Literalismo y verdad

Las respuestas que los discípulos dan a Jesús parecen expresar las diferentes opiniones de las primeras comunidades, en torno a la figura del Maestro. A pesar de sus diferencias, todas ellas coinciden en reconocer a Jesús como “profeta”, tal como este término se entendía en el pueblo judío: el que habla en nombre de Dios o hace presente a Dios en las circunstancias que vive el pueblo, en definitiva, el que vive en la verdad y la expresa.

La respuesta que el evangelista pone en boca de Pedro constituye ya una elaborada afirmación del credo cristiano de la comunidad de Mateo, que manifiesta su fe en Jesús como el Mesías esperado y el “hijo de Dios” (aunque fuera en un sentido judío, donde el término “hijo” se aplicaba a alguien que gozaba de una especial intimidad con Dios).

Esa misma comunidad, que considera a Pedro como el “primero” de los apóstoles, pone en boca de Jesús unas palabras que este nunca habría pronunciado. Nos encontramos, por tanto, no ante palabras del Jesús histórico, sino ante la fe de una comunidad que vive casi a finales del siglo I.

Lo que ello pone de manifiesto es el hecho de que una comprensión adecuada de los textos libera de posturas dogmáticas y de discusiones interminables a partir de la defensa a ultranza de un literalismo –una especie de idolatría de los textos– que resulta insostenible. (Tiene su punto de ironía el hecho de que se haya querido fundamentar el “primado de Pedro” e incluso la institución del papado en palabras que Jesús nunca habría pronunciado. Superado aquel literalismo insostenible, hoy parece evidente que Jesús no instituyó ninguna iglesia ni fundó ninguna religión).

La comprensión y la vivencia espiritual no consiste en repetir textos memorizados ni en exigir una adhesión a los mismos que, a fuerza de ser literal, termina traicionándolos en su verdadero sentido.

La vivencia espiritual puede tener como referencia algunos textos –como “mapas” que resultan útiles para balizar el camino en un momento determinado–, pero antes o después habrá de conducir a soltar todos ellos –dejando caer todas las creencias– para apoyarse en la desnuda certeza de ser, en el silencio consciente que conduce a la verdad que se encuentra más allá (más acá) de todo concepto y de toda creencia.

¿Cómo me relaciono con las creencias?

Enrique Martínez Lozano

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I Vísperas – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXI DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Como una ofrenda de la tarde,
elevamos nuestra oración;
con el alzar de nuestras manos,
levantamos el corazón.

Al declinar la luz del día,
que recibimos como don,
con las alas de la plegaria,
levantamos el corazón.

Haz que la senda de la vida
la recorramos con amor
y, a cada paso del camino,
levantemos el corazón.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo Salvador,
gloria al Espíritu divino:
tres Personas y un solo Dios. Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Rom 11, 33-36

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A Él la gloria por los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ Y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Colgaré del hombro de mi siervo la llave de mi casa; lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Colgaré del hombro de mi siervo la llave de mi casa; lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá.

PRECES
Glorifiquemos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Padre todopoderoso, haz que florezca en la tierra la justicia
— y que tu pueblo se alegre en la paz.

Que todos los pueblos entren a formar parte en tu reino,
— y obtengan así la salvación.

Que los esposos cumplan tu voluntad, vivan en concordia
— y sean siempre fieles a su mutuo amor.

Recompensa, Señor, a nuestros bienhechores
— y concédeles la vida eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge con amor a los que han muerto víctimas del odio, de la violencia o de la guerra
— y dales el descanso eterno.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XX de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor. 

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 23,1-12
Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; ensanchan las filacterias y alargan las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame `Rabbí’. «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar `Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie `Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar `Instructores’, porque uno solo es vuestro Instructor: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.

