. Estas disputas son planteadas a Jesús en calidad de “Maestro” (rabbí), título que manifiesta al lector la comprensión que los interlocutores tienen de Jesús. Pero Jesús aprovecha la ocasión para conducirlos a plantearse una cuestión aún más crucial: la toma de posición definitiva sobre su identidad (22,41-46).

• El mandamiento más grande. Siguiendo los pasos de los saduceos que les han precedido, los fariseos plantean de nuevo a Jesús una de las cuestiones más candentes: el mandamiento más grande. Puesto que los rabinos siempre evidenciaban la multiplicidad de las prescripciones (248 mandamientos), plantean a Jesús la cuestión de cuál es el mandamiento fundamental, aunque los mismos rabinos habían inventado una verdadera casuística para reducirlos lo más posible: David cuenta once (Sal 15,2-5), Isaías 6 seis (Is 33,15), Miqueas tres (Mi 6,8), Amós dos (Am 5,4) y Abacuc sólo uno (Ab 2,4). Pero en la intención de los fariseos, la cuestión va más allá de la pura casuística, pues se trata de la misma existencia de las prescripciones. Jesús, al contestar, ata juntos el amor de Dios y el amor del prójimo, hasta fusionarlos en uno solo, pero sin renunciar a dar la prioridad al primero, al cual subordina estrechamente el segundo. Es más, todas las prescripciones de la ley, llegaban a 613, están en relación con este único mandamiento: toda la ley encuentra su significado y fundamento en el mandamiento del amor. Jesús lleva a cabo un proceso de simplificación de todos los preceptos de la ley: el que pone en práctica el único mandamiento del amor no sólo está en sintonía con la ley, sino también con los profetas (v.40). Sin embargo, la novedad de la respuesta no está tanto en el contenido material como en su realización: el amor a Dios y al prójimo hallan su propio contexto y solidez definitiva en Jesús. Hay que decir que el amor a Dios y al prójimo, mostrado y realizado de cualquier modo en su persona, pone al hombre en una situación de amor ante Dios y ante los demás. El doble único mandamiento, el amor a Dios y al prójimo, se convierte en columnas de soporte, no sólo de las Escrituras, sino también de la vida del cristiano. 

4) Para la reflexión personal

• El amor a Dios y al prójimo ¿es para ti sólo un vago sentimiento, una emoción, un movimiento pasajero, o es una realidad que invade toda tu persona: corazón, voluntad, inteligencia y trato humano?
• Tú has sido creado para amar. ¿Eres consciente de que tu realización consiste en amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Este amor ha de verificarse en la caridad hacia los hermanos y en sus situaciones existenciales. ¿Vives esto en la práctica diaria? 

5) Oración final

¡Den gracias a Yahvé por su amor,
por sus prodigios en favor de los hombres!
Pues calmó la garganta sedienta,
y a los hambrientos colmó de bienes. (Sal 107,8-9)

Comentario – Viernes XX de Tiempo Ordinario

De nuevo los fariseos se acercan a Jesús con una pregunta para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Principal puede significar primero en el orden estimativo o principio de los demás. La pregunta parece dirigida a declarar el mandamiento que tiene más peso o el que sustenta como fundamento todos los demás: el mandamiento al que tendrían que prestar más atención. Jesús podía haber respondido: Todos son mandamientos de Dios para los hombres; por tanto, todos son importantes; todos merecen consideración.

Pero Jesús, en su respuesta, señala una principalidad. Y lo hace con dos textos de la Ley: Dt 6, 5: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser (éste es el primero) y Lv 19, 18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (éste es el segundo). Ya no es un mandamiento, sino dos; uno, el amor a Dios, es primero, y otro, el amor al prójimo, es segundo. Pero el segundo es semejante al primero. Tales mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.

Cualquier rabino habría calificado la respuesta de Jesús como excelente. Pero lo novedoso de la respuesta no era afirmar que el mandamiento principal y primero era el amor a Dios con todo el corazón -no hay actitud más noble y valiosa que el amor y no hay destinatario más excelso que Dios-, sino poner al mismo nivel el que era catalogado como segundo, el amor al prójimo como a uno mismo, hasta el punto de hacer de ellos uno solo, pues de ellos juntos, no por separado, penden la Ley entera y los Profetas.

