Creencias y bondad

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». Él le contestó: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo  y dijo lo mismo. Él contestó: «Voy, señor». Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”. Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”.

Sin duda, las palabras de Jesús tuvieron que sonar no solo provocadoras, sino directamente heréticas e incluso blasfemas a oídos de las personas religiosas que lo escuchaban. Afirmar que publicanos –los “pecadores públicos” vendidos al ocupante romano, que se beneficiaban de su posición de recaudadores de impuestos cobrando más de lo exigido, lo cual les hacía doblemente odiosos para sus paisanos– y prostitutas –consideradas “pecadoras públicas” que merecían ser lapidadas– “llevaban la delantera en el camino del Reino de Dios” a los sumos sacerdotes y ancianos (o senadores) del pueblo podía conllevar incluso la pena de muerte. No es extraño que los jefes religiosos no pararan hasta conseguir que el Maestro de Nazaret fuera crucificado.

Para la religión, el valor más importante suele ser la creencia y la norma, no tanto la actitud ni el comportamiento ético de las personas. Por eso, no es raro que –como denunciará también el mismo evangelio– “cuelen el mosquito y se traguen el camello” (Mt 23,24).

Pero a Jesús –como a las personas sabias– no le importaba demasiado la norma –“No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre” (Mc 2,27)– ni tampoco la creencia –“No todo el que me dice «¡Señor, Señor!» entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo”  (Mt 7,21)–, sino el amor y la compasión: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37), le contestó al maestro de la ley que le preguntaba por el mandamiento más importante, después de ponerle como ejemplo de compasión a un “hereje” samaritano.

No importan las creencias –meras construcciones mentales, sin otro valor, en el mejor de los casos, que el de ser “mapas” ilustradores del camino–, que terminarán cayendo antes o después, sino el amor y la bondad, es decir, aquellas actitudes y acciones que van en coherencia con la verdad de lo que somos; que nacen de la certeza de nuestra unidad que me hace ver al otro como no-otro de mí.

Seguramente no todos los publicanos ni todas las prostitutas eran ejemplos de amor y de bondad, pero Jesús vería en sus corazones más verdad, humildad y humanidad que en los egos inflados de los jefes religiosos.

¿Vivo bondad hacia los demás?

Enrique Martínez Lozano

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I Vísperas – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXVI DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Si el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Si el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida», dice el Señor.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos laos bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XXV de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 9,43b-45
Estando todos maravillados por todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.» Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado su sentido de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos habla del segundo anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Los discípulos no entendieron la palabra sobre la cruz, porque no son capaces de entender ni di aceptar a un Mesías que se hace siervo de los hermanos. Ellos siguen soñando con un mesías glorioso.
• Lucas 9,43b-44: El contraste. “Estando todos maravillados por todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: “Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.” El contraste es muy grande. Por un lado la gente vibra y admira todo aquello que Jesús decía y hacía. Jesús parece corresponder a todo aquello que la gente sueña, crea y espera. Por otro lado, la afirmación de Jesús que será preso y que será entregado en manos de los hombres. Es decir, la opinión de las autoridades sobre Jesús es totalmente contraria a la opinión de la gente.
• Lucas 9,45: El anuncio de la Cruz. “Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado su sentido de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.” Y tenían miedo a hacer preguntas sobre el asunto”. Los discípulos lo escuchaban, pero no entendían las palabras sobre la cruz. Pero con todo, no piden aclaraciones. ¡Tienen miedo en dejar aflorar su ignorancia!
• El título de Hijo del Hombre. Este nombre aparece con gran frecuencia en los evangelios: 12 veces en Juan, 13 veces en Marcos, 28 veces en Lucas, 30 veces en Mateo. En todo, 83 veces en los cuatro evangelios. A Jesús le gustaba mucho usar este nombre, más que todos los demás. Este título viene del AT. En el libro de Ezequiel, indica la condición bien humana del profeta (Ez 3,1.4.10.17; 4,1 etc.). En el libro de Daniel, el mismo título aparece en una visión apocalíptica (Dan 7,1-28), en la que Daniel describe los imperios de los Babiloneses, de los Medos, de los Persas y de los Griegos. En la visión del profeta, estos cuatro imperios tienen la apariencia de “animales monstruosos” (cf. Dan 7,3-8). Son imperios animalescos, brutales, deshumanos, que persiguen, deshumanizan y matan (Dan 7,21.25). En la visión del profeta, después de los reinos anti-humanos, aparece el Reino de Dios que tiene apariencia no de animal, sino que de figura humana, Hijo de hombre. Es decir, se trata de un reino con apariencia de gente, reino humano, que promueve la vida. Humaniza. (Dan 7,13-14). En la profecía de Daniel la figura del Hijo del Hombre representa, no a un individuo, sino, como el mismo dice, al “pueblo de los Santos del Altísimo” (Dan 7,27; Cf. Dan 7,18). Es el pueblo que no se deja deshumanizar ni engañar o manipular por la ideología dominante de los imperios animalescos. La misión del Hijo del Hombre, esto es, del pueblo de Dios, consiste en realizar el Reino de Dios como un reino humano. Reino que no persigue la vida, ¡sino que la promueve! Humaniza a las personas.
Al presentarse a los discípulos como a Hijo del Hombre, Jesús asume como suya esta misión que es la misión de todo el Pueblo de Dios. Y es como si les dijera a ellos y a todos nosotros: “¡Vengan conmigo! Esta misión no es sólo mía, sino que es de todos nosotros. ¡Vamos juntos a realizar la misión que Dios nos ha entregado, a realizar el Reino humano y humanizador que él soñó!” Y fue lo que él hizo y vivió durante toda la vida, sobre todo, en los últimos treinta años. Decía el Papa León Magno: “Jesús fue tan humano, pero tan humano, como sólo Dios puede ser humano”. Cuando más humano, tanto más divino. ¡Cuando más “hijo del hombre” tanto más “hijo de Dios!” Todo aquello que deshumaniza a las personas aleja de Dios. Fue lo que Jesús condenó, colocando el bien de la persona humana como prioridad encima de las leyes, encima del sábado (Mc 2,27). En la hora de ser condenado por el tribunal religioso del sinedrio, Jesús asumió este título. Al preguntarle si era el “hijo de Dios” (Mc 14,61), responde que es el “hijo del Hombre”: “Yo soy. Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todo-Poderoso” (Mc 14,62). Por causa de esta afirmación fue declarado reo de muerte por las autoridades. El mismo sabía de esto, pues había dicho: “El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate de muchos” (Mc 10,45). 

