II Vísperas – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres; 
— que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
— y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
— y que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz 
— y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, las almas de los difuntos
— y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Simón Pedro y sus descalabros

En uno de los relatos pascuales aparecen estas palabras de Jesús dirigidas a Pedro: “Cuando eras joven, te ceñías e ibas donde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieres…” (Jn 21,18). La frase suena a uno de esos lugares comunes en los que solemos coincidir cuando hablamos de lo que es propio de las edades de la vida. Es evidente: cuando eres joven te mueves con autonomía y vas donde te da la gana. De viejo, ya es otra cosa.

Sin embargo, en la escena que nos relata el Evangelio de hoy y tratándose de Jesús, los principios generales se trastocan: Pedro intenta “ceñir” a Jesús, que es joven, para impedirle seguir adelante por un camino que a su parecer es un desvarío. De manera subliminal está queriendo obligarle a “extender las manos” y a dejarse llevar por otro menos alocado (“estos jóvenes…”) y más sensato.

La reacción de Jesús es virulenta: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”. Si ya el apelativo “Satanás” es fuerte, el reproche que sigue, si se traduce libremente es aún peor: “Eres en mi camino una piedra en la que pretendes que me estrelle”. El diagnóstico final es demoledor: “Piensas al modo humano, no según Dios” (Mc 8,33).

El tópico joven-que-hace-lo-que-le-viene-en-gana está saltando por los aires porque el joven Jesús ni va “a su bola”, ni camina “a su aire”, ni alardea de su “indomable libertad”. Es alguien que no solo “extiende sus manos” para dejarse conducir por Otro, sino que se “extiende” todo él como un lienzo en blanco sobre el que pintar, como un tapiz por tejer, como un lacre blando sobre el que imprimir un sello. Si de niño había ido creciendo “en edad, en sabiduría y en gracia” (Lc 2,52), de mayor va ha ido ensanchando su “pensar según Dios”, ha ido sintiendo la vida y escuchándola desde más allá de sí mismo para conformar su sentir con el de su Padre. Un día le llenó de alegría reconocer esa coincidencia: Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Lc 10, 22). Lo mismo que su antepasado Abraham, abandonaba la tierra familiar de lo que le habían dicho y enseñado y se adentraba en otra en la que solo importaba el “pensar” del Padre. Se había dado cuenta de que iban a una, como dos que caminan bajo el mismo yugo, unánimes y con-cordes en la inclinación de su corazón hacia los que carecían de saberes, de nombre y de significación. Eso le llenaba de alegría y nada vuelve tan audaz y tan determinado a alguien como el vivir en contacto con la fuente del propio júbilo.

Desconocía lo que era aferrarse a “disponer de sí” porque el deseo y la voluntad de Otro imantaban su querer y de ahí le venía esa despreocupación que, según él, había aprendido de los pájaros y de los lirios del campo que no se inquietan por el día de mañana. Había dejado de ocuparse de su propio camino, confiando en manos de Otro su trazado, su recorrido y su final y no consentía que nadie intentara desviarle de ahí. Lo habían avisado los Profetas: Su voz puede ser tan estremecedora como el rugido de un león (Am 1,3), sus celos, tan peligrosos como una osa si le quitan los cachorros (Os 13,8).

Así que Simón, hijo de Jonás, colega nuestro en la pretensión de querer torcer Sus caminos y traerle a los nuestros: más nos vale desistir en el intento porque saldremos descalabrados.

Con el Hijo hemos topado, amigo Simón.

Dolores Aleixandre

Pedro tenía razón, el Mesías no puede fracasar

El texto es continuación del leído el domingo pasado. Lo que Mt pone hoy en boca de Jesús, ni siquiera es aceptable para los seguidores. Jesús acaba de felicitar a Pedro por expresar pensamientos divinos. Ahora le critica muy duramente por pensar como los hombres. La diferencia es abismal. Si leemos el evangelio sin prejuicios, descubriremos que Pedro es coherente con lo que dijo de Jesús: tú eres el ungido, el hijo de Dios vivo. ¿A qué judío se le podía ocurrir que el Mesías iba a morir en la cruz? Ni siquiera Jesús, como buen judío, pudo pensar tal cosa, aunque nuestros prejuicios lo ven como natural.

Los primeros cristianos dispusieron de cincuenta años para armonizar las diversas maneras de concebir a Jesús. A pesar de ello encontramos en los evangelios infinidad de incoherencias que es imposible explicar adecuadamente. Como Pedro, los cristianos en todas las épocas, nos hemos escandalizado de la cruz. Ninguno hubiera elegido para Jesús ese camino. La imagen de un Mesías victorioso es la única que puede tener sentido desde la perspectiva de un Dios todopoderoso. La muerte de Jesús en la cruz es un contrasentido que se trató de integrar con una serie de argumentos contradictorios.

La muerte de Jesús fue para los primeros cristianos el punto más impactante de su vida. Seguramente el primer núcleo de los evangelios lo constituyó un relato de su pasión. No nos debe extrañar que, al redactar el resto de su vida se haga desde esa perspectiva. Hasta cuatro veces anuncia Jesús su muerte en el evangelio de Mt. No hacía falta ser profeta para darse cuenta de que la vida de Jesús corría serio peligro. Lo que decía y lo que hacía estaba en contra de la doctrina oficial y los encargados de su custodia tenían el poder suficiente para eliminar a una persona tan peligrosa para sus intereses.