3) Reflexión

• (Hoy, 23 de agosto, en América Latina, se celebra la fiesta de Santa Rosa de Lima que tiene su propio evangelio: Mateo 13,44-46, cuyo comentario se encuentra en el día 30 de julio).
• El evangelio de hoy forma parte de la larga crítica de Jesús contra los escribas y los fariseos (Mt 23,1-39). Lucas y Marcos tienen apenas unos trozos de esta crítica contra las lideranzas religiosas de la época. Sólo el evangelio de Mateo nos informa sobre el discurso, por entero. Este texto tan severo deja entrever lo enorme que era la polémica de las comunidades de Mateo con las comunidades de los judíos de aquella época en Galilea y en Siria.
• Al leer estos textos fuertemente contrarios a los fariseos debemos tener mucho cuidado para no ser injustos con el pueblo judío. Nosotros los cristianos, durante siglos, tuvimos actitudes anti-judaicas y, por esto mismo, anti-cristianas. Lo que importa al meditar estos textos es descubrir su objetivo: Jesús condena la incoherencia y la falta de sinceridad en la relación con Dios y con el prójimo. Está hablando contra la hipocresía tanto de ellos como de nosotros, hoy.
• Mateo 23,1-3: El error básico: dicen y no hacen. Jesús se dirige a la multitud y a los discípulos y critica a los escribas y fariseos. El motivo del ataque es la incoherencia entre palabra y práctica. Hablan y no practican. Jesús reconoce la autoridad y el conocimiento de los escribas. “Están sentados en la cátedra de Moisés. Por esto, haced y observad todo lo que os digan. Pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen!”
• Mateo 23,4-7: El error básico se manifiesta de muchas maneras. El error básico es la incoherencia: “Dicen y no hacen”. Jesús enumera varios puntos que revelan una incoherencia. Algunos escribas y fariseos imponen leyes pesadas a la gente. Conocían bien las leyes, pero no las practican, ni usan su conocimiento para aliviar la carga sobre los hombros de la gente. Hacían todo para ser vistos y elogiados, usaban túnicas especiales para la oración, les gustaba ocupar sitios importantes y ser saludados en la plaza pública. Querían ser llamados ¡“Maestro”¡ Representaban un tipo de comunidad que mantenía, legitimaba y alimentaba las diferencias de clase y de posición social. Legitimaba los privilegios de los grandes y la posición inferior de los pequeños. Ahora, si hay una cosa que a Jesús no le gusta son las apariencias que engañan.
• Mateo 23,8-12: Cómo combatir el error básico. ¿Cómo debe ser una comunidad cristiana? Todas las funciones comunitarias deben ser asumidas como un servicio: “El mayor entre vosotros será vuestro servidor!” A nadie hay que llamar Maestro (Rabino), ni Padre, ni Guía. Pues la comunidad de Jesús debe mantener, legitimar, alimentar no las diferencias, sino la fraternidad. Esta es la ley básica: “Ustedes son hermanos y hermanas!” La fraternidad nace de la experiencia de que Dios es Padre, y que hace de todos nosotros hermanos y hermanas. “Pues, el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado!”
• El grupo de los Fariseos. El grupo de los fariseos nació en el siglo II antes de Cristo con la propuesta de una observancia más perfecta de la Ley de Dios, sobre todo de las prescripciones sobre la pureza. Ellos eran más abiertos que los saduceos a las novedades. Por ejemplo aceptaban la fe en la resurrección y la fe en los ángeles, cosa que los saduceos no aceptaban. La vida de los fariseos era un testimonio ejemplar: rezaban y estudiaban la ley durante ocho horas al día; trabajaban durante ocho horas para poder sobrevivir; descansaban y se divertían otras ocho horas. Por eso, eran considerados grandes líderes entre la gente. De este modo, a lo largo de siglos, ayudaron a la gente a conservar su identidad y a no perderse.
• La mentalidad llamada farisáica. Con el tiempo, sin embargo, los fariseos se agarraron al poder y dejaron de escuchar los llamados de la gente, ni dejaron que la gente hablara. La palabra “fariseo” significa “separado”. Su observancia era tan estricta y rigurosa que se distanciaban del común de la gente. Por eso, eran llamados “separados”. De ahí nace la expresión «mentalidad farisáica». Es de las personas que piensan poder conquistar la justicia a través de una observancia escrita y rigurosa de la Ley de Dios. Generalmente, son personas miedosas, que no tienen el valor de asumir el riesgo de la libertad y de la responsabilidad. Se esconden detrás de la ley y de las autoridades. Cuando estas personas alcanzan una función de mando, se vuelven duras e insensibles para esconder su imperfección.
• Rabino, Guía, Maestro, Padre. Son los cuatro títulos que Jesús no permite que la gente use. Y sin embargo, hoy en la Iglesia, los sacerdotes son llamados “padre”. Muchos estudian en las universidades de la Iglesia y obtienen el título de “Doctor” (maestro). Mucha gente hace dirección espiritual y se aconseja con las personas que son llamadas “Director espiritual” (guía). Lo que importa es que se tenga en cuenta el motivo que llevó a Jesús a prohibir el uso de estos títulos. Si son usados para que una persona se afirme en una posición de autoridad y de poder, son mal usados y esta persona se merece la crítica de Jesús. Si son usados para alimentar la fraternidad y el servicio y para profundizar en ellos, no son criticados por Jesús. .

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuáles son las motivaciones que tengo para vivir y trabajar en la comunidad?
• Cómo la comunidad me ayuda a corregir y mejorar mis motivaciones?

