Vísperas – San Pío de Pieltrecina

VÍSPERAS

SAN PÍO DE PIELTRECINA, presbítero

 

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cantemos al Señor con alegría
unidos a la voz del pastor santo;
demos gracias a Dios, que es luz y guía,
solícito pastor de su rebaño.

Es su voz y su amor el que nos llama
en la voz del pastor que él ha elegido,
es su amor infinito el que nos ama
en la entrega y amor de este otro cristo.

Conociendo en la fe su fiel presencia,
hambrientos de verdad y luz divina,
sigamos al pastor que es providencia
de pastos abundantes que son vida.

Apacienta, Señor, guarda a tus hijos,
manda siempre a tu mies trabajadores;
cada aurora, a la puerta del aprisco,
nos aguarde el amor de tus pastores. Amén.

SALMO 26: CONFIANZA ANTE EL PELIGRO

Ant. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?+

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
+ El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?

Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.

Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.

Él me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;

y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda ofreceré
sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

SALMO 26: CONFIANZA ANTE EL PELIGRO

Ant. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.

Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.»
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.

No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.

Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.

Señor, enséñame tu camino,
guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.

No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
que respiran violencia.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.

Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.

CÁNTICO de COLOSENSES: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CRIATURA

Ant. Él es el primogénito de toda criatura, es el primero en todo.

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él es el primogénito de toda criatura, es el primero en todo.

LECTURA: 1P 5, 1-4

A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.
V/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.

R/ El que entregó su vida por sus hermanos.
V/ El que ora mucho por su pueblo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas. Aleluya.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, constituido pontífice a favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, y supliquémosle humildemente diciendo:

Salva a tu pueblo, Señor.

Tú que por medio de pastores santos y eximios, has hecho resplandecer de modo admirable a tu Iglesia,
— haz que los cristianos se alegren siempre de ese resplandor.

Tú que, cuando los santos pastores te suplicaban, con Moisés, perdonaste los pecados del pueblo,
— santifica, por su intercesión, a tu Iglesia con una purificación continua.

Tú que, en medio de los fieles, consagraste a los santos pastores y, por tu Espíritu, los dirigiste,
— llena del Espíritu Santo a todos los que rigen a tu pueblo.

