Vísperas – San Bartolomé

VÍSPERAS

SAN BARTOLOMÉ, apóstol

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Benditos son los pies de los que llegan
para anunciar la paz que el mundo espera,
apóstoles de Dios que Cristo envía,
voceros de su voz, grito del Verbo.

De pie en la encrucijada del camino
del hombre peregrino y de los pueblos,
es el fuego de Dios el que los lleva
como cristos vivientes a su encuentro.

Abrid pueblos, la puerta a su llamada,
la verdad y el amor son don que llevan;
no temáis, pecadores, acogedlos,
el perdón y la paz serán su gesto.

Gracias, Señor, que el pan de tu palabra
nos llega por tu amor, pan verdadero,
gracias, Señor, que el pan de vida nueva
nos llega por tu amor, partido y tierno. Amén.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en las pruebas.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en las pruebas.

SALMO 125

Ant. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
´»el Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.

CÁNTICO de EFESIOS

Ant. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

LECTURA: Ef 4, 11-13

Cristo ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

RESPONSORIO BREVE

R/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

R/ Sus maravillas a todas las naciones.
V/ La gloria del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel.

PRECES

Hermanos, edificados sobre el cimiento de los apóstoles, oremos al Padre por su pueblo santo, diciendo:

            Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.

Padre santo, que quisiste que tu Hijo, resucitado de entre los muertos, se manifestara en primer lugar a los apóstoles,
— haz que también nosotros seamos testigos de Cristo hasta los confines del mundo.

Padre santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena Noticia a los pobres,
— haz que el evangelio sea proclamado a toda la creación.

Tú que enviaste a tu Hijo a sembrar la semilla de la palabra,
— danos también a nosotros sembrar tu semilla con nuestro trabajo, para que, alegres, demos fruto con nuestra perseverancia.

Tú que enviaste a tu Hijo para que reconciliara el mundo contigo,
— haz que también nosotros cooperemos a la reconciliación de los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que has sentado a tu Hijo a tu derecha, en el cielo,
— Admite a los difuntos en tu reino de felicidad.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Afianza, Señor, en nosotros aquella fe con la que san Bartolomé, tu apóstol, se entregó sinceramente a Cristo, y haz que, por sus ruegos, tu Iglesia se presente ante el mundo como sacramento de salvación para todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – San Bartolomé

1) Oración inicial 

¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Juan 1,45-51
Al día siguiente, Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.» Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

3) Reflexión

• Jesús volvió para Galilea. Encontró a Felipe y le llamó: ¡Sígueme! El objetivo del llamado es siempre el mismo:»seguir a Jesús” Los primeros cristianos insistieron en conservar los nombres de los primeros discípulos. De algunos conservaron hasta los apellidos y el nombre del lugar de origen. Felipe, Andrés y Pedro eran de Betsaida (Jn 1,44). Natanael era de Caná (Jn 22,2). Hoy, muchos olvidan los nombres de las personas que están en el origen de su comunidad. Recordar los nombres es una forma de conservar la identidad.
• Felipe encuentra Natanael y habla con él sobre Jesús: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y también los profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret». Jesús es aquel hacia quien apuntaba toda la historia del Antiguo Testamento.
• Natanael pregunta: «Pero, ¿puede salir algo bueno de Nazaret?” Posiblemente en su pregunta emerge la rivalidad que acostumbraba existir entre las pequeñas aldeas de una misma región: Caná y Nazaret. Además de esto, según la enseñanza oficial de los escribas, el Mesías vendría de Belén en Judea. No podía venir de Nazaret en Galilea (Jn 7,41-42). Andrés da la misma respuesta que Jesús había dado a los otros dos discípulos: “¡Ven y verá!» No es imponiendo sino viendo que las personas se convencen. De nuevo, ¡el mismo proceso: encontrar, experimentar, compartir, testimoniar, llevar a Jesús!
• Jesús ve a Natanael y dice: «¡Ahí viene un verdadero israelita, sin falsedad!» Y afirma que ya le conocía, cuando estaba debajo de la higuera. ¿Cómo es que Natanael podía ser un «auténtico israelita” si no aceptaba a Jesús como Mesías? Natanael «estaba debajo de la higuera». La higuera era el símbolo de Israel (cf. Mi 4,4; Zc 3,10; 1Re 5,5). Israelita auténtico es aquel que sabe deshacerse de sus propias ideas cuando percibe que no concuerdan con el proyecto de Dios. El israelita que no está dispuesto a esta conversión non es ni auténtico, ni honesto. El esperaba al Mesías según la enseñanza oficial de la época (Jn 7,41-42.52). Por esto, inicialmente, no aceptaba a un mesías venido de Nazaret. Pero el encuentro con Jesús le ayudó a percibir que el proyecto de Dios no siempre es como la gente se lo imagina o desea que sea. El reconoce su engaño, cambia idea, acepta a Jesús como mesías y confiesa: «¡Maestro, tu eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel!» La confesión de Natanael no es que el comienzo. Quien será fiel, verá el cielo abierto y los ángeles que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre. Experimentará que Jesús es la nueva alianza entre Dios y nosotros, los seres humanos. Es la realización del sueño de Jacob (Gén 28,10-22).

