La paradoja evangélica

A diferencia de aquellas otras que el evangelista ponía en boca de Jesús –pero que seguramente este nunca dijo– para referirse a Pedro como “la roca sobre la que edificaré mi iglesia”, las palabras duras que se leen en este texto tienen visos de pertenecer al Maestro de Nazaret. El motivo es simple: ningún discípulo se hubiese atrevido a “inventar” esas expresiones para aplicárselas nada menos que al líder de su comunidad.

Admitido este dato, cabe preguntarse a qué se debe tal dureza. Y el motivo también parece sencillo de entender: la importancia de lo que se hallaba en juego. Por un lado, la fidelidad de Jesús a su misión; por otro, el contenido de una de las paradojas centrales del evangelio.

Tanto en los evangelios sinópticos como en el de Juan, es claro que Jesús aparece movido por un único objetivo: dicho en su lenguaje, ser fiel a la voluntad del Padre. Es comprensible que no transigiera en absoluto cuando estaba en juego tal fidelidad.

En cuanto a la paradoja, parece innegable que ocupa un lugar central en el mensaje jesuánico: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. En una forma quizás más comprensible para nosotros: quien vive girando en torno al ego está perdiendo la vida; por el contrario, quien no se identifica con el ego, la encuentra.

Sabemos que el ego (o yo) funciona según la llamada “ley del apego y la aversión” –aferrando lo que le agrada y rechazando lo que le desagrada– y que tal modo de funcionar, debido a la naturaleza impermanente de todo lo manifiesto, conduce inevitablemente al sufrimiento para uno mismo y para los demás, porque nos mantiene en la ignorancia al identificarnos con lo que no somos.

Las personas sabias –Jesús entre ellas– advierten que es necesario salir de ese engaño, comprendiendo que somos uno con la vida –“Yo soy la vida”–  y dejarnos fluir desde y con ella.

“Negarse a sí mismo” significa, por tanto, dejar de identificarse con el yo particular que se cree separado para reconocerse en Eso que es consciente del yo. Y tal comprensión provocará el paso del egocentrismo narcisista a la fraternidad, del aferrarse al soltar, del controlar al fluir… Iremos aprendiendo que el camino de la sabiduría es el camino del no-saber, del no-tener y del no-querer (no-controlar). Es el camino de la entrega, el que vivió Jesús y todas las personas sabias.

(He tratado de explicar esta paradoja y este camino en el librito Vida, y en particular en el capítulo 3 del mismo: “Lo que viene, conviene”).

¿Vivo desde y para el ego o desde la comprensión?

Enrique Martínez Lozano

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I Vísperas – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXII DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Martirio de San Juan Bautista

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor. 

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Marcos 6,17-29
Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano.» Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino.» Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista.» Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.» El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura. 

3) Reflexión

• Hoy conmemoramos el martirio de San Juan Bautista. El evangelio describe cómo murió el Bautista, sin proceso, durante un banquete, víctima de la prepotencia y de la corrupción de Herodes y de su corte.

• Marcos 6,17-20. La causa de la prisión y del asesinato de Juan. Herodes era un empleado del imperio romano. Quien mandaba en Palestina, desde el año 63 antes de Cristo, era César, el imperador de Roma. Herodes, para no ser depuesto, trataba de agradar a Roma en todo. Insistía sobre todo en una administración eficiente que diera lucro al Imperio y a él mismo. La preocupación de Herodes era su propia promoción y seguridad. Por esto, reprimía cualquier tipo de subversión. A él le gustaba ser llamado bienhechor del pueblo, pero en realidad era un tirano (cf. Lc 22,25). Flavio José, un escritor de aquel época, informa que el motivo de la prisión de Juan Bautista era el miedo que Herodes tenía a un levantamiento popular. La denuncia de Juan Bautista contra la moral depravada de Herodes (Mc 6,18), fue la gota que hizo desbordar el vaso, y Juan fue llevado a la cárcel.