Luego ¿qué es más importante: amar a Dios o amar al prójimo? La respuesta de Jesús es: amar a Dios y al prójimo. Aquí no hay alternativa; la copulativa no separa, une lo que es distinto: Dios y el prójimo. ¿Cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos –dice san Juan-, si no amamos al prójimo a quien vemos? El amor a Dios está mucho más expuesto al autoengaño (uno puede amarse a sí mismo creyendo amar a Dios) que el amor al prójimo que, por ser visible y estar enfrente o al lado, exige quizá una mayor concreción y reciprocidad.

Pero también es verdad lo otro: ¿Cómo vamos a amar al prójimo a quien vemos con frecuencia con tantos defectos y carencias, tan poco agraciado, tan poco amable, si no amamos a Dios, a quien no vemos, pero al que concebimos como el supremamente amable, el ser perfecto, la suma Bondad? La perfección de Dios resulta tan atrayente al que la percibe que no puede dejar de admirarlo, y su bondad tan grande que no puede dejar de amarlo.

Pero amar es más que decir «te amo», incluso más que sentir «amor». Amar no es simplemente cosa de palabras o de sentimientos; es también y sobre todo cosa de la voluntad. Amar es un verbo en activa que reclama acción continuada en beneficio de las personas a quienes amamos. Amar al forastero es no oprimirle ni vejarle; amar a viudas y huérfanos es no explotarlos, más aún, acogerlos y socorrerlos; amar a otros como a nosotros mismos es hacer por ellos lo que haríamos por nosotros mismos o lo que queremos que los demás hicieran por nosotros.

Amar a Dios es madrugar trasnochar por Él, es trabajar por Él y estar dispuestos a sufrir por Él todo tipo de vejaciones, humillaciones, rechazos, injurias, incomprensiones, es ayunar por Él y estar dispuestos a perder nuestro tiempo con Él, es hacer por Él lo que nos pida, aunque sea dejarle momentáneamente a Él para dedicarnos a lo que Él nos pide en ese momento, tal vez realizar una tarea que forma parte de nuestras obligaciones habituales o cuidar a un enfermo. Amar a Dios es estar dispuestos a dar la vida por Él (nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos), y con la vida todo: quizá que renunciemos a un lugar, a una persona o a unos bienes, o que dediquemos nuestra vida, tiempo y recursos a los demás.

Amar a Dios, en definitiva, es estar dispuestos a hacer lo que Él nos pide que hagamos por amor. Y Él nos pide (está entre sus mandamientos) que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Amar a Dios, en buena lógica, es entonces amar al prójimo, porque obrando así estamos cumpliendo su expresa voluntad. ¿Qué es, pues, más importante: amar a Dios o al prójimo? Sin duda, amar a Dios cuya voluntad es que amemos al prójimo, incluso al que se nos presenta menos amable. No hay, por consiguiente, posibilidad de separar lo que Dios ha unido: el amor a Dios y al prójimo, pues en el prójimo estaremos amando a ese Dios que reclama nuestro amor al prójimo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

El episcopado como sacramento

21. Así, pues, en los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, Jesucristo nuestro Señor está presente en medio de los fieles como Pontífice Supremo. Porque, sentado a la diestra de Dios Padre, no está lejos de la congregación de sus pontífices, sino que principalmente, a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra sin cesar los sacramentos de la fe a los creyentes y, por medio de su oficio paternal (cf. 1Co 4, 15), va agregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de la sabiduría y prudencia de ellos rige y guía al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinación hacia la eterna felicidad. Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1Co 4, 1), y a ellos está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rm 15, 16; Hch 20, 24) y la administración del Espíritu y de la justicia en gloria (cf. 2Co 3, 8-9).