4) Para la reflexión personal

• ¿Cómo combinas en tu vida el sufrimiento y la fe en Dios?
• En tiempo de Jesús había contrastes: la gente pensaba y esperaba de una forma, mientras que las autoridades religiosas pensaban y esperaban de otra forma. Hoy existe ese mismo contraste. 

5) Oración final

Tu palabra, Yahvé, para siempre,
firme está en los cielos.
Tu verdad dura por todas las edades,
tú asentaste la tierra, que persiste. (Sal 119,89-90)

¡Basta ya de poner disculpas!

1.- A partir del capítulo 21 de su evangelio Mateo nos presenta a Jesús en Jerusalén. Cuando Jesús tomó la decisión de «subir a Jerusalén» sabía muy bien sus consecuencias. Allí tendría que enfrentarse a las autoridades religiosas, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos y escribas. Tras ser aclamado por el pueblo, consciente de cuál era su misión, realizó la «purificación del Templo», lo cual provocó la indignación de los líderes religiosos, que cuestionaban el origen de su poder, movidos por la envidia y el fanatismo. Jesús es consecuente y valiente, pero no tonto y por eso les pone en apuros cuando les cuestiona sobre el origen del bautismo de Juan. Si dicen que del cielo, ¿por qué lo condenaron?; si dicen que de los hombres ¿qué dirá el pueblo que le tenía por profeta? Al responder que no lo sabían, Jesús se defiende diciéndoles que El tampoco contestará a su perversa pregunta. Y entonces, para ponerles en evidencia, les cuenta la «parábola de los dos hijos». La conclusión es que ellos, los jefes religiosos judíos son como el segundo hijo que dijo «Voy, señor», pero no fue. Son unos palabreros que dicen y no hacen. Es decir, unos hipócritas incapaces de corroborar con los hechos lo que dicen con las palabras. En ellos no hay ni una palabra mala, ni una buena acción. Y ya dice el refrán: «Obras son amores y no buenas razones». Los publicanos y las prostitutas les precederán en el reino de los cielos, porque creyeron. Ya lo había anunciado el profeta Ezequiel: Dios acoge al pecador que «se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia», porque, como dice el salmo, su ternura y misericordia son eternas. Y todo porque el señor es bueno y enseña su camino a los humildes. El peor pecado es el orgullo y la hipocresía.

