Vísperas – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

JUEVES XXIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Éste es el día del Señor.
Éste es el tiempo de la misericordia.

Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.

Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de las gentes,
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.

Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos:

Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos:

La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMO 131: PROMESAS A LA CASA DE DAVID

Ant. Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada.

SALMO 113

Ant. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan,
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

LECTURA: 1P 3, 8-9

Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Señor nos alimentó con flor de harina.
V/ El Señor nos alimentó con flor de harina.

R/ Nos sació con miel silvestre.
V/ Con flor de harina.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Señor nos alimentó con flor de harina.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

PRECES

Invoquemos a Cristo, pastor, protector y ayuda de su pueblo, diciendo:

Señor, refugio nuestro, escúchanos.

Bendito seas, Señor que nos has llamado a tu santa Iglesia;
— consérvanos siempre en ella.

Tú que has encomendado al papa la preocupación por todas las Iglesias,
— concédele una fe inquebrantable, una esperanza viva y una caridad solícita.

Da a los pecadores la conversión, a los que caen, fortaleza,
— y concede a todos la penitencia y la salvación.

Tú que quisiste habitar en un país extranjero,
— acuérdate de los que viven lejos de su familia y de su patria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A todos los difuntos que esperan en ti,
— concédeles el descanso eterno.

Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, oremos con confianza a Dios, nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, te damos gracias por el día que termina e imploramos tu clemencia para que nos perdones benignamente todas las faltas que, por la fragilidad de la condición humana, hemos cometido en este día. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 6,27-38
«Pero a vosotros, los que me escucháis, yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.» 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos presenta la segunda parte del “Sermón de la Planicie”. En la primera parte (Lc 6,20-26), Jesús se dirigía a los discípulos (Lc 6,20). En la segunda parte (Lc 6,27-49), se dirige a “los que me escucháis”, esto es, aquella multitud inmensa de pobres y de enfermos, llegada de todos los lados (Lc 6,17-19).
• Lucas 6,27-30: ¡Amar a los enemigos! Las palabras que Jesús dirige a este pueblo son exigentes y difíciles: amar a los enemigos, no maldecir, ofrecer la otra mejilla a quien te hiera en una, no reclamar cuando alguien toma lo que es tuyo. Tomadas al pie de la letra, estas frases parecen favorecer a los ricos que roban. Pero ni siquiera Jesús las observó al pie de la letra. Cuando el soldado le hirió en la mejilla, no ofreció la otra, sino que reaccionó con firmeza: “Si hablé mal, ¡pruébalo! Y si no ¿por qué me golpeas?” (Jn 18,22-23). Entonces, ¿cómo entender estas palabras? Los versículos siguientes nos ayudan a entender lo que Jesús quiere enseñarnos.
• Lucas 6,31-36: ¡La Regla de Oro! Imitar a Dios. Dos frases de Jesús ayudan a entender lo que él quiere enseñar. La primera frase es la así llamada Regla de Oro: » ¡Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten!” (Lc 6,31). La segunda frase es: «¡Sed compasivo como vuestro Padre celestial es compasivo!» (Lc 6,36). Estas dos frases muestran que Jesús no quiere invertir sencillamente la situación, pues nada cambiaría. Quiere cambiar el sistema. Lo Nuevo que el quiere construir nace de la nueva experiencia de Dios como Padre lleno de ternura que ¡acoge a todos! Las palabras de amenaza contra los ricos no pueden ser ocasión para que los pobres se venguen. Jesús manda tener una actitud contraria: “¡Amar a vuestros enemigos!» El amor no puede depender de lo que recibimos del otro. El verdadero amor tiene que querer también el bien del otro, independientemente de que él o ella hagan por mí. El amor tiene que ser creativo, pues así es el amor de Dios para nosotros: «¡Sed compasivos como el Padre celestial es compasivo!». Mateo dice lo mismo con otras palabras: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Nunca nadie podrá llegar a decir: Hoy he sido perfecto como el Padre celestial es perfecto. He sido compasivo como el Padre celestial es compasivo”. Estaremos siempre por debajo del listón que Jesús puso ante nosotros.
En el evangelio de Lucas, la Regla de Oro dice: «¡Y todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” y añade: “Pues en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Prácticamente todas las religiones del mundo tienen la misma Regla de oro con formulaciones diversas. Señal de que aquí se expresa una intuición o un deseo universal que nace del fondo del corazón humano.
• Lucas 6,37-38: Porque con la medida con que midáis se os medirá. “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá”. Son cuatro consejos: dos de forma negativa: no juzgar, no condenar; y dos de forma positiva: perdonar y dar con medida abundante. Cuando dice “y se os dará”, Jesús alude al tratamiento que Dios quiere tener con nosotros. Pero cuando nuestra manera de tratar a los otros es mezquina, Dios no puede usar la medida abundante y rebosante que a El le gustaría usar.
Celebrar la visita de Dios. El Sermón de la Planicie o Sermón del Monte, desde su comienzo, lleva a los oyentes a optar, a una opción a favor de los pobres. En el Antiguo Testamento, varias veces, Dios colocó a la gente ante la misma opción de bendición o de maldición. La gente tenía la libertad de escoger. «Te puse delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, por tanto, la vida, para que vivas tú y tu descendencia» (Dt 30,19). No es Dios quien condena, sino que la gente misma según la opción que hará entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Estos momentos de opción son los momentos de la visita de Dios a su gente (Gén 21,1; 50,24-25; Ex 3,16; 32,34; Jer 29,10; Sal 59,6; Sal 65,10; Sal 80,15, Sal 106,4). Lucas es el único evangelista que emplea esta imagen de la visita de Dios (Lc 1,68. 78; 7,16; 19,44; He 15,16). Para Lucas Jesús es la visita de Dios que coloca a la gente ante la posibilidad de escoger la bendición o la maldición: “¡Bienaventurados vosotros los pobres!» y «¡Ay de vosotros, los ricos!» Pero la gente no reconoce la visita de Dios (Lc 19,44). 