Tú que fuiste el lote y la heredad de los santos pastores
— no permitas que ninguno de los que fueron adquiridos por tu sangre esté alejado de ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, por medio de los pastores de la Iglesia, das la vida eterna a tus ovejas para que nadie las arrebate de tu mano,
— salva a los difuntos, por quienes entregaste tu vida.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que concediste a san Pío, presbítero, la gracia singular de participar en la cruz de tu Hijo, y por su ministerio renovaste las maravillas de tu misericordia, concédenos, por su intercesión, que, compartiendo los sufrimientos de Cristo, lleguemos felizmente a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Miércoles XXV de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 9,1-6
Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. Y si algunos no os reciben, salid de aquella ciudad y sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.» Partieron, pues, y recorrieron los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos trae la descripción de la misión que los Doce recibieron de Jesús. Más adelante, Lucas habla de la misión de los setenta y dos discípulos (Lc 10,1-12). Los dos se completan y revelan la misión de la iglesia.
• Lucas 9,1-2: Envío de los doce para la misión. “Les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar”.Llamando a los doce, Jesús intensifica el anuncio de la Buena Nueva. El objetivo de la misión es simple y claro: reciben el poder y la autoridad para expulsar a los demonios, para curar las dolencias y para anunciar el Reino de Dios. Así como la gente quedaba admirada ante la autoridad de Jesús sobre los espíritus impuros y ante su manera de anunciar la Buena Nueva (Lc 4,32.36), lo mismo deberá acontecer con la predicación de los doce apóstoles.
• Lucas 9,3-5: Las instrucciones para la Misión. Jesús los envió con las siguientes recomendaciones: no pueden llevar nada “ni bastón, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas”. No pueden andar de casa en casa, sino que “Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí.” En caso de que no os reciban “sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos”. Como veremos, estas recomendaciones extrañas para nosotros, tienen un significado muy importante.
• Lucas 9,6: La ejecución de la misión. Y ellos se fueron. Es el comienzo de una nueva etapa. Ahora ya no es sólo Jesús, sino es todo el grupo que va a anunciar la Buena Nueva de Dios a la gente. Si la predicación de Jesús ya causaba conflictos, cuánto más ahora, con la predicación de todo el grupo.
• Los cuatro puntos básicos de la misión. En el tiempo de Jesús, había diversos movimientos de renovación: esenios, fariseos, zelotes. Ellos también buscaban una nueva manera de convivir en comunidad y tenían a sus misioneros (cf. Mt 23,15). Pero éstos, cuando iban en misión, iban prevenidos. Llevaban alforja y dinero para cuidar de su propia comida. Pues no confiaban en la comida de la gente que no siempre era ritualmente “pura”. Al contrario de los otros misioneros, los discípulos y las discípulas de Jesús recibieron recomendaciones diferentes que nos ayudan a entender los puntos fundamentales de la misión de anunciar la Buena Nueva:
a) Deben ir sin nada (Lc 9,3; 10,4). Esto significa que Jesús obliga a confiar en la hospitalidad. Pues, quien va sin nada, va porque confía en la gente y piensa que va a ser recibido. Con esta actitud, critican las leyes de la exclusión, enseñadas por la religión oficial, y por la nueva práctica, mostraron que tenían otros criterios de comunidad.
b) Deben quedarse hospedados en la primera casa hasta retirarse del lugar (Lc 9,4; 10,7). Esto es, deben convivir de forma estable y no andar de casa en casa. Deben trabajar como todo el mundo y vivir de lo que reciben a cambio, “pues el obrero merece su salario” (Lc 10,7). Con otras palabras, tienen que participar de la vida y del trabajo de la gente, y la gente los acogerá en su comunidad y compartirá con ellos casa y comida. Esto significa que deben confiar en el compartir. Esto explica también la severidad de la crítica contra los que no aceptan el mensaje: sacudirse el polvo de los pies, como pretexto contra ellos (Lc 10,10-12), pues no rechazan algo nuevo, sino que su propio pasado.
c) Tienen que curar a los enfermos y expulsar los demonios (Lc 9,1; 10,9; Mt 10,8). Esto es, deben ejercer la función de “defensor” (goêl) y acoger para dentro del clan, dentro de la comunidad, a los excluidos. Con esta actitud critican la situación de desintegración de la vida comunitaria del clan y apuntan hacia salidas concretas. La expulsión de demonios es señal de que el Reino de Dios ha llegado (Lc 11,20).
d) Tienen que comer lo que el pueblo les da (Lc 10,8). No pueden vivir separados con su propia comida, sino que han de aceptar la comunión de mesa. Esto significa que, en contacto con la gente, no deben tener miedo a perder la pureza como era enseñada en la época. Con esta actitud critican las leyes de la pureza en vigor y muestran, por medio de la nueva práctica, que poseen otro acceso a la pureza, esto es, a la intimidad con Dios.
Estos eran los cuatro puntos básicos de la vida comunitaria que debían marcar la actitud de los misioneros o de las misioneras que anunciaban la Buena Nueva de Dios en nombre de Jesús: hospitalidad, compartir, comunión de mesa, y acogida a los excluidos (defensor, goêl). Si estas cuatro exigencias se cumplen, entonces pueden y deben gritar a los cuatro vientos: “¡El Reino ha llegado!” (cf. Lc 10,1-12; 9,1-6; Mc 6,7-13; Mt 10,6-16). Pues el Reino de Dios que Jesús nos ha revelado no es una doctrina, ni un catecismo, ni una ley. El Reino de Dios acontece y se hace presente cuando las personas, motivadas por su fe en Jesús, deciden convivir en comunidad para así testimoniar y revelar a todos que Dios es Padre y Madre y que, por consiguiente, nosotros, los seres humanos, somos hermanos y hermanas unos de otros. Jesús quería que la comunidad local fuera de nueva una expresión de la Alianza, del Reino, del amor de Dios como Padre, que nos hace a todos hermanos y hermanas. 

4) Para la reflexión personal

• La participación en la comunidad ¿te ha ayudado a acoger y a confiar más en las personas, sobre todo en los más sencillos y en los pobres?
• ¿Cuál es el punto de la misión de los apóstoles que tiene más importancia para nosotros hoy? ¿Por qué? 

5) Oración final

Mi porción es Yahvé.
He decidido guardar tus palabras.
Busco con anhelo tu favor,
tenme piedad por tu promesa. (Sal 119,57-58)

Lectura continuada del Evangelio de Marcos

Marcos 15, 20b-27

Y lo conducen fuera para crucificarlo.

21Y forzaron a un cierto transeúnte, Simón de Cirene, que venía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, para que llevara su cruz.

22Y lo llevan al lugar llamado «Gólgota», que se traduce por «Lugar de la Calavera».
23Y le daban vino con mirra, pero no lo tomó.