2.- El primer hijo, en cambio, dijo: «No quiero», pero fue. Este hizo la voluntad del padre, porque recapacitó y cambió de actitud y de comportamiento. Se parece al hijo pródigo, que se fue de casa, pero volvió. Estamos muy acostumbrados a escuchar mensajes y de tanto oírlos nos hemos vuelto escépticos, pensamos que ya no podemos hacer nada. San Agustín en el comentario de este fragmento del evangelio nos dice: «Eres cristiano, frecuentas la iglesia, escuchas la palabra de Dios y te emocionas de alegría con su lectura. Tú alabas a quien la expone, yo busco quien la cumpla. Eres cristiano, frecuentas la iglesia, amas la palabra de Dios y la escuchas de buena gana. Ve lo que te propongo, examínate al respecto, estate pendiente de ello, sube al tribunal de tu mente, ponte en presencia de ti mismo, y júzgate; y si encuentras que eres un malvado, corrígete. He aquí la propuesta». Se nos pide hoy que seamos consecuentes: la fe se demuestra con las obras. ¡Basta ya de poner disculpas!

3- En cierta ocasión, Martin Luther king quería convencer a los que acudieron a escuchar su discurso, de la necesidad de colaborar y pasar a los hechos. Muchas veces había escuchado el lamento escéptico: «Pero yo… ¿qué puedo hacer?». Aquel día mandó apagar las luces del estadio en el que estaban. Cuando ya estaban todos en tinieblas preguntó: «¿Alguno podría ayudar a iluminarnos?». Todos permanecieron en silencio…. Sacó su mechero y lo encendió: «¿Veis esta luz?». Respondieron afirmativamente…… y volvió a preguntarles: «¿Nos sirve para algo?». Nuevamente el silencio…»Sacad cada uno vuestro encendedor y, cuando os dé la señal, encendedlo». El estadio se iluminó. La moraleja es muy clara. En el mundo hay muchas cosas que no están bien, que deberíamos cambiar, pero, con la excusa del «yo no puedo cambiar el mundo», no hacemos nada. El mundo, ciertamente, no lo puedes cambiar, pero sí puedes aportar tu colaboración para que mejoren los ambientes donde tú vives: la familia, la clase, tu grupo cristiano, tu trabajo…. Si así lo haces, contribuyes a mejorar nuestro mundo. No seas pasota. No vale decir «que alguien lo haga», ¿por qué no tú, por qué no ahora? El papa Benedicto XVI recordó a los jóvenes en Colonia la necesidad urgente del compromiso cristiano. En algunos grupos, cuando pidieron voluntarios para el sacerdocio o la vida religiosa salieron cientos…..

4. – Debemos predicar con el ejemplo, pero ante todo tener mucha humildad. Así nos lo recuerda San Pablo en el himno cristológico de la Carta a los Filipenses. Jesús se anonadó, se despojó de su rango y se sometió a una muerte de cruz. El símbolo del cristiano significa entrega y victoria, pero en tiempo de los romanos era un signo de humillación donde se condenaba a los peores delincuentes. «Dejaos guiar por la humildad», nos dice San Pablo. Humildad viene de «humus», tierra. Se nos recomienda que recordemos nuestro origen, que «nos hagamos tierra», que nos abajemos al suelo. Si lo hacemos así, germinarán en nosotros todas las virtudes que deban adornar a un cristiano: entrañas comprensivas, unanimidad, un mismo amor y un mismo sentir, humildad, desprendimiento de los propios intereses. Nos decía san Agustín que notaremos si avanzamos en la virtud en la medida en que damos prioridad a las cosas comunes y de nuestro prójimo antes que a las nuestras. Si pasamos de los labios al corazón y de éste a las manos, daremos nuestro mejor testimonio de vida. Que lo que decimos lo sintamos y que seamos capaces de demostrarlo con nuestras obras.

José María Martín OSA

Comentario – Sábado XXV de Tiempo Ordinario

Es evidente que Jesús, con sus acciones, cosechó la admiración de muchos, incluidos sus discípulos. Pues bien, en medio de esta admiración general que hubo de levantar el ánimo de sus seguidores, Jesús –nos dice el evangelista- se dirigió a sus discípulos con palabras alarmantes que venían a rebajar ese estado de euforia en que se hallaban: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.

Su lenguaje no era demasiado explícito –a sus discípulos les resulta oscuro-, pero presagiaba malos tiempos. La entrega de la que habla el Maestro tiene el carácter de una substracción o de una detención. El evangelista puntualiza que sus discípulos no entendían este lenguaje; pero no era la primera vez que esto sucedía, ni sería la última. No obstante, les daba miedo preguntarle sobre el asunto, lo cual indica que algo entendían, aunque eso que entendían no era en absoluto de su agrado. De ahí que eviten entrar de lleno en la cuestión. Si por un lado la predicción les resultaba oscura, por otro, rehusaban su esclarecimiento.