5) Oración final

Escucharé lo que habla Dios.
Sí, Yahvé habla de futuro
para su pueblo y sus amigos,
que no recaerán en la torpeza. (Sal 85,9)

Cristo y la Iglesia

1.- «Así dice el Señor a Sobona, mayordomo de palacio: Te echaré de tu puesto…» (Is 22, 19). Isaías, de parte de Yahvé, se enfrenta al poderoso y soberbio funcionario palaciego: «He aquí que Yahvé te lanzará con ímpetu varonil, te echará a rodar, con ímpetu te lanzará sobre la vasta tierra. Allí morirás y allí sucumbirán tus carros gloriosos. Te depondré de tu cargo y te arrancaré de tu lugar».

Palabras tajantes de Dios. Palabras que denotan el límite de su divina paciencia. Palabras que han de resonar en nuestros propios oídos como la justa amenaza de este Dios nuestro, Padre de bondad, que, precisamente por serlo, utiliza con sus hijos cuantos medios existen para reducirlos al buen camino. También la amenaza seria y el duro castigo.

Y es que llega un punto en el que la situación se hace insostenible. Hay un momento en el que uno se pasa de la raya, llegando a límites inconcebibles. El abuso pertinaz que se burla del amor, puede hacer que rebose el vaso. Y una última gota puede ser suficiente para que la ira de Dios se derrame sobre nuestra vida, dejándola eternamente muerta.

2.- «Lo hincaré como un clavo en un sitio firme…» (Is 22, 23) Ese es el deseo de Dios, colocarnos como se coloca un clavo en un muro sólido. Es decir, quiere que permanezcamos siempre en pie, fuertes, perseverantes, leales hasta el fin. Somos nosotros los que nos empeñamos en bailar sobre la cuerda floja, los que nos ponemos en mil ocasiones que nos pueden hacer rodar por el suelo, echando a perder este tesoro inapreciable que llevamos en nuestras pobres vasijas de barro.

Dios nos promete su ayuda, está siempre dispuesto a echarnos una mano. Pero también es cierto -tan necios somos- que despreciamos esa mano fuerte y segura y preferimos nuestra independencia, nuestra autonomía. Y de hecho nos jugamos, muchas veces, nuestra salvación, poniendo en inminente peligro lo que más vale en esta vida y en la otra.

Por eso muchos se salen del camino, quedan tendidos en la cuneta, o caminan a gatas por los senderos que se han elegido, terminando en una vergonzosa derrota… Luchemos nosotros por ser siempre fieles a nuestra fe, a nuestra vocación. Tratando de ganar cada batalla, ya que, al fin y al cabo, no sabemos cuál es la definitiva.

3.- «Por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama…» (Sal 137, 2) El corazón del hombre suele vibrar de gratitud y gozo cuando se siente amado de verdad. Es cierto, que esa vibración es a veces efímera, un latido fugaz que dura sólo unos instantes. Pero de todas formas dichos sentimientos son nobles y buenos, dignos de ser fomentados y sostenidos con el recuerdo de los acontecimientos que los motivaron.

Hoy volvemos a pensar en la misericordia infinita de Dios, en su lealtad inquebrantable a las promesas que hizo. Reconozcamos con el salmista que las obras de Dios, sus maravillas sin nombre, superan a cuanto nos dijeron y a cuanto nosotros pudimos imaginar. Como en tantas ocasiones, comprobamos que sus palabras fueron siempre más cortas que sus obras.

4.- «Cuando te invoqué me escuchaste -dice el salmista-, acreciste el valor de mi alma…». Y es cierto, Dios nunca cierra sus puertas a quien en ellas llama. Él nunca se hace el sordo a las súplicas de sus hijos, siempre escucha y siempre atiende. También cuando nos parece que nos ha dado la callada por respuesta.

«El Señor es sublime, se fija en el humilde y de lejos conoce al soberbio» (Sal 137, 8). Sí, Dios siempre escucha la plegaria de los pobres. Y todo el que pide algo es, en definitiva, un pobre. Mendigos somos que carecen a menudo del pan de la comprensión y del cariño. Pordioseros que no tienen la luz de la fe ni el gozo de la esperanza, mendigos de paz y de alegría… Pobrecitos hemos de ser ante Dios y alargar nuestras manos vacías hacia lo alto, seguros de que el Señor se apiadará de nosotros, nos colmará con la riqueza y la generosidad de sus dones.

El Señor es sublime, está por encima de cuanto podamos pensar. Aun sin estar presente de forma visible, su presencia invisible rebasa nuestros más íntimos anhelos. Esa grandeza, en efecto, no le aleja de los que son pequeños y débiles. Al contrario, Dios se fija en ellos con una mirada de manifiesta predilección y los hace objeto de sus preferencias.