24Y lo crucifican y dividen sus ropas, echando suertes sobre ellas para ver quién conseguiría qué. 25Pero era la hora tercia y lo crucificaron.

26Y había una inscripción inscrita con su acusación: «El Rey de los judíos».

27Y con él crucifican a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.

• 15, 20b-27: Al parecer, Jesús había quedado tan debilitado por su maltrato que era incapaz de llevar su cruz -o más bien el madero transversal- hasta el lugar de la ejecución, situado a corta distancia, como requiere la liturgia del castigo. Los soldados, por tanto, obligan a llevarla a un forastero que pasaba por allí, un judío llamado Simón, de la ciudad norteafricana de Cirene (15,21). Marcos lo entiende probablemente como un acto paradigmático: el discípulo cristiano debe tomar su cruz y seguir a su Señor en el camino de la crucifixión (cf. 8,34; 10,52). Así pues, Jesús está perdiendo terreno ante el poder de la muerte que avanza; en verdad, no solo no puede llevar su cruz, sino que probablemente es también incapaz de llevarse a sí mismo al lugar de la ejecución, y debe ser llevado, o arrastrado, por los soldados. El sitio al que lo llevan tiene el nombre de Lugar de la Calavera por su forma o por los huesos de los criminales allí ejecutados; en cualquiera de los dos casos la vinculación judía entre huesos e impureza le habría prestado una atmósfera de ausencia de pureza ritual; el cráneo, además, estaba especialmente relacionado con la impureza y con la fatal retribución divina por los pecados pasados.

En medio de esta escena de muerte e impureza, Jesús realiza un acto de resistencia, rechazando beber el vino con mirra que le ofrecen los soldados (15,23). Se daba a los condenados este tipo de bebida para reducir el dolor de esos momentos. El rechazo de Jesús a este tipo de alivio puede tener varias dimensiones. A nivel práctico, el vino con drogas actuaba induciendo una embriaguez extrema; Tertuliano, por ejemplo, cuenta la historia de un mártir cristiano que había sido tan «medicado» por sus amigos que en medio de un fuerte hipo solo podía eructar cuando le preguntaba el funcionario que lo examinaba, al que proclamó «Señor». Jesús pudo haberse abstenido en parte porque creyó que tal comportamiento poco digno perjudicaría la causa por la que sacrificaba su vida. Otra dimensión del rechazo puede ser soteriológica: Jesús da su vida «como rescate por muchos» (10,45), y cualquier intento de disminuir el dolor de su muerte podía ser sospechoso de traición para su misión de padecer «un sufrimiento de muerte, de modo que por la gracia de Dios pudiera probar la muerte por todos» (Heb 2,9). Otra posible dimensión es la escatológica: en la Última Cena, Jesús hizo el voto de que no bebería más «del fruto de la vid» hasta que lo bebiera de nuevo en el reinado de Dios. El rechazo puede tener también una dimensión mesiánica. Quizás, pues, una confluencia de motivos, desde el mundano al mesiánico, lleva a Jesús a rechazar la bebida paliativa que le ofrecen. Tres este rechazo, Jesús es crucificado sin más alharacas. Marcos describe este acontecimiento trascendental con una simplicidad extrema: «Y lo crucificaron» (15,24a). Así pues, a diferencia de los modernos cuadros novelísticos y cinematográficos, Marcos y los otros evangelios evitan los detalles sangrientos de la crucifixión, relatando simplemente lo que ocurrió, dejando los detalles a la imaginación del lector.

Sin embargo, a pesar de la carencia de detalles, la crucifixión está fuertemente acentuada; de hecho, el verbo «crucificar» y su compuesto «crucificar con» aparecen cinco veces (15,20.24.25.27.32), y el sustantivo «cruz» aparece tres veces (15,21.30.32). El hincapié de Marcos en la muerte cruciforme de Jesús puede tener que ver parcialmente con el hecho de que este modo de ejecución era entendido como una parodia burlesca de los ritos de la realeza, incluso fuera del cristianismo. Entronizado en el asiento real de la cruz, el crucificado era el rey de los locos; pero para Marcos, la ironía suprema era que en el caso presente este hazmerreír de «rey» estaba siendo instaurado en verdad como el monarca del universo. Tras haber sido vestido, coronado y aclamado como rey en la sección anterior, Jesús es entronizado ahora espléndidamente… en una cruz.

