Vísperas – San Andrés

VÍSPERAS

SAN ÁNDRES, apóstol

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

En conocer a Jesús
tú fuiste, Andrés, el primero,
Juan te señaló al Cordero,
tú le seguiste a la cruz.
Como un reguero de luz,
a Cristo evangelizando,
tu vida se fue sembrando,
para cosechar después
gavillas de rica mies,
nuevas Iglesias fundando.

De Cristo amigo cercano,
predicas desde tu cruz.
«Queremos ver a Jesús»,
llévanos tú de la mano,
como llevaste a tu hermano
de sangre y de santidad,
conduce en la caridad
a las Iglesias de oriente,
llévalas hasta la fuente
por caminos de unidad.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. El Señor vio a Pedro y a Andrés, y los llamó.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor vio a Pedro y a Andrés, y los llamó.

SALMO 125

Ant. Dice el Señor: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres».

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
´»el Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dice el Señor: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres».

CÁNTICO de EFESIOS

Ant. Dejaron las redes y siguieron al Señor, su redentor.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dejaron las redes y siguieron al Señor, su redentor.

LECTURA: Ef 4, 11-13

Cristo ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

RESPONSORIO BREVE

R/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

R/ Sus maravillas a todas las naciones.
V/ La gloria del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Andrés, siervo de Cristo, digno apóstol de Dios, hermano de Pedro y compañero suyo en el martirio.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Andrés, siervo de Cristo, digno apóstol de Dios, hermano de Pedro y compañero suyo en el martirio.

PRECES

Hermanos, edificados sobre el cimiento de los apóstoles, oremos al Padre por su pueblo santo, diciendo:

            Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.

Padre santo, que quisiste que tu Hijo, resucitado de entre los muertos, se manifestara en primer lugar a los apóstoles,
— haz que también nosotros seamos testigos de Cristo hasta los confines del mundo.

Padre santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena Noticia a los pobres,
— haz que el evangelio sea proclamado a toda la creación.

Tú que enviaste a tu Hijo a sembrar la semilla de la palabra,
— danos también a nosotros sembrar tu semilla con nuestro trabajo, para que, alegres, demos fruto con nuestra perseverancia.

Tú que enviaste a tu Hijo para que reconciliara el mundo contigo,
— haz que también nosotros cooperemos a la reconciliación de los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que has sentado a tu Hijo a tu derecha, en el cielo,
— Admite a los difuntos en tu reino de felicidad.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Protégenos, Señor, con la constante intercesión del apóstol san Andrés, a quien escogiste para ser predicador y pastor de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – San Andrés, apóstol

1.-Oración introductoria.      

Señor, quiero introducirme hoy en la oración con las mismas palabras del evangelio:“paseando Jesús por la ribera del lago, vio a dos hermanos”. Señor, me encanta ese paseo tuyo por el lago, contemplando las maravillas de la naturaleza: respirando el perfume de las flores, contemplando la belleza de los lirios en primavera, escuchando el canto de los pajarillos. Sólo desde esa sintonía con la naturaleza, puedes mirar con cariño a las personas a las que vas a llamar. Ellas son la cumbre y cima de toda la creación. Señor, llámame hoy también a mí.

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 4, 18-22 

En aquel tiempo, paseando Jesús por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

3.- Qué dice el texto

Meditación-reflexión.

En este relato de vocación nos debemos fijar en cuatro verbos: VER, LLAMAR, SEGUIR, ENVIAR. Comenzamos por el ver.

“Jesús vio a dos hermanos” (v.18). Según San Juan de la Cruz, el “mirar de Dios es amar”. Jesús, antes de llamar, ha mirado a las personas, es decir, las ha amado.

“Los llamó” (v.21).  La llamada es precedida por la mirada. La llamada es un regalo de su amor. Toda vocación es un don que hay que aceptar de buena gana y hay que celebrarlo durante toda la vida.  “Me ha tocado un lote hermoso y me encanta mi heredad” (Salmo 16).