Para realizar estos oficios tan alto, fueron los apóstoles enriquecidos por Cristo con la efusión especial del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 8; 2, 4; Jn 20, 22-23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos transmitieron sus colaboradores el don del Espíritu (cf. 1Tm 4, 14; 2Tm 1, 6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal. Este Santo Sínodo enseña que con la consagración episcopal se confíe la plenitud del sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres «supremo sacerdocio» o «cumbre del ministerio sagrado». Ahora bien, la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también el oficio de enseñar y regir, los cuales, sin embargo, por su naturaleza, no pueden ejercitarse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y miembros del Colegio. En efecto, según la tradición, que aparece sobre todo en los ritos litúrgicos y en la práctica de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente es cosa clara que con la imposición de las manos se confiere la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter, de tal manera que los Obispos en forma eminente y visible hagan las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice y obren en su nombre. Es propio de los Obispos el admitir, por medio del Sacramento del Orden, nuevos elegidos en el cuerpo episcopal.

La misa del domingo

El Evangelista nos ubica espacialmente en la escena que está a punto de narrar: “Al llegar a la región de Cesarea de Filipo”. Se refiere a la ciudad que era la capital de la tetrarquía gobernada en aquella época por Filipo, hijo de Herodes el grande. La ciudad estaba situada a unos cuarenta kilómetros al norte de Cafarnaúm, fuera de Galilea. Originalmente la ciudad se llamaba Paneas, por ser un centro de culto del dios griego Pan. El emperador romano Augusto le concedió el gobierno de la región a Herodes el Grande, rey de Judea, quien en esa ciudad mandó construir un templo dedicado al César Augusto. El así llamado “Templo de Augusto” fue construido con mármol blanco sobre un peñón de roca basáltica, es decir, roca muy sólida y oscura. En la altura de la roca aquel templo dominaba sobre la ciudad y sobre el campo, de modo que la vista de este impresionante templo bien pudo haber servido al Señor Jesús como figura para hablar a sus Apóstoles de “Su Iglesia” que Él iba a construir sobre otra roca: Simón, “Kefas”, “Piedra”, debido a que el Señor se valía de esas imágenes o estampas de la vida cotidiana para hacer sus comparaciones.

Herodes Filipo, hijo de Herodes el Grande, decidió rebautizar esta ciudad luego de embellecerla y engrandecerla con nuevos edificios. De Paneas pasó a llamarse Cesarea, en honor al César, el emperador romano. En la época de Jesús se la conocía como Cesarea de Filipo para distinguirla de Cesarea marítima, puerto ubicado en la costa de Palestina.

Así pues, al llegar a la región de Cesarea de Filipo el Señor inicia el diálogo que va a dar pie al acto fundacional de Su Iglesia, preguntando a los Apóstoles sobre lo que la gente dice de Él. Los discípulos habían recogido muchas opiniones: “Unos dicen que Juan Bautista, otros, Elías, y otros, Jeremías o uno de los profetas”.

Que Jesús no era Juan Bautista, es evidente por los mismos relatos evangélicos: ambos nacieron con pocos meses de diferencia, Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán, etc. Jesús no era Juan que había “resucitado” (ver Lc 9,7).

¿Era Jesús la reencarnación de Elías? Según la Escritura y la creencia de los judíos, Elías no había muerto, sino que había sido llevado al Cielo en un carro de fuego (Eclo 48,9), y desde allí volvería para preparar la inmediata aparición del Mesías. (ver Mal 3,23; Mt 17,10-12) No podían creer que Jesús fuese una reencarnación quienes pensaban que Elías nunca había muerto.

¿Jesús era Jeremías que había vuelto a la vida, u otro gran profeta de Israel? Tampoco. Evidentemente los grandes milagros que realizaba el Señor hacían pensar que se trataba de un gran profeta. Sin embargo, aunque todos convienen en pensar que Jesús es «un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo» (Lc 24,19), hay confusión en cuanto a su identidad: no saben quién es verdaderamente. Por ello, todos se equivocan, nadie acierta. Jesús no es Juan que ha resucitado, no es Elías que ha vuelto del Cielo, no es Jeremías u otro profeta que ha vuelto a la vida. La respuesta acertada habrá que buscarla en aquellos que lo conocen de cerca, sus Apóstoles: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

Ante la pregunta Pedro tomó la palabra y respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pedro afirma que Jesús es más que cualquiera de los grandes profetas, es más grande que Juan el Bautista, que Elías, que Jeremías o cualquier profeta. Pedro afirma que Jesucristo es el Mesías prometido por Dios para instaurar Su Reino. Pero la respuesta va aún más allá: Tú eres “el Hijo de Dios vivo”.