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuál es el título de Jesús que más te gusta? ¿Por qué?
• ¿Tuviste intermediario entre tú y Jesús?  

5) Oración final

Yahvé es justo cuando actúa,
amoroso en todas sus obras. (Sal 145,17)

Si alguno quiere venir en pos de mí…

Ponte detrás de mí, Satanás

Esta llamada de atención de Jesús sigue siendo de actualidad para todos sus seguidores en cualquier lugar y momento de su vida. Acabamos de rubricar en la celebración del domingo anterior las palabras de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” y, sin embargo, la voz increpante de Jesús sigue resonando con fuerza en nuestros oídos: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”; asume y acoge tu condición de discípulo; no me sigas tentando como el Maligno.

En momentos de prueba y de aprieto, cuando irrumpe la adversidad y se hace la vida cuesta arriba, renunciamos con facilidad a la confesión de fe que habían profesado alegremente nuestros labios. Son situaciones que nos delatan la práctica religiosa, rutinaria y cómoda, a la que podemos estar acostumbrados. Que muestran a las claras la incongruencia personal de una fe endeble, por lo general bastante superficial y egoísta, incapaz de acoger con entereza los contratiempos inherentes al mensaje evangélico de la cruz. Nos convertimos de esta manera en destinatarios directos del duro reproche dirigido por Jesús a Pedro, cuya reacción recriminatoria, más bien inconsciente y narcisista, se interponía sin el menor rubor en el camino de su Maestro entorpeciendo y hasta contrariando su llamada radical al seguimiento. 

En proceso permanente de conversión

El comienzo del relato evangélico de hoy remite curiosamente a la misma frase utilizada por el evangelista al presentar el inicio de la predicación de Jesús en Cafarnaúm, poco antes de la elección de los discípulos para acompañarle en su misión: “Desde entonces comenzó Jesús…” (4,17). Eran muchos los días y las noches compartidas con él desde “aquel entonces”, cuando Jesús presentaba novedosamente su programa de vida: “Convertíos, porque ha llegado el Reino de los cielos”. ¿No fueron ellos los primeros en acogerlo? ¿Habían comprendido realmente lo que Jesús quería y esperaba de ellos?

Ahora retoma san Mateo el recuerdo de aquella primera llamada: “desde entonces comenzó Jesús” para manifestarles la nueva situación, cómo habían tramado las autoridades civiles y religiosas de Jerusalén para acabar con su vida. Obediente a la voluntad del Padre, en quien confiaba plenamente como valedor de su proyecto de vida, afrontaba Jesús de forma decidida y responsable su papel en el plan salvífico de Dios. ¿No era también el momento oportuno para presentar claramente a sus seguidores más fieles cuáles eran las condiciones para seguirle hasta el final? “Si alguien quiere venir en pos de mí…”.  En lugar de ser piedra de escándalo, estaban llamados a asumir con entereza el “escándalo de la cruz” (1 Cor 1,23). No había sido otra la razón de su elección como testigos del Reino que ya estaba operando en su persona.