“Y ellos, dejando la barca y a su padre, le siguieron” (v.22). El seguimiento de Jesús lleva consigo unas exigencias: hay que dejarlo todo. Como dos jóvenes que se enamoran ven lo más normal dejar a sus padres  por vivir juntos una nueva vida. Lo que motiva el abandono de personas y cosas es la alegría de haber encontrado la persona que me puede hacer feliz. Aquí la persona con la que uno se encuentra es Jesucristo, el Hijo de Dios.  

“Os haré pescadores de hombres”. Toda vocación es para cumplir una misión. Y la misión es hermosa: pescar personas. Ir a la búsqueda de hombres y mujeres que se realicen plenamente. Hombres y mujeres que encuentren el verdadero sentido de sus vidas, que no queden con una vida a medias.

Palabra del Papa

“Recordemos cuando Andrés y Juan encontraron al Señor, y después hablaron con Él aquella tarde y aquella noche. Estaban entusiasmados. Lo primero que hicieron Andrés y Juan fue ser misioneros. Fueron a ver a hermanos y amigos: “¡Hemos encontrado al Señor, hemos encontrado al Mesías!”. Esto sucede inmediatamente, después del encuentro con el Señor: esto viene enseguida. En la exhortación apostólica Evangelii  gaudium  hablé de “Iglesia en salida”. Una Iglesia misionera no puede dejar de “salir”, no tiene miedo de encontrar, de descubrir las novedades, de hablar de la alegría del Evangelio. A todos, sin distinción. No para ganar prosélitos, sino para decir lo que tenemos y queremos compartir con todos, sin forzar, sin distinción. Las diversas realidades que representan a la Iglesia italiana indican que el espíritu de la missio ad gentes debe llegar a ser el espíritu de la misión de la Iglesia en el mundo: salir, escuchar el clamor de los pobres y de los lejanos, encontrarse con todos y anunciar la alegría del Evangelio (Discurso de S.S. Francisco, 27 de noviembre de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.- Propósito: Dedicar un tiempo de este día a dar gracias a Dios por la vocación a la que Dios me ha llamado.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, en el día de San Andrés, quiero escuchar el canto de acción de gracias de tantas personas consagradas que han sabido decir Sí a tu llamada y están contentas con su vocación. Ellas, libremente, han renunciado a formar un hogar porque hay miles y miles de hogares que les necesitan. No han renunciado al amor humano sino que lo han desviado hacia tantos hermanos pobres y abandonados que no son amados por nadie.   

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

¡Preparad el camino al Señor!

El consuelo de Dios se dice al corazón humano

La primera lectura en la mesa de la Palabra nos acerca al profeta Isaías. Todo comienza con un grito: ¡Consolad! Un grito, además, que ha de hacerse en un modo determinado: hablando al corazón de lo humano. El tiempo de adviento ha de ser tiempo de consuelo para los desconsolados de la existencia. Y, claro está, el modo nunca será llenando el aire de palabras o la mente de sucedáneos: el consuelo llega desde las palabras de Verdad que tocan el corazón de la vida, el centro neurálgico que da sentido, fuerza y razón a nuestro caminar y a nuestra espera. Para el hebreo, el corazón es el órgano con el que se razona. ¡Cuánto podríamos ganar, si en ocasiones, razonáramos con el corazón y no solo con la mente invadida de intereses!

  • ¿Estamos preparándonos para ser consuelo y decir ‘palabras de verdad’ al corazón de nuestros hermanos?

Aún hay más. En este consuelo de Dios, en este hablarnos al corazón, se nos dice algo: se ha cumplido el servicio, está pagado su crimen. La espera y la venida del Señor, su vida y el misterio de su muerte, son ya moneda de cambio que restaura la definitiva amistad del ser humano con Dios

Jesucristo, sutura del deseo de Dios y del hombre

El salmo 84 lo proclamará con contundencia: La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. Jesucristo es punto de sutura del deseo de Dios y del deseo del hombre. En Él, la misericordia, la justicia, la paz y la fidelidad aúnan los modos de ser y de relacionarnos para que el Reino se instaure y la salvación se abra hueco en el corazón humano.