Tal respuesta es de un alcance inusitado. Decir que Jesús era “el Hijo de Dios vivo”, implicaba afirmar que participaba de la misma naturaleza divina de su Padre. La de Pedro es por tanto la primera profesión de fe en la divinidad de Jesucristo.

¿Cómo llega Pedro al conocimiento de la íntima identidad de Jesucristo? “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el Cielo”. Esta intuición y conocimiento íntimo de la identidad divina de Jesucristo no le viene de “nadie de carne y hueso”, sino que le ha sido revelada por Dios. “Carne y hueso” es la traducción litúrgica de lo que literalmente se traduce como “carne y sangre”, un hebraísmo para decir lo mismo que la totalidad de la persona, el ser humano. Ninguna persona humana puede haberle revelado a Pedro lo que sólo podía conocer mediante la participación del conocimiento que el Padre celestial tiene de su Hijo. Y es que «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11,27) y sólo puede conocer al Hijo aquel a quien el Padre se lo quiera revelar (ver Mt 11,25). El Señor Jesús, con tal afirmación, deja bien en claro que la razón humana no puede alcanzar por sí misma ese conocimiento. Sólo mediante la Revelación es posible reconocer en Jesucristo al Hijo de Dios, su naturaleza divina.

Luego que Pedro ha reconocido y proclamado la verdadera identidad de Jesús, el Señor le revela asimismo a Simón quién es él: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En efecto, a Simón, hijo de Juan, el Señor le impone un nuevo nombre que refleja su profunda identidad y futura misión: «Tú te llamarás Cefas» (Jn 1, 42), que traducido significa piedra, de donde deriva el nombre Pedro. Sobre una persona Él quiso asentar y construir su Iglesia. Pedro es fundamento sólido, la roca sobre la que él va a construir su “templo”.

Este “templo” es llamado por el Señor “mi Iglesia”. Iglesia viene del griego ecclesía, que traducido significa asamblea, reunión de aquellos que han sido convocados por Él, de aquellos que se congregan en torno a Él. A esta Iglesia, fundada sobre Pedro, la llama suya. Es la Iglesia que le pertenece a Él, la Iglesia que Él ama y custodia, Iglesia a la que Él hace esta promesa: “el poder del infierno no la derrotará.” En otras palabras, ninguna fuerza humana ni tampoco las fuerzas demoníacas podrán jamás destruirla. En virtud de esta promesa la Iglesia del Señor, fundada sobre Pedro, es la cosa más fuerte que existe, aunque fundada sobre la cosa más débil, es decir, sobre la tremenda fragilidad de un ser humano.

Es en este solemne momento cuando Cristo anuncia a Pedro la entrega de «las llaves del Reino de los Cielos». Las llaves indican potestad, indican la facultad de disponer, de abrir y de cerrar las puertas de una casa. La entrega de las llaves simboliza el poder con que el dueño de la casa reviste a su siervo para administrar todos los asuntos de su casa. El Señor le entrega a Pedro las llaves del Reino de los Cielos y le confía el poder de “atar y desatar”. “Atar” y “desatar” eran términos propios del lenguaje rabínico referidos primeramente a la expulsión o excomunión de un judío de la asamblea. Atar significaba “condenar” y desatar “absolver” a alguien. Posteriormente se amplió su uso para referirse a las decisiones doctrinales o jurídicas, significando “atar” el prohibir y “desatar” el permitir. A Pedro el Señor Jesús le confía por tanto la misión de ejercer la disciplina en su Iglesia, tiene el poder de admitir o excluir de ella a quien así lo juzgue, tiene la responsabilidad de ordenar la vida de fe y moral de la comunidad por medio de decisiones oportunas. Sus decisiones serán ratificadas por Dios.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

También hoy el Señor te hace a ti la misma pregunta que entonces le hizo a sus Apóstoles: ¿Y tú, quién dices que soy yo? ¿Qué responderías?