Comenzaba así para ellos una etapa nueva y decisiva en su aprendizaje discipular. ¿Cómo resonaban ahora en sus oídos aquellas palabras? ¿No defraudaban todas sus expectativas? ¿No echaban por tierra el entusiasmo e ilusión con que se habían acogido a su persona? ¿Seguían dispuestos a acompañarle? Después de todo, no era otro el camino de la fe seguido por muchos de sus antepasados. El pequeño fragmento de las así llamadas “Confesiones” del profeta Jeremías constituye en este sentido una pequeña muestra de esa alargada nube de testigos. ¿Cuál es el trasfondo vital que trasluce su predicación? Jeremías hubo de violentar su temperamento natural para ser fiel a su ministerio; se quejaba por ello amargamente de tener que predicar lo que no le gustaba: “destruir para edificar” (1,10), anunciar la inesperada deportación de su pueblo al destierro, ser el “hazmerreír” de todos… Y, sin embargo, no lograba apagar en sus entrañas el fuego ardiente de la Palabra de Dios. Esa fue la verdadera y permanente conversión que le pedía su misión profética.

Aprendizaje y discernimiento cristiano  

El camino de Jesús, como el del profeta, es el que espera también a sus discípulos. De ahí el paciente y sinuoso camino de aprendizaje que hubo de compartir con ellos para ir discerniendo y valorando sus motivaciones y actitudes más personales. Eran vulnerables y les aguardaban duras pruebas, momentos delicados de desorientación y de crisis. Iban a necesitar de apoyo, pero también de su implicación y fortaleza de ánimo para no desdecirse de su vocación apostólica.

La dinámica de la fe, si quiere madurar, requiere un largo recorrido de sincera introspección y lúcido discernimiento. No basta con dejar pasar el tiempo, ha de ir acompañada de reflexión e interiorización personal. Es Pablo, el gran Apóstol, quien nos deja en la segunda lectura las pautas a seguir: “no os acomodéis a los criterios del mundo presente; distinguid más bien cuál es la voluntad de Dios: lo justo, lo agradable, lo perfecto”.

Volviendo a nuestra vida: ¿tiempos de crisis, acentuada por la pandemia?; ¿tiempos propicios para aprender a discernir y redimensionar los auténticos valores del Reino de Dios?; ¿tiempo oportuno para tomarnos el pulso y dar un salto cualitativo en el aprendizaje de la fe?

Fray Juan Huarte Osácar

Comentario – San Bartolomé

El relato de san Juan nos refiere uno de esos encuentros de Jesús de los que tanto abunda el evangelio. Se trata del encuentro con Natanael, un israelita de verdad. Son encuentros propiciados por los contactos de unos y de otros y las invitaciones a conocer lo desconocido, pero no por eso inesperado. El intermediario de este encuentro es Felipe. Él es quien pone en contacto a Natanael con Jesús, y lo hace ofreciéndole su propio testimonio. No invoca otro argumento que su propia experiencia personal en el seguimiento de Jesús: Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas –le dice Felipe a Natanael- lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret.

Se trata de un personaje anunciado y, por tanto, esperable. De él habían hablado personas de palabra muy autorizada como Moisés y los profetas. Pues con ese personaje que estuvo en boca de profetas se ha encontrado él junto con otros. Su nombre es Jesús, hijo de José y vecino de Nazaret. Las señas con las que Felipe identifica al anunciado le hacen reaccionar de inmediato a Natanael con la sinceridad que le caracteriza: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Galilea es tierra de gentiles y Nazaret una localidad de Galilea. Natanael no piensa que de Nazaret pueda salir ningún profeta estimable. Ante la réplica de su interlocutor Felipe se limita a decir: Ven y verás. Ven, tú mismo podrás comprobar por propia experiencia la valía del personaje; tú mismo podrás desengañarte.