Una voz grita: en el desierto preparadle un camino al Señor. No se trata de que haya una voz en el desierto que grite. Se trata de un grito que nos invita a descubrir cómo en los desiertos de nuestras vidas podemos hallar el lugar propicio para preparar el camino del Señor, para tomar conciencia, vaciados de muchas cosas superfluas, de que la gloria habita en nuestro interior pues somos hijos en el Hijo de Dios. Como afirmaba Juliana de Norwich: no solo estamos hechos por Dios, sino que estamos hechos de Dios. Ese algo de Dios en el corazón humano solo se descubre con toda su belleza en muchos de nuestros desiertos.

A partir de ese descubrimiento Isaías nos revela más de la identidad de Dios: Aquí está vuestro Dios. Un Dios que se hace presente en la vida de sus criaturas, que no se da de baja del ser humano. Es el exceso de un Dios de amor desbordado que pone la recompensa de la vida por delante de nuestros cumplimientos. Anticipo de la imagen del buen pastor, del ser más profundo del Hijo de Dios que en su acercamiento encarnado en lo humano, actuará de tal modo que llevará todo de nuevo al corazón del Padre, como un pastor que apacienta, que toma en brazos y hace recostar

La paciencia: una pedagogía divina

Solo este amor desmedido, excesivo para la lógica humana, puede esperar siempre. “Amar es saber esperar el tiempo que sea necesario”. A nosotros solo se nos pide acrecentar la esperanza desde la confianza en la promesa y fidelidad de Dios.

  • ¿Qué puedo aprender de la pedagogía de la espera de Dios para con cada uno de nosotros, sus hijos e hijas? ¿cómo ser eco de la paciencia que Dios tiene conmigo? ¿soy capaz de ser paciente con mis hermanos?
  • ¿Cómo contribuimos cada uno de nosotros en este tiempo a construir la esperanza en los desesperanzados?

En el desierto

El evangelio nos presenta a Juan, el último de los profetas que enlaza el NT con la tradición profética más veraz del pueblo de la alianza. Juan es aquél a quien san Agustín considera voz de la Palabra. Su profunda convicción de no ser él el Mesías (a pesar del éxito aparente y de contar con discípulos) nos transmite una lección de humildad. No somos la Palabra sino la voz, el instrumento, el lapicerito en las manos de Dios, como decía la Madre Teresa de Calcuta. Voz con que Él puede hacer oír su Palabra en el corazón de la humanidad.

Juan es profeta del y en el desierto. Este hecho marca unos distintivos que nos pueden ser de utilidad, ya que implica actitudes fundamentales en nuestro modo de ser y hacer como discípulos de Cristo:

  • Que Juan sea profeta del desierto implica que huye de las masas, huye de las modas, de lo políticamente correcto, en definitiva, huye de ese perverso arte de querer contentar a todos, aunque sea a costa de vivir un sucedáneo de Evangelio.
    • ¿Hemos descafeinado la exigencia evangélica con tal de quedar bien siempre?
  • Que Juan sea profeta del desierto y que predique en el desierto, es, en sí mismo, un acto de amor extremo a y por la verdad. Decirla en medio la nada porque la verdad en sí misma tiene el valor del todo.
    • ¿Cómo ando de fidelidad a la verdad de mi vida, a la Verdad que es Cristo, aunque ello implique vivir desertado?
  • Que Juan sea profeta del desierto y que predique en el desierto refiere a decir las cosas limpias de todo ruido, interés o distracción colateral. La verdad va emparejada a la nitidez, a la belleza en lo que se dice y en cómo se dice.
    • ¿Qué hablo y cómo lo hablo? ¿Cómo es nuestra predicación de discípulos del Señor?: ¿nítida?, ¿ausente de intereses y distracciones o interesada y justificativa de nuestros modos de ser y hacer?