4) Para la reflexión personal

• ¿Será que miramos la vida y a las personas con la misma mirada de Jesús?
• ¿Qué quiere decir hoy “ser misericordioso como el Padre celestial es misericordioso»? 

5) Oración final

Tú me escrutas, Yahvé, y me conoces;
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas. (Sal 139,1-3)

El amor a Dios refuerza la unidad (amor a Dios)

Para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» Él respondió: «Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?», y respondió: «Te amo». Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo el que es Único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único (San Agustín, Sermón 46, sobre los pastores).

El amor que unirá a Dios con los que habitan allí, y a éstos entre sí, será tan grande que todos se amarán como a sí mismos y amarán a Dios más que a sí mismos. Por eso nadie querrá más que lo que Dios quiere; lo que quiera uno lo querrán todos, y la voluntad de todos será la voluntad de Dios… Todos juntos como un solo hombre serán reyes con Dios, porque todos querrán la misma cosa y se cumplirá su voluntad (San Anselmo, Carta 112, a Hugo el recluso, pp. 245-246).

Comentario – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

El pasaje de Lucas con el que hoy nos encontramos ya se ha comentado por dos veces en la versión de Mateo. Las versiones de uno y otro son sustancialmente idénticas, aunque en Lucas hallamos una mayor concisión, y la enseñanza que introduce carece de preámbulos: A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra, al que te quite la capa, preséntale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo no se lo reclames.

Es evidente que Jesús pide a sus seguidores una mayor exigencia en lo que respecta al amor. Ya había dicho que los dos mandamientos que sostienen la ley y los profetas son el amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. En el texto evangélico que tenemos entre manos se pide que amemos incluso a ese prójimo que no merece siquiera el nombre de prójimo –pero que lo es-, porque se presenta como nuestro enemigo o como alguien que nos odia, maldice e injuria. No basta, por tanto, con que amemos a los que nos aman. Esto, además de no tener mérito, no sería suficientemente significativo del amor cristiano con que tendríamos que amar.

Amar a los que nos aman sería simplemente corresponder al amor recibido de los demás, pero no sería responder al amor de Dios que es bueno (incluso) con malvados y desagradecidos. Hasta los pecadores (término que aquí parece equipararse a paganos) aman a los que los aman (padres, hijos, mujeres, amigos, correligionarios) y hacen bien a los que les hacen bien. Hasta los prestamistas prestan su dinero esperando cobrar. ¿Qué mérito tiene este préstamo o esta correspondencia?