Es una invitación a dejar atrás prejuicios y a formarse por contacto directo su propia opinión del nazareno. Cuando Jesús le ve acercarse le dedica palabras elogiosas que denotan una alta estima del mismo: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño. Así es descrito Natanael por Jesús, como una persona íntegra y cabal. El así retratado se queda perplejo, pero no sin palabras: ¿De qué me conoces? ¿Quién te ha informado de mí para hacer semejante afirmación? Y Jesús le ofrece una pequeña indicación espacial para hacerle ver que sabe de él mucho más de lo que supone: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.

Aquella simple indicación que revelaba dotes adivinatorias o una visión de más largo alcance, le desarmó, derrumbándose todas sus precauciones y prevenciones. La reacción de Natanael nos parece incluso excesiva: una confesión de fe similar a la de san Pedro en el camino de Cesarea, un testimonio que no brota de la carne y de la sangre, sino de la inspiración divina: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Al mismo Jesús le parece desproporcionada la reacción de Natanael: ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.

Demasiado poco para tanta fe; pero tendrá ocasión de ver cosas mucho más grandes, que contribuirán al sostenimiento de su fe. Aunque lo que se ve no es objeto de fe, la fe parece necesitar el apoyo del ver. Por lo que vemos, llegamos a creer en lo que no vemos. Jesús anuncia visiones que nos abrirán a la fe: Veréis –dice- el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre. Ver el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando es una visión de fe o una visión extraordinaria a semejanza de las visiones místicas en que la visión y la fe prácticamente se identifican: uno acaba viendo aquello en lo que cree, porque tanto el cielo como los ángeles son de ordinario invisibles, aunque pueden hacerse visibles en un momento de elevación o de éxtasis.

Aquel encuentro supuso en la vida de Natanael un hito y un cambio de rumbo de consecuencias duraderas. El encuentro pasó a ser relación discipular, y la relación le transformó en apóstol y en mártir. De ser un israelita de verdad se convirtió en un apóstol de Jesucristo de verdad. Siendo de verdad se encontró con la Verdad de la que se convirtió en testigo. ¡Ojalá que a nosotros nos suceda o nos haya sucedido algo parecido!

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

El ministerio de los Obispos

24. Los Obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda creatura, a fin de que todos los hombres consigan la salvación por medio de la fe, del bautismo y del cumplimiento de los mandamientos (cf. Mt 28,18-20; Mc 16,15-16; Hch 26, 17 s). Para el desempeño de esta misión, Cristo Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo, y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés, para que, confortados con su virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, los pueblos y los reyes (cf. Hch 1,8; 2, 1 ss; 9,15). Este encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que en la Sagrada Escritura se llama con toda propiedad diaconía, o sea ministerio (cf. Hch 1,17 y 25; 21,19; Rm 11,13; 1Tm 1,12).

La misión canónica de los Obispos puede hacerse por las legítimas costumbres que no hayan sido revocadas por la potestad suprema y universal de la Iglesia, o por leyes dictadas o reconocidas por la misma autoridad, o directamente por el mismo sucesor de Pedro; y ningún Obispo puede ser elevado a tal oficio contra la voluntad de éste, o sea cuando él niega la comunión apostólica.

Homilía – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

1.- El camino difícil del profeta: la Palabra, oprobio y desprecio (Jer 20, 7-9)

Otra de las conmovedoras «confesiones» del profeta Jeremías. Dios le ha probado de tal modo en su vida que él mismo llega a sentirse como «un profeta a la fuerza»: «Me forzaste y me pudiste». En el fondo, una crisis tentadora; echarlo todo por la borda, «tirar la toalla». Siente como un dardo que se clava la reacción hostil de la gente: «Se burlaban todos de mí».

