II Vísperas – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros,
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 2Co 1, 3-4

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibidos de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. A ti, Simón Pedro, te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A ti, Simón Pedro, te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

Señor, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y de unidad entre los hombres
— y signo de salvación para todos los pueblos.

Protege, con tu brazo poderoso, al papa y a todos los obispos
— y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.

A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestra cabeza,
— y que demos testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.

Concede, Señor, al mundo el don de la paz
— y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Otorga a los que han muerto una resurrección gloriosa
— y haz que gocemos un día, con ellos, de las felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Simón Pedro y sus descalabros

Sin embargo, en la escena que nos relata el Evangelio de hoy y tratándose de Jesús, los principios generales se trastocan: Pedro intenta “ceñir” a Jesús, que es joven, para impedirle seguir adelante por un camino que a su parecer es un desvarío. De manera subliminal está queriendo obligarle a “extender las manos” y a dejarse llevar por otro menos alocado (“estos jóvenes…”) y más sensato.

La reacción de Jesús es virulenta: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”. Si ya el apelativo “Satanás” es fuerte, el reproche que sigue, si se traduce libremente es aún peor: “Eres en mi camino una piedra en la que pretendes que me estrelle”. El diagnóstico final es demoledor: “Piensas al modo humano, no según Dios” (Mc 8,33).

El tópico joven-que-hace-lo-que-le-viene-en-gana está saltando por los aires porque el joven Jesús ni va “a su bola”, ni camina “a su aire”, ni alardea de su “indomable libertad”. Es alguien que no solo “extiende sus manos” para dejarse conducir por Otro, sino que se “extiende” todo él como un lienzo en blanco sobre el que pintar, como un tapiz por tejer, como un lacre blando sobre el que imprimir un sello. Si de niño había ido creciendo “en edad, en sabiduría y en gracia” (Lc 2,52), de mayor va ha ido ensanchando su “pensar según Dios”, ha ido sintiendo la vida y escuchándola desde más allá de sí mismo para conformar su sentir con el de su Padre. Un día le llenó de alegría reconocer esa coincidencia: Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Lc 10, 22). Lo mismo que su antepasado Abraham, abandonaba la tierra familiar de lo que le habían dicho y enseñado y se adentraba en otra en la que solo importaba el “pensar” del Padre. Se había dado cuenta de que iban a una, como dos que caminan bajo el mismo yugo, unánimes y con-cordes en la inclinación de su corazón hacia los que carecían de saberes, de nombre y de significación. Eso le llenaba de alegría y nada vuelve tan audaz y tan determinado a alguien como el vivir en contacto con la fuente del propio júbilo.

Desconocía lo que era aferrarse a “disponer de sí” porque el deseo y la voluntad de Otro imantaban su querer y de ahí le venía esa despreocupación que, según él, había aprendido de los pájaros y de los lirios del campo que no se inquietan por el día de mañana. Había dejado de ocuparse de su propio camino, confiando en manos de Otro su trazado, su recorrido y su final y no consentía que nadie intentara desviarle de ahí. Lo habían avisado los Profetas: Su voz puede ser tan estremecedora como el rugido de un león (Am 1,3), sus celos, tan peligrosos como una osa si le quitan los cachorros (Os 13,8).

Así que Simón, hijo de Jonás, colega nuestro en la pretensión de querer torcer Sus caminos y traerle a los nuestros: más nos vale desistir en el intento porque saldremos descalabrados.

Con el Hijo hemos topado, amigo Simón.

Dolores Aleixandre

Solo si descubres tu verdadero ser, conocerás a Jesús

Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejan, no lo que entendieron mientras vivieron con él, sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocuparan por la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales de la primera comunidad. Esto no le quita importancia sino que se la da.

Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de los discípulos. Mejor sería decir que la diferencia sería entre lo que la gente y los discípulos pensaron de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él después de la Pascua. Mientras vivieron con él le mostraron una gran estima, pero no se dieron cuenta de la novedad que aportaba. A los discípulos les costó Dios y ayuda dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, a la del verdadero mesianismo que representaba Jesús. Solo después de Pascua consiguieron dar el paso.

Antes de esa experiencia, Pedro nunca pudo decir a Jesús que era el Hijo de Dios. Los judíos no tenían un concepto de Hijo de Dios en el sentido que hoy le damos. En el AT se llamaba hijo de Dios al rey, a los ángeles, al pueblo judío, pero en sentido simbólico. Para un judío lo más que se podía decir de un ser humano es que era el Ungido (Mesías). Los griegos sí tenían un concepto de Hijo de Dios. Gracias al contacto con la cultura griega, los cristianos pudieron expresar la experiencia pascual con el término ‘Hijo de Dios’.

A Jesús nunca le pasó por la cabeza el fundar una Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión distinta. Lo que quiso hacer con su mensaje, fue purificar la religión judía de todas las adheren­cias que la hacían incompatible con el verdadero Dios. Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino.

De Jesús, como ser humano concreto, sí podemos hablar adecuadamente, porque cae dentro de las posibilidades de nuestros conceptos. De lo divino que hay en Jesús, nada podemos decir con propiedad, porque escapa a nuestra capacidad intelectual. Pero lo divino se manifestó en su humanidad y aunque no podemos definirlo, podemos intuirlo. Si nos empeñamos en pensar lo divino y lo humano como diferentes, imposibilitamos una respuesta coherente. Si Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es porque es Dios. No hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo contrario, Dios está en lo humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud en lo divino, que ya es.

La respuesta que pone Mt en boca de Pedro parece, a primera vista, certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos los evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas de los evangelios. Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual. Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían los judíos; como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de su parte.

No podemos definir con dogmas a Jesús, pero tampoco podemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús, nunca lo descubriremos del todo. ¿Quién es este hombre? Todo intento de responder con fórmulas cerradas no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Jesús para mí. Del esfuerzo de los primeros siglos por comprender a Jesús, debemos hacer nuestras, no las respuestas que dieron sino las preguntas que se hicieron.