Y es que, en el fondo, tenían miedo de enfrentarse con la cruda realidad de los hechos, que les mostraba un mesianismo cargado de sufrimiento y muerte. Tras la oscura predicción se dejaba ver a lo lejos la silueta marcada de la cruz. Y esto es lo que les asusta. Temen quedarse huérfanos de Maestro y Pastor; quizá teman también correr su misma suerte; temen seguramente que el fracaso quiebre sus proyectos de futuro. Ante este tenebroso panorama prefieren pasar de largo, olvidar lo que les acaban de decir.

¿No nos sucede también esto a nosotros? Cuando alguien, cualquier profeta de nuestro tiempo, se atreve a anunciarnos un futuro lleno de incertidumbre, se disparan todas nuestras alarmas y huimos a nuestros refugios de ignorancia o de olvido. Una de las cosas que más tememos es el fracaso. El miedo al fracaso es paralizante: nos desactiva y nos roba todas las energías, y nos deja sin armas para combatir.

También a nosotros nos puede dar miedo a preguntar cuando entendemos que la respuesta no va a satisfacer nuestras expectativas o va a descalificar nuestra pregunta como poco pertinente. En cualquier caso, tenemos que estar dispuestos a asumir la realidad, por dolorosa que sea, sabiendo que el Señor seguirá proporcionándonos siempre motivos de esperanza; porque si el Hijo de hombre es entregado en manos de los hombres es debido a que el mismo Dios lo permite o incluso lo quiere, ya que de su muerte sacará el bien de su resurrección y de nuestra redención.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en 
Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús

57. Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (cf. Lc 1, 41-45); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2, 34-35). Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2, 41-51).

Ver el valor auténtico de cada persona

1.- El tema dominante de las lecturas bíblicas de este domingo es el de la obediencia como donación total de sí mismo a Dios, cuyo modelo más perfecto es Cristo crucificado «obediente hasta la muerte». La parábola de los dos hijos ilustra bien la verdadera obediencia: la del hombre frágil y pecador que arrepentido vuelve a Dios, y la falsa obediencia: hecha de formalismos y apariencia externas, pero que esconde una sutil rebelión interior. El creyente auténtico está llamado a vivir responsablemente su vida, convirtiéndose dócilmente día a día a la Palabra de Dios.

2.- El profeta Ezequiel se dirige a los israelitas exiliados en Babilonia que pensaban, de acuerdo a la teología tradicional, que su desastrosa suerte era la consecuencia fatal de muchos siglos de pecado de los antepasados. La generación presente estaría experimentando el castigo del mal cometido por las generaciones precedentes. Ezequiel proclama el principio de la responsabilidad personal de cada uno delante de Dios: «Si el honrado se aparta de su honradez, comete la maldad y muere, muere por la maldad que ha cometido. Y si el malvado se aparta de la maldad cometida, y se comporta recta y honradamente, vivirá». El profeta no niega el principio de la solidaridad que recordaba que cada uno era responsable de la vida de los demás, sino que lo complementa invitando a sus contemporáneos a vivir responsablemente de forma personal. Cada uno «morirá por la maldad que ha cometido». Ciertamente que el pasado siempre condiciona de alguna forma. Pero no es una herencia fatídica de la que uno no pueda liberarse, sobre todo cuando se cuenta con la acción de Dios que, según el profeta, no desea la muerte del malvado, sino «que se convierta de su conducta y viva». No es decisivo ni el pasado que el hombre ha dejado detrás de sí ni el mal que ha cometido en su vida, ni tampoco la «herencia» de mal que la sociedad le ha impuesto: es fundamental la respuesta de conversión que la Palabra de Dios exige a cada uno. Nadie está irremediablemente perdido, ni nadie acumula méritos ante Dios. El «sí» de cada uno a Dios puede cambiar toda una vida, mientras que el «no» a la Palabra de Dios puede llevar irremediablemente a la muerte y destruir todo un pasado de fidelidad.