Pedro responde a Jesús con toda lógica. ¿Podía Pedro dejar de pensar como judío? Incluso el día que vinieron a prenderle, Pedro sacó la espada y atizó un buen golpe a Malco, para evitar que se llevaran al Maestro. Era inconcebible, para un judío, que al Mesías lo mataran los más altos representantes de Dios. El texto quiere transmitirnos la idea de un Jesús acomodado a los acontecimientos inaceptables, como representante de Dios. La radical crítica de Jesús a Pedro tiene como objetivo ordenar los juicios contradictorios que se sucedieron durante los primeros años del cristianismo.

La respuesta de Jesús a Pedro es la misma que dio al diablo en las tentaciones. Ni a los fariseos, ni a los letrados, ni a los sacerdotes dirige Jesús palabra tan duras. Quiere indicar que la propuesta de Pedro era la gran tentación, también para Jesús. La verdadera tentación no viene de fuera, sino de dentro. Lo difícil no es vencerla sino desenmascararla y tomar conciencia de que ella es la que puede arruinar nuestra Vida. Jesús no rechaza a Pedro, pero quiere que descubra su verdadero mesianismo, que no coincide ni con el del judaísmo oficial ni con lo que esperaban los discípulos.

El seguimiento es muy importante en todos los evangelios. Se trata de abandonar cualquier otra manera de relacionarse con Dios y entrar en la dinámica espiritual que Jesús manifiesta en su vida. Es identificarse con Jesús en su entrega a los demás, sin buscar para sí poder o gloria. Negarse a sí mismo supone renunciar a toda ambición personal. El individualismo y el egoísmo quedan descartados de Jesús y del que quiera seguirlo. Cargar con la cruz es aceptar la oposición del mundo. Se trata de la cruz que nos infligen otras personas -sean amigas o enemigas- por ser fieles al evangelio.

En tiempo de Jesús, la cruz era la manera más denigrante de ejecutar a un reo. El carácter simbólico solo llegó para los cristianos después de comprender la muerte de Jesús. Como el relato habla de la cruz en sentido simbólico, es improbable que esas palabras las pronunciara Jesús. El condenado era obligado a cargar con la parte transversal de la cruz (patibulum). No está hablando de la cruz voluntariamente aceptada sino de la impuesta por haber sido fiel a sí mismo y Dios. Lo que debemos buscar es la fidelidad. La cruz será consecuencia inevitable de esa fidelidad.

Jesús nos muestra el camino que nos puede llevar a una mayor humanidad. Esa propuesta es la única manera de ser humano. Todo ser humano debe aspirar a ser más; incluso ser como Dios. Pero debe encontrar el camino que le lleve a su plenitud. Los argumentos finales dejan claro que las exigencias, que parecen tan duras, son las únicas sensatas. Lo que Jesús exige a sus seguidores es que vayan por el camino del amor. Aquí está la esencia del mensaje cristiano. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir en cada momento lo mejor. Verlo como renuncia es no haber entendido ni jota.

Jesús no pretende deshumanizarnos como se ha entendido con frecuencia sino llevarnos a la verdadera plenitud humana. No se trata de sacrificarse, creyendo que eso es lo que quiere Dios. Dios quiere nuestra felicidad en todos los sentidos. Dios no puede “querer” ninguna clase de sufrimiento; Él es amor y solo puede querer para nosotros lo mejor. Nuestra limitación es la causa de que, a veces, el conseguir lo mejor exige elegir entre distintas posibilidades, y el reclamo del gozo inmediato inclina la balanza hacia lo que es menos bueno e incluso malo, entonces mi verdadero ser queda sometido al falso yo.

La mayoría de nuestras oraciones pretenden poner a Dios de nuestra parte en un afán de salvar el ego y la individualidad, exigiéndole que supere con su poder nuestras limitaciones. Lo que Jesús nos propone es alcanzar la plenitud despegándonos de todo apego. Si descubrimos lo que nos hace más humanos, será fácil volcarnos hacia esa escala de valores. En la medida que disminuyo mi necesidad de seguridades materiales, más a gusto, más feliz y más humano me sentiré. Estaré más dispuesto a dar y a darme, aunque me duela, porque eso es lo que me hace crecer en mi verdadero ser.

Una perfecta vida biológica no supone ninguna garantía de mayor humanidad. Todo lo contrario, ganar la Vida es perder la vida, yendo más allá del hedonismo. Lo biológico es necesario, pero no es lo más importante. Sin dejar de dar la importancia que tiene a la parte sensible, debes descubrir tu verdadero ser y empezar a vivir en plenitud. La muerte afecta solo a tu ser biológico, pero se pierde siempre. Si accedes a la verdadera Vida, la muerte pierde su importancia. La plenitud se encuentra más allá de lo caduco: no más allá en tiempo, sino más allá en profundidad, pero aquí y ahora.