Fr. Ismael González Rojas

Comentario – Lunes I de Adviento

(Mt 8, 5-11)

La misión de Jesús, que parecía reservada a los judíos, se abre a los paganos. De hecho el centurión que aparece en este relato es sólo un símbolo del mundo pagano en general, porque en el v. 11 dice que “muchos vendrán de oriente y occidente” a sentarse al banquete del Reino.

En este texto se destaca la actitud del centurión romano, que es de profunda humildad, pero al mismo tiempo de gran confianza: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Basta que digas una palabra”.

Jesús se admiró de la fe del centurión. Un pagano, que no tenía ninguna formación religiosa, que no conocía las Santas Escrituras, es capaz de suplicarle con una inmensa confianza, con una profunda y sincera humildad. Y Jesús, con su exquisita sensibilidad, se admira de la docilidad de ese corazón, así como se admiraba de la generosidad de la viuda pobre (Mc 12, 41-44) o de la atención que le prestaba su amiga María, cuando se sentaba a sus pies a escucharlo (Lc 10, 38-42).

¡Qué bueno es tener un Señor que ama a la gente, que mira con ternura esos pequeños gestos llenos de confianza de su pueblo simple, que valora hasta un vaso de agua que demos a otro!

¡Qué bueno saber que él ve en lo secreto y que no se le escapa ni el más pequeño gesto de bondad y de fe que pueda haber en nuestro corazón! Él, que es el Santo, es también capaz de admirarse de nosotros.

Oración:

“Quiero darte gracias Señor mío, por tu mirada buena; nadie sabe mirarme así. Porque ante tu mirada sólo puedo encontrar un estímulo para ser mejor. Gracias porque todo lo que se escapa a la mirada del mundo está claro ante tus ojos compasivos, ante esos ojos que pueden descubrir una flor en medio de mis miserias. Mírame Señor con esos ojos”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Concilio Vaticano II

Primacía de las celebraciones comunitarias

27. Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada. Esto vale, sobre todo, para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los Sacramentos.

Homilía – Domingo II de Adviento

1

Nuevas consignas para nuestro Adviento

Seguimos nuestra marcha hacia la Navidad. Las lecturas bíblicas nos guían para ir adquiriendo las actitudes espirituales necesarias para poder acoger la Venida del Señor.

El domingo pasado la consigna era «velad»: se nos invitaba a la vigilancia, tanto para preparar la Navidad de este año como, sobre todo, a la última venida, gloriosa, de Cristo, al final de los tiempos, porque el Adviento es una actitud que dura hasta el final de la historia.

Este domingo, en que también seguimos -hasta el día 16 de diciembre- con la mirada puesta en la venida escatológica del Señor, la consigna que más escuchamos es «preparad el camino al Señor». Y se nos dice que preparar el camino supone rellenar, rebajar y enderezar.

Esta semana aparecen en nuestra celebración los personajes más clásicos del Adviento: a) el profeta Isaías, del Antiguo Testamento, que hoy nos hace oír palabras que son a la vez de esperanza y de exigencia; b) el precursor, Juan Bautista, que ya anuncia la llegada del Salvador del mundo; c) y la Virgen Madre, María, cuya Inmaculada Concepción celebramos el día 8, muy cerca de este segundo domingo de Adviento: ella experimentó el «sí» absoluto de Dios, al que respondió con su «sí» personal, en representación de toda la humanidad.

 

Isaías 40, 1-5.9-11. Preparadle un camino al Señor

Escuchamos un «poema de consolación»: una hermosa página en la que el profeta, de parte de Dios, consuela a su pueblo, que está sufriendo la gran catástrofe del destierro en tierra extranjera, y le asegura que Dios ha perdonado sus pecados y está preparando ya la vuelta de todos a la patria. «Mirad, Dios, el Señor, llega con fuerza», como un pastor que reúne a sus ovejas.

Pero, a la vez, les estimula a que «preparen el camino» al Señor: «que los valles se levanten, los montes se abajen, lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale». Un camino por el desierto y por parajes medio salvajes requiere mucho trabajo de infraestructura, que los israelitas deberán entender, naturalmente, en su sentido espiritual de conversión seria a los caminos del Señor.