Tras mencionar la crucifixión de Jesús, Marcos se apresura a describir el reparto de sus vestiduras (15,24b), un procedimiento al que dedica cuatro veces más palabras que a la crucifixión en sí. Esta distribución tenía cierta importancia para los verdugos, ya que la ropa era (y es) cara en las sociedades preindustriales, y en el mundo grecorromano se trataba a menudo de la pertenencia más valiosa que una persona poseía. Marcos destaca el oportunismo de los soldados romanos y la insensible indiferencia al destino de su víctima añadiendo las palabras «para ver quién conseguiría qué» (un eco del Sal 22,18). Este despojamiento es especialmente horrible para los judíos, que tenían horror a la desnudez. No es sorprendente, por tanto, que en el Sal 22,18, el pasaje el AT citado por Mc 15,24b, tras la referencia a la división y sorteo de la ropa siga inmediatamente la mención de cómo los enemigos de la víctima se regodean a su costa; el salmo acentúa así el sentido de la víctima de estar desnudo y expuesto a la mirada hostil de los enemigos. Es esta solo la primera de las varias alusiones al Salmo 22 en las escenas de la crucifixión y muerte en el evangelio, y al parecer Marcos espera que sus lectores las reconozcan como un eco bíblico; a la vez que el evangelista destaca la vergüenza de la experiencia de la crucifixión de Jesús, también da a entender que ha sido profetizado en las Escrituras y es parte del plan divino.

Esta idea se refuerza por la referencia al momento de la crucifixión como la hora tercia, es decir, las nueve de la mañana (15,25): la primera de las tres noticias temporales se produce en las escenas de la crucifixión y muerte; las otras dos son la alusión a la oscuridad cósmica que desciende a la hora sexta (15,33), y el grito de abandono de Jesús en la hora nona (15,34). Las tres son acontecimientos «negativos» que podrían dejar la impresión de que una catástrofe cósmica está en camino; pero la progresión ordenada de las horas, tercia, sexta, nona, como la serie de sietes en el libro del Apocalipsis, da a entender que esta época oscura está, sin embargo, bajo el firme control de un Dios omnipotente. El mundo no se ha escapado de la divina superintendencia, porque para Marcos la muerte de Jesús es parte inseparable de la manifestación de la realeza de Jesús y de Dios. La sección presente, en consecuencia, concluye con dos detalles que acentúan el tema real: la inscripción en la cruz de Jesús (15,26) y la descripción de su crucifixión entre dos bandidos «uno a su derecha y otro a su izquierda» (15,27).

Comentario – Miércoles XXV

El evangelio de san Lucas nos refiere que antes del «envío» definitivo, tras la resurrección de Jesús, hubo otros envíos o «ensayos misioneros». Jesús, nos dice el evangelista reunió a los Doce. Primero los reúne y después los envía con una clara intención: que proclamen el Reino de Dios y que curen a los enfermos. Antes de enviarles, los reúne para darles lo necesario para la misión: autoridad (exousía) y poder (dynamis) sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. La autoridad requiere la potestad. ¿De qué serviría tener autoridad para hacer algo (expulsar demonios o curar enfermedades) si se carece de la potestad necesaria?

La autoridad (y autorización) sin la potestad sería totalmente inútil. Pues bien, Jesús les reúne para concederles ambas cosas: autoridad para actuar sobre los demonios y poder para vencer o contrarrestar su maleficio, porque la instalación del imperio (reino) del bien implica la retirada o contracción del imperio del mal. Jesús les prepara, pues, para cumplir una misión que va a consistir esencialmente en el anuncio clamoroso del reino de Dios, es decir, de la proximidad, de la llegada, de la presencia del Reino de Dios. Porque estando Jesús y su palabra en el mundo, ya está operando en él el Reino de Dios o Dios implantando su reinado.

Anunciar la presencia del Reino es pregonar la presencia de Dios (el Enmanuel, el Dios con nosotros) sembrando su semilla o insertando su levadura de paz, justicia y amor, una levadura con potencia suficiente para hacer fermentar a toda la masa, hasta el punto de transformar el mal en bien, o el odio en amor, o el egoísmo en altruismo, o la enfermedad en salud. ¿Por qué esta asociación entre la actuación saludable sobre los demonios y la curación o actuación saludable sobre las enfermedades del cuerpo? ¿Por qué esa ligación entre la proclamación del Reino y la sanación de los enfermos?