Para ser cristiano, hay que transformarse. Hay que nacer de nuevo. Lo natural, lo cómodo, lo que me pide el cuerpo, es acomodarme a este mundo. Lo que pide mi verdadero ser es que vaya más allá de todo lo sensible y descubra lo que de verdad es mejor para la persona entera, no para una parte de ella. Los instintos no son malos; que los sentidos quieran conseguir su objeto, no es malo. Sin embargo la plenitud del ser humano está más allá de los sentidos y de los instintos. La vida humana no se nos da para que la guardemos y preservemos, sino para que la consumamos en beneficio de los demás.

Meditación

Nacer de nuevo, nacer del Espíritu, es la propuesta de Jesús.
En lo biológico estamos siempre; es el punto de partida.
Lo espiritual hay que descubrirlo y vivirlo.
Si no entro en la dinámica del Espíritu,
permaneceré en el ámbito de lo sensible
y quedará frustrado lo humano en mí.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Ya el profeta Jeremías se quejaba con cierta amargura: Siempre que hablo tengo que gritar «violencia» y proclamar «destrucción». Ello le acarreaba desprecio oprobio. Pero no tenía más remedio que decir lo que le sugería la palabra, que era como fuego ardiente e incontenible en sus entrañas. Y se había propuesto en alguna ocasión (renegando en cierto modo a su condición de profeta) no hablar más en nombre de Dios; pero no podía, porque el fuego que latía en su corazón era más fuerte que sus tentaciones de deserción o sus propósitos de vida menos comprometida (o más cómoda).

Y es que el profeta, si lo es de verdad, se ve forzado a predicar lo que Dios quiere, no lo que a él le gusta o puede agradar a sus oyentes, que son los que tienen que aprobar o desaprobar el discurso. Pero aquí no son los oyentes los que tienen la última palabra -la sentencia aprobatoria o condenatoria-, sino el que manda decir ese mensaje, el Dios que envía al profeta para que hable en su nombre.

Hoy, la palabra de Dios que proclamamos sigue marcando la pauta de nuestra predicación; ella nos obliga a gritar muchas veces contra nuestra voluntad destrucción o negación de nosotros mismos, o cruz. El mismo Jesús, con su palabra y conducta, nos indica el camino de nuestra actuación profética, que es el camino de la salvación. Primero nos muestra su propio camino. Irá a Jerusalén y allí padecerá mucho. A pesar de todo, irá a ese lugar de padecimiento, porque su Padre se lo pide, porque ésta es la voluntad de Dios, y tal voluntad debe prevalecer sobre la suya propia. Su padecimiento acabará en una ejecución: una sentencia de muerte que se ejecutará en el monte Calvario. Pero éste no será el final, aunque cierre el círculo de su existencia terrena, pues al tercer día de su muerte resucitará.

Al oír esto, Pedro, incrédulo, pero alertado e inquieto, lo increpa: ¡No lo permita Dios! ¡Eso no puede pasarte! No lo permita Dios, viene a decir, porque yo no lo permitiré. Ni Dios ni él pueden permitir semejante atropello e injusticia. Por tanto, eso que Jesús prevé que le va a suceder no puede pasarle. Jesús reacciona de inmediato, haciéndole ver a Pedro que su modo de pensar, en este caso, no es el de Dios, sino el de los hombres; más aún, el del enemigo de Dios y los hombres, el de Satanás. De ahí sus duras palabras, esas palabras que tuvieron que estremecer a Pedro, cuya sola intención era evitarle el sufrimiento: ¡Quítate de mi vista, Satanás, porque me haces tropezar! Eres para mí una piedra de tropiezo (= escándalo) porque pretendes -aun sin quererlo- apartarme de los planes de Dios, del camino trazado por su designio de amor.

Jesús tiene claro que sólo el camino que conduce a Jerusalén, lugar de la condena y la ejecución, pero también lugar del triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el odio y de la vida sobre la muerte (= resurrección) es el camino de la salvación para los hombres. De ahí sus consejos certeros e indispensables: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Se trata de irse con él hasta donde él nos lleve, con la confianza de que él nos llevará, pasando por la muerte inevitable, que siempre implica cruz y sufrimiento, hasta la vida eterna y gloriosa, porque hasta allí llegó él. No se queda en el Calvario ni en el sepulcro. Esto es lo que él quiere conceder a todos sus seguidores: la participación en su propio destino glorioso.

El destino sufriente es común a todos los hombres -seguidores y no seguidores- porque no hay vida humana sin cruz, ni vida humana que no acabe en la muerte, que es siempre, se quiera o no, una destrucción de nuestro tabernáculo terreno: una negación de nosotros mismos. Esta negación a la que nos invita Jesús es incomprensible para esa filosofía individualista que propugna la autoafirmación, la afirmación de sí mismo hasta la negación de todos los demás o la afirmación de los demás sólo en la medida en que nos sirve para el propio enaltecimiento. Por este camino sólo se puede llegar a una especie de egolatría en la que todo se subordina al propio yo. Es la forma suprema de egoísmo. El amor, en cambio, invita a seguir el camino inverso: el de la renuncia o negación de sí mismo para darse a los demás. De este modo se va imponiendo una personalidad oblativa como la de Jesús en la que se afirma el amor sin condiciones, que es lo más auténtico de nosotros mismos.

