Vísperas – Lunes XXVI de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XXVI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ahora que la noche es tan pura,
y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.

Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.

Dime quién eres tú que andas sobre la nieve;
tú que, al tocar las estrellas, las haces palidecer de hermosura;
tú que mueves el mundo tan suavemente,
que parece que se me va a derramar el corazón.

Dime quién eres; ilumina quién eres;
dime quién soy también, y por qué la tristeza de ser hombre;
dímelo ahora que alzo hacia ti mi corazón,
tú que andas sobre la nieve.

Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sostenme entre tus manos, sostenme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44:

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 2, 13

No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y digámosle suplicantes:

Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

Señor Jesús, haz que todos los hombres se salven
— y lleguen al conocimiento de la verdad.

Guarda con tu protección al papa y a nuestro obispo,
— ayúdalos con el poder de tu brazo.

Ten compasión de los que buscan trabajo,
— y haz que consigan un empleo digno y estable.

Sé, Señor, refugio del oprimido
— y su ayuda en los momentos de peligro.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para bien de tu Iglesia:
— que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus pobres siervos, hemos realizado hoy, al llegar al término de este día, acoge nuestra ofrenda de la tarde, en la que te damos gracias por todos los beneficios que de ti hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XXVI de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial 

¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo. Por nuestro Señor. 

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Lucas 9,46-50
Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor.»
Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.» Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros está por vosotros.» 

3) Reflexión

• El texto se ilumina. Si anteriormente Lucas nos presentaba cómo se reunían los hombres en torno a Jesús para reconocerlo por la fe, para escucharlo y presenciar sus curaciones, ahora se abre una nueva etapa de su itinerario público. La atención a Jesús no monopoliza ya la actitud de la muchedumbre, sino que Jesús se nos presenta como el que poco a poco es quitado a los suyos para ir al Padre. Este itinerario supone el viaje a Jerusalén. Cuando está a punto de emprender este viaje, Jesús les revela el final que le espera (9,22). Después se transfigura ante ellos como para indicar el punto de partida de su “éxodo” hacia Jerusalén. Pero inmediatamente después de la experiencia de la luz en el acontecimiento de la transfiguración, Jesús vuelve a anunciar su pasión dejando a los discípulos en la inseguridad y en la turbación. Las palabras de Jesús sobre el hecho de su pasión, “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”, encuentran la incomprensión de los discípulos (9,45) y un temor silencioso (9,43).
• Jesús toma a un niño. El enigma de la entrega de Jesús desencadena una disputa entre los discípulos sobre a quién le corresponderá el primer puesto. Sin que sea requerido su parecer, Jesús, que como el mismo Dios lee en el corazón, interviene con un gesto simbólico. En primer lugar toma a un niño y lo pone junto a él. Este gesto indica la elección, el privilegio que se recibe en el momento en que uno pasa a ser cristiano (10,21-22). A fin de que este gesto no permanezca sin significado, Jesús continúa con una palabra de explicación: no se enfatiza la “grandeza” del niño, sino la tendencia a la “acogida”. El Señor considera “grande” al que, como el niño, sabe acoger a Dios y a sus mensajeros. La salvación presenta dos aspectos: la elección por parte de Dios simbolizada en el gesto de Jesús acogiendo al niño, y la acogida de Jesús (el Hijo) y de todo hombre por parte del que lo ha enviado, el Padre. El niño encarna a Jesús, y los dos juntos, en la pequeñez y en el sufrimiento, realizan la presencia de Dios (Bovon). Pero estos dos aspectos de la salvación son también indicativos de la fe: en el don de la elección emerge el elemento pasivo, en el servicio, el activo; son dos pilares de la existencia cristiana. Acoger a Dios o a Cristo en la fe tiene como consecuencia acoger totalmente al pequeño por parte del creyente o de la comunidad. El “ser grandes”, sobre lo cual discutían los discípulos, no es una realidad del más allá, sino que mira al momento presente y se expresa en la diaconía del servicio. El amor y la fe vividos realizan dos funciones: somos acogidos por Cristo (toma al niño), y tenemos el don singular de recibirlo (“el que acoge al niño, lo acoge a él y al Padre”, v.48). A continuación sigue un breve diálogo entre Jesús y Juan (vv-49-50). Este último discípulo es contado entre los íntimos de Jesús. Al exorcista, que no forma parte del círculo de los íntimos de Jesús, se le confía la misma función que a los discípulos. Es un exorcista que, por una parte, es externo al grupo, pero por la otra, está dentro porque ha entendido el origen cristológico de la fuerza divina que lo asiste (“en tu nombre”). La enseñanza de Jesús es evidente: un grupo cristiano no debe poner obstáculos a la acción misionera de otros grupos. No existen cristianaos más “grandes” que otros, sino que se es “grande” por el hecho de ser cada vez más cristiano. Además, la actividad misionera debe estar al servicio de Dios y no para aumentar la propia notoriedad. Es crucial el inciso sobre el poder de Jesús: se trata de una alusión a la libertad del Espíritu Santo cuya presencia en el seno de la Iglesia es segura, pero puede extenderse más allá de los ministerios constituidos u oficiales. 