En cambio a los soberbios, a los engreídos, a los autosuficientes, a los que tienen duro el corazón, el Señor los desprecia, los rechaza, los desconoce… Vamos, pues, a aceptar ante Dios nuestras propias limitaciones, vamos a ser sinceramente humildes, vamos a reconocer, en presencia de Dios, nuestra propia pobreza.

5.- «Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios» (Rm 11, 33)Una vez más, san Pablo, al considerar la grandeza de Dios, rompe en un himno de gozo, en una doxología, un canto de amor y de adoración. Ahora es la generosidad, la sabiduría y el conocimiento de Dios lo que le hace exultar de gozo. Son tantos y tan grandes los beneficios recibidos, sin merecerlo, de la bondad inmensa de Dios, que uno no puede por menos que prorrumpir en alabanza al Señor.

Hagamos nuestras esas palabras, cantemos desde el fondo de nuestro espíritu a este Dios y Señor nuestro que tan digno es de honor, culto y adoración… Somos ciegos muchas veces para ver cuanto el Señor nos da; somos torpes y tardos a la hora de mostrar nuestro agradecimiento. Vamos a rectificar y recitemos con pausa y atención, con amor y respeto santo, esos himnos que la liturgia pone en nuestros labios tantas veces, especialmente en la celebración eucarística con el Gloria y el Sanctus.

6.- «¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!» (Rm 11, 34) «¿Quién conoció la mente del Señor? -se pregunta el Apóstol-. ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero para que él le devuelva?». Nadie, nunca. Los pensamientos de Dios son un arcano insondable para el hombre, sus planes rebasan siempre nuestros cálculos. En efecto, las matemáticas de Dios no son nuestras matemáticas. Por fortuna para todos.

Por eso hemos de acatar siempre la voluntad de Dios, pase lo que pase. Él conoce mejor que nadie por qué ocurren las cosas. Y sobre todo, su sabiduría divina sabe sacar de los males bienes. El Señor -dice la sabiduría popular- escribe derecho con renglones torcidos. A nosotros sólo nos queda decir amén, esto es, que aceptamos confiados sus planes, dolorosos quizás, para cada uno de nosotros. «Él es el origen, guía y meta del universo» -concluye el texto sagrado-. Por todo esto vamos a decir siempre, repito, que sí, que sea lo que él quiera. Y supliquemos al mismo tiempo su ayuda, pues sin él nada podemos.

7.- «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…» (Mt 16,18) Jesús no pasó desapercibido entre la gente de su tiempo. Todos hablaban de él, los de arriba y los de abajo. Unos a favor y otros en contra. Algunos le llegaron a llamar endemoniado y blasfemo, otros lo confundían con Elías, el gran profeta de Israel. Tanto unos como otros estaban equivocados… También hoy se habla de Cristo y de su obra, la Iglesia. A favor y en contra. Y con frecuencia se aplican en esos juicios unos criterios inadecuados, se emplea una visión materialista y temporal que no llega ni a intuir la grandeza divina del Señor y la naturaleza sobrenatural del misterio de la Iglesia.

En esta ocasión que consideramos, san Pedro, movido por Dios Padre, exclama entusiasmado y seguro: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Con ello nos ofrece la clave para entender a Jesucristo y a la Iglesia. Sólo desde la perspectiva de la fe se puede entender la verdadera naturaleza del mensaje que Jesús ha traído, la salvación que él ha iniciado con su muerte en la cruz y que la Iglesia proclama y transmite a los hombres de todos los tiempos.

Y en esa Iglesia, en ese Pueblo de Dios, hay un jerarca supremo. En esa casa de Dios existe una piedra de fundamento. En ese rebaño un pastor. En esa barca un timonel. En ese cuerpo una cabeza visible. En ese reino un soberano pontífice. Es cierto que el único Sumo Pontífice es Cristo Jesús, el único Rey, la Piedra angular, el Buen Pastor, la única Cabeza. Sin embargo, el Señor quiso que su Iglesia fuera una sociedad visible y organizada, con una jerarquía y un supremo jerarca, un pueblo, el Nuevo Israel, regido por Pedro y los otros once apóstoles. Y cuando ellos murieron, le sucedieron el Papa y los Obispos de todo el mundo en comunión con la Sede romana.

Así lo quiso Jesucristo, así ha sido, así es y así será. Es cierto que hay quien lo discute, quien lo niega o lo ridiculiza. Pero es inútil. La Iglesia, por voluntad de su divino fundador, es así y sólo así seguirá adelante, pues según la promesa divina los poderes del Infierno no prevalecerán contra ella. Por eso la barca de Pedro continuará navegando hasta llegar al puerto de la salvación. Y sólo los que, de una forma u otra, estén dentro de esa barca, se salvarán.

