Vísperas – Viernes XXII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

VIERNES XXII TIEMPO ORDINARIO

V/. Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

El dolor extendido por tu cuerpo,
sometida tu alma como un lago,
vas a morir y mueres por nosotros
ante el Padre que acepta perdonándonos.

Cristo, gracias aún, gracias, que aún duele
tu agonía en el mundo, en tus hermanos.
Que hay hambre, ese resumen de injusticias;
que hay hombre en el que estás crucificado.

Gracias por tu palabra que está viva,
y aquí la van diciendo nuestros labios;
gracias porque eres Dios y hablas a Dios
de nuestras soledades, nuestros bandos.

Que no existan verdugos, que no insistan;
rezas hoy con nosotros que rezamos.

Porque existen las víctimas, el llanto. Amén.

SALMO 114: ACCIÓN DE GRACIAS

Ant. Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.»

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó.

Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.

Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.

SALMO 120: EL GUARDIÁN DEL PUEBLO

Ant. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

LECTURA BREVE 1Co 2, 7-10a

Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu.

RESPONSORIO BREVE

V/. Cristo murió por los pecados, para conducirnos a Dios.
R/. Cristo murió por los pecados, para conducirnos a Dios.

V/. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
R/. Para conducirnos a Dios.

V/. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
R/. Cristo murió por los pecados, para conducirnos a Dios.

 

Magníficat, ant.: Acuérdate de tu misericordia, Señor, como lo habías prometido a nuestros padres.

MAGNÍFICAT, Lc 1, 46-55 ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Magníficat, ant.: Acuérdate de tu misericordia, Señor, como lo habías prometido a nuestros padres.

 

PRECES

Bendigamos ahora al Señor Jesús, que en su vida mortal escuchó siempre con bondad las súplicas de los que acudían a él y con amor secaba las lágrimas de los que lloraban, y digámosle también nosotros:

Señor, ten misericordia de tu pueblo.

Señor Jesucristo, tú que consolaste a los tristes y deprimidos,
— pon ahora tus ojos en las lágrimas de los pobres.

Escucha los gemidos de los agonizantes
— y envíales tus ángeles para que los alivien y conforten.

Que los emigrantes sientan tu providencia en su destierro,
— que puedan regresar a su patria y que un día alcancen también la eterna.

Que los pecadores se ablanden a tu amor
— y se reconcilien contigo y con tu Iglesia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Perdona las faltas de los que han muerto
— y dales la plenitud de tu salvación.

Con el gozo que nos da el saber que somos hijos de Dios, digamos con plena confianza:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios todopoderoso, te pedimos nos concedas que, del mismo modo que hemos cantado tus alabanzas en esta celebración matutina, así las podamos cantar también plenamente, con la asamblea de tus santos, por toda la eternidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes XXII de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 5,33-39
Ellos le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos no se privan de comer y beber.» Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces, en aquellos días, ayunarán.»
Les dijo también una parábola: «Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo, porque, si lo hace, desgarrará el nuevo, y al viejo no le irá el remiendo del nuevo.
«Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los pellejos, el vino se derramará, y los pellejos se echarán a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: El añejo es el bueno.» 