Dar por definitivas las respuestas de los primeros concilios nos ha sumido en la ruina. Lo que nos debe importar es descubrir la calidad humana de Jesús y descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma plenitud. Se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí? Si creemos que lo importante es la respuesta, como ya estaba dada, todos en paz y eso es lo grave. Hoy sabemos que lo importante es que sigamos haciéndonos la pregunta.

Desde el punto de vista doctrinal la historia se encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o afianzamos su humanidad y entonces se nos hace muy difícil aceptar que sea plenamente hombre y a la vez divino. Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico. Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con Jesús, haciendo nuestra su vivencia de Dios, comprenderemos lo que fue Jesús.

Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Mc y de Lc no dicen nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto exclusivo de Mt. Si tenemos en cuenta que Mt y Lc copian de Mc, descubriremos el verdadero alcance del relato de Mt. Lo añadido está colocado ahí con una intención determinada: Revestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás apóstoles.

Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia” para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mt, que leeremos dentro de dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Es curioso que en dos lugares tan próximos del mismo evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro y a la comunidad. Los textos no se contradicen, se complementan. La última palabra la tiene siempre la comunidad, pero esta tiene que tener un portavoz. Pedro, o su sucesor, cuando hablan expresando el común sentir de la comunidad, tienen la garantía de acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta.

Meditación

Ser cristiano significa responder a la pregunta de Jesús.
No de manera teórica y aprendida,
sino con las actitudes vitales que él me exige hoy.
En el momento que deje de hacerme la pregunta,
o si tengo ya la respuesta definitiva,
me he colocado fuera del camino.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

Son muchos a lo largo de la historia los que se han preguntado: ¿Quién es Jesús? O también: ¿Quién es este hombre que dice de sí mismo ser el Hijo de Dios o que tiene tan alta estima de sí mismo? La pregunta no es ociosa. El mismo Jesús se la hizo a sus discípulos en una doble manera: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

La primera era una pregunta descomprometida y de fácil respuesta. Bastaba hacer un pequeño sondeo entre sus contemporáneos para recabar información o simplemente tener abiertos los oídos a las opiniones que se dejaban sentir en el ambiente; y la opinión más generalizada es que se trataba de un profeta semejante a Elías o a su predecesor inmediato, Juan el Bautista. Es lo que se evidenciaba más en su actuación: su condición de profeta reformadorque buscaba rescatar lo más original y auténtico del judaísmo y que con sus acciones milagrosas confirmaba que Dios estaba con él y con sus pretensiones.

Pero Jesús no se limita a preguntarles quién dicen los otros -los de fuera, los menos comprometidos con su persona- qué es él. Les dirige una segunda pregunta mucho más directa, en cuya respuesta quedarán necesariamente implicados: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?¿También un profeta, como dicen los demás? ¿O algo más: un profeta que además es amigo, y maestro, y confidente; un hombre valiente y sincero, que merece ser imitado; un hombre fascinante, ante el cual no es posible mantenerse indiferente?

La pregunta no halló respuesta inmediata y colectiva. Se trataba de una pregunta singular, aunque estuviese formulada en plural (y vosotros), que exigía una respuesta personal. Cada uno podía tener su propia respuesta en razón de su propia percepción y experiencia particular. Además, requería una cierta deliberación. ¿Se habían parado a pensar quién era ese hombre por el que habían dejado tantas cosas? En este intervalo de tiempo, Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús ratifica su respuesta como revelación de DiosEso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Por semejante confesión, Pedro merece ser la piedra de su Iglesia. Será Iglesia suya, es decir, cristiano, todo aquel que confiese lo de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Los demás, los que digan: tú eres un profeta, o un maestro, o un hombre fascinante, etc., podrán seguir siendo judíos, o incluso ateos, y ello a pesar de que su admiración por Jesús sea muy grande.

Para ser cristianos de mente hay que pensar y decir de Jesús lo que dijo Pedro inspiradopor Dios Padre. Sólo así pensaremos de Jesús lo que Dios mismo piensa de él: Éste es mi Hijo, mi predilecto, el amado. Tal es el misterio encerrado en la vida de este hombre; tal es también la clave que nos permite entender en su totalidad la persona y misión de Jesús de Nazaret. Pero ¿tenía Pedro conciencia del alcance de sus palabras? Quizá no. Sin embargo, Dios había hablado por él. Y su palabra había que mantenerla en la memoria y profundizarla para descubrir progresivamente sus implicaciones con la asistencia del Espíritu Santo y el transcurrir de su propia existencia, hasta su consumación en su muerte y resurrección.

Decir: Tú eres el Mesías, era aludir a un personaje anunciado por los profetas desde antiguo: el Ungido por Dios para llevar a cabo su misión en el mundo: un personaje singular para una misión única; aquel sobre el que reposaba y permanecía el Espíritu de Dios; el que estaba investido de la potestad para llevar a cabo la misión divina de la salvación humana. Y ese personaje singular no podía ser un profeta más, un rabino entre otros, sino el Hijo de Dios vivo: no un hijo entre otros, sino el Hijo único, el Unigénito, dirá san Juan, engendrado, sí, pero no creado, dirá Nicea contra Arrio, que sostenía hasta la extenuación que el Hijo era sólo la primera criatura del Padre. Y desde aquella profesión de fe de Pedro, la Iglesia ha gastado muchas energías en defender la identidad de Jesús con el Hijo de Dios vivo. De esta confesión que se exige a todo bautizado ha hecho depender la eficacia de la obra salvífica del mismo Jesús en nosotros.

Pero decir: Tú eres el Hijo de Dios que vienes al mundo como Mesías y Salvador, exige de nosotros, los que profesamos este Credo, un serio compromiso de vida, que consiste en acogerle como Salvador de todo aquello que está exigiendo en nosotros liberación y darle a conocer como tal a todo el que lo desconoce o tiene de él una opinión deficiente, incompleta, una opinión que no es la que le fue revelada a Pedro por el Padre.