A Jeremías, persona sensible y de delicadas reacciones, le toca, sin embargo, un ministerio profético du anunciar violencia y destrucción para quienes habían «disfrutado» la seguridad en el refugio de la sombra del templo.

Tan grande y difícil es el peso, que el profeta se propone a sí mismo el abandono: «No me acordaré más de él; no hablaré más en su nombre». La respuesta le viene de muy dentro; de la Palabra misma que, en su adentro ha llegado a ser nueva entraña y huesos consistentes para una existencia nueva. Una imposibilidad interna de darse ya por vencido: «Intentaba contenerla y no podía».

La respuesta comienza a hacerse fiel, cuando proviene de una vida tan probada que se torna en respuesta dolorosamente forzada: le toca ser profeta, y lo acepta, muy su pesar.

 

2.- La vida, ofrecida como culto (Rom 12, 1-2)

La cuestión del culto preocupaba a la Iglesia primitiva. M chas manifestaciones externas, tan queridas al Antiguo Testamento, habían ido desapareciendo, cuando el culto cristiano se centra en «la fracción del pan», que tanto tiene que ver con la vida de cada día.

San Pablo apunta a la vida misma como el lugar privilegiado de culto. Se hace eco de una larga y exigente tradición profética. Los profetas, en efecto, no podían concebir un culto que no contuviera vida. Pero, Pablo avanza más: no concibe una vida cristiana que, al mismo tiempo, no sea culto: «Vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios». Este es el culto debido, e realizado «como Dios manda»; el «culto razonable».

Un culto nuevo que tiene estos ecos en nuestro poeta: «Sed culto razonable, no ostentosa/ y vana complacencia…, lucrativo/ afán de merecer…, obrar cautivo/ de una fe cicatera o pretensiosa».

La «renovación de la mente» es aquella «metanoia» que significa la conversión y que centra en quien la acoge su capacidad de discernir; es el juzgar desde Dios la vida, para transformarla de acuerdo con su querer.

3.- El camino difícil de Jesús (Mt 16,21-27)

En el contexto de la inspirada confesión de Pedro, una confesión sincera de Jesús acerca de su propio destino. ¡Semejante identidad y tal destino! Un final humanamente impropio de quien ha sido confesado como «el Hijo del Dios vivo».

Pero Jesús, sin hacer ningún tipo de concesiones, presenta, contundente y clara, la suerte que a él le aguar «Ir a Jerusalén y padecer mucho hasta ser ejecutado»… El anuncio de la resurrección queda como un poco acallado. Al menos, no es percibido por Pedro. Él, que había sido el confesante no se aviene a la incoherencia de un Mesías ejecutado, y protesta con toda contundencia. Como respuesta recibe de Jesús una de sus más duras sentencias: «Quítate de mi vista, Satanás». La razón es que Pedro está juzgando «a lo humano» lo que sólo desde Dios puede ser aceptado y realizado.

El programa de Jesús es humanamente poco atrayente. Pero, aun así, lo propone él como programa al discipulado; un caminar de cruz, una vida de renuncias, o mejor, una vida renunciada que, paradójicamente será encontrada en plenitud. Así dice nuestro soneto: «Caminar tras Jesús es despojarse/ renovar los criterios, entregarse/ y cargar con la cruz a la medida».

Negarse a sí mismo

¡Acoged la palabra poderosa
de Dios, si dulce miel o fuego vivo;
haced del cuerpo víctima y testigo,
ofrenda y cáliz que su don rebosa!

Sed culto razonable, no ostentosa
y vana complacencia…, lucrativo
afán de merecer…, obrar cautivo
de una fe cicatera o pretenciosa.

Caminar tras Jesús es despojarse,
renovar los criterios, entregarse
y cargar una cruz a la medida.

De nada sirve conquistar el mundo,
pues nada hay para el hombre tan fecundo
que darlo todo por ganar la vida.