Negarse al propio yo, egoísta y reclamador, aquí es afirmarse en el amor, que es lo que más nos asemeja a Dios; por tanto, una negación de lo negativo (todo eso que reclama nuestro egoísmo), o incluso de lo positivo (constituir una familia, acabar una carrera, capacitarse para un trabajo, desplazarse a un lugar más adecuado), por entregarse de lleno a una determinada tarea vocacional. Aquí prevalece la llamada vocacional o la voluntad del que llama. Pero eso no significa en ningún caso poner obstáculos a nuestro crecimiento y maduración cristianos. Todo lo contrario; es el mejor camino para crecer en santidad.

Que cargue con su cruz. La vida humana implica cruz, y el seguimiento de Jesús, al fin y al cabo un crucificado, también. Jesús nos invita a seguirle con nuestra propia cruz (o cruces): la que nos haya tocado en suerte por nuestra condición de hombres terrenos (y mortales) o por nuestra condición de cristianos en un mundo hostil (judío o pagano). No hay vida humana (ni siquiera etapa humana) sin cruz, aunque la cruz pueda hacerse más pesada en la vejez o al final de una vida en incesante estado de erosión. Algunas nos acompañan desde el principio hasta el final de nuestros días; y nos acompañan irremediablemente, de modo que, aunque cambiemos de lugar, de trabajo o de familia, las seguimos llevando con nosotros.

Pues bien, con esa cruz, la nuestra, hemos de seguir a Jesús. Porque la cruz no es un impedimento para seguir a Jesús, sino más bien una ayuda, porque nos facilita la negación de nosotros mismos, imprescindible para el discipulado cristiano. Pero hemos de seguirle con la convicción de que él nos llevará a la vida, esa vida que encuentra el que pierde la vida por él. Perder la vida, la perderemos en cualquier modo, por él o sin él; pues, perdámosla por él para obtenerla con él.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

CAPÍTULO IV

LOS LAICOS

Peculiaridad

30. El santo Concilio, una vez que ha declarado las funciones de la Jerarquía, vuelve gozoso su atención al estado de aquellos fieles cristianos que se llaman laicos. Porque, si todo lo que se ha dicho sobre el Pueblo de Dios se dirige por igual a laicos, religiosos y clérigos, sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, por razón de su condición y misión, les atañen particularmente ciertas cosas, cuyos fundamentos han de ser considerados con mayor cuidado a causa de las especiales circunstancias de nuestro tiempo. Los sagrados Pastores conocen perfectamente cuánto contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera. Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común. Pues es necesario que todos, «abrazados a la verdad en todo crezcamos en caridad, llegándonos a Aquel que es nuestra cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad» (Ef 4.15-16).

Lectio Divina – Domingo XXII Tiempo Ordinario

Primer anuncio de la muerte y resurrección de Jesús
El escándalo de la cruz
Mateo 16, 21-27

1. Oración inicial

Espíritu de verdad, enviado por Jesús para conducirnos a la verdad toda entera, abre nuestra mente a la inteligencia de las Escrituras. Tú, que descendiendo sobre María de Nazareth, la convertiste en tierra buena donde el Verbo de Dios pudo germinar, purifica nuestros corazones de todo lo que opone resistencia a la Palabra. Haz que aprendamos como Ella a escuchar con corazón bueno y perfecto la Palabra que Dios nos envía en la vida y en la Escritura, para custodiarla y producir fruto con nuestra perseverancia.

2. Lectura

a) El contexto:

Mt 16, 21-27 se encuentra entre la confesión de Pedro (16,13-20) y la transfiguración (17, 1-8) y está íntimamente ligado a ellos. Jesús pide a los doce que le digan qué piensa la gente que pueda ser Él y luego quiere saber qué dicen ellos. Pedro responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (16,16). Jesús, no sólo acepta esta confesión, sino que dice expresamente que su verdadera identidad ha sido revelada a Pedro por Dios. Sin embargo, insiste en que los discípulos no deben decir a nadie que Él es el Mesías. Jesús sabe bien que este título puede ser malentendido y no quiere correr ningún riesgo. «Desde entonces» (16,3) comienza a explicar a los doce gradualmente qué significa ser el mesías: Él es el mesías sufridor que entrará en su gloria a través de la cruz.
El pasaje en consideración consta de dos partes. En la primera (vv. 21-23) Jesús anuncia su muerte y resurrección y se muestra completamente decidido a seguir el proyecto de Dios sobre Él a pesar de la protesta de Pedro. En la segunda parte (vv. 24-27) Jesús demuestra la consecuencia que deberá tener sobre sus discípulos el reconocerlo como mesías sufridor. No se llega a ser discípulo, si no es pasando por el mismo camino.
Pero Jesús sabe bien que es difícil para los doce aceptar su cruz y la de ellos y para animarlos les da una anticipación de su resurrección en la transfiguración (17, 1-8).

b) El texto:
Mateo 16, 21-2721-23: Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!

24-27: Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
«Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la reflexión personal.

a) ¿Por qué Pedro trata de persuadir a Jesús de afrontar la pasión?
b) ¿Por qué Jesús llama a Pedro Satanás?
c) ¿Cómo afrontas la vida, con la lógica de Dios y de Jesús o con la de los hombres y la de Pedro?
d) En tu vida concreta de cada día ¿qué significa perder la vida por causa de Jesús?
e) ¿Cuáles son tus cruces y tus Pedros?

5. Una clave de lectura

para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.