4) Para la reflexión personal

• Como creyente, como bautizado, ¿cómo vives tú el éxito y el sufrimiento?
• ¿Qué tipo de “grandeza” vives al servir a la vida y a las personas? ¿Eres capaz de transformar la competitividad en cooperación? 

5) Oración final

Me postraré en dirección a tu santo Templo.
Te doy gracias por tu amor y tu verdad,
pues tu promesa supera a tu renombre.
El día en que grité, me escuchaste,
aumentaste mi vigor interior. (Sal 138,3-4)

Tendrán respeto a mi hijo

Es verdad que, de manera directa, tanto la lectura de Isaías (5, 1-7), como la parábola de los «labradores inicuos», en la versión de san Mateo (21, 33-43), se enfoca la consideración hacia momentos o ciclos de la historia religiosa de Israel. De la «casa» de Israel se ha cuidado Dios con particular esmero, a semejanza de una viña de su entera propiedad, posesión que él ha querido compartir con su pueblo. Dios Creador ha proyectado su providencia amorosa hacia ella. Ha nivelado el terreno, arrancado pedruscos, desarraigado las zarzas. Ha echado mano de los mejores vástagos para acodarlos en espera de que crezcan en cepas y estas se pueblen de vistosos y codiciados racimos a la sombra de hojas sanas. Sin embargo, algo ha fallado a la hora de la verdad. Los resultados no pudieron ser más decepcionantes. El mismo lagar construido en espera del vino de solera ha resultado una construcción perfectamente inútil. Los agrazones han fructificado inservibles para la cosecha.

Es verdad que, ante el fracaso de la etapa histórica que describe Isaías, Dios no reaccionó como pronosticaba el profeta. La historia, qué duda cabe, la hacen los hombres. Pero es Dios quien la forja en su parte principal y él no se descorazona, ni menos toma venganza. Confía sin límites y su paciencia, como todo lo suyo, es eterna.

Esta idea se halla aclarada de modo meridiano en la parábola que se propone en el presente domingo. Los fracasos de la historia religiosa de Israel y bien puede decirse que de la entera humanidad no paralizan al «Propietario» de la viña. Una y otra vez delega sus representantes al tiempo de la vendimia e incluso los manda para prepararla. Después de muchas expediciones envió a su Hijo para que asumiera la misma condición de los operarios de la aventura humana. Ante su muerte a manos de hombres no se bajó el telón de la historia. Por el contrario, en la Cruz comenzó una etapa nueva y definitiva.