Antonio García Moreno

Comentario – Santa María Reina

Celebramos la festividad de Santa María Reina, una celebración establecida por Pío XII en 1955. El evangelio de san Lucas nos traslada el relato de la Anunciación del hecho más inusitado de la historia: la encarnación del Hijo de Dios. Anunciar al Señor que viene a este mundo en carne mortal es anunciar un nacimiento humano. Esto es lo que da a entender Isaías cuando, en perspectiva profética, habla de esa señal que le es dada por Dios a Acaz sin que éste la pida siquiera. La señal de la presencia del Enmanuel (el Dios-con-nosotros) en medio de nosotros será su nacimiento virginal o nacimiento de una virgen que, tras quedar en cinta, lo dará a luz.

Esto mismo es lo que le anuncia el ángel Gabriel a María, esa mujer de Judea desposada con un hombre de la estirpe de David, desposada, pero virgen y, al parecer, con el propósito de permanecer virgen. En este sentido cabe interpretar la objeción de María a la propuesta del ángel que le anuncia su maternidad: ¿Cómo será eso, pues no conozco (ni tengo intención de conocer)varón? Habrá concepción y nacimiento, viene a decirle el ángel, pero no será necesario que renuncie a la virginidad, puesto que el concebido y nacido como Hijo del Altísimo será fruto de la acción del Espíritu Santo en ella: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.

Semejante concepción es posible porque para Dios nada es imposible: ni la fecundidad de una mujer estéril y anciana como Isabel, que ya está de seis meses, ni la maternidad de una virgen como María. ¿Cómo va a ser imposible para el que ha sacado la naturaleza de la nada (su Creador) sacar vida de la esterilidad temporal o definitiva de esa misma naturaleza o del estado virginal de la misma? A Dios ni le es imposible hacer madre a una mujer estéril, ni a una mujer virgen. De ambos estados Dios puede sacar fecundidad. La afirmación evangélica es tan rotunda e incuestionable que a María, una mujer tan llena de fe y de gracia, no le queda sino reconocer esta realidad, viéndose a sí misma como esclava del Señor, dispuesta en todo momento a aceptar su plan y a colaborar con él: Hágase en mí según tu palabra.

Lo que se anuncia en la Anunciación es, pues, una concepción y un nacimiento: el nacimiento del Enmanuel (según Isaías) y del Hijo del Altísimo (según san Lucas); pero el Enmanuel y el Hijo del Altísimo son el mismo, son el hijo de María Virgen, el concebido y dado a luz por ella sin concurso de varón, aquel a quien se le pondrá por nombre Jesús. Anunciar el nacimiento de Jesús es anunciar la venida en carne del Enmanuel, el Dios-con-nosotros; por tanto, anunciar la encarnación del Encarnado, esto es, del que no teniendo cuerpo, recibe un cuerpo que le ha sido preparado durante el tiempo de su gestación, por supuesto un cuerpo con alma, puesto que se trata de un cuerpo humano y viviente.

La anunciación anuncia, por consiguiente, la encarnación del Hijo de Dios, algo que acontece por la vía del nacimiento humano, que no por ser virginal deja de ser humano. Éste fue el modo en que Cristo (o el Enmanuel) entró en el mundo –como nos hace saber la carta a los Hebreos– para formar parte de él: recibiendo el cuerpo que le había sido preparado para llevar a cabo del mejor modo posible su misión; recibiendo el cuerpo para ofrendarlo en lugar de esos sacrificios y ofrendas que Dios no aceptaba, más aún, que había terminado por aborrecer. Pero ese cuerpo lo recibe de una mujer virgen (porque el mismo Dios así lo ha querido), y lo recibe naciendo de esta mujer. He aquí el misterio central de la fe cristiana, el misterio que distingue el cristianismo de cualquier otra religión, el misterio del Dios que entra en el mundo recibiendo un cuerpo para formar parte de él. Con este cuerpo podrá decir lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. Tal será la voluntad que le lleve –como indica Hebreos– a inmolarse (oblación) en el cuerpo recibido convirtiéndose en víctima expiatoria agradable a Dios.