«Debía andar a Jerusalén…»
Los cuatro verbos «andar», «sufrir» , » ser matado» y «resucitar (v.21) están regidos por el verbo «debía», o mejor, «era necesario que». Es un verbo que en el Nuevo Testamento tiene un preciso significado teológico. Indica que es voluntad de Dios que una cosa particular acontezca, porque está en su proyecto de salvación.
La muerte de Jesús puede ser vista como la consecuencia «lógica» de la conducta que ha tomado hacia las instituciones de su pueblo. Como todo profeta incómodo ha sido quitado de en medio. Pero el Nuevo Testamento insiste que su muerte (y resurrección) hacía parte del proyecto de Dios que Jesús aceptó con plena libertad.

«Tú me sirves de escándalo»
Escándalo quiere decir tropiezo, trampa. Escandalizar a alguien significa colocarle delante impedimentos que lo aparten del camino que lleva. Pedro es un escándalo para Jesús porque lo tienta a dejar el camino de la obediencia a la voluntad del Padre, para seguir un camino más fácil. Por esto Jesús lo asemeja a Satanás, que al principio de su ministerio había tratado de apartar a Jesús de seguir su propia misión, proponiéndole un mesianismo fácil (ver Mt 4, 1-11).

«Quien pierda la propia vida la encontrará»
Quien comprende bien el misterio de Jesús y la naturaleza de su misión, comprende también qué significa ser su discípulo. Las dos cosas están íntimamente ligadas.
Jesús mismo impone tres condiciones a aquéllos que quieren ser sus discípulos: negarse a sí mismo, tomar la propia cruz y seguirlo (v. 24). Negarse a sí mismo quiere decir no centrar su vida sobre el propio egoísmo, sino en Dios y su proyecto (el Reino). Esto comporta la aceptación de adversidades y el soportar las dificultades. Pero Jesús mismo nos ha dejado el ejemplo de cómo obrar en tales situaciones: basta imitarlo. Él no comprometió su adhesión a Dios y a su Reino y permaneció fiel hasta dar la vida. Pero precisamente fue de esta manera cómo llegó a la plenitud de la vida en la resurrección.

6. Salmo 40

Invocación de ayuda de parte de uno
que ha permanecido fiel a Dios

Yo esperaba impaciente a Yahvé:
hacia mí se inclinó
y escuchó mi clamor.
Me sacó de la fosa fatal,
del fango cenagoso;
asentó mis pies sobre roca,
afianzó mis pasos.
Puso en mi boca un cántico nuevo,
una alabanza a nuestro Dios;
muchos verán y temerán,
y en Yahvé pondrán su confianza.

Dichoso será el hombre
que pone en Yahvé su confianza,
y no se va con los rebeldes
que andan tras los ídolos.
¡Cuántas maravillas has hecho,
Yahvé, Dios mío,
cuántos designios por nosotros;
nadie se te puede comparar!
Quisiera publicarlos, pregonarlos,
mas su número es incalculable.

No has querido sacrificio ni oblación,
pero me has abierto el oído;
no pedías holocaustos ni víctimas,
dije entonces: «Aquí he venido».
Está escrito en el rollo del libro
que debo hacer tu voluntad.
Y eso deseo, Dios mío,
tengo tu ley en mi interior.

He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he contenido mis labios,
tú lo sabes, Yahvé.
No he callado tu justicia en mi pecho,
he proclamado tu lealtad, tu salvación;
no he ocultado tu amor y tu verdad
a la gran asamblea.

Y tú, Yahvé, no retengas
tus ternuras hacia mí.
Que tu amor y lealtad
me guarden incesantes.
Pues desdichas me envuelven
en número incontable.
Mis culpas me dan caza
y ya no puedo ver;
más numerosas que mis cabellos,
y me ha faltado coraje.

¡Dígnate, Yahvé, librarme;
Yahvé, corre en mi ayuda!
¡Queden confusos y humillados
los que intentan acabar conmigo!
¡Retrocedan confundidos
los que desean mi mal!
Queden corridos de vergüenza
los que me insultan: «Ja, ja».

¡En ti gocen y se alegren
todos los que te buscan!
¡Digan sin cesar: «Grande es Yahvé»
los que ansían tu victoria!
Aunque soy pobre y desdichado,
el Señor se ocupará de mí.
Tú eres mi auxilio y libertador,
¡no te retrases, Dios mío!

7. Oración final

¡Oh Dios! tus caminos no son nuestros caminos y tus pensamientos no son nuestros pensamientos. En tu proyecto de salvación hay un puesto para la cruz. Tu Hijo Jesús no retrocedió delante de ella, sino «se sometió a la cruz, despreciando la ignominia» (Eb 12,2). La hostilidad de sus adversarios, no pudo apartarlo de su firme decisión de cumplir tu voluntad y anunciar tu Reino, costase lo que costase.
Fortalécenos ¡oh Padre! con el don de tu Espíritu Santo. Él nos haga capaces de seguir a Jesús con valentía y fidelidad. Nos haga sus imitadores en hacer de ti y de tu Reino el punto central de nuestra vida. Nos dé la fuerza para soportar las adversidades y dificultades para que en nosotros y en todos surja gradualmente la verdadera vida.
Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Pedro, portavoz de Satanás y la parábola del maletín y el joyero

Las cosas de Dios

1.- Con una excelente sincronización de contenidos las lecturas de este 22 Domingo del Tiempo Ordinario reflejan de manera magistral un problema ahora más frecuente que nunca entre el Pueblo de Dios. Y es que tenemos que dejar a Dios que sea Dios y que las cosas de Dios no sean, obligatoriamente, “cosas de los hombres”. En estos tiempos, queremos que Dios sea de derechas, de izquierdas, justiciero, enemigo de nuestros enemigos y que sus designios coincidan con los nuestros si un ápice de desviación.