El Dueño de la viña sigue arrendando su heredad a «labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». El Hijo de Dios muerto se ha convertido en «piedra angular» de la nueva humanidad. Los modernos labradores tienen bien sintetizada su colaboración en el fragmento de la carta de san Pablo a Los Filipenses (4, 6-9) que figura como segunda lectura: Cristo Jesús debe llenar el tiempo actual, inspirar el creer y el obrar, animar a la oración y garantizar la paz. En su «viña», que es la Iglesia, se ha de cultivar lo noble, justo, puro, amable, laudable, en una palabra, toda virtud que brota de la gracia, tras las huellas del Maestro y Modelo supremo.

Fray Vito T. Gómez García O.P.

Comentario – Lunes XXVI de Tiempo Ordinario

Los discípulos discutían acerca de quién era el más importante.

La importancia de una persona se suele medir, según baremos sociales, por el oficio que ejerce (se considera más importante a un concejal del ayuntamiento que a un barrendero del mismo ayuntamiento), o el puesto que ocupa en una determinada institución (los puestos dirigentes suelen considerarse más importantes, quizá porque su influyo es mayor o se concede más valor a su actividad), o por la sabiduría que ha demostrado tener en un determinado campo del saber en virtud de sus enseñanzas o publicaciones, o por el poder de que aparece revestido por razón de su fuerza, su dinero o su habilidad.

La importancia que se da a una persona suele tener medidas sociales. En general, todos entendemos que hay personas importantes en nuestro mundo y que tales personas son ésas, las que los medios de comunicación social se encargan de señalar o de encumbrar.

En el fondo, en todos nosotros hay un latente deseo de ser importantes, aunque tal deseo puede verse contrarrestado por ese otro deseo de vivir en la tranquilidad que da el anonimato o de evitar los riesgos o responsabilidades que van asociados a los puestos importantes. Tras el deseo de ser importantes está la innata aspiración a ser reconocidos o a que se reconozcan nuestros esfuerzos; quizá la necesidad de ser estimados suficientemente.

Jesús, adivinando lo que pensaban –a la vez, objeto de su interés y de su estima-, se dispone a escenificar una enseñanza ejemplificante. Toma a un niño de la mano, lo pone a su lado y les dice: El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí, y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado.

Aquel niño no era precisamente una persona importante. Ninguno de sus contemporáneos le tenía por tal. Tal vez fuera importante para sus padres, pero no en razón de ninguna cualidad, sino simplemente porque era su hijo. Pero para el resto no tenía ninguna importancia. Podría adquirir importancia con el paso del tiempo, pero en cuanto niño no tenía ninguna importancia.

Pues bien, Jesús escoge a alguien sin importancia o sin relevancia, un niño, para concluir que el más pequeño (o el menos importante) de vosotros es el más importante. ¿Para quién, cabe preguntarse? Pues esa valoración o medida tendrá que establecerla alguien. En este caso, alguien que no tiene la misma vara de medir que la sociedad que cataloga a ése como pequeño o poco importante. Pero antes de llegar a esa conclusión, ha dicho a propósito del niño que el que le acoge en su nombre le acoge a él.

¿Por qué acoger a un niño en su nombre es acogerle a él? Parece obligado tener que subrayar la intención con que se acoge al niño, no sólo el hecho de acoger lo pequeño. Se trata de hacerlo en su nombre. Sólo así se le acoge a él. Y acogerle a él es acoger al mismo Dios Padre que lo envía. Una acogida lleva a la otra.

La importancia con que medimos las cosas y las personas es siempre muy relativa. Depende de los criterios de estimación. Yo puedo considerar más importante a una persona que tiene sabiduría o coraje que a otra que tiene poder, pero es cobarde y miedosa. ¿Quién mide la importancia de las cosas en último término?

No hay más respuesta que el que las ha hecho o creado. Sólo Dios puede medir la importancia de las cosas. Y él parece concedérsela a los humildes, a los que son conscientes de su propia pequeñez, aun estando dotados de grandes virtudes o dones o de grandes talentos. Y como la humildad suele estar en los pequeños… En cualquier caso, la importancia la da o la mide Dios, y él valora mucho la humildad o la sabiduría humilde, la bondad, en suma, lo que está en sintonía con su propio ser.