3.- Pablo invita a la unidad en la humildad. La humildad evita las divisiones sectarias en la comunidad y crea la «unidad del Espíritu». Pablo la describe primero en forma negativa: «no obréis por envidia ni por ostentación», y después la presenta en forma positiva: «considerad siempre superiores a los demás». El gran ejemplo y el modelo por excelencia es Cristo, «siervo» obediente, tal como lo presenta el himno que sigue a continuación. Se trata de un himno poético probablemente de origen litúrgico. Aunque son posibles otros análisis, parece preferible dividirlo básicamente en dos estrofas: humillación de Cristo y exaltación de Cristo. La pascua de Cristo es presentada de forma nueva y original, a través de un movimiento ascensional que va desde la humillación hasta la exaltación. El himno nos permite contemplar el doble rostro de la pascua, hecho de dolor y de gloria, de humillación y de salvación.

El misterio de la pasión-muerte de Jesús es aniquilamiento, «condición de esclavo», ocultamiento de Dios: Cristo, siendo de «condición divina», «tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos». Su humillación llega hasta el extremo cuando «se hace obediente hasta la muerte y una muerte de cruz». La muerte en la cruz, en efecto, es la expresión suprema de la humillación en el mundo romano: es muerte propia de esclavos y de extranjeros. Contemporáneamente la pasión-muerte de Jesús es riesgo positivo, triunfo, resurrección y glorificación, salvación plena y «nombre divino»: la segunda estrofa del himno pone de manifiesto que la exaltación es la respuesta de Dios a la humillación libremente aceptada por Cristo obediente hasta el final. Dios exalta a su Cristo, a través de la acción simbólica de la concesión de un nombre, no de un nombre personal (Jesús) que ya tenía en su humillación, sino de un «título» que expresa la nueva condición de Cristo glorificado por encima de todos los seres. La concesión de ese título no se realiza en la intimidad de Dios sino en público y tiene como objetivo que Jesús sea reconocido como el Señor, que expresa su gloria y su soberanía divina. La obediencia del Mesías Jesús, vivida con absoluta libertad, es el modelo de la obediencia del creyente.

4.- El evangelio de los dos hijos, invitados por el padre a trabajar en su viña, presenta en forma paradójica y sorprendente, tanto la obediencia como la desobediencia. El primero de los hijos se negó a ir a la viña, «pero después se arrepintió y fue»; el segundo, en cambio, respondió positivamente a la invitación, «pero no fue». Al terminar la parábola Jesús preguntó a su auditorio: «¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?, todos respondieron: «El primero». Efectivamente, el primer hijo, exteriormente indisciplinado y rebelde, se arrepiente y se decide a ir a trabajar a la viña; en cambio, el segundo, aparentemente dócil y disciplinado, asegura que irá a la viña pero al final no va. Detrás de la máscara de bondad y de sumisión del segundo se esconde en realidad una sutil rebelión interior; mientras que la aparente actitud de obstinación y de rebeldía del primero se transforma en obediencia vital y ejemplar. El hijo que no va a la viña, a pesar de haber afirmado que iría, representa a los fariseos de todos los tiempos, a los hipócritas que tienen la ley de Dios en la boca pero que son rebeldes en el corazón y en la vida, son los «sepulcros blanqueados» satisfechos de sí mismos pero llenos interiormente de maldad y orgullo. El hijo que va la viña, a pesar de haber dicho que no iría, representa a los que no han caminado según la ley de Dios y han vivido lejos del Señor, simboliza a «los publicanos y las prostitutas» y a los pecadores y alejados de todos los tiempos. Para ambos hijos resuena la voz de Dios a través de Cristo, llamándolos a la conversión, al compromiso radical y nuevo para trabajar en la viña. Sin embargo, paradójicamente los «buenos», los que tienen siempre la religión y la ley en la boca se vuelven rebeldes, mientras que «los rebeldes», reniegan de su pasado, se arrepienten y se encaminan para trabajar en la viña que hasta ahora habían descuidado.

5.- La obediencia de Cristo se contrapone la falsa e hipócrita obediencia del hijo aparentemente dócil pero en realidad rebelde; por otra parte, la obediencia del Señor supera la obediencia costosa pero real del hijo aparentemente rebelde pero al final generoso. Cristo obediente, por tanto, es el modelo del discípulo llamado a «trabajar en la viña». La obediencia auténtica es sólo la de Jesús, expresión suprema de toda obediencia. El evangelio de hoy nos invita además a evitar los juicios superficiales que a veces hacemos de los otros. La medida del valor auténtico y escondido de cada persona está sólo en las manos de Dios que ve el corazón. ¡Cuántos sepulcros blanqueados de aparente obediencia esconden la muerte y el vacío! Las hermosas palabras revestidas de bondad y de religiosidad no obtienen la salvación. Por eso es importante recordar hoy la invitación de Jesús a no juzgar para no ser juzgado. El creyente está llamado a esperar y confiar en la bondad de cada persona, a imagen de Dios mismo que se fía de cada uno, ofreciendo a todos la posibilidad de volver a él

Antonio Díaz Tortajada

Obras son amores

1.- «Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere…» (Ez 18, 26) Ezequiel propone una hipótesis. Y la propone de parte de Dios. Tan de parte de Dios que sus palabras son palabras divinas. Por eso hay que recibirlas con especial atención, conscientes de su gran importancia… Dice que si un hombre justo se aparta del camino recto y muere, quedará muerto por la maldad que cometió.