A un seguidor de Jesús se le exige mucho más, porque, en cuanto hijo del Altísimo, está equipado para imitar al mismo Dios, que es bueno (incluso) con los malvados y desagradecidos. Si Dios es bueno con malvados y desagradecidos, también nosotros debemos serlo con nuestros enemigos, quizá también malvados y desagradecidos; más aún, con los que nos odian, porque puede que haya enemigos que no nos odien, y con los que nos maldicen y nos injurian, precisamente porque nos odian. Y puede que nos odien más por lo que representamos que por lo que somos, es decir, puede que nos odien por el simple hecho de ser cristianos, o de llevar una cruz en la solapa, o un hábito, o un alzacuellos, y no porque seamos tal o cual persona. Muchas veces lo que se odia en los cristianos es la institución (Iglesia) o la persona (Cristo) con la que se identifican.

Pues bien, nos dice Jesús, amad a esos que os odian por causa de mi nombre. ¿Y cómo ejercitar este amor? Fundamentalmente deseándoles y haciéndoles el bien, o respondiendo a su maldición con una bendición y a su injuria con una oración en su favor. Son los modos posibles de amar a nuestros enemigos. Otro modo de responder en sintonía con este espíritu (de amor) es presentándole la otra mejilla al que te da una bofetada o dejándole la túnica al que te quita la capa, o no reclamándole lo tuyo al que se lo lleva. Tales son las reacciones que espera Jesús de un cristiano o de un hijo de Dios, ese Dios que es bueno con todos, incluso con los malvados. Éste es también el modo con el que desearíamos ser tratados nosotros en cualquier circunstancia, incluso por aquellos a los que no profesamos ninguna simpatía.

Pero ¿cómo amar al enemigo, cuando éste es alguien que ha despertado nuestro odio? ¿Cómo amar al que nos aborrece, maldice o injuria? ¿No es el mandamiento de Jesús una pretensión imposible? Pudiera parecerlo. Pero si somos realmente hijos de este Dios que es bueno con los malvados y desagradecidos, es posible. Bastaría con que nuestro Padre, Dios, transformara nuestra carga negativa de sentimientos hacia esos a quienes consideramos enemigos.

En realidad, amar al que nos aborrece, persigue o calumnia no tendría que sernos imposible si ese tal no adquiere para nosotros categoría de enemigo; si se nos impone más bien su condición de hombre necesitado de misericordia por razón de su ceguera o envilecimiento. Lo realmente difícil es amar lo que nos resulta odioso o aborrecible. Pero este sentimiento también puede cambiar; bastaría con que Dios nos hiciera ver su bondad natural o sustancial, una bondad recuperable, aunque por el momento se halle recubierta de una capa de fealdad o de maldad que nos impide contemplar la bondad oculta.

Dios puede darnos su mirada, una mirada que nos permita percibir su misma bondad presente en sus criaturas y, finalmente, amar lo que hay de amable en ellas. En suma, podemos amar a nuestros enemigos, porque Dios puede mostrarnos la bondad que hay en ellos y transformar nuestro odio inicial en compasión o nuestra antipatía en simpatía. En cualquier caso, siempre podremos hacer el bien a los que nos aborrecen, injurian o desprecian; porque para hacer el bien basta con ser bueno, y el hecho de que los demás no lo sean o no merezcan el bien que se les hace no debe ser un obstáculo insalvable para los agentes del bien. También se puede rezar por ellos; y rezar ya es una manera de disponerse para la práctica del bien. Y si amar es desear el bien de la persona amada, hacer el bien debe ser una expresión de amor.

Y en la línea de nuestro modelo (el Dios bueno con todos) sed compasivos como Él lo es; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros. ¿Cabe añadir algo más? La medida que uséis la usarán con vosotros, pero aún más aumentada y generosa, porque quien la aplicará será el mismo Dios que rebosa amor y misericordia, aunque atendiendo a la medida empleada por nosotros. No obstante, nunca podrá dejar de ser bueno hasta con los desagradecidos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

La santidad en los diversos estados

41. Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria. Pero cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que le son propios.

En primer lugar es necesario que los Pastores de la grey de Cristo, a imagen del sumo y eterno Sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras almas, desempeñen su ministerio santamente y con entusiasmo, humildemente y con fortaleza. Así cumplido, ese ministerio será también para ellos un magnífico medio de santificación. Los elegidos para la plenitud del sacerdocio son dotados de la gracia sacramental, con la que, orando, ofreciendo el sacrificio y predicando, por medio de todo tipo de preocupación episcopal y de servicio, puedan cumplir perfectamente el cargo de la caridad pastoral. No teman entregar su vida por las ovejas, y, hechos modelo para la grey (cf.1 P 5,3), estimulen a la Iglesia, con su ejemplo, a una santidad cada día mayor.