Demos importancia a lo que tiene importancia para Dios y no simplemente a lo que los hombres damos importancia, muchas veces fascinados y engañados por su brillo o apariencia.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lumen Gentium – Documentos Concilio Vaticano II

La Bienaventurada Virgen después de la Ascensión de Jesús

59. Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch 1, 14), y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte.

Homilía – Domingo XXVII de Tiempo Ordinario

1.- Los cuidados…, y la ingratitud de la viña (Is 5, 1-7)

Una deliciosa alegoría…, y una lección magistral sobre la ingratitud. Un labrador íntimamente afectado por la poca relación entre el cuidado ofrecido y los frutos cosechados. Una imagen certera de «la frustración de Dios» frente a la ingratitud del pecado.

Una descripción detallada de los cuidados, el lugar de plantación, el cuidado de la tierra y su labranza, el guarda para vigilarla y el lagar ya preparado a la espera de unos frutos que se convirtieran en vino…; los detalles del cuida aumentan la frustración «Esperó que diera uvas, pero d agrazones». El corazón destrozado de un viñador cuidadoso…

Se le agolpan en su mente los «porqués» hasta que llega a una dolorosa decisión. «Quitar la valla para que viña sirva de pasto…, destruir su tapia para que la pisoteen». En lugar de frutos, desolación y sequedad, zarzas y cardos… Y, sin embargo, el labrador esperaba, porque «la había cuidado»

Era fácil adivinar en la alegoría la relación de Dios con el pueblo. Pero Isaías la explícita: «La viña es la casa de Israel…, los hombres de Judá, su plantón preferido»… Una preferencia mostrada en toda la historia de la salvación. Por eso, por la ingratitud, impresiona la constatación del profeta: «Esperó de ella derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos».

 

2.- Confiados, en las manos de Dios (Flp 4, 6-9)

Intento de Pablo de llevar a los filipenses a la raíz misma del abandono en las manos de Dios. «Nada os preocupe» (podría añadir santa Teresa: «Sólo Dios basta»).

Con la vida puesta en la presencia de Dios (la oración, las súplicas, la acción de gracias…), podemos esperar, seguros, el don de la paz. Una paz tan fuera de serie que «sobrepasa todo juicio», todo aquello que pudiéramos pensar o esperar.

Una paz que hará de «guardián» en la vida. Guardián para no dejar entrar la agitación en el corazón o la turbación en el pensamiento… Una paz, arbitro de comportamientos, para realizarla con los demás, haciéndonos sus artífices. Una paz que, desde el corazón, se vuelca hacia toda situación de violencia y de guerra, empujando fuerte hacia la fraternidad.

Puede así obrar el creyente, incluso con quienes no comparten su fe. Dentro de su corazón ha ahondado un humanismo profundo. «Lo verdadero, lo noble, lo justo, amable, lo laudable, todo lo que es virtud o mérito» no le puede ser ajeno a un cristiano… Es el «nada humano lo considero ajeno».

Y no le asusta a Pablo ponerse él mismo de modelo para su comunidad de Filipos. Parecería una osadía, pero es un sencillo acto de fidelidad paterna: «Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí, ponedlo por obra».

 

3.- Unos viñadores ingratos (Mt 21, 33-43)

El tema de la viña une la lectura evangélica con la primera lectura. Sólo que allí la referencia es la viña como conjunto del pueblo, aquí son los viñadores, sus jefes, arrendatarios (que no propietarios) del pueblo. En las dos lecturas también el tema de la ingratitud: la viña misma (e pueblo) es ingrata; los viñadores arrendatarios (sus jefes) llevan la ingratitud al extremo, la muerte del hijo herede.

La viña que es Israel no tiene más amo que a Dios. Él es quien la ha confiado en arriendo… y, siempre, a la espera de los frutos. A recoger esos frutos mandó Dios sus mediadores en toda la historia del pueblo. Los profetas sobre todo, exigieron con vehemencia a aquellos arrendatarios los frutos que no eran suyos… La historia se repetía: hacerlos desaparecer, para apropiarse del pueblo. Es tentación permanente para quien cambia su vocación de servicio por la opresión y el dominio.