Éste es el núcleo de la obra de la redención llevada a cabo por el Redentor. Todos los que tienen protagonismo en esta obra, empezando por el mismo Redentor, son conscientes de estar aquí, en este mundo y tiempo concretos, para hacer la voluntad de ese Dios que lo planifica todo con vistas a la salvación de todos; porque si Cristo, al entrar en el mundo, dice: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad, la mujer que propicia esta entrada con su maternidad dice también: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Nosotros, destinatarios al tiempo que colaboradores de esta salvación, no podemos decir otra cosa que lo que hemos oído de sus protagonistas principales. Se trata de secundar la voluntad salvífica de ese Dios que no persigue otra cosa que nuestro bien. Con este fin nos ha enviado a su Hijo como Enmanuel y como corpóreo, sirviéndose para ello de una mujer virgen, María, la llena de gracia y la bendita entre las mujeres. Tal es el misterio de la encarnación que hoy rememoramos. También a nosotros se nos ha dado un cuerpo (con alma) para entregarlo por la propia salvación y por la del mundo entero.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

El Colegio de los Obispos y su Cabeza

22. Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman un solo Colegio apostólico, de igual manera se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles. Ya la más antigua disciplina, según la cual los Obispos esparcidos por todo el orbe comunicaban entre sí y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz, y también los concilios convocados para decidir en común las cosas más importantes, sometiendo la resolución al parecer de muchos, manifiestan la naturaleza y la forma colegial del orden episcopal, confirmada manifiestamente por los concilios ecuménicos celebrados a lo largo de los siglos. Esto mismo está indicado por la costumbre, introducida de antiguo, de llamar a varios Obispos para tomar parte en la elevación del nuevo elegido al ministerio del sumo sacerdocio. Uno es constituido miembro del Cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio.

El Colegio o Cuerpo de los Obispos, por su parte, no tiene autoridad, a no ser que se considere en comunión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo, quedando totalmente a salvo el poder primacial de éste sobre todos, tanto pastores como fieles. Porque el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente. En cambio, el Cuerpo episcopal, que sucede al Colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral, más aún, en el que perdura continuamente el Cuerpo apostólico, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal, si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice. El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (cf. Jn 21, 15 ss); pero el oficio de atar y desatar dado e Pedro (cf. Mt 16,19) consta que fue dado también al Colegio de los Apóstoles unido a su Cabeza (cf. Mt 18, 18; 28,16-20). Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo. Dentro de este Colegio los Obispos, respetando fielmente el primado y preeminencia de su Cabeza, gozan de potestad propia para bien de sus propios fieles, incluso para bien de toda la Iglesia porque el Espíritu Santo consolida sin cesar su estructura orgánica y su concordia. La potestad suprema sobre la Iglesia universal que posee este Colegio se ejercita de modo solemne en el concilio ecuménico. No hay concilio ecuménico si no es aprobado o, al menos, aceptado como tal por el sucesor de Pedro. Y es prerrogativa del Romano Pontífice convocar estos concilios ecuménicos, presidirlos y confirmarlos. Esta misma potestad colegial puede ser ejercida por los Obispos dispersos por el mundo a una con el Papa, con tal que la Cabeza del Colegio los llame a una acción colegial o, por lo menos, apruebe la acción unida de éstos o la acepte libremente, para que sea un verdadero acto colegial.

Pero ¿interesa Jesús?

1.- Seguramente que, allá donde pasamos muchas horas cada día, la cuestión de la fe (ser cristiano y todo aquello que ello entraña) no capitaliza –ni mucho menos- el centro de atención de la conversación.

Tal vez, y puede ser un fallo grande o exponente una debilidad, sabemos hablar de todo pero nos cuesta hablar de Dios. Expresar nuestras convicciones religiosas. Manifestar nuestras creencias. Defender, si la situación lo requiere, la concepción que tenemos de la vida, de la familia y de la sociedad desde el Evangelio.

2. ¿Quién dice la gente que soy yo? Hay que quitar esa gran máscara del cristianismo vergonzante o de falsos respetos que, algunos de nosotros, podemos tener. La fe no la podemos reducir y enclaustrar exclusivamente a una vivencia interna. Con el Señor, en estos domingos precedentes, hemos comido el pan multiplicado, nos ha sacado del fango de las aguas turbulentas, nos ha sanado en numerosas ocasiones como lo hizo con la hija de la mujer cananea.

Viene el Señor, una vez más, y nos pregunta que qué pensamos de todo esto. De nuestra fe y de nuestra esperanza, de nuestro seguimiento y de nuestra entrega, de su persona y de sus palabras.

En un mundo mediatizado por la imagen, el Señor, no nos pregunta por sentirse inseguro. Lo hace porque tal vez, nosotros, no estemos seguros de a quién seguimos, quien es y por qué le seguimos.