Del lado que el árbol caiga, de ese lado quedará caído para siempre. El que es bueno y deja de serlo, será condenado. Es necesario, por tanto, ser constantes en nuestro caminar por los caminos de Dios. Jesús nos dirá que es preciso velar siempre. Pone la comparación del robo nocturno, que no ocurriría si el amo de la casa velase mejor por sus bienes.

No podemos confiarnos ni un solo momento. Tenemos que vivir preocupados por agradar al Señor, siempre. Guardando con empeño sus mandamientos. Y si alguna vez fallamos, rectificar inmediatamente. Pedir enseguida perdón en el sacramento de la Penitencia. Que para eso lo ha instituido el Señor, para que podamos vivir habitualmente en su gracia, sin permitir que pase ni un sólo momento sin corresponder a su amor.

«Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida» (Ez 18, 27) Esto es lo realmente importante para nosotros: el saber que Dios nos perdona siempre que volvamos a él. Sólo es necesario reconocer el mal que hicimos, arrepentirse de haberlo hecho y pedirle su perdón. Y entonces todo se olvida, entonces Dios nos vuelve a abrazar como a hijos suyos.

Si el malvado recapacita y se convierte de sus delitos, ciertamente vivirá y no morirá… De este modo la liturgia, con esta primera lectura del profeta Ezequiel, una vez más recalca la infinita capacidad de perdón que Dios tiene. Así se deja bien patente que mientras hay vida hay esperanza, por muy perdido que todo nos parezca. Ojalá que esto nos haga volver con frecuencia los ojos a nuestro Padre Dios. Para pedirle perdón, para rogarle que tenga piedad de nosotros, para decirle que se acuerde de su misericordia sin límites.

2.- «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad…» (Sal 24, 4) «Enséñame, -sigue rogando el salmista-, porque tú eres mi Dios y salvador, y todo el día te estoy esperando…». Ante nosotros se cruzan muchos caminos trazados sobre la tierra, senderos que conducen a diversos lugares, mil posibilidades se ofrecen al caminante, al «viator» que es todo ser humano. Ante todo esto lo importante es acertar con el camino que termina felizmente, escoger la senda que nos lleva a la salvación eterna.

Muchas veces, podríamos decir que cada día, se abren ante nuestros ojos diversos caminos. Entonces es importantísimo acertar y recorrer el que nos conduce hacia el bien y la paz. Por desgracia, al final del día, hemos de reconocer que a veces no supimos elegir, que nos decidimos por el camino que no era el adecuado y terminamos en parajes de tristeza y de remordimiento. Pidamos hoy al Señor -cada día debemos hacerlo-, que nos enseñe su camino, y nos ayude a recorrerlo, seguros de que ese camino será siempre el mejor.

«Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…» (Sal 24, 6) Parece poco apropiado hablar de la ternura de Dios. La ternura es, según piensan algunos, un sentimiento de seres sentimentales que se dejan conmover con facilidad, que posponen la mente a los sentimientos… Y, sin embargo, con frecuencia se habla de la ternura de Dios en estos salmos responsoriales de la santa Misa. Ternura divina, ternura eterna, infinita. En Dios su infinita sabiduría no acalla su inmensa misericordia y compasión.

Acogiéndonos a esos sentimientos, vamos a decir al Señor con palabras del mismo salmista: «No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud, acuérdate de mí con misericordia…». Pecados de juventud y pecados de la edad madura, de la infancia y de la vejez. Dios mío, me da pena decirlo, pero por experiencia sabemos que es así. Por eso, Señor, ten misericordia de nosotros.

«El Señor es bueno y es recto y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña a los humildes su camino». Sí, también a los pecadores, el Señor les señala el camino mejor, también a los débiles les hace caminar con rectitud. Vamos a rectificar otra vez, vamos a renovar nuestra esperanza y nuestro optimismo, para que nunca, pase lo que pase, dejemos de caminar por los caminos de Dios.