 

Pedro Jaramillo

Mt 16, 21-27 (Evangelio Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

El seguimiento liberador de Jesús

El evangelio de hoy, de Mateo, es la continuación de lo que se nos narraba el domingo pasado sobre la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las cosas cambian mucho desde aquella confesión de fe, aunque el texto del evangelio las presenta sin solución de continuidad. Jesús comienza a anunciar lo que le lleva a Jerusalén y la previsión de lo que allí ha de suceder, como le había sucedido a todos los profetas; como Jeremías, estaba decidido a proclamar la Palabra de Dios por encima de todas las cosas. Jesús ve claro, porque a un profeta como él no se le escapa nada, aunque la formulación de este anuncio de su pasión se haya formulado así, después de los acontecimientos.

Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. Entonces recibe de Jesús uno de los reproches más duros que hay en el evangelio: el Señor quiere decirle que tiene la misma mentalidad de los hombres, de la teología de siempre, pero no piensa como Dios. Y entonces Jesús mirando a los que le siguen les habla de la cruz, de nuestra propia cruz, la de nuestra vida, la de nuestras miserias, que debemos saber llevarla, como él lleva su cruz de ser profeta del Reino hasta las última consecuencias. No es una llamada al sufrimiento ciego, sino al seguimiento verdadero, el que da identidad a los que no se acomodan a los criterios de este mundo.

Pedro quiere corregir al profeta con un mesianismo fácil, nacionalista, tradicional, religiosamente cómodo. Y Jesús le exige que se comporte como verdadero discípulo. La expresión «detrás -opísô- de mí, Satanás», (vendría a significa algo así como: “no estés detrás de mi como Satanás”) es decir, que no lleve la iniciativa de su vida. Es una expresión que se puede traducir con toda la energía de un rechazo: “¡Vete! y no vengas conmigo como si fueras Satanás”; “¡quítate de mi vista!”.Pero también ven algunos que el rechazo de Pedro “vete de mi vista” (hýpage: expresión semejante a la de las tentaciones Mt 4,10), estaría “compensado” en este texto con una invitación a ir detrás, a seguirle (el opísô moû). En la mentalidad de la época Satanás representa lo contrario del proyecto de Dios, el Reino, predicado por Jesús, que es, a su vez, causa de su vida y de su entrega.

Jesús, en nombre de Dios, quiere llevar la iniciativa de su vida, de su entrega y caminar hasta Jerusalén. Y eso es lo que pide también a sus discípulos: seguirle y que tomen la iniciativa de su propia vida (el texto dice, con razón, «su cruz»). No es la cruz de Jesús la que hay que llevar, sino nuestra propia cruz. Jesús está decidido a llevar la “cruz” del Reino de Dios como causa liberadora para el mundo. Pedro, y todos nosotros, estamos invitados a asumir “nuestra cruz” en este proceso de identificación con la vida y la causa de Jesús. El reproche a Pedro, como si sus ideas fueran las de Satanás, se explicitan en la expresión dialéctica “las cosas de Dios versus las cosas de los hombres” (tà toû theoû allà tà tôn anthôpôn). Porque Pedro, al rechazar la “pasión” de quien consideraba el Mesías, estaba mostrando los mismos intereses nacionalistas de la religiosidad judía de la época (esas son las ideas de los hombres). La cruz de Jesús era llevar a cabo la voluntad de Dios con todas sus consecuencias (esas son las cosas de Dios en el texto).

La identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible. La cruz es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es el signo de la libertad suprema. Lo fue para Jesús en su causa de Dios y de su Reino y los es para el cristiano en su opción evangélica y sus consecuencias de vida. Y muchas veces, nuestra vida, es una cruz, sin duda. Pero se ha de aseverar con firmeza que la vida cristiana no es estar llamados a «sacrificarse» tal como se entiende ordinariamente, sino a ser felices en nuestra propia vida, que es un don de Dios y como tal hay que aceptarla. Y si en esa vida no es oro todo lo que reluce, también hay que amarla y transformarla con decisión profética. No basta con afirmar que el discípulo está llamado a sacrificarse y martirizarse como ideal supremo, porque tampoco Jesús deseó y buscó su muerte en la cruz que le dieron, sino que le vino como consecuencia de una vida radicalmente de amor y de entrega a los demás. Pues de la misma manera deben ser sus discípulos. El ideal supremo es amar la vida como don de Dios y llevarla a plenitud. Pero por medio “está siempre Satanás” (expresión mítica, sin duda) que nos aleja del don de la vida verdadera.