Seguramente, porque el mejor signo de la presencia del Reino o imperio del bien es la victoria sobre ese mal tan visible y palpable como la enfermedad corporal o psíquica. Para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder para perdonar pecados, le dijo al paralítico: coge tu camilla y vete a tu casa. La curación física se convierte así en la mejor expresión del poder de Jesús para sanar al hombre de su pecado o enfermedad moral. En ambos casos, se trata de una sanación, ya sea física o moral. Y la presencia operativa de Dios, implantando su Reino, tiene un efecto sanador de todo mal, sin el cual no es posible semejante implantación ni, consecuentemente, la subsistencia de ese Reino. ¿Cómo podría subsistir el Reino del bien infectado por el mal del pecado o debilitado por la enfermedad? No es concebible un Reino de Dios en el que sus moradores vivieran abatidos por la enfermedad o envueltos en guerras, rencillas, crímenes. En este Reino no cabe otra ley que la del amor. Pero semejante ley ha de ser acogida con amor, libre y voluntariamente.

Esta es la misión que les compete a los enviados de Jesús: predicar la sanación (del mal) y actuarla significándola en las curaciones que les ha sido dado realizar. Para ello han de convertirse en apóstoles itinerantes, siempre en camino, y para el camino no necesitan siquiera los instrumentos que suelen acompañar a todo caminante: el bastón, la alforja, el pan, quizá algo de dinero y alguna muda o túnica de repuesto. ¿Por qué estas condiciones o exigencias tan extremas? ¿Por qué prescindir de cosas que parecen tan necesarias al caminante? ¿En qué puede estorbar a la misión esa mínima equipación que no desdice de la itinerancia: un simple bastón para ayudarse a caminar, un trozo de pan para no desfallecer en el trayecto, el dinero o la ropa necesaria para hacer frente a una eventualidad?

Al parecer, Jesús quiere apóstoles «en camino» desprovistos de todo, sin distracciones de ningún tipo, centrados exclusivamente en la tarea de la evangelización, cuyo único alimento sea cumplir la voluntad del Padre. Eso no significa que rechacen la acogida que les dispensen. Si son bien recibidos en una casa, deben agradecer esta acogida y disfrutar de ella. Pero han de contar también con el rechazo. Habrá lugares que no les reciban. En este caso la única reacción genuina debe ser «sacudirse el polvo de los pies» en señal de desaprobación y para declarar su culpa. Pero nada más: ninguna maldición, ninguna increpación, ninguna reacción violenta. Por tanto, se les pide que no lleven nada para el camino, pero que tampoco rechacen la oferta de lecho, comida y cobijo que les brinden las gentes de buena voluntad que han decidido acoger al profeta porque es profeta.

Ellos, sin esperar a momentos más propicios, se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, cumpliendo lo encomendado, es decir, anunciando la Buena Noticia de la llegada del Reino y curando en todas partes. No faltaba ni el anuncio ni la curación, como si una actividad no pudiese separarse de la otra, como si no pudiese anunciarse el Reino sin curar, como si no se pudiese curar (o hacer el bien) sin anunciar la presencia actuante y salvífica de Dios en el mundo. Con ambas acciones se actuaba la salvación traída por Jesucristo.

Es también lo que nos corresponde hacer a nosotros como apóstoles de Jesús: anunciar la salvación aportada por él y activarla haciendo el bien o curando (o consolando) a los oprimidos por el mal. Y para realizar esta tarea no hacen falta muchos medios. Al contrario, la ausencia de medios puede hacer mucho más eficaz el anuncio y la actuación. Pues los medios pueden convertirse muchas veces en impedimentos y más que mediar, como su nombre indica, interfieren, absorben, distraen, estorban, dificultando más que favoreciendo la misión a realizar.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

Intención del Concilio

54. Por eso, el sagrado Concilio, al exponer la doctrina sobre la Iglesia, en la que el divino Redentor obra la salvación, se propone explicar cuidadosamente tanto la función de la Santísima Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico cuanto los deberes de los hombres redimidos para con la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, especialmente de los fieles, sin tener la intención de proponer una doctrina completa sobre María ni resolver las cuestiones que aún no ha dilucidado plenamente la investigación de los teólogos. Así, pues, siguen conservando sus derechos las opiniones que en las escuelas católicas se proponen libremente acerca de aquella que, después de Cristo, ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto y a la vez el más próximo a nosotros.

Comentario Domingo XXV de Tiempo Ordinario

Oración preparatoria

– Tú conoces nuestra masa, te acuerdas que somos barro (sal 102)
– Soy pequeñ@, pero no olvido tus decretos, dame inteligencia y tendré vida (sal 118)
– Tu justicia es justicia eterna, no quiero olvidar Tu voluntad (sal 118)
– Para que pongas tu confianza en el Señor, te voy a instruir hoy (prov 22, 19)
– Envía tu Sabiduría para que sepa lo que es agradable a tus ojos (sáb. 9, 9) AMÉN.