La parábola culmina con el envío del «/u/o»; él ya no es emisario; por derecho, es heredero. ¿Cambiarían así las cosas en el nivel de los frutos? Así lo esperaba el «padre». Y así lo esperaba el «Padre»: que el envío de Jesús cambiara el corazón de los viñadores ingratos y, finalmente, rindieran la cuenta de los frutos esperados…

El Padre «esperaba»…; pero la reacción de aquellos arrendatarios es llevada hasta el extremo del linchamiento del Hijo. Los dirigentes que oían a Jesús entendieron hacia quien iba la parábola. Entendieron, pero no reaccionaron, pretendiendo continuar en posesión de la viña. Sólo que, desde entonces, pesó sobre sus cabezas la sentencia de Jesús: «Se os quitará a vosotros e\ reino de Dios, y se dará a un pueblo que produzca sus frutos»

La viña del Señor

¡Señor! dale a mi viña de agrazones
el cultivo tenaz de tu paciencia;
llueve el agua lustral de tu clemencia,
que empape la aridez de sus raigones;

cólmala de tus mimos y atenciones:
el cálido fluir de tu querencia
ablandará el rigor de su conciencia,
trocando en gratitudes las traiciones.

La cepa que tu diestra poderosa
plantó y cavó hasta hacerla vigorosa,
se olvidó de tu amor entre amoríos…

Desciende desde el cielo a visitarla,
porque, si Tú te cansas de cuidarla
tornará a sus antojos y desvíos.

Pedro Jaramillo

Mt 21, 33-43 (Evangelio Domingo XXVII de Tiempo Ordinario)

Dios, ha plantado una viña, una comunidad, nueva

El evangelio nos propone la parábola de los viñadores homicidas y está en continuidad con los textos del evangelio de Mateo que muestran las polémicas de Jesús con los dirigentes judíos antes de la pasión, viniendo a poner el punto final de una polémica que comenzó en Galilea. Aunque la parábola está tomada de Marcos (12,1-12), el primer evangelio nos propone algunos matices que llevan el texto a una densidad polémica contra el judaísmo, que extraña sobremanera en este evangelio de Mateo, tan propicio a asumir lo mejor de la teología veterotestamentaria y judaica.

En la redacción y sentido de esta parábola juega un papel importante la reflexión sobre el Sal 118,22-23. Se identifica claramente a los viñadores con los jefes del pueblo. El «vosotros» del v. 43 indica que los dirigentes religiosos del judaísmo, rechazando a Jesús, han perdido su última oportunidad de dar a Dios lo que correspondía y, de esa forma, han arrastrado a todo el pueblo en su infidelidad como aparecerá claramente en el juicio ante Poncio Pilato (cf Mt 27,20-25). La segunda parte de la sentencia anuncia el traspaso de la viña que no se hará a «otros dirigentes» sino a un nuevo «pueblo que produzca frutos» (v. 43). Esto es importante para entender esta parábola, no solamente porque los cristianos debemos rechazar todo antisemitismo, sino porque es verdad que la decisión final de condenar a Jesús estuvo en manos de «dirigentes» ciegos para ver e imposibilitados para acoger palabras proféticas como las de Jesús sobre Dios y sobre el Reino.

Esta parábola, con sus transformaciones en la comunidad cristiana después de la pasión de Jesús, es una puerta abierta siempre a la conversión, a la esperanza. Los hombres que en tiempos de Jesús aguardaban, entonces, que se diera en su generación la irrupción de un mundo nuevo e inaudito, se percataron de que aquella parábola iba por ellos y no quisieron aceptar que el tiempo nuevo había llegado con aquél profeta que hablaba de aquella manera. Quien entiende que esta parábola nos introduce en un mundo donde sólo hay vida cuando no se vive a costa de otras vidas, habrá dado con esa puerta abierta a la esperanza, a la fraternidad, a la paz y a la justicia. Sabemos que la realidad última, para la fe cristiana, es Dios mismo, pero como Dios Padre de todos los hombres. Era el Padre de Jesús, el profeta de Nazaret, y ese Dios, cuando se asesina a cualquier hombre, siente en sus entrañas lo que sintió con la muerte de Jesús. También esta parábola de Jesús es un canto de amor por la vida.