La piedra sobre la que está edificada la Iglesia le confiere a ésta un poder capaz de hacer frente al poder del infierno o del demonio. Al mismo Pedro le es otorgado el poder de las llaveso poder de gobierno en la Iglesia: poder de atar y desatar, poder de excluir y reconciliar, poder para imponer la excomunión y poder para levantarla, poder para declarar una doctrina conforme a la recta fe y poder para declararla heterodoxa, poder para mantener una determinada disciplina en la Iglesia y poder para modificarla, un poder que, según la promesa de Jesús, tendrá el refrendo del poder divino: lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Relaciones de los Obispos dentro de la Iglesia

23. La unión colegial se manifiesta también en las mutuas relaciones de cada Obispo con las Iglesias particulares y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte, los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso, cada Obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad.

Cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal. Pero en cuanto miembros del Colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, en virtud de la institución y precepto de Cristo, están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal. Deben, pues, todos los Obispos promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, instruir a los fieles en el amor de todo el Cuerpo místico de Cristo, especialmente de los miembros pobres, de los que sufren y de los que son perseguidos por la justicia (cf. Mt 5,10); promover, en fin, toda actividad que sea común a toda la Iglesia, particularmente en orden a la dilatación de la fe y a la difusión de la luz de la verdad plena entre todos los hombres. Por lo demás, es cierto que, rigiendo bien la propia Iglesia como porción de la Iglesia universal, contribuyen eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico, que es también el cuerpo de las Iglesias.

El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato, imponiéndoles un oficio común, según explicó ya el papa Celestino a los Padres del Concilio de Efeso. Por tanto, todos los Obispos, en cuanto se lo permite el desempeño de su propio oficio, están obligados a colaborar entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien particularmente le ha sido confiado el oficio excelso de propagar el nombre cristiano. Por lo cual deben socorrer con todas sus fuerzas a las misiones, ya sea con operarios para la mies, ya con ayudas espirituales y materiales; bien directamente por sí mismos, bien estimulando la ardiente cooperación de los fieles. Procuren, pues, finalmente, los Obispos, según el venerable ejemplo de la antigüedad, prestar con agrado una fraterna ayuda a las otras Iglesias, especialmente a las más vecinas y a las más pobres, dentro de esta universal sociedad de la caridad.

La divina Providencia ha hecho que varias Iglesias fundadas en diversas regiones por los Apóstoles y sus sucesores, al correr de los tiempos, se hayan reunido en numerosos grupos estables, orgánicamente unidos, los cuales, quedando a salvo la unidad de la fe y la única constitución divina de la Iglesia universal, tienen una disciplina propia, unos ritos litúrgicos y un patrimonio teológico y espiritual propios. Entre las cuales, algunas, concretamente las antiguas Iglesias patriarcales, como madres en la fe, engendraron a otras como hijas y han quedado unidas con ellas hasta nuestros días con vínculos más estrechos de caridad en la vida sacramental y en la mutua observancia de derechos y deberes. Esta variedad de las Iglesias locales, tendente a la unidad, manifiesta con mayor evidencia la catolicidad de la Iglesia indivisa. De modo análogo, las Conferencias episcopales hoy en día pueden desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta.

Lectio Divina – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

¡Pedro, tú eres piedra!
Piedra de apoyo, piedra de tropiezo
Mateo 16,13-20

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.

Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura

a) Una división del texto para ayudarnos en la lectura:

Mateo 16,13-14: Jesús quiere conocer la opinión de la gente
Mateo 16, 15-16: Jesús pregunta a sus discípulos, y Pedro responde por todos
Mateo 16, 17-20: Respuesta solemne de Jesús a Pedro

Mateo 16,13-20

b) Clave de lectura:

En el evangelio de este domingo, Jesús indaga sobre lo que la gente piensa con respecto a Él: ¿Quién dice la gente que sea yo?” Después de saber la opinión de la gente, quiere conocer la opinión de sus discípulos. Pedro, en nombre de todos, hace su profesión de fe. Jesús confirma la fe de Pedro. En el curso de la lectura, pongamos atención a lo siguiente: “¿Qué tipo de confirmación confiere Jesús a Pedro?»

c) El texto:

13 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» 14 Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» 15 Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» 16 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» 17 Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» 20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Cuál es el punto que te ha llamado más la atención? ¿Por qué?
b) ¿Cuáles son las opiniones de la gente con respecto a Jesús? ¿Cuál es la opinión de los discípulos y de Pedro sobre Jesús?
c) ¿Cuál es mi opinión sobre Jesús? ¿Quién soy yo para Jesús?
d) Pedro es piedra de dos modos ¿Cuáles? (cfr Mateo 16,21-23)
e) ¿Qué tipo de piedra soy yo para los demás? ¿Qué tipo de piedra es nuestra comunidad?
f) En el texto aparecen muchas opiniones diversas sobre Jesús. ¿Cuáles son las opiniones que existen en nuestra comunidad sobre Jesús?
g) ¿Cuál es la misión que de ello resulta para nosotros?

5. Para aquéllos que quieren profundizar más en el tema

a) Contexto en el cuál nuestro texto aparece en el Evangelio de Mateo:

* La conversación entre Jesús y Pedro recibe interpretaciones diversas y hasta opuestas en las distintas iglesias cristianas. En la Iglesia católica, se fundamenta el primado de Pedro. Por esto, sin disminuir de hecho el significado del texto, conviene colocarlo en el contexto del evangelio de Mateo, en el cual, en otros textos, las mismas cualidades conferidas a Pedro son atribuidas también casi todas a otras personas. No son exclusivas de Pedro.