 

Mt 21, 28-32

«28Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Y acercándose al primero, dijo:

“Hijo, vete hoy a trabajar en la viña”. 29Pero, respondiendo, dijo: “No quiero”, aunque después se arrepintió y fue. 30Y acercándose al segundo, le dijo lo mismo. Pero, respondiendo, dijo: “Voy, Señor”, y no fue. 31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? Le dicen: “El primero”.

Les dice Jesús: “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros al Reino de Dios.

32Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no le creísteis, mientras que los publicanos y las prostitutas le creyeron. Pero vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después para creerle”».

PALABRA DE DIOS

 

CONTEXTO

Hemos dado un pequeño salto en el evangelio de Mateo y nos situamos en el capítulo 21. El contexto en el que se encuentra esta parábola es de tensión y peligro. Después del Discurso Comunitario (Mt 18), Jesús inicia su viaje definitivo hacia Jerusalén (19,1) para afrontar su destino anunciado ya desde Mt 16,21. En Jerusalén, Jesús se convierte en motivo de conflicto. Por un lado el pueblo lo acoge con júbilo (21,1-11). Por otro lado los sumos sacerdotes y escribas lo critican. La situación se va tensando, al punto que Jesús debe pasar la noche fuera de la ciudad (21,17). En Jerusalén Jesús realiza una acción sorprendente: la expulsión de los vendedores del templo (21,12-17) y, al día siguiente, maldice a una higuera, símbolo de la ciudad de Jerusalén y su templo: árbol sin fruto, sólo con hojas (21,18-22). Después entra en el templo y comienza a enseñar a la gente. Mientras está hablando llegan los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo para discutir con Él. Es a ellos a quienes Jesús les dice la parábola de hoy. La tensión irá creciendo con todos los grupos judíos y finalmente Jesús hace una larga y durísima denuncia contra los escribas y fariseos (23,1-36) y una breve y trágica acusación contra Jerusalén, la ciudad que no se convierte (23,37-39).

 

TEXTO

El evangelio se estructura en tres partes: a) la parábola que Jesús dirige a sus interlocutores, sumos sacerdotes y ancianos del pueblo (vv. 28-31a); b) la respuesta de Jesús, durísima, a sus interlocutores (v. 31b); c) el razonamiento de la respuesta (v. 32). En el texto sobresalen tres temas: hacer la voluntad del padre (de Dios), arrepentirse (término que aparece al principio y al final del evangelio) y la fe, creer a Juan en tanto que precursor de Jesús. El relato tiene un fuerte carácter de interpelación (“Qué os parece”, “vosotros”) y enormemente paradójico (los “malos” (publicanos y prostitutas) van por delante de los “buenos” (sumos sacerdotes y ancianos del pueblo) hacia el Reino de Dios.

 

ELEMENTOS A DESTACAR

• La pregunta con que comienza el texto es provocadora: Jesús pide a sus oyentes que presten atención y den una respuesta. Aunque en el evangelio son los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, la pregunta nos interpela ahora a nosotros. En base a un hecho familiar muy cotidiano, la parábola pone en cuestión el modo de hacer la voluntad del padre: no se trata de decir que sí o de buenos modales, se trata de obedecer en la práctica al padre. ¿Nuestra fe nos lleva a “decir” o también a “hacer”?

• Jesús aplica la parábola al silencio de sus oyentes frente al mensaje de Juan Bautista (cf. 21,23-27). La respuesta que habían dado se convierte en la sentencia de su condena: los publicanos y las prostitutas son aquéllos que, inicialmente, habían dicho no al padre y que luego habían terminado por hacer la voluntad del padre, porque habían recibido y aceptado el mensaje de Juan Bautista, precursor de Jesús. Mientras ellos, los sumos sacerdotes y ancianos, son aquéllos, que inicialmente habían dicho sí al padre, pero no habían hecho lo que el padre quería, porque no quisieron creer el mensaje de Juan Bautista. Así, por medio de una simple parábola, Jesús lo cambia todo: aquéllos que eran considerados transgresores de la ley y condenados por esto, eran en verdad los que habían obedecido a Dios e intentaban recorrer el camino de la justicia, mientras los que se consideraban obedientes a la ley de Dios, eran en verdad los que desobedecían a Dios.