• Marcos 6,21-29: La trama del asesinado. Aniversario y banquete de fiesta, con danzas y orgías. Era un ambiente en que los poderosos del reino se reunían y en el cual se hacían las alianzas. La fiesta contaba con una presencia “de los grandes de la corte y de las personas importantes de Galilea”. En este ambiente se trama el asunto de Juan Bautista. Juan, el profeta, era una denuncia viva de ese sistema corrompido. Por eso fue eliminado bajo pretexto de un problema de venganza personal. Todo esto revela la debilidad moral de Herodes. Tanto poder acumulado en mano de un hombre sin control de sí. En el entusiasmo de la fiesta y del vino, Herodes hizo un juramento liviano a una joven bailarina. Supersticioso como era, pensaba que tenía que mantener el juramento. Para Herodes, la vida de los súbditos no valía nada. Disponía de ellos como de la posición de las sillas en su sala. Marcos cuenta el hecho tal y cual y deja a las comunidades y a nosotros la tarea de sacar conclusiones.

• Pero entre líneas, el evangelio de hoy trae muchas informaciones sobre el tiempo en que Jesús vivió y sobre la manera en qué era ejercido el poder por los poderosos de la época. Galilea, tierra de Jesús, era gobernada por Herodes Antipas, hijo del rey Herodes, el Grande, desde el 4 antes de Cristo hasta el 39 después de Cristo. En todo ¡43 años! Durante todo el tiempo en que Jesús vivió, no hubo mudanza en el gobierno en Galilea. Herodes era dueño absoluto de todo, no daba cuenta a nadie, hacía lo que le pasaba por la cabeza. ¡Prepotencia, falta de ética, poder absoluto, sin control por parte de la gente!

• Herodes construyó una nueva capital, llamada Tiberíades. Sefforis, la antigua capital, había sido destruida por los romanos en represalia por un levantamiento popular. Esto aconteció cuando Jesús tenía quizás siete años. Tiberíades, la nueva capital, fue inaugurada trece años más tarde, cuando Jesús tenía 20 años. Era llamada así para agradar a Tiberio, el emperador de Roma. Tiberíades era un lugar extraño en Galiela. Allí vivían el rey, “los grandes, los generales y los magnates de Galilea” (Mc 6,21). Allá moraban los dueños de las tierras, los soldados, los policías, los jueces muchas veces insensibles (Lc 18,1-4). Hacia allí se llevaban los impuestos y el producto de la gente. Era allí donde Herodes hacia sus orgías de muerte (Mc 6,21-29). No consta en los evangelios que Jesús hubiese entrado en la ciudad.

A lo largo de aquellos 43 años de gobierno de Herodes, se crió toda una clase de funcionarios fieles al proyecto del rey: escribas, comerciantes, dueños de tierras, fiscales del mercado, publicanos y recaudadores de impuestos, promotores, jefes locales. La mayor parte de este personal moraba en la capital, gozando de los privilegios que Herodes ofrecía, por ejemplo, exención de impuestos. La otra parte vivía en las aldeas. En cada aldea o ciudad había un grupo de personas que apoyaban al gobierno. Varios escribas y fariseos estaban ligados al sistema y a la política del gobierno. En los evangelios, los fariseos aparecen junto con los herodianos (Mc 3,6; 8,15; 12,13), lo cual refleja la alianza que existía entre el poder religioso y el poder civil. La vida de la gente en las aldeas de Galilea era muy controlada, tanto por el gobierno como por la religión. Era necesario tener mucho valor para comenzar algo nuevo, como hicieron Juan y Jesús. Era lo mismo que atraer sobre sí la rabia de los privilegiados, tanto del poder religioso como del poder civil, tanto a nivel local como estatal.

4) Para la reflexión personal

• ¿Conoces casos de personas que han muerto víctima de la corrupción y de la dominación de los poderosos? Y aquí entre nosotros, en nuestra comunidad y en la iglesia, ¿hay víctimas de desmando y de autoritarismo? Un ejemplo.
• Superstición, cobardía y corrupción marcaban el ejercicio del poder de Herodes. Compara con el ejercicio del poder religioso y civil hoy en los varios niveles tanto de la sociedad como de la Iglesia. 