Los presbíteros, a semejanza del orden de los Obispos, cuya corona espiritual forman al participar de su gracia ministerial por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de Dios y del prójimo por el diario desempeño de su oficio. Conserven el vínculo de la comunión sacerdotal, abunden en todo bien espiritual y sean para todos un vivo testimonio de Dios, émulos de aquellos sacerdotes que en el decurso de los siglos, con frecuencia en un servicio humilde y oculto, dejaron un preclaro ejemplo de santidad, cuya alabanza se difunde en la Iglesia de Dios. Mientras oran y ofrecen el sacrificio, como es su deber, por los propios fieles y por todo el Pueblo de Dios, sean conscientes de lo que hacen e imiten lo que traen entre manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo no les sean un obstáculo, antes bien asciendan por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia de Dios. Todos los presbíteros y en especial aquellos que por el peculiar título de su ordenación son llamados sacerdotes diocesanos, tengan presente cuánto favorece a su santificación la fiel unión y generosa cooperación con su propio Obispo.

También son partícipes de la misión y gracia del supremo Sacerdote, de un modo particular, los ministros de orden inferior. Ante todo, los diáconos, quienes, sirviendo a los misterios de Cristo y de la Iglesia deben conservarse inmunes de todo vicio, agradar a Dios y hacer acopio de todo bien ante los hombres (cf. 1 Tm 3,8-10 y 12-13). Los. clérigos, que, llamados por el Señor y destinados a su servicio, se preparan, bajo la vigilancia de los Pastores, para los deberes del ministerio, están obligados a ir adaptando su mentalidad y sus corazones a tan excelsa elección: asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados de continuo por todo lo que es verdadero, justo y decoroso, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales se añaden aquellos laicos elegidos por Dios que son llamados por el Obispo para que se entreguen por completo a las tareas apostólicas, y trabajan en el campo del Señor con fruto abundante.

Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a Sí mismo por ella. Ejemplo parecido lo proporcionan, de otro modo, quienes viven en estado de viudez o de celibato, los cuales también pueden contribuir no poco a la santidad y a la actividad de la Iglesia. Aquellos que están dedicados a trabajos muchas veces fatigosos deben encontrar en esas ocupaciones humanas su propio perfeccionamiento, el medio de ayudar a sus conciudadanos y de contribuir a elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación. Pero también es necesario que imiten en su activa caridad a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en los trabajos manuales y que continúan trabajando en unión con el Padre para la salvación de todos. Gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros a llevar sus cargas, asciendan mediante su mismo trabajo diario, a una más alta santidad, incluso con proyección apostólica.

Sepan también que están especialmente unidos a Cristo, paciente por la salvación del mundo, aquellos que se encuentran oprimidos por la pobreza, la enfermedad, los achaques y otros muchos sufrimientos, o los que padecen persecución por la justicia. A ellos el Señor, en el Evangelio, les proclamó bienaventurados, y «el Dios de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de un breve padecer, los perfeccionará y afirmará, los fortalecerá y consolidará» (1 P 5, 10).

Por tanto, todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo.

Aprender a rezar el Padrenuestro

1- Todos los días decimos en el Padrenuestro: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Hay personas que me han comentado que prefieren saltarse estas palabras para no ser hipócritas, porque les resulta imposible perdonar. La parábola que cuenta Jesús en el evangelio de hoy refleja la actitud de un hombre duro y olvidadizo. Lo mismo puede ocurrirnos a nosotros. Sólo quien experimenta en su propia piel el perdón que Dios le «regala» es capaz de darse cuenta de la grandeza de este don. Porque Dios ama y perdona sin condiciones. Basta con que se lo pidamos arrepentidos.