Acaso tu respuesta sea análoga a la de la multitud, a lo que se escucha decir por aquí y por allá, a las opiniones que tantos vierten sobre este personaje histórico: que fue un gran maestro o “gurú” de la talla de Mahoma, de Confucio, de Ghandi y otros semejantes; o que fue un gran líder revolucionario de su época; o que fue un hombre excepcional “mitificado” y “revestido” de una identidad divina por una comunidad de creyentes que no podía aceptar su muerte; o que fue la reencarnación de Buda o de alguna divinidad, etc. ¡Cuántas opiniones se forman también hoy en día “las gentes” y cuántas veces nosotros asumimos una de esas tantas opiniones ignorantes de la verdadera identidad del Señor Jesús!

Pero probablemente mi respuesta se acerque más a la misma respuesta que dio Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, tú eres el Salvador del mundo, Dios verdadero de Dios verdadero, el Verbo eterno que por obra del Espíritu Santo se encarnó y nació de María Virgen para nuestra reconciliación. Esa ciertamente es la fe de la Iglesia, es la fe que profesamos los creyentes, pero… ¿es mi respuesta del todo sincera? ¿O es más una repetición vacua de lo que algún día aprendí en el catecismo? Quizá suene muy duro este cuestionamiento, sin embargo, ¿no debería mi vida ser muy distinta en varios aspectos si de verdad creyese que Jesucristo es el Hijo de Dios? ¿No debería ser Él la persona más importante en mi vida, por encima de cualquier otra persona, incluso de aquellos a quienes más amo? ¿No debería reflejarse esta convicción en un deseo de conocerlo cada día más, de conocer sus enseñanzas, de vivir de acuerdo a sus enseñanzas, de crecer en la amistad con Él a través de la oración perseverante, de buscar darle gracias y renovar mis fuerzas en la Comunión con Él en la Misa de cada Domingo? ¿No debería darle la centralidad absoluta a la Misa dominical, sabiendo que Él es el fundamento de mi vida, la roca sólida sobre la que yo y mi familia encontraremos la consistencia, la fuente del amor verdadero y fiel?

Sin embargo, ¡cuántas veces negamos con nuestras actitudes y decisiones de cada día lo que afirmamos con nuestros labios! ¡Cuántas veces relegamos al Señor en nuestras agitadas vidas y le damos el tiempo que nos sobra, si acaso nos sobra! Que si soy joven, tengo que disfrutar de la vida. Que si soy niño y mis catequistas me han enseñado que Jesús está en la Hostia esperándome cada Domingo, pues mis padres me enseñan lo contrario porque una vez que hago mi primera Comunión rara vez me llevan a Misa o comulgan. Que si soy un hombre o mujer que estudia, o que trabaja todo el día, ya no tengo tiempo para rezar. A lo más un Padrenuestro antes de acostarme. Que si tengo muchos proyectos a futuro, nada es para el Señor o para ayudar a los demás en su nombre, sino para lograr éxito en la vida, fortuna, un buen estatus, “ser alguien”. En fin, si nos ponemos ante el Señor y nos examinamos con honestidad, nos daremos cuenta de lo poco o mal que vivimos aquello que decimos creer.

Por ello la pregunta del Señor no puede dejarnos indiferentes, tiene que cuestionarnos hasta lo más profundo, tiene que sacudirnos, tiene que hacernos reaccionar: ¿Quién dices tú que soy yo? ¿Quién soy yo para ti? Si respondo como Pedro, si reconozco que Él es verdaderamente el Hijo de Dios, mi Salvador y Reconciliador, entonces he de manifestar esa fe en mi vida cotidiana, en la exigencia personal por vivir de acuerdo a lo que Cristo me enseña, en el esfuerzo por darlo a conocer a través de mis palabras y de mis obras, en el empeño por cooperar con la gracia para vivir una vida santa.