5) Oración final

A ti me acojo, Yahvé,
¡nunca quede confundido!
¡Por tu justicia sálvame, líbrame,
préstame atención y sálvame! (Sal 71,1-2)

Perder la vida por Cristo es ganarla

1.- «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir» (Jr 20, 7) Estamos ante una de las páginas más humanas de los libros divinos. Página personalísima, un apunte privado del profeta, que, no sabemos cómo, vio la luz pública. Jeremías se queja amargamente ante Dios. Sus palabras suenan a una cierta acusación: «Me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar…».

El profeta se resistió cuando Dios le llamó; adujo, entre otras razones, que era aún demasiado joven, que no sabía hablar en público, que le temblaban las piernas al pensar tan sólo que había de hacer frente a los poderosos de Israel. Y Dios le habla persuasivo, le seduce con la promesa de estar siempre cerca de él. Finalmente le amenaza de que si tiembla ante los hombres, él le hará temblar todavía más… Jeremías accede, dice que sí. Y cuando llega el momento proclama el mensaje del Señor. Aunque ese anuncio esté cargado de maldiciones, de serias amenazas llenas de violencia y destrucción. Aunque se le haga un nudo en la garganta y se le seque la lengua.

2.- «La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día» (Jr 20, 8) Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla y no podía…» Palabra de Dios arraigada en su corazón, hirviendo hasta barbotar al exterior. Palabra incontenible que quema las entrañas del profeta, brotando impetuosa y arrolladora, sin respeto humano alguno, sin miedo a nadie ni a nada.

Señor, hoy también necesitamos profetas a lo Jeremías. Hombres que estén dispuestos a hablar con fortaleza y claridad, gritando tu mensaje de salvación a todo el mundo. Hombres que hablen sin miedo, sin temblar, con la voz firme y el tono seguro… Hay muchos que claudican, que se dejan llevar por la corriente de moda, por la sutil ocurrencia del teólogo del momento. Quieren paliar las exigencias de tu palabra, quieren dulcificar las aristas de la cruz, quieren desfigurar tu intención, cambiar los fines sobrenaturales de la Iglesia por otros temporales y terrenos… Seduce de nuevo, amenaza otra vez, fortalece a tus profetas. Suscita hombres fuertes y valientes que estén dispuestos, por encima de todo, a descuajar y a plantar, a edificar y a destruir.

3.- «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo…» (Sal 62, 2) Cuando comienza a nacer el día la grandeza de la creación se pone especialmente de relieve. Son instantes en los que el avance de la luz y el retroceso de las tinieblas, nos hacen sentir mejor la presencia inefable de Dios. Desde siempre los primeros albores han sido propicios para la plegaria y para la oración, para el diálogo mudo o hablado con Dios.

Es cierto que la vida va cambiando las costumbres y doblegando a veces las tendencias naturales del hombre. Y así hoy día la Misa de la mañana se ve menos frecuentada que la de la tarde. No obstante, hay muchos fieles que aún prefieren dedicar los primeros momentos del día al Señor con la meditación matutina y la participación en la celebración eucarística.

De todas formas, lo que sí es cierto es que hemos de tener muy presente a Dios nuestro Padre, desde el momento en que nuestros ojos se abren a la luz del día y comenzamos la tarea cotidiana. Cada jornada que empieza es un don de Dios que hemos de agradecer, una ocasión para amar y merecer, una tarea distinta que ofrecer al Señor igual que en el Ofertorio se ofrece el vino y el pan. Para que lo mismo que éstos se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, nuestro trabajo humano se convierta en tarea divina.

4.- «Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote» (Sal 62, 5) Oración de la mañana, ofrecimiento de obras cuando apenas hemos despertado. Actualizar en esos primeros instantes la intención de amar y servir a Dios sobre todas las cosas, renovar el deseo de hacer divino nuestro vivir humano: el trabajo, el descanso, el convivir con los demás, el latir de nuestro corazón y el mirar de nuestros ojos. Y luego actuar durante el día de cara a Dios… Si vivimos así, unidos al Señor al menos con una intención inicial, renovada de cuando en cuando, entonces nuestra vida adquirirá una dimensión nueva, un valor insospechado.