3. – Aquí, hoy, podríamos poner encima de la mesa del altar las cartas de la verdad o de la falsedad de nuestras creencias. En nuestras conversaciones ¿cuántas veces hablamos de Dios? Con los amigos ¿cuando planteamos seriamente nuestra vida cristiana o el hecho de ser católicos y cristianos? Porque, en definitiva, de lo que abunda en el corazón se expresa en los labios.

En este año 2005, Año de la Eucaristía, nuevamente Jesús espera una respuesta: ¿Qué decimos sobre El? ¿Le conocemos profundamente o sólo superficialmente? ¿Escuchamos su Palabra o simplemente asistimos a su lectura? ¿Estamos en comunión con El, o somos unos amigos interesados que sólo lo saben vivir y sentir en ciertas celebraciones solemnes?

4.- Uno de los aspectos más negativos de nuestro tiempo es el relativismo. También, respecto a la persona de Jesús, ha hecho estragos este virus. No es difícil encontrar personas que digan que Jesús es un personaje formidable, fuera de serie, histórico pero…olvidan (tal vez no lo han sentido nunca) que ——Jesús, como Hijo de Dios, es sobre todo Salvador.

–Jesús no ha venido al mundo para ser coreado en pancartas y luego ser olvidado en el estilo de vida de los que nos decimos Creyentes.

–Jesús no ha nacido para que nos remitamos a las actas de la historia y comprobemos que, en verdad, existió.

–Jesús no ha irrumpido repentinamente para que lo ensalcemos como un defensor de las causas perdidas.

–Jesús, sobre todo, ha venido para que veamos en El, la mejor fotografía y el mejor rostro que Dios tiene: el amor.

Hoy, como Pedro entonces, nuestra iglesia (con contradicciones, deficiencias, limitaciones, dificultades, temperamento, carácter, etc.) sigue respondiendo: Tú, Señor, eres el Hijo de Dios.

Javier Leoz

¿Quién es Jesús para ti?

1.- Jesús formula la pregunta sobre su identidad en Cesarea, ciudad situada en la costa mediterránea y reconstruida por Filipo, hijo de Herodes el Grande. Lo hace en territorio semi-pagano y rodeado de sus discípulos. Estos tratan de dar una respuesta comenzando por lo que opina la gente de fuera de la comunidad. Sólo los que están dentro son capaces de responder adecuadamente. Y lo hace Pedro, como portavoz de los discípulos. Acierta plenamente cuando dice «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Probablemente en aquel momento no sabía lo que decía, pero acierta. También nosotros acertamos cuando repetimos de memoria lo que hemos aprendido en el catecismo sobre la divinidad de Jesús. Pero no es eso lo importante, lo que cuenta de verdad es si sabemos lo que decimos cuando decimos las palabras del Credo relativas al Hijo de Dios. Y sobre todo si lo que decimos con los labios lo seguimos con el corazón.

2. – La pregunta que hizo Jesús a sus discípulos nos la hace hoy a cada uno de nosotros: «¿Y tú, quién dices que soy yo?». Traducido en palabras más fáciles y concretas: «¿para ti, quién soy yo?». Para responder de verdad examina tu vida y contempla: ¿qué lugar ocupa en tu vida, en tus proyectos, en tus actos, en tu proyecto personal, Jesús de Nazaret? Porque no te está preguntando cuánto sabes de El, sino qué importancia tiene en tu vida. Dicen que un hombre contaba emocionado su experiencia de Jesucristo. Entonces un amigo le dijo: «Puesto que conoces a Jesús, sabrás decirme muchas cosas de El: dónde nació, en qué país vivió, qué trabajo tenía, cómo era su familia, qué es lo hacía o decía». Pero nuestro hombre no sabía qué decir. Simplemente, respondió así: «Mira, yo antes era un alcohólico, maltrataba a mi mujer y a mis hijos, perdí mi trabajo… Pero desde que conocí a Jesucristo dejé la bebida, encontré otro trabajo y en mi casa hay una gran paz. Esto se lo debo a Jesucristo, y esto es lo que yo conozco de El». Este hombre respondió muy bien a la pregunta de Jesús, porque lo hizo con su vida, no con teorías.

3. – Si somos sinceros hemos de reconocer que todavía no estamos convertidos a Jesucristo, porque todavía Jesús de Nazaret no ha entrado en nuestra vida. Tenemos un barniz de cristianos. Gandhi dijo que nos parecemos a una piedra arrojada al fondo de un lago. Por fuera parece que está mojada, pero el agua no ha penetrado sus poros. Así ocurre con nosotros cuando no dejamos que la Palabra de Dios penetre en nuestro interior y cuestione nuestra vida. Necesitamos tener experiencia de Jesucristo. ¿Estás dispuesto a seguir a Jesucristo? Si lo haces no te equivocarás y serás feliz. Plantéate en serio: ¿Quién es Jesús para ti?