Con su pregunta el Señor nos invita a descubrir y redescubrir día a día su verdadera identidad, a mantenernos firmes en la verdad revelada por Dios a Pedro, a no dejarnos seducir por las modas de opinión que tan fácilmente se difunden por el mundo entero, a no dejarnos llevar por lo que dicen aquellos que no conocen de cerca de Cristo. Sólo la Iglesia de Cristo fundada sobre Pedro posee y custodia la verdad sobre Jesucristo, sólo ella es capaz de dar la respuesta acertada sobre la identidad de su Señor. Por ello, si andamos confundidos por las miles de opiniones que se dan sobre la identidad de Jesús, acudamos a la Iglesia, escuchemos su voz maternal, confiemos en lo que ella también hoy nos revela sobre Jesucristo.

Acudamos al Señor día a día, renovémosle nuestra adhesión y amor, supliquémosle la fuerza de su gracia y esforcémonos pacientemente en vivir de acuerdo a lo que junto con Pedro y toda la Iglesia creemos y profesamos. No nos cansemos de poner al Señor en el centro de nuestras vidas, conscientes de que Él y sólo Él es el camino y la verdad que conducen a la vida plena, a la vida en plenitud, a la vida eterna (ver Jn 14,6-7). Quien en Él confía, no quedará defraudado.

La misa del domingo: misa con niños

DOMINGO XXI DE TIEMPO ORDINARIO

SALUDO

Dios Padre, origen y meta de la creación, que en Jesucristo cl Señor nos muestra su generosidad, y la fuerza del Espíritu que siempre nos acompaña, esté con todos nosotros.

ENTRADA

Muchas veces decimos, hermanos, que la vida es un camino que vamos recorriendo poco a poco, dando cada día un paso nuevo, y descu­briendo y haciendo nuestro cada logro y cada experiencia. Esta idea del camino nos habla del esfuerzo y de la constancia necesarios para llegar al fina. Pero el «final» aquí no es la nada, sino la vida plena que Dios nos regala en Jesús. Y así vamos, de la oscuridad a la luz, de la mentira a la verdad, dejándonos guiar por el Padre, hasta reconocer y sentir a Jesús como el Hijo de Dios, como el Señor de nuestra vida. Un reconocimiento que vamos haciendo poco a poco. Y para conocer a Jesús no hay que recu­rrir a frases hechas o a construcciones racionales; hace falta vivir abiertos al Espíritu y expresar nuestra fe en hechos liberadores, en perdón, en ser­vicio, en acogida incondicional. Sólo cuando seamos como Jesús, servi­dores del Reino, podremos decir que Él es nuestro Mesías y Señor.

ACTO PENITENCIAL

La vida cristiana supone una doble fidelidad, a Dios y a los hombres, ¡pero cuánto nos cuesta!. De nuestras limitaciones pedimos ahora perdón:

 – Tú, que nos das tu Espíritu para ayudarnos a valorar las cosas en su justa medida.

SEÑOR, TEN PIEDAD.

– Tú, que nos llamas a formar parte de un Pueblo, de una sucesión de testigos que viven en tu Amor.

CRISTO, TEN PIEDAD,

– Tú, que nos invitas a seguirte como un Camino de plenitud y de vida.

SENOR, TEN PIEDAD.

Oración: Ayúdanos, Señor, a vivir en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN COLECTA

Dios Padre nuestro, lleno de sabiduría y de generosidad, Tú que eres merecedor de toda alabanza y que nos entregas a Jesús como ori­gen de todo bien, ayúdanos a vivir descubriéndolo en la vida, y a saber mostrarlo buscando siempre lo que es noble y verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA PROFÉTICA

La palabra del profeta va dirigida a un personaje importante del pala­cio, que va a ser destituido ya que su cargo no es usado para favorecer y servir al pueblo, sino justamente para lo contrario, para el enriquecimien­to personal a costa de los demás. Una buena advertencia para quienes ocupan cualquier cargo de responsabilidad.

LECTURA APOSTÓLICA

Escuchamos ahora uno de los cantos de alabanza, que son como el resultado de la vivencia y la reflexión que Pablo tiene y hace de Dios. Se destaca la grandeza de su Ser, de sus designios, y su generosidad que no conoce límite. Nuestra vida es la que, con el trabajo de cada día, está lla­mada a dar gloria a Dios.

