Vísperas – Martes XXV de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

MARTES XXV TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!…).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.

SALMO 19: ORACIÓN POR LA VICTORIA DEL REY

Ant. El Señor da la victoria a su Ungido

Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión.

Que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.

Que podamos celebrar tu victoria
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes;
que el Señor te conceda todo lo que pides.

Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su Ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.

Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor, Dios nuestro.

Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.

Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor da la victoria a su Ungido.

SALMO 20: ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA DEL REY

Ant. Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuanto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria, y la alabanza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

LECTURA: 1Jn 3, 1a.2

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Queridos, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

RESPONSORIO BREVE

R/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

R/ Tu fidelidad de generación en generación.
V/ Más estable que el cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

PRECES

Alabemos a Cristo, que mora en medio de nosotros, el pueblo adquirido por él y supliquémosle, diciendo:

Por el honor de tu nombre, escúchanos, Señor.

Dueño y Señor de los pueblos, acude en ayuda de todas las naciones y de los que las gobiernan:
— que todos los hombres sean fieles a tu voluntad y trabajen por el bien y la paz.

Tú que hiciste cautiva nuestra cautividad,
— devuelve la libertad de los hijos de Dios a todos aquellos hermanos nuestros que sufren esclavitud en el cuerpo o en el espíritu.

Concede, Señor, a los jóvenes la realización de sus esperanzas
— y que sepan responder a tus llamadas en el transcurso de su vida.

Que los niños imiten tu ejemplo
— y crezcan siempre en sabiduría y en gracia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a los difuntos en tu reino,
— donde también nosotros esperamos reinar un día contigo.

Con el gozo de sabernos hijos de Dios, acudamos a nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, porque has permitido que llegáramos a esta noche; te pedimos quieras aceptar con agrado el alzar de nuestras manos como ofrenda de la tarde. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Martes XXV de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 8,19-21
Se le presentaron su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa de la gente. Le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.» Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos habla del episodio en que los padres de Jesús, inclusive su madre, quisieron conversar con é, pero Jesús no les presta atención. Jesús tuvo problemas con la familia. A veces, la familia ayuda a vivir mejor y a participar en la comunidad. Otras veces, dificulta esa convivencia. Así fue para Jesús, y así es para nosotros.
• Lucas 8,19-20: La familia busca a Jesús. Los parientes llegan a la casa donde estaba Jesús. Probablemente habían venido de Nazaret. De allí a Cafarnaúm hay sólo unos 40 km. Su madre estaba con ellos. No entran, pues había mucha gente, pero le mandan un recado: “Tu madre y tus hermanos están fuera ahí fuera, y quieren verte». Según el evangelio de Marcos, los parientes no quieren ver a Jesús. Ellos quieren llevárselo y traérselo para casa (Mc 3,32). Pensaban que Jesús se había vuelto loco (Mc 3,21). Probablemente, tenían miedo, pues según nos informa la historia, la vigilancia de parte de los romanos con relación a todos los que de una forma o de otro tenían un cierto liderazgo popular, era enorme (cf. He 5,36-39). En Nazaret, en la sierra, estaría más al seguro que en la ciudad de Cafarnaúm.
• Lucas 8,21: La respuesta de Jesús. La reacción de Jesús es firme:»Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios, y la ponen en práctica.» En Marcos, la reacción de Jesús es más concreta. Marcos dice: “Entonces Jesús miró hacia las personas que estaban sentadas a su alrededor y dijo: Aquí están mi madre y mis hermanos. Aquel que hace la voluntad de Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). ¡Jesús ensancha la familia! No permite que la familia lo aleje de la misión: ni la familia (Jn 7,3-6), ni Pedro (Mc 8,33), ni los discípulos (Mc 1,36-38), ni Herodes (Lc 13,32), ni nadie (Jn 10,18).
• Es la palabra la que crea la nueva familia alrededor de Jesús: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen en práctica.». Un buen comentario de este episodio es lo que dice el evangelio de Juan en el prólogo: “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,10-14). La familia, los parientes, no entendieron a Jesús (Jn 7,3-5; Mc 3,21), no hacen parte de la nueva familia. Hacen parte de la nueva comunidad sólo aquellos y aquellas que reciben la Palabra, esto es, que creen en Jesús. Estos nacen de Dios y forman la Familia de Dios.
• La situación de la familia en el tiempo de Jesús. En el tiempo de Jesús, tanto la coyuntura política, social y económica como la ideología religiosa, todo conspiraba para el enflaquecimiento de los valores centrales del clan, de la comunidad. La preocupación con los problemas de la propia familia impedía que las personas se uniesen en comunidad. Ahora, para que el Reino de Dios pudiera manifestarse, de nuevo, en la convivencia comunitaria de la gente, las personas tenían que superar los límites estrechos de la pequeña familia y abrirse a la gran familia, a la Comunidad. Jesús dio el ejemplo. Cuando su familia trató de apoderarse de él, reaccionó y ensanchó la familia (Mc 3,33-35). Creó comunidad.
• Los hermanos y las hermanas de Jesús. La expresión “hermanos y hermanas de Jesús” es causa de mucha polémica entre católicos y protestantes. Basándose en éste y en otros textos, los protestantes dicen que Jesús tenía más hermanos y que María tenía más hijos. Los católicos dicen que María no tuvo más hijos. ¿Qué pensar de esto? En primer lugar, las dos posiciones, tanto de los católicos como de los protestantes, ambas tienen argumentos sacados de la Biblia y de la Tradición de sus respectivas iglesias. Por esto, no conviene pelearse ni discutir esta cuestión con argumentos sólo de la cabeza. Pues se trata de convicciones profundas, que tienen que ver con la fe y con los sentimientos de ambos. El argumento sólo de la cabeza no consigue deshacer una convicción del corazón. ¡Apenas irrita y aleja! Aún cuando no concuerdo con la opinión del otro, tengo que respetarla siempre. En segundo lugar, en vez de discutir alrededor de textos, nosotros todos, católicos y protestantes, deberíamos unirnos bien para luchar en defensa de la vida, creada por Dios, vida tan desfigurada por la pobreza, por la injusticia, por la falta de fe. Deberíamos recordar alguna que otra frase de Jesús: “He venido para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia”(Jn 10,10). “Que todos sean uno, para que el mundo crea que Tú, Padre, me has enviado”(Jn 17,21). “¡No se lo impidáis! Quien no está en contra está a favor nuestro”(Mc 10,39.40).