Ayúdanos, Señor, a saber dar altura y profundidad incluso a lo más anodino. Que el amor y el esfuerzo que pongamos en cuanto hacemos, transforme lo que de por sí es trivial y pequeño en algo trascendente y grande. «Porque fuiste mi auxilio -digamos con el salmo- y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene…». Así cada jornada, de sol a sol y de luna a luna, será una maravillosa aventura por la que vale la pena entregarse.

5.- «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios» (Rm 12, 1) Hostia es lo mismo que ofrenda sagrada. Se llega a considerar como sinónimo de Eucaristía, la ofrenda por excelencia, la Hostia por antonomasia. Por eso, decir esta palabra en un sentido de exclamación o de insulto es una blasfemia, una irreverencia grave al Santísimo Sacramento del altar, una ofensa que hiere en lo más íntimo a todos aquellos que tengan un mínimo de sensibilidad y de fe en Jesús sacramentado.

Supuesto este significado sagrado de la palabra hostia, sorprenden las palabras del Apóstol al decir que hemos de presentar nuestros cuerpos como si fuera una hostia viva, santa y agradable a Dios. Lo más carnal y material que hay en el hombre, su cuerpo, es elevado a la categoría de algo sagrado y digno de ofrecerse al Señor. Ya en otra ocasión habla también san Pablo de la necesidad y obligación de respetar nuestro cuerpo, dando como razón el que es templo del Espíritu Santo, morada de la Santísima Trinidad.

6.- «Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente» (Rm 12, 2). El cuerpo animal es elevado a un plano superior, divino. Y con el cuerpo todo lo material que nos rodea, todo lo que constituye el entramado de nuestra vida diaria. El trabajo por humilde que sea, la vida familiar, las relaciones sociales, las diversiones, el deporte, el comer y hasta el dormir. Todo hecho con una dimensión nueva, todo vivido con un deseo ferviente de agradar a Dios.

Vivir en el mundo y no ser del mundo. Trabajar en la tierra con vistas al Cielo. Metidos en el corazón de las masas, y conservar la propia condición de levadura, para que todo se convierta en pan esponjoso de Cristo… «No os ajustéis a este mundo, sino transformaos -nos dice el Apóstol- por la renovación de la mente, para que sepamos discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto». Y luego, no lo olvidemos, una vez sabido lo que hemos de hacer, es preciso que lo hagamos.

7.- «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…» (Mt 16, 24) En tres ocasiones predice Jesús con claridad su pasión y su muerte. Sus discípulos nunca entendieron concretamente lo que les decía. En sus mentes no podía entrar que el Mesías, el rey de Israel tan deseado, hubiera de padecer y ser rechazado por las autoridades del pueblo elegido. Por eso Pedro no puede contenerse y salta, decidido a disuadir al Maestro de llegar a semejante final, aunque hablara también de la resurrección. Considera descabellado pensar en un triunfo después de la muerte. Por eso lo mejor es que no muera de aquella forma que predecía.

En el fondo lo que intentaba San Pedro es que el triunfo definitivo llegara por unos cauces más normales y más seguros, sin pasar por aquel trance terrible que Jesús anunciaba. Pero la reacción del Maestro es clara y decidida: ¡Apártate de mí, Satanás! Pedro no se esperaba aquellas palabras dirigidas a él, y para colmo delante de todos los demás. Nunca el Maestro había llamado a nadie Satanás. Y en ese momento llama así a Pedro, que lo único que intenta es que el Maestro no pase por aquel mal trago… La respuesta de Jesucristo muestra cómo estaba decidido a cumplir con lo dispuesto por el Padre, beber el amargo cáliz de su pasión. Por eso rechaza con energía e indignación la propuesta de san Pedro, increpándole de aquella forma tan sorprendente y tan inhabitual en el Maestro.

Para llegar a la Redención sólo hay un camino, el señalado por Dios Padre. Esto es así y no hay vuelta de hoja. Planes misteriosos de Dios que, en cierto modo, se repiten de una u otra forma, en cada uno de nosotros. Por ello, sólo si aceptamos la voluntad divina, sellada a menudo con la cruz, podremos alcanzar la vida eterna.