• Esta parábola hoy debería provocar, probablemente, la misma rabia que Jesús provocó con su conclusión. Los “publicanos y prostitutas” de entonces ¿quiénes son hoy entre nosotros? Quizás personas que por su forma de ser o de vivir merecen nuestro reproche, porque no pertenecen a nuestro círculo religioso. Pero esas personas, muchas veces, tienen una mirada más atenta para percibir el camino de la justicia, que la de quienes vivimos todo el día en la órbita de la Iglesia. Percibir las cosas de Dios en la vida no es algo automático, no lo garantiza el hecho de formar parte de la comunidad cristiana. ¡Ojo!

• La parábola empuja a pensar. Nos lleva a comprometernos en la historia y a reflexionar a partir de nuestra propia experiencia de vida y confrontarla con Dios. La parábola es una forma participativa de enseñar y de educar no de una vez, sino por partes. No hace saber, pero nos conduce a descubrir. En este caso, a descubrir cuál es la voluntad de Dios Padre sobre cada uno de nosotros y nuestras comunidades y comprobar hasta qué punto, de hecho, la vamos haciendo cada día.

 

Paso 1 Lectio: ¿Qué dice el texto? Atiende todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca todos los elementos que llaman la atención o te son muy significativos. Disfruta de la lectura atenta. Toma nota de todo lo que adviertas.

Paso 2 Meditatio: ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende a tu interior. A las mociones (movimientos) y emociones que sientes. ¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?

Paso 3 Oratio: ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…

Paso 4 Actio: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo hacer efectiva esa enseñanza?

Para la catequesis – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

XXVI Domingo de Tiempo Ordinario
27 de septiembre 2020

Ezequiel 18, 25-39; Salmo 24; Fil 2, 1-11; Mateo 21, 28-32

La parábola de los dos hijos.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Ellos le respondieron: “El segundo”. Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él’’.

Reflexión

En este evangelio, Jesús relata una parábola, que cuenta que un padre le dice a uno de sus hijos que vaya a trabajar a la viña…..y ¿qué responde el primero? Responde que si lo hará, pero luego NO va. Y ¿qué responde el segundo? Que No iría, pero al final se arrepientió y SI va a trabajar en la viña de su padre. ¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad de su Padre? El Segundo. Y Jesús compara a este buen hijo con los publicanos y al otro hijo con los sumos sacerdotes. ¿Quiénes eran los sumos sacerdotes? Eran la representación religiosa más alta de Israel. Decían grandes discursos acerca de Dios, con palabras muy bonitas, pero no obedecieron a Dios, porque NO creyeron en Juan el Bautista cuando vino a prepararlos para la venida de Jesús; ni siquiera creyeron en Jesús cuando estaban junto a Él. ¿Quiénes eran los publicanos? Personas que cobraban impuestos por encima de lo permitido y trabajaban para el imperio romano, y por eso eran rechazados. Pero aunque no eran judíos, y eran considerados pecadores, sí creyeron en Cristo, se convirtieron y cumplieron con la voluntad de Dios. Con esta parábola vemos que no importa cuan sabio y respetado pueda ser alguien, si no dan ejemplo de servicio, humildad, y verdadero arrepentimiento. Dios quiere que le demostremos nuestro amor con HECHOS, no con PALABRAS, porque no basta con decir Jesús Te Amo, pero no me esfuerzo en cumplir los mandamientos, en amar a mi hermano, en evitar el pecado. Dios que todo lo ve, sabe lo que hay en nuestro corazón. Nuestra respuesta final será dada con nuestras acciones.

Actividad

Leer la parábola en forma de historieta y pintarla. Luego, completar la siguiente página con las palabras que falten y encuentra cuál de los dos hijos fue a la viña de su padre.

Oración

Señor Jesús, dame la fuerza espiritual para descubrir el camino que debo seguir para hacer siempre Tu voluntad, no sólo con mis palabras, sino también con mis acciones.

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Parábola de los dos hijos – Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: – ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». El le contestó: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El le contestó: «Voy, señor». Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: – El primero. Jesús les dijo: – Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentísteis ni le creísteis

Explicación

Un día Jesús discutiendo con los fariseos les dijo: Un señor con dos hijos les ordeno ir a trabajar a su viña. Uno dijo, ahora voy y no fue; el otro dijo, no voy, pero fue. ¿Quien hizo lo que quería el padre?, pues el segundo ¿verdad?. Pues lo mismo ocurre con vosotros, decís que hacéis lo que Dios quiere, pero no lo hacéis. Por eso, los que vosotros llamáis pecadores van por delante de vosotros en el Reino de los Cielos.