4) Para la reflexión personal

• La familia ¿ayuda o dificulta tu participación en la comunidad cristiana?
• ¿Cómo asumes tu compromiso en la comunidad cristiana sin perjudicar ni la familia ni la comunidad?

5) Oración final

Enséñame, Yahvé, el camino de tus preceptos,
lo quiero recorrer como recompensa.
Dame inteligencia para guardar tu ley
y observarla de todo corazón. (Sal 119,33-34)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

2.- EL HOMBRE DE LA MANO SECA. AGLOMERACIONES JUNTO AL MAR

Mt 12, 9-21; Mc 3, 1-12; Lc 6, 17-19

Otro sábado entró Jesús en una sinagoga. Se encontraba allí un hombre con una mano seca. San Lucas nos indica que era la derecha. Y todos le observaban de cerca por si lo curaba en sábado, para acusarle (Mt). No les interesaba mucho la curación en sí, sino la posible falta contra el descanso sabático.

Jesús dijo entonces a este hombre: Levántate y ponte en medio. Y se levantó y se puso en medio (Lc). El Señor preguntó a todos: ¿Es lícito curar en sábado? ¿Se puede hacer el bien, aunque por ello no se viva alguna de las prescripciones acerca del descanso? Y les propone algo de sentido común: ¿Quién de vosotros, si tiene una oveja y se le cae en día de sábado dentro de un hoyo, no la agarra y la saca? Y determina con toda claridad: por tanto, es lícito hacer el bien en sábado (Mt). El Señor debió de pronunciar estas palabras con mucha fuerza, porque a continuación, nos ha dejado escrito san Marcos, les dirigió una mirada airada. Y quedó entristecido por la ceguera de sus corazones. Todos pudieron darse cuenta de esta tristeza de Jesús y de la fuerza de su mirada. Esta es la única vez que los evangelistas aluden a la indignación en la mirada del Señor. Dijo entonces a aquel hombre: Extiende tu mano. Lo hizo y quedó curada.