Pero no podemos evitar sacar conclusiones muy significativas para ahora y para todos los tiempos. La religión que mata o permite guerras en nombre de Dios, no es exactamente «religión», religación a Dios. Por eso esta es una parábola que debe leerse clara y contundentemente contra los fundamentalismos religiosos que amenazan tan frecuentemente a los pueblos y a las culturas. No hay apologética capaz de defender a «nuestro Dios» con la muerte de los otros, porque en todos esos asesinados, Dios mismo está muriendo. Y si Jesús fue eliminado, creyendo los dirigentes que daban gloria a su Dios, se encontraron con que esa muerte se ha convertido en la «piedra angular» de una religión nueva de amor y de paz. Y los asesinos fundamentalistas, pues, quedarán sin Dios y sin religión.

Flp 4, 6-9 (2ª lectura Domingo XXVII de Tiempo Ordinario)

La comunidad cristiana, viña del Señor

Es verdad que el texto de Filipenses debería estar precedido por el anuncio de la alegría y de la presencia inmediata del Señor (vv. 4-5), que justifican a todos los efectos las exhortaciones de la lectura de hoy de cómo esperar y vivir ese momento como una verdadera comunidad cristiana. No obstante la lectura se centra en la praxis verdadera de oración y confianza cara al futuro, en no tener miedo pase lo que pase. En este sentido podemos tener muy en cuenta lo que se nos dice que esos versículos mencionados (que se leen en Adviento.

No obstante podríamos considerar que la lectura en sí, es la contrarréplica a lo que el profeta Isaías ha descrito sobre la viña del Señor. Ahora Pablo está hablando de lo que debe ser una comunidad cristiana en el mundo. El valor simbólico y teológico de la viña del Señor sigue estando presente. Digamos que en una descripción práctica de la calidad del fruto de la viña; ésta debe identificarse en el mundo por la alegría, la comprensión, la paz en el corazón y en la mente, porque si no se tiene paz interior, profunda, iremos a la guerra y justificaremos la violencia. Y además: la verdad, lo justo, la limpieza de corazón. En definitiva, hacer el bien siempre y en todo momento. Esto es lo que el profeta pedía a la viña del Señor y esto es lo que Pablo pide a la comunidad cristiana. 

Is 5, 1-5 (1ª lectura Domingo XXVII de Tiempo Ordinario)

Una viña muy amada

La Iª Lectura de este domingo es una de las composiciones de más envergadura profética para hablar al pueblo y del pueblo. El gran maestro de la profecía de Judá y Jerusalén (s. VIII a. C.) comienza por este poema, canto o trova, a meterse de lleno en las entrañas de esa comunidad del pueblo elegido para poner sobre la mesa los sentimientos de Dios, sus profundas entrañas de búsqueda del pueblo amado. A pesar de la artificialidad con que en los cantos se eligen palabras y símbolos, en el caso del profeta no se trata de simple poesía, porque la poesía es sentimiento puro, y en Isaías, teología pura.

Este es el canto del amigo (se entiende que es el profeta), como cuando se habla del amigo del esposo, que canta un canto de amor. El amigo -«esposo de la viña»- ha mimado la viña: con lo que se expresa todo lo que Dios ha hecho con el pueblo elegido desde que lo liberó de Egipto y se hizo con él una Alianza. Puede resultar extravagante que el amigo tenga por esposa una «viña», pues eso es lo que hay que precisar en primer lugar. Una viña no puede tener sentido si no fuera porque es el «símbolo» de un amor verdadero, ¡cómo aman y miman los campesinos sus viñas! La imagen está lograda hasta el punto que la artificialidad logra su cometido. El pueblo de Israel, pueblo de origen pastoril, errante, esclavo, llega a sedentarizarse en un lugar, en una tierra, que es un don, y plantan viñas y huertas. ¡Así es de verdad la libertad campesina! La identificación entre el pueblo y la viña es patente.