El salmo nos hace pedir a Dios que nos muestre su misericordia y nos dé su salvación. El salmista también se contagia de la alegría confiada del profeta: «Dios anuncia la paz a su pueblo… la salvación está ya cerca de sus fieles». Este salmo 84 lo podemos hacer nuestro y rezarlo despacio en este tiempo de Adviento, asimilando sus sentimientos.

 

2 Pedro 3, 8-14. Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.

Si los lectores de esta carta creían inminente la vuelta del Señor, su autor se encarga de asegurarles que el calendario de Dios es diferente del nuestro: «el Señor no tarda en cumplir sus promesas, como creen algunos». Para Dios, «mil años son como un día».

Eso sí, ese día vendrá «como un ladrón»: nadie sabe cuándo. Los signos del final de que habla la carta -el cielo desaparecerá con estrépito, los elementos se desintegrarán abrasados, los cielos serán consumidos por el fuego y los elementos se derretirán- no hay que tomarlos, evidentemente, como datos científicos del proceso final, aunque algunos parezcan coincidir con algunos presagios alarmantes de los científicos de ahora.

Lo principal es que, sea cuando sea esta venida del Señor, tenemos que estar preparados: «procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables».

 

Marcos 1, 1-8. Allanad los senderos del Señor

Leemos hoy el inicio del evangelio de Marcos. Dios mismo preparó los caminos al Mesías suscitando a Juan el Bautista para que predicara el bautismo de conversión y anunciara la llegada del Salvador.

Juan es una figura adusta, exigente, que no calló un mensaje de conversión que no debió de resultar popular en su tiempo y que tampoco lo es ahora. Pero fue fiel a la misión que se le había encomendado. No se dedicó a tranquilizar, sino a provocar y urgir a la conversión. Y fue honesto: no se presentó él mismo como el Salvador, sino como su precursor: «yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».

 

2

Creer el mensaje de consolación…

El mensaje que escuchamos hoy nos ayuda a preparar con gozo la celebración de una Buena Noticia, la Navidad.

Sumergidos en una historia que no abunda en noticias consoladoras, hoy escuchamos un pregón de esperanza. También los cristianos de hoy necesitamos que nos digamos palabras de ánimo: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor». Son palabras que nos ayudan a superar miedos y nos estimulan a cumplir nuestra misión en medio del mundo: «no temas, alza la voz y di a todos: aquí está vuestro Dios».

Este año, de nuevo, Dios quiere venir a nuestras vidas. Vale la pena que nos dejemos convencer por estas palabras de esperanza y alegría. Nosotros, con más motivos que los creyentes del AT, creemos en la cercanía de Dios, porque nos la ha mostrado en Cristo Jesús. Podemos seguir escuchando la voz de los profetas: esperamos lo mismo que ellos, pero con más sentido. La venida de Cristo en Belén, hace dos mil años, fue sólo la inauguración de un proceso que todavía no ha terminado. Será «Adviento» hasta el final de los tiempos.

… y anunciarlo a los demás

Si creemos de veras esta Buena Noticia, es lógico que nos convirtamos en pregoneros de la misma. O sea, si hemos sido «evangelizados», debemos ser por nuestra parte «evangelizadores»: personas llenas de la Buena Noticia, que la comunican a los demás.

Por si acaso somos un poco tímidos a la hora de dar testimonio de fe en este mundo, tendremos que hacer caso a las palabras que oyó el profeta, que valen también para nosotros: «alza la voz con fuerza, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios». También nuestro mundo necesita de heraldos que suban a lo alto y griten las palabras de Dios. Al igual que entonces, tendremos que decir a las «ciudades de Judá», al mundo de hoy: «aquí está vuestro Dios».

El profeta, de parte de Dios, nos dice que tenemos que poner todo nuestro empeño y pedagogía en este anuncio: «hablad al corazón de Jerusalén, gritadle…». Evangelizar es despertar el interés de los hijos, de los alumnos, de los amigos, abrir su «apetito de Dios», sembrar en ellos una sana inquietud, para que nadie se instale en el conformismo y acepte demasiado tranquilamente cómo va el mundo y desista de mejorarlo.