* Es bueno siempre tener presente que el Evangelio de Mateo ha sido escrito hacia el final del primer siglo para las comunidades de Judíos convertidos que vivían en la Región de la Galilea y de la Siria. Eran comunidades que habían sufrido mucho y perseguidas por muchas dudas sobre su fe en Jesús. El Evangelio de Mateo trata de ayudarles a superar la crisis y a confirmarlas en la fe en Jesús Mesías, que ha venido a cumplir las promesas del Antiguo Testamento.

b) Comentario del texto:

Mateo 16, 13-16: Las opiniones de la gente y las de los discípulos con respecto a Jesús.
Jesús pide la opinión de la gente sobre él. Las respuestas son variadas: Juan Bautista, Elías, Jeremías, cualquier profeta. Cuando Jesús busca la opinión de los propios discípulos, Pedro se hace el portavoz y dice: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente!”. La respuesta de Pedro significa que reconoce en Jesús el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento y que en Jesús tenemos la revelación definitiva del Padre para nosotros. Esta confesión de Pedro no es nueva. Antes, después de haber caminado sobre las aguas, los otros discípulos habían ya hecho la misma profesión de fe: “¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!” (Mt 14,33). En el Evangelio de Juan, esta misma profesión de Pedro la hace Marta: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido al mundo!” (Jn 11,27).

Mateo 16,17: La respuesta de Jesús a Pedro: ¡Bienaventurado eres, Pedro!
Jesús proclama a Pedro “¡Bienaventurado!” porque ha recibido una revelación de parte del Padre. También en este caso la respuesta de Jesús no es nueva. Antes, Jesús había hecho una idéntica proclamación de felicidad a los discípulos por haber visto y oído cosas que antes ninguno sabía (Mt 13,16) y había alabado al Padre por haber revelado el Hijo a los pequeños y a los no sabios (Mt 11,25). Pedro es uno de estos pequeños a los que el Padre se revela. La percepción de la presencia de Dios en Jesús no viene “ de la carne ni de la sangre” o sea, no es fruto del mérito del esfuerzo humano, sino que es un don que Dios concede a quien quiere.

Mateo 16,18-20: Las atribuciones de Pedro:
Son tres las atribuciones que Pedro recibe de Jesús: (i) Ser piedra de apoyo (ii) recibir las llaves del Reino, y (iii) ser fundamento de la Iglesia.

i) Ser Piedra: Simón, el hijo de Jonás, recibe de Jesús un nombre nuevo que es Cefas, y este quiere decir, Piedra. Por esto, es llamado Pedro. Pedro debe ser piedra, o sea, debe ser fundamento seguro para la Iglesia a punto de ser atacada por las puertas del infierno. Con estas palabras de Jesús a Pedro, Mateo anima a las comunidades sufrientes y perseguidas de la Siria y la Palestina que veían en Pedro un jefe en el que apoyarse por sus orígenes. A pesar de ser comunidades débiles y perseguidas, tenían una base segura, garantizada por la palabra de Jesús. En aquel tiempo, las comunidades tenían lazos afectivos muy fuertes con las personas que habían contribuido al origen de la comunidad. Así, las comunidades de Siria y Palestina cultivaban sus lazos afectivos con la persona de Pedro. Las comunidades de Grecia con la persona de Pablo. Algunas comunidades de Asia Menor con la persona del discípulo Amado y otras con la persona de Juan el del Apocalipsis. Una identificación con estos jefes o líderes de su origen ayudaba a la comunidad a cultivar de la mejor manera posible su identidad y espiritualidad. Pero también podía servir de motivo de disputa, como en el caso de la comunidad de Corinto ( 1Cor 1,11-12).

Ser piedra como base de la fe evoca la palabra de Dios al pueblo en el destierro en Babilonia: “Escuchadme vosotros que andáis buscando la justicia, vosotros que buscáis al Señor; mirad a la roca de la que habéis sido tallados, a la cantera de la que habéis sido sacados. Mirad a Abrahám vuestro padre, y Sara que os dio a luz; porque sólo a él lo llamé yo, lo bendije y lo multipliqué” (Is 51,1-2). Aplicada a Pedro, esta cualidad de piedra-fundamento indica un nuevo comienzo del pueblo de Dios.

ii) Las llaves del Reino: Pedro recibe las llaves del reino para atar y desatar, o sea, para reconciliar las personas entre ellas y con Dios. He aquí que de nuevo el mismo poder de atar y desatar, se da no sólo a Pedro, sino también a los otros discípulos (Jn 20,23) y a las propias comunidades (Mt 18,18). Uno de los puntos en el que más insiste el Evangelio de Mateo es la reconciliación y el perdón (Mt 5,7.23-24.38-42.44-48; 6,14-15; 18,15-35). En los años 80 y 90, en la Siria, a causa de la fe en Jesús, había muchas tensiones en las comunidades y muchas divisiones en las familias. Unos lo aceptaban como Mesías y otros no, y esto era motivo de muchas tensiones y conflictos. Mateo insiste en la reconciliación. La reconciliación era y continúa siendo uno de los deberes más importantes de los coordinadores y coordinadoras de las comunidades actuales. Imitando a Pedro, ellos deben atar y desatar, o sea, hacer todo lo posible para que se dé la reconciliación, aceptación mutua, construcción de la verdadera fraternidad “¡Setenta veces siete!” (Mt 18,22)

iii) La Iglesia: La palabra Iglesia, en griego eklésia, aparece 105 veces en el NT, casi exclusivamente en las Actas de los Apóstoles y en las Cartas. Sólo tres veces en los evangelios y allí, sólo en el evangelio de San Mateo. La palabra significa literalmente “convocada” o elegida”. Significa el pueblo que se reúne convocado por la palabra de Dios, y trata de vivir el mensaje del reino que Jesús viene a traernos. La Iglesia o la Comunidad no es el Reino, sino un instrumento o una indicación del Reino. El Reino es más grande. En la Iglesia, en la comunidad, se debe o se debería hacer ver de todos, lo que sucede cuando un grupo humano deja reinar a Dios y deja que sea “señor “ en su vida.

c) Profundizando:

i) Un retrato de San Pedro:

Pedro, que era pescador de peces, se convirtió en pescador de hombres.(Mt 1,17). Estaba casado (Mc 1,30). Era un hombre bueno, muy humano. Era el “líder” natural entre los doce primeros discípulos de Jesús. Jesús respeta este liderazgo y hace de Pedro un animador de su primera comunidad (Jn 21,17). Antes de entrar en la comunidad de Jesús, Pedro se llamaba Simón Bar Jona (Mt 16,17), o sea, Simón , hijo de Jonás. Jesús lo llama Cefas o Piedra (Jn 1,42) que después se convierte en Pedro (Lc 6,14)

Por su naturaleza y por su carácter, Pedro podía serlo todo, menos piedra. Era valiente en el hablar, pero en el momento del peligro se dejaba dominar del miedo y huía. Por ejemplo, la vez en la que Jesús caminaba por las aguas, Pedro le dice: “¡Jesús, deja que yo también camine sobre las aguas!” Jesús le dice: “¡Puedes venir, Pedro!” Pedro sale de la barca y empieza a caminar sobre las aguas. Pero apenas ve una ola alta, se atemorizó, perdió la confianza, comenzó a hundirse y gritó: “¡ Señor, sálvame”! Jesús le dio seguridad y lo salvó (Mt 14,28-31). En la última cena, Pedro dice a Jesús: “¡No te negaré nunca, Señor!” (Mc 14,31, pero pocas horas después, en el palacio del Sumo Sacerdote, delante de una criada, cuando Jesús ya había sido arrestado, Pedro negó con juramento que no tenía nada que ver con Jesús (Mc 14,66-72). Cuando Jesús se encontraba en el Huerto de los Olivos, Pedro saca la espada (Jn 18,10), pero termina huyendo, dejando a Jesús solo. (Mc 14,50) Por su naturaleza, Pedro ¡no era Piedra! Pero este Pedro tan débil y humano, tan semejante a nosotros se convierte en piedra, porque Jesús ruega por él y dice “Pedro, he rogado por ti, para que tu fe no decaiga y tú una vez seguro, confirma a tus hermanos!” (Lc 22,31-32) Por esto Jesús podía decir: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16.18). Jesús lo ayuda a ser piedra. Después de la resurrección, en Galilea, Jesús se aparece a Pedro y le pide dos veces: “Pedro, ¿me amas? Y Pedro responde dos veces: “¡Señor , tú sabes que te amo!” (Jn 2115.16 Cuando Jesús le dirige la pregunta por tercera vez, Pedro se entristece. Quizás recordó que había negado a Jesús por tres veces. A la tercera vez, responde: “¡Señor, tú lo sabes todo! ¡Tú sabes que te amo mucho! Y es entonces cuando Jesús le confía el cuidado de sus ovejas, diciendo: “¡Pedro, apacienta mis ovejas!” (Jn 21,17) Con la ayuda de Jesús, la firmeza de la piedra crece en Pedro y se revela en el día de Pentecostés.

En el día de Pentecostés, después de la venida del Espíritu Santo, Pedro abrió las puertas de la sala donde estaban todos reunidos, echada la llave por temor a los Judíos (Jn 20,19), se arma de valor y comenzó a anunciar la Buena Noticia de Jesús a la gente (Act 2,14,40). ¡ Y no se cansaba de hacerlo! Gracias a este anuncio valeroso de la resurrección, fue llevado a la cárcel (Act 4,3). Durante el interrogatorio, se le prohíbe anunciar la Buena Noticia (Act 4,18), pero Pedro no obedece a la prohibición. Decía: “Sabemos que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres” (Act 4,19; 5,29) Fue arrestado de nuevo (Act 5,18.26). Torturado (Act 5,40). Pero él dice. “¡Gracias. Pero continuaremos!” (cf Act 5,42).

Cuenta la tradición, que al final de su vida, en Roma, Pedro fue arrestado y condenado a muerte y a la muerte de cruz. Él pidió ser crucificado con la cabeza hacia abajo. Creía que no era digno de morir como Jesús. ¡Pedro fue fiel a sí mismo hasta el final!

ii) Completando el contesto: Mateo 16,21-23

Pedro había confesado: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente!” Él pensaba en un Mesías glorioso, y Jesús lo corrige: “Es necesario que el Mesías sufra y muera en Jerusalén”. Diciendo que “es necesario”, indica que el sufrimiento ya estaba previsto en las profecías (Is 53,2-8). Si Pedro acepta a Jesús como Mesías e Hijo de Dios, debe aceptarlo como el Mesías siervo que será enviado a la muerte. No sólo el triunfo de la gloria, sino también el camino de la cruz. Pero Pedro no acepta la corrección y trata de disuadirlo.

La respuesta de Jesús es sorprendente: “¡Lejos de mí , Satanás! ¡Tú me sirves de tropiezo, porque no piensas como Dios, sino según los hombres!” Satanás es aquel que nos separa del camino que Dios nos ha trazado. Literalmente, Jesús dice: “¡Ponte detrás! (“Vade retro”) Pedro quería ponerse delante e indicar la dirección. Jesús le dice: ¡Ponte detrás de mí! Quien indica la ruta y la dirección no es Pedro, sino Jesús. El discípulo debe seguir al maestro. Debe vivir en una continua conversión.

La palabra de Jesús es también una llamada para todos aquéllos que guían las comunidades. Ellos deben “seguir” a Jesús y no ponerse delante de él como quería hacer Pedro. No son ellos a indicar la dirección y la ruta. De otra manera, no son piedra de apoyo, sino que se convierten en piedra de escándalo, de tropiezo. Así eran algunos “líderes” de las comunidades en la época de Mateo, llenas de ambigüedad. ¡Así sucede entre nosotros incluso hoy!

6. Salmo 121

Mi auxilio viene de Yahvé

Alzo mis ojos a los montes,
¿de dónde vendrá mi auxilio?
Mi auxilio viene de Yahvé,
que hizo el cielo y la tierra.

¡No deja a tu pie resbalar!
¡No duerme tu guardián!
No duerme ni dormita
el guardián de Israel.