3) Reflexión

• En el Evangelio de hoy vamos a ver de cerca un conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas de la época, escribas y fariseos (Lc 5,3). Esta vez el conflicto es entorno al ayuno. Lucas relata varios conflictos entorno a las prácticas religiosas de la época: el perdón de los pecados (Lc 5,21-25), comer con pecadores (Lc 5,29-32), el ayuno (Lc 5,33-36), además de los conflictos entorno a la observancia del sábado (Lc 6,1-5 e Lc 6,6-11).
• Lucas 5,33: Jesús no insiste en la práctica del ayuno. Aquí, el conflicto es entorno a la práctica del ayuno. El ayuno es una costumbre muy antigua, practicada por casi todas las religiones. Jesús mismo lo practicó durante cuarenta días (Mt 4,2). Pero él no insiste con los discípulos para que hagan lo mismo. Les deja la libertad de actuar. Por esto, los discípulos de Juan Bautista y de los fariseos, que estaban obligados a ayunar, quieren saber porqué motivo Jesús no insiste en el ayuno.
• Lucas 5,34-35: Mientras el novio está con ellos no precisan ayunar. Jesús responde con una comparación. Mientras el novio está con ellos, esto es, durante la fiesta de las bodas, éstos no precisan ayunar. Durante el tiempo en que él, Jesús, está con sus discípulos, es fiesta de bodas. Pero el día vendrá en que el novio no estará. En ese día, si quieren, pueden ayunar. Jesús alude a su muerte. Sabe y siente que si continúa por este camino de libertad, las autoridades van a querer matarle.
En el Antiguo Testamento, varias veces, Dios mismo se presenta como siendo el novio de la gente (Is 49,15; 54,5.8; 62,4-5; Os 2,16-25). En el Nuevo Testamento, Jesús es visto como el novio de su pueblo, de su gente (Ef 5,25). El Apocalipsis presenta el convite para la celebración de las nupcias del Cordero con su esposa, la Jerusalén celestial (Ap 19,7-8; 21,2.9).
• Lucas 5,36-39: ¡Vino nuevo en pellejos nuevos! Estas palabras sueltas sobre el remiendo nuevo en paño viejo y sobre el vino nuevo en pellejos viejos deben entenderse como una luz que arroja su claridad sobre los diversos conflictos, relatados por Lucas, antes y después de la discusión entorno al ayuno. Aclaran la actitud de Jesús con relación a todos los conflictos con las autoridades religiosas. Colocados en términos de hoy serían conflictos como éstos: bodas de personas divorciadas, amistad con prostitutas y homosexuales, comulgar sin estar casado/a por la iglesia, faltar a la misa los domingos, no hacer ayuno el viernes santo, etc.
No se pone remiendo nuevo a un vestido viejo, porque a la hora de lavarlo, el remiendo nuevo se encoge y el vestido se desgarra aún más. Nadie pone vino nuevo en pellejo viejo, porque el vino nuevo por la fermentación hace estallar el pellejo viejo. ¡Vino nuevo en pellejo nuevo! La religión defendida por las autoridades religiosas era como ropa vieja, como pellejo viejo. O lo uno, o lo otro. No se debe combinar lo nuevo que Jesús trae con costumbres antiguas. ¡O lo uno, o lo otro! El vino nuevo que Jesús trae hace estallar el pellejo viejo. Hay que saber separar las cosas. Muy probablemente Lucas trae estas palabras de Jesús para orientar a las comunidades de los años ’80. Había un grupo de judeo-cristianos que querían reducir la novedad de Jesús al tamaño del judaísmo de antes. Jesús no está en contra de lo que es “viejo”. Lo que él no quiere es que lo “viejo” se imponga y así empiece a manifestarse. Sería lo mismo que reducir, en la Iglesia católica, el mensaje del Concilio Vaticano II a lo que se vivía en la Iglesia antes del concilio, como hoy mucha gente parece estar queriendo hacer. 

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuáles son los conflictos entorno a las prácticas religiosas que, hoy, traen sufrimiento a las personas y son motivo de mucha discusión y polémica? ¿Cuál es la imagen de Dios que está por detrás de todas estas ideas preconcebidas, normas y prohibiciones?
• ¿Cómo entender hoy la frase de Jesús: “No colocar remiendo del paño nuevo en vestido viejo”? ¿Qué mensaje sacas de todo esto para tu vida y para tu comunidad? 

5) Oración final

Encomienda tu vida a Yahvé,
confía en él, que actuará;
hará brillar como luz tu inocencia
y tu honradez igual que el mediodía. (Sal 37,5-6)

Comentario – Viernes XXII de Tiempo Ordinario

Eran días de ayuno para todo judío respetuoso de sus tradiciones. Ayunaban los discípulos de Juan (el Bautista) y ayunaban los fariseos. Todos estaban de ayuno menos los discípulos de Jesús. Y semejante descuido, que parece denotar falta de aprecio por las observancias preceptivas de la tradición judaica, no pasa desapercibido a los que estaban al tanto de todo lo que sucedía a su alrededor. Y llega la censura de los observantes: Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio los tuyos, a comer y a beber.