Este hombre confió en el Señor y dejó a un lado su experiencia negativa anterior, que le hablaba de su incapacidad para mover la mano, y pudo extenderla ahora con soltura. Todo es posible con Jesús. La fe permite lograr metas que antes habrían parecido verdaderos imposibles, resolver viejos problemas personales insolubles…

La reacción ante el milagro fue sorprendente. Nos dice san Mateo que al salir tuvieron consejo contra Él para ver cómo perderle.

Los fariseos observaban cómo Jesús era muy superior a ellos: su doctrina tenía fuerza, su Persona era atrayente para todos, podía hacer milagros cuando lo deseaba… También comprobaban que la hondura de sus enseñanzas los dejaba empequeñecidos ante el pueblo y ante ellos mismos.

Los fariseos no poseían el sacerdocio ni tenían a su cargo el culto y los sacrificios del Templo; de esto se encargaban los saduceos. Sin embargo, dominaban en las sinagogas, que se encontraban en las principales ciudades y pueblos. Toda la vida religiosa estaba muy influida por ellos; después de la destrucción del Templo, solo los fariseos la conservaron[1]. Eran respetados por el pueblo, y ellos fomentaban este respeto (alargan sus filacterias… gustan de ser llamados rabí).

Su norma de vida era hacer la voluntad de Dios. Y para conocerla aceptaban no solo la Escritura, sino también los escritos de los comentaristas, los escribas. En estos escritos veían una continuación de las enseñanzas de Dios a los hombres. Por eso se sentían respaldados por una especial autoridad divina. Estas interpretaciones de los escribas daban al fariseísmo su sello especial.

Se explica bien que los grupos más religiosos e ilustrados del pueblo judío se situaran enfrente de Jesús. Despreocupados en conocer quién era Dios en sí mismo, a los escribas y fariseos no les quedaba otro camino que fijar su atención en los mandamientos y en reglas y deberes de los hombres hacia Él. Esto significaba más y más minuciosas regulaciones rituales y ceremoniales. Convertían los medios en fines en sí mismos.

De un modo creciente se fue perfilando la idea de que el Señor se hacía igual a Dios. Ya le habían visto perdonar pecados, y un poco más tarde le oirían decir: Yo y el Padre somos uno. No encontraban otro camino: o se convertían a Él o debían hacerle desaparecer. Realmente no había más opción. Algunos fariseos principales se convirtieron.

Después de la curación del hombre de la mano seca, se reunieron los fariseos con los herodianos. Estamos en territorio de Herodes, y estos amigos del partido del rey eran necesarios para acabar con Jesús. Los herodianos no eran un grupo religioso, como los fariseos o los saduceos; eran un partido que quería un Israel bajo el cetro de Herodes y en buena amistad con los romanos.

Al ver el peligro que corría, Jesús con sus discípulos se alejó hacia el mar (Mc).

Jesús se enteró de esta asechanza que tramaban los judíos contra Él y se alejó de allí (Mt), sin duda de los núcleos de más población; se aleja de un peligro real. Se retira también de las sinagogas; en ellas se había manifestado con palabras y obras, pero encontró siempre mucha oposición. Al aire libre parece hallarse mejor. San Marcos hace esta observación llena de los recuerdos de Pedro: Jesús se alejó con sus discípulos del lado del mar. Designa los lugares familiares que Jesús frecuentaba y se sabía de memoria. Se trata del mar de Galilea, donde muchos de sus amigos son pescadores.

A pesar de todo, le siguieron muchos, dice san Mateo. Entre ellos, según san Lucas, un grupo numeroso de sus discípulos y también una gran multitud de gente. La estación era agradable (nos encontramos en los meses posteriores a la Pascua), los caminos estaban transitables y el lago, fácil de atravesar. Jesús es conocido ya en todo el país. Acudió a Él una gran muchedumbre de Galilea y de Judea; también de Jerusalén, de Idumea, de más allá del Jordán, y de los alrededores de Tiro y de Sidón, vino hacia él una gran multitud al oír las cosas que hacía (Mc). Todo el mundo manifestaba de dónde venía, y a los discípulos no les fue difícil enterarse de que había gentes de todas partes. Lo comentarían con Jesús.