Es tu guardián Yahvé,
Yahvé tu sombra a tu diestra.
De día el sol no te herirá,
tampoco la luna de noche.
Yahvé te guarda del mal,
él guarda tu vida.
Yahvé guarda tus entradas y salidas,
desde ahora para siempre.

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Pedro, entre Dios y Satanás

1.- Lo que piensa la gente

Camino de Cesarea de Felipe, muy al norte de Israel, Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» La expresión aramea bar enosh, podríamos traducirla con minúscula y con mayúscula.

Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6), etc.

Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).

La gente que escuchaba a Jesús podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista). Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era intencionadamente ambiguo.

2.- Lo que afirma Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Estamos tan acostumbrados a escuchar la respuesta de Pedro que nos parece normal. Sin embargo, de normal no tiene nada. Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social (justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina.

3.- Las promesas de Jesús a Pedro

Esta tercera parte es exclusiva de Mateo. En los evangelios de Marcos y Lucas, el pasaje de la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe termina con las palabras: «Prohibió terminantemente a los discípulos decirle a nadie que él era el Mesías». Sin embargo, Mateo introduce aquí unas palabras de Jesús a Pedro.

Comienzan con una bendición, que subraya la importancia del título de Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. No es un hereje ni un loco, sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la memoria lo dicho en 11,25-30: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Padre se lo quiere revelar».

Basándose en esta revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica unas promesas: 1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia; 2) le dará las llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida en la tierra será refrendado en el cielo.

Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT, la «roca» es Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que difícilmente podrían haber inventado los cristianos posteriores. (La escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las palabras «y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» se refiere a él mismo, no a Pedro, es poco seria).

La segunda afirmación («te daré las llaves del Reino de Dios») se entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín, tema de la primera lectura de hoy: «Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá». Se concede al personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y cerrar, sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es la misma.

El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a Pedro está en función de esta idea.

¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Le guía una intención eclesiológica, para indicar cómo concibe Jesús a su comunidad? ¿O tienen una finalidad mucho más práctica? Ambas ideas no se excluyen, y la teología católica ha insistido básicamente en la primera: Jesús, consciente de que su comunidad necesita un responsable último, encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.

Es posible que haya también de fondo una idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era «el Papa», ni gozaba de la «infalibilidad pontificia», las palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos. «Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Es Pedro el que ha recibido la máxima autoridad y el que tiene la decisión última.

Apéndice 1. El papel de Pedro en la iglesia primitiva

Un detalle común a las más diversas tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a Pedro. El dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él» (Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional de Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a los judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).

Esta primacía de Pedro queda reflejada en diversos episodios de los distintos evangelios. Basta recordar el triple encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo.

Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo».

Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?

Lo anterior ayuda a responder una pregunta elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de Jesús a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del evangelista? Así piensan muchos autores.

Pero el término «invento» se presta a confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores antiguos tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro, como he intentado demostrar en mi libro Satán contra los evangelistas. Para nosotros, la verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de historia se presentan como verdaderos, aunque mienten en lo que cuentan y en la forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía envolver en un ropaje de ficción.

La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas, Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús. Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que leeremos el próximo domingo.

José Luis Sicre

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

1.- Cefas, o Kefas, ya no se llamará así. Va a recibir el nombre de Piedra, de Pedro. Cambiar el nombre de alguien entre los judíos era darle un destino o una misión. Jesús quiere que Cefas sea la piedra que aguante la organización de su Iglesia. La referencia del capitulo 22 del Libro de Isaías narra que Eliacín va a recibir la llave del palacio de David. Eso significa tener el poder sobre el mismo y su control presente y futuro. También cambiará su nombre. Mateo narra de manera muy precisa la consagración de Cefas como primado de la Iglesia, como garante de llaves del Reino, como primer Papa. La promesa de Jesús no es solo relativa a un «cargo», incluye la permanencia de la Iglesia ante los avatares históricos y ante los ataques de sus enemigos. Pero además esa Iglesia vive dentro de una relación de continuidad con el cielo. La fórmula utilizada por Jesús es, como decíamos, muy precisa: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». Estamos, pues, ante una realidad muy importante, que no viene de un capitulo organizativo humano. El Papado es una institución del mismo Cristo y esto no tiene discusión.

2.- «¿Quien dice la gente que es el Hijo del Hombre?». Es una pregunta interesante que, como muy bien expresa la Monición sobre las lecturas que leemos hoy, deberíamos hacernos cada uno. Y, sobre todo, preguntarnos que es Jesús para nosotros. Ha de ser una pregunta dirigida a una nuestra propia intimidad y contestada también en comunión, en la deseada «común-unión» en la que deberíamos vivir todos los cristianos. Pero ocurre que, a veces, no nos hacemos esa pregunta por miedo a encontrar respuesta. Sí, por temor a encontrar una contestación que cambie nuestra vida. Es posible que vivamos «adecuadamente» con nuestro «cristianismo de salón», que no sale más allá de unas cuantas prácticas religiosas o de la asistencia a alguna misa dominical. Y no es eso. Si nosotros –cada uno de nosotros–, como Pedro, expresamos en nuestro interior que Jesús es el Mesías esa impronta saldrá fuera y nos hará confesar por calles y plazas que él es el Cristo. Jesús le dice a Pedro que tal sabiduría se la ha inspirado su Padre que está en el Cielo.

¿Tenemos la «puerta abierta» de nuestro espíritu para que el Padre nos hable? Si nuestra alma está cerrada a las inspiraciones de Dios será porque estaremos demasiado preocupados con lo material e inmediato. Y eso sería un grave problema. A veces nosotros mismos acusamos a la Iglesia de ser una organización fuerte y pesada, ocupada en administrar las cosas del mundo. ¿Y no será que es nuestra vida la que está empapada de deseos de poder mundano, de dinero, de éxito temporal, de dominio y que es, precisamente, todo ello lo que nos impide escuchar a Dios?