Jesús aprovecha la ocasión para hacer comprender a los suyos que los valores supremos no son los de la carne, ni los del dinero. De qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si al final pierde su alma. Es preciso abrir los ojos, encender la fe, mirar las cosas con nuevas perspectivas. Así, aunque de momento pueda parecer que perdemos algo, incluso la vida misma, en definitiva saldremos ganando mucho más.

Antonio García Moreno

Comentario – Martirio de San Juan Bautista

La vida de Juan Bautista fue la vida de un mártir, antes incluso de ser decapitado en la cárcel. Se hallaba en la cárcel precisamente por ser testigo de la verdad frente a los que pretendían ocultarla o tergiversarla. Tal era el caso del rey Herodes que, no soportando la voz acusadora del Bautista, mandó prenderlo y meterlo en la cárcel. ¿De qué le acusaba el profeta Juan? De mantener relaciones ilícitas con la mujer de su hermano: un caso de adulterio prolongado, puesto que se había casado con su cuñada en vida de su hermano.

Esta mujer, de nombre Herodías, aborrecía a Juan –precisa el evangelista- y quería quitarlo de en medio. Pero no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendíaEn muchos asuntos –añade el evangelio- seguía su parecer y lo escuchaba con gusto. Luego aunque seguía su parecer en muchos asuntos, en este asunto concreto y personal de su ilícita convivencia con la mujer de su hermano, no se había dejado aconsejar por el Bautista y, a pesar del respeto que le tenía, había dado orden de meterlo en la cárcel, lo cual indica que era seguramente un hombre muy influenciable y falto de convicciones. Tiene encarcelado a alguien a quien él considera honrado y santo y a quien respeta. Ésta es la estampa de su incoherencia y de su falta de principios. Más segura estaba de sus pretensiones Herodías, la mujer ilegítima de Herodes. Ella fue la que aprovechó la ocasión propicia para llevar a cabo sus planes malévolos contra el profeta que afeaba su conducta.

Herodes, por su cumpleaños, daba un banquete a sus magnates, oficiales y gente principal de Galilea. En mitad del banquete se produjo la brillante actuación de la hija de Herodías que danzó delante de los comensales logrando el aplauso y la admiración de todos, incluido el mismo rey. Herodes, en un arrebato de mal entendida generosidad o de locura quiso complacer a la joven y le ofreció cuanto le pidiere: Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino, le juró. La joven, mal aconsejada por su madre, le pidió la cabeza de Juan el Bautista.

Aquella petición debió dejar conmocionados a más de uno. El mismo rey se entristeció profundamente. Se ve que no esperaba verse en este trance. Pero había jurado públicamente darle lo que le pidiera, y no quiso desairarla ni desdecirse de su manifiesta promesa. En seguida dio orden a uno de su guardia para que ejecutara la sentencia de muerte. Juan el Bautista fue decapitado en la cárcel. Su cabeza se depositó en una bandeja que le fue entregada de inmediato a la joven agraciada con semejante trofeo. Ella se la entregó a su madre que era la real destinataria del regalo y la principal responsable de la ejecución.

Con la muerte de Juan vio satisfecho su deseo de quitárselo de en medio. Así concluyó sus días este insobornable testigo de la verdad que podía tener incluso el respeto de sus enemigos. Por eso su testimonio ha quedado para la posteridad como ejemplo de integridad. En Juan tenemos, pues, a un hombre íntegro y cabal que, además, anticipó la llegada del Mesías y lo señaló como Cordero inocente venido para quitar el pecado del mundo.

La labor del Bautista también tenía que ver con este pecado, si no para quitarlo, sí para denunciarlo y proponer un camino de conversión. Esta denuncia profética fue la que hizo de él finalmente un mártir. Por ser testigo de la verdad fue al mismo tiempo testigo de la maldad que se hace presente en la entraña de ciertas conductas. Y este mismo testimonio que ponía de manifiesto la maldad de ciertas actitudes y acciones le convirtió en mártir en toda la extensión de la palabra. El testimonio de Juan es un verdadero estímulo para todos nosotros que, en cuanto cristianos, estamos llamados a testificar a Cristo con nuestras palabras y obras, aunque eso nos acarree dificultades y persecuciones que pongan en peligro nuestras comodidades o seguridades vitales.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Los diáconos

29. En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las manos «no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio». Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos».