Desde luego, Dios hará lo que tenga que hacer sin que nuestras posiciones le coarten, como no podía ser de otra forma. Esperará nuestras oraciones y súplicas pero, luego, al fin, con su infinita sacudiría actuará en consecuencia. El problema, claro está, no es de Él, es nuestro. Y llega a ser muy grave cuando intentamos domesticar o suplantar a Dios, en función de nuestras actividades humanas. Y así querremos que haya un Dios español, o francés, o nacionalista, o comunista o, incluso, ilusoriamente cercano a situaciones de pecado que el jamás podrá aceptar.

Por tanto, el principal mensaje de las lecturas de hoy se centra en esos dos prismas que aparecen claramente explicados. De un lado, la realidad divina no siempre fácilmente comprensible. De otro, la lógica “pequeña” de Jeremías y de Pedro.

2.- Y como siempre, en términos humanos, pero muy cercanos a Dios se explica Pablo de Tarso en su carta a los fieles de Roma. Les pide –nos pide a nosotros con enorme sentido de la actualidad— que no se ajusten a las cosas de este mundo, sino que se busque, mediante el ejercicio sereno del discernimiento, la voluntad de Dios. Y cuando, airado, Jesús responde a Pedro con dureza, llamándole Satanás, está mostrando el criterio de Dios. Jesús habla como Dios. Pablo aproxima en lenguaje humano la realidad de Dios. Conviene, tal vez, hacer hoy hincapié en el Evangelio de Mateo de la semana pasada, cuando Jesús confiere a Pedro la dignidad máxima posible: ser su sucesor y vicario en la tierra. Pero cuando Pedro vuelve a ser Kefas y se opone a los designios de Dios en la carrera de obediencia salvadora de Jesús, el Señor lo aparta abruptamente de Él, como todos tenemos que hacer con las tentaciones, no ceder ni durante un instante. Y aquí, como decíamos antes, el problema es de Pedro, no de Jesús. El apóstol no ha sabido discernir el camino de Dios que revela Jesús de Nazaret.

Y ese es un problema, o una carencia, muy importante para todos. Hemos de dejar a Dios que actué y, asimismo, hemos de aceptar y reconocer por donde pasan los caminos del Señor, respondiendo rápido y airadamente contra nuestra tentación permanente: querer manipular a Dios y “hacerle de los nuestros”. Y como toda tentación, y su consiguiente caída en forma de pecado, eso solo es un engaño. Dios es Dios. Y nosotros somos nosotros. Solamente su enorme amor y la aceptación de ese amor por parte nuestra, podrá hacer converger nuestra idea con la suya. Meditemos durante esta semana sobre la necesidad que no ser barrera, ni obstáculo a la acción de Dios. ¡Qué así sea!

Ángel Gómez Escorial

Toma tu decisión

Cada día tomamos muchas decisiones, la mayoría de ellas sobre asuntos intrascendentes: qué ropa ponernos, qué vamos a comer, dónde voy a ir… Pero a lo largo de la vida se presentan ocasiones en las que hay que tomar grandes decisiones, que sí van a tener una trascendencia: estudiar o trabajar, qué profesión elegir, en qué ciudad vivir, casarse o no… Estas decisiones no se pueden tomar a la ligera, y para ayudarnos a decidirnos podemos utilizar diferentes métodos: uno muy conocido es el de escribir una lista de “pros” y “contras”, pensar las ventajas e inconvenientes de una opción, y ver de qué lado se inclina la balanza; otro método consiste en imaginar que ya hemos tomado la decisión y tratar de pensar cómo nos sentimos, cómo ha cambiado nuestra vida… Estos métodos nos pueden ayudar, pero debemos tener claro que nunca tendremos el 100% de seguridad. 

Las grandes decisiones también se toman en lo referente a la fe: cuál es mi vocación en la Iglesia, dónde asumir un compromiso evangelizador… pero hay una decisión previa a todas éstas, que además es la fundamental: la decisión de ser cristiano, de seguir a Jesucristo. Y ésta es una decisión totalmente personal y trascendental, porque afectará a todo el conjunto de nuestra vida.
En el Evangelio hemos escuchado la invitación de Jesús a tomar una decisión ante Él: El que quiera venirse conmigo… Ser cristiano no es una imposición, no se puede ni se debe obligar a nadie a ser cristiano. El que quiera venirse conmigo… que tome su propia decisión de forma personal y libre.

Pero por la trascendencia que tiene esta decisión, no se debe tomar a la ligera o en un momento de fervor religioso o exaltación, porque puede ocurrirnos lo que decía Jeremías en la 1ª lectura: al principio todo es muy bonito: Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… Pero una vez ha pasado ese fervor o exaltación, lamentamos nuestra decisión: Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí.