Mateo enumera detalladamente, por orden geográfico, los pueblos que se apiñan en torno a Jesús: Le seguían grandes multitudes de Galilea y de la Decápolis, los dos países más próximos, y de Jerusalén y de Judea, y también del otro lado del Jordán, donde vivían todavía muchos israelitas.

Lucas, menos preocupado por la geografía, resume y simplifica la situación escribiendo que había gentes venidas de toda Judea y de Jerusalén y hasta del litoral de Tiro y de Sidón. Ninguno de los tres evangelistas hace mención de Samaria. Tal vez no acudían a Galilea por las malas relaciones con los judíos.

Le traen de lejos a familiares y amigos con todo tipo de miserias y enfermedades. Mateo nos ha dejado un resumen: y le traían a todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y dolores, a los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curaba. San Marcos nos dice: sanaba a tantos, que se le echaban encima para tocarle todos los que tenían enfermedades. Y Lucas aclara que toda la multitud intentaba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Todos estos sucesos podían haber provocado una exaltación turbulenta. Por eso, Jesús les ordenaba que no le descubriesen. Tenía que cumplirse en Él el anuncio profético de Isaías[2] en el que se presentaba al Mesías lleno de misericordia, lejos de superficiales exaltaciones. San Mateo recoge esa profecía:

He aquí a mi Siervo a quien elegí,
mi amado en quien se complace mi alma.
Pondré mi Espíritu sobre él
y anunciará la justicia a las naciones.
No disputará ni vociferará,
nadie oirá sus gritos en las plazas.
No quebrará la caña cascada,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que haga triunfar la justicia;
y en su nombre pondrán
su esperanza las naciones.

El Mesías había sido profetizado por Isaías, no como un rey conquistador, sino como alguien que sirve a los demás. Su misión se caracterizará por la mansedumbre, la fidelidad y la misericordia, que describe por medio de dos imágenes bellísimas: la caña cascada y la mecha humeante, que representan las miserias, dolencias y penalidades de la humanidad. No terminará de romper la caña ya cascada; al contrario, se inclina sobre ella, la endereza con sumo cuidado y le da la fortaleza y la vida que le faltan. Tampoco apagará la mecha de una lámpara que parece que se extingue; por el contrario, empleará todos los medios para que vuelva a iluminar con luz clara. Esta era la actitud de Jesús ante estas muchedumbres de todas partes que se le acercaban.


[1] Después de la destrucción del Templo en el año 70 d.C., los saduceos desaparecieron –al no existir el Templo, se acabaron los sacrificios y los sacerdotes que los ofrecían–; además, la humillación nacional que ello supuso no dejó sitio para una clase dominante hábil en pactar con los poderes extranjeros. Después de ser aplastada la rebelión de Bar Kokhba en el año 135, los fariseos fueron los únicos capaces de modelar y reorganizar la vida religiosa de un pueblo destrozado y disperso.

[2] Is 42, 1-4.

Comentario – Martes XXV de Tiempo Ordinario

El evangelio narra que en cierta ocasión la madre y los hermanos de Jesús se acercaron a verle, pero la gente que rodeaba al Maestro se lo impedía. En ese instante le dan un aviso: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.

La reacción de Jesús es desconcertante para todos, pero especialmente para esa «madre y esos hermanos» que quieren verle. Entienden que su «parentesco» les permite tomarse esta licencia. Pero ante su requerimiento Jesús responde con esta frase: Mi madre y mis hermanos son éstos(como si no fueran los otros, los que en razón de la sangre se creían con derecho a reclamar su presencia): los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.

Jesús parece anteponer la relación que ha establecido con éstos a la relación que tenía con los otros, su familia biológica, su «madre y sus parientes». Estos han dejado de ser extraños, para convertirse en sus allegados (su familia) en virtud de la atención que han prestado a la palabra de Dios, que es su palabra, y en la disposición de que dan muestras para llevarla a la práctica. Sintonizan, pues, más con él los que le prestan esta atención que sus propios familiares. Se refuerzan los lazos que podríamos llamar «ideológicos» y afectivos y se debilitan los lazos biológicos o de sangre.

Jesús muestra su preferencia por quienes sintonizan con él y estiman lo que él estima: su pensamiento, sus deseos, sus aspiraciones, sus afectos, pues todo esto se expresa en su palabra, hasta el punto de hacer de ellos su familia, su nueva familia, ese círculo humano en el que él se encuentra más a gusto, con el que pude compartir más su vida y sus intereses. Su familia biológica parece quedar muy atrás en la estimación.