La pregunta era un reproche a la inobservancia de los discípulos de Jesús en materia de ayuno, como si el maestro de tales discípulos hubiese descuidado este capítulo de la disciplina penitencial y del manual del buen judío.

Jesús habría podido responder a la crítica de los fariseos remitiéndose a la censura que hace el profeta Isaías de los ayunos de sus antepasados: Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores. Mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es este el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica?; mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor? (Is 58, 3-5).

Pero no, en esta ocasión Jesús no responde con el ataque, se limita a señalar una particularidad del momento para justificar la conducta de sus discípulos: ¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.

En tiempo de bodas no hay espacio para el ayuno. El ayuno es una práctica de carácter penitencial. También el ayuno tiene su tiempo; por eso se señalan días de ayuno. Y los días que viven los discípulos de Jesús en compañía de su Maestro no son días para el ayuno, sino para disfrutar de esa compañía y sacar provecho de esa relación de amistad y discipulado. Son días para el aprendizaje y para el fortalecimiento de esa relación esponsal.

Ya llegará el momento en que les arrebaten esa presencia (la presencia del novio) y se vean forzados a ayunar, es decir, a hacer duelo y a guardar luto por el muerto; porque ese es en primer lugar el ayuno que les vendrá exigido, la privación de ese novio(amigo, maestro, señor) con el que han convivido durante algún tiempo y a quien han acompañado a todas partes como discípulos y testigos de su mesiánica actividad. Y tras saborear la amargura de este ayuno, tras ser privados de esta compañía, vendrán otros muchos ayunos exigidos por la misma misión. Son todos esos ayunos que acompañan al misionero que se ve obligado a renunciar a tantas cosas (patria, casa, familia, amistades, lengua, cultura, seguridades, etc.) por imperativo de la misión asumida en nombre de Cristo.

Jesús no parece conceder demasiada importancia al ayuno en sí mismo; más bien lo ve como consecuencia de algo o en función de otra cosa. Hay ayunos que derivan de un seguimiento, de la asunción de un trabajo, de la consecución de un objetivo, de una relación personal, de un compromiso; son el efecto de ese seguimiento, de ese objetivo pretendido o de esa relación que exigen tales privaciones. Son los ayunos del misionero que marcha a un país desconocido, o del estudiante que prepara una oposición, o del enamorado que, por amor, es capaz de renunciar a muchas cosas, o del atleta que, por alcanzar el laurel de la victoria, se abstiene de tantas apetencias. La privación por la privación no tiene ningún sentido. El ayuno siempre tiene su razón de ser en otra cosa, en aquello para lo que se ayuna. Por eso, subsiste únicamente como «parásito» de la limosna a la que se orienta, de la oración que le reclama, del amor por el que se ayuna.

Por eso, cuando pierde esta correlación o funcionalidad, es equiparable –tal es la comparación que usa Jesús- al remiendo de paño que se coloca sobre un manto pasado, que la pieza (nueva) tira del manto (viejo) y deja un roto peor. Tales eran los ayunos que denunciaba el profeta Isaías como no agradables a los ojos de Dios: remiendos en unas vidas que no atendían a la voluntad de Dios, que prefería la misericordia al sacrificio, y a los ayunos, sobre todo cuando estos estaban desconectados de la misericordia y sus obras; peor aún si aquellos eran causa u ocasión de disputas, riñas, abusos, injusticias y acciones en las que brillaba por su ausencia la misericordia. Aquellas prácticas penitenciales tenían el aspecto de un remiendo en un manto viejo. No arreglaban nada de lo que estaba desarreglado en la vida de tales practicantes.

Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revienta los odres y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos. Entre el vino y los odres tiene que haber correspondencia o maridaje: a vino nuevo, odres nuevos. Lo mismo sucede con las prácticas en las que se expresa la vida o la fe de una persona: a vida cristiana, prácticas cristianas. Pero tales prácticas, ya sean de oración, de limosna o de ayuno, para que sean cristianas, tienen que llevar el carácter, esto es, el espíritu, la motivación, la razón de ser de lo cristiano. Sólo ahí, enmarcadas en lo cristiano, como expresión de la misericordia y el amor cristianos tendrán su valor. San Pablo lo entendió perfectamente: Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve (1 Cor 13, 3).