Ser cristiano no es como “apuntarse a un club” o a una asociación cualquiera, y para que podamos valorar nuestra decisión, Jesús nos indica con claridad las condiciones para seguirle: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Para tomar nuestra decisión, estas palabras de Jesús las debemos “traducir” a nuestra realidad, en qué se concreta ese “negarme a mí mismo”: en lo personal, familiar, social… porque dificulta o impide que siga a Jesús; cuál es la “cruz” que he de cargar, de qué o de quiénes está formada…

Ante esa realidad nuestra, Jesús también nos invita a pensar en los “pros” y los “contras” de la decisión de seguirle o no: quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
Jesús quiere que le sigamos, pero respeta nuestra libertad, y por eso también nos plantea una pregunta para que imaginemos lo que nos ocurrirá si decidimos rechazar su propuesta de seguirle: ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?

Pero Jesús también nos indica lo que ocurrirá si decidimos seguirle: el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Si queremos recibir lo que el Señor nos ofrece, debemos tomar la decisión de seguirle, con todas las consecuencias, y mantenernos fieles a la misma, no nos ocurra como a Pedro, que tras escuchar a Jesús que tenía que ir a Jerusalén y allí padecer mucho, se echa atrás y lo rechaza: ¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte.   

El Señor nos plantea estas cuestiones, a las que debemos responder personalmente: nadie puede dar una respuesta por mí, y la respuesta que otros hayan dado no me sirve. La decisión de ser o no cristiano, de seguir a Jesús, es una de las grandes decisiones de nuestra vida y, si somos coherentes, la decisión fundamental, porque el seguimiento de Jesús configura todo lo que somos y hacemos.

Imaginemos cómo nos sentiríamos, cómo cambiaría nuestra vida si tomamos una u otra decisión y qué perspectivas de futuro nos aporta aceptar o rechazar la invitación de Jesús a seguirle.

Igual que ocurre en otras decisiones, no podremos tener el 100% de seguridad, pero sí tendremos razones suficientes para ser cristianos. Y cuando vengan los momentos de incertidumbre y de oscuridad, serán la ocasión de renovar nuestra decisión y encontrar nuevas razones para seguir a Jesús. La propuesta, por su parte, está hecha: ahora nos toca a cada uno tomar nuestra decisión. 

Comentario al evangelio – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

UN DIOS SEDUCTOR


LO QUE PODEMOS SABER DE DIOS

     Según nos dice la Escritura: Nadie ha visto jamás a Dios (Jn 1,14) ni puede ver a Dios(Colosenses 1,15), quizá con la excepción de Moisés, que hablaba con Dios cara a cara(Éxodo 33, 11). Y por supuesto el Hijo único de Dios que estaba en el seno del Padre (Jn 1,18).

    Todo el Antiguo Testamento está lleno de oraciones y deseos de «ver el rostro de Dios», como ese bellísimo Salmo de hoy: «mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua». Son palabras fuertes: la sed crea un estado de intranquilidad, desasosiego y angustia… Y la ansiedad, que según el diccionario es angustia que suele acompañar a muchas enfermedades y que no permite sosiego a los enfermos. No es, por tanto, simple curiosidad o un planteamiento intelectual, sino una necesidad vital que afecta a muchas personas (¿a todas?). ¿Tienes verdaderas ansias, sed de Dios?

    La Biblia, que es «revelación» de Dios, nos ayuda para conocer verdaderamente a Dios, su «rostro». No hace discursos ni razonamientos sobre él. Pero sí nos ofrece el testimonio, la experiencia de hombres y mujeres que han tenido una especial relación con Él… de modo que nos ayuden a interpretar y reconocer la nuestra. Claro que todas suponen un fuerte componente «subjetivo», y por eso unas y otras se enriquecen y complementan. Hoy nos encontramos con una de esas experiencias, peculiar, intensa, apasionada e incluso un poco «blasfema». Se trata del Profeta Jeremías.

UN DIOS SEDUCTOR

     No estamos nada acostumbrados a su lenguaje para hablar de su relación con Dios: «me sedujiste«, y «me has podido«. Es el lenguaje del amor y del sexo, de la pasión, de la seducción. Dios se comporta como un conquistador, como un galán, capaz de usar todas sus tretas y artimañas para enamorar a quien se propone. Según nos describe el diccionario, seducir es: «Persuadir a alguien con argucias o halagos para algo, frecuentemente malo. Atraer físicamente a alguien con el propósito de obtener de él una relación sexual. Embargar o cautivar el ánimo a alguien».

     Y el profeta se dejó seducir por ese Dios seductor. Está recordando su «amor primero», allá cuando contaba unos 24 años. Y su corazón quedo «apresado», tanto… que nunca llegaría a casarse.

     Es bello y atrevido este lenguaje, y nos puede ayudar a reformular nuestra propia experiencia de fe, una fe que es amor. También el Señor ha procurado enamorarnos, nos ha ido haciendo regalos, nos ha acariciado el alma, nos ha hecho sentir su cariño y compañía. Tal vez recordemos la fe de nuestra infancia y adolescencia u otros momentos de la vida de cada uno: cuando la oración era sencilla y habitual, cuando no teníamos dudas ni inquietudes, cuando no habíamos pasado por el desierto del sufrimiento, cuando tuvimos nuestros primeros amores, quizá el día de nuestra Confirmación o matrimonio… cuando nos llenamos de buenos propósitos y de generosos compromisos. Cuando nos sentíamos bien con él y con los otros.