LECTURA EVANGÉLICA

El evangelio nos muestra una conversación entre Jesús y sus discípu­los, interesándose Él por cómo lo ven las personas y ellos mismos. Cada grupo lo ve de un modo distinto, pero Jesús quiere de los suyos una res­puesta más íntima y personal. Pedro es capaz de confesarlo como el Mesí­as, el Hijo de Dios vivo. Desde entonces Pedro pasa a ser fundamento del nuevo Pueblo de Dios.

ORACIÓN DE LOS FIELES

 Unidos en la misma fe que Pedro ha proclamado hoy en el evangelio, presentemos al Padre nuestras plegarias diciendo: PADRE, ESCÚCHANOS.

  1. Por la Iglesia, fundamentada sobre la roca firme de la fe en Jesús. Que dé siempre un buen testimonio de esta fe. OREMOS:
  2. Por el papa Francisco, sucesor del apóstol Pedro. Que Dios lo guíe y lo ilumine en su servicio apostólico. OREMOS:
  3. Por los que dedican su tiempo al servicio de los demás en cualquier lugar o actividad. Que vivan ese servicio con mucha alegría, y no desfallezcan ante las dificultades. OREMOS:
  4. Por los que trabajan durante el verano en la hostelería y en las empresas turísticas. Que lo puedan hacer en condiciones dignas y reciban un salario adecuado. OREMOS:
  5. Por los que sufren por la falta de trabajo y por la inseguridad ante el futuro. Que los responsables políticos y económicos reconozcan la injusticia de estas situaciones y hagan lo necesario para cambiarlas. OREMOS:
  6. Por nosotros, y por nuestros familiares y amigos. Que vivamos siempre con ganas de hacer felices a los demás. OREMOS:

Escucha, Padre, la oración de tu pueblo, y concédenos el don de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Con alegría traemos al altar, Señor, este pan y vino; envía sobre ellos la Fuerza de tu Espíritu y haz que, siendo para nosotros ali­mento de Vida, nos alcancen los dones de la paz, la justicia y la uni­dad, y nos ayuden en el camino cristiano. Por Jesucristo.

PREFACIO

Necesitamos reconocerte, Señor, como el Santo, origen de todo lo bueno y noble de nuestras vidas y del mundo. Te reconocemos como el infatigable Padre trabajador que se esfuerza para que a ninguno de sus hijos le falte el cariño, la alegría, la grandeza de la fe.

Hay en cl mundo muchos hombres y mujeres que de verdad se encuen­tran con Jesús de Nazaret y descubren que su vida es plena y auténtica, y que la fe que profesan les ayuda a vivir con ilusión y esperanza. A estos heraldos de buenas noticias, a estos heraldos de tu Amor, nos queremos unir hoy y siempre para aclamarte diciendo: Santo, Santo, Santo…

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Te damos gracias, Señor, al terminar esta Eucaristía, y te rogamos que tu Fuerza nos ayude a vivir en entrega y plenitud, manifestando con nuestro estilo de vida que es posible hacer realidad tu Reino de Verdad y de Amor. Por Jesucristo.

DESPEDIDA

Antes de irnos en paz, recordemos que pregunta sigue esperando nuestra respuesta. El Evangelio no es sólo anuncio de que una nueva situación más justa y fraterna ha aparecido, sino también denuncia de todo lo que a ella se opone. Tengámoslo en cuenta, porque responder a la pregunta que Jesús nos hace es empezar a comprometerse con todo lo que ella lleva consigo.

Paseando por Cesarea de Filipo

En estos tiempos de ambigüedad y crisis
nos piden ortodoxas confesiones,
doctrina clara y precisa,
con puntos y comas,
que siga las pautas de quienes se arrogaron,
desde los inicios de la historia,
la facultad de emitir juicios de calidad
sobre la verdad y la experiencia propia y ajena.

Esos tales tienen, hoy, sus sucesores y adalides
que vigilan nuestros pasos y libertades
y nos ofrecen un catecismo sin interrogantes.

Así, se nos hace difícil comunicar la propia fe
con las palabras y el lenguaje
que usamos y nos pertenece.

Ya sabemos que dicho lenguaje
es temporal y humano,
ambiguo e impreciso,
lleno de vida y sentimientos…
y, como tal, nunca perfecto.