3.- «Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme…» (Fil 2, 1)San Pablo escribe con acentos de súplica intensa: «Si nos une el mismo espíritu y tenéis entrañas de misericordia, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir»… Este es su mayor motivo de consuelo y de gozo, el que los cristianos se mantengan unidos por el amor recíproco y la comprensión mutua. Ya Jesús pedía insistente al Padre eterno por la unidad íntima de los suyos, de cuantos formamos su Iglesia. Una unidad entrañable de todos entre sí, y de todos con Cristo y el Padre en el Espíritu Santo.

No se limita el Apóstol a rogar para que se mantengan unidos. Él pasa de inmediato a dar unos consejos prácticos, lo mismo que el Maestro hizo al prescribir el amor mutuo como distintivo de los suyos. «No obréis por envidia -dice Pablo-, ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás…». Dios quiere que comprendamos el sentido de esas palabras, y, sobre todo, que extirpemos de raíz la envidia que se esconde en nuestros corazones, la soberbia y el afán de sobresalir. Dios nos conceda reparar tanta división con mucho amor y con mucha humildad.

«Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús» (Flp 2, 5) Nos decimos cristianos y lo somos; vamos, pues, a vivir como tales. Vamos a mirarnos en Cristo, nuestro modelo y nuestro guía, nuestro Camino y nuestra Verdad, nuestra Vida: «Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz».

Si él, siendo Dios, se rebajó hasta esos límites de humillación suprema, también nosotros debemos bajarnos del alto pedestal en el que nos encaramamos, llevados del orgullo y la ambición. Dar el brazo a torcer, reconocer las propias faltas y valorar los triunfos de los demás, tener la gallardía y el coraje de saber perder y de saber rectificar, el heroísmo de obedecer a quien está por encima de nosotros y la capacidad de escuchar con interés al que está por debajo. Unánimes y concordes en el pensar y en el sentir, aglutinados alrededor de Cristo y de su Vicario en la tierra.

4.- «Él le contestó: Voy, señor, pero no fue» (Mt 21, 30) Prometer es fácil, lo mismo que el comprometerse con alguien. A veces hasta bajo palabra de honor, o incluso bajo juramento. Mientras que se trata sólo de hablar, solemos decir que haríamos tal o cual cosa, o que nunca haremos esto o aquello. Pero cuando llega la hora de actuar, la cosa es muy distinta. Entonces la realidad se impone y se elude el sacrificio, se olvidan las promesas o se niegan los compromisos contraídos.

El Señor nos enseña en esta parábola que, en definitiva, lo que vale son las obras y no las palabras, los hechos y no las promesas. Cuando llega la hora de actuar, sería interesante oír lo que dijimos en un momento dado. Veríamos, con rubor, cuán lejos estaban las palabras de lo que luego estaríamos dispuestos a hacer.

Jesús habla aquí a los sumos sacerdotes y a los ancianos de Israel, es decir, a lo más selecto de la sociedad de su tiempo, tanto en el plano religioso como en el civil. Reconozcamos que sus palabras nos atañen también a nosotros, pertenezcamos al nivel social que pertenezcamos. En definitiva también nosotros pensamos que basta con hablar y prometer, o estamos convencidos, como ellos, de que somos mejores que los demás, persuadidos de que no haríamos lo que otros hacen.

Os aseguro, dice Jesús, que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de los cielos. Estas palabras debieron herir profundamente a sus oyentes, la elite de Israel. También a nosotros nos escuecen. Pero así es… Por qué esa pobre gente, tan despreciada, se sabe pecadora, y quizá se duela de serlo, aunque siga siéndolo por vicio, o por la dificultad que supone dejar esa situación. Y en muchos casos, su dolor y pesar les lleva a cambiar de vida, y como la Magdalena llegan a querer con locura al Señor, que tanto les ha perdonado. Mientras el que se cree justo, o simplemente regular, vive de manera mediocre, sin grandes inquietudes por mejorar, amando con languidez y tibieza al Señor.

Antonio García Moreno

¿Qué diferencia hay entre el sí y el no?

1.- Resulta paradójico que personas que, aparentemente pertenecen a la iglesia, luego viven como si nunca la conociesen. Como si, aquella casa no fuera en nada con ellas. Estamos a caballo entre una situación heredada de una cristiandad, donde se correspondía –por lo menos exteriormente- vivencia y recepción de sacramentos y otra donde predomina una exigencia de…pero sin correspondencia con…

El “sí me comprometo” a educar a los hijos en la vida cristiana (de padres y padrinos que silabean en el momento del Bautismo), novios que dicen “sí” pero lo hacen movidos por el ambiente que los empuja casi automáticamente hasta el altar. Confirmandos que titubean un “sí” porque, tal vez, puede ser excusa para una buena juerga, etc.