¿Es que su madre había dejado de ser su madre? ¿Es que había roto los vínculos naturales que le unían a su propia familia de sangre? El vínculo natural tenía que seguir vivo, al menos con su madre; de lo contrario, nos veríamos obligados a pensar que era un hijo poco agradecido.

Pero al vínculo natural se sobreponía un vínculo de otro signo (¿quizá sobrenatural?), un vínculo hecho de intereses o de estimaciones comunes, un vínculo surgido del común aprecio por la palabra de Dios, un vínculo que brotaba de la sintonía de pensamientos y de corazones. Para formar parte de este círculo familiar, la «madre y los hermanos» de Jesús tenían que dar este paso que les llevaba a sintonizar con su corazón. En María no había problema, puesto que no podemos pensar que no sintonizara con el pensamiento y los sentimientos de su hijo. Pero otros parientes que no se sumaron al discipulado de Jesús pudieron quedar alejados de él y de su plan de hacer de todos partícipes de su Reino.

Tan importante es la atención que le prestamos a la palabra de Dios, que su escucha atenta y bienintencionada nos convierte de inmediato en «madres y hermanos de Jesús», es decir, nos hace miembros de su familia más próxima. Y si esto es así, no podrá decirnos en su día: No os conozco, alejaos de mí, malvados. Y una última puntualización. Supongo que no todos los oyentes que le rodeaban, no todos los que escuchaban la palabra de Dios, «la ponían por obra». Pero Jesús al menos parece apreciar en ellos el deseo de hacerlo. Y esto ya es bastante para declararles «madre y hermanos» suyos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

La Bienaventurada Virgen y la Iglesia

53. Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a El con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas. Pero a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación; y no sólo eso, «sino que es verdadera madre de los miembros (de Cristo)…, por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza» [174]. Por ese motivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera, como a madre amantísima, con afecto de piedad filial.

Recursos – Ofertorio Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

PRESENTACIÓN DE UNA PLANTA

(Conviene que sea una planta que pudiera servir en las ocasiones más especiales de la vida de la Comunidad, por lo que pudiera significar a lo largo del curso. Por tanto, tiene que ser una planta bonita y de interior)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor y Padre nuestro: Tú quisiste sembrar en cada uno de nosotros y en cada una de nosotras la SEMILLA de tu vida y del amor; y lo hiciste, especialmente, por medio de Jesús, tu Hijo amado; luego, has cuidado de esa semilla por medio de tantas personas que han influido en nuestra vida. Hoy, nosotros y nosotras, tu Familia y Comunidad, te presentamos esta PLANTA, hermosa y bonita, como un recuerdo constante de cuanto has hecho en nuestro favor; y de nuestro compromiso -durante este curso que ya hemos iniciado- de cuidar de esta SEMILLA que Tú mismo plantaste en nosotros y en nosotras, que Jesús la ha hecho crecer y que todos nosotros y todas nosotras la queremos seguir ofreciendo a los y a las demás. Que así sea.

PRESENTACIÓN DE UNA JARRA DE AGUA

(Conviene que sea una jarra de cristal, para que se pueda ver el agua que contiene. La presenta una persona adulta de la Comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor y Padre nuestro: Jesús nos recuerda en el evangelio que un vaso de agua dado con amor no quedará sin recompensa. Te presento, en nombre de toda la Comunidad, esta jarra de agua, como expresión de tantos gestos de amor y de fraternidad como se viven en nuestro mundo; muchos de estos gestos, son callados y ocultos. Pero también te ofrecemos con esta jarra nuestro compromiso, concreto y generoso, de ser cercanos y solidarios, de ser cercanas y solidarias, mujeres y hombres que comparten en la sencillez de la vida. Te pedimos que nos ayudes en esta tarea.

PRESENTACIÓN DEL RECIPIENTE DEL CRISMA BAUTISMAL

(Presenta la ofrenda una persona adulta)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Con el recipiente del crisma bautismal, que hoy te presento, en mi nombre y en nombre de toda la comunidad, Señor, queremos actualizar nuestros compromisos bautismales y de confirmación, de ser tus discípulos/discípulas y testigos en medio del mundo. No nos dejes ceder a las presiones, a la vergüenza o al miedo. Danos tu fortaleza, que siempre la necesitamos, para vivir intrépidamente, tal como lo han hecho siempre tus mejores testigos.