Ahora bien, como estos oficios, necesarios en gran manera a la vida de la Iglesia, según la disciplina actualmente vigente de la Iglesia latina, difícilmente pueden ser desempeñados en muchas regiones, se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía. Corresponde a las distintas Conferencias territoriales de Obispos, de acuerdo con el mismo Sumo Pontífice, decidir si se cree oportuno y en dónde el establecer estos diáconos para la atención de los fieles. Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato.

El camino de Jesús no es camino de rosas

1.- Aquel Pedro que fue inspirado por el mismo Jesús para su profesión de fe “Tú eres el hijo de Dios” hoy es puesto sobre las cuerdas: tú no piensas como Dios, piensas como los hombres.

La fe es gracia y es regalo. Es un privilegio que Dios nos concede. Desde esa luz, que es la fe, podemos alumbrar todo lo que acontece en torno a nosotros e, incluso, nuestras mismas personas.

Como a Pedro, al mundo de hoy, no le seduce demasiado el sufrimiento. Preferimos una fe de bizcocho a una fe probada; una fe de gloria a una fe de calvario; una fe de sentimientos a una fe de conversión, una fe con camino llano más que aquella otra expresada en camino angosto o empedrado duro.

Pensar como Dios exige optar por lo que el mundo nos oculta. Pensar como los hombres puede llevarnos a perdernos en unos túneles sin salida, a caer en unos pozos sin fondo.

2.- El camino que Jesús nos propone, no es el de los atajos que el discurso materialista nos vende machaconamente. No es aquel del escaparate del triunfo, sino aquel otro que se fragua en el escenario del servicio. No es el de la apariencia, sino el trabajar sin desmayo allá donde nadie oposita.

Para que brille el sol es necesario que el cielo esté limpio de nubes. Jesús, en el evangelio de este domingo veraniego, nos advierte que para que destelle Dios con toda su magnitud en nosotros, no hemos de ser obstáculo. El sufrimiento y la cruz, o dicho de otra manera, las contrariedades, oposición, zancadillas, sinsabores, incomprensiones, etc., lejos de rehusarlas hemos de aprender a valorarlas y encajarlas desde ese apostar por Jesús de Nazaret en un contexto social donde, a veces, se oyen más las voces de los enemigos de Dios que la labor transformadora de aquellos que creemos en El.

3.- ¿A quién le apetece un camino con espinas? Jesús nos lo adelanta. Y los primeros testigos del evangelio (apóstoles y mártires) lo vivieron en propia carne: ser de Cristo implica estar abierto a lo que pueda venir. Incluso dar la vida por El.

Frente al único pensamiento que algunos pretenden imponernos (que puede distar mucho del pensamiento que Dios tiene sobre el mundo) no cabe sino ser fuertes para abrazar la cruz cuando sea necesario.

Javier Leoz

Aceptación de la iniciativa divina

1.-El cristianismo no es una religión de actos, sino de actitudes. Y lo es así porque la fe en el Evangelio es un compromiso de la persona en cuanto tal con el mensaje de Jesús de Nazaret, y no sólo la adhesión intelectual a un sistema de verdades o de sabidurías. Lo es, además, porque –apurando quizá los términos– el cristianismo no es una religación o religión. Las religiones se caracterizan por el intento del hombre de «hacerse con Dios», de granjearse su benevolencia y de alejar de la vida humana la intervención maléfica o vengativa de los poderes superiores. El cristianismo, por el contrario, es la aceptación de una iniciativa divina que ofrece al hombre la salud. El creyente en Jesús no tiene que realizar esfuerzo alguno para «hacerse con Dios» y ganarse su benevolencia y escapar a sus iras. El Dios que en Jesús de Nazaret se presenta como salvador del hombre no reclama la realización de actos para conseguir su buena voluntad ni la ejecución de ritos para apaciguar sus enojos. El Dios de Jesús es un Dios de salvación a partir del momento y hora en que Él, por amor al hombre, da el primer paso de acercamiento a los hombres para salvar a todos.