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

El testimonio de su vida

35. Cristo, el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social. Se manifiestan como hijos de la promesa en la medida en que, fuertes en la fe y en la esperanza, aprovechan el tiempo presente (Ef 5, 16; Col 4, 5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rm 8, 25). Pero no escondan esta esperanza en el interior de su alma, antes bien manifiéstenla, incluso a través de las estructuras de la vida secular, en una constante renovación y en un forcejeo «con los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos» (Ef 6, 12).

Al igual que los sacramentos de la Nueva Ley, con los que se alimenta la vida y el apostolado de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Ap 21, 1), así los laicos quedan constituidos en poderosos pregoneros de la fe en la cosas que esperamos (cf. Hb 11, 1) cuando, sin vacilación, unen a la vida según la fe la profesión de esa fe. Tal evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y por la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo.

En esta tarea resalta el gran valor de aquel estado de vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida matrimonial y familiar. En ella el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la organización de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. De tal manera, con su ejemplo y su testimonio arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad.

Por consiguiente, los laicos, incluso cuando están ocupados en los cuidados temporales, pueden y deben desplegar una actividad muy valiosa en orden a la evangelización del mundo. Ya que si algunos de ellos, cuando faltan los sagrados ministros o cuando éstos se ven impedidos por un régimen de persecución, les suplen en ciertas funciones sagradas, según sus posibilidades, y si otros muchos agotan todas sus energías en la acción apostólica, es necesario, sin embargo, que todos contribuyan a la dilatación y al crecimiento del reino de Dios en el mundo. Por ello, dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la verdad revelada y pidan a Dios con instancia el don de la sabiduría.

La misa del domingo

El Señor Jesús y sus discípulos se encuentran nuevamente en Cafarnaúm.

El Maestro no deja de instruir a sus discípulos. A la pregunta curiosa de uno que quiere saber quién será el mayor en el Reino de los Cielos, Jesús, llamando a un niño y poniéndolo en medio, responde: «Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3).

En relación a los niños dirá más: al que escandalice a un niño, más vale que le aten al cuello una gran piedra de molino y lo fondeen en el mar. El Señor se expresa de esta manera dura no para que sus palabras sean tomadas al pie de la letra, sino para que sus oyentes comprendan la terrible gravedad del escándalo.

Habla luego de cómo los propios miembros del cuerpo (manos, pies, ojos) se pueden convertir para uno en causa de escándalo, de caída en el pecado. Haciendo uso de comparaciones hiperbólicas aconseja sobre la radicalidad con que hay que apartar el pecado de la propia vida (ver Mt 18,8-9).

En este contexto el Señor habla de la necesidad de reprender al hermano que peca. La corrección, cuando es auténtica, tiene como finalidad el cambio de conducta, la enmienda, lograr que el hermano abandone el camino del mal y retorne al camino del bien. De no corregirse, su conducta pecaminosa sin duda llegará a ser causa de escándalo o tropiezo para los miembros más débiles de la sociedad, para los niños y aquellos que se asemejan a ellos.

La importancia y necesidad de corregir a quien peca aparece clara también en la primera lectura. Dios ha puesto a su profeta como “centinela” de su pueblo. Éste es un elegido de Dios para hablar a los demás en nombre de Dios. Una de sus tareas es la de advertir a quien obra el mal, a fin de que enmiende su conducta: «Cuando escuches palabras de mi boca, les advertirás de mi parte».

Quien peca ciertamente es responsable del mal que comete y tendrá que asumir las consecuencias de sus propios actos. Si no se convierte, morirá por su culpa. Sin embargo, el profeta tiene la gravísima obligación moral de corregir e iluminar la conciencia de quien obra el mal. Si no cumple con su obligación, si calla en vez de advertir al hermano que se aparta del camino de Dios, tendrá que dar cuentas de su vida a Dios: «a ti te pediré cuenta de su sangre».

La necesidad de corregir a un hermano en la fe es un deber de caridad para todo discípulo de Cristo: «Si tu hermano peca, llámale la atención».