Al comentar este evangelio San Agustín te dice: «Si te alegras de que se te perdone, teme el no perdonar por tu parte». El no se cansa de perdonar, no te dice «siempre vienes con la misma cosa», sino que te escucha y te abraza como el padre del hijo pródigo. Cuentan que un niño oía atentamente lo que le decía su catequista sobre Dios: siempre nos atiende, nos quiere, vela continuamente por nosotros. El niño preguntó entonces si Dios no se aburría, pues estaba siempre despierto, qué hacía durante tanto tiempo. El catequista le respondió: «Dios no se aburre, pues se pasa el día perdonando».

2- ¿Cómo podemos dudar de la capacidad que Dios tiene de perdonar? ¿No esto dudar del fruto de su sacrificio redentor de Cristo en la cruz? Cristo dio la vida por la remisión de los pecados, los tuyos y los míos. Todos somos pecadores, pues «el que esté sin pecado que tire la primera piedra». A menudo somos tolerantes con nuestros fallos y queremos disculparnos delante de los demás y delante de Dios, pero somos inmisericordes con los defectos de los demás. Necio, mira primero la viga de tu ojo y no juzgues sobre la paja del ojo ajeno. «Que levante la mano quien se quiera salvar», dice el estribillo de una canción veraniega. ¿Quién no quiere reencontrar la paz y la presencia de Dios en su vida?

La Iglesia es sacramento de salvación, nunca debe ser muro, sino puente entre Dios y los hombres. Hay demasiadas condenas y poco amor en algunos gestos de los cristianos. Jesucristo miraba a los pecadores con ojos llenos de amor: a Zaqueo, a la mujer pecadora, al buen ladrón les perdonó sin echarles nada en cara, sin tener en cuenta el número o la gravedad de sus faltas. Sólo les dice: «Anda y no peques más».

3- «Perdono, pero no olvido». En esta expresión se encierra una gran falacia porque queremos aparentar que perdonamos, «con los labios», pero no perdonamos con el corazón. En el fondo tenemos archivado el mal que nos han hecho para sacarlo a relucir en la primera ocasión que podemos. Este no es el perdón del que habla Jesús. El nos dice que Dios nuestro Padre no lleva cuenta de nuestros delitos, se olvida de nuestros pecados, no «está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo» (salmo). Quizá no hemos asumido lo que significa esta gran noticia «Dios es compasivo y misericordioso». La sed de venganza, el odio, el rencor, son frutos del desamor. La comprensión, la tolerancia, la acogida, el perdón… son señales de que hemos experimentado en nosotros el amor que Dios nos tiene.

José María Martín OSA

No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

«Pedro se acercó y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le dijo: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». «El reino de Dios es semejante a un rey que quiso arreglar sus cuentas con sus empleados. Al comenzar a tomarlas, le fue presentado uno que le debía millones. No teniendo con qué pagar, el señor mandó que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que le fuera pagada la deuda. El empleado se echó a sus pies y le suplicó: Dame un plazo y te lo pagaré todo. El señor se compadeció de él, lo soltó y le perdonó la deuda. El empleado, al salir, se encontró con uno de sus compañeros que le debía un poco de dinero; lo agarró por el cuello y le dijo: ¡Paga lo que debes! El compañero se echó a sus pies y le suplicó: ¡Dame un plazo y te pagaré! Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo que había pasado. Entonces su señor lo llamó y le dijo: Malvado, te he perdonado toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, como yo me compadecí de ti? Y el señor, irritado, lo entregó a los torturadores, hasta que pagase toda la deuda. Así hará mi Padre celestial con vosotros si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano». 

Mateo 18, 21-35

 

PARA MEDITAR

¿Cuántas veces debemos perdonar? Muchas veces pedimos perdón a lo largo del día, pero lo hacemos sin pensar lo que decimos. Decimos perdón si tropezamos con alguien, pero Jesús nos habla de pedir perdón de verdad, por algo de lo que estemos realmente arrepentidos.

Pedir perdón es complicado, pero perdonar es mucho más difícil, me parece. Nos cuesta mucho mirar hacia adelante y dejar las cosas atrás. Perdonar debe hacerse de corazón y Jesús nos anima a que lo hagamos todas las veces que sea necesario.

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • ¿Te cuesta pedir perdón o perdonar? Cuéntanos una situación donde hayas tenido dificultades con perdona o pedir perdón.
  • ¿Cuántas veces debemos pedir perdón? ¿Por qué es fundamental para los cristianos el perdón?
  • Piensa en alguien a quien debas perdonar y dale una nueva oportunidad.