2.- Pero si no actos, el cristianismo si exige posturas, actitudes mantenidas, posiciones personales permanentes. Lo exige no por imposiciones legalistas, sino como derivación lógica y natural del cambio que el saberse salvados en esperanza estimula en el creyente el ofrecimiento de la salud. Por la fe con la que el hombre acepta la salvación de Dios, todo es «novedad» en la vida del creyente: el tiempo, su persona, los demás, las cosas todas, la convivencia, el amor y hasta muerte adquieren un nuevo y cierto significado. La condición de creyente no aleja al hombre desde su propio drama ni soluciona automáticamente problema alguno de la existencia; pero la certeza de que el drama de la vida tiene un desenlace de salvación y la seguridad de que los problemas no son planteamientos absurdos, sino «haber» humano que un día será perpetuado en la eternidad de Dios, lleva al hombre a «ver» la realidad de este mundo con ojos nuevos. De ahí toda esa larga teoría de las metáforas que, con referencia al «mensaje» y a los creyentes, hablan de la luz, de la sal, del camino, de la libertad, la verdad y la vida. Todo sigue igual en la vida del creyente y del que no lo es; todo, menos el sentido y el alcance del vivir, y, en consecuencia, el estilo nuevo que inspira al quehacer humano. Todo igual, menos las posturas radicales del hombre ante la propia existencia, la existencia de los otros y la realidad de las «cosas»

3.- Somos creyentes en la medida en que la fe nos arrastra libremente a adecuar nuestras posturas, actitudes y criterios de valoración a las posturas, actitudes y criterios de Jesús de Nazaret. El evangelio de san Mateo nos convoca hoy a una serie de «despropósitos», y Pedro es llamado «Satanás» por el mismo Cristo cuando el apóstol se permite la osadía de querer convertir la postura de Jesús a su propia postura, nacida de carne y sangre. ¿No es «despropósito» el que Cristo proclame la necesidad de perder la vida para ganarla, frente a nuestro comportamiento carnal que trata de asegurar la vida a todo precio? ¿No es «despropósito» que se nos estimule a tomar la cruz de la existencia –símbolo de los supremos compromisos parta la liberación de los hombres–, frente a nuestra tendencia natural al egoísmo y a pasar lo mejor que podamos, vueltos de espaldas a las urgencias de de este mundo? ¿No es «despropósito» que se nos aguijonee a dar calibre al vivir, frente a la tentación de rodear de muchos bienes una vida que, por eso mismo, se hace inauténtica?

4.- Pablo, en su carta a los cristianos de Roma, prolonga esta misma enseñanza: «No os ajustéis a este mundo, sino transformados por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.» Y este Dios incómodo, desmitificador, intranquilizante para nuestros criterios de carne y de sangre, es el Dios con el que lucha internamente el profeta Jeremías cuando dice: «Me sedujiste, Señor, y me deje seducir; me forzaste y me pudiste… La Palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio y todo el día… Pero la Palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos… Intentaba contenerla, y no podía».

Antonio Díaz Tortajada

¡Apártate de mí, Satanás!

1.- Hace unos instantes al fin se ha visto la fumarola blanca que anuncia un nuevo Papa. Tenemos todavía estas recientes escenas perfectamente claras en nuestra memoria. El nuevo representante de Cristo ha salido al balcón para bendecir a la multitud que llena la plaza de San Pedro. Y ya se retira el nuevo Papa, cuando entre camarlengos y cardenales se abre paso un hombre de aspecto semita al que el nuevo Papa cree reconocer. El recién llegado mirándole fijamente le dice sin contemplaciones: “¡Apártate de mí, Satanás!…”

¿Os imagináis la escena? Pues es lo que hoy nos narra el Evangelio. Pedro acaba de ser nombrado sucesor de Cristo, ha recibido todos los poderes y Jesús al oírle respirar tan mundanamente no duda en llamarle Satanás.

¿Cuántos Papas, cuántos obispos, cuántos sacerdotes y cuántos seglares que nos decimos seguidores de Cristo y como Pedro le proclamamos: “Tu eres el Hijo de Dios vivo”, tendríamos que oír de Él ese “apártate de mí porque piensas como los hombres no como Dios”.