¿Qué más puede hacer un Dios por un pueblo? ¿Qué ha sucedido para que la viña no produzca buen fruto? Para entender todo eso debemos leer el libro de Isaías desde el comienzo hasta este momento, porque ahí describe el profeta lo que ha pasado: buscan otros dioses, buscan en la naturaleza y la fertilidad lo que viene de Dios; los poderosos han implantado la injusticia; Jerusalén, centro de la religión, no cuida de los desgraciados, de los huérfanos, de las viudas; la ciudad vive del soborno y el robo de unos pocos que se enriquecen. Antes, errantes, peregrinos por el desierto, probablemente eran más solidarios. Los sufrimientos compartidos, solidarizan. Pero las cosas han cambiado.

El poema de la viña es la expresión poética de lo que se ha descrito previamente con palabras más duras. Pero no olvidemos, como dice el profeta, que este es un canto de amor. Es la forma que Dios tiene, por medio de su amigo el profeta, de hablar al corazón del pueblo, como la amada al amado. Es decir, esto se afirma, se expresa, porque se ama de verdad y porque se espera una respuesta. Hay reproches, incluso amenazas, porque si la persona amada no responde ¿qué puede suceder? Las viñas se cortan y se plantan otras cosas.

Comentario al evangelio – Lunes XXVI de Tiempo Ordinario

Los discípulos de Jesús eran gente normal, muy normal, como nosotros. Y andaban preocupados con las cosas que a nosotros también nos preocupan. La pregunta por quién era el más importante entre ellos era fundamental. Servía para conocer la jerarquía del grupo. Se conoce que ya estaban pensando en el momento en que desapareciese el “jefe”. Y luego estaba el deseo de que el grupo tuviese el monopolio del seguimiento de Jesús, de su sabiduría, de su magia. 

Son dos cuestiones fundamentales. La primera sirve para ordenar las relaciones dentro del grupo. El que está arriba y los que están abajo. Y los mandos intermedios. Se entiende que el que está arriba tiene privilegios. Poder y autoridad y derechos adquiridos. Los otros están para servirle y atenderle. Él ya tiene la responsabilidad de “mandar y organizar”. Es un quebradero de cabeza tan grande que es normal que tenga sus compensaciones. Desde mejores sueldos hasta mayores atenciones y comodidades. Así funcionamos las personas. 

La segunda sirve para poner una distancia entre nosotros y los otros, entre nuestra tribu y la otra, entre nuestra familia y la otra, entre los que hablamos una lengua y los que no la hablan, entre los que han nacido aquí y los forasteros. Las fronteras tienen que estar claras para que todos nos sintamos seguros. Luego, pasamos a ser rivales porque los otros siempre nos termina pareciendo que son una amenaza para lo nuestro. 

Jesús se mueve en otra dimensión. Los que le siguen renuncian al poder y a la jerarquía. “El más pequeño entre vosotros es el más importante”. Por el más pequeño se entiende el más débil, el menor, el ignorante, el pobre, el enfermo. Y todos los demás se mueven a su servicio. El cristiano no es tal para ser servido sino para servir. Las palabras son fáciles de entender pero vivirlo en la práctica es más complicado. Sino miremos a nuestra propia historia. 

Y claro, deja de haber fronteras. Ya no hay distinción entre nosotros y los otros. Ninguna distinción. Para el Abbá todos somos hijos e hijas. Todos iguales. Nadie tiene monopolios ni privilegios. El discípulo no pasa la vida marcando fronteras sino abriendo puertas y tendiendo puentes. El que tenga oídos para oír que oiga.