El mundo de hoy necesita personas que como Isaías o el Bautista hagan oír su voz y su testimonio personal de los valores de Dios, aunque parezca que predican en el desierto. El mundo necesita cristianos «misioneros» que en su propio ambiente, con humildad pero con decisión, den testimonio de la salvación de Dios.

 

Preparad un camino al Señor

A la vez que unas palabras gozosas, escuchamos hoy otras exigentes: «consolad a mi pueblo… preparad el camino». La espera del Señor no es una espera pasiva. Tenemos que preparar su venida.

No hace falta que seamos ingenieros de caminos para entender lo que pide la construcción de una autopista: una seria labor de infraestructuras, puentes, túneles, desvíos, desmontes. Las imágenes que emplea Isaías, y que repite el Bautista, las podemos entender muy bien aplicadas a nuestra situación espiritual y humana: los «valles» de las lagunas y vacíos que hay en nuestra vida hay que rellenarlos, los «montes» de nuestra autosuficiencia o nuestro orgullo hay que rebajarlos, «lo torcido» de nuestras trampas y ambigüedades hay que enderezarlo, lo «escabroso» de nuestros pecados e idolatrías hay que allanarlo.

La venida del Señor a nuestra vida pide de nosotros una actitud de fe y atención: «procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados, irreprochables». Esto no sólo vale si pensamos en el momento de nuestra muerte, sino también en nuestra actitud ante las continuos signos de la presencia de Dios en nuestra vida. En concreto, también, ante la gracia de la próxima Navidad.

 

Después de dos mil años, seguimos esperando

Cristo Jesús ya vino. Al final volverá glorioso, aunque no sabemos cuándo. Pero ¿nos damos cuenta de que viene hoy, que este año también nos convoca a celebrar su venida a nuestra historia y que esta venida es gracia nueva y siempre actual?

Aunque hay muchos signos de progreso en cuanto a los valores que Cristo nos trajo hace dos mil años, hay otros que nos podrían hacer pensar que, lejos de progresar en la acogida del Salvador, la sociedad de ahora se está más bien alejando de él.

Hoy se puede decir que la voz del Bautista, la voz de la Iglesia que hace de portavoz de Cristo Jesús, sigue resonando en medio del desierto, en un mundo ausente, que prescinde, o pretende prescindir, de lo espiritual y lo trascendente. Una voz entre otras muchas, en la ventolera de mensajes y mentalidades que se ofrecen en este mundo.

Pero es ahí, en el desierto, donde hace falta que se oiga la voz de Dios y donde urge que resuene nuestra voz y se vea nuestro testimonio de cristianos. En el desierto hay caminos, si los sabemos trabajar; en la noche hay luz, si la sabemos encender; en la desorientación de este mundo está la semilla del mundo nuevo, el que Cristo anuncia y que nosotros debemos colaborar en construir.

Se tendría que notar en este Adviento que en verdad, tanto la comunidad como cada cristiano, cambiamos algo, que preparamos el camino, enderezamos, corregimos. El Adviento nos invita a no perder la esperanza, a seguir trabajando para que sean una realidad ese «cielo nuevo y tierra nueva, en que habite la justicia», de que habla Pedro. El mundo mejorará si mejora nuestro entorno más cercano: si nosotros ponemos a nuestro alrededor más cariño, más solidaridad, más optimismo.