Evangelio dialogado

Te ofrecemos una versión del Evangelio del domingo en forma de diálogo, que puede utilizarse para una lectura dramatizada.

VIGESIMOSEXTO DOMINGO: TIEMPO ORDINARIO “A” (Mt. 21, 28-32)

NARRADOR: En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

JESÚS: ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo:
«Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». Él le contestó: «No quiero.» Pero después recapacitó y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, señor», pero no fue.

NIÑO 1: Eso pasa muchas veces. Prometes cosas y no las haces y sin embargo, a veces, dices que no y al final haces lo que te dicen.

JESÚS: ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?

NIÑO 2: Está claro que el primero, que dijo que no, pero después lo hizo.

NARRADOR: Jesús les dijo:

JESÚS: Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios.

NIÑO 1: Señor, ¿por qué nos dices estas cosas?, ¿qué hemos hecho mal?

JESÚS: Mirad, vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.

NIÑO 2: Ahora voy entendiendo lo que nos quieres decir. Quieres que aprendamos a pedir perdón y cambiemos de actitud. Que hagamos las cosas, no porque estén mandadas, sino por amor.

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario al evangelio – Miércoles XXV de Tiempo Ordinario

Es el “leit motiv” de Jesús: anunciar y curar. Anunciar la Buena Noticia y construir el Reino de paz, de justicia, de salud, de felicidad. Comenzó ya en la sinagoga de Nazaret donde Jesús hace suyas las palabras del Profeta: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación de los cautivos y dar vista a los ciegos”. Precisamente hoy es  la Virgen de la Merced, advocación que es clamor de liberación, mensaje que se hizo carne tantas veces en la historia. Evocamos un grito subversivo del Obispo Casaldáliga: “Solo hay dos cosas absolutas, Dios y el hambre”. Su amigo y protector, Pablo VI, lo formuló en términos más ortodoxos; puso el  absoluto en Jesús y su Reino. Y nosotros lo pedimos en el padrenuestro. “Santificado sea tu nombre, danos el pan de cada día”.

Jesús lo repite tres veces en este texto de seis versículos: “Les dio poder para curar enfermedades… luego les envió a proclamar el Reino y a curar enfermos… fueron de aldea en aldea anunciando el Evangelio y curando en todas partes”. Curiosamente, coloca antes la sanación que el anuncio del Reino; ya sabemos que, en el Evangelio, enfermedad es sinónimo de todo mal, también el psicológico y espiritual. Dios quiere que “el hombre viva bien”. Como que su discurso programático es un discurso de “Bienaventuranzas”. Los discípulos son constituidos en la prolongación de Jesús, continúan su obra y su palabra. Pero no de cualquier manera; el Maestro les indica el estilo. Primero, ligeros de equipaje, como el poeta: “No llevéis nada para el camino”. El apóstol no se instala en los medios sino que mira el fin de su tarea, Dios y su Reino. Luego, insiste en la hospitalidad, que se queden en la casa donde entren. Seguro que habrán de encontrar dificultades, les previene Jesús. Pueden sufrir el rechazo y la falta de acogida, porque Dios deja intacta la libertad del hombre ante su propuesta. Libertad que, por supuesto, va acompañada de la responsabilidad: no puede ser lo mismo optar que no optar por el Reino de Dios y sus valores.

Todos los cristianos somos discípulos y apóstoles, somos misioneros. Es Jesús quien nos envía. Y, si la cosa viene de Jesús, esto nos llena de confianza y nos libera de miedos y preocupaciones. Podríamos señalar esta secuencia: somos elegidos, somos bendecidos, somos constituidos idóneos para el anuncio… y este anuncio nos deja trasformados. El contenido del anuncio es solo el Reino, no la Iglesia, no nosotros. Contenido de palabras y obras. Sin “curar”, nuestra misión carecerá de credibilidad; si anunciamos bien el Evangelio, ineluctablemente llegarán los milagros. Podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son los milagros, los signos que hacen más transparente el mensaje de Jesús? El primer signo es nuestro porte apostólico: “sin bastón, sin alforja, sin pan, sin dinero”. No residirá la eficacia en los grandes alardes de medios de comunicación, de multitudinarias concentraciones, de figuras poderosas, sino en la sencillez que nos hace libres y confiados. ¿Qué gloria mayor podemos desear que participar con Jesús en su proyecto, en el sueño del Padre sobre los hombres?