Rom 12, 1-2 (2ª lectura Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

El discernimiento cristiano

El apóstol Pablo, ahora, comienza lo que se llama la parte parenética (de praxis) de la carta a los Romanos, aquello que afecta al comportamiento de la vida cristiana, después de haber planteado a la comunidad de Roma la alta teología del la justificación, de la redención, de la gracia, del bautismo y de los dones espirituales. Esta exhortación se apoya en la misericordia de Dios (en este caso se usa el sustantivo oiktirmos), porque en toda la carta y especialmente en los cc. 9-11 se ha querido plantear la salvación de todos los hombres desde la misericordia divina. Dios no tiene otra razón para salvar a la humanidad que sus entrañas de misericordia. De la misma manera, las interpelaciones a la actuación cristiana están motivadas en que Dios ha sido y es misericordioso con nosotros.

Pide, primeramente, que dediquemos nuestra vida a Dios como ofrenda y sacrificio: ese debe ser el verdadero culto. Pide discernimiento en medio de este mundo. El cristiano debe vivir en este mundo y debe amarlo, porque es obra de Dios; pero debe tener la capacidad de discernimiento, que es algo interior, para no acomodarse a este mundo en lo que podamos encontrar de perverso e inhumano. Debemos actuar siempre, pues, tratando de discernir la voluntad de Dios. Cada uno desde su oficio, desde su misión en la vida, tiene que elegir los compromisos cristianos que revelan la voluntad de Dios. Ese es el verdadero culto que califica como razonable (logikos).

Se ha discutido mucho por qué Pablo ha usado este adjetivo, y no, en su caso, «espiritual» que sería más adecuado. Desde luego, el culto divino debe ser razonable, no ciego; ni puro sentimentalismo, ni demasiado estético: debe proceder de lo más valioso del hombre que es su inteligencia. Porque a veces los cultos, en el ámbito de lo religioso-popular, pueden tener mucho de irracional. El culto a Dios debe estar enraizado en una vida con sentido, hasta el punto de que eso es lo que debe transformar el mundo y la historia. Por tanto, el culto no aparece aquí simplemente como «adoración», ya que Dios no la necesita como la necesitan los «dioses» que no son nada. Pablo es sumamente razonable en su propuesta. El culto verdadero es hacer presente la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la felicidad de la humanidad.

Jer 20, 7-9 (1ª lectura Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

La seducción de Dios

La Iª Lectura de este domingo es la última y más famosa «confesión» del profeta Jeremías. Los textos de las «confesiones» son verdaderamente reveladores de unas experiencias proféticas que determinan la psicología del hombre de Dios, que escucha la palabra en su interior y no puede resistirse a callar (el conjunto de las mismas es éste: Jr 11,18-23; 12,1-5; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,10-13.14-18). ¿Son palabra de Dios o sedimentación de un diálogo radical entre el profeta y Dios? Mucho se ha discutido sobre ello. Pero en el texto de nuestra lectura aparece la actitud provocativa de Dios que no le deja al profeta posibilidad de elegir: como una mujer violada por el que es más fuerte. Uno de los verbos más famosos del lenguaje profético «seducir» (patáh) está presente en esta confesión, que en el fondo, es un canto de amor inigualable a la «palabra de Dios». El profeta, confiesa, que él se dejó seducir.