José María Martín OSA

Dios, guía del proyecto humano

1.- Dios se revela en la historia, en los acontecimientos que marca dirección a la historia, en las concepciones sobre el hombre y la sociedad que, en el transcurso del tiempo, van saltando a la palestra de la vida como guías del proyecto humano. Para un creyente la afirmación de que Dios se revela en el acontecer profundo es un dato fundamental. Toda la revelación de Dios es una revelación histórica y ser creyente consiste en «interpretar» el designio de Dios sobre el mundo y las colectividades humanas en la sucesión de los fenómenos históricos. Dios se expresa o se manifiesta en «los signos de los tiempos». Dios habla, aparece y desafía a la querencia humana de absolutizar de una vez para siempre los niveles ya logrados. Esta decidida y comprometida voluntad de los creyentes de «interpretar» el designio renovador de Dios en los «signos de los tiempos» está dando lugar hoy a las teologías sobre las más diversas realidades humanas: teología del trabajo, teología de la cultura, teología de la violencia, teología del sexo, teología del amor…

2.- No se trata, sin embargo, de una moda de última hora. Una profunda conciencia del sentido teológico de la historia y de sus diferentes manifestaciones llevó al pensamiento cristiano a «interpretar» la escena del mundo, desde sus orígenes, como una revelación. La narración mítica del pecado original sirve de base a un dogma y los teólogos medievales, renovados en este punto por el concilio Vaticano II, llegan a hablar de la Iglesia como existente desde el justo Abel. A la luz de la fe en Dios y en su Enviado, Jesucristo, la teología «interpreta» la realidad social para descubrir en ella, en su pecado y en su humanización, al Dios que «es el origen, guía y meta del universo», como nos lo presenta hoy san Pablo en si carta a los cristianos de Roma, y rastrear el designio divino sobre cada momento histórico. No se pretende con esto, en modo alguno, negar la autonomía de lo temporal ni olvidar que los valores humanos tienen consistencia en sí mismos. Mucho menos aún se persigue encerrar al Absoluto de Dios en una interpretación relativista y fugaz. El objetivo es otro. se intenta rescatar la fe de una formulación meramente abstracta, teórica, ideológica y de evitar que la condición de creyente sea vista exclusiva o primordialmente como un hecho individualista. La fe no es una mera doctrina teórica de la salvación.

La explicitación dogmática es sólo uno de los momentos, necesario, es verdad, pero no exclusivo. La ortopraxis es esencial a la cristiana: la doctrina reclama para su credibilidad la verificación de la praxis, y ésta a su vez, es control y descubrimiento de la ortodoxia evangélica. A todo esto apunta el texto paulino que la liturgia nos brinda hoy. Caminos irrastreables los de Dios. Insondables sus decisiones. Abismal su generosidad, su sabiduría, su conocimiento. Nadie ha conocido «la mente de Dios». Nadie ha sido su consejero y nada tiene el hombre que de Él no lo haya recibido. Y, sin embargo, Dios «origen, meta y guía del universo», se ha revelado y se revela en la historia para que los hombres interpreten los acontecimientos a partir del primero de ellos: el acontecimiento Cristo.

3.- Esta «interpretación» ha de ser crítica o, con expresión paulina, discernidora para asumir en la historia lo que en ella se produce de dinamismo, con miras a unos mayores niveles de dignidad humana, de libertad, de verdad, de justicia y de paz. El creyente ha de discernir en la historia de cada época por donde discurre y cómo se posibilita más la liberación de la colectividad humana. La Palabra de Dios, la presencia permanente del Espíritu en el seno de la comunidad creyente y la autoridad jerárquica son «la llave del palacio de David» en expresión del profeta Isaías, o la llave del Reino de los cielos según el evangelio de san Mateo. A quienes confiesan que Jesús es «el Mesías, el Hijo de Dios vivo», se les procura la comprometida comprensión de por donde discurre el designio divino en los acontecimientos de la historia. De aquí la voluntad transformadora de la realidad social que incumbe a todo creyente.

Antonio Díaz Tortajada

Adhesión viva a Jesucristo

No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, devociones, experiencias, interpretaciones culturales… que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.

Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que somos nosotros. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta lo empequeñecemos y desfiguramos, incluso cuando tratamos de exaltarlo.

Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas o unas costumbres.

Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos atrae a una vida nueva. Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo.

Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude nuestras seguridades, privilegios y egoísmos. Una ternura que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y servidumbres.

Y, sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre. A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Solo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirlo.

Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, reproducir sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección. Y, sin duda, orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad».

José Antonio Pagola