3.- La densidad positiva del párrafo del capítulo XVI del Evangelio de Mateo reside, por un lado en el reconocimiento inmediato y espontáneo, por parte de Pedro, de la auténtica misión de Jesús. Y a partir de ahí, recibe el encargo de soportar, como piedra fundamental, todo el peso de la organización presente y futura de la Iglesia de Cristo. Tanto en el reconocimiento de Pedro sobre la auténtica identidad de Jesús, como respecto a la dignidad que le otorga Cristo, en ambas circunstancias está presente el Padre y su Espíritu inspirador. Por ello, el contenido trinitario de la escena es más que evidente. No es, por tanto, una fundación humana. La Iglesia es una realidad transcendente basada en la presencia, dentro de la misma, de Dios. Pero ello, a su vez, hay que asumirlo con enorme humildad y no usarlo como arma arrojadiza contra los hermanos de otras Iglesias o de otros credos. Sabemos que la Iglesia es de Dios, pero no será «nuestra» en la medida que no seamos inspirados por el Padre. No tenemos títulos propios para ocupar puesto alguno en la Iglesia, sólo los que nos dan la benevolencia y la sabiduría de Dios.

4.- ¿Merecemos los hombres los dones de Dios? ¿Era Pedro el más adecuado para recibir las llaves del Reino? La respuesta la tiene San Pablo en su Carta a los Romanos. Es tan breve el párrafo que hemos leído hoy, que merece la pena repetirlo ahora y hacer luego, ya en casa, su lectura más reposadamente. Dice Pablo: «¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos». Solo la generosidad de Dios podría ofrecer a un humano una misión tan importante y sólo, asimismo, esa misma generosidad ha podido hacernos participes de una realidad transcendente, y continua en lo eterno, como lo es la Iglesia. Debemos meditar sobre nuestra relación con Dios y no «materializarla» a nivel de un rito desprovisto de toda comunicación real. El Señor, por generosidad, quiso quedarse en la Eucaristía. Está muy cerca de nosotros. Al menos una vez al día –aunque solo sea una vez al día– deberíamos pensar que esta Iglesia es obra de sus manos y que nuestra presencia en ella es continuidad de un designio divino.

Ángel Gómez Escorial

Tres palabras

Los que tenemos más de 50 años seguramente recordemos un bolero muy conocido, “Tres palabras”, una de cuyas estrofas dice: “Con tres palabras te diré todas mis cosas. Cosas del corazón que son preciosas”. La letra de este bolero nos recuerda algo: que para expresar lo mejor o lo más bonito, no hace falta hacer grandes discursos; con pocas palabras se puede decir mucho y llegar al corazón.

Cuando nos preparamos la Eucaristía, normalmente nos centramos en la Palabra de Dios, y no solemos fijarnos en las oraciones, prefacios… Por eso, es fácil que hoy hayamos pasado por alto que, desde el comienzo de la Eucaristía, en la oración colecta, han aparecido tres palabras: amor, esperanza y alegría. Son tres palabras que, como en el bolero, por sí solas, ya nos están “diciendo” muchas cosas, cosas preciosas, y con ellas ya tendríamos para un buen rato de oración.

Pero estas tres palabras no están expresando unos sentimientos o deseos genéricos, abstractos… Estas tres palabras son las que deben caracterizar a un auténtico cristiano, a quien quiera seguir a Cristo, y por eso van acompañadas de un contenido muy concreto: “Amor a tus preceptos”, “esperanza en tus promesas”, “verdadera alegría”. Y todo esto debe salirnos del corazón.

El auténtico seguidor de Cristo no cumple los preceptos del Señor como una obligación ni como una imposición; los cumple por amor, porque sabe que lo que el Señor nos pide es porque nos ama, porque quiere nuestro mayor bien y felicidad, y respondemos a su amor con amor, porque ése es el precepto que nos dejó el Señor: Amaos unos a otros como yo os he amado (Jn 15, 12).

El auténtico seguidor de Cristo espera que Dios cumpla sus promesas. Como dijo Benedicto XVI en “Spe Salvi”: “Se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (1). Dios nos ha prometido la Resurrección y la vida eterna, y nosotros esperamos esa promesa, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. (Rom 5, 5).

El auténtico seguidor de Cristo vive la verdadera alegría, que no es un sentimiento, sino “la alegría del Evangelio, que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG 1). Es la alegría que brota del encuentro con el Resucitado, que ha vencido la muerte y por eso es la verdadera alegría que se mantiene aun en medio de las dificultades, porque nos lo prometió el Señor:
volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. (Jn 16, 22)

Con estas tres palabras, amor, esperanza, alegría, expresamos y sintetizamos lo que es ser cristiano. Pero para que les demos todo su contenido, el Señor nos cuestiona como hemos escuchado en el Evangelio: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y no vale dar una respuesta “aprendida”, “de Catecismo”: debemos responderle de corazón, como Pedro, y también con pocas palabras: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Si alguien me preguntase qué caracteriza a un cristiano, ¿qué palabras utilizaría? Durante la Eucaristía, ¿presto atención a las oraciones y otros textos litúrgicos, o “desconecto”? ¿Entiendo los preceptos de Dios como una obligación, o como una muestra de su amor? ¿Me fío realmente de que Dios va a cumplir sus promesas? ¿Experimento la alegría del Evangelio, aunque esté pasando dificultades? Si alguien me preguntase, ¿sabría responder, con mis palabras, quién es Jesús para mi?

No hacen falta muchas palabras para expresar las cosas más importantes y llegar al corazón de las personas. Tampoco en lo referente a Dios hacen falta muchas palabras; de hecho, el Apóstol san Juan lo definió con una palabra: Dios es amor (1Jn 4, 8), un amor manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro y del que nada podrá apartarnos (cfr. Rom 8, 39).

Para tener esta experiencia de Dios, hagamos nuestras las tres palabras de la oración colecta: que el Señor nos inspire el amor a sus preceptos y la esperanza en sus promesas, para que en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría.