Con decir hermano el Señor se refiere a todo discípulo suyo, a todo creyente, a todo aquél que forma parte de la Iglesia fundada sobre Pedro. Cuando este hermano “peca”, es decir, cuando comete un mal moral grave, cuando con su conducta va en contra de Dios y de su ley divina, «llámale la atención». El verbo griego “elenjo” significa “hacerle ver su falta a alguien, reprender severamente, reprobar o amonestar”.

Esta corrección fraterna debe hacerse en primer lugar «a solas», sin duda para guardar la buena fama del hermano y no exponerlo innecesariamente a la vergüenza pública. Dado que lo que se busca es salvar al hermano, y supuesto el caso de que el pecado no sea públicamente conocido, debe guardarse la discreción.

Se entiende que la corrección no debe proceder de la furia que se descarga sobre el pecador por la ira que a uno le produce, sino que debe ser un acto que brota de la caridad que busca el bien y la recuperación del hermano. Quien corrige no debe erigirse en juez y verdugo del hermano que peca, no se trata de tirar la primera piedra y apedrear sin misericordia al hermano que cae, sino de ayudarlo a volver al buen camino.

Una posibilidad es que el hermano en cuestión acoja humildemente la corrección y se enmiende. En ese caso, «has salvado a tu hermano». Pero existe también la posibilidad de que cierre su corazón, se defienda y defienda sus tinieblas, piense que nada tiene de malo lo que ha hecho o hace, y de ese modo permanezca tercamente aferrado a su pecado: «Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos».

Si tampoco entonces hace caso, «díselo a la comunidad». Aquí aparece nuevamente en labios del Señor la palabra “ecclesía”, es decir, Iglesia. Si fallan las dos primeras instancias, queda el recurso a la Iglesia. Aunque algunas versiones traducen “ecclesía” por “comunidad” o “asamblea de hermanos”, existe también la posibilidad de que se refiera a quienes estarán puestos a la cabeza de las asambleas o de la Iglesia, es decir, a la Iglesia jerárquica. De allí que diga inmediatamente después a sus Apóstoles: «Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el Cielo». “Atar” y “desatar” significan “permitir” o “prohibir”. Los Apóstoles, como jefes de la Iglesia, gozan de este poder de atar y desatar. Las decisiones morales tomadas por ellos serán ratificadas por Dios.

Finalmente, si aún ante el juicio de la Iglesia el hermano no hace caso, debe ser considerado «como un pagano o como un publicano», es decir, como los fariseos consideraban a los publicanos y paganos: excluidos del Pueblo de Dios, impuros, hombres con los que no se puede compartir la mesa.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

El Señor nos habla de la obligación que tenemos de corregir a quien vemos que peca: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él».

Pero, ¿quién puede corregir a su hermano en la fe sino aquel que con humildad se deja corregir y ha sido corregido muchas veces él mismo, ya sea por la palabra del Señor, por el consejo y advertencia oportuna —y a veces la reprensión dura— de su padre o madre, de un maestro, de un amigo que lo es de verdad, de un hombre o mujer de Dios?

Por ello cabe preguntarnos: ¿cómo reacciono yo ante la corrección de quien busca apartarme del pecado, de quien busca mi bien? A nadie le gusta que lo corrijan, y menos de forma enérgica: «Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa» (Heb 12,11).

En verdad, toda corrección incomoda, avergüenza, duele, y cuando hiere la vanidad y soberbia despierta ira, rencor y odio contra la persona que corrige. Algo de eso nos sucede a todos. Ante una corrección solemos reaccionar mal, airadamente, nos defendemos y justificamos como podemos, contraatacamos ofendiendo o desautorizamos a quien nos corrige con estas o semejantes expresiones: “¿y quién te crees tú para criticarme, para decirme a mí lo que tengo que hacer? ¡Mírate a ti mismo! ¿Tú haces esto y lo otro, y te atreves a corregirme? ¡No te metas en mis asuntos!”. Tanto podemos ofendernos que incluso a veces “castigamos” a la persona que ha buscado nuestro bien quitándole el habla. En fin, tan necios e insensatos nos volvemos, por nuestra vanidad herida y por nuestra soberbia, que en contra de toda evidencia pensamos que “el otro se equivoca” y que “toda corrección es una agresión injusta a mi persona”.