PRESENTACIÓN DE UN LIBRO DE TEOLOGÍA

(Hace la ofrenda uno o una de los o las catequistas de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Yo te traigo, Señor, este libro de teología, de la última reflexión teológica que se ha publicado. Y lo hago convencido/a de que Tú nos exiges una buena formación de nuestra fe para poder vivirla y testimoniarla en medio del mundo. Sé que la formación continua requiere un esfuerzo y un tiempo, que, en estos momentos, nos son difíciles de encontrar. Sin embargo, ahí tienes mi disponibilidad a formarme, para que mi seguimiento de Jesús, en medio del mundo, sea conforme a lo que Tú hoy me exiges.

UN O UNA JOVEN PRESENTA A UN ANCIANO O UNA ANCIANA

(Esta ofrenda la presenta un joven comprometido o una joven comprometida de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Aquí nos tienes, Señor, tan distintos y hasta distantes, al menos en el tiempo. El caso es que nos podemos amar, si logramos entender que nuestras diferencias nos enriquecen y nos permiten ser más cada uno de nosotros, cada una de nosotras. Por otra parte, frente a la fuerza, que yo puedo representar por mi juventud y mis pocos años, está la debilidad del ocaso de la vida. Haz que mis fuerzas, y las de todos nosotros y de todas nosotras, se pongan al servicio de las debilidades de los y las demás. No nos hagas insensibles a ellas y motívanos a la solidaridad. La vida, el mundo, la sociedad, la familia, el trabajo, la diversión y el ocio, son los campos para sembrar el amor, del que Tú has llenado nuestros corazones.

Oración de los fieles – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

Señor, Tú eres el libertador del hombre. Tú no lo salvas sólo por fuera sino por dentro. Por eso te pedimos llenos de confianza que escuches nuestra súplica.

QUE TU PERDÓN NOS LIBERE, SEÑOR.

1.- Por la Iglesia y todos los que la formamos, para que busquemos siempre los intereses de los demás y no los nuestros. OREMOS

2.- Por todos los que luchan por la paz, para que se den cuenta que la paz sólo se consigue viviendo en el amor. OREMOS

3.- Por todos los que gastan sus vidas al servicio del Señor, para que sólo busquen el bien de los demás y vean en los hermanos a ese Dios que salva. OREMOS

4.- Por los afectados por los huracanes en Estados Unidos, y por aquellos que sufren desastres naturales en todo el mundo, para que reciban la ayuda necesaria y el amor de todos. OREMOS

5.- Por los pobres, los que están solos, los que no cuentan, los carentes de amor; para que sientan profundamente que el Señor los ama y nosotros les ayudemos a experimentar ese amor. OREMOS

6.- Por todas las personas que el mundo etiqueta con mala fama, para que nunca duden de ese Dios bueno y compasivo que espera siempre con los brazos abiertos a todos los que lo buscan. OREMOS

7.- Por los que estamos aquí reunidos, para que el Señor escuche nuestra petición callada (silencio) sobre todo las de aquellos que más lo necesiten. OREMOS

Señor, enséñanos a ser humildes, reconociendo que todos los hombres somos iguales y que tú sólo quieres corazones arrepentidos, te lo pedimos todo por nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.


Con la misma confianza que recitábamos el Salmo de hoy, sabiendo que tu misericordia es eterna, ponemos en tus manos estas súplicas. Acógelas Señor, y concédenos lo que en ellas te pedimos:

RECUERDA, SEÑOR, QUE TU MISERICORDIA ES ETERNA

1. – Señor, que tu misericordia alcance a toda tu Iglesia, al Papa, los obispos, diáconos y las personas que se reúnen entorno a tu mesa, para a través de esta experiencia de perdón, éste llegue al resto de tus criaturas. OREMOS

2. – Señor, que tu divina Sabiduría ilumine a todos los gobernantes y dirigentes del planeta, para que sus decisiones se ajusten a las necesidades que sus pueblos reclaman. OREMOS