 

ORACIÓN

Gracias, Jesús, porque tu Amor es incontable.
Gracias, porque tu perdón es interminable.
Gracias, porque tu corazón es inagotable.
Gracias, porque tu ilusión conmigo
es inacabable
Señor, dame un corazón que olvide,
tantas veces como Tú,
que tienda la mano disculpadora,
tantas veces como Tú,
que vuelva a creer en el género humano, tantas veces como Tú
y que me limpie de resentimientos y memorias
tantas veces como Tú.
Señor, más de setenta veces siete,
quiero seguirte,
otras tantas, quiero entusiasmarme
con tu estilo,
las mismas, deseo entretejer mi vida
con la tuya
e igual número de veces te agradezco
que insistas en llamarme.

Setenta veces siete

Jesús, Tú no eras persona de números,
pero el setenta veces siete,
nos lo dejaste bien claro.
Es la medida de tu Amor,
es la grandeza de tu corazón,
es la invitación a sanarnos por dentro,
a dejarnos de palabrerías, de frases hechas,
de disculpas sin olvidar y concretar perdones.

Hoy quiero darte las gracias porque, seguro,
que me has perdonado más
de setenta veces siete.
Hoy quiero pedir perdón a los de alrededor,
por mis más de setenta veces siete errores.
Hoy vuelvo a coger la oportunidad que me das
de empezar de nuevo,
como en infinitas ocasiones.

Gracias, Jesús, porque tu Amor es incontable.
Gracias, porque tu perdón es interminable.
Gracias, porque tu corazón es inagotable.
Gracias, porque tu ilusión conmigo es inacabable.

Señor, dame un corazón que olvide,
tantas veces como Tú,
que tienda la mano disculpada,
tantas veces como Tú,
que vuelva a creer en el género humano,
tantas veces como Tú
y que me limpie de resentimientos y memorias
tantas veces como Tú.

Señor, más de setenta veces siete,
quiero seguirte,
otras tantas, quiero entusiasmarme
con tu estilo,
las mismas, deseo entretejer mi vida
con la tuya
e igual número de veces te agradezco
que insistas en llamarme.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

• El texto anterior a éste, el del domingo pasado, insistía en decir que entre los discípulos de Jesús hay que buscar, por todos los medios, la conversión de aquel que te ofende. Ahora estamos ante un elemento absolutamente necesario para hacer posible la convivencia, la vida comunitaria: el perdón.

• Pedro, siguiendo a Jesús, se ha dado cuenta de que perdonar es muy importante (21). Y quiere saber hasta qué punto se puede tirar del hilo del perdón, dónde están los límites. Pedro refleja lo que pe-samos, quizás, cada uno de nosotros: hay cosas que no tienen perdón.

• La pregunta de Pedro (21), sin embargo, usa el «siete», cifra que no tiene un valor matemático sino simbólico: relacionada con la plenitud y la perfección. Es decir, Pedro ya ha hecho muchos pasos e intuye que, si hay límites, están mucho más allá.

• Jesús, con la expresión «setenta veces siete» (22), exagera de tal manera que quienes lo escuchan adivinan que están invitados al perdón absoluto, sin límites. Quiere decir que hay que perdonar siempre. Y quiere decir que hay que perdonar del todo. O, dicho de otro modo, no se trata de hacer cálculos para medir la proporción del perdón según la medida de la ofensa. Se trata de cambiar de mentalidad. Y lo ilustra con una parábola, con la que aporta la motivación que justifica este cambio de mentalidad: «el Padre del cielo» (35) nos ha ofrecido el perdón sin límites.

• La parábola contrasta dos situaciones que tienen en común el hecho el hecho de deber dinero. En el primer caso, un hombre debe una cantidad astronómica (24) a su «rey» (23). La segunda situación presenta al deudor del primer caso reclamando una deuda que tienen con él (28) que, comparada con su gran deuda, es una cantidad muy pequeña.

• La cantidad de dinero que debe el primero, «diez mil talentos» (24) es enorme. En tiempos del Nuevo Testamento, un talento equivalía a 21 ‘7 kg de plata. Con esta exageración Jesús indica que el hombre no podrá pagar nunca la deuda (26), por más que él, suplicando, afirme que sí, que con tiempo, pagará. Por tanto, el problema sólo tiene una salida: la generosidad del «señor» (27).