Por evadir la dolorosa corrección vivimos escondiéndonos, ocultándonos, obrando en las tinieblas al punto incluso de llevar una doble vida. ¿A quién le gusta exponer a la luz su maldad, sus errores, sus vicios? Quien así vive, piensa que es preferible mentir, manejar y manipular la verdad, a decir con valor: “yo he obrado mal, pido perdón, acepto las consecuencias de mis actos y pido ayuda, pues quiero enmendarme, corregir mis errores, ser mejor cada día, liberarme de la esclavitud de mis vicios y pecados, quiero madurar y crecer hasta alcanzar la estatura de Cristo mismo”. En vez de eso, nos dejamos vencer por el miedo al castigo, a pasar un mal rato, a ser rechazados por aquellos cuya confianza hemos defraudado. Y así, mientras seguimos envueltos en la mentira, amparados en las tinieblas, muchas veces nos enredamos más aún en una conducta equivocada, viciosa, pecaminosa, pasando de cosas pequeñas a cada vez mayores.

Es necesario entender que toda auténtica corrección, la que nace de la caridad, no es “una ofensa intolerable” como nuestro orgullo quiere hacernos creer, sino que es una enorme bendición, pues tiene la virtud de arrancarnos de la esclavitud y ceguera en la que nos vemos envueltos por nuestros pecados. Aceptada con humildad, libera y «produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella» (Heb 12,11).

Así pues, si quieres acercarte cada día más al ideal de perfección que es el Señor Jesús, no rehuyas la corrección. Acéptala con humildad y sencillez. Entiende que a veces no vemos cosas que otros ven, y que el pecado en el que nos enredamos tiene la virtualidad de deformar la realidad para que “mágicamente” llames “bien o bueno para mí” lo que en realidad es un mal objetivo y te destruye, haciendo daño a otros también. No tienes por qué enojarte con quien te muestra tus yerros para que puedas enderezar tus pasos por el camino que conduce a la vida. Al contrario, sé agradecido, escucha lo que se te dice, discierne a la luz de la palabra divina aquello que debes cambiar, y pide fuerzas al Señor para cambiar lo que no se ajusta a las enseñanzas divinas. Así te acercarás cada día más al divino Modelo que es el Señor Jesús.

La misa del domingo: misa con niños

DOMINGO  XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

SALUDO

Dios nuestro Padre, que nos llama a la vida, y nos lleva siempre de la mano para que crezcamos en servicio, esperanza y amor, esté con todos nosotros.

ENTRADA

Todas las personas tratamos de rodearnos de amigos con los que com­partir lo que llevamos dentro, y necesitamos del cariño, del aprecio, y también de la crítica fraterna, para poder vivir. La llamada al respeto y a la unidad nace de nuestro interior, porque nadie puede vivir aislado.

De nuevo, hermanos, con la Eucaristía vamos a dejarnos iluminar por la Palabra de Dios, tratando de renovar las actitudes que no son del todo limpias, sobre todo en relación a los demás. Que nos dejemos descubrir por el Dios que nos llama y acoge siempre, aunque nuestra fidelidad, a veces, no sea total.

Bienvenidos seamos todos a esta celebración.

ACTO PENITENCIAL

Siempre andamos necesitados del perdón de Dios Padre porque nos flaquean las fuerzas y nos apartamos del Amor. Por eso pedimos ahora su perdón:

– Tú, Dios que haces alianza con las personas. SEÑOR, TEN PIEDAD.

– Tú, Dios del perdón y de la bondad sin límites. CRISTO, TEN PIE­DAD.

– Tú, Dios que nos haces partícipes de tu misión salvadora. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Danos siempre, Señor, tu gracia, la que nos ayuda a vivir en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACION COLECTA

Dios y Padre nuestro, que nos llamas a vivir entregados para hacer realidad el bien y la paz; mira con bondad esta comunidad cris­tiana reunida en tu nombre y, ya que nos prometes que nada podrá apartarnos de tu Amor, manifestado en Cristo Jesús, no permitas que las dificultades por seguirte sean superiores a nuestras fuerzas. Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA PROFÉTICA

El asedio y el acoso de Dios es, en última instancia, el amor. Tarea propia de los profetas es desenmascarar las falsas seguridades y las «pie­les de cordero» que ocultan la realidad e impiden el encuentro de los hom­bres con el Dios de la libertad. 

