Por eso este tiempo de pandemia, con toda su dureza, es también una oportunidad y un desafío para nuestra vida como creyentes. Podemos blindarnos, atrincherarnos desde el miedo y la desconfianza hacia los otros y otras, o poner la vida en el centro, pero no solo la propia, sino especialmente las más amenazadas y vulneradas. Desde el evangelio es inaceptable el sálvese quien pueda o la estigmatización y culpabilización de los más pobres por el hecho de serlo.
Conectando este texto con la realidad vienen a mi memoria dos hechos que hemos vivido en estos días. El primero es el confinamiento de los barrios obreros y marginales de Madrid, responsabilizándoles por sus formas de vida, de la extensión de la pandemia. El segundo, el cierre de los burdeles. Con esta última medida se ha ignorado la situación de vulnerabilidad aún mayor en que han quedado las mujeres que trabajan en ellos, ya que esta decisión no ha ido acompañada de ninguna medida de protección para quiénes no solo tienen en estos clubes su principal o única fuente de ingresos sino, además, su única residencia.
El Evangelio va en contra de toda forma de estigmatización. Antepone la mirada de justicia y misericordia a la de la moralidad. Por eso, como cristianos y cristianas, hemos de estar muy atentos a que en la gestión de la crisis sanitaria y social que actualmente estamos atravesando, las vidas y la dignidad de los últimos no sean costes para sacrificar, sino la brújula que nos oriente, por muy políticamente incorrecto que resulte. La inclusión, la acogida y la misericordia no pueden darse de baja en tiempos de pandemia, sino activarse.
Pepa Torres