Para esta tarea tenemos el «viático» que nos dejó Cristo en el admirable sacramento de la Eucaristía: su Palabra y su Cuerpo y Sangre, como luz y alimento para el camino.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 1, 1-8 – Evangelio Domingo II de Adviento

El camino de Dios es el evangelio

Se inicia en todos los sentidos el evangelio de Marcos. Como prólogo sirve para marcar las diferencias y los vínculos con el AT. Para ello se ha valido de la figura de Juan Bautista, que es una figura señera del Adviento. Históricamente, sabemos que Juan el Bautista predicó la llegada de un tiempo decisivo, que él mismo no podía alcanzar a ver con toda su radicalidad; pero de la misma manera que el AT es la preparación del NT, Juan resume toda esta función. Marcos (quien sea esta figura del cristianismo primitivo) escribe una obra que llama “evangelio”, buena noticia, ¡toda una proeza!. Pero esa buena noticia está en contraste con muchas cosas del pasado, las mejores de las cuales las representa en este instante el profeta del desierto, Juan el Bautista.

El Bautista era un profeta apocalíptico, y en el texto se nos describe con los rasgos del gran profeta Elías (2 Re 1,8, Mal 3,23), por eso no podrá entender plenamente la grandeza del evangelio que viene, incluso después de haber bautizado a Jesús. Juan está en el desierto, y el desierto es sólo una etapa de la vida del pueblo; es un símbolo de retiro, de penitencia, de conversión. El desierto es lo que está antes de la “tierra prometida”, y así hay que interpretarlo como semiótica certera. Pero también es verdad que es un marco adecuado para anhelar y desear algo nuevo y radical. Eso le sucede a Juan: presiente que algo nuevo está llegando… para lo que pide conversión.

Pero la conversión cristiana, la que propondrá Jesús, debe llevar también el signo de la alegría. No obstante, los cristianos, cuando tuvieron que revisar la misma predicación de Juan el Bautista, supieron dotarla de los elementos teológicos que marcaban la diferencia entre lo que él hacía y lo que haría aquél al que no era capaz de desatar la sandalia de sus pies. El bautismo de Juan y el bautismo cristiano están diferenciados por el Espíritu; no se trata solamente de penitencia. Los que seguían a Juan debían renunciar a su pasado. Los que siguen a Jesús, además de eso, tendrán un “espíritu” nuevo. Por lo mismo, y aunque Juan representa lo mejor del AT, también la esperanza que mana del mismo queda alicorta con respecto a lo que Jesús ha traído al mundo.

2Pe 3, 8-14 – Domingo II de Adviento

El día del Señor, más allá del tiempo

La segunda lectura está tomada de uno de los escritos más tardíos del NT; conoce las cartas de Pablo y algunas otras. Se piensa que ha sido escrita para afrontar los problemas que suponía la dilación de la venida del Señor, cuando se había esperado ansiosamente. Su mundo conceptual carece de los planteamientos vivos de la primera y de la segunda generación cristianas y asoman en su perfil la trazas apocalípticas frente a doctrinas que pueden ser peligrosas para aquellos momentos (s. II).

Es verdad que todo el texto y mensaje tienen su punto álgido en la afirmación de que para Dios el tiempo es relativo: un día es como mil años. Y, de la misma manera, la apelación a la paciencia de Dios con nosotros supera toda otra afirmación apocalíptica de carácter temporal o catastrófico. Porque después de tanto tiempo, podemos estar en lo cierto, teológicamente hablando, cuando creemos que Dios no consumará la historia por una destrucción, sino por una transformación, en la que debe estar implicada especialmente la transformación de nuestra propia vida personal.

Is 40, 1-5. 9-11 – 1ª lectura Domingo II de Adviento

El consuelo, camino de nuestro Dios

La primera lectura es el maravilloso canto de la consolación que el Segundo Isaías lanza en medio del pueblo desterrado en Babilonia. El “segundo Isaías” no tiene nombre, está inserto en el libro que lleva el nombre de un maestro, pero es un profeta nuevo para una situación de nueva. El exilio había tirado por tierra todas las teologías y las seguridades religiosas que hasta entonces se habían hecho sobre el Dios de Israel. Eso significaba poner en entredicho el mismo credo fundacional, en el que se confiesa que Yahvé se comprometió a sacar al pueblo de la esclavitud de Egipto y llega hasta a hacer una «Alianza» con un grupo que no era nada en la historia de la humanidad, ignorando a los grandes pueblos y a las grandes culturas. El Deutero-Isaías, pues, vuelve a poner las cosas en su sitio y se atreve, en medio de aquella situación desesperada de los desterrados, a hacer una promesa y a proponer una teología renovada en la que el Dios de la liberación de Egipto volvía a revocar su Alianza como amor al pueblo.