LECTURA APOSTÓLICA

Los cristianos estamos llamados a vivir en respeto y amor a todas las personas, no como un imperativo externo, sino como algo propio de nues­tra vocación. Todas las personas hemos sido creadas a imagen de Dios, somos hijos en el Hijo, y ésa es nuestra mayor dignidad.

LECTURA EVANGÉLICA

El proceso descrito en el evangelio de hoy parte del supuesto de que, como personas humanas, todos tenemos fallos y limitaciones. Sabido esto lo importante es reconocerlo y cambiar: el proceso de recuperación del pecador trata de ir corrigiendo a quien yerra para salvarlo, nunca para hundirlo más.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Como Jesús nos ha enseñado hoy en el evangelio, ahora presentaremos en su nombre nuestras plegarias al Padre. Oremos diciendo: ESCÚCHANOS, PADRE.

  1. Por todas las iglesias cristianas: católicos, protestantes, anglicanos, ortodoxos. Que llegue pronto el día en el que podamos compartir el pan y el cáliz de una misma Eucaristía. OREMOS:
  2. Por los cristianos y cristianas que tienen responsabilidades en la vida política, económica o social. Que actúen siempre con los criterios del Evangelio, al servicio de la dignidad y la justicia que Dios quiere para todos. OREMOS:
  3. Por los niños y niñas que tienen que trabajar ya de pequeños y no pueden jugar y educarse como merecen. Quesean liberados de esta situación dolorosa y puedan crecer felices. OREMOS:
  4. Por los que están detenidos en las cárceles, sea cual sea la causa. Que tengan la ayuda necesaria para rehacer su vida e iniciar un nuevo camino, con paz y afecto. OREMOS:
  5. Por nosotros. Que amemos a Dios con todo el corazón y nos preocupemos también de nuestros hermanos cristianos, como Jesús nos ha enseñado. OREMOS:

Escucha, Padre, nuestras oraciones, que te presentamos en nombre de tu Hijo Jesucristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Dios, Padre nuestro, fuente de la paz y del amor sinceros; concé­denos que estas ofrendas que te presentamos sirvan para tu gloria y para aumentar en nosotros la fe, la esperanza y el amor. Por Jesu­cristo.

PREFACIO

Con nuestra voz y con nuestra vida deseamos glorificarte, Dios de la alegría, de la tarea bien hecha, del esfuerzo sin fin. Dios en quien confia­mos, aunque nuestra vida sea un continuo tropezar, desfallecer y discutir por pequeñeces que nos apartan de Ti. Dios del que sabemos que siempre nos escuchas, acoges y muestras tu rostro.

Un Dios que es modelo de amor y de entrega, un Dios comunidad que nos invita a vivir unidos, a ser solidarios, a perdonarnos unos a otros. Un Dios descubierto en profundidad por cuantas personas han sabido vivir en Tu amor. Permítenos, Señor, unirnos a ellos y glorificarte con este himno en tu honor: Santo, Santo, Santo…

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Al darte gracias, Señor, por esta celebración que nos ayuda a cre­cer en la fe, renueva la esperanza y da fuerza al amor, te pedimos que nos sigas llenando de inquietud para buscarte siempre y servirte en los hermanos. Por Jesucristo.

Si se pierde un hermano…

Si se pierde un hermano,
si se pierde un hijo,
si se pierde el vecino, el compañero,
el amigo o el enemigo…
¿qué he de hacer, Dios mío?

Lo buscaré sin descanso, día y noche,
por senderos, charcos y bosques,
playas y desiertos, montañas y valles,
pueblos y ciudades e inhóspitos lugares,
con mis pies cansados y corazón anhelante.

Lo llamaré, con mi voz rota, por su nombre
y no cejaré hasta encontrarlo y abrazarlo;
y le diré con ternura y pasión de hermano:
Estoy preocupado y angustiado por ti
y siento que nuestras vidas necesitan dialogarse.