Comentario al evangelio – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

CONTRA LOS ADMINISTRADORES LISTILLOS


• En los remotos tiempos del profeta Isaías también ocurrían cosas bastante «feas». En la cosa pública (sean los tribunales de justicia, sea la administración de impuestos, sean los cargos y nombramientos en el Templo…) se daban escándalos, abusos de poder, derroche del dinero público, corrupción administrativa, enchufes y favoritismos. Había personajes hábiles, con muy escasa conciencia y menos escrúpulos, ambiciosos, que se aprovechaban de sus cargos públicos, y de sus buenos contactos para hacer fortuna a la sombra complaciente de palacio, o de cualquiera que pudiera facilitar sus fines.

Como éste Sobna, de cuyos turbios negocios nos habla Isaías. Se trata de un «mayordomo de palacio» (quizá para entendernos, sería más adecuado llamarle «Administrador», o Primer Ministro o Jefe de la Casa Real…) Así nos lo han descrito: ambición desenfrenada, delirios de grandeza, intrigas, negocios turbios, aprovechando su cargo, y sirviendo aparentemente al rey y a su pueblo… Pero solo aparentemente. 

Sobna estaba preocupado y ocupado por dejar huella en la historia, a pesar de haber ensuciado él mismo su nombre; deseaba ser recordado y honrado por las generaciones venideras. Para lo cual había proyectado construir un grandioso monumento funerario. Hoy quizá habría optado por un aeropuerto, un gran rascacielos, algún puente faraónico, un muro o incluso alguna estación espacial. ¡Quién sabe!

Al mismo tiempo, a los numerosos pobres de su entorno simplemente les costaba trabajo sobrevivir. Era su responsabilidad cuidarlos en nombre del rey (y de Dios), pero lo que realmente le interesaba era su propia tumba, perpetuar su nombre. No es difícil encontrar hoy personajes parecidos similares. 

Bueno, pues, ante este «Administrador» impresentable, Dios tomó partido inmediatamente. Y  dijo «basta». Y es que a Dios le importan los temas políticos, económicos, sociales. Y especialmente aquellos que no cumplen éticamente con sus responsabilidades. Si el domingo pasado subrayábamos la importancia del derecho y la justicia, hoy podemos añadir la honestidad, la ética, la austeridad, el olvido de sí de quienes tienen responsabilidades que cumplir. 

En los últimos tiempos venimos comprobando como, desde todo el arco parlamentario, se pretende recluir la fe en el ámbito prohibido, diciendo que Dios y los cristianos no tienen que meterse en política, que hay que respetar a los que piensan distinto… y abstenerse de defender los propios valores. Sería coherente que se lo aplicasen ellos mismos, a sus distintas ideas políticas e ideológicas. También ocurre que algunos grupos o líderes políticos pretenden «adueñarse de Dios» para justificar sus posturas que poco o nada tienen que ver con Dios… Porque a Dios le importa el pobre, el emigrante, el huérfano, el anciano, el sin-papeles, el enfermo, los pueblos nativos sin recursos…

Y en cuanto a la fe, no se la puede convertir en un asunto privado, espiritualoide o de la otra vida… Tiene que afectar a las leyes, a la economía, a la política, a la ecología… a todo… si bien los creyentes no tenemos las soluciones para tantos problemas, y por eso podemos y debemos colaborar con todas las iniciativas que procuren un mundo más humano, más justo, más libre, más pacífico, más fraterno… apartándonos  (y hasta denunciando) las que pretenden todo lo contrario. 

• En cuanto al Evangelio:

Los seres humanos solemos percibir la realidad desde nuestras expectativas, necesidades, situaciones personales, formación cultural y religiosa, vivencias y experiencias, intereses… Estos son nuestros filtros, conscientes o inconscientes. Y Jesús quiere hacer un «feedback», una valoración de lo que la gente ha podido captar de sus palabras y obras, qué les ha quedado de todo su empeño misionero. Es una tarea necesaria siempre, y en los agentes de pastoral también. El balance que le presentan sus discípulos no es alentador. Ya algunos grupos judíos han empezado a tomar distancia de  Jesús, decepcionados cuando no escandalizados. La «gente» no anda demasiado desencaminada, pero su percepción del Maestro es muy incompleta. A partir de aquí Jesús cambiará de «estrategia» para pasar a centrarse casi exclusivamente en el grupo de sus discípulos.

Pero también quiere sondearles a ellos. La pregunta no se dirige al terreno intelectual o teológico…: ¿Qué habéis percibido de mí en el trato personal, qué ha supuesto para vosotros el seguirme, el escucharme, el estar conmigo…? ¿En qué habéis cambiado personalmente, cómo estoy influyendo en  vuestras vidas. Digamos que es una pregunta «existencial», que solo uno mismo puede responder, y para la que no hay respuestas hechas.

Pedro se adelante a responder a modo de portavoz de todo el grupo y hace toda una declaración breve, pero profunda sobre Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo«. Es una respuesta bastante más completa que la que dieron en la barca, después de la tempestad. Y esa declaración de fe será el cimiento, la piedra, sobre la que Jesús levantará su futura Iglesia («mi Iglesia»). Pero hay que decir que, a pesar de la bienaventuranza de Jesús dirigida a Pedro… su confesión necesita ser purificada. Su concepto de «Mesías» habrá de modificarse mucho a prtir de la experiencia pascual (el fracaso, el rechazo, la cruz y la resurrección), dejando a un lado muchas connotaciones y expectativas que no coinciden con el proyecto de Jesús.

Nunca tenemos cerrada y completa nuestra experiencia de fe. Lo que «decimos» de Jesús tiene que seguir madurando. Lo que digamos ha de ser experiencia personal vivida. Y la fe eclesial/comunitaria de los apóstoles y la revelación progresiva de Dios (ni la carne ni la sangre) lo irán haciendo posible… si no nos encerramos en nuestras ideas y subjetivismos personales. Nuestra fe es siempre eclesial/comunitaria, aun cuando sea (debe serlo) personal.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

Imagen de José María Morillo