3. – Señor, manda tu gracia al seno de las familias cristianas para que todos sus miembros colaboren en la vivencia del Evangelio y sean realmente iglesias domésticas. OREMOS

4. – Señor, endereza el camino de aquellos que andan errantes o lejos de Tí, para que por medio de la práctica del derecho y la justicia alcancen a descubrir el rostro de Dios. OREMOS

5. – Por los niños, ancianos y enfermos y todos aquellos que necesitan más de nuestra ayuda, para que encuentren en nosotros ese gesto de cariño que inspira el evangelio de Cristo. OREMOS

6.- “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”; nos dice Pablo en su carta; para que estos sentimientos sean los raíles por donde circule nuestra vida. OREMOS

Señor, haz que, con la escucha frecuente de tu Palabra y el continuo alimento de tu Cuerpo, reconozcamos en la humildad, la condición indispensable para poder seguir con rectitud tus caminos; ayúdanos y concédenos lo que verdaderamente necesitamos, por Jesucristo nuestro Señor.

Amen.

Comentario al evangelio – Martes XXV de Tiempo Ordinario

Con lo importante que es la sangre. La ley de la sangre nos hace familia, crea vínculos imborrables, es el fundamento último de amor y seguridad, cuando tantas cosas fallan. La sangre nos trae las palabras más bellas y profundas: la madre, el padre, los hermanos. Entonces, ¿por qué Jesús da ese quiebro desde la sangre a la conducta y actitudes? “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, subraya contundentemente. Pero aplicamos la lupa sobre el texto, y comprendemos que lo que reviste formas de algún rechazo posee un sentido de elogio y alabanza: grande es dar la sangre, pero todavía más grande lo es cuando se da desde la fe y la confianza en Dios. Es decir, en la Madre de la sangre, se verifica, de modo inigualable, esa escucha y cumplimiento de la palabra del Señor. Como en el Antiguo Testamento: no eran pueblo de Dios por la raza sino por la elección amorosa y providente de Dios.

Para una mujer judía lo más grande era la maternidad, era el don y oficio primero. Pero el Evangelio, sin contraposición, pone en primer plano la maternidad desde la fe. “Concebir antes en el corazón que en el vientre”, dirá bellamente San Agustín. Y esto se cumplió en la familia de sangre de Jesús. Por eso, no debe sonarnos a desaire el poner las cosas en su sitio: primero, la escucha y las obras; luego, la concepción y el parto. Como que todo comenzó con las palabras reveladoras: “Hágase en mí según tu palabra”. Una fe nada fácil, una fe de la Virgen en la oscuridad, una fe que  iba progresando, al compás de las pruebas y tropiezos. Las palabras del anciano Simeón llenas de negros presagios, el no entender el sentido de “ocuparse en las cosas del Padre”, el desdén de la gente, que tenía a su hijo por loco, el fracaso de la Cruz, todo formaba parte de la espada que le atravesaba el corazón. Si era la Madre del Verbo, de la Palabra, ¿cómo no la iba a escuchar “de todo corazón”? Nosotros, como María,  somos seguidores de Jesús, somos la familia de Jesús, somos el Cuerpo de Cristo. No chocan en nosotros la sangre frente al Reino, que es lo primero. Es que, para nosotros, el Reino no es una moral sino una persona, Cristo, el Señor.

Nunca presumió la Virgen de ser Madre de Dios; más bien, de “sierva del Señor”. Como sierva por la fe, al igual que Jesús, estuvo siempre en las cosas del Padre, haciendo siempre las cosas que a este le agradaban. María no se quedó en la biología, con ser tan interesante, sino que desde su libertad, cooperó de forma ejemplarmente humana, Si para la Virgen ser madre no fue primeramente un título, no busquemos nunca otros títulos mundanos a los que tanto se arregostan algunos hombres de Iglesia. El don de la fe es nuestra única distinción y grandeza, nuestra única fuente de derechos; la fe nos iguala a todos. Nuestras relaciones, en la sociedad y en la Iglesia, no se basan en la sangre, en la economía, en los trabajos sino en la comunión de la misma familia, la familia del Reino. ¡Y pensar que contemplamos, con horror, tantas divisiones y desigualdades fundadas en la sangre o en ambiciones mundanas, en países de larga tradición cristiana!