2.- No es una cuestión de fe, es una cuestión de nuestra actitud ante la vida. No es lo que creemos, es lo que hacemos, es la inadecuación entre Fe y obras, es la permanente contradicción en que vivimos entre lo que afirman nuestros labios y lo que hacen nuestras manos.

A Pedro no le faltó fe en Jesús Mesías. No le cabía en la cabeza que ese Mesías tuviera que sufrir y que sus seguidores para serlo tuvieran que negarse a si mismo y tomar la Cruz. Todos somos Pedros, creer si. Negarse a sí mismos ya es otra cosa.

3.- Pensamos como los hombres, porque en la sociedad en que vivimos el que no piensa en si mismo se lo lleva la corriente, haya que defenderse, hay que subir a costa de quien sea. No hay tiempo para pensar en los demás… ¿Negarse? ¿Olvidarse de uno mismo?

Y Dios nos ha mostrado en Jesucristo su manera de pensar, su actitud ante la vida. Para pensar como Jesús ha pasar de ser el centro de la vida a poner en el centro de la vida a los demás. Eso es negarse a si mismo. Olvidarse a si mismo para pensar en los demás. Esto no es el pensar ordinario de nuestra sociedad, pero tampoco es insólito en ella. ¿No es esa la actitud de tantos padres y madres que viven entregados más a los hijos que a si mismos?

4.- Se han acabado –o están a punto de agotarse– las vacaciones, para quien las haya tenido. Pero durante ellas hay muchos jóvenes, en mi parroquia y en otras, que han pensado más en otros que en si mismos y han estado ayudando en residencias de ancianos o en campamentos de Cáritas contribuyendo al descanso de los demás. O han pasado julio y agosto en el altiplano boliviano, ayudando a los hermanos de allí. Esta es gente que lo ha podido pasar bien pero han pensado antes en los que lo pasan mal.

Son carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos. Y si ellos pueden negarse a si mismos, olvidarse para pensar en los demás, también es posible para nosotros.

Así el Señor no nos dirá “apártate”, sino “ven, bendito de mi Padre”.

José Maria Maruri, SJ

Arriesgar todo por Jesús

No es fácil asomarse al mundo interior de Jesús, pero en su corazón podemos intuir una doble experiencia: su identificación con los últimos y su confianza total en el Padre. Por una parte sufre con la injusticia, las desgracias y las enfermedades que hacen sufrir a tantos. Por otra confía totalmente en ese Dios Padre que nada quiere más que arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus hijos.

Jesús estaba dispuesto a todo con tal de hacer realidad el deseo de Dios, su Padre: un mundo más justo, digno y dichoso para todos. Y, como es natural, quería encontrar entre sus seguidores la misma actitud. Si seguían sus pasos, debían compartir su pasión por Dios y su disponibilidad total al servicio de su reino. Quería encender en ellos el fuego que llevaba dentro.

Hay frases que lo dicen todo. Las fuentes cristianas han conservado, con pequeñas diferencias, un dicho dirigido por Jesús a sus discípulos: «Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará». Con estas palabras tan paradójicas, Jesús les está invitando a vivir como él: agarrarse ciegamente a la vida puede llevar a perderla; arriesgarla de manera generosa y valiente lleva a salvarla.

El pensamiento de Jesús es claro. El que camina tras él, pero sigue aferrado a las seguridades, metas y expectativas que le ofrece su vida, puede terminar perdiendo el mayor bien de todos: la vida vivida según el proyecto salvador de Dios. Por el contrario, el que lo arriesga todo por seguirle encontrará vida entrando con él en el reino del Padre.

Quien sigue a Jesús tiene con frecuencia la sensación de estar «perdiendo la vida» por una utopía inalcanzable: ¿No estamos echando a perder nuestros mejores años soñando con Jesús? ¿No estamos gastando nuestras mejores energías por una causa inútil?

¿Qué hacía Jesús cuando se veía turbado por este tipo de pensamientos oscuros? Identificarse todavía más con los que sufren y seguir confiando en ese Padre que puede regalarnos una vida que no puede deducirse de lo que experimentamos aquí en la tierra.

José Antonio Pagola