• Los «cien denarios» (28) que debe el segundo, en cambio, son una cantidad importante para un trabajador, pero ridícula en comparación a la anterior: un denario era el sueldo diario de un trabajador de la época; cien denarios no llegan a ser 500 gramos de plata. La gente trabajadora sabe, por experiencia, que una deuda equivalente al sueldo de cien días se consigue pagar, aunque a base de sacrificio.

• La finalidad de la parábola es hacer notar a los que escuchamos y seguimos a Jesús la situación en la que «las ofensas» nos ponen ante Dios es parecida a la del primer subordinado ante el rey: sólo tenemos salida por su perdón generoso, ilimitado. Y que, igualmente, las ofensas entre nosotros -la deuda del segundo al primero de los sirvientes- no tienen más salida que la del perdón. El dinero se puede cuantificar, pero no las ofensas. El perdón tampoco tiene medida.

• La motivación por actuar así es que Dios, el «señor» de la parábola, lo ha hecho con todos (27). Lo mismo se expresa en otros textos: Mt 6,14-15, Mc 11,25; Ef 4,32; Col 3,13.

• Esta enseñanza de Jesús no hay que confundirla con ningún relativismo. El tono de amenaza (35) sirve para subrayar, por un lado, la gravedad de la «ofensa» (que, por tanto, no queda relativizada) y, por otro lado, la necesidad absoluta de perdonar a los hermanos, precisamente porque «la ofensa» no se puede pagar, no se puede cuantificar.

• El mismo versículo conclusivo (35) nos recuerda lo que Jesús decía a los discípulos en el texto anterior: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo (Mt 18,18). Es decir, el cambio de opinión del «rey» (34) no indica un cambio de actitud de Dios sino que el perdón entre nosotros es responsabilidad nuestra. Él, eso sí, dándonos ya su perdón ilimitado nos da la posibilidad de hacer lo mismo.

• El perdón en el seno de la comunidad de los discípulos de Jesucristo es, pues, lo que muestra que hemos conocido el amor del Padre (1Jn 1,1-4). Y, por tanto, que hemos creído en Él.

Comentario al evangelio – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

Amar al enemigo

Mientras se predique en la Iglesia este Evangelio, el mensaje de Jesús estará a salvo, aunque sus seguidores nademos en la mediocridad. Si el amor es el centro del Evangelio, estas exigencias son la guinda del amor. Aquí  todo es revolucionario y subversivo. Y una revolución muy especial; porque, de entrada, no intenta cambiar una sociedad, unas minorías, unos empobrecidos; ni derriba impedimentos de estructuras o personas fuera de uno mismo. Es el discípulo de Jesús el que ha de cambiar; es a él a quien le hiere esa “revolución”: amar al enemigo es terrible.

Como en un texto escolar, podemos señalar estas partes en el evangelio de hoy. a) Exhortación solemne: Amad, bendecid, orad. Con un objeto difícil: a vuestros enemigos, a los que os odian, a los que os maldicen. b) Lo expresa con unas imágenes expresivas: Si te dan en una mejilla, le pones la otra; al que te quite la capa le dejas la túnica. c) Apunta las razones: Lo contrario también lo hacen los pecadores. d) Ofrece las promesas de Dios: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados.

El perdón al enemigo es la prueba de fuego del amor del cristiano. Aquí no cabe que se cuele el egoísmo, el buscar algo a cambio o algún otro deseo menos puro. El amor ha de ser sin límites ni condiciones, es decir, todo “por gracia”, como de Dios lo hemos recibido, como nos enseñó el Señor, “Como yo os he amado”. Ya sé que estamos tocando fondo… como que es tocar el corazón de Dios.

Que lejos está este mensaje de Jesús de la ley del Talión (el ojo por ojo), agazapada todavía en la voz de algunos cristianos, aunque les dé vergüenza  formularla así. Puede ser que  nos cueste identificarnos con las palabras de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Pero, por lo menos, que se vea que este es nuestro ideal y nuestra norma de vida. Sólo haciendo las cosas “por gracia”, y no sólo por mera justicia como la entienden los hombres, se romperá la espiral o el eslabón de la violencia y nos acercaremos a la reconciliación. No hay que esperar a que el otro pida perdón para otorgar nuestro perdón. “Dios es bueno con los malvados y desagradecidos”. ¿Más claro?