Dicen “voy” pero ¿en realidad van? Gran reto, curso tras curso, enviar y que se sientan enviados a hombres y mujeres, que crean y vivan lo que llevan entre manos: el evangelio.

Comprometernos, de lleno, en cumplir la voluntad de Dios y no solamente en rellenar un expediente de pertenencia a una comunidad, a una iglesia o como discernimiento para la recepción consciente de un sacramento es para nosotros ya no un reto sino, muchas veces, un sufrimiento. Contemplamos con preocupación ese “sí” tímido de muchos creyentes que no saben muy bien en lo que creen, lo que celebran y hacia dónde van.

¿Qué es más importante en nuestra vida: hablar y prometer cosas pero no hacerlas, o decir cualquier insensatez pero llevar las acciones a la realidad?

Definitivamente es preferible aquel que toma acción aunque sea reclamando por lo que hace, que el que sólo sabe alabar, o apuntarse a un sistema de “consumo de sacramentos” pero que no mueve ni un dedo por su conversión personal y dando el “do” de pecho por Cristo.

2. En la vida sacramental, social, política, económica, familiar, también el Señor, y la misma Iglesia, nos urge “id” y, tal vez en un afán de quedar bien con la tradición o con el árbol familiar decimos “vamos” pero nos quedamos en eso: en los buenos propósitos, prefiriendo que vayan otros.

En la iglesia, conscientes de nuestras limitaciones y nuestras fragilidades, sabemos que en muchas ocasiones no estamos a la altura de las circunstancias, Que, cumplir la voluntad del Señor, exige riesgos, persecuciones, purificaciones. Lo que nadie le podrá negar, más que nunca hoy, es su deseo de renovación y de conversión para no cejar en ese empeño de anunciar ese Reino de Dios por el que se mueve y existe.

Hoy la iglesia, desobediente a un sistema laicista, sabe que ha de obedecer a Aquel sobre la que está constituida: Cristo

Hoy, algunos cristianos demasiado obedientes con el mundo que les rodea, les cuesta desobedecer consignas y postulados de esos otros grandes dioses que le rodean y le seducen para vivir como si Dios no existiera. ¿En qué quedamos? ¿Vamos no o vamos por el camino que nos hemos comprometido?

Javier Leoz

Las cosas no son siempre lo que parecen

La parábola es una de las más claras y simples. Un padre se acerca a sus dos hijos para pedirles que vayan a trabajar a la viña. El primero le responde con una negativa rotunda: «No quiero». Luego lo piensa mejor y va a trabajar. El segundo reacciona con una docilidad ostentosa: «Por supuesto que voy, señor». Sin embargo, todo se queda en palabras, pues no va a la viña.

También el mensaje de la parábola es claro y fuera de toda discusión. Ante Dios, lo importante no es «hablar» sino hacer; lo decisivo no es prometer o confesar, sino cumplir su voluntad. Las palabras de Jesús no tienen nada de original.

Lo original es la aplicación que, según el evangelista Mateo, lanza Jesús a los dirigentes religiosos de aquella sociedad: «Os aseguro: los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». ¿Será verdad lo que dice Jesús?

Los escribas hablan constantemente de la ley: el nombre de Dios está siempre en sus labios. Los sacerdotes del templo alaban a Dios sin descanso; su boca está llena de salmos. Nadie dudaría de que están haciendo la voluntad del Padre. Pero las cosas no son siempre como parecen. Los recaudadores y las prostitutas no hablan a nadie de Dios. Hace tiempo que han olvidado su ley. Sin embargo, según Jesús, van por delante de los sumos sacerdotes y escribas en el camino del reino de Dios.

¿Qué podía ver Jesús en aquellos hombres y mujeres despreciados por todos? Tal vez su humillación. Quizá un corazón más abierto a Dios y más necesitado de su perdón. Acaso una comprensión y una cercanía mayor a los últimos de la sociedad. Tal vez menos orgullo y prepotencia que la de los escribas y sumos sacerdotes.

Los cristianos hemos llenado de palabras muy hermosas nuestra historia de veinte siglos. Hemos construido sistemas impresionantes que recogen la doctrina cristiana con profundos conceptos. Sin embargo, hoy y siempre, la verdadera voluntad del Padre la hacen aquellos que traducen en hechos el evangelio de Jesús y aquellos que se abren con sencillez y confianza a su perdón.

José Antonio Pagola