Y si no se detiene y me da la espalda,
o hace oídos sordos a mis palabras,
o me desafía con los hechos o su mirada,
juntaré, antes que oscurezca, la ternura de dos o más
para ahogar su resistencia con fraternidad desbordada.

Y si el fuego de tu Espíritu y de los hermanos
no hace mella en sus gélidas entrañas,
juntaré centenares de cálidos hogares
para que alumbren su noche oscura
y derritan sus hielos invernales.

Y si tal torrente de ternura, gracia y respeto
no doblega su tronco altivo y yermo,
lo cubriré con mi ropa para protegerlo
y lo lavaré sin descanso con mis lágrimas
hasta cicatrizar sus heridas y devolverle la alegría.

Y si a pesar de ello no sigue tu camino,
le perdonaré como tú nos enseñaste;
y si es preciso me convertiré en rodrigón
de su vida, historia y suerte,
renunciando a otros proyectos personales.

Y así ganaré a mi hermano
y la vida que nos prometiste.

¡Bendito seas, Señor, que nos haces fuertes
para curar y ser curados, hoy y siempre,
para amar al hermano y ser por él amados!
¡Bendito seas, Señor, por invitarnos a crear,
vivir, salvar y cultivar la fraternidad!

Florentino Ulibarri 

Comentario al evangelio – Lunes XXIII de Tiempo Ordinario

Exaltación de la Santa Cruz

“La señal del cristiano es la santa cruz”, repetíamos en el viejo catecismo. Por eso vemos esta señal, al bautizar a los niños, en los “cruces” de los caminos, en la cabecera de la cama, en la delantera de los coches, en el recuerdo de los muertos, al salir de casa, y en mil momentos. También abusamos de ella. Cuando hacemos la cruz de una manera mágica u ostentosa; cuando la llevamos –cruz de pasión e infamia- como adorno precioso o señal de dignidades. 

La cruz es la cruz de nuestro Señor. Es el instrumento de nuestra redención. La muerte en cruz era el suplicio reservado sólo para los esclavos, tan cruel como lleno de ignominia. ¿Cómo se podía pensar que la redención podía venir de la impureza de un cadáver?  Sin embargo ahí está la paradoja. Un hombre inocente carga con todos los pecados de la humanidad. Condenado, no condena. En el mayor dolor brilla el mayor amor.  La cruz de Jesús, dando muerte al pecado, es causa de reconciliación. Reconciliación de los hombres con Dios. Pero también de gentiles y judíos, de la economía de la ley y de la economía de la fe. 

Pero aún sorprendemos otra paradoja que da nombre a la fiesta de hoy. Este condenado, sometido a la máxima humillación, envilecido, desnudo, es exaltado, elevado como la serpiente en el desierto, en signo de salvación para cuantos le contemplan. Es la exaltación del amor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo”. La Pasión de San Juan que leemos el Viernes Santo contempla a Cristo en la Cruz, lleno de majestad.

Que bien estaría que en este día nos parásemos a contemplar la santa cruz. Y, después de un silencio de asombro, podríamos recitar textos tan bellos, y al alcance de todos, sobre Cristo crucificado. Por ejemplo: “Delante de la Cruz los ojos míos” (Sánchez Mazas). “Pastor que tus silbos amorosos” (Lope de Vega). “El Cristo de Velázquez” (Unamuno).

Luego vendrían los buenos propósitos de no abusar o frivolizar con el signo de la cruz. Nada de adornos con crucifijos lujosos, no hacer la señal de la cruz repetidamente de manera que se banalice, etc. Por supuesto, y en un orden muy distinto, no he visto a ningún maestro espiritual que enseñe el victimismo, el dolorismo y todos espiritualismos que busquen el dolor por sí mismo para parecerse más a Jesús. Jesús nos dice que tomemos “nuestra” cruz y le sigamos. Pues, venga, tomemos nuestra cruz, amemos como Jesús nos mandó, perdonemos y bendigamos a los que nos maldicen, estemos dispuestos a ser perseguidos por la justicia. Si amamos, siempre encontraremos la cruz. Entonces, sí que podremos repetir con San Pablo: “Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de Cristo”.