Por eso se debe allanar el sendero, para que el pueblo vuelva bajo la experiencia de una nueva liberación que es tan prodigiosa y más que la primera, la del Éxodo de Egipto. Aquí está Dios de nuevo -dice el profeta-, porque no puede resistirse al clamor de los oprimidos y de los que sufren. Dios no falla nunca, aunque el pueblo haya sido infiel. Por eso el Adviento es tiempo de consolación y esperanza. Estas palabras toman cuerpo para una nueva esperanza, que es algo que necesitamos siempre. El camino del Señor (derek yahweh) es como el marco de la nueva liberación. Y por eso ha venido a ser uno de los símbolos decisivos del Adviento. Hay que comenzar de nuevo a andar el camino del retorno, de la nueva liberación y esto solamente puede hacerse con y desde la esperanza.

En otro momento dirá este profeta, “mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,10-11), porque es verdad que el profeta sabe ver los caminos de Dios con más lucidez que los hombres normales. Todo el mundo entiende qué es el camino de Dios, el que lleva a la vida, a la felicidad. Sabemos que en la mentalidad del profeta esto quiere decir que Dios se compromete, con la vuelta del destierro, a una nuevo Éxodo, el momento mágico y definitivo de la libertad frente a la esclavitud, de la vida frente a la muerte, de la paz frente a la guerra, la justicia frente a la impiedad. No es solamente volver a Jerusalén, tener un templo para dar culto a Dios. Los profetas son más utópicos que todo eso. La humanidad solamente tiene futuro en el camino de Dios que hay que preparar y recorrer.

Comentario al evangelio – San Andrés, apóstol

Hoy celebramos a San Andrés, apóstol.  La tradición lo recuerda como el primer llamado, junto a Juan, cuando aún eran discípulos del Bautista. Emocionado con este Jesús que le cambió la vida, enseguida fue a compartir con su hermano Pedro que había conocido a alguien que merecía la pena. Por lo que nos cuenta el Evangelio, Pedro le hizo caso y aunque ambos hermanos seguían con sus obligaciones habituales (pescar, en este caso), empezaron a escuchar al Maestro. Y como nos ocurre a todos, llega un momento en que tienes que elegir. Sólo se elige cuando uno de los “dos amores” pide dedicación exclusiva, cuando notas que -sin querer- te ocupa todo el corazón y todas tus fuerzas.

Algo así, quizá, vivió Andrés aquella mañana en que Jesús les invitó a dejar sus redes (su agenda habitual, sus costumbres, su sustento, su modo cotidiano de proceder…) y hacerse pescadores de hombres. Cuando San Gregorio Magno comenta este pasaje (Homiliae in Evangelia, 5, 1), dice: “El reino de Dios no tiene precio: vale tanto cuanto tienes”.

Y creo que es verdad: el Reino de Dios no es barato ni caro, no tiene precio, no cuesta mucho ni poco. Vale lo que tienes y lo que eres. Para unos esta llamada implicará un giro radical en su vida; para otros se traducirá en alguna decisión concreta que no pide un cambio “de agenda” pero sí de estilo, de modo, de corazón. Para unos, ser apóstoles conllevará el peso y el servicio de ser cabeza, como Pedro, el hermano de Andrés. Y para otros, como Andrés, aun habiendo sido llamados primero, el Reino de Dios y ser pescador de hombres se traduce en ser un buen y fiel “segundo”. No importa. Eso es lo de menos. La cuestión es encontrar el sentido de tu vida, atreverte a quedarte con él, contarlo a otros porque es tan bueno que no puedes guardártelo y, a partir de ahí, vivir…. El Dios del Reino nos irá llevando si nos dejamos llevar. Como Andrés.

Rosa Ruiz