Por eso, sólo sugerimos y proponemos,
nunca nos encerramos en lo que expresamos,
y siempre ansiamos comunicarnos,
dialogar y enriquecernos.
Pues lo que percibimos, Señor,
en tus diálogos con los discípulos,
es un camino abierto a la sabiduría
y al crecimiento; nunca verdades escondidas
que haya que formular con la precisión
de un arquero que da en el centro,
que haya que guardar en el baúl de cedro
para que no se manchen ni degraden
con nuestros sentimientos y lenguaje.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Así como tú nos preguntas sinceramente,
sinceramente te respondemos.
¡Estamos en diálogo abierto y fructífero!
Pero no esperes que te respondamos
“Hijo de Dios, Mesías”… o algo que no entendemos,
después de la reprimenda que recibió Pedro.
Nosotros, Señor, somos más terrenos,
y no dominamos los recovecos y filigranas
del lenguaje teológico….

Contigo no hay problema
ni en privado ni en público…
Lo malo es cuando la pregunta sobre ti
nos la hacen esos otros expertos.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes XX de Tiempo Ordinario

El texto en la primera lectura de hoy está compuesto por dos partes: una visión (vv. 1-10) y su explicación (vv. 11-14). El profeta es transportado a una región donde vivieron los israelitas exiliados. El espectáculo es desolador al máximo: una gran cantidad de huesos secos (vv. 2). A la pregunta aparentemente ingenua del Señor: ¿podrán revivir estos huesos? Ezequiel da una respuesta sabia y llena de fe: «Señor, tú lo sabes». Dios puede todo con su voluntad. El Señor le ordena de profetizar a los huesos.

Esos residuos de seres humanos deben ahora escuchar la Palabra de Dios y saber que es el Señor de la vida. Lo que el Señor ordena es algo concreto y lleno de vitalidad: «traer el Espíritu, poner los tendones, hacer crecer la carne, extender la piel, infundir su Espíritu». La palabra de Dios hace lo que dice, se convierte en realidad, como en la creación. Los huesos se ponen de inmediato el movimiento, haciendo un gran rumor, se recomponen, se revisten de músculos y de piel. Reprenden la vida, se alzan en pie y llegan a ser una gran multitud.

Luego viene la explicación, es el Señor que la da explícitamente: los huesos son los exiliados, privados de vida y de esperanza. El Señor les llama con ternura «mi pueblo», contra toda esperanza les asegura que cumplirá el prodigio de la restauración. A la imagen de los huesos secos que retornan a la vida se añade otra realidad que da énfasis y viene a reforzar la potencia del Dios de la vida: «abriré sus sepulcros» y «les haré salir de sus sepulcros». Aunque la situación no parece tener salida, ante los escenarios más desesperantes de muerte, el Señor puede hacer que nazca la vida. Al final, Dios mismo responde la pregunta que le ha hecho al profeta «¿podrán revivir estos huesos?». Sí, «lo he dicho y lo hago». Que bien nos hace escuchar esta lectura en este tiempo de crisis de pandemia mundial, de tantas situaciones en las que parece que vence la muerte. Confiamos en la Palabra del Dios de la vida, Él puede hacer que reviva nuestro mundo.

En el Evangelio vemos que Jesús no cae en la trampa de jerarquizar los mandamientos. Él reclama sobre todo la esencia de la ley, orienta la atención sobre el principio que debe inspirar la disposición interior en la observancia. De esta forma, da una respuesta clara y precisa: la fuente y sentido pleno de la ley es el amor en un doble movimiento: hacia Dios y el prójimo (vv. 37-55). Al hablar del amor a Dios, Jesús retoma Dt 6, 5 donde se subraya la totalidad, la intensidad, la autenticidad: «con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser». La novedad de Jesús es que, coloca al mismo nivel el amor al prójimo. Quien experimenta que ama a Dios con todo su ser y es consciente de ser amado por Él, es capaz de amarse a sí mismo y a los demás, comenzando por los que tiene que más cerca. Aquí está la síntesis de la Ley y los profetas, el mensaje fundamental de la revelación, la voluntad de Dios para todos sus hijos e hijas.

Edgardo Guzmán, cmf.