¿Es Dios un seductor de personas? No olvidemos que los seducidos son siempre enamorados, apasionados, fascinados. Todo esto sucede en la mente y en el corazón del profeta. En realidad, el profeta siente así a Dios: no puede resistirse. Pero por mucho que quisiera hablar de Dios, de su proyecto, de sus planes, el pueblo busca otros dioses y otros señores. En realidad es el profeta quien quiere seducir al pueblo con su Dios. El es el que lo tiene que vivir primeramente en su corazón y anunciarlo al pueblo; y no siempre es posible que lo entiendan y que lo acepten. La «palabra de Yahvé» lo ha herido, lo ha fecundado como a una madre y ya no puede olvidar el mensaje de Dios, el juicio radical, pero especialmente el amor que Dios tiene al pueblo.

Jeremías analiza aquí las consecuencias de su vocación: el profeta no tiene esa vocación por capricho, porque le guste, sino porque Dios se lo pide. Y el mensaje del profeta, que tiene que ver mucho con su vocación, no agrada a los que buscan otros dioses y otros señores más caprichosos. Dios, que aparentemente calla, es como un fuego devorador que inunda todo su ser. Es, desde luego, una experiencia psicológica, pero intensamente espiritual. Y así se fragua verdaderamente la «pasión» del profeta. Está herido de amor, seducido y quiere que todos sientan lo que él siente; pero es imposible. Los otros no se dejan vencer por el amor divino: quieren otras cosas, otros dioses, otras inmediateces. Por ello, pues, no matemos a los profetas que nos son enviados.

Comentario al evangelio – Lunes XXI de Tiempo Ordinario

Descubro en la profecía de Isaías una imagen muy sugerente que me ayuda a entender y a expresar el encuentro cotidiano con la Palabra. Como la lluvia que cae serena, sin prisa pero sin pausa; como la lluvia, que en su constancia, empapa la tierra, así es como trabaja en mí la Palabra que sale del corazón de Dios, no quiere volver vacía sino cumplir su encargo: ser promesa de vida abundante y certeza de evangelio para todos, buena noticia de salvación.?Como la lluvia… goteo de actitudes evangélicas que son criterio de discernimiento cotidiano, invitación vital y permanente, vuelta al corazón de Dios. Compartir esta lluvia es mi intención; actitudes intuidas en la intimidad del encuentro, gotas que calan la vida de ternura y novedad.

  • Os deseamos la gracia y la paz… Saludo cálido. Superando la cortesía y las meras formas literarias. Deseo entrañable: que la gracia y la paz del Señor Jesucristo estén contigo. Ofrenda de don y voluntad de bendición.
  • Es deber nuestro dar continuas gracias a Dios… Sentimientos de gratitud. Invitación a asumir un estilo de vida: ser agradecidos. Reconocer procesos creyentes de fe madura y dar gracias por ellos, porque su esfuerzo y constancia impulsan y alientan mi propio crecimiento. Agradecer el amor entrañable que construye fraternidad y dinamiza la vida en comunión.
  • Vuestra fe permanece constante… Fe sostenida. Saber estar y querer estar. Permanencia y constancia. A pesar de todo y con todo. Dificultades que no arredran ni amilanan, que se tornan desafío y provocación.
  • Dignos de vuestra vocación… Fe recia fortalecida en el Espíritu para ser proclamada y compartida, para volver a Dios en alabanza y oración.

Evangelio… buena noticia… vivir descubriéndola cada día y acogiendo la posibilidad de ser desde mi vida buena noticia en la vida de otros. Y hoy la Buena noticia que se me regala es la invitación a vivir la autoridad y la capacidad como servicio y el servicio en autenticidad y con coherencia, venciendo nuestras tendencias de adueñamiento, protagonismo, búsqueda de imagen, éxito, egoísmo… procurando el bien y la felicidad de todos, viviendo la posibilidad de transformar el aviso -¡Ay de vosotros…!- en bendición: Dichosos los que posibilitan el encuentro con Dios! ¡Dichosos los que facilitan y generan vida! ¡Dichosos los generosos, gratuitos y agradecidos! ¡Dichosos los lúcidos! ¡Dichosos los auténticos y coherentes! ¡Dichosos los discretos! ¡Dichosos los libres de corazón!