     Pero después… llega la queja, la decepción, la protesta:«me forzaste y me pudiste». Es el sentimiento de haberse sentido engañado: ¡Ah! Yo no pensaba que eso de estar con Dios iba a traerme sufrimiento, que me tocaría ir contracorriente, que iba a traerme el rechazo de los míos, que incluso se iban a burlar de mí y a encerrarme en un pozo oscuro. A Jeremías no le agrada en absoluto tener que ser Testigo del Amor, ir a contar a otros lo que siente en su interior… y encontrar rechazo.

EL CAMINO DE LA HUIDA… IMPOSIBLE

     Entonces viene la huida: Me dije ‘no me acordaré más de él, no hablaré más en su nombre’… Es parte del proceso de la fe. Puede que no lo hayamos dicho con estas mismas palabras, pero no es infrecuente intentar olvidarse, abandonar, renunciar a esta relación como si fuera tóxica: «No quiero saber más de Dios, voy a montarme la vida como si no existiera, ¡vaya ganas de complicarme la vida!; esa Palabra de la Escritura me estorba, me pincha, me fastidia…», y hemos buscado otros amores, otros caminos más cómodos o llevaderos. 

         Pero Jeremías no lo consigue aunque se lo proponga. La clave está en la «PALABRA». Todo lo que Dios le había dicho le había llegado al fondo del corazón y allí se había quedado. Nosotros pocas veces nos ponemos «a tiro» de la Palabra de Dios de esta forma. María, la madre de Jesús, sí lo hizo… y llegó a ser la mujer fuerte que salió adelante de todas las dificultades.

     Cuando dejamos que esa Palabra entre al fondo de nuestra mente, corazón y vida… se convierte, según experiencia del profeta en, «fuego ardiente en las entrañas»; intentaba contenerla y no podía, se le salía, le desbordaba. Y es que Dios había sembrado la semilla de su Palabra en las «entrañas», donde puede ser fecunda. Como dice la Carta a los Hebreos:  «La palabra de Dios es viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu… y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos» (Hb 4,12).

Ese fuego ardiente tenía tres focos: su exquisita sensibilidad y tendencia a la ternura y a la bondad, que le hacían muy desagradable ser profeta de calamidades; su enamoramiento del pueblo al que amaba con toda su alma; y su adhesión y entrega incondicional a su Dios, que le había seducido sin remedio, y del que dice  «Pero Yahvé está conmigo, cual campeón poderoso» (Jr 20, 11).

     Cuando en la Liturgia de la Palabra nos proclaman «Palabra de Dios», se quiere subrayar y recordar que Dios nos ha hablado, que Dios se ha hecho presente por medio de su Palabra proclamada… Y respondemos: «te alabamos, Señor»: Agradecemos haberte escuchado, conocer tu voluntad… y ahora nos toca meterla en las entrañas y darle respuesta con nuestra vida. 

    Jeremías no puede olvidarse de Dios, no es capaz de prescindir de él, no puede callar su Palabra. Y tendrá que aprender que la felicidad y el amor, y la entrega a Dios (la misión/vocación) pasan por momentos de amargura y soledad, que Él no nos evita el sufrimiento, el rechazo, el dolor, y el fracaso. Por tanto hay que confiar en que saldremos campeones con él… al final

PENSAR COMO DIOS

    Es muy oportuno tener en cuenta lo que Pablo nos dice en la Segunda Lectura: no siempre lo que sentimos dentro es Palabra de Dios. Se nos cuelan muchas otras cosas, y podemos ser presas de nuestras ideas fijas, de nuestros intereses, de nuestros fanatismos, de las expectativas ajenas… Y nos avisa: «Transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto«. Discernir, discriminar, purificar, acrisolar para que nuestras palabras y opciones respondan a las de Dios… Y no a las de Satanás.

    Pedro nos lo explicaría muy bien. Con su mejor buena voluntad, no le cabe en la cabeza que el amor de Jesús por su pueblo, su enfrentamiento con las autoridades religiosas, sus denuncias contra la injusticia, su ponerse de parte de los débiles… le lleven al fracaso y a la cruz. Y trata de «corregir» y marcarle el camino a Jesús, ponerse por delante. Cuando lo suyo es «seguirle», ir detrás de él. La cruz de la que habla Jesús (la suya y la nuestra) será la consecuencia de vivir con ardor y entrega la Palabra de Dios (mejor no llamar «cruces» a otras cosas que poco tienen que ver con ésta). No necesitamos buscarla: nos la echarán encima. Fue la experiencia de Jeremías y de los profetas, y será la de Jesús, y de los que le seguimos. Pretender contentar a la gente, pretender huir de los conflictos, pretender autoafirmarnos en nuestros intereses, pretender poner a salvo la propia vida siendo infieles al amor primero de Dios… significa perderse: «Piensas como los hombres, no como Dios». Satanás procura sacarnos de nuestro camino, de nuestra entrega, de nuestra coherencia… para perdernos.

Mejor dejarnos seducir por la Palabra de Dios, por su proyecto. Es «mucho» lo que saldremos ganando. Aunque duela. Y siempre volviendo al «amor primero».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

Imagen de José María Morillo